domingo, 3 de mayo de 2020

[SONRÍA, POR FAVOR] Es domingo, 3 de mayo





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...





















La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 





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sábado, 2 de mayo de 2020

[A VUELAPLUMA] Prioridades



Una mujer pasea por una calle de Ciudad de México. Notimex/DPA


Los grandes cambios de época no suceden de un día para otro y resulta atrevido sugerir que el coronavirus acabará con el modelo productivo actual, comenta en el A vuelapluma final de esta semana [Un largo adiós. El País, 24/4/2020] el historiador José Andrés Rojo. 

"El mundo avanza -comienza diciendo Rojo- y se transforma muchas veces gracias a pequeñas innovaciones. En la Edad Media, por ejemplo, el protagonismo de la caballería en las guerras en Europa occidental fue cada vez mayor gracias a un artilugio que llegó durante los siglos VII y VIII procedente de Persia: el estribo. Lo recuerda el historiador Gabriel Tortella en su libro Capitalismo y Revolución, donde observa que aquella novedad le daba al jinete un apoyo del que antes carecía, de manera que le permitía manejar mejor una lanza, una espada, una maza. “Esto daba al caballero una gran superioridad sobre el infante: no era ya solo que los jinetes fueron más veloces, es que podían descargar desde la altura golpes terribles que un infante difícilmente podía resistir, mientras su situación sobre el caballo los hacia casi invulnerables a los golpes enviados desde tierra”. Aquel simple cacharro reforzó la estrecha relación del hombre con el caballo, y cambió la suerte de los que se batían en el campo de batalla.

En tiempos de cuarentena cualquier lectura se ve inevitablemente trastornada por la presencia de ese minúsculo agente que tiene algo de burbuja con antenas, el coronavirus. Está ahí agazapado y salta a la mínima. ¿Cómo va a ser el mundo después de que ese bicho viniera a alterar las cosas metiendo durante una temporada a millones de personas en sus casas y parando de forma drástica la economía? Hace un tiempo se tradujo un ensayo que da cuenta de una larga despedida, de una de esas transformaciones que dejan a un mundo definitivamente atrás e inauguran uno nuevo. Adiós al caballo, del historiador alemán Ulrich Raulff, reconstruye la estrecha complicidad de siglos que existió entre équidos y humanos recurriendo a distintos saberes. El final de la era del caballo, dice, se ajusta al siglo XIX, ese periodo que empieza con Napoleón y termina con la Gran Guerra. La relación con ese animal, si embargo, es mucho más antigua; fue “durante 6.000 años nuestro medio primario de transporte”, escribe: “Nuestro amigo, nuestro compañero y nuestro maestro”.

Raulff cuenta un montón de episodios históricos y reúne anécdotas propias y ajenas e hilvana momentos literarios con obras artísticas y referencias científicas para poner en escena esa trágica separación. En uno de los pasajes de su libro recuerda una obra de Ernst Jünger en la que el escritor alemán reunió una colección de fotografías para atrapar el rostro de la Gran Guerra. En una de ellas, dos caballos muertos, uno blanco y otro gris moteado: era el fin. Aquellos corceles habían quedado barridos por el progreso. En septiembre de 1939, la carga de un destacamento de la caballería polaca contra tanques de la Wehrmacht fue la nota a pie de página que confirmaba lo ya sabido. La vibrante energía de los caballos nada pudo frente al acero de la modernidad. Los viejos colegas tomaban caminos diferentes.

Hay quienes dicen ahora que el coronavirus obrará el prodigio de dar el último empujón al capitalismo para que se precipite al abismo, y que se impondrá un nuevo orden de valores y prioridades. Quién sabe. Las cosas, por lo que se ve, suelen ir más despacio. Mientras tanto, ¿qué imagen —qué diagnóstico— resumirá esta época irreal y sobre qué estribos —qué recursos— nos alzaremos para medirnos con ese futuro lleno de sombras?".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[ARCHIVO DEL BLOG] El PCE en el País de Nunca Jamás. Publicada el 11 de noviembre de 2009



Iósif Stalin


El Libro II de los "Ensayos" (Cátedra, Madrid, 1993) de Michel de Montaigne (1533-1592), del que escribí hace unos días en el blog, se abre con una cita del autor de comedias latino Publio Siro (85-43 a.C.) que dice así: "Malum consilium est, quod mutari non potest", que traducido al román paladino viene a significar que "mala opinión es aquella que no se puede cambiar".

La leí hace unos días, y me ha venido a la memoria al encontrarme hoy por la mañana con el artículo que publicaba en El País la escritora Elvira Lindo, titulado "Comunistas", que pueden leer en el enlace anterior.

Siento un profundo respeto por los miles de hombres y mujeres, la mayoría anónimos, que en el pasado siglo XX sacrificaron sus vidas en aras de esa entelequia en la que creían llamada "comunismo": una de las más espantosas aberraciones de la historia de la humanidad. Y siento también y sobre todo una profunda admiración por los hombres y mujeres del PCE que en la transición a la democracia española, con Santiago Carrillo a su frente, dieron ejemplo de pragmatismo, altura de miras y responsabilidad política. Sin ellos, la Transición no hubiera sido lo que fue, ni la democracia se hubiera asentado, para todos, en España.

Pero como dice el refrán, una cosa es una cosa, y dos cosas, son dos cosas. Para quien aún crea sinceramente y con honestidad en la ideología comunista, le recomiendo la lectura de sólo dos libros: El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX (Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1995), del historiador francés Francois Furet, y Los que susurran. La represión en la Rusia de Stalin (Edhasa, Barcelona, 2009), del historiador británico Orlando Figes. Ambos dejan al descubierto, sin paliativos de ningún tipo, el descomunal horror y sufrimiento impuesto por el comunismo, sobre todo al pueblo ruso, y de paso a todos los demás pueblos que de buena fe, o por fuerza, vivieron bajo la férula de su "salvífica" doctrina redentora de la humanidad.

Produce asombro y desconcierto, como dice Elvira Lindo en su artículo, que aún hoy sus nuevos dirigentes en España tengan a gala defender una ideología y una trayectoria histórica que tanto sufrimiento ha provocado, sin el más mínimo esbozo autocrítico, como si el pasado del comunismo y las enseñanzas de la Historia no fuera con ellos.

"Malum consilium est, quod mutari non potest", como decía Publio Siro hace 2000 años. Triste, muy triste, que los dirigentes comunistas españoles de hoy sigan viviendo en el "País de Nunca Jamás", sin crecer, sin madurar. Así les va... HArendt




El poeta Rafael Alberti y Santiago Carrillo 


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[SONRÍA, POR FAVOR] Es sábado, 2 de mayo





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...




















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viernes, 1 de mayo de 2020

[A VUELAPLUMA] La vida del espíritu



Cuaderno de 'collages' de Antonio Muñoz Molina 


Cervantes ya nos advirtió muy agudamente de que el exceso de lectura y el ocio estéril pueden llevar a la locura a las imaginaciones peregrinas, afirma en el A vuelapluma de hoy [Trabajos manuales. Babelia, 22/4/2020] el escritor Antonio Muñoz Molina. 

"En el encierro forzoso -comienza diciendo Muñoz Molina- se hacen más visibles los peligros que acechan a quienes por razón de su oficio tienden a pasar una parte considerable de la vida encerrados. Una gran parte de lo que yo hago para ganarme la vida sucede en una habitación, y requiere un mínimo de actividad física, la suficiente para pulsar con las yemas de los dedos las teclas de un portátil. Y también las cosas que me gusta hacer cuando no estoy trabajando permiten, y hasta requieren, un cierto grado de inmovilidad. Miro pelícu­las en una pantalla, leo en la cama o en un sofá, escucho música y solo he de pulsar cada cierto tiempo un mando a distancia, o, como máximo, levantarme para cambiar un disco de vinilo, o para darle la vuelta, y asegurarme de que la aguja desciende sobre los primeros surcos. La plena dedicación digital simplifica todavía más las cosas. Las modestas variaciones sensoriales del tacto del papel —de libro, de periódico, de revista, de cuaderno, cada uno con cualidades distintas— o de las herramientas de trabajo —el lápiz, la pluma, el rotulador— quedan unificadas en la lisura de una pantalla táctil.

Lo que antes se llamaba la vida del espíritu está más apartada de lo material y lo corporal cada día. Esa es una fuente segura de irrealidad y de delirio. Lo viene siendo al menos desde que el trabajo manual adquirió un estigma de vileza porque lo hacían los esclavos, y desde que los filósofos de tradición platónica inventaron la separación radical entre el espíritu y la materia, entre la belleza pura de las abstracciones y la vulgaridad de las cosas reales, entre la actividad mental y el esfuerzo físico, el cuerpo y el alma. Se trata de una superstición occidental. El yoga o la meditación budista combinan inseparablemente el bienestar físico con la claridad espiritual. El taichi es una disciplina más cercana a la danza y a la contemplación que a la educación física, o a eso que ahora, sin duda por falta de nombre adecuado en la lengua española, no ha habido más remedio que llamar fitness. La idea común sobre el zen es que se trata de una especie de oscuro misticismo oriental, dedicado a la búsqueda de un éxtasis vaporoso acompañado por música new age. Pero lo que en el budismo zen se llama la iluminación consiste sobre todo en aprender a ver las cosas tal como son, en el momento presente, sin veladuras de fantasía o de engaño, de expectativa o de nostalgia, gracias al ejercicio sostenido de tareas casi siempre comunes que anclan en la realidad a quien las lleva a cabo. Un epigrama zen dice: “Qué es la iluminación? Cortar la leña, acarrear el agua”. La disciplina de una postura corporal es en sí misma un acto del espíritu.

El equivalente de ese “cortar la leña, acarrear el agua” puede ser, más aún estos días, preparar cuidadosamente el desayuno, fregar los platos, ponerlos en el lavavajillas, dedicar una o dos horas a una receta sabrosa, dar un paseo al perro, ir al supermercado. La idea común es que esas obligaciones interfieren en la dedicación superior a la literatura, o a cualquier otra actividad que parezca más noble porque se hace con las manos limpias y no requiere cansancio físico, ni exposición a la intemperie. Mi padre, que amaba tanto su trabajo en el campo, pero que también se cansaba de sus mezquinas recompensas, me aconsejaba, en momentos de desánimo, que me buscara un oficio que se pudiera hacer “bajo techado”. Cavar con una azada al amanecer de un día de agosto o cargar y descargar sacos de aceituna en un olivar embarrado en diciembre son experiencias que vacunan para siempre a cualquiera contra el romanticismo del trabajo campesino. Pero muchas de las labores que hacían a diario las personas con las que crecí requerían más destreza manual que puro esfuerzo físico, y en ellas había una mezcla de sabiduría práctica y pura complacencia muy semejante a la que se encuentran en las creaciones prestigiosas del arte. La ignominia no estaba en el trabajo en sí, sino en las condiciones de injusticia y pobreza en las que se ejercía. Y en la cocina, la arquitectura, la música popular se dilucidaban cotidianamente las mismas cuestiones fundamentales del arte condecorado de mayúscu­las: cómo lograr un máximo de expresividad y eficacia exactamente con los materiales y en las condiciones que se tienen a mano; cuál es el lugar de la invención personal en el repertorio de los saberes compartidos y heredados; cómo añadir placer y belleza a la vida.

Para que se reconociera la nobleza de su arte, los pintores españoles del siglo XVII tenían que demostrar que no trabajaban con las manos, sino con la inteligencia, y que no hacían el menor esfuerzo físico, ni vendían sus obras en tiendas, como viles artesanos o comerciantes. También ahora los artistas de mayor cotización se ufanan de no tocar siquiera las obras que firman, puros conceptos que luego cobran forma material gracias al trabajo con frecuencia mal pagado de nubes de asistentes atareados en naves industriales, muy lejos de la nobleza aséptica de las galerías y más lejos aún de las viviendas de lujo de los coleccionistas.

Si yo paso más de una o dos horas sin hacer algo práctico, inmediato, objetivo, mi fluidez mental se entorpece tanto como mi estado físico, más aún ahora, que no puedo salir a correr, ni montar en bici, ni atravesar Madrid en una caminata. Para lo que necesito hacer cosas no es para relajarme o distraerme de mi trabajo: es para estar en el mundo, atento a lo real, alojado en el espacio del sentido común. La prueba de que la inactividad genera desvarío y trastorno son todas esas elucubraciones filosóficas, ultrateóricas, intraducibles a la lengua de todos los días, que segregan los departamentos universitarios no dedicados a las ciencias, o las que manan estos días, con motivo del coronavirus, de los cráneos privilegiados y las bocas de estrellas del “pensamiento” a la manera de Zizek o Giorgio Agamben. Cervantes ya nos advirtió muy agudamente de que el exceso de lectura y el ocio estéril pueden llevar a la locura a las imaginaciones peregrinas, no sujetas a las limitaciones de la realidad. Mantener limpia y ordenada la cocina ayuda a lograr la limpieza y el orden de una página escrita. El golpe de inspiración que se me había negado durante dos horas de inmovilidad frente a una pantalla ha llegado como un relámpago un rato después, mientras hacía un sofrito o estaba concentrado pelando una patata".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[CLÁSICOS DE SIEMPRE] Hoy, con "El atormentador de sí mismo", de Terencio



Manuscrito de una comedia de Terencio. Siglo XI


Continúo con esta entrada la sección dedicada a las obras de autores grecolatinos subiendo al blog la comedia titulada El atormentador de sí mismo, de Terencio. La pueden leer en este enlace. Y verla, en este otro, representada por la compañía extremeña Clipeo Teatro, en 2018.

Publio Terencio Afro fue un autor de comedias durante la República romana. Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento, aunque Suetonio menciona que murió en 159 a. C. a la edad de treinta y cinco años. Sus comedias se estrenaron entre 170 y 160 a. C. A lo largo de su vida escribió seis obras, todas conservadas. En comparación, su predecesor Plauto escribió alrededor de ciento treinta obras. Las obras de Terencio utilizan un escenario griego pues las convenciones de la época impedían que los sucesos 'frívolos' tuvieran lugar en Roma. Terencio trabajó concienzudamente para escribir en un latín conversacional, y la mayor parte de los estudiosos consideran que su estilo en latín es particularmente agradable y directo.

"Heautontimorumenos", en español, El que se atormenta a sí mismo, fue representada por primera vez en el año 163 a. C.,  y es la tercera de las seis comedias de Terencio que se han preservado. Sobre las fuentes de Terencio a la hora de componer esta comedia, se sabe que Menandro escribió una obra homónima, por lo que lo más lógico es pensar que ésta fuese la base de la la pieza de Terencio. 

El personaje al que alude el título de la obra, el hombre que se castiga y atormenta a sí mismo, es Menedemo y lo hace porque ha sido un padre demasiado estricto y severo y, como consecuencia de ello, su hijo Clinia se ha escapado de casa y se ha alistado como soldado en un ejército en el extranjero. Sin embargo, la trama no gira sólo en torno a las mortificaciones del anciano padre, sino que se centra sobre todo en el enredo amoroso, como es habitual en las comedias helenísticas y, por ende, también en las comedias romanas. En efecto, Clinia regresa antes de lo previsto porque está enamorado de una muchacha, de nombre Antífila. A partir de ahí, Terencio traza una doble intriga amorosa, la de Clinia y Antífila y la del amigo de Clinia, Clitifón, con una cortesana, Baquis.

Es ésta la comedia terenciana que tiene un argumento más complejo y embrollado. Sin embargo, baste decir que a lo largo de la obra se suceden muchos y complicados enredos, pues los dos muchachos, Clinia y Clitifón, intentan engañar a sus respectivos padres y, sobre todo, conseguir el dinero necesario para que Clitifón pueda unirse con Baquis. Sin embargo, conforme a las reglas del género, al final todo termina con un desenlace feliz: Clinia y Antífila contraen matrimonio, puesto que se descubre que esta última es hermana de Clitifón; por su parte, Clitifón consigue ser perdonado por su padre y éste acepta que se case con Baquis.

El "Heautontimorúmenos" fue bastante popular en la Antigüedad romana. En el s. I a. C. aún seguía representándose. Más aún, unas inscripciones de Pompeya atestiguan que el personaje de Menedemo todavía gozaba de popularidad un siglo después, en el s. I de nuestra era. La obra también ha ejercido una notable influencia en época moderna y contemporánea. En Italia, Ariosto lo imita en su Cassaria de 1508 (de hecho, la primera escena del Acto II es una traducción casi literal de la tercera escena del Acto II de la obra de Terencio) y en su Suppositi de 1509 (en esta última, el personaje de Eróstrato encuentra su modelo en el de Menedemo). En la Francia de la primera mitad del s. XVIII, Barthélemy-Christophe Fagan se inspira en el Heautontimorúmenos para escribir la comedia titulada L'Inquiet (1737). Un siglo después, Baudelaire emplearía la expresión heautontimorumenos, para el poema LXXXIII de Las flores del mal, conocido precisamente como la pieza de Terencio. En Inglaterra, All Fools de G. Chapman (1599) también es claramente deudora de la comedia que aquí nos ocupa. Por último, en España, el Marqués de Santillana recogió en el prólogo de sus Proverbios de gloriosa e fructuosa enseñanza algunos de los consejos que aparecen en el Heautontimorúmenos y en otra obra más de Terencio, Adelphoe. Incluso se encuentran huellas de la Andria y el Heautontimorumenos en La guardia cuidadosa y en La isla bárbara, de Lope de Vega.

Finalmente, no podemos olvidar que el verso 77 del Heautontimorúmenos, Homo sum, humani nihil a me alienum puto, ha sido ampliamente citado y comentado, tanto por autores antiguos (Cicerón, Séneca, San Agustín) como modernos y contemporáneos (Unamuno), puesto que se considera la máxima expresión del pensamiento humanista de Terencio. Incluso ha sido adaptado por el pensamiento humanista de la Iglesia Católica contemporánea. No en vano, en el Concilio Vaticano II, en el proemio de la Constitución pastoral Gaudium et spes, se escribió nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.





La diosa Talía, musa del teatro



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