sábado, 7 de diciembre de 2019

[A VUELAPLUMA] El factor aversión



El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez


"Con su coalición súbita y cínica Sánchez se ha enajenado a millones de españoles, sin conquistar a ninguno nuevo", comenta en el A vuelapluma de hoy el escritor Javier Marías sobre el posible pacto de gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos, que dice no comprender y lamentar, algo que, por desgracia, también pensamos muchos votantes y simpatizantes del PSOE, con aprensión más que aversión.

"Cuando esto se publique -comienza diciendo Marías-, es posible que esté cerca la formación de nuevo Gobierno o que el preacuerdo entre el PSOE y Podemos se haya ido al traste por falta de apoyos. Sea como sea, el paso dado por el primero de estos partidos ya es irreversible y quizá lo condene, a medio plazo, a seguir la triste senda que recorrió Ciudadanos el 10 de noviembre, cuando pasó de 57 a 10 diputados.

Confieso que no entiendo a los políticos actuales. No ya por sus ideas o ideologías o propósitos (que a menudo tampoco), sino por su incapacidad de visión larga y sus estrategias. Todos parecen haber prescindido de un factor hoy determinante, en mi opinión profana. Hace ya tanto tiempo que, salvo a los militantes e incondicionales de cada formación, nos resulta imposible sentir estima o simpatía por quienes se ofrecen para gobernarnos; hace tantos años que la mayoría votamos lo que nos resulta menos insoportable entre una galería de males; que la tentación de abstenernos nos va en aumento a cada convocatoria; que a los electores oscilantes (que son los más, los que en su momento otorgaron mayorías claras al PP o al PSOE) se dedican no a elegir, sino a descartar escrupulosamente a quienes en modo alguno desearían ver en La Moncloa, que ya no cabe duda de que la aversión se ha convertido en el factor predominante. Mucha gente no sabe lo que prefiere, pero sí lo que detesta por encima de todo. Hasta el punto de que las propias bases de los partidos, nada representativas del total de los votantes, han tomado por costumbre congregarse ante sus respectivas sedes para gritar negaciones: “¡Con Fulano no!”, es decir, con cualquiera menos con ese o esos, manifestando no lo que quieren, sino solamente lo que no consienten. Si eso no es un síntoma de la importancia del factor aversión, no sé qué puede serlo.

Pues bien, siendo esto tan evidente, nuestros partidos han resuelto ignorarlo y así, uno tras otro, se van granjeando la antipatía invencible de quienes a la postre determinan los resultados: los votantes no fanáticos ni inmutables, los que se lo piensan mucho cada vez y se guían por sus descartes, los vacilantes, los poco fieles, los cambiantes, los que sólo optan por lo menos nefasto y nunca por lo más beneficioso (ya no ven beneficios en ningún lado). El descalabro de Ciudadanos se debe a varios motivos, pero a buen seguro uno de ellos es este: por mucho que intentara disimularlo, entre abril y noviembre sus votantes más convencidos percibieron la transigencia con Vox y la cogobernación con Vox en muchos sitios. A los inamovibles del PP eso no les provocaba demasiado rechazo, porque el partido de extrema derecha los representaba en parte. Pero la animadversión que suscita Abascal queda patente en las encuestas, y era natural que los electores más centristas y moderados de Ciudadanos vieran a éste irremisiblemente invalidado y contaminado por su connivencia hipócrita con los nostálgicos de una dictadura.

Me temo que lo mismo le va a suceder antes o después al PSOE con la contaminación que para él supone Podemos. En esas encuestas Pablo Iglesias (al menos hasta que apareció Abascal) es invariablemente el líder peor valorado por el conjunto de los opinantes. Es obvio que, tras esa alianza, nadie de derechas votará de nuevo a los socialistas; ni nadie de centro, sea eso lo que sea, y todo partido necesita papeletas “ajenas” para ganar con claridad suficiente. Pero es que tampoco lo votarán en el futuro numerosos socialistas, véase ya el ejemplo del antiguo Presidente de Extremadura. Tampoco arañará votos entre los podemitas, que seguirán leales a su favorito; ni entre los independentistas, que continuarán con sus sectas; ni entre los peneuvistas y proetarras monolíticos. Sánchez, político soso y adusto, ha desestimado el factor aversión y no compensará las pérdidas que éste trae. Con su coalición súbita y cínica se ha enajenado para largo tiempo a millones de españoles, sin conquistar a ninguno nuevo.

He dicho “cínica” y me quedo corto, pero es que no hay palabra de mayor envergadura. No quisiera repetir lo ya escrito, pero no está de más subrayar lo siguiente: antes de las elecciones de abril Podemos contaba con 71 diputados. Ahora, cuando ha perdido más de la mitad y tan sólo le restan 35 —cuando es un partido en retroceso, a la baja—, se recurre a él y se lo premia frívolamente con una vicepresidencia y tres ministerios, a cambio de formar un Gobierno (si se forma) impopular, precario, lleno de tiranteces y de adversarios acérrimos. Y a cambio de recibir el PSOE el rencor profundo, y quizá definitivo, de la mayoría de los ciudadanos. Lo que Sánchez ha olvidado es que siempre hay “otra vez”, y que todos vuelven a votar en la próxima, incluidos los que buscarán siglas distintas y colocarán al PSOE en lugar destacado de su lista de descartes. Sólo puedo añadir que lo lamento personalmente. Nunca es grato ver cómo alguien con historia se perjudica, o se suicida".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[ARCHIVO DEL BLOG] Anatomía de un instante. (Publicada el 28 de abril de 2009)



Adolfo Suarez y Gutiérrez Mellado se enfrentan a los golpistas


Al final lo compré antes de lo que pensaba. El mismo día 23 de abril, por la tarde, mientras paseaba con mis nietos, por la calle Mayor de Triana, en Las Palmas, compré en la Librería Atlántico el libro que da título a este comentario: Anatomía de un instante (Mondadori, Barcelona, 2009), escrito por Javier Cercas. Lo comienzo a leer esa mismo noche y lo termino, emocionado, el día 26 por la tarde bajo el porche de nuestra casa en Maspalomas. No voy a hacer una crítica, ni textual, ni de ningún tipo, del libro en cuestión. Que cada uno de los lectores saque sus propias conclusiones, y que lo disfrute, porque merece la pena leerlo.

Tengo la sacrílega (para algunos) costumbre de rellenar con anotaciones, pensamientos a vuelapluma, preguntas, interrogantes y signos de admiración, amén de subrayados y líneas al margen, las páginas de los libros que leo. Cuando son de mi propiedad, claro está. El número de anotaciones no es signo indiscutible de mi mayor o menor interés sobre lo que estoy leyendo, pero sí de que me ha interesado.

Mi primera anotación al texto de Anatomía de un instante la realizo al margen de la página 208 y dice así: "Yo, ese día, lo único que sentí fue una vergüenza inmensa". Y lo que la ha motivado es este párrafo en el que Javier Cercas habla de las similitudes entre la ocupación del Congreso de los Diputados por el teniente coronel Tejero, en 1981, y la de la mítica entrada a caballo en el hemiciclo, en 1874, del general Pavía. Mítica, sí, porque Pavía nunca entró a caballo en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo, sino a pie, ante lo cual los diputados republicanos salieron de las Cortes en desbandada. En 1904, Nicolás Estébanez, grancanario como yo, poeta, político liberal, revolucionario republicano que acabó monárquico, y treinta años atrás diputado en las Cortes republicanas, escribiendo sobre ese hecho, comentó: "No rehuyo la parte de responsablidad que pueda corresponderme en la increible vergüenza de aquel día; todos nos portamos como unos indecentes". Y afirma Javier Cercas al respecto: "Aún no han transcurrido treinta años desde la asonada de Tejero, y que yo sepa, ninguno de los diputados presentes el 23 de febrero en el Congreso ha escrito nada semejante". Y en la página siguiente, la 209, afirma con rotundidad: "Ésa fue la respuesta popular al golpe: ninguna. Mucho me temo que, además de no ser una respuesta lúcida, no fuera una respuesta decente". Totalmente de acuerdo con él. Y esa es una más de las razones de mi vergüenza esa fatídica tarde: los españoles (entre los que me incluyo, claro está) ese día nos quedamos sentados ante la radio viéndolas venir... A partir de esa pagina las anotaciones se van a ir sucediendo con profusión.

Anatomía de un instante es el relato-crónica pormenorizado, detallista y exhaustivo del golpe de estado del 23 de febrero. Del "por qué", del "cómo" y los "por quién". De la "placenta" del golpe, como la denomina Cercas, de su desarrollo y de sus consecuencias. Y su título hace referencia a ese momento, clave, en que tras los disparos de los guardias civiles en el interior del hemiciclo, como en el fotograma congelado de una película, aparte de los asaltantes, sólo el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez; su vicepresidente, el general Gutiérrez Mellado, y el diputado y secretario general del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, permanecen impertérritos en sus escaños mientras las balas silban a su alrededor. A explicar el "por qué" de ese hecho y a reinvindicar históricamente sus figuras, y el protagonismo y responsabilidad que tuvieron en la génesis del 23-F, está destinado buena parte del libro.

La última de mis anotaciones está en la páginas 434 (el libro tiene 437 sin contar notas y apéndices), y no es tal, sino un subrayado de diez líneas que dicen lo siguiente: "El franquismo fue una mala historia, pero el final de aquella historia no ha sido malo. Pudo haberlo sido: la prueba es que a mediados de los setenta muchos de los más lúcidos analistas extranjeros auguraban una salida catastrófica de la dictadura; quizá la mejor prueba es el 23 de febrero. Pudo haberlo sido, pero no lo fue, y no veo ninguna razón para que quienes por edad no intervinimos en aquella historia no debamos celebrarlo; tampoco para pensar que, de haber tenido edad para intervenir, nosotros hubiésemos cometido menos errores que los que cometieron nuestros padres".

Disfrútenlo, de verdad que merece la pena. Para los que tenemos edad para recordar lo que pasó aquel día, asumiendo nuestra cuota de responsabilidad personal e histórica; para los que no tenían edad para recordarlo y mucho menos comprenderlo, para que aprendan el valor de la libertad, los sacrificios de su conquista, y la facilidad con que ésta puede perderse por la estupidez y la ambición y la soberbia de los hombres. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt





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El presidente del Gobierno, Adolfo Suárez



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es sábado, 7 de diciembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...




















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viernes, 6 de diciembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Infinitas puertas y ventanas





A mi mujer 


"Borges dijo una vez que siempre imaginó el paraíso como una biblioteca", comenta en el A vuelapluma de hoy el escritor nicaragüense y Premio Cervantes 2017, Sergio Ramírez, cuyas sentidas palabras hago mías, por razones muy personales.

"Tengo un amigo en Mallorca que sostiene una relación clandestina con los libros -comienza diciendo Ramírez-. Su mujer, irritada de verlo aparecer cada día con nuevas adquisiciones, le prohibió llevar uno más a casa. Los incómodos huéspedes habían desbordado los estantes y se habían instalado en el comedor, en los pasillos y la cocina, para no hablar del dormitorio y el retrete, y estorbaban cada movimiento.

Entonces, lo que hizo fue alquilar de manera clandestina una buhardilla en el mismo edificio, armar allí unos estantes, y cuidando el ruido de sus pasos, pues para subir al escondite debía pasar frente a la puerta de su propio apartamento, tras de la cual acechaba la celosa mujer, empezó a subir con las bolsas de nuevos libros por la estrecha escalera, para meter con todo sigilo la llave en la cerradura y entrar al escondite. Era como si ahora tuviera una amante. Y estará ahora buscando un nuevo escondite, para ejercer su poligamia con los libros.

Y tengo otro amigo en Buenos Aires, cuyos libros, de igual manera, ya no cabían en su apartamento, pero, en cambio, aquella no era una relación clandestina, sino compartida con su mujer. Así que empezaron a discutir lo que podían hacer frente a aquella presencia cada vez más creciente. ¿Más estantes? Ya no había espacio para más estantes. ¿Donar una parte? Tal vez, pero cuando se pusieron a hacer una selección, los libros terminaron por volver a sus sitios de siempre, viejos conocidos a los que no podía negarse asilo.

Entonces se les ocurrió que no había mejor remedio que dejar el apartamento a disposición de los libros, y buscarse ellos otro sitio donde vivir. Ahora los visitan todos los días, ven cómo están, los acomodan un poco, les sacuden el polvo, y luego se sientan a leer. Cumplida la visita, se despiden, apagan la luz, y hasta mañana.

Cuando los libros ya no caben en los pasillos, ni en la cocina, y llegan a los baños, no hay más que rendirse. Si desbordan la casa, desbordan la vida. Imponen su abundancia, y con su abundancia, su tiranía. Si intentaras deshacerte de ellos, más bien te cerrarían el paso y no te dejarían trasponer la puerta.

Y un libro, a su vez, es como una casa de múltiples habitaciones, puertas, escaleras, pasillos, sótanos, galerías, ventanas. En ese piso al que ahora ascendemos vamos a descubrir cosas que no habíamos visto en el piso anterior. Las habitaciones están amobladas de manera distinta, las ventanas dan a paisajes que no sospechábamos.

La lectura es un asunto de libertad de escogencia. “Si el relato no los lleva al deseo de saber qué ocurrió después, el autor no ha escrito para ustedes”, dice el doctor Johnson. “Déjenlo de lado, que la literatura es bastante rica para ofrecerles algún autor digno de su atención, o indigno hoy de su atención y que leerán mañana”.

Un libro se convierte en un clásico cuando tiene siempre algo nuevo que enseñarnos, dice Ítalo Calvino. Tiene la virtud de abrirse a nosotros de una manera novedosa cada vez que lo buscamos, aunque viva en nuestra cabeza, y al mismo tiempo en los estantes de la biblioteca. Un amigo verdadero, recordemos, es aquel capaz de confiarnos sus secretos, sus intimidades. Y es lo que ocurre con los libros, que se abren sin condiciones para nosotros.

Un libro que pretende ser pedagógico, y que entre las descripciones de la acción va intercalando lecciones morales o filosóficas, o prevenciones, o advertencias, o máximas, es un libro muerto de antemano porque le va metiendo palos a la rueda de la vida que en las páginas de una novela debe girar sin tropiezos.

La consabida frase final “y vivieron felices para siempre…” indica el cierre de una historia llena de peripecias que hemos seguido con desazón, y a la vez la apertura de otra que ya a nadie interesa, y que ocurre fuera de las páginas del libro. Se trata de lo que pasa después del drama, y no vale la pena contarlo porque la felicidad siempre es monótona. Y lo que como lectores nos apasiona son los obstáculos, la interrupción constante de la felicidad.

Me hago estas reflexiones en ocasión de que el Instituto Cervantes de Hamburgo es bautizado con mi nombre, lo que significa darme una biblioteca por casa. Borges dijo una vez que siempre imaginó el paraíso como una biblioteca. Ahora yo viviré aquí entre libros, en este paraíso de infinitas puertas y ventanas".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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[DESDE LA RAE] Hoy, con el académico Juan Luis Cebrián Echarri




Juan Luis Cebrián el su toma de posesión académica


La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. En sus primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. El 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. 

A esta sección del blog iré subiendo periódicamente una breve semblanza de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la RAE con la del académico Juan Luis Cebrián Echarri (1944). Elegido el 19 de diciembre de 1996, tomó posesión de la silla "V" el 18 de mayo de 1997 con el discurso titulado Memoria sobre algunos ejemplos para la transición política en la obra de Gaspar Melchor de Jovellanos, al que respondió, en nombre de la corporación, Luis Goytisolo.

Estudió Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, por la que es licenciado en Ciencias de la Información, tras graduarse, en 1963, en la Escuela Oficial de Periodismo. Es, desde mayo de 2018, presidente de honor del diario El País, del que fue su primer director hasta 1988, año en que pasó a ser editor del periódico. Ha ocupado los cargos de presidente y consejero delegado del grupo PRISA. 

Antes de sacar a la calle El País, fue miembro del equipo fundacional de la revista Cuadernos para el Diálogo (1963). Entre 1963 y 1975 trabajó como redactor jefe y subdirector de los diarios Pueblo e Informaciones de Madrid y en 1974 accedió a la dirección de los Servicios Informativos de Televisión Española, en donde permaneció ocho meses. De 1986 a 1988 desempeñó el cargo de presidente del Instituto Internacional de Prensa y en 2004 ocupó la presidencia de la Asociación de Editores de Diarios Españoles.

Caballero de las Letras y las Artes de Francia desde 1989, ha recibido numerosos reconocimientos a la labor profesional que ejerce desde hace medio siglo: Director Internacional del Año, concedido por World Press Review (1980); Medalla a la Libertad de Expresión de la Fundación Roosevelt, y Medalla de Honor de la Universidad de Missouri (1986). Galardonado con el Premio Internacional Trento de Periodismo y Comunicación (1987), Juan Luis Cebrián fue el impulsor de los Premios Ortega y Gasset de periodismo, concedidos por El País. En 1986 fue distinguido por la Universidad de Missouri (Estados Unidos) con el Premio por Servicios Distinguidos en el Periodismo y en 1988 recibió el nombramiento de profesor honorario de la Universidad Iberoamericana de Santo Domingo (República Dominicana). En 2003 fue visitante de honor en la Universidad de La Plata (Argentina) y recibió la Medalla al Mérito de la Universidad Veracruzana (México) por su aportación al pensamiento crítico; es patrono de la Cátedra Alfonso Reyes del Instituto Tecnológico de Monterrey (México) y está en posesión de la Medalla Rectoral de la Universidad de Chile (2001). Es miembro del Consejo Asesor del Departamento de Lenguas y Culturas Española y Portuguesa de la Universidad de Princeton (Estados Unidos) y del Consejo Consultivo de la licenciatura en Periodismo de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Coimbra (Portugal).

Es autor de libros de ensayo sobre periodismo y sociología política, entre ellos La prensa y la calle (1980), La España que bosteza (1980), El tamaño del elefante (1987), Retrato de Gabriel García Márquez (1989), El siglo de las sombras (1994), Cartas a un joven periodista (1997), La Red (1998), El futuro no es lo que era (2001), escrito con el expresidente Felipe González, El fundamentalismo democrático (2004) y El pianista en el burdel (2009). Como novelista ha publicado La rusa (1986), La isla del viento (1990), La agonía del dragón (2000) y Francomoribundia (2004). Estas dos últimas obras forman parte de la trilogía El miedo y la fuerza.




Real Academia Española, Madrid



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El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...


















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