sábado, 8 de junio de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG-2008] Privacidad y libertades públicas




Telma Ortiz


Me resulta interesante que un asunto tan aparantemente banal como ha sido la denuncia de Telma Ortiz, hermana de la princesa de Asturias, contra varios medios de comunicación en demanda de protección a su derecho a la intimidad, sea utilizado como fundamento de un magnífico artículo, "Telma Ortiz y la libertad de los modernos", por parte de la catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia, Isabel Burdiel, reclamando el derecho a la privacidad como fundamento de las libertades públicas.

Citando a un tiempo a Benjamin Constant e Isaiah Berlin, a los que yo añadiría sin desdoro alguno a Philiph Petit, la profesora Burdiel construye un formidable alegato en defensa de la privacidad, hoy vulnerada hasta el sarcasmo en nombre de un sacrosanto derecho a la información que parece no conocer límite moral o jurídico alguno.

Leyendo, viendo u oyendo las "cosas" que se dicen para justificar el acoso mediático a la privacidad de la gente me han venido al recuerdo las palabras de uno de los personajes del libro de Javier Marías que estoy leyendo ahora mismo y que ya he citado con anterioridad: "Casi todo lo que decimos y comunicamos todos es filfa, relleno, es superfluo, es vulgar, aburrido, intercambiable y trillado, por mucho que sea nuestro y que la gente, como se repite ahora con cursilería extrema, sienta la necesidad de expresarse". Y aunque me fuera aplicado a mi con toda justicia, pienso que tiene toda la razón... 




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Benjamin Constant


En febrero de 1819, comienza diciendo la profesora Burdiel, Benjamin Constant pronunció en París una conferencia que llegó a ser el manifiesto fundacional del liberalismo decimonónico. Se titulaba De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos.

Para los antiguos, la libertad consistía en la participación directa en los asuntos de la república y en torno a ella se definía el (exclusivo) derecho a ser considerado ciudadano. Aquella libertad tenía como contrapunto la sumisión del individuo a la autoridad de la comunidad y la aceptación de la intromisión de ésta en sus actividades privadas.

La libertad de los modernos, por el contrario, consistía, según Constant, en la independencia individual, garantizada por leyes que amparasen el desenvolvimiento autónomo de un ámbito privado construido en torno a derechos individuales, básicos e innegociables. Era el derecho de todos los individuos a su propia seguridad e intimidad; a no estar sometidos más que a las leyes; a poder ir y venir, opinar y reunirse sin pedir permiso; a elegir un oficio, ejercerlo y disfrutar de sus réditos; a observar el culto que cada uno prefiriese. El derecho, en suma, a "no tener que rendir cuentas a nadie de sus motivos y objetivos, a llenar sus días y sus horas de la manera más acorde con sus inclinaciones y fantasías".

Para Isaiah Berlin, buena parte de la historia contemporánea se entiende por la pugna entre esas dos concepciones de la libertad. La positiva, entendida como participación activa en la cosa pública, y la negativa, empeñada en definir un espacio de independencia individual ante la comunidad o incluso ante el Gobierno legítimo. Desde esta última, la participación en los negocios públicos, así como la libertad de expresión o la propiedad (incluida la propiedad de uno mismo), sólo pueden desarrollarse y florecer ancladas en la construcción (legal) de un espacio privado, inviolable por definición, frente a "la voluntad arbitraria de uno o de varios individuos". Ésta fue la primera necesidad de los modernos y su vulneración hace imposible, quimérica o pervertida cualquier otra libertad, cualquier otro derecho.

En todo caso, y frente al elitismo del liberalismo decimonónico, que reconocía a todos (los hombres) la plenitud de los derechos civiles mientras reservaba sólo a unos pocos los derechos políticos, los regímenes democráticos se construyeron sobre la convicción de que existía, y existe, una relación indisoluble entre la defensa de nuestra libertad individual y la implicación en la vida política.

Sin embargo, uno de los peligros de nuestras democracias es que el repliegue hacia lo privado se haga a costa de una letal falta de atención, vigilante y activa, hacia los asuntos colectivos. Que la ciudadanía olvide que para conseguir la independencia individual (tan ligada a la concepción de sí mismos que tienen los hombres y las mujeres modernos) es necesaria una actividad constante y vigilante en el ámbito público.

Un olvido que es letal porque se sostiene sobre la confiada creencia de que lo privado constituye algo natural y eterno, cuando en realidad es profundamente histórico y, por tanto, cambian te e incluso susceptible de extinción. La libertad de los modernos, tal y como la concibieron Constant y Berlin, se construyó sobre una idea de privacidad que no siempre había estado ahí, que no procedía del orden natural de las cosas (aunque así fuese presentada), sino de un largo proceso que requirió altas dosis de actividad política y la elaboración de un entramado legal capaz de crear (y no de reconocer) ese espacio privado que hoy nos es tan caro y nos parece tan natural. Y el feminismo fue pionero en ese sentido, insistiendo en el carácter artificial de una distinción que relegaba a las mujeres (naturalmente) a la esfera privada y reservaba la pública en exclusiva a los varones.

Tiene razón Arcadi Espada (El Mundo, 14 de mayo de 2008) cuando, a propósito del llamado caso Telma Ortiz, escribe que no hay otra definición de qué es un personaje público que ésta: "Público es el personaje que decide el público". Y tiene razón Vicente Verdú (EL PAÍS, 19 de mayo de 2008) cuando se extiende sobre la atracción por la intimidad y la creciente negativa a reconocer que exista espacio individual alguno ajeno a la obsesión de lo que llama transparencia.

Ambos tienen razón y, sin embargo, creo que ambos se equivocan en algo sustancial. Se equivocan en su (al menos) aparente resignación condescendiente ante lo inevitable. Para ambos, el drama personal de Telma Ortiz no es más que el síntoma de una situación de hecho, deplorable sin duda para la interesada, pero contra la que nada podemos hacer.

Precisamente porque lo público y lo privado son construcciones históricas, obras nuestras y no de la naturaleza, la definición y defensa de lo que creamos que deban ser será producto de nuestras opciones y nuestras decisiones, de nuestra actividad política y de nuestra vigilancia continua.

Mientras los juristas se lamentan de que la sentencia sobre el caso Ortiz pueda impedir un debate serio sobre el derecho a la intimidad de las personas (públicas o no), un sector del periodismo siente amenazada la libertad de expresión o, en el peor de los casos, se refugia en una especie de cinismo melancólico: "Así va el mundo". Sin embargo, el mundo irá como nosotros queramos que vaya. Su futuro depende del empeño que pongamos en reconocernos (y obligar a que se nos reconozca) el poder de decidir. En este caso, el poder de decidir qué cosas queremos que sean consideradas privadas.

El carácter histórico (artificial y originalmente sexista) de la distinción entre lo público y lo privado no cancela el debate. Lo abre. ¿Estamos o no de acuerdo con que en la reserva de un espacio innegociable de privacidad está el germen de todas las otras libertades? ¿Creemos que no hay libertad política posible sin independencia individual y a la inversa?

La melancolía, la resignación o el cinismo no responden a esas dos preguntas. Ni tampoco a otras que pueden y deben ser formuladas en voz alta. ¿Consideramos que la violación sistemática de la idea de privacidad es algo que tan sólo hay que constatar o algo que podemos combatir? ¿Creemos que hay alguna diferencia entre el derecho a la información y el derecho al cotilleo? ¿A quién le conferimos la autoridad de ser ese público que decide lo que es de interés público? ¿Al segmento (minoritario) de la población adicta a la prensa amarilla y a los intereses económicos que ésta representa?¿Tienen derecho las personas públicas a la intimidad? ¿Creemos, por ejemplo, que es lícito violar a una prostituta? ¿Qué modelo de sociedad queremos? ¿Una sociedad cegada por la vida sentimental de Berlusconi y Sarkozy? Sin duda, los dos conocen la diferencia entre un eye liner y un desfilado. Sin duda, también, Il Cavaliere avanza con decisión y un sonoro lifting en la brutalización política de su país.

El quietismo sociológico y el relativismo moral no son las únicas opciones. El carácter jurídicamente desencaminado de la demanda de Telma Ortiz no puede hacer olvidar la trascendencia moral y política del problema que plantea. Lo privado no es una mera concesión del poder o de la opinión de los demás, es un espacio que hay que defender porque a través de él nos jugamos el derecho a llenar nuestros días y nuestras horas de la manera más acorde con nuestras inclinaciones y nuestras fantasías, a salvo de la voluntad arbitraria de uno o varios individuos. Nos jugamos, en realidad, el cemento mismo sobre el que se ha construido la libertad de los modernos. (El País, 07/06/2008)




 Isabel Burdiel


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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Entrada núm. 4959
Publicada originariamente el 7/6/2008
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[SONRÍA, POR FAVOR] Al menos hoy, sábado 8 de junio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. También, como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Un servidor de ustedes tiene escaso sentido del humor, aunque aprecio la sonrisa ajena e intento esbozar la propia. Identificado con la primera de las acepciones citadas, en la medida de lo posible iré subiendo periódicamente al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras..., aunque pueden sonreír igual. 







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

viernes, 7 de junio de 2019

[DESDE LA RAE] Hoy, con el académico Juan Mayorga





La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y. 

En esta sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la RAE con la del académico Juan Mayorga (1965). Elegido el 12 de abril de 2018, tomó posesión de la silla "M" de la Academia el 19 de mayo de 2019 con el discurso titulado Silencio, al que respondió en nombre de la corporación la académica Clara Janés.

Juan Mayorga es dramaturgo y director de la Cátedra de Artes Escénicas y del Máster en Creación Teatral de la Universidad Carlos III de Madrid. Es también académico de número de la Real Academia de Doctores de España, socio de honor de la Real Sociedad Matemática Española y miembro del Comité Científico de la Biblioteca Nacional de España. Se licenció en Filosofía en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y en Matemáticas en la Universidad Autónoma de Madrid en 1988. En 1997, se doctoró en la UNED con la tesis La filosofía de la historia de Walter Benjamin.

Ha sido profesor de Matemáticas en centros universitarios e institutos de enseñanza secundaria de Madrid y Alcalá de Henares, profesor de Dramaturgia y de Filosofía en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid y director del seminario «Memoria y pensamiento en el teatro contemporáneo» en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Asimismo, ha impartido talleres de dramaturgia y conferencias sobre teatro y filosofía en diversos países.

Su amplia obra teatral, en la que destacan las piezas Himmelweg, El chico de la última fila —llevada al cine por François Ozon en la película Dans la maison, ganadora de la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián—, Animales nocturnos, Hamelin, Cartas de amor a Stalin, La paz perpetua y El cartógrafo, ha sido traducida a más de treinta idiomas. La editorial uÑa RoTa ha recogido en Teatro 1989-2014 los siguientes textos: Siete hombres buenos, Más ceniza, El traductor de Blumemberg, El jardín quemado, Angelus Novus, Cartas de amor a Stalin, El Gordo y el Flaco, Himmelweg, Animales nocturnos, Últimas palabras de Copito de Nieve, Hamelin, El chico de la última fila, La tortuga de Darwin, La paz perpetua, La lengua en pedazos, El crítico, El cartógrafo, Los yugoslavos, El arte de la entrevista y Reikiavik. La misma editorial ha publicado posteriormente Famélica, Intensamente azules y El Mago. Sus piezas teatrales breves han sido recogidas por el autor bajo el título Teatro para minutos. Esta selección comprende las obras Concierto fatal de la viuda Kolakowski, El hombre de oro, La mala imagen, Legión, El Guardián, La piel, Amarillo, El Crack, La mujer de mi vida, BRGS, La mano izquierda, Una carta de Sarajevo, Encuentro en Salamanca, El buen vecino, Candidatos, Inocencia, Justicia, Manifiesto Comunista, Sentido de calle, El espíritu de Cernuda, La biblioteca del diablo, Tres anillos, Mujeres en la cornisa, Método Le Brun para la felicidad, Departamento de Justicia, JK, La mujer de los ojos tristes, Las películas del invierno, 581 mapas, Quiero ser enjambre, Pastel de Lagrange, La puerta, EAJ1, Voltaire, Augusto y Margaret, Entre los árboles y Una fracción. El escritor teatral ha versionado también textos clásicos de otros autores como Hécuba (Eurípides), La dama boba (Lope de Vega), Fuente Ovejuna (Lope de Vega), El monstruo de los jardines (Calderón de la Barca), La vida es sueño (Calderón de la Barca), Rey Lear (William Shakespeare), Natán el sabio (Gotthold Ephraim Lessing), Don Juan Tenorio (José Zorrilla), Woyzeck (Georg Büchner), El Gran Inquisidor (Feodor Dostoievski), Un enemigo del pueblo (Henrik Ibsen), Platonov (Anton Chejov), Ante la Ley (Franz Kafka), Divinas palabras (Ramón María del Valle-Inclán) y La visita de la vieja dama (Friedrich Dürrenmatt). Cabe destacar, además, su ensayo Revolución conservadora y conservación revolucionaria. Política y memoria en Walter Benjamin y los recogidos en la colección Elipses.

Juan Mayorga ha obtenido numerosos premios y distinciones, entre los que destacan: Europa Nuevas Realidades Teatrales (2016), Nacional de Teatro (2007), Nacional de Literatura Dramática (2013), Nacional de las Letras Teresa de Ávila (2016), Valle-Inclán (2009), Ceres (2013), La Barraca a las Artes Escénicas (2013), Ojo Crítico de Radio Nacional (2000) y Max al mejor autor (2006, 2008 y 2009) y a la mejor adaptación (2008 y 2013).




El académico Juan Mayorga


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[SONRÍA, POR FAVOR] Al menos hoy viernes, 7 de junio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. También, como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Un servidor de ustedes tiene escaso sentido del humor, aunque aprecio la sonrisa ajena e intento esbozar la propia. Identificado con la primera de las acepciones citadas, en la medida de lo posible iré subiendo periódicamente al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras..., aunque pueden sonreír igual. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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jueves, 6 de junio de 2019

[A VUELAPLUMA] Cumbres





Busqué en la imagen de la cumbre del Everest alguna épica floja, pero sólo encontré patetismo y gente humillando a una montaña, comenta en el El País la escritora argentina Leila Guerriero.

¿Serán los nacidos en el siglo XX los últimos humanos capaces de distinguir una experiencia de un simulacro?, se pregunta al inicio de su artículo Guerriero.  Mi padre, dice, quiere ir a un pueblo al que se puede llegar en 4x4 o en mula. Le pregunto: “¿Vas a ir en 4x4?”. Me dice: “¡En mula! Hay que vivir la aventura”. “Aventura” fue la palabra que más escuché en la infancia. “¡Aventura!”, decía mi padre en 1981 y subíamos —él, mi madre, mi hermano y yo— a una camioneta y cruzábamos los Andes por un paso a 4.736 metros de altura, reservado solo para camiones mineros. Tomábamos precauciones, pero una vez arriba éramos nosotros y la falta de oxígeno y un paisaje que parecía el ojo de una sirena demente y varada. Nos perdimos mucha veces, y cada vez mi padre revisaba el mapa de un baqueano y decía: “¡Aventura!”. Cuando esperamos días para cruzar en balsa a Paraguay porque el río se había llevado un puente y tuvimos que racionar víveres y agua; cuando bajamos de noche desde la Quebrada de Humahuaca en medio de un diluvio con el parabrisas hecho pedazos: mi padre gritaba: “¡Aventura!”, y nosotros, muertos de miedo, gritábamos con él ejerciendo una respetuosa forma de coraje. En agosto se cumplen 39 años del día en que Reinhold Messner alcanzó solo y sin oxígeno la cima del Everest. Hoy casi nadie sube sin su tanque, sin su sherpa. Días atrás, 200 personas hicieron fila a 8.884 metros de altura para llegar a la cumbre y el atasco provocó seis muertos. La foto era patética: apiñados en el lomo de lo que alguna vez fue un monstruo y hoy es un parque temático, cientos se aferraban a una cuerda servil. Busqué en la imagen alguna épica floja, pero solo encontré patetismo y gente humillando a una montaña. Pienso en mi padre, que nos procuró batallas modestas, humildes resplandores que nos permitieron ser, por unos segundos, la apoteosis de nosotros mismos y que aún habitan en mí.



La cumbre del Everest, atestada (22/5/2019)



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HArendt






Entrada núm. 4954
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