jueves, 7 de septiembre de 2017

[A vuelapluma] ¿Rajoy, en Babia?





El Diccionario de la lengua española de la RAE define la expresión "estar en Babia" (una comarca de las montañas de León, en España), como una locución adverbial coloquial que significa que aquel al que se refiere vive sin enterarse de lo que ocurre a su alrededor. Consumada la ruptura de la legalidad y la lealtad a la Constitución y al Estado por parte del parlamento y el gobierno de Cataluña, cabe preguntarse si el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, está en Babia? Seguro que no, pero en algunas ocasiones parece que sí...

No soy el único en pensarlo. También parece pensar que sí, que está en Babia, el economista y exsecretario de Estado de Hacienda, Antoni Zabalza, que hace unos días expresaba la opinión de que Rajoy no puede seguir ignorando la quiebra del Estado causada por la falta de lealtad institucional del gobierno autonómico catalán, y que su pasividad genera más incertidumbre y concede la iniciativa a los secesionistas. 

La idea y las formas de la independencia siguen su curso en Cataluña ante la mirada indiferente del Estado, comienza diciendo Zabalza. Muchos han creído que la prudencia del gobierno de la nación era la estrategia adecuada para no exacerbar los ánimos secesionistas y que, bajo la curiosa doctrina de que nada es sancionable hasta que no surta efectos legales, lo que hubiera que frenar sería frenado en el momento oportuno. Pero quizás sea pertinente preguntarnos si al abrigo de esta prudencia no se está fomentando entre las filas independentistas la convicción de que la secesión es posible, a la vez que entre los contrarios a la independencia crecen dudas fundadas acerca del mantenimiento de la unidad de España.

En la mente de muchos catalanes siguen revoloteando tres imágenes que ilustran el abandono o, por lo menos, la falta de presencia del Estado en Cataluña. La primera son las largas colas que el 9 de noviembre de 2014 se formaron ante los puntos de votación de la llamada consulta sobre la independencia. La segunda es la imagen de autoridad y poder que, desde el palacio de la Generalitat, Puigdemont y Junqueras, acompañados por la presidenta del Parlamento catalán y los diputados de las formaciones secesionistas, dieron el 9 de junio pasado cuando anunciaron la celebración del referéndum de secesión del próximo 1 de octubre. La tercera es la imagen de las banderas independentistas que, enarboladas en sólidos y prominentes mástiles, ondean desde hace ya varios años en muchos municipios catalanes, y que ahora se ven complementadas con monumentales urnas y no menos visibles papeletas con un rotundo SÍ.

Es pura forma, dirán algunos, no hay sustancia que deba ocupar nuestra atención. Pero son imágenes que hubieran sido imposibles en cualquier democracia asentada. Imágenes que inevitablemente llevan a muchos ciudadanos a pensar si el pacto entre ellos y el Estado no se estará rompiendo, si no estará desapareciendo la protección que la ley les otorga ¿Cómo si no entender el anuncio del referéndum del 1 de octubre, en el que una parte del Estado desafiaba a otra parte del mismo Estado, diciéndole que no iba a respetar la legalidad establecida; incumpliendo de hecho y en ese mismo momento la ley?

Que sean cuestiones formales no quita que puedan influir de forma decisiva en la posición de la gente ante la independencia. Particularmente cuando a la imagen ofrecida por las declaraciones más desafiantes y rebeldes de los secesionistas sigue la imagen del silencio del gobierno de la nación, cuando no la del saludo cortés con ocasión de los numerosos actos públicos que ambas partes comparten. Una concatenación de imágenes contradictorias que a los que no entienden la doctrina de que para actuar haya que esperar a que aparezcan efectos legales, confunde y desmoraliza por su absurdidad; pero que a otros conforta por lo que tiene de confirmación de su expectativa de una independencia posible: si Puigdemont puede anunciar el referéndum del 1 de octubre y todo sigue igual, Puigdemont podrá sin duda también organizar y celebrar este referéndum.

El gobierno de la nación ignora los peligros que su cautela genera. En primer lugar, ignora que la política de pasividad, a la vez que disminuye el poder del Estado aumenta la fuerza del movimiento independentista. Frente a la soberbia cada vez más aparente del movimiento secesionista, cada cesión, cada muestra de laxitud en el descargo de las obligaciones del gobernante debilita su poder y refuerza el de su opositor. En segundo lugar, la pasividad concede la iniciativa a los secesionistas. Estamos en una lucha de poder en la que, para los secesionistas, todo vale. Si el gobierno de la nación ha mostrado ya sus cartas al reconocer que no actuará hasta que las acciones comporten efectos legales ¿para qué legislar antes de tiempo? En el extremo, la ley del referéndum puede aprobarse en el último momento, con las urnas y la logística del referéndum totalmente a punto, y con las colas de ciudadanos ya formadas para votar. Por último, es posible que un mayor activismo estatal genere más independentistas, pero la pasividad de la política actual cercena el apoyo de quienes, aun no deseando la independencia, ven con ansiedad que se tolere el protagonismo de quienes claramente quieren separar Cataluña de España.

La falta de garantías del referéndum facilita su presentación al ciudadano como la última oportunidad para ser contado como buen catalán. Una intimación que ya han sufrido los jueces y funcionarios catalanes, y que acabará haciéndose a todo el mundo. En este contexto, la ansiedad de los ciudadanos contrarios a la independencia y el debilitamiento de su apoyo a un gobierno que no parece concernido, puede causar un aumento en la participación del referéndum. Cuanto más cerca del 1 de octubre estemos, mayor será la inestabilidad de la situación y el desconcierto de los ciudadanos, y en la volatilidad del momento lo inesperado puede ocurrir. Si el referéndum se celebra y acaba acreditándose que ha contando con una participación razonable, España tendrá un problema.

Alguien puede creer que lanzar esta predicción, sujeta a tantos condicionantes, es un ejercicio de puro alarmismo. Pero los ciudadanos no son héroes ni tienen la obligación de serlo. Son personas de carne y hueso que quieren vivir en paz y aborrecen la incertidumbre. Son individuos que pueden, en una situación tan inestable como la presente, con la mejor de las voluntades y en salvaguarda de su interés tal como ellos lo perciben, hacer del sueño secesionista una realidad.

Por prudencia, este es el supuesto del que Rajoy debería partir para decidir sus próximos pasos. El riesgo de avivar la llama independentista palidece frente al peligro de llegar a las puertas de un posible referéndum con la duda instalada en la mente de los ciudadanos. Antes, mucho antes del 1 de octubre, y con independencia del curso que tomen las iniciativas legislativas del Parlamento catalán, Rajoy debe convencer a la sociedad española de que este referéndum no se celebrará. Simplemente decirlo, como ha hecho hasta ahora, y a la vez no hacer nada para cambiar las condiciones objetivas de la política catalana, no despeja la incertidumbre. Rajoy no puede seguir ignorando la quiebra del Estado causada por la falta de lealtad institucional del gobierno autonómico catalán. Si esta quiebra no se repara, nada que contemple una descentralización política y económica como la que España ha disfrutado en los últimos cuarenta años es posible. Rajoy tiene ante sí un problema muy difícil y su obligación como presidente del Gobierno es resolverlo, concluye diciendo.



Dibujo de Raquel Marín para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Píldoras literarias] Hoy, con "Urdimbre", de Orlando E. Van Bredam






La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? 


Continúo la serie de Píldoras literarias con el relato titulado Urdimbre, de Orlando E. Van Bredam (1952), escritor, ensayista y docente argentino, catedrático de Teoría Literaria y Literatura Iberoamericana en la Universidad Nacional de Formosa, Argentina. Ha sido incluido en dos antologías nacionales de cuentos en las que destacan sus microrrelatos Las armas que carga el diablo y Desde el pozo. Fue finalista del Premio Clarín Alfaguara de novela. En 2007 ganó el prestigioso Premio Emecé Editores por Teoría del desamparo.


Les dejo con su minirrelato Urdimbre, publicado en La vida te cambia los planes (1994). Tiene diecisiete palabras y dice así: 



—¿Tu marido es celoso? 
—preguntó él.
—Sí. Mi marido es el oso que viene ahí 
-respondió ella.







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[Humor en cápsulas] Para hoy jueves, 7 de septiembre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; Forges, Peridis, Ros, El Roto y Sciammarella  en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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miércoles, 6 de septiembre de 2017

[A vuelapluma] La democracia, según Podemos





Para cualquier observador atento del acontecer político de nuestro país resultará evidente que Podemos, o si lo prefieren ustedes su secretario general, Pablo Iglesias, no pasa por su mejor momento: A la defenestración de la presidenta de la Comisión de Garantías Estatal del partido, se han unido sin solución de continuidad las reuniones, ahora ya no tan secretas con la dirección de Izquierda Republicana de Cataluña (ERC), el silencio sepulcral sobre lo que está ocurriendo en Venezuela y los coqueteos, compañeros de viaje se decía antes, con los independistas catalanes o Bildu. No me caen bien Iglesias y su partido, y supongo que se me nota, pero que le vamos a hacer. 

Tampoco parece que le caigan muy bien a Antonio Elorza, historiador, ensayista y catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, la misma que, casi manu militari,  han regentado durante los últimos años Pablo Iglesias y sus acólitos. 

El buen papa Francisco, comentaba el profesor Elorza hace unos días, ha traído un soplo de humanidad al Vaticano, en la ya lejana estela de Juan XXIII, pero su despliegue de buenas intenciones no se ha visto acompañado con frecuencia ni por el rigor teológico —ahí están su ceguera voluntaria ante el autoritarismo del De servo arbitrio, de Lutero, y ante las diferencias entre la yihad y el proselitismo cristiano—, ni por un compromiso abierto en defensa de la democracia frente a tiranías como la de Raúl Castro en Cuba o la de Nicolás Maduro, en Venezuela. Acompañado en su aproximación a la segunda por el siempre confuso José Luis Rodríguez Zapatero, se limitó a recomendar “diálogo” en un momento en que ese intento mediador implicaba desmovilización de los opositores democráticos, lejos aún del grado de violencia actual. Si entonces Francisco se pronunció, ¿por qué no lo hace ahora ?

Sería deseable esa rectificación, ya que la línea política de Maduro, una vez desmantelado el referéndum revocatorio, no ofrecía dudas, y lógicamente ha ido a parar al autogolpe de Estado de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), a una mortífera represión en la calle y al encarcelamiento de los líderes opositores. Puerta abierta al terror de ambos signos. Al hablar de la ANC suele olvidarse que no estamos solo ante el propósito fraudulento de eliminar la democrática Asamblea Nacional, ganada en las urnas por la oposición, sino de crear un organismo controlado totalmente por el Gobierno. La máscara de una dictadura, catastrófica en lo económico y zafiamente represiva en lo político.

El asunto nos toca de cerca, ya que el chavismo, vía Podemos, forma parte de nuestro paisaje político, y no solo como pieza arqueológica que remite al pasado de sus líderes, sino como base de un proyecto de acción y de control del poder político. Las circunstancias no favorecen ahora un apoyo abierto, pero desde que evitaron formular toda condena al asalto fascista sufrido por la Asamblea opositora, quedó claro que su papel consistía en bloquear la unidad democrática contra Maduro y en servirse de su prensa y de los exabruptos de un fundador exaltado para mantener el cordón umbilical con un sistema político cuya lógica de acción heredan.

Recordemos que el singular banco de pruebas fue la conquista y ejercicio del poder en un espacio universitario. El papel de la violencia fundacional correspondió aquí al famoso boicot a Rosa Díez, ejecutado por una minoría activa, dirigida por los futuros líderes de Podemos, con la pasividad cómplice de la autoridad académica. Aparentemente fue solo un episodio. En realidad, este mostró quien tenía las riendas del poder, mantenido en lo sucesivo mediante el control de los procesos electorales, el juego del palo y la zanahoria, y la anulación de todo discrepante. Un pequeño régimen, donde quedó fuera la dimensión científica.

Porque esta fue la regla de juego establecida por el presidencialismo dictatorial, forjado por Chávez y ahora culminado con Maduro. Las formas de la democracia representativa permanecieron inicialmente, confiando en que como sucedió hasta 2015 el control de los medios, la demagogia populista, y sobre todo la permanente destrucción de imagen de los opositores, las subordinara a la voluntad del Líder. Los derechos individuales fueron manejados a voluntad. Cuando la manipulación falló, con las elecciones a la Asamblea, su supresión es técnicamente inevitable para la supervivencia del sistema. La máscara democrática desaparece.

En el pasado de la izquierda, hubo caídas de Damasco obligadas para acceder a la democracia, caso de la condena del PCE a la invasión soviética de Praga en 1968. “Hemos tenido que decir no”, se plantó entonces Pasionaria ante Brezhnev y Suslov. El comunismo democrático quería ser otra cosa. El silencio cómplice de Podemos es, en cambio, signo inequívoco de coincidencia de fondo con la bazofia seudoprogresista de Maduro.

Para aclarar más las cosas, ahí está la reciente intervención de Pablo Iglesias sobre la Revolución de 1917 ante su huésped boliviano. Con un ejercicio de cinismo e involuntaria transparencia, en abierta exaltación del “genio bolchevique” personificado por Lenin, Iglesias explica que “dotó a los de abajo de los mecanismos para la acción política”, venciendo a “los de arriba”. Así que para nuestro buen maniqueo “acción política” es “ insurrección”. Pero sobre todo, al triunfar esta, los bolcheviques “son capaces de producir orden”. Tiene razón Iglesias: el orden de las checas y del gulag, el terror. Todo un programa político a tener en cuenta, concluye su artículo el profesor Elorza.





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[Humor en cápsulas] Para hoy miércoles, 6 de septiembre de 2016





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; Forges, Peridis, Ros, El Roto y Sciammarella  en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas.




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martes, 5 de septiembre de 2017

[A vuelapluma] Las raíces de la violencia





Las raíces de la violencia en las agresiones de género, el terrorismo supremacista y los ataques yihadistas son un problema cultural y estructural. En el fondo laten las relaciones de poder que separan a hombres y mujeres, a blancos y negros, y a occidentales y musulmanes, dice en un reciente artículo en El País el profesor Enrique Gil Calvo, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

Ahora está casi olvidado porque la onda expansiva del atentado de Barcelona ha tapado cualquier acontecimiento anterior, comienza diciendo. Pero este mismo verano se han sucedido varios fenómenos relativos a la violencia íntimamente asociados. El precedente inmediato fue el atentado de Charlottesville, cuyo asesino empleó idéntico modus operandi que el perpetrado en las Ramblas. Y no era un yihadista musulmán sino un cristiano supremacista blanco. Aquello desató un vendaval mediático provocado por la increíble tolerancia mostrada por Trump. Pero aunque a menor escala local, otro parecido escándalo se produjo en España una semana antes, cuando el presidente canario Fernando Clavijo declaró, al hilo del enésimo feminicidio, que “la violencia machista es un problema de personas individuales”. Pues bien, al margen de la utilización política de esos crímenes por parte de las autoridades, ya sean los gobiernos español y catalán o los presidentes estadounidense y canario, aquí destacaré el hilo conductor de naturaleza sistémica o estructural que vincula entre sí a los tres tipos de terrorismo machista, racista o yihadista.

Lo más corriente es atribuir su causa al fanatismo cultural o al perfil psicológico de autores o víctimas, prescindiendo de otros factores sociales más profundos, entre los que destaca un elemento casi siempre olvidado, como son las relaciones subyacentes de poder. Lo cual equivale a poner la carreta delante de los bueyes, invirtiendo la relación entre causas y consecuencias. Pues estos crímenes no deben explicarse tan solo por los factores individuales o culturales que manifiestan sino por sus raíces estructurales o sistémicas. La causa determinante en última instancia es siempre la insuperable fractura derivada de la desigualdad estructural, en términos de relaciones de poder, que separa a hombres y mujeres, a blancos y negros (o morenos) y a occidentales y musulmanes, por los cuales estos (mujeres, negros y moros) están dominados por aquellos (hombres blancos occidentales).

Analicemos el caso de la pandemia feminicida. Para Clavijo, los crímenes misóginos no tienen causas sociales pues sólo serían una fortuita coincidencia de casos singulares desconectados entre sí. Ahora bien, si esta errónea presunción resulta preocupante es porque inspira no sólo a ciertos cargos públicos como el citado sino a las demás instituciones encargadas de perseguir la violencia criminal. Así ocurre con el Ministerio del Interior, que ha patrocinado oficialmente una macroinvestigación universitaria sobre la violencia de género dirigida por catedráticos masculinos de criminología que sólo utilizan el individualismo metodológico como perspectiva investigadora. Y este reduccionismo criminológico no sólo es ineficaz para explicar la prevalencia de las epidemias sociales sino que además contradice la filosofía sistémica que inspira la vigente Ley contra la Violencia de Género de 2004, expresamente confirmada por el Tribunal Constitucional.

Pero en el caso de la violencia supremacista o yihadista ocurre lo mismo. Los asesinos matan como agentes individuales y lo hacen movidos por razones personales, como no podía ser de otro modo. Es decir, que quien mata no es la misoginia, la xenofobia ni el islam sino los machistas, los racistas, los misóginos. Pero para explicar las causas y la prevalencia de sus crímenes hay que elevarse por encima del reduccionismo individual, buscando factores sociales más amplios. La violencia de género y el terrorismo supremacista o yihadista son un problema no sólo individual sino además cultural y estructural. Por tanto, para contenerla no basta con procesar y tratar a sus agentes individuales, los machistas xenófobos y fanáticos. Eso es condición necesaria pero no suficiente, pues además hace falta intervenir sobre la realidad social, combatiendo tanto los prejuicios culturales como sobre todo la injusta desigualdad institucional.

Si racistas y misóginos matan es en defensa de su propia supremacía que creen amenazada por la progresiva emancipación de las mujeres o las minorías raciales sometidas a su poder. Los hombres acosan, maltratan, violan y matan porque pueden y se creen con derecho a ello, ya que ocupan posiciones revestidas de poder sobre mujeres y migrantes. Víctimas estas que a su vez son acosadas, excluidas, maltratadas, violadas y asesinadas porque no tienen más alternativa que adaptarse a un sistema que las discrimina y las segrega, asignándolas a posiciones inferiores sometidas al poder institucional de los hombres que las rodean. Y en el caso del yihadismo ocurre lo mismo pero a la inversa, pues los muyahidines atentan, masacran y se suicidan para dar testimonio de la barrera excluyente que los segrega y discrimina, en contra de los sagrados valores de libertad igualdad y fraternidad que los occidentales profesamos de boquilla pero contradecimos en la práctica, al mantener y reforzar esas barreras del apartheid supremacista occidental encargado a nuestras instituciones (la doble red público/privada escolar, sanitaria y laboral) o a sus élites neocoloniales subalternas (las monarquías feudales y las dictaduras militares a nuestro servicio) que nos protegen de su presunta amenaza.

Por eso de poco sirve la judicialización individual del problema mientras no se toquen las causas estructurales e institucionales que lo hacen posible. Esa es la razón principal que explica el fracaso de la ley de Violencia de Género de 2004, que si bien en su preámbulo reconoce que se trata de un problema sistémico y estructural, sin embargo en su tratamiento lo reduce a un enfoque judicial y criminológico. Un encuadre individualizador condicionado además a la previa denuncia de las víctimas, lo que en la práctica implica responsabilizarlas de su propia victimación. Y esto, unido a la exclusiva tipificación de los crímenes de pareja (el uxoricidio) como la única violencia de género reconocida, dejando fuera de la ley a todas las demás formas de agresión contra la mujer (acoso, violación, trata, prostitución, etc.), determinó el frustrante desarrollo de la ley. Menos mal que ahora se ha logrado un cierto consenso en torno a la necesidad de reformarla, dando lugar al reciente Pacto de Estado aprobado en el Congreso.

Pero no sin problemas, incluidos los semánticos. Ante todo, se perpetúa la discriminación entre dos formas de violencia contra la mujer, según haya relación de pareja, o no, entre víctima y perpetrador. Contra esta injusta discriminación resulta urgente ampliar el tipo penal para que proteja no sólo a las mujeres privatizadas, propiedad de sus parejas actuales o pasadas, sino también a las mujeres libres y emancipadas sin emparejar, a las que la ley actual ignora dejándolas a su suerte. Y además hay que mantener el concepto de violencia de género frente al eufemismo de violencia machista, para subrayar que estamos ante un problema no tanto cultural como estructural. Pues lo que mata no es el machismo (como tampoco mata el racismo o el islam) sino el género: es decir, la exclusión por sistema de la mujer (o del moro, el negro o el moreno) por el simple hecho de serlo, concluye diciendo.



Dibujo de Eva Vázquez para El País


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[Un clásico de vez en cuando] Hoy, con "Los siete contra Tebas", de Esquilo






En la mitología griega, Melpómene (en griego Μελπομένη "La melodiosa") es una de las dos Musas del teatro. Inicialmente era la Musa del Canto, de la armonía musical, pero pasó a ser la Musa de la Tragedia como es actualmente reconocida. Melpómene era hija de Zeus y Mnemósine. Asociada a Dioniso, inspira la tragedia, se la representa ricamente vestida, grave el continente y severa la mirada, generalmente lleva en la mano una máscara trágica como su principal atributo, en otras ocasiones empuña un cetro o una corona de pámpanos, o bien un puñal ensangrentado. Va coronada con una diadema y está calzada de coturnos. También se la representa apoyada sobre una maza para indicar que la tragedia es un arte muy difícil que exige un genio privilegiado y una imaginación vigorosa. Un mito cuenta que Melpómene tenía todas las riquezas que podía tener una mujer, la belleza, el dinero, los hombres, solo que teniéndolo todo no podía ser feliz, es lo que lleva al verdadero drama de la vida, tener todo no es suficiente para ser feliz.

Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar a los clásicos, de manera especial a los griegos, y de traerlos a colación a menudo. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso de la Historia y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.

Continúo la sección de Un clásico de vez en cuando trayendo hoy al blog la tragedia de Esquilo titulada Los siete contra TebasPueden leerla en el enlace inmediatamente anterior, y  ver si lo desean, desde este otro enlace o al final de la entrada, un vídeo con la presentación de la obra por el grupo de teatro venezolano Prosopon et Ius. 

Esquilo (525-456 a.C.) fue predecesor de Sófocles y Eurípides, y está considerado como el primer gran representante de la tragedia griega. Nació en Eleusis, Ática, lugar en el que se celebraban los misterios de Eleusis. Pertenecía a una noble y rica familia de terratenientes. En su juventud fue testigo del fin de la tiranía de los Pisistrátidas en Atenas. Fue uno de los «Maratonómaco»; luchó en las guerras contra los persas y en las batallas de Maratón, Salamina y Platea. Algunas de sus obras, como Los persas o Los siete contra Tebas, son producto de sus experiencias de guerra. Fue también testigo del desarrollo de la democracia ateniense. En Las suplicantes (463 a. C.), puede detectarse la primera referencia que se hace acerca del poder del pueblo, y la representación de la creación del Areópago, tribunal encargado de juzgar a los homicidas. En Las euménides, poya la reforma de Efialtes y la transferencia de los poderes políticos del Areópago al Consejo de los Quinientos.

De la importancia de su obra da fe el hecho de que se permitiera que fueran representadas en el agón («certamen») en los años posteriores a su muerte, junto a las de los dramaturgos vivos. Sólo se conservan siete piezas, seis de ellas premiadas, y fragmentos de otras tantas.

Esquilo compuso la obra hacia el año 467 a. C., obteniendo con ella el primer puesto en la Fiesta de las Dionisias de aquel año. Formaba parte de una tetralogía compuesta por las tragedias Layo y Edipo, y el drama satírico Esfinge, todas ellas perdidas.

La acción se desarrolla dentro de la ciudad de Tebas durante el asedio del ejército argivo a la ciudad, a causa de la negativa de Eteocles de ceder su turno para reinar en la ciudad que había pactado con su hermano Polinices, a los que su padre, Edipo, había maldecido. Un mensajero informa a Eteocles de que los siete caudillos argivos se han juramentado para destruir la ciudad o morir en el intento, echando a suertes la puerta de Tebas que cada uno atacaría. Polinices será el que ataque la séptima puerta y pide a gritos poder luchar contra su propio hermano para matarlo o desterrarlo tras vencerlo. Eteocles decide enfrentarse personalmente a su hermano. Tras la batalla, que han ganado los tebanos, Eteocles y Polinices han perecido en el combate, dándose muerte mutuamente. Los magistrados tebanos ordenan que Eteocles sea enterrado con los debidos ritos, pero que a Polinices debe dejársele insepulto y sin honores, a lo que Antígona, hermana de ambos, manifiesta su propósito de desobedecer la orden y dar también sepultura a Polinices.






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[Humor en cápsulas] Para hoy martes, 5 de septiembre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; Forges, Peridis, Ros, El Roto y Sciammarella en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 




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