martes, 15 de marzo de 2016

[Píldoras literarias] "Rosas", de Alejandra Basualto






La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? Ustedes deciden. 

Continúo hoy la serie Píldoras literarias con el relato titulado Rosas, de Alejandra Basualto (1944). Poeta y narradora chilena. Dirige la Editorial La Trastienda desde 1988.  Ha conducido talleres literarios de poesía y narrativa en la Universidad de Chile. Profesora en la Humboldt State University estadounidense (2000-2006). Traducida al inglés, francés, italiano y danés, y publicada en antologías en Chile, Estados Unidos, Canadá, México, España, Francia, Italia y Dinamarca.


Su relato, incluido en la obra La mujer de yeso (1988), tiene veintiocho palabras, y dice así:



***

ROSAS



Soñabas con rosas envueltas en papel de seda
para tus aniversarios de boda, 
pero él jamás te las dio. 
Ahora te las lleva todos los domingos al panteón.


***


Alejandra Basualto


***




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt



Entrada núm. 2644
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[Reedición] A extramuros de la literatura





"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican diariamente y conservan su título, fecha y numeración original. Disfrútenla de nuevo si lo desean.

*** 

No soy un lector exquisito. Por el contrario, tengo y reconozco gravísimas carencias lectoras de buena literatura. Por ejemplo, no puedo con los clásicos rusos... Y la novela realista de finales del XIX me pone de los nervios. Mi primer libro fue "La isla del tesoro", regalo de mis abuelos maternos. Y a los diez años me leía las novelas de Marcial Lafuente Estefanía como se fabrican churros: a una por hora y tres o cuatro al día... A las cuatro o cinco páginas ya era capaz de adivinar cual de los personajes era el bueno, quién el malo, la chica que iba a morir, la que se casaba con el bueno...

Con el tiempo, los años, la edad, más lecturas y más discriminadas, se me fue depurando el gusto literario, si es que eso no es una perogrullada, que no estoy muy seguro de que no lo sea... En términos generales soy más lector de ensayo que de ficción, pero no desdeño ni mucho menos las novelas, Y en esas estamos. 

Nunca fui un lector compulsivo, al estilo de "todo vale", aunque leía de treinta a cuarenta libros al año, académicos aparte. Ahora selecciono muchísimo mis lecturas, porque con el poco tiempo que me queda no quiero perderlo leyendo tonterías. Por ejemplo, no leo los Premios Planeta, sobre todo los de los últimos años. Me mosquean los "superventas", y desconfío de todo lo que se exhiba en los anaqueles de las "grandes superficies" rotulados del "Uno" al "Diez"...

Me encantó el artículo que hace unos años escribió en El País Antonio Muñoz Molina sobre buena y mala literatura, sobre escritores integrados y apocalípticos, citando los ejemplos de Carlos Ruiz Zafón, al que clasificaba entre los "integrados" y de Juan Goytisolo, al que encuadraba entre los "apocalípticos".

Y sobre escritores malditos, o maldecidos, recuerdo haber leído también un magnífico artículo del editor y crítico literario Constantino Bértolo titulado "El juego de la silla y la literatura de la transición", sobre el escritor José Antonio Gabriel y Galán y su "Diario, 1980-1993" (Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2007). Lo publicaba Revista de Libros en la primavera de 2008, y reproduzco algunos fragmentos del "Diario" citados por el comentarista: "La crítica me trató bien en general, pero no sabía dónde situarme, yo era fronterizo. No entraba en las listas generacionales, ni en las recopilaciones críticas". O esta otra, bastante triste: "A mi me emparejaron con Félix de Azúa: él representaba la belleza y yo el compromiso. Malentendidos semejantes fueron institucionalizándose. Se creó una atmósfera poco grata..." Y por último, este demoledor fragmento que rezuma ¿rencor, menosprecio?: "El mundo es un inmenso desierto por el que no cruza la sombra de ningún escritor español, si exceptuamos a Lorca, que se permite el lujo de ir en camello y descansar en los oasis. Sólo existe él, todo para él, nada para los demás, del marqués de Santillana a nuestros días. En nombre del marqués, de Quevedo y de Luis Cernuda, por ejemplo, grítese el resentimiento, reclámese la justicia".

De Carlos Ruiz Zafón sólo he leido "La sombra del viento". Y con ella me sobra para no volver a leerle. Tengo mucho más claro lo que no me gusta que lo que sí, y aunque nunca se puede saber a priori lo que te vas a encontrar, la veteranía es un grado, como se decía en la extinta mili... No es un juicio de valor, ni literario, ni estético, ni de ningún tipo: simplemente no me gustó. Y lo mismo me pasó con el otro gran superventas español: "La Catedral del Mar", de Ildefonso Falcones. Y aunque la esperanza es lo último que se pierde, prefiero no probar de nuevo con ninguno de los dos. De Juan Goytisolo he leido "Crónicas sarracinas""Makbara" y "Reivindicación del Conde don Julián". Desde luego, si tuviera que elegir entre ellos, me quedo con Goytisolo...

Junto al artículo de Muñoz Molina he rescatado de la hemeroteca una entrevista que Carles Geli le hizo a Carlos Ruiz Zafón en Revista de Libros, y dos artículos de Juan Goytisolo en El País, llenos de sarcasmo sobre los "superventas" y la la obra de escritores como Ruiz Zafón o Dan Brown, el autor de "El Código da Vinci" o la detestable (el juicio es mío) "Ángeles y demonios". 

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt










Entrada 2246
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)
Publicada originariamente con fecha 15 de mayo de 2015

lunes, 14 de marzo de 2016

[A vuelapluma] Glosa, comentario, reseña, crítica. ¿Términos sinónimos?




"Apolo y las Musas", de Bertel Thorvaldsen (1770-1844)


Desde que comenzó la andadura de este blog, va ya para diez años, he tenido claro lo que pretendía con él: trasladar al posible lector del mismo el pensamiento y la palabra escrita de otros, de los que tienen algo que decir y que enseñarnos, y que mi aportación a lo sumo iba a ser la de glosar, reseñar, comentar o criticar, con mayor o peor fortuna, lo dicho por ellos. 

En realidad nunca he tenido muy claro cual era la diferencia real de matices, (aunque reconozco que son los matices quienes marcan las diferencias), entre unos términos y otros. Hasta ahora... Porque gracias a un hermoso artículo en Revista de Libros de José Antonio de Ory, escritor, diplomático de carrera y profesor, he percibido por fin, o al menos eso creo yo, la diferencia conceptual entre ellos. 

Dice de Ory en el artículo citado, "¿Crítica? ¿Qué crítica?", que le gustan las polémicas culturales, las literarias sobre todo, porque suelen venir mejor escritas de casa que las otras, y porque no son frecuentes en España. Y todo ello, a cuenta de una crítica realizada por un conocido crítico literario a un libro de poemas, que provocó una abrumadora avalancha de comentarios online a favor y en contra del crítico. La pueden leer en este enlace, si lo desean, pero no insisto en ella porque no es sino la excusa que me ha dado pie para este entrada: la diferencia entre comentario, reseña y crítica, y por supuesto, el significado de lo que es y representa la crítica literaria y de la función que cumple.

José Antonio de Ory deja explícita la falta de tradición española de verdadera crítica literaria, aquélla donde el crítico entra en profundidad en lo que reseña, dice lo que le gusta o no le gusta y explica por qué. En nuestra tradición, dice, confundimos crítica con reseña o recensión. Puede contener muchos aspectos una reseña, enfocarse desde muchos puntos de vista: resumir lo leído, relacionar la obra con la trayectoria de su autor, situarla en la historia de la literatura y buscar intertextualidades, poner su contenido en contexto histórico, analizar el estilo (hay reseñistas a los que les gusta revelar erratas y faltas de sintaxis u ortografía, quizá para demostrar –supuestamente– que han leído el libro). Lo que no es poco, desde luego, y es aportación fundamental para que se mueva la maquinaria literaria: cómo saber si no qué se publica, cómo estar enterado de las novedades. Hay muy buenos críticos en nuestros suplementos culturales que hacen muy bien todo eso, añade, pero hay dos elementos fundamentales en el salto de la reseña a la verdadera crítica. Por una parte, la profundidad del análisis y la voluntad del autor de emitir un juicio de valor sobre esa combinación de contenido y factura que componen la novela, el poemario, el ensayo: la obra de creación, en definitiva, de que se ocupa. Voluntad que supone, desde luego, la disposición a decir lo que no ha gustado, señalar lo negativo, denostar si hace falta, y hasta "cargarse" o "destrozar" un libro.

Es esa la crítica que no ha florecido de manera suficiente en nuestros suplementos culturales, sigue diciendo, y en los diarios, ni hablemos. Pero con esto no basta, añade. La crítica verdadera no lo es sólo por su contenido, la capacidad de análisis, el buen criterio (el juicio crítico) y la disposición a verter comentarios negativos si hace falta, sino también por quién la hace. Tan importante es el quién como el qué. Ese juicio de valor es personal, implica por completo al crítico, que basa el peso y la relevancia de su opinión en su prestigio y construye éste, a su vez, sobre su honestidad y coherencia de criterio. La reseña crítica, para ser válida, ética y útil debe tener como elementos clave la coherencia, la continuidad y la independencia del crítico.

Recensiones y reseñas pueden encargarse, continúa diciendo. No digo que al primero que pase por ahí, pero casi. Revistas y suplementos hechos a partir de reseñas hay muchos; mejores y peores, pero muchos. No es difícil hacerlas, y ya digo que hay muchas maneras de enfocarlas y de salir, por tanto, airoso. Ahora bien, añade, si la publicación puede encargar la lectura y reseña de un libro (una exposición, una obra dramática, un concierto...) a un crítico o a otro, o aceptar la que venga de un espontáneo mejor o peor intencionado, la parcialidad se vuelve cuestionable, podrá cuestionarse si la elección se ha hecho bien o no se habrá encargado a alguien demasiado cercano al autor, o, por el contrario, con particular animadversión, a alguien que le debe algo o que se la tiene jurada, a un poeta cómplice o de la corriente opuesta. 

La crítica, por benévola o dura que sea, es éticamente válida y defendible cuando el crítico es alguien con prestigio reconocido en su materia y suficiente conocimiento de lo que habla; mantiene una permanencia constante en su puesto, o al menos en su línea de trabajo; es él mismo quien escoge qué reseña y con qué criterio enfoca su análisis; y tiene voluntad canónica, es decir, de cubrir la mayor parte posible de lo que sucede en su "circunscripción". 

Mario Vargas Llosa o Antonio Muñoz Molina, dice, publican con frecuencia excelentes artículos sobre libros que han leído. Son buenos lectores, sobra decirlo, y con gran criterio, por lo que sus artículos son notables, y sus recomendaciones, útiles y acertadas. Pero no es crítica lo que hacen, ni mucho menos, porque no hay esa continuidad y esa voluntad de abarcar.

La coherencia y continuidad de una línea crítica y la independencia en la selección actúan como un cuchillo de dos filos: por una parte, imponen respeto hacia lo escrito y evitan suspicacias. La crítica comparte la naturaleza del ensayo, añade. El ensayo no dice "Esto es así"; dice "Yo esto lo veo así". Puede estarse por ello en desacuerdo, pero no cabe, en puridad, hablar de equivocación. Lo mismo pasa con la crítica. El crítico dice "Esto es lo que a mí me ha parecido", y su opinión importa en tanto que es la suya. Por eso la lectura de una crítica nos dice a menudo tanto del crítico como del reseñado. 

Independencia de juicio, permanencia, seriedad y coherencia de criterio, capacidad de elegir y voluntad canónica hacen, en definitiva, la verdadera crítica, concluye diciendo. 

En todo caso, y volviendo al comienzo de la entrada, reiterarles mi convencimiento de que lo verdaderamente interesante de este blog no es lo que en él escribe su autor sino lo que escriben aquellos a los que él remite.


José Antonio de Ory



Espero que la hayan disfrutado. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt



Entrada núm. 2643
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[Reedición] Hoy, "Una cierta idea de Europa"




9 de mayo, Día de Europa



"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican diariamente y conservan su título, fecha y numeración original. Disfrútenla de nuevo si lo desean.

*** 

Cuando en una agenda o en un calendario, junto a la fecha del 9 de mayo aparece la mención de "Día de Europa", quizá deberíamos preguntarnos que sucedió ese día y en qué año. Muy pocos ciudadanos europeos saben que el 9 de mayo de 1950, justo el mismo día en que se cumplían cinco años del final de la guerra en Europa, nacía la Europa comunitaria, en un momento -es importante recordarlo- en el que la amenaza de una tercera guerra mundial se cernía sobre Europa.

En esa fecha, en París, se convocó a la prensa a las 6 de la tarde en el Salón del Reloj del Ministerio de Asuntos Exteriores en el Quai d'Orsay porque se iba a hacer pública una "comunicación de la mayor importancia". Las primeras líneas de la Declaración del 9 de mayo de 1950, redactada por Jean Monnet y comentada y leída ante la prensa por Robert Schuman, Ministro francés de Asuntos Exteriores, expresan claramente la ambiciosa magnitud de la propuesta.

"La paz mundial sólo puede salvaguardarse mediante esfuerzos creadores proporcionados a los peligros que la amenazan". "Con la puesta en común de las producciones de base y la creación de una Alta Autoridad cuyas decisiones vinculen a Francia, Alemania y los países que se adhieran a ella, esta propuesta establecerá los cimientos concretos de una federación europea indispensable para el mantenimiento de la paz".

Se proponía crear una institución europea supranacional encargada de administrar las materias primas que en aquella época eran la base de toda potencia militar: el carbón y el acero. Ahora bien, los países que iban a renunciar de esta forma a la propiedad estrictamente nacional de la "columna vertebral de la guerra" apenas acababan de salir de un espantoso conflicto bélico que había dejado tras de sí innumerables ruinas materiales y, sobre todo, morales: odios, rencores, prejuicios, etc.

Todo empezó ese día y, por eso, en la Cumbre de Milán de 1985 los Jefes de Estado y de gobierno decidieron celebrar el 9 de mayo como el "Día de Europa".

Todos los países que deciden democráticamente adherirse a la Unión Europea adoptan los valores de paz y solidaridad que son la piedra angular de la construcción comunitaria.

Estos valores se hacen realidad a través del desarrollo económico y social y del equilibrio medioambiental y regional, únicos mecanismos capaces de garantizar un nivel de calidad de vida equitativo para todos los ciudadanos.

Europa, como conjunto de pueblos conscientes de pertenecer a una misma entidad y de tener culturas análogas o complementarias, existe desde hace siglos. Sin embargo, a falta de reglas o instituciones comunes, esta consciencia de ser una unidad fundamental nunca logró evitar los desastres. Incluso en nuestros días, algunos países que no forman parte de la Unión Europea siguen estando expuestos a espantosas tragedias.

Como cualquier obra humana de esta envergadura, la integración de Europa no puede conseguirse ni en un día ni en unas décadas. Hay todavía vacíos e imperfecciones evidentes. Es tan innovadora esta empresa esbozada nada más acabar la segunda guerra mundial! Las que en siglos pasados pudieran parecer tentativas de unión no eran en realidad sino el fruto de la victoria de unos sobre otros. Eran construcciones que no podían durar, porque los vencidos sólo tenían una única aspiración: recuperar su autonomía.

Ahora ambicionamos algo muy diferente: construir una Europa que respete la libertad y la identidad de cada uno de los pueblos que la integran, dirigida en común siguiendo el principio de "lo que puede hacerse mejor en común, debe hacerse así". Sólo la unión de los pueblos podrá garantizar a Europa el control de su destino y su proyección en el mundo entero.

La Unión Europea debe mantenerse a la escucha y al servicio de los ciudadanos y los ciudadanos, a la vez que conservan su especificidad, sus hábitos y costumbres y su idioma, deben sentirse "en casa" y poder circular con plena libertad por esta patria europea. 

Comparto con el profesor José Ignacio Torreblanca su criterio de que hoy, Europa, es la única idea posible. Para bien o para mal, es la única opción de futuro. Todo lo demás es el abismo. Y como digo en la presentación de este, mi blog, mi anhelo y mayor esperanza es la de saber a mis nietos ciudadanos plenos de los Estados Unidos de Europa, patria común de todos los europeos.

Por cierto, yo fui concebido tal día como hoy de hace setenta años. Sería para celebrar la paz, quiero suponer...

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt










http://europa.eu/abc/symbols/emblem/images/europ_flag/jaune.jpg




Entrada núm. 2228
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)
Publicada originariamente el día 9 de mayo de 2015

domingo, 13 de marzo de 2016

[Humor en domingo] Hoy, sin palabras, por descanso del personal. Con viñetas de El Roto





Espero que las disfruten. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt



Entrada núm. 2642
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[Reedición] Juego de tronos: Una metáfora de la política española



Daenerys Targaryen y sus Inmaculados



"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican diariamente y conservan su título, fecha y numeración original. Disfrútenla de nuevo si lo desean.

***

Permítanme, por favor, antes de entrar en materia, una pequeña fabulación basada muy libremente en la afamada serie televisiva "Juego de Tronos", basada a su vez, ignoro si libremente o no porque no la he leído, en la novela Canción de Hielo y Fuego del escritor estadounidense George R.R. Martin. He visto de un tirón las  tres primeras temporadas, así que lamento profundamente estar un poco retrasado en el desarrollo de la trama y que mi fabulación política al respecto se vaya a quedar un poco corta. En todo caso, para lo que pretendo, creo que voy sobrado de inspiración. Y lamento también no compartir el juicio del señor Monedero de que prefiere Galeano a "Juego de Tronos". Pienso, sinceramente, que el señor Monedero, en su purismo ideológico, se equivoca. Como casi todos los puristas, en todo. Dicho sea de paso... 

Al final de la tercera temporada de "Juego de Tronos", los Inmaculados, al mando de la indomable Daenerys Targaryen, y los Pueblos Libres, dirigidos a su vez por Mance Ryder, se aprestan a dar batalla a dos de los más poderosos señores de los Siete Reinos: los Lannister y los Stark. 

Simplificando mucho, y que los dioses me perdone el atrevimiento, yo diría que los Inmaculados y los Pueblos Libres son respectivamente, en la política española de este agitado año electoral de 2015, Ciudadanos y Podemos. Los dos, es decir, Inmaculados y Pueblos Libres, están y se creen libres de polvo y paja en la corrupta y convulsa situación de guerra civil entre las familias que cortan el bacalao en los Siete Reinos. Simplificando de nuevo, porque la verdad es que hay más familias en juego, podemos poner de teloneros a los Baratheon (IU), los Tyrell (UPyD) y los Greyjoy (nacionalistas varios), así que, sigo simplificando, los que cortan el bacalao de verdad de la buena, son los Stark (PSOE) y los Lannister (PP), estos últimos bajo el mando, teórico, del simplón y cruel  rey Joffrey Baratheon (Mariano Rajoy) que en realidad es un incestuoso Lannister por parte de mamá y papá, aunque el que manda de verdad es su abuelo Tywyn Lannister (los Poderes Fácticos).

Los Inmaculados de Daenerys Targaryen (Albert Rivera) y los Pueblos Libres de Mance Ryder (Pablo Iglesias), se enfrentan a los Stark (descabezados en la serie al final de la tercera temporada, así que tendremos que encarnar a su único vástago varón vivo, Jon Nieve -ilegítimo, dicho sea de paso- en Pedro Sánchez) y los Lannister, los auténticos malos de la peli (encarnados, de momento, y por necesidades del guión, en Mariano Rajoy).

Inmaculados y Pueblos Libres (Ciudadanos y Podemos) han ganado prestigio en sus primeras escaramuzas (elecciones al parlamento europeo y al andaluz), pero a la hora de enfrentarse a decisiones estratégicas (derrocar a los Lannister) prefieren hacer tactismo puro y duro, jodiendo a los únicos que podrían ser sus aliados naturales, los Stark (PSOE), en lugar de enfrentarse unidos a los Lannister (PP). ¿Por qué? Pues no lo sé, la verdad, yo solo soy un aprendiz de fabulador y no un teórico político, aunque en la intimidad, y sin mayor fundamento, presuma de ello. 

Y ahora vamos con un poco de digresión teórico-política, de la mano de un gran estudioso de las ciencias sociales.  No es obligatorio leerla porque es un poco extensa, pero les aseguro que merece la pena y les ayudará a comprender la fábula anterior en todas sus complejidades.

¿Puede y debe hablarse hoy de izquierdas y derechas en el seno de la política democrática? Y en caso de que fuera así ¿cómo definir en la época actual esos términos? Esas fueron las preguntas que hace veinte años le hicieron al filósofo italiano Norberto Bobbio (1909-2004), profesor de filosofía en la universidad de Turín y senador vitalicio de la república italiana, a la par que uno de los más grandes pensadores políticos contemporáneos, a las que él respondió con la nitidez y pedagogía de un gran maestro y gran ciudadano en su libro "Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política" (Taurus, Madrid, 1995). 

Frente al fascismo y al nazismo, dice en su libro citado, hubo que comportarse como extremistas, escogiendo entre resignarse y resistir. Y no dudo que fueron los extremistas entonces los que llevaron la razón. Pero en una sociedad democrática -añade- y pluralista, donde existen varios grupos en libre competición, con reglas de juego que deben ser respetadas, mi convicción es que tienen mayor posibilidades de éxito los moderados. Guste o no guste -continúa más adelante- las democracias suelen favorecer a los moderados y castigar a los extremistas. Se podría también sostener que es un mal que así ocurra. Pero si queremos hacer política, y estamos obligados a hacerla según las reglas de la democracia, debemos tener en cuenta los resultados que este juego favorece. Quien quiere hacer política día a día debe adaptarse a la regla principal de la democracia: la de moderar los tonos cuando ello es necesario para obtener un fin, el llegar a pactar con el adversario, el aceptar el compromiso cuando este no sea humillante y cuando sea el único medio de obtener algunos resultados. 

Siempre he dado al término izquierda -dice Bobbio- una connotación positiva, incluso ahora que está siendo cada vez más atacada, y al término derecha una connotación negativa, a pesar de estar hoy revalorizada". Para Bobbio -dice el profesor Joaquín Estefanía en la introducción del libro- la parte central de su pensamiento político fue la distinción esencial entre derecha e izquierda, que no es otra que la diferente actitud que las dos partes muestran sistemáticamente frente a la idea de igualdad. 

Si para la izquierda la igualdad es el fin de toda política, la libertad es el medio de toda política de izquierdas. De la conjunción entre libertad e igualdad extrae el filósofo italiano un espectro político de cuatro categorías: a) La extrema izquierda jacobinista de los movimientos y doctrinas a la vez igualitarios y autoritarios. b) El centro-izquierda del socialismo liberal y la socialdemocracia, de movimientos y doctrinas liberales y a la vez igualitarios. c) El centro-derecha de los partidos conservadores, de movimientos y doctrinas liberales y a la vez desigualitarios. d) La extrema derecha: fascismo y nazismo, de movimientos y doctrinas a la vez antiliberales y antigualitarios.

La distinción entre izquierda y derecha sigue siendo válida hoy día. Y no solo ha existido una izquierda comunista -dice Bobbio-, ha existido también una izquierda, y todavía existe, dentro del horizonte capitalista. La distinción tiene una larga historia que va más allá de la contraposición entre capitalismo y comunismo. Existe todavía y no solo, como ha dicho alguien en broma, en las señales de tráfico, concluye Bobbio. 

¿Es verdad o no es verdad -se pregunta- que lo primero que nos planteamos cuando intercambiamos opinión sobre un político es si es de derechas o de izquierdas? La pregunta tiene sentido, dice, y desde luego entre las posibles respuestas está también la de que el personaje en cuestión no sea ni de derechas ni de izquierdas. ¿Pero como es posible -añade- no darse cuenta de que la respuesta "ni sí ni no" solo es posible si los términos "izquierda" y "derecha" tienen un sentido y quien plantea la pregunta y quien la contesta saben, aunque sea vagamente, cuál es? ¿Cómo se puede opinar sobre si un objeto es blanco o negro si no tenemos la menor idea sobre la diferencia entre los dos colores?

Mientras existan hombres cuyo empeño político sea movido por un profundo sentido de insatisfacción y de sufrimiento frente a las iniquidades de las sociedades contemporáneas -afirma Bobbio-, hoy quizá de una manera menos combativa que en épocas pasadas, se mantendrán vivos los ideales que han marcado desde hace más de un siglo todas las izquierdas de la historia. 

Hay quien ha sostenido -dice más adelante- que el rasgo característico de la izquierda es la no violencia; que la renuncia a utilizar la violencia para conquistar y ejercer el poder es lo que caracteriza al método democrático en política. Por eso, y para justificar el lugar que los valores supremos de la igualdad y la libertad han jugado en la historia política de Europa en el siglo XX, valores que siguen más vigentes que nunca, dice Bobbio, se animó a escribir el libro. 

Derecha e izquierda, dice, son términos antitéticos, recíprocamente exclusivos y conjuntamente exhaustivos: exclusivos, añade, en el sentido de que ninguna doctrina ni ningún movimiento pueden ser al mismo tiempo de derechas o de izquierdas; exhaustivos, porque una doctrina o movimiento únicamente puede ser de derechas o de izquierdas. 

No existe disciplina alguna, continúa, que no esté dominada por alguna diada omnicomprensiva: en sociología, la de sociedad-comunidad; en economía, la de mercado-planificación; en derecho, entre lo privado y lo público; en filosofía entre trascendencia-inmanencia; y en política, entre derecha e izquierda, que si bien no es la única, dice, si es cierto que podemos encontrarla en todas partes.

En estos últimos años, añade, se ha venido diciendo repetidamente, hasta convertirse en un lugar común, que la distinción entre izquierda y derecha ya no tiene razón alguna para seguir utilizándose. En el origen de esos planteamientos se encontraría, dice, la llamada crisis de las ideologías. Pero las ideologías están más vivas que nunca. Las ideologías del pasado han sido sustituidas por otras nuevas, o que pretenden pasar por nuevas. El árbol de las ideologías siempre está reverdeciendo, y tal y como ha quedado demostrado en muchas ocasiones, continúa, no hay nada más cargado de ideología que afirmar que las ideologías están en crisis. Y quien diga que no es ni de izquierdas ni de derechas es siempre de derechas.

En todo caso, dice, reducir la diferencia entre izquierda y derecha a la pura expresión de pensamiento ideológico sería una simplificación injusta, pues también ambos conceptos implican programas contrapuestos respecto a muchos problemas. Contraste, pues, no solo de ideas, sino también de intereses y valoraciones, concluye. 

Las opiniones políticas no se discuten, dice Bobbio, se aceptan o se niegan, sin más. Conviene tenerlo claro, añade, porque cuando hablamos de contraposición entre extremismo y moderación estamos planteando sobre todo una cuestión de método; pero cuando hablamos de los valores de la derecha o la izquierda estamos planteando sobre todo una cuestión de fines. 

Y cuando lo hacemos de igualitarismo -dice más adelante-, o sea, de la nivelación de toda diferencia, hablamos de un límite extremo de la izquierda que es más ideal que real. La igualdad de la que habla la izquierda es casi siempre una igualdad "secundum quid" (es decir, una igualdad respecto a algo), pero nunca es una igualdad absoluta. 

Los conceptos de "derecha" e "izquierda", continúa diciendo, no son conceptos absolutos. Son conceptos relativos. No son conceptos sustantivos y ontológicos. No son calidades intrínsecas del universo político. Son "lugares" del espacio político que pueden designar diferentes contenidos según los tiempos y las situaciones. De ahí, añade, que el hecho de que derechas e izquierdas presenten una oposición quiera decir simplemente que no se puede ser al mismo tiempo de derecha y de izquierda. Pero no quiere decir nada sobre el contenido de las dos partes contrapuestas, por lo cual el extremismo de izquierdas traslada la izquierda a la derecha, y el extremismo de derechas traslada la derecha a la izquierda. 

El criterio más frecuentemente adoptado para distinguir la derecha de la izquierda, sigue diciendo, es de la diferente actitud que asumen los hombres que viven en sociedad frente al ideal de la igualdad, ideal este que es junto al de la libertad y la paz uno de los fines últimos que se proponen alcanzar y por cuales están dispuestos a luchar. Es por eso que el concepto de igualdad es relativo, no absoluto. Es relativo por lo menos en tres variables: a) los sujetos entre los cuales nos proponemos repartir los bienes o gravámenes; b) los bienes o gravámenes que repartir; y c) el criterio por el cual repartirlos. O lo que es lo mismo: igualdad sí, pero ¿entre quién, ¿en qué?, ¿basándose en qué criterio?

Estas premisas son necesarias porque cuando se dice que la izquierda es igualitaria y la derecha no -añade Bobbio-, no se quiere decir en absoluto que para ser de izquierdas sea preciso proclamar el principio de que todos los hombres deben ser iguales en todo, independientemente de cualquier criterio discriminatorio. En otras palabras, afirmar que la izquierda es igualitaria no quiere decir que sea también igualitarista. Una doctrina o un movimiento igualitarios, tienden a reducir las desigualdades sociales y a convertir en menos penosas las desigualdades naturales. Cosa distinta es el igualitarismo, cuando se entiende como "igualdad de todos en todo". Esa sería no solo una visión utópica -a la cual, hay que reconocerlo, se inclina más la izquierda que la derecha- sino, peor, una mera declaración de intenciones a la cual no parece posible dar un sentido razonable. 

Las desigualdades naturales existen, sigue diciendo Bobbio, y si algunas de ellas se pueden corregir, la mayor parte de esas mismas desigualdades no se pueden eliminar. Y respecto a las desigualdades sociales, añade, si algunas se pueden corregir e incluso eliminar, muchas, especialmente aquellas de las cuales los mismos individuos son responsables, lo único que se puede intentar es no fomentarlas.

Políticamente, dice, se puede llamar igualitarios a aquellos políticos que, aunque no ignorando que los hombres son tan iguales como desiguales, aprecian mayormente y consideran más importante para una buena convivencia lo que los asemeja que lo que los diferencia. Por el contrario, los no igualitarios serían, en cambio, aquellos que partiendo del mismo jucio de hecho, aprecian y consideran más importante para conseguir una buena convivencia la diversidad que la uniformidad. 

Los igualitarios -añade más adelante- parten de la convicción de que la mayor parte de las desigualdades que los indignan y querrían hacer desaparecer son sociales y, como tales, eliminables; los no igualitarios, por el contrario, parten de la convicción opuesta, que las desigualdades son naturales y, como tales, ineliminables.

Para Bobbio el ideal igualitario y el no igualitario puede personificarse ejemplarmente en el contraste de pensamiento entre Rousseau y Nietzsche, precisamente, por la distinta actitud que el uno y el otro asumen con respecto a la naturalidad y artificialidad de la igualdad y de la desigualdad. En el "Discurso sobre el origen de la desigualdad", dice, Rousseau parte de la consideración de que los hombres han nacido iguales, pero la sociedad civil, o sea, la sociedad que se sobrepone lentamente al estado de naturaleza, los ha convertido en desiguales. Para Nietzsche, por el contrario, los hombres son por naturaleza desiguales (y para él es un bien que lo sean porque, además, una sociedad formada sobre la esclavitud como era la griega, y justamente en razón de la existencia de los esclavos, era una sociedad avanzada para su tiempo) y solo la sociedad con su moral de rebaño, con su religión de la compasión y la resignación, los ha pretendido convertir en iguales. 

La conclusión de esa disputa, continúa, no puede ser más radical: en nombre de la igualdad natural, los igualitarios condenan la desigualdad social; en nombre de la desigualdad natural, los no igualitarios condenan la igualdad social.

La regla de oro de la justicia, sigue diciendo, es tratar a los iguales de una manera igual y a los desiguales de una manera desigual, pero para que eso no resulte una mera fórmula vacía hay que responder previamente a una pregunta: ¿Quiénes son los iguales y quiénes son los desiguales? 

La igualdad como ideal sumo o incluso último de una comunidad ordenada, justa y feliz, añade más adelante, se acopla habitualmente con el ideal de la libertad, considerado este también como supremo o último. Y ninguno de los dos es separable del otro; son las dos caras de una misma moneda: no hay igualdad posible sin libertad; pero la libertad tampoco es realizable sin un cierto grado de igualdad. Pero al mismo tiempo es preciso, sigue diciendo, hacer una observación elemental que habitualmente no se hace: los dos conceptos de libertad y de igualdad no son simétricos: mientras la libertad es un estatus de la persona, la igualdad indica una relación entre dos o más entidades. O como dice George Orwell, citado por Bobbio, "todos los hombres son iguales, pero algunos son más iguales que otros". 

Si uno de los criterios para distinguir la derecha de la izquierda, concluye, es la diferente apreciación con respecto a la idea de igualdad, y el criterio para distinguir a los moderados de los extremista (tanto en  la derecha como en la izquierda) es su diferente actitud con respecto a la libertad, se podría distribuir el espectro en el que se ubican las doctrinas y movimientos políticos en cuatro espacios: a) en la extrema izquierda estarían los movimientos a la vez igualitarios y autoritarios (como el comunismo histórico); b) en el centro-izquierda, las doctrinas y movimientos a la vez igualitarios y libertarios (como el socialismo liberal y la socialdemocracia); c) en el centro-derecha las doctrinas y movimientos a la vez libertarios y no igualitarios (los partidos liberales y conservadores) ; y d) en la extrema derecha, las doctrinas y movimientos antiliberales y antigualitarios (como el fascismo y el nazismo). 

El comunismo fracasó históricamente, dice al final de su libro, pero el desafío que lanzó permanece. Bastaría, continúa diciendo, con desplazar la mirada de la cuestión social del interior de cada Estado (de la que nació la izquierda en el siglo XIX), hacia la cuestión social internacional, para darse cuenta de que la izquierda no solo no ha concluido su propio camino sino que apenas lo ha comenzado. 

Como colofón, cita Bobbio las palabras de uno de sus maestros, el también filósofo Luigi Einaudi, que entiendo me permiten cerrar definitivamente el excurso que he hecho en esta entrada que dice así: "Las dos corrientes (liberalismo y socialismo) son respetables, y aunque adversarias, no son enemigas; porque las dos respetan la opinión de los demás y saben que existe un límite para la realización del propio principio. El optimum no se alcanza en la paz forzada de la tiranía totalitaria; se toca en la lucha continua entre los dos ideales del liberalismo y del socialismo (libertad e igualdad), ninguno de los cuales puede ser vencido sin daño común". 

Concluyo esta fabulación teórico-política tan sui géneris y personal, llamando al diálogo sincero y sin cuestiones previas de todas las fuerzas de izquierda y de centro izquierda para desalojar al PP del poder. Si no lo hacemos, no nos lamentemos luego. Porque lo que voten los ciudadanos va a Misa. En eso consiste la democracia. Y no vale decir que el pueblo no sabe lo que vota porque son los dueños del quiosco y nadie tiene derecho a pedirles cuentas de lo que hacen con sus votos. Y menos que nadie los responsables políticos que con su ineptitud, irresponsabilidad y mendacidad se han ganado a pulso su desprecio. 

Y es que resulta, como dice con mucha más elegancia y precisión filosófica Javier Gomá en su libro Ejemplaridad Pública (Taurus, Madrid, 2009): "en virtud de la dignidad democrática, a cada ciudadano se le reconoce autonomía moral y competencia cívica para buscar la felicidad a su manera y elegir, según su criterio, lo que más le conviene en los asuntos públicos y privados, sin que ningún otro ciudadano pueda pretender, en consideración a sus dones naturales, su posición social, sus méritos o sus conocimientos superiores a los del resto, el ejercicio de una tutela sobre los demás y sobre las decisiones relevantes atinentes a su vida". Y votar a quién considere más conveniente es una de ellas.

La cuestión es así de simple: La Moncloa no va a caer como Jericó por muchas vueltas que demos a su alrededor. O vamos todos juntos: Inmaculados, Pueblos Libres y Starks, y el que quiera añadirse, o tenemos Lannisters para rato en Desembarco del Rey.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt



Los Pueblos Libres



Entrada núm. 2231
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)
Publicada originalmente el día 9 de mayo de 2015