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domingo, 21 de agosto de 2016

[Reedición] Reflexiones sobre el federalismo




Mnemosine, musa de la Memoria


"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican sin periodicidad fija, conservan su título, fecha y numeración y pueden variar ligeramente en su contenido sobre el publicado originariamente. Disfrútenla de nuevo si lo desean. 

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Una digresión previa... Sé que abuso de los puntos suspensivos, pero no es tanto un recurso estilístico -que sí lo es también- como algo que aflora desde mi subconsciente por culpa de esa duda de la que hablaba Dante que figura el pie de algunas de las entradas del blog. La Ortografía de la RAE le dedica a ellos, a los puntos suspensivos, y a su correcto uso, nada menos que siete páginas: "Cuando su uso responde a necesidades expresivas de carácter subjetivo, -dice- funcionan como indicadores de modalidad, pues aportan información sobre la actitud o intención del hablante en relación con el contenido del mensaje [...] Pausa transitoria en el discurso que expresa duda, temor o vacilación".  ¿Queda claro el por qué del abuso?... ¿No?... ¡Vaya por Dios!, pues lo siento...

¿Y qué decir sobre ese "pues tanto como saber me agrada dudar" dantesco?... Mi siempre admirada Hannah Arendt, para la que "saber" y "comprender" son los dos ejes sobre los que pivotan todas sus obras, atribuyó a la teoría política la tarea de indicarnos cómo comprender y apreciar la libertad en el mundo y no la de enseñarnos como cambiarlo: "Cambiarlo -dice- es cosa de aquellos [¿los políticos?] que aman actuar concertadamente y no del solitario trabajo de los téoricos".

El origen de esta entrada está en una interesante conversación mantenida hace unos días, vía mensaje privado a través del Facebook, con el cabeza de lista de una de las candidaturas españolas al Parlamento europeo. Ni que decir tiene que no coincidimos en casi nada, pero que agradezco muy sinceramente la deferencia que tuvo conmigo al permitirme esa conversación fluida y amistosa durante unos minutos que me supieron a poco. Entre los asuntos comentados, saltó el de la opción federal...

De federalismo están hablando mucho en estos últimos tiempos nuestros políticos. Sin mucho rigor, la verdad sea dicha. ¿Por insuficiencias teóricas o por mero oportunismo? Probablemente por las dos cosas. Y es que como dice Roberto Luis Blanco Valdés, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Santiago de Compostela en su libro Los rostros del federalismo (Alianza, Madrid, 2012) "no hay federalismo, sino federalismos", tantos como Estados federales (o teóricamente federales) existen.

La experiencia federal carece de ensayos prácticos en nuestro país. El proyecto de Constitución federal de 1873, aun aprobado por las Cortes republicanas, no llegó a promulgarse, y sin embargo dio lugar y ocasión a lo que se ha denominado la "revolución cantonal" de la que tanto fruto literario sacaron Benito Pérez Galdós en La Primera República (1911), o Ramón J. Sénder en Mr. Witt en el Cantón (1935). Como planteamiento teórico el federalismo español tiene su mayor y mejor ponente en la figura de Francesc Pi i Margall, expresidente de la República, pero también merecen atención al respecto los planteamientos que expusiera José Ortega y Gasset en La redención de las provincias (1931).

Escuchar hoy a algunos políticos españoles hablar de federalismo es como hacer un brindis al sol. Ninguno pasa del enfático: "¡Hay que federalizar España!", pero no añaden nada más... Ni la menor puntualización; si acaso, una mención de pasada a la necesidad de convertir el Senado en la Cámara territorial que la Constitución parecía prever... 

De federalismo he escrito en numerosas otras ocasiones. Soy un federalista convicto y confeso. Incluso en la página cabecera que sirve de presentación a "Desde el trópico de Cáncer" lo enunció explícitamente cuando lo considero "el marco idóneo en el que desenvolver el autogobierno de los pueblos y los Estados". Por esa firme convicción traigo a la entrada dos artículos  que reflejan con bastante exactitud lo que sus autores, y yo mismo, meramente secundándolos, entendemos por federalismo: El horizonte federal de España (2011), de Javier Tajadura, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad del País Vasco, y el titulado Déjense fotografiar con la bandera española (2014), del diplomático Juan Claudio de Ramón. 

Les invito a compartir este artículo, Federalismo y soberanía, del profesor Francesc Trillas Jané de hace unos días que pone los puntos sobre las íes del estado de la cuestión. Más que interesante.

Pero si de verdad quieren ustedes saber en qué consiste el federalismo no tienen más remedio que recurrir a la lectura de El Federalista, un fascinante libro escrito por los "ilustrados" norteamericanos James Madison, Alexander Hamilton y John Jay a finales del siglo XVIII, que recopila todos los artículos de prensa publicados por los mismos bajo el seudónimo de "Publius" entre 1787 y 1789 en defensa del proyecto de Constitución federal de los Estados Unidos de América. Todo un clásico, quizá el mejor libro de ciencia política de la Historia, cuya lectura, estudio y comprensión, para muchos tratadistas, equivale -con suficiencia- a una maestría de postgrado en dicha materia. Pueden descargarlo, íntegro, en el enlace anterior. Espero que disfruten de su lectura, así como de los otros enlaces de la entrada. 







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt




Entrada núm. 2051
elblogdeharendt@gmail.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri
Publicada originariamente con fecha 10 de abril de 2014

domingo, 14 de agosto de 2016

[Reedición] ¿Queda algo de la fraternidad universal?



Mnemosine, musa de la Memoria


"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican sin periodicidad fija, conservan su título, fecha y numeración y pueden variar ligeramente en su contenido sobre el publicado originariamente. Disfrútenla de nuevo si lo desean. 

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El Diccionario de la Lengua Española define fraternidad, en su única acepción, como "amistad o afecto entre hermanos o entre quienes se tratan como tales".

Libertad, igualdad y fraternidad, proclamó enfática la revolución francesa: "Los hombres nacen y crecen iguales en derechos" (art. 1º de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, 1789), y unos años antes la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776): "Todos los hombres son iguales".

La fraternidad, ideal cristiano por excelencia, lo es también, como acabamos de ver, de las grandes revoluciones ilustradas de finales del siglo XVIII, que dan origen al hombre moderno, ya no súbdito sino ciudadano.

Pero tengo la impresión de que el concepto clásico, cristiano, ilustrado y revolucionario de fraternidad ha sido sustituido por el más moderno y tenue de solidaridad, entendida (de nuevo recurro al diccionario) como "adhesión circunstancial a la causa o la empresa de otros". Lástima..., porque la realidad actual quizá sea peor de lo que imaginamos. Quizá, como dice un personaje de "El cementerio de Praga" (Umberto Eco: Lumen, Barcelona, 2010) porque "el odio calienta el corazón".

"Es inútil ir a buscarse un enemigo, qué sé yo, -dice el personaje citado- entre los mongoles o los tártaros, como hicieron los autócratas de antaño. El enemigo para ser reconocido y temible debe estar en casa, o en el umbral de casa [...] El sentimiento de la identidad se funda en el odio hacia los que no son idénticos. Hay que cultivar el odio como pasión civil. El enemigo es el amigo de los pueblos. Hace falta alguien a quien odiar para sentirse justificados en la propia miseria. Siempre. El odio es la verdadera pasión primordial [...] Se puede odiar a alguien toda la vida. Con tal de que lo tengamos a mano, para alimentar nuestro odio". 

¿Les suena? Desde finales del siglo XIX a mediados del XX, ese enemigo cercano, dentro de casa, fue el pueblo judío. Ahora, el nacionalismo identitario, el cáncer que corroe Europa, ha encontrado un nuevo enemigo-vecino: los judíos han sido sustituidos por los griegos, los españoles, los portugueses, los rusos, los ucranianos, los italianos, los turcos, los gitanos, los rumanos, los búlgaros, los norteafricanos musulmanes, los subsaharianos, los sirios, los hispanos, los inmigrantes... El caso es echar la culpa de nuestros males a los "otros"... Como antes, como siempre... 

Les invito a leer el artículo que hoy (14/8/16) publica el diario El País, titulado "La paradoja de Merkel", firmado por Máriam Martínez-Bascuñán.



Judíos europeos (años 40)



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt





Entrada núm. 2055
elblogdeharendt@gmail.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri
Publicada originariamente el 17 de abril de 2014

viernes, 5 de agosto de 2016

[Reedición] Una paradoja irresoluble



Mnemosine, musa de la Memoria


"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican sin periodicidad fija, conservan su título, fecha y numeración y pueden variar ligeramente en su contenido sobre el publicado originariamente. Disfrútenla de nuevo si lo desean. 

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El Diccionario de la Real Academia Española da la siguiente definición del término "paradoja": Del latín "paradoxus", y este del griego "παράδοξος": 1. Idea extraña u opuesta a la común opinión y al sentir de las personas; 2. Aserción inverosímil o absurda, que se presenta con apariencias de verdadera; 3. Figura de pensamiento que consiste en emplear expresiones o frases que envuelven contradicción. Por ejemplo: "Mira al avaro, en sus riquezas, pobre".

En el siglo IV a.C., el filósofo griego Zenón de Elea, se hizo famoso planteando una serie de paradojas. Una de las que más interés despertó durante siglos fue la de "Aquiles y la tortuga". Dice así: Aquiles, llamado "el de los pies ligeros" y el más hábil guerrero de los aqueos, quien mató a Héctor, decide salir a competir en una carrera contra una tortuga. Ya que corre mucho más rápido que ella, y seguro de sus posibilidades, le da una gran ventaja inicial. Al darse la salida, Aquiles recorre en poco tiempo la distancia que los separaba inicialmente, pero al llegar allí descubre que la tortuga ya no está, sino que ha avanzado, más lentamente, un pequeño trecho. Sin desanimarse, sigue corriendo, pero al llegar de nuevo donde estaba la tortuga, ésta ha avanzado un poco más. De este modo, Aquiles no ganará la carrera, ya que la tortuga estará siempre por delante de él.

No soy Zenón de Elea, a lo sumo, un aprendiz de todo que no domina ni tan siquiera los rudimentos de la ciencia filosófica y menos aún de la matemática, pero me gustaría plantearles a ustedes una paradoja que se me suscitó hace mucho tiempo y que no he sabido resolver. Es la siguiente: Un niño nacido en el año 2000, considerando que el plazo de tiempo entre una generación y otra sea de 25 años sus padres habrían nacido hacia 1975, sus 4 abuelos que lo habrían hecho hacia 1950, los 8 bisabuelos hacia 1925 y sus 16 tatarabuelos alrededor del 1900.

Con esa progresión geométrica, en 1800 sus ascendientes directos serían 256; en 1700, 4096; en 1600, 65.536; en 1500, 1.049.376; en 1400, 16.790.016; en 1300, 268.640.256; en 1200, serían 4.301.444.096; y en 1100, ni les cuento... Me resulta difícil de aceptar la conclusión, matemática, de que entre los años 1200 y 2000 de nuestra era hayan vivido en este mundo 4.301.444.096 seres humanos que son antecedentes directos de ese niño nacido en el año 2000 d.C. Es, evidentemente, una paradoja, pero... ¿alguno de ustedes puede explicarme dónde está el error? Les aseguro que me harían muy pero que muy feliz...






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt




Entrada núm. 2057
elblogdeharendt@gmail.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri
Publicada originariamente el 24 de abril de 2014

martes, 28 de junio de 2016

[Reedición] El príncipe Segismundo y el castillo menguante. Una historia para niños






"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican sin periodicidad fija, conservan su título, fecha y numeración y pueden variar ligeramente en su contenido sobre el publicado originariamente. Disfrútenla de nuevo si lo desean. 

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Este cuento fue el resultado de un compromiso adquirido con mi nieto mayor, en aquel entonces de 4 años recién cumplidos. Lo escribí para él y sus compañeros de 1º de Educación Infantil con ocasión de la celebración en el colegio en el que estudiaba del Día de los Abuelos. 

Hoy, siete años después, lo reedito y se lo dedico muy especialmente a mis tres nietos y a todos los niños del mundo. Ellos son, como decía Hannah Arendt, el futuro. En cuanto nacidos, con ellos se abren todas las esperanzas del mundo y nadie puede saber lo que este va depararles ni lo que ellos pueden hacer para transformarlo. Espero y deseo que sea para bien porque el mundo ya les pertenece a ellos. Y a nosotros, los mayores, solo nos queda trasmitírselo en las mejores condiciones posible para que lo cambien, lo gocen solidariamente y lo traspasen a sus hijos y nietos. Va por y para ellos...

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt








EL PRÍNCIPE SEGISMUNDO Y EL CASTILLO MENGUANTE
Cuento para niños de 3 a 80 años


A mis nietos Gabriel, Guillermo y Saúl,
y a mis hijas, sus madres


La historia que voy a contaros ocurrió hace ya mucho tiempo en un país muy muy lejano que se llamaba Magicolandia. Allí, en el centro de Magicolandia, en un castillo muy grande, casi tan grande cómo vuestro colegio y con pasadizos tan intrincados como en él, vivía el príncipe Segismundo con sus papás, el rey Baltasar y la reina Rosamunda.

Un día, los papás del príncipe Segismundo, el rey Baltasar y la reina Rosamunda, decidieron que tenían que visitar las ciudades y pueblos del reino de Magicolandia, así que mandaron a buscar al príncipe, que estaba jugando al escondite con otros niños en los patios, vericuetos, pasadizos y rincones secretos del castillo, que solo ellos conocían. 

Cuando el príncipe Segismundo se presentó, sudoroso y sin aliento, sus papás, los reyes, dejaron que descansará un rato, y luego comenzaron a hablar con él.

-Mira, Segismundo, -dijo su papá el rey-, mamá y papá tienen que salir a visitar todas las ciudades y pueblos de Magicolandia, asi que vas a quedarte solo con los abuelitos, con tus amiguitos y con los perritos y los gatitos del castillo. No maltrates a nadie, pórtate bien con todo el mundo, especialmente con los abuelitos y con los otros niños y no hagas daño a los animalitos, porque este castillo, por si no lo sabes, es un castillo mágico, y si te portas mal, aparte de que nosotros nos enteraremos, te pueden pasar cosas muy desagradables…

-No preocuparos, me portaré muy bien, contestó el príncipe Segismundo a sus papás, el rey Baltasar y la reina Rosamunda.

Y así, unos días más tarde, el rey y la reina abandonaron el castillo para ir a visitar todas las ciudades y pueblos de Magicolandia y a todas sus gentes.





El príncipe Segismundo era un niño muy bueno, aunque un poco revoltoso, así que en cuanto se marcharon su papá el rey Baltasar y su mamá la reina Rosamunda, se olvidó de la promesa que les había hecho de no portarse mal y comenzó a hacer pequeñas gamberradas, como no querer comer la comidita que sus abuelitos le preparaban cada día, quedarse jugando hasta la noche, tirar de los pelos a sus amiguitos y quitarles sus juguetes y correr detrás de los perritos y los gatitos del castillo con una escoba para pegarles.

Y así, un día, todos los niños -que hasta entonces habían sido sus amiguitos-, decidieron marcharse, y dejaron solo al príncipe Segismundo, únicamente con sus abuelito y con los perritos y los gatitos del castillo. A pesar de ello, sus abuelitos, que le querían mucho, aunque disgustados con él, seguían preparándole muy ricas comiditas.

¿Y sabéis lo qué pasó?, ¿no lo adivináis?, pues que cuando los amiguitos y amiguitas del príncipe Segismundo se marcharon del castillo esté comenzó a encogerse y hacerse más y más pequeño, y desaparecieron por arte de magia todas las torres, almenas y murallas del mismo. Y el príncipe Segismundo se quedó solito en una habitación muy pequeñita, encerrado con sus abuelitos y con los perritos y los gatitos que había en el antiguo castillo.




El príncipe Segismundo se enfadó mucho muchísimo. Gritaba, llamando a los niños y niñas que habían sido sus amiguitos, y desde la única ventana que había en la habitación les decía:

-¡Pues vale, ya no quiero jugar más con vosotros! No les necesito para nada! ¡Puedo jugar yo solo!…

Los perritos y los gatitos del castillo sí querían jugar con él, pero el príncipe Segismundo estaba tan enfadado y furioso que en lugar de jugar con ellos, los cogió y los echó a la calle por la única ventana que quedaba en la única habitación del castillo…

Pasaron así muchos días y los abuelitos del príncipe Segismundo aburridos de que éste no les obedeciera y no quisiera comerse la comidita que le preparaban cada día, enfadados, se subieron a la única ventana que quedaba en la única habitación del castillo y por ella se bajaron al jardín diciéndole:

-Te has portado muy mal, príncipe Segismundo, así que nos vamos hasta que vuelvas a portarte bien. Y se sentaron en un banco del jardín del antiguo castillo a esperar que su nietecito, el príncipe, volviera a portarse bien y comerse todas las ricas comiditas que le preparaban.

¿Y sabéis lo que pasó?, ¿no lo adivináis?, pues que la única habitación que quedaba en el castillo comenzó a encogerse y hacerse todavía más pequeña. Tan pequeñita, que el príncipe Segismundo se quedó solo en ella, de pie sobre el único ladrillito que quedaba en la habitación, encajonado, y sin poder mover ni los bracitos ni las piernitas… Y claro, estaba tan incómodo y tan estrechito, y tan sin poder moverse para nada, que comenzó a llorar…





Ya no tenía ni a los perritos ni los gatitos del castillo para jugar, ni podía jugar tampoco con sus antiguos amiguitos porque se habían ido del castillo enfadados con él, y tampoco podía comer ninguna de las ricas comiditas que le hacían sus abuelitos… Y además de llorar, ¡comenzó a tener mucha hambre!...


Y entonces, desde lo alto de la ventana de la habitación de un solo ladrillito donde estaba el príncipe Segismundo sin poder mover ni los bracitos ni las piernitas de lo apretado que estaba, comenzó a bajar por la pared una hormiguita muy muy pequeñita. 



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Y cuando la hormiguita llegó hasta donde estaba el príncipe Segismundo, le dijo enfadada:

-¡Oye, príncipe Segismundo! ¿Se puedes saber por qué estás gritando tanto? ¡No ves que no me dejas dormir!…

Y el príncipe Segismundo contestó a la hormiguita:

-¡Es qué tengo mucha hambre! ¡Y mucho miedo!…-, dijo lloriquenado.

-¿Y por qué estás solo y encerrado en esta habitación tan pequeñita que no puedes mover ni los bracitos ni las piernitas?, preguntó la hormiguita al príncipe.

Y el príncipe Segismundo, llorando y medio comiéndose los moquitos que le caían por la nariz, contestó a la hormiguita:

-¡Es qué me he portado muy mal con los perritos y los gatitos del castillo, no he querido jugar con mis amiguitos, los niños y las niñas que vivían conmigo, y no he querido comerme las ricas comiditas que me preparaban mis abuelitos…

-¡Claro, dijo la hormiguita al príncipe Segismundo, -te has portado tan mal, que el castillo mágico se ha ido encogiendo hasta quedarse en un solo ladrillito...

-Pues tú verás, príncipe Segismundo, como lo arreglas-, le dijo la hormiguita. -Yo que tú, continúo la hormiguita, llamaba de nuevo a los perritos y los gatitos del castillo, a los niños y niñas que eran tus amiguitos y a tus abuelitos que te preparaban ricas comiditas y les pedía perdón, le dijo al príncipe.

Y el príncipe Segismundo, arrepentido de lo mal que se había portado con los perritos y los gatitos del castillo, con sus amiguitos y amiguitas con los que siempre había jugado al escondite, y sobre todo con sus abuelitos, se asomó como pudo a la ventanita de la única habitación tan pequeñita que solo tenía un ladrillito y comenzó a gritar:





-¡Oíganme, por favor. Me he portado muy mal con ustedes y quiero pedirles perdón. No volveré a perseguirles con una escoba por los pasillos del castillo, ni tampoco les tiraré de los pelos ni les quitaré sus juguetes, y me comeré todas las ricas comiditas que me preparéis!… Eso es lo que gritaba el príncipe Segismundo desde la única ventanita, de la única habitación que quedaba del castillo…

¿Y sabéis lo que pasó?, ¿no lo adivináis?…, ¡pues que cuando oyeron los gritos del príncipe Segismundo pidiéndoles perdón, los perritos y los gatitos que habían habitado en el castillo volvieron hasta la ventana y dando un salto muy grande entraron en la habitación del príncipe y comenzaron a lamerle las manitas y mover sus rabitos de lo alegres que estaban, y la habitación entonces, como por arte de magia, comenzó a crecer y crecer y a hacerse más y más grande!…

Y el príncipe Segismundo se puso a jugar con ellos. Y entonces, comenzaron a volver los niños y las niñas que habían sido sus amiguitos, y el príncipe les abrazó, les pidió perdón y se pusieron todos juntos a jugar…


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Y según iban volviendo los niños y las niñas el castillo se iba haciendo más y más grande… Y también volvieron sus abuelitos…, y comenzaron a aparecer habitaciones y más habitaciones, y se levantaban las murallas y las torres del castillo, como por arte de magia…

Fue entonces cuando se oyeron muchos tambores y trompetas, y el príncipe Segismundo subió a la torre más alta del castillo y vio, allá a lo lejos, que volvían de su viaje su papá el rey Baltasar y su mamá la reina Rosamunda. Y los abuelitos prepararon una gran comida para él y para sus papás y para todos los niños y niñas del castillo, y para todos los perritos y los gatitos de Magicolandia. ¡Ah, y también para la pequeña hormiguita y toda su familia!… Y todos se pusieron a cantar y a gritar de contento porque el castillo mágico estaba como nuevo…

Y el príncipe Segismundo nunca más persiguió a los gatitos y perritos con una escoba por los pasillos del castillo, ni tiró de los pelos a sus amiguitos y amiguitas, ni les quitó sus juguetes ni dejó de comerse las ricas comiditas que le preparaban sus abuelitos y su mamá la reina Rosamunda…

¿Y sabéis lo que pasó?, ¿no os lo imagináis?…, pues que fueron todos felices, comieron muchas perdices..., ¡y a mí me dieron con un plato en las narices!… Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.


F I N







Entrada núm. 2059
elblogdeharendt@gmail.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri
Publicada originariamente el 23 de abril de 2014

domingo, 19 de junio de 2016

[Reedición] Felipe VI, Rey de España. Con algunas anécdotas personales del autor del blog



El rey Felipe VI, la reina Letizia, la princesa Leonor y la infanta Sofía 


"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican sin periodicidad fija, conservan su título, fecha y numeración y pueden variar ligeramente en su contenido sobre el publicado originariamente. Disfrútenla de nuevo si lo desean. 

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A estas alturas de la historia me parece innecesario justificar mi condición de monárquico de izquierdas y socialdemócrata. Si viviera en Alemania, Austria, Grecia, Portugal o Italia, que fueron monarquías hasta hace unos años y ahora son repúblicas, pues sí tendría algo de original. Declararse monárquico en un Estado que lo ha sido durante siglos y que desde 1978, en los 39 años de reinado de Juan Carlos I, ha vivido la etapa de libertades y democracia más larga, pacífica y exitosa de su historia nacional, me parece algo bastante obvio y un ejercicio de sensatez y madurez emocional. 

Yo no me declaro monárquico solo por respeto al juramento de lealtad prestado, que también, si no sobre todo por convicción personal. Monarquías son algunas de las democracias más antiguas y de las sociedades más libres del mundo: Gran Bretaña, Suecia, Noruega, Dinamarca, Bélgica, los Países Bajos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda... Son monarquías parlamentarias, como la española, en la que el rey es el símbolo del Estado, no un monarca absoluto que hace y deshace a su antojo o participa en la vicisitudes de la vida política de forma partidista apoyando a unos u otros. Por el contrario, garantiza la unidad y continuidad del Estado al situarse por encima de la legítima lucha por el poder de los adversarios políticos. No veo, pues, ni tengo razón alguna para avergonzarme de ser y declararme monárquico. Si a otros no les parece bien, pues nada: "pas de problème", que dicen los franceses; aquí paz y después gloria. 

Mi defensa de la monarquía no tiene antecedentes familiares. Mi padre nació en 1900, a punto de finalizar el siglo XIX, decimonoveno hijo de mi abuelo, guardia civil. A los 21 años entraba al servicio de la Casa del Rey, también como guardia civil, en la escolta personal de Alfonso XIII. La guerra civil le cayó del lado republicano, y cuando terminó, lo pagó con cinco años de destino forzoso en la isla de El Hierro, aunque conservó su condición de militar hasta su licenciamiento en 1956, como comandante. Nunca se declaró políticamente, aunque antes de la guerra tuvo carné de Falange y le podía su vena republicana, que pocas veces aireaba. 

Mi madre nació en 1906. Y tenía prohibido terminantemente hablar de política en las reuniones familiares. Sus padres, mis abuelos, se casaban en una iglesia de Madrid el mismo día que también en Madrid, pero en la de San Jerónimo el Real, lo hacían el rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia. Mis abuelos maternos eran socialistas. Destacados dirigentes del PSOE como Prieto, Besteiro, Largo Caballero y Negrín (los dos últimos llegarían a ser presidentes del gobierno durante la II República) fueron amigos personales de mis abuelos. Mi madre, su hija mayor, recordaba haberlos visto en alguna ocasión en casa de sus padres en la Ribera de Curtidores, de Madrid, cuando ella era joven. Un hermano de mi abuelo, mi tío-abuelo Amós Acero, fue alcalde del Puente de Vallecas y diputado en las Cortes republicanas. Lo fusilaron los nacionales al término de la guerra civil. 

Y yo, con diez años, recuerdo que tenía en mi cuarto, en la casa de mis padres en Madrid, una foto recortada de la revista Life en la que aparecía el príncipe Juan Carlos de Borbón vestido con su uniforme de cadete de la Academia General Militar de Zaragoza. Curiosamente, en mi tesina de graduación en la Escuela Social de Madrid, en 1966, titulada "El futuro político de España", yo defendía como salida al régimen franquista la de una regencia provisional hasta que los españoles decidieran por referéndum, si preferían una monarquía, una república, o una regencia electiva renovada periódicamente. Me la aprobaron con nota. Y eso, nueve años antes de la muerte del dictador. Años más tarde tuve ocasión de saludar personalmente en Las Palmas, durante una recepción oficial, a don Juan Carlos y doña Sofía, con la que departí unos minutos en los que hablamos de historia del arte. Más tarde volví a saludarles en dos ocasiones más. Si alguno piensa que traiciono mi herencia familiar declarándome monárquico de izquierdas y socialdemócrata, le aseguro que se equivoca. 

De vez en cuando me encuentro contertulios en la redes sociales que me ponen literalmente a caldo por declararme monárquico, de izquierdas, progresista y socialdemócrata. Me dicen que no se puede ser monárquico, de izquierdas, progresista y socialdemócrata; que son conceptos incompatibles. Por lo visto desconocen la historia del socialismo europeo, especialmente del nórdico o del británico, pero también, por lo que se ve, del español. Claro está que algunos de esos contertulios contraponen lo de socialdemócrata a lo que ellos denominan "socialistas auténticos", que así, a palo seco, no tengo yo muy claro quienes son. Si desde luego el "socialismo auténtico" que ellos defienden es el denominado "socialismo real" que se practicó en la extinta URSS, o el que rige actualmente en la República Popular China, Corea del Norte o Cuba, o el que preconizan regímenes como los de Venezuela, Ecuador o Bolivia, por citar los más cercanos sentimentalmente a mi condición de canario y español, pues sí, evidentemente, no soy de izquierdas, ni progresista ni socialdemócrata. Si por "socialismo auténtico" entienden lo que defienden Podemos, Izquierda Unida, Equo, Amaiur, Bildu, ERC y otros compañeros de viaje hacia la nada que se pretenden de izquierdas, pues evidentemente, no soy "socialista". 

Si por "socialismo" se entiende lo que defiende la socialdemocracia europea, los partidos socialistas de Gran Bretaña, Alemania, Francia, Holanda, Suecia, Noruega, Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Israel o España, por no citar nada más que unos cuantos partidos socialistas históricos, pues entonces sí me considero socialista. Y desde luego, aunque nunca fue santo de mi especial devoción, tengo que decir que suscribo de la "a" a la "z" las palabras del diputado socialista Alfonso Guerra pronunciadas en la reunión de su grupo parlamentario el pasado día 10 sobre el asunto de la disyuntiva monarquía-república. ¿Oportunismo por su parte? No lo creo, los oportunistas, desafortunados a mí juicio, son los que mezclando churras con merinas sacan a colación este asunto en este preciso momento. Por cierto, no milito en ningún partido, ni de izquierdas ni de derechas, ni conservador ni progresista, ni de centro ni mediopensionista.

Les invito a leer el especial "Retrato de un un rey del siglo XXI" que el diario El País viene dedicando a la persona del que, desde hace unas horas es ya el rey de España, Felipe VI.

Termino con un clásico ¡Larga vida al rey! Y ahora, sean felices, por favor, y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Estandarte personal del rey Felipe VI 



Entrada núm. 2077
elblogdeharendt@gmail.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)
Publicada originariamente con fecha 19 de junio de 2014

viernes, 17 de junio de 2016

[Reedición] Un libro excepcional sobre la Constitución de Cádiz y el primer liberalismo español



El fusilamiento de Torrijos (Antonio Gisbert, 1888, Museo del Prado)



"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican sin periodicidad fija, conservan su título, fecha y numeración y pueden variar ligeramente en su contenido sobre el publicado originariamente. Disfrútenla de nuevo si lo desean.   
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Un liberal de pedigrí acrisolado, como José María Blanco-White, desde su exilio voluntario en Londres, escribía en junio de 1813: "En el Estado actual, no es la nación española quien decide sobre su Constitución [la de 1812] y su modo de existencia política, es un partido que quiere fundar una Constitución a su modo, a despecho de otro, que si llega a tener poder hará lo mismo respecto del que ahora domina. Los triunfos que se ganen de este modo no producen más que división y desorden. Más vale caminar de acuerdo hacia el bien en una dirección media que haga moverse a la Nación entera, que no correr de frente atropellando y pisando a la mitad de ella".

No le hicieron caso en su momento y tampoco se lo harán ahora. Entre cosas cosas porque no creo que ni Artur Mas ni Mariano Rajoy hayan leído en su vida a José María Blanco-White. 

En marzo de 2012, con motivo de la conmemoración del bicentenario de la Constitución de Cádiz, escribí varias entradas en el blog sobre el asunto. Una de ellas, titulada "Cádiz, 1812: Nación española y Constitución" era, o intentaba ser, una puesta al día sobre las publicaciones académicas más interesantes al respecto. Igualmente, entre 2010 y 2012, fui publicando mensualmente entradas con enlaces al Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Constituyentes de 1812, que reflejaban no solo los debates de los procuradores reunidos en Cádiz y el proceso de elaboración de la Constitución, sino los avatares de la Guerra de Independencia contra Napoleón y las consecuencias de la misma en el ánimo de los reunidos. A ella les remito, bien directamente, o poniendo en el buscador de blog los términos "Guerra de Independencia, Cortes de Cádiz, Diario de Sesiones de las Cortes de Cádiz o Constitución de 1812".

Cómo digo en la presentación del blog una de mis pasiones es la Historia, no solo por deformación académica, sino también por pasión lectora. Mi primer libro leído, con ocho años, es decir hace sesenta ya, no puedo olvidarlo, fue La isla del tesoro, el clásico de aventuras de Robert Louis Stevenson, regalo de mi abuelo materno. De entonces acá han caído unas cuantas lecturas más; con seguridad no tantas como de las que presume un brillante político de izquierdas aún en ejercicio, pero algunas, sí. Sesenta años de lecturas, de los cuales cuarenta tres han sido por motivos académicos -aparte de las literarias por devoción y las meramente hojeadas como consulta por obligación-, dan para mucho. A pesar de lo cual, de vez en cuando uno se encuentra por azar, por ejemplo ojeando las estanterías de la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas, con una joya que le deja deslumbrado desde sus primeras páginas. Acabo de encontrar una de ella en estos días; vale, de acuerdo, para muchos la Historia es una materia árida por naturaleza, pero al que le guste o sienta interés por la historia contemporánea española, estoy seguro que le va a apasionar. No dudo en traerlo hasta el blog porque completa la relación exhaustiva de fuentes sobre las Cortes de Cádiz, la Constitución de 1812, y las vicisitudes del primer liberalismo español que se contemplan en la entrada anteriormente citada.

Hablo concretamente del libro La monarquía doceañista (1810-1837). Avatares, encomios y denuestos de una extraña forma de gobierno (Marcial Pons, Madrid, 2013), escrito por el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo Joaquín Varela Suanzes-Carpegna. Su subtítulo ya enuncia con claridad la temática del mismo: cómo se llegó, quiénes lo hicieron y qué argumentos manejaron los diputados de las Cortes de Cádiz durante el proceso de elaboración de la Constitución de 1812, cuya fuente de inspiración inequívoca fue la Constitución francesa de 1791, en menor medida la británica, y menos aun la estadounidense de 1787, aunque todas ellas la influyeran. 

Las consecuencias políticas que para el liberalismo español tuvo la Constitución de 1812, dos veces derogada y tres restablecida durante sus veinticinco años de vigencia (de los cuales estuvo diecinueve de ellos suspendida) es el objeto principal de estudio por parte del libro.  

Dice el profesor Varela en la introducción del mismo que este se ocupa de la teoría y práctica de una forma de gobierno, esto es, de una manera de entender y articular las relaciones entre los poderes encargados de llevar a cabo la dirección política del Estado, sobremanera el legislativo y el ejecutivo, aunque también el cuerpo electoral y el poder judicial, sin olvidarse del poder constituyente. La monarquía doceañista -dice más adelante- y la Constitución que la había vertebrado fue objeto de reflexión por parte de los liberales españoles en el exilio de esos dieciséis años, entre 1814-1820 y 1823-1833, y durante los dos años que estuvo en vigor el Estatuto Real, entre 1834 y 1836. Unos, los más -continúa-, se fueron apartando de ella; otros, los menos, continuaron siéndole fieles.

Cuatrocientas páginas de apasionada lectura después, llego, con el profesor Varela, a la conclusión de que los liberales españoles fueron decantándose desde 1814 por una monarquía constitucional al estilo de la británica, que había servido de inspiración a la Carta francesa aprobada ese mismo año y a otros textos constitucionales europeos tras la derrota de Napoleón.

Las razones que les llevaron a ello surgieron inexorablemente de la dificultad de articular un sistema de poderes viable en función de la imposibilidad de una relación fluida que la Constitución de 1812 establecía entre las Cortes y el gobierno (o poder ejecutivo), las escasas atribuciones del monarca como titular del mismo, la fuertísima cláusula que impedía la revisión de la Constitución antes de los ocho años de vigencia, la cuestión religiosa (que no satisfizo nunca al sector más progresista de los diputados) y, como no, la cuestión de la "soberanía nacional" y el asunto crucial de dilucidar si esta residía en la Nación (es decir, el pueblo español) o en las Cortes como representación de esta.

De ahí, continúa el profesor Varela, que a partir de esa temprana fecha de 1814 los liberales españoles se fueran decantando por un modelo constitucional en el que el monarca se convirtiera "de iure" en el nervio del Estado, algo compatible con la defensa de un sistema parlamentario de gobierno bajo el cual la dirección del Estado se fuera desplazando del monarca a un ministerio responsable políticamente ante un Parlamento compuesto por dos cámaras, una elegida por sufragio directo (y censitario) y otra donde se daría representación a la aristocracia.

Esa monarquía, añade el autor, comenzó a articularse durante la corta, aunque muy sustanciosa vigencia del Estatuto Real, y se asentará definitivamente en la Constitución de 1837. Un texto clave -dice- en nuestra historia constitucional, pues configuró la organización del Estado español hasta el golpe militar de Primo de Rivera en 1923. Y ello, añade, pese a los deseos de un sector minoritario del liberalismo español que ese mismo 1837 decidió recoger y con el tiempo radicalizar el programa político-constitucional doceañista con el propósito de vertebrar en España una forma de gobierno democrática e incluso republicana y federal, algo que, y con ello concluye el libro, solo se consiguió en 1868, y ello, por poco tiempo.

Ni que decir tiene que les animo a su lectura. Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Portada de "La monarquía doceañista (1810-1837)



Entrada núm. 2060
elblogdeharendt@gmail.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri
Publicada originariamente con fecha 27 de abril de 2014

viernes, 10 de junio de 2016

[Reedición] Otro mayo más...



Escena de la película "Soñadores" (B. Bertolucci, 2003)


"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican sin periodicidad fija, conservan su título, fecha y numeración y pueden variar ligeramente en su contenido sobre el publicado originariamente. Disfrútenla de nuevo si lo desean.   
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Escribo desde la euforia contenida y respetuosa, como no podía ser menos, de esos inolvidables 0-4 del Real Madrid al Bayern en Munich y del 1-3 del Atlético de Madrid al Chelsea en Londres, que lleva a dos equipos españoles, de una misma ciudad, a una final inédita en la historia de la "Champions". No es el fútbol un deporte que me apasione especialmente -en realidad no me apasiona ninguno y me gustan unos pocos, muy pocos- pero acontecimientos como este no se ven a menudo y conviene disfrutar los escasos momentos de alegría que la actual vida de zozobra continuada nos ofrece. 

Entre esos escasos momentos felices, en mi caso al menos, están los que me proporciona la lectura. Acabo de leer un estimulante librito de Fernando Savater, Figuraciones mías, que espero comentar próximamente; otro de Catherine Pozzi, Agnès (Periférica, Cáceres, 2013), que fue un texto de culto en la Francia del primer tercio del pasado siglo, y ahora mismo estoy enfrascado con el Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental seguido de Reflexiones sobre la revolución húngara (Encuentro, Madrid, 2007), de mi siempre admirada Hannah Arendt.  

No comienza mal el mes de mayo, un mes especial, sin duda. Lleno de recuerdos entrañables y reminiscencias infantiles. La de mi concepción, de la que no guardo recuerdo alguno por razones obvias; y la de los escolares meses del "Venid y vamos todos con flores a porfía, con flores a María, que madre nuestra es"... Y el de las Primeras Comuniones, la propia y las de los hijos. Pero la edad de la inocencia pasa inexorablemente con los años, y como el honor en la Guardia Civil, una vez perdida, resulta imposible de recuperar.

Justamente en mayo de hace unos años comentaba en el blog que a mí el pasado no me producía melancolía o nostalgia. Que no era de los que dicen que "todo tiempo pasado fue mejor", pero, eso sí, que las conmemoraciones me ponían sentimental, quizá en exceso; quizá por culpa de llevar desde mi juventud una ordenada agenda en la que anoto cumpleaños, onomásticas, aniversarios y acontecimientos familiares y amigos de especial significado para mí.  

Mayo fue también, aquel mes de 1808 en el que el pueblo de Móstoles (Madrid), una localidad que no llegaba a los cien vecinos, escuchó el famoso bando de sus alcaldes llamando a la rebelión del pueblo español frente a la ocupación francesa. El aristócrata que lo redactó y los alcaldes que lo suscribieron, Juan Pérez Villamil, Andrés Torrejón y Simón Hernández, no creo que fueran conscientes de la trascendencia que ese bando tuvo en la historia posterior de la Guerra de Independencia. Reelaborada o no esa historia con posterioridad, su llamamiento a la insurrección prendió una mecha que dio paso a un sentimiento nacional que no existía hasta ese momento, y que cuatro años más tarde daría lugar al nacimiento de la Nación española y a la primera Constitución liberal de Europa, esa misma de la que escribía hace unos días en el blog. Hoy me ha dado por pensar en los sucesos que ocurrieron en Madrid en mayo de 1808 y no tengo muy claro, de haberme encontrado en ese momento y en ese lugar, que hubiera hecho yo. ¿Me hubiera puesto del lado de las gentes de orden, afrancesados en su mayor parte, horrorizados por el tumulto del populacho? ¿De parte de esos madrileños cabreados por la chulería de los gabachos y el secuestro de lo que quedaba de la Familia Real y su traslado a Francia? ¿O como hicieron la mayoría de los madrileños me hubiera quedado en casa, asustado, y viéndolas venir?...

Unos años más tarde, en 1968, también en mayo, y con la madurez recién estrenada, me acometió el fervor revolucionario. Era, a mis 22 años, completamente feliz. El año anterior había terminado mi primera titulación universitaria; tenía un buen trabajo; me había traslado a vivir desde Madrid, la que había sido mi ciudad durante diecisiete añosa Gran Canaria; me había casado con una compañera de trabajo que sigue siendo la mujer y compañera de mi vida y estaba a punto de nacer mi primera hija; y a cubierto de todo temor asistía emocionado a las revueltas estudiantiles de Berkely, en California, y en muchas otras universidades europeas que culminaron con la asonada casi revolucionaria de los estudiantes franceses de París que a punto estuvieron de acabar con la V República. No estuve allí físicamente pero sí, o casi, en espíritu. Al menos en espíritu, sí... 

De todo lo que se contó, se supo, se fabuló sobre Mayo del 68, me quedo con dos anécdotas: La primera, la película "Soñadores" (2003), de Bernardo Bertolucci, con una sensacional y espléndida Eva Green de la que los franceses -siempre tan suyos- dicen (o decían) que tenía los senos más hermosos del cine mundial; la segunda, el lema oficioso de la revuelta estudiantil, promulgado en la Universidad de la Sorbona por un genial publicista anónimo provisto de un aerosol: "Sous les pavés, la plage" (Debajo de los adoquines está la playa)... La playa no apareció, pero los adoquines sirvieron para levantar una barricada infranqueable para los antidisturbios. Y cuando todo terminó, nunca más fueron repuestos... Por si acaso... ¿Qué queda en nosotros, casi setentones ya, de aquel espíritu de Mayo del 68? Me temo que nada, o más bien poco... Pero aun visto desde lejos, fue precioso y emocionante.

Pues nada, bienvenido sea este nuevo mes de mayo. Y ahora, sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




París, mayo de 1968



Entrada núm. 2062
elblogdeharendt@gmail.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)
Publicada originariamente con fecha 1 de mayo de 2014