martes, 17 de noviembre de 2015

[Humor & Poesía] Hoy, "Dulce soñar y dulce acongojarme", de Juan Boscán




Juan Boscán

Es muy posible que a algún purista le parezca una blasfemia lo que pretendo hacer durante unas semanas: unir en la misma entrada algunos de los más bellos sonetos de amor y a mis viñetistas cotidianos preferidos. Bien, pues lo siento por los puristas, pero un servidor piensa que hay pocas cosas en la vida más serias que el amor y el humor, así pues, ¿por qué no juntarlos?  Todo ello sin mayores pretensiones, aun reconociendo que meter en el mismo envoltorio un soneto de amor y unas viñetas humorísticas, por muy preñadas que estén de crítica social y realidad cotidiana, puede no resultar una fórmula afortunada. En cualquier caso, espero que sean de su agrado. 

El soneto es una composición poética compuesta por catorce versos de arte mayor, endecasílabos en su forma clásica, que se organizan en cuatro estrofas: dos cuartetos y dos tercetos. En el primer cuarteto suele presentarse el tema de la composición, tema que el segundo cuarteto amplifica. El primer terceto reflexiona sobre la idea central expresada en los cuartetos. El terceto final, el más emotivo, remata con una reflexión grave o con un sentimiento profundo desatado por los versos anteriores. De Sicilia, el soneto pasó a la Italia central, donde fue también cultivado por los poetas del "dolce stil nuovo" (siglo XIII). A través de la influencia de Petrarca, el soneto se extiende al resto de literaturas europeas.

Continúo hoy la serie de sonetos de amor con el titulado "Dulce soñar y dulce congojarme", de Juan Boscán Almogávar (1492-1542). Poeta y traductor español del Renacimiento. Conocido fundamentalmente por haber introducido la lírica italianizante en la poesía en castellano junto con Garcilaso de la Vega. Tradujo al español "El Cortesano" de Baltasar de Castiglione. De familia noble, recibió una excelente formación humanística y sirvió en la Corte de los Reyes Católicos y después en la del emperador Carlos V. Fue preceptor de Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, futuro Gran Duque de Alba. En la Corte conoció a otro gran poeta amigo suyo, Diego Hurtado de Mendoza.Viajó a Italia como embajador español. Allí encontró a Garcilaso de la Vega, con quien entabló una gran amistad. Seguramente al aprecio que Boscán sentía por la obra del poeta valenciano Ausiàs March se deben las reminiscencias de éste que hay en algunas de las composiciones del poeta toledano. Boscán, que había cultivado con anterioridad la conceptuosa y cortesana lírica cancioneril, introdujo el verso endecasílabo y las estrofas italianas, así como el poema en endecasílabos blancos y los motivos y estructuras del petrarquismo en la poesía castellana.

Las viñetas que hoy acompañan la entrada son de mis dibujantes habituales: Forges, Gallego y Rey, Idígoras y Pachi, Montecruz, Morgan, Padylla, Ros y El Roto.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



***


DULCE SOÑAR Y DULCE CONGOJARME



Dulce soñar y dulce congojarme
cuando estaba soñando que soñaba;
dulce gozar con lo que me engañaba
si un poco más duraba el engañarme;

dulce no estar en mí, que figurarme
podía cuanto bien yo deseaba;
dulce placer, aunque me importunaba
que alguna vez llegaba a despertarme.

¡Oh sueño, cuánto más leve y sabroso
me fueras si vinieras tan pesado
que asentaras en mí con más reposo!

Durmiendo, en fin, fui bienaventurado;
y es justo en la mentira ser dichoso
quien siempre en la verdad fue desdichado.

Juan Boscán.


***



VIÑETAS








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lunes, 16 de noviembre de 2015

[De libros y lecturas] Hoy, "Las Benévolas", de Jonathan Littell



Las Euménides


Según la mitología griega las Euménides o Erinias (las Benévolas), también llamadas Furias en la mitología romana, eran personificaciones femeninas de la venganza que perseguían a los culpables de ciertos crímenes. Eran hijas de la sangre derramada por el miembro viril de Urano sobre Gea cuando su hijo Crono lo castró. Su número era indeterminado, aunque Virgilio le pone nombre a tres de ellas: Alecto, la implacable, que castiga los delitos morales; Megera, la celosa, que castiga los delitos de infidelidad; y Tisífone, la vengadora del asesinato, que castiga los delitos de sangre. Se las representa habitualmente como genios femeninos con serpientes enroscadas en sus cabellos, portando látigos y antorchas, y con sangre manando de sus ojos en lugar de lágrimas, con grandes alas de murciélago o de pájaro y cuerpos de perro. También podían personificar el destino de los hombres. 

Las Euménides eran fuerzas primitivas anteriores a los dioses olímpicos que no estaban sometidas a la autoridad de Zeus. Moraban en el Érebo o Tártaro del que solo viajaban a la Tierra para castigar a los criminales vivos. A pesar de su carácter divino los dioses del Olimpo mostraban hacia ellas una profunda repulsión no exenta de temor reverencial y no toleraban su presencia. Por su parte, los mortales las temían pavorosamente y huían de ellas. En cierto sentido, representaban la rectitud de las cosas dentro del orden establecido como protectoras del cosmos frente al caos. 

El 3 de diciembre de 2006 el escritor y Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, publica en el diario El País un elogioso artículo titulado "Los benévolos", en el que reseñaba la primera novela, "Les Bienveillantes", de un joven escritor francés llamado Jonathan Littell, nacido en Nueva York en 1967 y residente en Barcelona, que acababa de ganar con ella el Premio Goncourt, el más prestigioso de las letras francesas, y también el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa. Ni que decir tiene que leí con sumo interés, como hago con todos los suyos, el artículo de Vargas Llosa.

Diez meses después de ese artículo de Vargas Llosa la editorial barcelona RBA publicaba en español la novela, ahora ya con el título de "Las Benévolas", mucho más ajustado a su original francés que el del artículo citado. Compré el libro nada más ponerse a la venta, exactamente tal día como hoy de 2007. Y como suele ser habitual en mí, tras ojear las primeras páginas, algunas intermedias, y las finales..., lo dejé en la alacena de la biblioteca familiar durmiendo el sueño de los justos. Quizá abrumado por sus 991 páginas de texto apretado, aunque muy legible, y sin apenas puntos y aparte que dejaran un momento para el respiro. Eso fue en 2007, pero hace unas tres semanas decidí asumir de nuevo el reto de su lectura, e incapaz de abandonarla, lo que son las coincidencias, la concluyo el mismo día que la compré pero ocho años después.

Hace unos pocos días escribí en el blog sobre la novela de Littell. Fue en una entrada que hacía referencia al triste aniversario de la "Kristallnacht", el episodio que puso en marcha el inicio del proceso de exterminio de los judíos de Europa por el régimen nazi. Hoy, por su acreditada excelencia, me limito a recomendarles la lectura de "Las Benévolas", reseñando algunas de las cosas que Mario Vargas Llosa decía sobre ella en su artículo.

El lector sale de "Les Bienveillantes", dice nuestro Premio Nobel, la novela de Jonathan Littell que acaba de ganar el Premio Goncourt en Francia y que ha alcanzado en ese país un éxito de público sin precedentes, asfixiado, desmoralizado y a la vez estupefacto por ese viaje a través del horror y la oceánica investigación que lo ha hecho posible. No recuerdo haber leído nunca un libro que documente con tanta minucia y profundidad los pavorosos extremos de crueldad y estupidez a que llegó el nazismo en su afán de exterminar a los judíos y demás "razas inferiores" en su breve pero apocalíptica trayectoria.

En una novela, añade, lo que importa, sobre todo, es lo que hay en ella de agregado a la vida a través de la fantasía. "Les Bienveillantes" es un libro extraordinario por lo que hay en él de cierto y verdadero. Quien la cuenta, sigue escribiendo Mario Vargas Llosa, es un narrador-personaje, Max Aue, que ha conseguido sobrevivir a su pasado nazi y envejece ahora, en la Provenza francesa, bajo un nombre supuesto y convertido en un próspero industrial. No se arrepiente en absoluto de los crímenes indescriptibles de los que fue cómplice y autor -su exitosa carrera dentro del Tercer Reich la hizo como policía y experto en exterminio y campos de concentración, a la sombra del Reichsführer-SS Himmler, y trabajando en equipo con dignatarios como Eichmann o Speer, el ministro favorito de Hitler. Tuvo una infancia traumática, en Francia -su madre era francesa y su padre alemán-, en la que concibió una pasión incestuosa por su hermana gemela, y practica el homosexualismo pasivo a ratos y a escondidas, pero el sexo no ocupa un lugar importante en su vida. Se doctoró en Derecho y es hombre culto, aficionado a la música, las buenas lecturas y las artes -le gustan mucho las óperas de Monteverdi y las pinturas de Vermeer- como, por lo demás, según su testimonio, parecen serlo muchos de sus colegas, en la Gestapo, los Waffen-SS y los cuerpos de seguridad del Partido Nazi en los que él, gracias a su espíritu disciplinado, trabajador y eficiente hace una rápida carrera alcanzando antes de cumplir treinta años los galones de teniente coronel y la máxima condecoración del Ejército alemán, la Cruz de Hierro, por su desempeño en el sitio de Stalingrado.

En los comienzos de su tarea, continúa diciendo Vargas Llosa, nuestro narrador y protagonista asiste en los países ocupados del Este, sobre todo Ucrania y Rusia, a los asesinatos masivos de judíos, gitanos, enfermos mentales y víctimas de cualquier tipo de deformación física: Padece de vómitos nocturnos y ataques de dispepsia, y algunas pesadillas, pero da la impresión de que ello no es un síndrome de rechazo moral sino de un disgusto estético y sensible ante los horrendos olores y feas escenas que producen aquellas degollinas. Pronto se acostumbra y, convencido de que la ideología nazi del "Volk" exige del pueblo ario aquella operación de limpieza étnica masiva, pone en el empeño todo su talento organizador y su imaginación burocrática. Con tan buenos resultados que es promovido hasta tener acceso a todo el enrevesado sistema montado por el régimen para aniquilar al pueblo judío, a los gitanos, a los deformes y degenerados, y para convertir en bestias de carga y esclavos industriales a los prisioneros políticos.

Esta misión, dice más adelante, lleva a nuestro protagonista a recorrer todos los campos de exterminio y a alternar con quienes los dirigen -policías, militares, médicos, antropólogos- en visitas que recuerdan el paso de Dante y Virgilio por los siete círculos del infierno, pero sin poesía. Aunque uno cree saberlo todo ya sobre el vertiginoso salvajismo con que los nazis se encarnizaron en su afán de liquidar a los judíos, la información reunida por Jonathan Littell nos revela que no, que todavía fue peor, que los crímenes, la inhumanidad de los verdugos, alcanzaron cimas más altas de monstruosidad de las que creíamos. Son páginas que quitan el habla, estremecen y desalientan sobre la condición humana. Quienes planeaban estos horrores eran a veces, como el doctor en Derecho Max Aue, gentes que habían leído mucho y sensibles a las artes. Una de las mejores escenas del libro es una recepción de jerarcas nazis en la que Adolf Eichmann aparece ansioso por aplicar a la presente situación alemana la noción kantiana de imperativo categórico, y otra en la que, en una cacería en las afueras de Berlín, la esposa de un general nazi explica la filosofía de Heidegger. 

Estas páginas del libro, dice Vargas Llosa, parecen una ilustración muy gráfica de la famosa frase de George Steiner preguntándose cómo fue posible que el mismo pueblo que produjo a Beethoven y a Kant, engendrara también a Hitler y al Holocausto: porque "las humanidades no humanizan". Así de sencillo y terrible.

¿Cuántos alemanes sabían lo que ocurría en los campos de exterminio?, se pregunta nuestro comentarista. Como revela el personaje central de la novela, es cierto que se guardaban las apariencias y que, por ejemplo, en los informes, reglamentos, órdenes, se utilizaban eufemismos como "saneamiento", "curación" o "limpieza" y que, incluso buen número de las decenas de millares de personas directamente implicadas en hacer funcionar la complicada maquinaria del aniquilamiento de millones de personas, no hablaban de eso sino de manera figurada -salvo en las borracheras- y no querían saber nada más fuera de la parcela que les concernía. Pero lo evidente es que era mucho más difícil no saber lo que ocurría que saberlo, pues, en los extremos de enloquecimiento a que llegó el régimen en su obsesión homicida contra los judíos, a partir de 1943 ésta pasó a ser la primera prioridad del nazismo, antes incluso que ganar la guerra. No se explica de otro modo el esfuerzo gigantesco para montar un sistema de transportes masivos a lo largo y a lo ancho de Europa a fin de alimentar las cámaras de gaseamiento y los hornos crematorios, y los presupuestos crecientes y la asignación de personal y de recursos técnicos, que, contra el parecer de los jerarcas del Ejército alemán, que veían en esto un debilitamiento de su capacidad bélica, llevó a cabo el nazismo, decidido a acabar con los judíos aun a costa de una derrota militar. Todos sabían, aunque no quisieran saberlo.

Tal vez fuera imposible, termina su artículo Vargas Lloca, manipulando materiales tan absolutamente abominables como los que recorren las casi novecientas páginas de este libro escribir una gran novela, como "La guerra y la paz" o "Los demonios". Una novela, sigue diciendo, puede sumergirnos en el barro de la injusticia, de la maldad, de las peores formas de infortunio, pero sin renunciar a alguna forma de la esperanza, de redención. Pero esta novela, como las del marqués de Sade, no nos ofrece ninguna escapatoria, y luego de sumergirnos en la más abyecta manifestación de lo repugnante que puede ser lo humano, nos deja allí, en esos humores deletéreos, condenados para siempre. Por eso, a pesar de ser tan cierto todo aquello que cuenta, hay en "Les Bienveillantes" cierto miasma de irrealidad, algo que tal vez proyectamos en ella los lectores para defendernos, negándonos a ser así, solo seres odiosos y horribles. Porque en las muchas páginas de este libro fuera de lo común no hay un solo personaje, hombre o mujer, que no sea absolutamente despreciable. 

Espero haber suscitado, al menos, su interés por esta inmensa novela de Jonathan Littell. Creo que merece con creces su lectura. A mí me ha resultado, lisa y llanamente, apasionante.


Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArend






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domingo, 15 de noviembre de 2015

[Humor & Domingo] Hoy, sin palabras, en homenaje a las víctimas del terrorismo







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sábado, 14 de noviembre de 2015

[A vuelapluma] Pour la Liberté. Vive la France! ¡No al terror!








Ya se empiezan a oír en las redes sociales comentarios, quiero suponer, de verdad, que sinceros y de buena fe (aunque seguro que los hay también de mala fe y sin respeto alguno por las víctimas) que parecen decir que los muertos en los atentados de París son responsables de sus propias muertes porque sus gobiernos son culpables de no se sabe qué. Que en Occidente no sentimos lo mismo cuando las víctimas no son occidentales. Y eso es una falacia. Lo lamentamos y nos dolemos de ello por igual. Pero nos quedan un poco más lejanos. Y eso es normal y humano. Lo que me suena hipócrita es que me pidan que sienta el mismo dolor por el que conozco que por el ajeno. Todos los muertos por causa del fanatismo merecen el mismo respeto, todos sin excepción. Pero el dolor no puede ser el mismo. Si fuera así, sería imposible vivir. No deberíamos permitir que se haga demagogia con las víctimas del terrorismo, porque eso es terrorismo también.

Lo explicaba muy bien unos días después de los atentados de París el escritor Bernardo Marín en un artículo de El País titulado "El dolor cercano por el país de las libertades". A él les remito. No puedo sino reconocer que coincido plenamente con sus planteamientos.

También  me parecen inobjetables las palabras pronunciadas al respecto por el filósofo francés Bernard-Henri Lévy, en su artículo "La guerra, manual de instrucciones". Hay que llamar a las cosas por su nombre, dice en él, y tratar al enemigo como tal. La alternativa está clara: si no hay tropas en su territorio tendremos más sangre en el nuestro.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







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jueves, 12 de noviembre de 2015

[Humor & Poesía] Hoy, "Llora Jacob de su Raquel querida", de Miguel de Barrios




La novia judía (Rembrandt, 1666)


Es muy posible que a algún purista le parezca una blasfemia lo que pretendo hacer durante unas semanas: unir en la misma entrada algunos de los más bellos sonetos de amor y a mis viñetistas cotidianos preferidos. Bien, pues lo siento por los puristas, pero un servidor piensa que hay pocas cosas en la vida más serias que el amor y el humor, así pues, ¿por qué no juntarlos?  Todo ello sin mayores pretensiones, aun reconociendo que meter en el mismo envoltorio un soneto de amor y unas viñetas humorísticas, por muy preñadas que estén de crítica social y realidad cotidiana, puede no resultar una fórmula afortunada. En cualquier caso, espero que sean de su agrado. 

El soneto es una composición poética compuesta por catorce versos de arte mayor, endecasílabos en su forma clásica, que se organizan en cuatro estrofas: dos cuartetos y dos tercetos. En el primer cuarteto suele presentarse el tema de la composición, tema que el segundo cuarteto amplifica. El primer terceto reflexiona sobre la idea central expresada en los cuartetos. El terceto final, el más emotivo, remata con una reflexión grave o con un sentimiento profundo desatado por los versos anteriores. De Sicilia, el soneto pasó a la Italia central, donde fue también cultivado por los poetas del "dolce stil nuovo" (siglo XIII). A través de la influencia de Petrarca, el soneto se extiende al resto de literaturas europeas.

Continúo hoy la serie de sonetos de amor con el titulado "Llora Jacob de su Raquel querida", de Miguel de Barrios y Valle o Miguel Daniel Leví de Barrios (1635-1701). Militar, poeta, historiador, dramaturgo y filósofo sefardí. Era hijo de Simón de Barrios (de nombre judío Jacob Levi Caniso), de origen judeoportugués y contador del marqués de Priego, y de Sebastiana del Valle (de nombre judío Sara Valle). Simón de Barrios abandonó Castilla para escapar la persecución de la Inquisición y se dirigió al reino de Portugal, donde residió en Marialva y también cerca del Chalet-Flor; pero, no sintiéndose tampoco seguro allí, marchó a Argelia. Desde Argelia su hijo, Miguel de Barrios, pasó a Italia y luego a Niza, donde residió por algún tiempo. En 1660 cruzó el Atlántico con un grupo de judíos que se estableció en Trinidad y Tobago. Allí murió su joven esposa, tras lo que él volvió a Europa. En Bruselas se alistó en el ejército español en Flandes, donde alcanzó el grado de capitán. En Bruselas escribió su "Flor de Apolo", algunos dramas y el "Coro de las Musas", donde realizaba panegíricos de notables príncipes europeos. Se propuso escribir una obra sobre el Pentateuco en doce partes, pero los rabinos no dieron permiso para imprimirla; en 1672 se trasladó a Ámsterdam, donde residió hasta su muerte. Desde 1674 se dedicó a los negocios, la poesía y la historia en lengua española, en el ambiente de libertad existente en las Provincias Unidas de los Países Bajos. En 1676 fundó una academia literaria, la Academia de los Sitibundos, que tenía entre sus jueces, a uno de los vecinos más ricos de Ámsterdam, Manuel Belmonte, conde palatino residente del rey de España, al doctor Isaac de Rocamora, exdominico, predicador de la emperatriz Mariana de Austria, y a Isaac Gómez de Sosa, poeta imitador de Virgilio. Los aventureros eran Abraham Henriques, Mosseh Rosa, Mosseh Días y Abraham Gómez Silveyra. Miguel de Barrios tenía el cargo de mantenedor de la misma. El lema de la academia era «el alma es fuego del Señor» (Prov., XX, 27). A principios de 1685 es nombrado mantenedor, junto con su hijo Simón de Barrios, Abraham Gutierres, Mosseh Rosa y Manuel de Lara, de otra academia, la Academia de los Floridos, cuyos 38 miembros se recogen en la Relación de los poetas y escritores españoles de la nación judáica amstelodana. Esta nueva academia fue creada por deseo de Manuel Belmonte y constituida por Isaac Nunes; destacando especialmente su secretario José Penso de la Vega y el fiscal Isaac Orobio de Castro. Todos se consagraban a la literatura y representaban lo más selecto de la sociedad judía de Ámsterdam. Miguel de Barrios desarrolló la creencia en la vuelta del Mesías para el Año Nuevo judío de 5435 (cristiano de 1675). Fue enterrado en el cementerio de Amsterdam, al lado de su segunda esposa, Abigail de Pina, hija de Isaac de Pina, con la que se había casado en 1662 y que murió en 1686. Se ha propuesto que el cuadro de Rembrandt La novia judía, de 1668, les representa a ambos.

Las viñetas que acompañan la entrada de hoy son todas del dibujante Ricardo, y se publican en el diario El Mundo.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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LLORA JACOB DE SU RAQUEL QUERIDA

Llora Jacob de su Raquel querida
la hermosura marchita en fin temprano,
que cortó poderosa y fuerte mano
del árbol engañoso de la vida.

Ve la purpúrea rosa convertida
en cárdeno color, en polvo vano,
y la gala del cuerpo más lozano
postrada en tierra, a tierra reducida.

"¡Ay!", dice, "¡Gozo incierto! ¡Gloria vana!
¡Mentido gusto! ¡Estado nunca fijo!
¿Quién fía en tu verdor, vida inconstante?

Pues cuando más robusta y más lozana
un bien que me costó tiempo prolijo
me lo quitó la muerte en un instante."

Miguel de Barrios


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VIÑETAS DE RICARDO 





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miércoles, 11 de noviembre de 2015

[Cuentos para la edad adulta] Hoy, "Parábola del trueque", de Juan José Arreola






El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Durante los próximo meses voy a traer hasta el blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros... Espero que los disfruten. 

Continúo hoy la serie con el cuento titulado "Parábola del trueque", de Juan José Arreola Zúñiga (1918-2001) escritor, académico y editor mexicano. Trabajó desde muy joven como encuadernador, vendedor ambulante, periodista, mozo de cuerda, cobrador de banco, impresor, comediante, panadero... En 1934 escribió sus tres primeros textos. En 1948 entra a trabajar en el Fondo de Cultura Económica como corrector y autor de solapas y obtiene una beca en El Colegio de México. Su primer libro de cuentos aparece en 1949, editado por el FCE. En 1950 comienza a colaborar en la colección "Los Presentes" y recibe una beca de la Fundación Rockefeller. Poco después publica su primera gran obra "Confabulario". Gran aficionado al ajedrez, invitó Guadalajara a un adolescente Bobby Fischer, entonces campeón de ajedrez de los Estados Unidos y que después sería campeón mundial. En cuanto a su formación, escribió: "Soy autodidacto, es cierto. Pero a los doce años y en Zapotlán el Grande leí a Baudelaire, a Walt Whitman y a los principales fundadores de mi estilo: Papini y Marcel Schwob, junto con medio centenar de otros nombres más y menos ilustres". Recibió innumerables premios, entre ellos el Xavier Villarrutia, el Nacional de Periodismo y el Nacional de Lingüística y Literatura de México, así como el de Literatura Latinoamericana y del Caribe.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



Juan José Arreola



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martes, 10 de noviembre de 2015

[Historia] Un aniversario más de la "Kristallnacht"



El inicio


Ahora que Europa parece sumirse de nuevo en la noche de los tiempos con campos de concentración y de internamiento, expulsiones y traslados masivos de población, cuotas de refugiados y delirios nacionalistas, de los que en España, hoy mismo, tenemos cumplida referencia, no parece estar de más recordar dónde, cuándo y cómo comenzó todo.

Fue en esta noche, entre el 9 y el 10 de noviembre de 1938, hace justamente setenta y siete años, que en muchas ciudades de Alemania y Austria comenzó lo que acabaría convirtiéndose en esa pesadilla, vergüenza de la humanidad, que fue el Holocausto, la "Shoah", la "Solución Final" (en el lenguaje tecnocrático del régimen nacional-socialista): el exterminio sistemático y premeditado de los judíos de Alemania y Europa. Pero todo comenzó a fraguarse entre 1925 y 1928, en que un iluminado llamado Adolf Hitler escribió un libro llamado Mein Kampf (Mi lucha). Un artículo reciente en El País, titulado Desmontando el Mein Kampf (sin silenciarlo), escrito por Ricardo de Querol y Luis Doncel, contaba su génesis.

La atrocidad fue de tal calibre que ninguna de las realizadas posteriormente por régimen, estado, nación u hombre alguno, y las ha habido de todos los colores y calibres, le resulta equiparable. Fue la llamada por los historiadores La Noche de los Cristales. Aquella noche, como había anunciado ya cien años antes el poeta alemán Heine (de origen judío): "quién quema libros termina tarde o temprano por quemar hombres", dio comienzo uno de esos hechos que avergonzarán por siempre a la humanidad. Y como dijo el también judío italiano Primo Levi en uno de los libros más intensamente conmovedores que he podido leer nunca, "Si esto es un hombre" (Muchnik, Barcelona, 2002), quizá no podamos comprender nunca lo que pasó, pero si podemos y debemos comprender dónde nació, y estar en guardia. Si comprender es imposible -dice-, conocer es necesario, porque lo sucedido puede volver a suceder, las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de nuevo: las nuestras también, concluye. 

Lo que pasó aquella noche entre el 9 y el 10 de noviembre de 1938 en Alemania y Austria lo recordó en su día en un interesante artículo del El País, titulado "La España en guerra ante la Kristallnacht", el profesor de Antropología Social de la Universidad Complutense de Madrid, Alejandro Baer.

El artículo del profesor Baer se centraba en explicar la diferente actitud que mostraron ante los hechos que se relatan en el mismo el gobierno y la prensa de la zona republicana, por un lado, y el gobierno y la prensa de la zona nacional, por otro. La primera, condenándolo con energía y rotundidad; la segunda, amparándolo y justificándolo.

Pero a mi lo que más me llamó la atención del artículo fue la afirmación, que comparto, de que los enraizados prejuicios y estereotipos antisemitas, con que se prodigaron en noviembre de 1938 quienes finalmente ganaron la Guerra Civil, han perdurado durante décadas y que sus resabios y ramificaciones forman parte de nuestro presente. ¿Acaso le cabía a alguien duda de ello? No me atrevería yo a afirmar rotundamente que la mayoría de la sociedad española sea racista; desde luego, arraigados prejuicios antisemitas si que tiene. Y en lo que discrepo del profesor Baer es que provengan del régimen franquista. Tengo la impresión de que son bastante más antiguos.

Hay un libro espléndido y admirable del filólogo e historiador Américo Castro titulado "España en su historia: cristianos, moros y judíos" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1989), que explicita ese eterno tema de discusión académica nacional sobre que es el "ser de España". Castro, contra la opinión de otros eminentes historiadores españoles como Claudio Sánchez Albornoz, con el que polemizó duramente sobre ello, se inclina por la tesis del mestizaje entre cristianos, moros y judíos, como característica definitoria del "ser nacional español". Es por ello por lo que al inicio del capítulo X de su libro afirma con rotundidad: "La historia del resto de Europa puede entenderse sin necesidad de situar a los judíos en un primer término; la de España, no. La función primordial y decisiva de los hispano-hebreos es indisoluble, a su vez, de la circunstancia de haber vivido articulados prietamente con la historia hispano-musulmana."

Como atestigua mi apellido paterno y el escudo de armas familiar (se dice en él que "probó" su hidalguía, lo que significa que había dudas sobre la pureza de su sangre) soy descendiente de conversos. Como lo fueron innumerables españoles tales como el propio rey Fernando el Católico; los escritores Juan de Mena, Fernando de Rojas, fray Luis de León, Mateo Alemán, Hernando del Pulgar, Jorge de Montemayor y el mismo Miguel de Cervantes; los místicos (y santos) Teresa de Jesús y Juan de la Cruz; el teólogo Juan de Torquemada; el médico y científico Miguel Servet; los filósofos Juan Luis Vives, Francisco Sánchez y Benito Espinosa... La lista es interminable y espléndida.

Decir ahora que el antisemitismo español, según algunos especialistas el más arraigado de Europa, es producto del franquismo, o de la confrontación israelí-palestina actual me parece como poco quedarse un poco cortos. El problema es que tengo la impresión de que Europa, y España con ella, camina de nuevo hacia un resurgimiento populista de la xenofobia y el racismo. Confío en equivocarme, pero ejemplos recientes en sentido contrario, tenemos más que sobrados. 

Termino con otro párrafo, que me parece muy significativo, del libro de Primo Levi que cité al comienzo de la entrada: "Destruir al hombre es difícil, casi tanto como crearlo: no ha sido fácil, no ha sido breve, pero lo habéis conseguido, alemanes. Henos aquí dóciles bajo vuestras miradas; de nuestra parte nada tenéis que temer: ni actos de rebeldía, ni palabras de desafío, ni siquiera una mirada que juzgue." ¿Volvemos a empezar? Espero que no. Si quieren saber como fue la realidad les recomiendo la lectura de "Eichmann en Jerusalén", de Hannah Arendt, en cualquiera de sus múltiples ediciones. 

Hay historias de ficción que cuando nos sumergimos en ellas nos parecen tan irreales, por lo horrorosas, que nos cuesta admitir que la realidad fue peor aun de lo que estamos leyendo. Una de esas historias, que estoy terminando de leer con desasosiego y apasionado interés (y espero que se animen a enfrentarse con sus 991 páginas de apretado texto porque -de verdad- merece la pena) es la de "Las Benévolas", de Jonathan Littell (RBA, Barcelona, 2007), ganadora del premio Goncourt. "En realidad -nos dice el narrador de la historia en primerísima persona al inicio de la misma- también podría no haber escrito. Bien pensado no es una obligación. Desde que se acabó la guerra, he sido un hombre discreto; gracias a Dios, nunca he necesitado, como mis excolegas, escribir mis memorias para justificarme, porque no tengo nada que justificar; ni tampoco tengo intenciones lucrativas, porque me gano la vida bastante bien con lo que hago. No estoy arrepentido de nada; hice el trabajo que tenía que hacer, y ya está; en cuanto a mis asuntos familiares, que a lo mejor cuento también, solo me importan a mí y, en lo referido a lo demás, hacia el final, es muy posible que me haya excedido, pero es que estaba ya un tanto fuera de mis casillas, flaqueaba y, encima, a mi alrededor el mundo entero se venía abajo; admitid que no fui el único que perdió la cabeza. Pese a mis fallos, que han sido muchos, no he dejado de ser de esos que opinan que las únicas cosas indispensables para la existencia humana son respirar, comer, beber, defecar y buscar la verdad. El resto es facultativo."

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



El final



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lunes, 9 de noviembre de 2015

[Política] Sobre el amor a la patria



Alegoría de España (Biblioteca Nacional, Madrid)


Las campañas electorales me ponen de los nervios, lo confieso. Y en algunas ocasiones hasta me hartan. En época de elecciones se suelen exacerbar los sentimientos patrióticos, y las alusiones a la Patria, la Nación, el País o el Estado, así, con mayúsculas, se convierten en el pan nuestro de cada día. 

Desconfío, por decirlo suavemente, de todos aquellos que hablan de la Patria, la Nación, el País, el Estado, la Justicia, la Democracia, el Pueblo o Dios (y más cosas) en primera persona, con mayúscula, y poniéndolos siempre por delante como justificación de sus acciones. Me dan miedo. Y de vez en cuando me repelen. Sobre todo cuando suenan a oportunismo electoral.

Es difícil entenderse, aunque sea en el mismo idioma, cuando no compartimos el sentido de las palabras que empleamos. Así pues, para que se me pueda entender, y replicar, reproduzco las acepciones, tomadas del Diccionario de la lengua española de la RAE (2014) que me son más cercanas de algunas de las palabras empleadas en esta entrada.

1. estado: 6. m. Forma de organización política, dotada de poder soberano e independiente, que integra la población de un territorio.

2. nación: 1. f. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno.

3. país: 2. m. Territorio, con características geográficas y culturales propias, que puede constituir una entidad política dentro de un Estado.

4. patria: 2. f. Lugar, ciudad o país en que se ha nacido.

5. patriota: 1. m. y f. Persona que tiene amor a su patria y procura todo su bien.

6. patriotismo: 2. m. Sentimiento y conducta propios del patriota.

7. pueblo: 3. m. Conjunto de personas de un lugar, región o país.

El escritor y académico Javier Marías en un artículo de hace unos años en El País Semanal titulado "Cómo se llamará esta afección", escribía: "Siempre me ha costado mucho entender el patriotismo. Las proclamas del tipo "Amo España" (o Inglaterra, Escocia, Italia, Cataluña o Galicia, lo mismo da) me han sonado falsas y huecas, además de inverosímiles, porque nadie está capacitado para "amar" así, en bloque, un país entero, menos aún una metáfora o un concepto. Uno ama, como mucho, a unas cuantas personas a lo largo de su vida, sin que nos importen su lugar de nacimiento ni la lengua que hablen. Casi siempre se pertenece a un sitio por accidente. A ese sitio nos acostumbramos, sí, y durante un tiempo es nuestro único mundo. En él desarrollamos nuestros primeros afectos: creamos vínculos fuertes con algunas personas y paisajes, adquirimos hábitos que nos son gratos y que hasta pueden llegar a sernos indispensables. Por lo general nos sentimos cómodos, y bastaría con que nos viéramos condenados al exilio -como ha sucedido a tantos españoles a lo largo de la historia- para que echáramos desmedidamente en falta esos paisajes y esos hábitos. La mayoría de la gente vive donde vive porque se encontró allí al nacer y se incorporó a lo que ya estaba en marcha. Se instaló naturalmente y ya no se plantea moverse, a no ser que sienta un profundo descontento o aburrimiento, o sea inquieta y quiera hacer lo que antes se llamaba "conocer mundo", o vea que su lugar no es el adecuado para abrirse camino en su profesión. Pero todo es principalmente una cuestión de costumbre, y el amor tiene poco que ver en ello".


El artículo completo de Marías, que pueden leer en el enlace de más arriba, me pareció desgarrador, y quizá, excesivo. En todo caso comparto con él ese sentimiento de "patriotismo negativo" al que alude en su texto: aquel que nos hace avergonzarnos de muchos de nuestros compatriotas y de muchas de las cosas que se han hecho y dejado de hacer en nombre de la patria.

Leyéndolo he recordado un libro del también escritor e ilustre filósofo, Fernando Savater, que me impresionó sobremanera cuando lo leí, por su atrevimiento y la dureza de sus planteamientos, contra el propio concepto de nación. Se titulaba "Contra las patrias" (Tusquets, Barcelona, 1987), y no sé si don Fernando seguirá sosteniendo lo que en el decía contra "todas" las patrias"; supongo que sí, porque el concepto de "patria", como se vé en las definiciones del Diccionario de la RAE, no es unívoco.

También ignoro si Javier Marías había leído cuando escribió su artículo la magnífica biografía de Hannah Arendt de la periodista y escritora francesa Laure Adler, titulada "Hannah Arendt" (Destino, Barcelona, 2006). Me gustaría pensar que sí por la coincidencia casi literal entre lo que escribe Marías sobre el "amor patrio" y lo que pone Laure Adler en boca de su biografiada (página 426), sobre ese mismo concepto de amor a la patria, o al pueblo: "Tiene usted toda la razón: no me anima ningún amor de esa clase, y eso por dos motivos: jamás en toda mi vida he amado a ningún pueblo, a ninguna colectividad; ni al pueblo alemán, ni al francés, ni al norteamericano, ni a la clase obrera, ni nada de todo eso. Yo amo únicamente a mis amigos, y la sola clase de amor que conozco y en la que creo es en el amor por las personas."

¿Plagio inocente e inadvertido o simple coincidencia de sentimientos? Cualquiera de los dos hechos son posibles. No me preocupa. Como Marías, yo también me pregunto como se llamará "esa afección que nos hace incapaces de enorgullecernos junto a la capacidad de avergonzarnos por lo ajeno vecino". En todo caso, como él, estoy seguro de que no somos los únicos españoles que la padecemos.

Mi paisano Nicolás Estévanez, (1838-1914), militar y político de prestigio, y sobre todo poeta, escribió un hermosísimo poema sobre el mito de la patria titulado "La sombra del almendro". Les dejo con él. 

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




LA SOMBRA DEL ALMENDRO

La patria es una roca,
la patria es una fuente,
la patria es una senda y una choza.

Mi patria no es el mundo;
mi patria no es Europa;
mi patria es de un almendro
la dulce, fresca, inolvidable sombra.

A veces por el mundo
con mi dolor a solas
recuerdo de mi patria
las rosadas, espléndidas auroras.

A veces con delicia
mi corazón evoca,
mi almendro de la infancia,
de mi patria las peñas y las rocas.

Y olvido muchas veces
del mundo las zozobras,
pensando de las islas
en los montes, las playas y las olas.

A mi no me entusiasman
ridículas utopías,
ni hazañas infecundas
de la razón afrenta, y de la Historia.

Ni en los Estados pienso
que duran breves horas,
cual duran en la vida
de los mortales las mezquinas obras.

A mi no me conmueven
inútiles memorias,
de pueblos que pasaron
en épocas sangrientas y remotas.

La sangre de mis venas,
a mi no se me importa
que venga del Egipto
o de las razas céltica y godas.

Mi espíritu es isleño
como las patrias rocas,
y vivirá cual ella
hasta que el mar inunde aquellas costas.

La patria es una fuente,
la patria es una roca,
la patria es una cumbre,
la patria es una senda y una choza.

La patria es el espíritu,
la patria es la memoria,
la patria es una cuna,
la patria es una ermita y una fosa.

Mi espíritu es isleño
como las patrias costas,
donde la mar se estrella
en espumas rompiéndose y en notas.

Mi patria es una isla,
mi patria es una roca,
mi espíritu es isleño
como los riscos donde vi la aurora...

Nicolás Estévanez




Javier Marías, Nicolás Estévanez y Hannah Arendt



Entrada núm. 2501
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)