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martes, 30 de abril de 2019

[EUROPA] Populismo de derechas






Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo, de aquí al 26 de mayo próximo, al menos dos veces por semana, aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

Los votantes jóvenes están hartos de que estos partidos europeos ignoren el calentamiento global o la brecha social, comenta Bernhard Odehnal, periodista de investigación en el diario suizo Tages-Anzeiger.

Campaña electoral en un pequeño municipio suizo, comienza diciendo Odehnal. Roger Köppel, parlamentario nacional de la formación populista de derechas Partido Popular Suizo (SVP), habla ante un auditorio repleto. La sala del hostal es demasiado pequeña, así que los que llegan tarde se tienen que quedar de pie. Salta a la vista que el considerable número de oyentes enorgullece al orador. La media de edad, sin embargo, debería ser motivo de preocupación. Más o menos la mitad de la concurrencia supera los 70 años, mientras que a la otra mitad le falta poco para cumplirlos. A su lado, Köppel, que tiene 54, parece joven.

Sí, de acuerdo, a estos actos locales asiste gente de edad avanzada. Es lógico. También son los mayores a quienes más complace oír cómo los políticos de derechas prometen defender su pequeño paraíso terrenal de la invasión de extranjeros y la tutela de Bruselas. Pero, mientras tanto, el SVP se queda sin jóvenes en sus filas y, sobre todo, en las urnas, como se vio hace poco en varias elecciones regionales.

El SVP fue el primer partido populista de derechas de Europa que, con su política agresiva y xenófoba, dejó de ser minoritario y se catapultó a primera fuerza del país. ¿Y si ahora también estuviese anticipando una tendencia en el continente? ¿Y si su política del chivo expiatorio hubiese quedado superada? ¿Es posible que las jóvenes generaciones se estén apartando de ellos?

En todo caso, el problema del envejecimiento no es exclusivo de Suiza. En la década de 1990, Jörg Haider, la estrella del populismo de derechas austriaco, buscó para su equipo hombres más bien ajenos a la política, pero ambiciosos y muy jóvenes. Su “partido de los chavales” hizo temblar a los veteranos “partidos de los viejos”. Haider está muerto, y a sus chavales solo les siguen prestando atención, si acaso, los tribunales.

La actual dirección del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) ronda los 50 años, lleva toda la vida en la política y no se aparta del camino conocido. Fuera de “una nueva oleada de refugiados nos amenaza” y “el islam es un peligro para Europa”, nada sale de ellos.

Los únicos jóvenes que trataron de establecer un contacto más estrecho con el partido procedían del ultraderechista Movimiento Identitario, pero desde que se supo que el autor del atentado de Christchurch había hecho un donativo al jefe de la formación, el FPÖ ha tenido que distanciarse de sus retoños.

El partido no tiene a la vista otros sucesores con unas ideas más moderadas. Es evidente que ha perdido atractivo. No obstante, está en el Gobierno desde hace un año y medio, y el poder tapa de maravilla los problemas estructurales de los partidos. Lo único que tiene que hacer el FPÖ es no volver a perderlo.

Por el mismo motivo, el húngaro Fidesz, el gran modelo de todos los populistas de derechas europeos, está condenado a hundirse con el tiempo. Viktor Orbán empezó su carrera a finales de la década de 1980 como un revolucionario menos entrado en carnes que derrocó a los comunistas. Hoy en día ha engordado, es presidente del Gobierno y solo permite que un puñado de enchufados de su generación participen de su poder absoluto. No hay sitio para recién llegados. En su partido, los ministros y los funcionarios acaban volviéndose canosos y fosilizándose, igual que antes los funcionarios profesionales del Partido Comunista.

Llegará un momento en que la estructura esté tan decrépita que solo hará falta un joven revolucionario de fuera que, con una retórica brillante, haga que todo se derrumbe. Pero todavía puede faltar mucho hasta que eso ocurra.

En un futuro próximo, tanto en Hungría como en el resto de Europa, todo quedará más bien en pequeñas premoniciones. Tal vez los resultados electorales de los populistas de derechas, mal acostumbrados al éxito, acaben siendo menos brillantes de lo que esperaban. A lo mejor tienen que encajar alguna derrota, como ha sucedido en Suiza. Hay indicios de que, sobre todo sus votantes jóvenes, están hartos de que ignoren el calentamiento global o la brecha social.

Pero si el SVP, el FPÖ y demás amigos no reaccionan a las pequeñas premoniciones, pueden recibir un castigo tan duro como el que recibieron en el pasado los socialdemócratas que hicieron caso omiso del problema de la emigración. Solo que hoy en día a la derecha le cuesta tanto cambiar de rumbo como entonces a la izquierda.







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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viernes, 26 de abril de 2019

[EUROPA] El estigma de la diferencia






Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo, de aquí al 26 de mayo próximo, al menos dos veces por semana, aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

En el sexto país más grande de la Unión Europea, la orientación sexual domina la política, escribe Bartosz T. Wielinski, jefe de la sección Internacional del periódico Gazeta Wyborcza, de Polonia.  Creo que Polonia será un espacio libre de LGTB”, declaró una importante diputada del partido en el Gobierno, Ley y Justicia (PiS), recapitulando la consigna principal del bloque gobernante ante las próximas elecciones europeas.

Y bajo ningún concepto se trata de tolerar o incluir, sino de la estigmatización de la diferencia, algo que para los habitantes de Europa Occidental seguro que es difícil de entender. Ley y Justicia, contando con que conseguirán revertir la tendencia desfavorable en los sondeos, ha iniciado una persecución sin precedentes a las personas con otra orientación sexual, asustando a los polacos con el pernicioso impacto de la “propaganda LGTB” en los jóvenes: “Quitad las manos de nuestros niños”, tronaba el líder del partido Jaroslaw Kaczynski. La ola de comentarios homofóbicos inundó los medios de comunicación y las redes sociales, y los políticos del partido cuidaron que no decayese, echando constantemente leña al fuego de la propaganda. Así, por ejemplo, el viceministro de Justicia Patryk Jaki, que se postula en las elecciones con la lista común del PiS, afirmó que “luchará para que el Parlamento Europeo no se ocupe de “los asuntos LGTB”. Y la diputada del PiS Elzbieta Kruk declaró que Polonia tiene que ser un espacio libre de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales (así se traduce la abreviatura LGTBI).

Esas palabras no solo suscitan asociaciones históricas. En Chechenia, por nombrar una región libre del colectivo LGTBI, el presidente Ramzán Kadírov encierra a los gais en campos de concentración. A las palabras de Kruk, el partido no ha reaccionado de ninguna forma.

El PiS tiene un problema, pues sobrecargado con sucesivos escándalos, puede perder el poder este año. En 2015 las elecciones se celebraron durante el punto álgido de la crisis migratoria, y alcanzó el poder, entre otras cosas, gracias a la campaña contra los refugiados, afirmando que Polonia corría el riesgo de ser invadida por terroristas musulmanes. En aquel entonces, Kaczynski consideró también que los inmigrantes de Asia podían traer a Polonia “gérmenes y parásitos”. Hoy, de forma análoga, ladra contra las personas con otra orientación sexual.

La decisión de las nuevas autoridades de Varsovia —surgidas de la oposición al Gobierno del PiS— de adoptar la denominada Declaración LGTB+ ha sido el pretexto para la campaña.

En ella, las autoridades municipales se comprometen a defender los derechos de las minorías sexuales, así como a enseñar a los niños tolerancia en las escuelas y hacerlos conscientes de su sexualidad, amén de advertirles de la amenaza de los pedófilos. En Occidente, este tipo de iniciativas son el estándar. En cambio, el PiS redujo el programa varsoviano a la consigna de “enseñar cómo masturbarse en las escuelas”, y comenzó su ofensiva contra las minorías sexuales. La lucha contra el colectivo LGTBI se aceleró cuando el vicepresidente de Varsovia, que no oculta su orientación homosexual, dijo en una entrevista que quisiera que en Polonia se legalizase el matrimonio de personas del mismo sexo, quienes, a largo plazo, podrían también adoptar niños.

Las siglas LGTB, en manos de los ideólogos del partido, respaldados por los medios de comunicación públicos subordinados al PiS, se han convertido en el símbolo de la desviación y el colapso de la Unión Europea. Se podría decir abiertamente que, en este caso, los políticos de la derecha polaca hablan el mismo idioma que los secuaces del presidente de Rusia, Vladímir Putin, quienes desde hace años luchan ferozmente contra todas las minorías sexuales.

Lo curioso es que el PiS calla sobre las cada vez más importantes acusaciones a los obispos polacos de ocultar los casos de pedofilia en el seno de la Iglesia.

¿Funcionará esta estrategia? Probablemente no, y seguro que no como la campaña de odio a los refugiados de 2015. Tras el inicio de los ataques al colectivo LGTBI los sondeos no han mejorado. La distancia entre la Coalición Europea, la unión de un amplio espectro de partidos políticos proeuropeístas y el PiS disminuye. Y la dirección del partido está cada vez más nerviosa.

Los polacos, a pesar de su Gobierno, son una sociedad tolerante, ilustrada y proeuropea. A pesar de los pesares, esa es la buena noticia que proviene de Polonia.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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martes, 23 de abril de 2019

[EUROPA] La Europa rota






Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo, de aquí al 26 de mayo próximo, al menos dos veces por semana, aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

Vuelve con fuerza la llamada a la grandeza de los pueblos, escribe el historiador y columnista José Andrés Rojo, citando al filósofo alemán Rüdiger Safranski, que en su libro sobre el romanticismo le pone una fecha concreta al arranque de ese movimiento que iba a transformar radicalmente la relación del individuo con la realidad. Fue exactamente el 17 de mayo de 1769, dice Rojo, el día en el que Johann Gottfried Herder, que entonces predicaba en la catedral de Riga, decide lanzarse a la mar. No sabe muy bien hacia dónde se dirige, quiere cambiar de aires, explorar terrenos desconocidos. El barco viaja a Nantes, luego en 1771 Herder se encuentra con Goethe en Estrasburgo y en 1776 se instala en Weimar. Para entonces, lo importante ya ha ocurrido. Sucedió durante el trayecto, al hilo del rumor de las aguas: Herder se propone ahí buscar un lenguaje que se ajuste “a la misteriosa movilidad de la vida”. Al diablo con las reglas lógicas, inamovibles y abstractas, de lo que se trata es de mirar las cosas a mi manera. Lo explica Félix de Azúa al referirse a los artistas de aquel movimiento en uno de los ensayos de Volver la mirada: “El romántico descubre que su alma es un paisaje cambiante, pero al tiempo ve que los paisajes naturalesno son sino expresiones del alma”.

Unos años más tarde estalla la Revolución Francesa y buena parte de los románticos de entonces la reciben, dice Safranski, como la “luz del día”, como “una aurora”. Es hija de la Ilustración, de los avances de la razón, quiere liberar a la gente de los lazos religiosos y de los servilismos del Antiguo Régimen y conquistar un presente en el que todos los ciudadanos sean iguales. Tuvo que haber por esos años una época en que convivieron, más o menos amigablemente, cuantos defendían la luz de la razón con los que se veían tentados por explorar el lado oscuro de la vida. El propio Herder es amigo de la democracia y, aunque empieza ya a hablar del Volkgeist, de ese espíritu que diferencia a unos pueblos de otros, se proclama cosmopolita.

La ruptura viene más tarde. Cuando Napoleón avanza por Europa para imponer a sangre y fuego los valores de la Revolución, buena parte de los románticos dan un giro brusco en Alemania y vuelven a apuntar a los misterios y a la religión, a las viejas tradiciones, a la lengua propia. Johann Gottlieb Fichte es uno de los más entusiastas a la hora de transformar a la patria en el verdadero sujeto de la libertad, a ese pueblo que reivindica sus fuertes lazos comunitarios y que reniega de la universalidad que representa Francia. Uno de los bardos del nuevo movimiento patriótico, Ernst Moritz Arndt, lo tiene muy claro: “Quiero el odio contra los franceses, no solo en el transcurso de esta guerra, lo quiero por largo tiempo, lo quiero para siempre”, dice. Prusia le planta cara a Napoleón. “Que brille este odio como la religión del pueblo alemán, como un delirio sagrado en todos los corazones”, remata.

Este tipo de exaltaciones identitarias están volviendo a las sociedades occidentales, que les dieron la espalda después de la II Guerra Mundial. Es cierto que el alma de Europa siempre ha estado rota entre el reclamo de las luces de la razón y la fascinación por esa corriente que se precipita en lo desconocido. Precisamente para que el individuo pudiera rastrear en lo oscuro, a su manera, se han ido construyendo unas instituciones sólidas para canalizar la vida política. Para asegurar las libertades, nada mejor que la democracia: elecciones para poder sustituir a los que están en el poder si una mayoría lo quiere, unas reglas de juego claras, el imperio de la ley. Ahora regresan los discursos que reclaman la grandeza del pueblo, de cada pueblo (frente a los otros): Europa está en peligro.



Matteo Salvini (Liga Norte italiana) en campaña


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viernes, 19 de abril de 2019

[EUROPA] La Europa de nuestros sueños y pesadillas






Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo, de aquí al 26 de mayo próximo, al menos dos veces por semana, aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

Las divisiones enriquecen la idea europea; a partir de esta narrativa, es necesario construir una ‘memoria compartida’ con el fin de revitalizar la UE. Hay que repensar la Unión a través del prisma de sus opuestos, declaran 108 historiadores europeos en un artículo conjunto que encabezan Stéphane Michonneau y Thomas Serrier, de la Universidad de Lille. 

En vísperas de las elecciones al Parlamento Europeo de 2019 vemos que está muy extendida la sensación de que hemos perdido la idea de Europa como una Unión. Nosotros, como historiadores y ciudadanos, de Europa y de fuera de ella, observamos una casi diaria desintegración de un proyecto que se sustentaba, así lo creemos, en una visión utópica que ahora tiene casi agotado su significado. Era una visión teleológica en la que mil años de conflicto se reinterpretaban como la posibilidad de una Europa integrada; una visión providencial que pronosticaba una Europa como unidad irreversible, despreocupada de lo de más allá de sus fronteras; y una visión inextinguible, en la que la construcción de tal Europa se creía que era el final de la historia. Pero, después de crisis anteriores, el Brexit finalmente nos obliga a reconocer que Europa como Unión ya no es un proyecto irreversible; por el contrario, está en grave peligro.

Un factor es la inclinación de Estados Unidos a dejar de tratar a Europa como a un aliado automático. La vida en Europa ya no está tan protegida. Los europeos se sienten vulnerables al enfrentarse ahora a cuestiones que han evitado durante demasiado tiempo. Al mirar a ese abismo, ha habido diversos intentos de construir una simplista historia de Europa contra “sus” Otros. Tal vez se podría dirigir una sonrisa cómplice hacia las reconstrucciones simbólicas de una Europa como Fortaleza. Porque este es un continente que no hace mucho dominaba el mundo. Y no se puede hacer como si esa anterior dominación no haya dejado marcas en esos Otros a lo largo de siglos de encuentros coloniales y comerciales. Pero, para las derechas, la historia de Europa aún puede celebrarse como una autoritaria narrativa de una civilización blanca y cristiana que vuelve la mirada atrás, con orgullo y seguridad en sí misma, hacia su poderoso pasado —una narrativa que refuta cualquier supuesta decadencia mediante la exaltación de los “valores fundacionales” de Europa—.

Condenamos con firmeza tales puntos de vista, que marginan por igual tanto la diversidad cultural, religiosa y política tan característica de nuestro continente como la responsabilidad heredada de ese modo de nuestro pasado. Las vemos como la simple continuación del proceso de desplazamiento de nuestros sentimientos de frustración e indefensión hacia algún “Otro”: y ello es así tanto si se dirige hacia abajo, hacia “los” musulmanes, judíos, inmigrantes o refugiados, como hacia arriba, hacia “un” Putin, Trump u otro líder mundial. Tampoco vemos valor alguno en obsesionarse con las historias nacionales como una letanía de sufrimientos, guerras y genocidios, o en adoptar una postura exclusivamente acusatoria en la que Europa es colectivamente culpable. En vez de ello, necesitamos abandonar con urgencia esos contraproducentes conceptos binarios y encarar el mundo, reconociendo en cambio las luces y sombras de nuestro pasado europeo: en pocas palabras, repensar Europa a través del prisma de sus opuestos.

¿Cómo responder a ese desafío? Más allá de nostálgicas narrativas lineales que implican una unidad preestablecida (“una” herencia, “una” historia, “una” memoria…) recuperemos memorias que son fundamentalmente polifónicas, y dejemos de comprimir a Europa en un único relato. Las narrativas magistrales ya no son viables como lo fueron en otro tiempo para los Estados-nación. Reconozcamos en cambio nuestra multiplicidad, sin abandonar nuestro sentimiento de unidad, ya que todavía sentimos que compartimos cosas en común: un pasado y un presente —y, si queremos, un futuro—.

Seamos francos. Europa es un mosaico de fronteras invisibles e imaginadas que dividen a los europeos en todos sus países y regiones. Hay una Europa Atlántica cuya mirada es trasatlántica, al coste de vínculos más cercanos a su propia casa. Está la rica Europa del Noroeste que da lecciones a los países del Club Med bajo el disfraz de una buena gobernanza. La Europa Occidental cultiva un viejo desdén hacia los Estados europeos del Centro y del Este con respecto a sus nuevas y defectuosas culturas democráticas. Hay una Europa cristiana que excluye o ignora a las minorías religiosas o ateas que también conformaron su historia durante siglos. Está la Europa de los grandes países que no oyen los miedos legítimos de los pequeños, mientras estos retienen amargos recuerdos de largos periodos de dominación extranjera. Está la Europa de los inmigrantes que son vistos como ciudadanos de segunda clase en los que no se puede confiar. La lista continúa. Europa está hendida por fallas, muchas de ellas fáciles de activar.

Pero sin comprometernos con nuestros pasados ¿qué futuro puede construirse? Permítasenos sugerir dos posibles caminos, cada uno de los cuales puede ayudarnos a armar unas narrativas más claras de nuestra historia. El primero, construyendo nuevas narrativas sobre cómo a Europa la hacen más rica sus divisiones. A medida que reconocemos mejor las memorias divididas, generadas por nuestros incesantes conflictos, nos hacemos más expertos en desarrollar el tipo de narrativa compartida que cada vez necesitamos más. Y lo necesitamos precisamente porque nuestro tiempo es el de una peligrosa competición de poderes, y el del retorno de modelos políticos, económicos y sociales de otra época.

La historia de las divisiones consideradas como una herencia común está aún por escribirse. Pero es posible escribirla debido precisamente a nuestro conocimiento de cómo en nuestro pasado reciente se han superado tales divisiones, en particular después de 1945 y de 1989. Ello no sucedió porque, desde arriba, se nos ordenara reconciliarnos. Por el contrario, surgió desde abajo, como consecuencia de que los europeos emprendiéramos un proceso de genuino “trabajo de la memoria”, que como dijo el filósofo Paul Ricoeur, es siempre un trabajo de “memoria plural”.

Nuestro segundo camino deriva del hecho de que Europa ha sido, a lo largo del último milenio, un continente regido por la ley, que nos ha protegido en la expresión de nuestra diversidad. Muchos enfrentan la soberanía del Estado al régimen de una Unión Europea, con exceso de personal y antidemocrático, con centro en Bruselas. Esta es otra queja sustantiva. Pero es también la Unión que ha garantizado las soberanías nacionales de tal modo que protege e incluso organiza sus divergencias.

Este proyecto es lo opuesto a las pasadas ambiciones imperiales. También es ajeno a cualquier visión de una “cárcel de pueblos” concebida e impuesta por unas élites globales. En vez de ello, “Europa” es un proyecto de solidaridad sin precedentes, sustentado por la voluntad de pueblos que han abolido la guerra entre ellos y que comparten el mismo deseo de libertad. Es una historia que vale la pena contar y defender.

Para reconstruir Europa es vital reconstruir su historia. Y así, a nosotros, europeos y no europeos, nos parece crucial otorgar un sentido y una significación más plenos a esta experiencia europea única y frágil. Mediante la confrontación entre memorias divididas y una renovada forma de “memoria compartida”, podremos contar la historia de una Europa que lucha contra viento y marea en favor de la construcción de un nuevo tipo de relación consigo misma y con el mundo.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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viernes, 12 de abril de 2019

[EUROPA. ELECCIONES 2019] Derrotar a los populismos





Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

El espectáculo de un país que se ha sumido en la pesadilla del adiós a la UE sin un atisbo de estrategia debería ser un argumento extraordinario para los europeístas, escribe la periodista italiana Tonia Mastrobuoni, corresponsal en Berlín del diario La Reppublica. 

Con la perspectiva adecuada, comienza diciendo Mastrobuoni, el Brexit podría ser un formidable instrumento de campaña electoral contra los soberanismos. Si dejamos de lado por un instante el trágico caso del primer divorcio en la historia de la Unión Europea, incluso podría convertirse en un argumento para el resurgimiento del continente.

Hace unos días, el viceministro de Asuntos Exteriores de Alemania, Michael Roth, sintetizó a la perfección el teatro del absurdo que estamos viviendo actualmente, al señalar con el dedo “el espectáculo de mierda” que ofrecen los políticos “nacidos con una cuchara de plata en la boca, que fueron a las mejores escuelas y universidades”, y que “difícilmente” sufrirán las consecuencias del referéndum más demencial de la historia. Cada día, el Reino Unido nos ofrece momentos que parecen robados al inolvidable Otter de Desmadre a la americana: “Creo que esta situación requiere que alguien haga un gesto verdaderamente inútil y estúpido. Se trata solo de decidir cuál”.

En esta circunstancia, Europa está dando la única imagen adulta, como les gusta decir a los propios ingleses. Ha mostrado una férrea unidad al rechazar todos los intentos de Theresa May de abrir una brecha en las capitales más comprensivas, como Berlín, para poder arrancar mejores concesiones. Y el espectáculo de un país que se ha sumido en la pesadilla del adiós a la UE sin un atisbo de estrategia debería ser un argumento extraordinario para los europeístas a la hora de explicar que los atajos de los populistas no llevan a ninguna parte.

En Italia son incontables los representantes de la Liga y del Movimiento Cinco Estrellas que jaleaban, enfervorizados, la idea del Brexit y hoy callan avergonzados. ¿Por qué no recordárselo una y otra vez, mientras el glorioso Reino Unido se postula para ser, en la peor de las hipótesis, una cosa intermedia entre un gigantesco fondo de cobertura y una isla Caimán en mitad del Atlántico?

Otro elemento fundamental para los europeístas es que no se ha producido el apocalipsis de refugiados temido por los flautistas del soberanismo en los últimos años. Nadie puede seguir usando el argumento de las “olas de inmigrantes” a punto de invadir Europa sin sonar patético. Hasta tal punto que, en Alemania, la AfD, un partido que engordó sus filas y derivó hacia posiciones de extrema derecha gracias a la famosa política de “puertas abiertas” de Angela Merkel, hoy está perdiendo votos, calladamente pero sin cesar. En algunos Länder cruciales del este del país, en los que se vota entre septiembre y octubre, ha perdido entre dos y cinco puntos respecto a hace seis meses, mientras que el partido más europeísta de Alemania, Los Verdes, está obteniendo cada vez más apoyos en todas partes.

Por otra parte, la idea de que Matteo Salvini, la AfD y los demás partidos de la derecha populista puedan coaligarse tras las elecciones resulta difícil de creer. ¿Con qué fin? En una entrevista concedida a La Repubblica, Alice Weidel ha dicho que la Liga es “esclava” del Movimiento Cinco Estrellas y ha lamentado que Italia se encuentre “en una situación desoladora” por culpa de la fragilidad de los bancos y la magnitud de la deuda. Sobre los inmigrantes, cualquier intento por parte de Italia de encontrar una orilla en sus primos soberanistas ha topado con puertas cerradas a cal y canto. Y la relación entre populistas y popularidad en un tema tan importante como la austeridad es inversamente proporcional según estemos hablando de Alemania o Italia, Holanda o Grecia, Dinamarca o España. En resumen, dependiendo de que sea el norte o el sur.

La AfD, por ejemplo, suele arremeter contra Italia y sus cuentas que no encajan para ganar votos. En el sentido contrario, a la Liga le va bien cuando critica la austeridad alemana impuesta a Italia. También de estas incongruencias deben hablar los europeístas en la próxima campaña electoral, para demostrar que los populistas viven solo como pars destruens. Y que no tienen ni idea de qué proponer a cambio de todo lo que destruyen de forma sistemática.







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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martes, 9 de abril de 2019

[EUROPA. ESPECIAL ELECCIONES 2019] Una oportunidad para los europeos británicos





Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

Hay que dar una oportunidad a los europeos británicos, y la mejor solución para ello es un ‘referéndum de confirmación’. Sería una torpeza increíble que los líderes europeos no concedieran a los británicos la prórroga necesaria, escribe Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford y Premio Carlomagno en 2017. 

Cuando los líderes europeos tomen su histórica decisión definitiva sobre el Brexit, comienza diciendo Garton Ash, no deben olvidarse de una pregunta fundamental: ¿la UE es una simple unión de Gobiernos, o es también una Europa de ciudadanos, pueblos, democracia y destino? En el referéndum de 2016, más de 16 millones de británicos votaron a favor de que el Reino Unido permaneciera en la UE. Si la ciudadanía europea fuera una condición personal y directa, y no dependiera de ser ciudadanos de un Estado miembro, la UE tendría una responsabilidad innegable hacia nosotros, los europeos británicos. Si fuéramos un país, seríamos el noveno más grande de la Unión, después de Holanda y antes de Bélgica. Y a eso hay que sumar aproximadamente tres millones de ciudadanos de otros países de la UE que residen en el Reino Unido, así como más de un millón de ciudadanos británicos que viven en otros países de la Unión. En total, más de 20 millones de europeos.

El sábado 23 de marzo salimos un millón de personas a las calles de Londres para demostrar que no solo somos europeos, sino unos europeos que apoyan firmemente la UE. Fue la mayor manifestación proeuropea de la historia reciente de Europa. En menos de dos semanas, una petición para revocar el artículo 50 ha obtenido más de seis millones de firmas, un hecho sin precedentes. ¿Los líderes europeos no nos van a tener en cuenta?

Además de los ciudadanos individuales, están los pueblos de estas islas. El Reino Unido es un país compuesto por tres naciones, Inglaterra, Gales y Escocia, y parte de una cuarta, Irlanda. Los otros 27 Estados miembros de la UE han mostrado una solidaridad impresionante con Irlanda y en contra de la imperdonable negligencia posimperial de los ingleses partidarios del Brexit. ¿Pero qué sucede con Escocia y sus 5,4 millones de habitantes? En Escocia, el 62% votó permanecer en la UE, frente al 38% en contra. ¿No recuerdan los dirigentes de Eslovaquia y Eslovenia, Letonia y Estonia, lo que es ser un país pequeño sometido a otro más grande?

No podemos olvidarnos de la democracia. Puedo entender por qué nuestros amigos europeos han reaccionado con incredulidad y burlas a la extraordinaria opereta que ha presentado el Parlamento de Westminster en los últimos meses. Ahora bien, por mucho que Donald Trump resople y asegure que la democracia británica está “prácticamente muerta”, lo que está pasando en Westminster demuestra todo lo contrario, a diferencia de lo que ocurre en el edificio parlamentario que más se le parece arquitectónicamente, a la orilla del Danubio, en Budapest. Algunos se ríen de que el presidente de la Cámara de los Comunes invoque una norma que se remonta a 1604, pero es un recordatorio de que, desde el siglo XVII, la revolución en Inglaterra ha consistido siempre en afirmar la autoridad del Parlamento sobre un Ejecutivo demasiado poderoso, desde el rey Carlos I hasta Theresa la desventurada. La semana pasada, el Parlamento consiguió recuperar el control del proceso del Brexit y arrancarlo de las tercas manos de la señora May. ¿De verdad los líderes de la UE quieren despreciar a un Reino Unido democrático mientras siguen aceptando a una antidemocrática Hungría?

Y, por último, está el destino común. La seductora visión de Emmanuel Macron de una Europa con poder suficiente para defender nuestros intereses y valores comunes en un mundo cada vez menos occidental será imposible de materializar si el poder duro, económico y blando del Reino Unido no se utiliza en ese sentido sino en contra. Y más vale no hacerse ilusiones: la consecuencia casi indudable del Brexit no será una armoniosa cooperación estratégica, sino la disonancia entre uno y otro lado del Canal.

¿Qué deberían hacer, pues, los líderes europeos con visión de futuro? La decisión tomada el mes pasado por el Consejo Europeo, después de una larga y dramática discusión, es dura pero completamente racional. Da al Reino Unido tres semanas, hasta el 12 de abril, para aprobar el acuerdo de May (en cuyo caso el Reino Unido se irá de manera ordenada, como muy tarde, el 22 de mayo) o para proponer una alternativa creíble que justifique una nueva prórroga. La lógica legal es que el 12 de abril es la fecha límite para que el Reino Unido pueda iniciar el proceso para celebrar elecciones europeas junto con todos los demás Estados miembros de la UE. La lógica política es que es una forma de obligar al Parlamento británico a decir, de una vez por todas, lo que quiere, y no solo lo que no quiere.

Después de haber votado por tercera vez en contra del acuerdo de May la semana pasada, ahora la Cámara de los Comunes tiene que llevar a cabo una serie de “votaciones indicativas” en apoyo de diversas opciones. Si la permanencia en una unión aduanera o la llamada opción Noruega Plus (quedarse en el mercado único y una unión aduanera) obtuviera una mayoría clara, y si May (o el primer ministro provisional que la sustituya) pusiera por fin el país por delante del partido y aceptara esa opinión mayoritaria y transversal, entonces solo se necesitarían unos cambios en la Declaración Política y el Reino Unido podría marcharse antes de las elecciones europeas.

La salida más prometedora tanto para Reino Unido como para Europa es la prevista en la propuesta Kyle-Wilson, así llamada por los dos diputados laboristas que la presentaron. De acuerdo con ella, debería haber un “referéndum de confirmación” en el que el pueblo británico pudiera escoger entre el acuerdo que se apruebe en el Parlamento (y que, por supuesto, se pacte con la UE) y permanecer en la UE. Para celebrar ese segundo referéndum como es debido —con la celebración de elecciones europeas en el Reino Unido a finales de mayo— harían falta al menos cinco meses, lo cual nos llevaría hasta el otoño.

Varias encuestas recientes muestran mayorías pequeñas pero cada vez mayores a favor de celebrar un referéndum y permanecer en la UE. Si la democracia británica —un Parlamento que representa al pueblo— pudiera conseguir que el Gobierno volviera a acudir a una cumbre extraordinaria de la UE prevista para el 10 de abril con esa propuesta, que incluiría el compromiso de participar en las elecciones europeas, sería de una torpeza increíble que los líderes europeos no concedieran a los británicos la prórroga necesaria para decidir si el Brexit es lo que de verdad desean.

El camino hacia esa prometedora salida del caos del Brexit sigue siendo estrecho e incierto, pero cuenta con el apoyo de muchos millones de europeos británicos y ciudadanos de la UE que viven en el Reino Unido, y muestra el debido respeto a Escocia, una pequeña pero gran nación europea. Incluso un Brexit blando sería mejor que el que nos ofrecen en la actualidad, mal concebido y a ciegas; y mucho mejor que el desastre de salir sin acuerdo. Si los líderes europeos creen en una Europa de ciudadanos, pueblos, democracia y destino común, deben dar a los europeos británicos esta última oportunidad.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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viernes, 5 de abril de 2019

[EUROPA. ESPECIAL ELECCIONES 2019] Por un renacimiento europeo







Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

Estamos en un momento decisivo para nuestro continente. Un momento en el que, colectivamente, debemos reinventar, política y culturalmente, las formas de nuestra civilización en un mundo cambiante, aboga el presidente de la República francesa Emmanuel Macron en su llamamiento a los ciudadanos europeos.

Ciudadanos de Europa, comienza diciendo Macron, si me he tomado la libertad de dirigirme a ustedes directamente, no es solo en nombre de la historia y de los valores que nos unen, sino también porque hay urgencia. Dentro de unas semanas, las elecciones europeas serán decisivas para el futuro de nuestro continente.

Nunca antes, desde la II Guerra Mundial, Europa ha sido tan necesaria. Y, sin embargo, nunca ha estado tan en peligro. El Brexit es ejemplo de todo esto. Ejemplo de la crisis de una Europa que no ha sabido satisfacer las necesidades de protección de los pueblos frente a los grandes cambios del mundo contemporáneo. Ejemplo, también, de la trampa europea. La trampa no es pertenecer a la Unión Europea, sino la mentira y la irresponsabilidad que pueden destruirla. ¿Quién les ha contado a los británicos la verdad sobre su futuro tras el Brexit? ¿Quién les ha hablado de perder el acceso al mercado europeo? ¿Quién ha advertido de los peligros para la paz en Irlanda si se vuelve a la frontera del pasado? El repliegue nacionalista no tiene propuestas; es un “no” sin proyecto. Y esta trampa amenaza a toda Europa: los que explotan la rabia, ayudados por noticias falsas, prometen una cosa y la contraria.

Frente a estas manipulaciones, debemos mantenernos firmes. Orgullosos y lúcidos. Recordemos primero qué es Europa. Es un éxito histórico: la reconciliación de un continente devastado, plasmada en un proyecto inédito de paz, prosperidad y libertad. No lo olvidemos nunca. Hoy día, este proyecto nos sigue protegiendo. ¿Qué país puede actuar solo frente a las estrategias agresivas de las grandes potencias? ¿Quién puede pretender ser soberano, solo, frente a los gigantes digitales? ¿Cómo resistiríamos a las crisis del capitalismo financiero sin el euro, que es una baza para toda la Unión? Europa es también esos miles de proyectos cotidianos que han cambiado la faz de nuestros territorios: una escuela renovada aquí, una carretera asfaltada allá, un acceso rápido a Internet que está llegando al fin… Esta lucha es un compromiso diario, porque Europa, como la paz, no viene dada. En nombre de Francia, abandero esta lucha sin descanso para hacer avanzar a Europa y defender su modelo. Hemos demostrado que lo que nos dijeron que era inalcanzable —la creación de una defensa europea o la protección de los derechos sociales— finalmente era posible.

Con todo, hay que hacer más y más rápido. Porque hay otra trampa: la del statu quo y la resignación. Frente a las grandes crisis mundiales, los ciudadanos nos dicen a menudo: “¿dónde está Europa?, ¿qué está haciendo Europa?”. Para ellos, se ha convertido en un mercado sin alma. Pero sabemos que no es solo un mercado, que es también un proyecto. El mercado es útil, pero no debe hacernos olvidar lo necesario de las fronteras que nos protegen y de los valores que nos unen. Los nacionalistas se equivocan cuando pretenden defender nuestra identidad apelando a la salida de Europa, porque es la civilización europea la que nos une, nos libera y nos protege. Pero los que no querrían cambiar nada también se equivocan, porque niegan los temores que atraviesan nuestros pueblos, las dudas que socavan nuestras democracias. Estamos en un momento decisivo para nuestro continente. Un momento en el que, colectivamente, debemos reinventar, política y culturalmente, las formas de nuestra civilización en un mundo cambiante. Es el momento para el renacimiento europeo. Así pues, resistiendo a las tentaciones del repliegue y la división, quiero proponer que, juntos, construyamos ese Renacimiento en torno a tres aspiraciones: la libertad, la protección y el progreso.

El modelo europeo se basa en la libertad individual y la diversidad de opiniones y de creación. Nuestra libertad primera es la libertad democrática, la de elegir a nuestros gobernantes allí donde, en cada cita electoral, hay potencias extranjeras que intentan influir en nuestros votos. Propongo que se cree una Agencia Europea de Protección de las Democracias que aporte expertos europeos a cada Estado miembro para proteger sus procesos electorales de ciberataques y manipulaciones. En este espíritu de independencia, también debemos prohibir la financiación de partidos políticos europeos por parte de potencias extranjeras. Asimismo, a través de reglas europeas, debemos desterrar de Internet el discurso del odio y la violencia, porque el respeto al individuo es la base de nuestra civilización de la dignidad humana.

Fundada en la reconciliación interna, la Unión Europea se ha olvidado de mirar a otras realidades en el mundo. Ahora bien, ninguna comunidad genera un sentimiento de pertenencia si no tiene límites que proteger. La frontera es la libertad en seguridad. En este sentido, debemos revisar el espacio Schengen: todos los que quieran participar en él deberán cumplir una serie de obligaciones de responsabilidad (control riguroso de fronteras) y solidaridad (una misma política de asilo con las mismas reglas de acogida y denegación). Una policía de fronteras común y una Oficina Europea de Asilo, estrictas obligaciones de control y una solidaridad europea a la que contribuyan todos los países bajo la autoridad de un Consejo Europeo de Seguridad Interior. Frente a las migraciones, creo en una Europa que protege a la vez sus valores y sus fronteras.

Estas mismas exigencias deben aplicarse a la defensa. Pese a que en los dos últimos años se han registrado avances significativos, debemos establecer un rumbo claro. Así, un tratado de defensa y seguridad deberá definir nuestras obligaciones ineludibles, en colaboración con la OTAN y nuestros aliados europeos: aumento del gasto militar, activación de la cláusula de defensa mutua y creación de un Consejo de Seguridad Europeo que incluya al Reino Unido para preparar nuestras decisiones colectivas.

Nuestras fronteras también deben garantizar una competencia leal. ¿Qué potencia acepta mantener sus intercambios con aquellos que no respetan ninguna de sus reglas? No podemos someternos sin decir nada. Tenemos que reformar nuestra política de competencia, refundar nuestra política comercial: sancionar o prohibir en Europa aquellas empresas que vulneren nuestros intereses estratégicos y valores fundamentales –como las normas medioambientales, la protección de datos o el pago justo de impuestos– y adoptar una preferencia europea en las industrias estratégicas y en nuestros mercados de contratación pública, al igual que nuestros competidores estadounidenses o chinos.

Europa no es una potencia de segunda clase. Toda Europa está a la vanguardia: siempre ha sabido definir las normas del progreso y en esta línea debe ofrecer un proyecto de convergencia, más que de competencia. Europa, que creó la seguridad social, debe establecer para cada trabajador, de este a oeste y de norte a sur, un escudo social que le garantice la misma remuneración en el mismo lugar de trabajo, y un salario mínimo europeo adaptado a cada país y revisado anualmente de forma colectiva.

Retomar el hilo del progreso es también liderar la lucha contra el cambio climático. ¿Podremos mirar a nuestros hijos a los ojos si no logramos reducir nuestra deuda con el clima? La Unión Europea debe fijar sus ambiciones –cero carbono en 2050, reducción a la mitad de los pesticidas en 2025– y adaptar sus políticas a esta exigencia: Banco Europeo del Clima para financiar la transición ecológica, dispositivo sanitario europeo para reforzar el control de nuestros alimentos, y, frente a la amenaza de los lobbies, evaluación científica independiente de sustancias peligrosas para el medio ambiente y la salud, etc. Este imperativo debe guiar todas nuestras acciones. Del Banco Central Europeo a la Comisión Europea, pasando por el presupuesto europeo o el Plan de Inversiones para Europa, todas nuestras instituciones deben tener al clima como prioridad.

Progreso y libertad es poder vivir del trabajo y, para crear empleo, Europa debe ser previsora. Para ello, no solo debe regular a los gigantes del sector digital, creando una supervisión europea de grandes plataformas (sanciones aceleradas para las infracciones de las normas de la competencia, transparencia de algoritmos, etc.), sino también financiar la innovación asignando al nuevo Consejo Europeo de Innovación un presupuesto comparable al de Estados Unidos para liderar las nuevas rupturas tecnológicas como la inteligencia artificial.

Una Europa que se proyecta hacia el resto del mundo debe mirar a África, con quien debemos sellar un pacto de futuro, asumiendo un destino común y apoyando su desarrollo de forma ambiciosa y no defensiva con inversión, colaboración universitaria, educación y formación de las niñas, etc.

Libertad, protección, progreso. Sobre estos pilares debemos construir el Renacimiento Europeo. No podemos dejar que los nacionalistas sin propuestas exploten la rabia de los pueblos. No podemos ser los sonámbulos de una Europa lánguida. No podemos estancarnos en la rutina y el encantamiento. El humanismo europeo exige acción y por todas partes los ciudadanos están pidiendo participar en el cambio. Así pues, antes de finales de año, organicemos una Conferencia para Europa, junto a los representantes de las instituciones europeas y los Estados, con el fin de proponer todos los cambios necesarios para nuestro proyecto político, sin tabúes, ni siquiera revisar los tratados. Dicha conferencia deberá incluir a paneles de ciudadanos y dar voz a universitarios, interlocutores sociales y representantes religiosos y espirituales. En ella se definirá una hoja de ruta para la Unión Europea que traduzca estas grandes prioridades en acciones concretas. Tendremos discrepancias, pero ¿qué es mejor, una Europa estancada o una Europa que avanza a veces a ritmos diferentes, manteniéndose abierta al exterior?

En esta Europa, los pueblos habrán recuperado realmente el control de su destino. En esta Europa, estoy seguro de que el Reino Unido encontrará su lugar.

Ciudadanos de Europa: el impasse del Brexit nos sirve de lección a todos. Salgamos de esta trampa y démosle un sentido a las próximas elecciones y a nuestro proyecto. Ustedes deciden si Europa y los valores de progreso que representa deben ser algo más que un paréntesis en la historia. Esta es la propuesta que les hago para trazar juntos el camino del Renacimiento Europeo.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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