miércoles, 3 de enero de 2018

[Humor en cápsulas] Para hoy miércoles, 3 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción.

En la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 










Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

martes, 2 de enero de 2018

[A vuelapluma] No hay diván para todos





La mayoría de los dirigentes independentistas jamás creyeron que la independencia fuera viable. Da igual; viven de hacérselo creer a otros. Todo, incluido el ridículo, antes que responder ante la ciudadanía de sus fechorías políticas y económicas. El problema es que no va a haber diván para todos, comenta en El País el escritor español, poeta, novelista y ensayista español Andrés Trapiello. 

Que los dirigentes separatistas catalanes forman hoy una chirigota de Cádiz no ofrece la menor duda, al menos para una mayoría de españoles y buena parte de catalanes. Una de esas chirigotas en la que sus integrantes comparecen uniformados, pero a los que se ha dado libertad de acción, de tal modo que, aunque cantan al unísono, cada cual aspea y gesticula a su antojo de una manera descompasada e histriónica. Eso hace que no sepa uno en quién fijarse, pues, mirando a uno, tememos estar perdiéndonos los ademanes de los demás, que acaso estén haciendo visajes más chocarreros aún, empeñado cada cual en atraer sobre sí la atención del público y a expensas, claro, de sus compañeros de chirigota, que también están haciendo lo propio. Junts per Catalunya, ERC y CUP parecen cantar lo mismo, pero lo cierto es que cada formación reclama para sí el favor del electorado con aspavientos singulares. Terminada la función, los chirigoteros arrojan en un cesto sus disfraces y retornan a su rutina, hasta el año siguiente, conscientes de que parte de su éxito depende de la brevedad de su actuación y lo espaciado de sus apariciones públicas. En Cataluña sucede al revés. Que los separatistas no quieran dejar el escenario se comprende, incluso que traten de cerrar las puertas del teatro para que nadie del público pueda irse, pero ¿que se les aplauda?

Es comprensible también que los que declararon la república independiente de Cataluña, algunos encarcelados y otros huidos, se resistan ahora a abandonar su propósito. Les van en ello “vida y peculio”. ¿Las leyes, la Constitución? La república es su última esperanza de burlar la cárcel, volver del destierro y saldar sus deudas con Hacienda. Fuera del 3% hace mucho frío. Un buen programa. Puigdemont pasaría de ser considerado un tipejo ridículo a tener una estatua en el parque de la Ciudadela (con un brazo levantado, señalando el camino al “poble de Catalunya”). ¿Por qué no podría suceder algo así? ¿Podía alguien imaginar hace sólo tres años que Ada Colau sería alcaldesa de Barcelona? Es cierto que la mayor parte de los dirigentes independentistas jamás creyeron que la independencia fuera viable. Da igual. Ellos viven de hacérselo creer a otros. Y llegados a este punto, la política es ya un juego de azar rudimentario, como las chapas: cara o cruz. O todo o nada.

Lo resumirían aquellas palabras de Manuel Benítez El Cordobés, dichas a su hermana e inspiradoras del título de un famoso best seller: “O te compro un piso o llevarás luto por mí”. El pisito, Cataluña. “¿Que hay que seguir con los embustes? Se sigue. ¿Que hay que sostenella y no enmendalla? Se sostiene y no se enmienda. ¿Que en Europa y en España nos llaman espantajos, tarascas, mamarrachos? Que nos lo llamen; más cornadas da el hambre, Bruselas, la cárcel, Hacienda. Todo, incluido el ridículo, antes que responder ante la ciudadanía de nuestras fechorías parlamentarias, constitucionales, económicas y sociales, todo antes que hablar de nuestro golpe de Estado, de las empresas que se fueron por nuestra mala cabeza, de las familias que hemos roto, de la peste que hemos traído a Cataluña. Nada de esto importa”.

Conviene recordar a quienes proclaman que el procés ha muerto, que la matraca hoy del 155 y los “presos políticos” es el procés por otros medios. Les hemos visto y oído debatir imperturbables y cada día más fúnebres, acaso porque cada día se ven más cerca del luto que del pisito. Miran a sus interlocutores con semblante marmóreo, como retándoles con un “pregunta lo que quieras, que te responderé lo que me dé la gana”: “¿Fuga de empresas? Sí, azuzadas por el Estado, que trata de humillarnos por ser Cataluña la nación más civilizada de Europa, representada hoy en España por el franquismo. ¿Fractura social? Desde luego, causada por el 155. ¿Constitución? ¿Pero cómo aceptaremos una Constitución que nos aporrea y encarcela?” (y el juego que no le habría dado a Marta Rovira, la dolorosa, ese baño de sangre que ella parecía estar exigiéndole al Estado, acusándole de ello sin pruebas). Podrán, pues, los independentistas no tener un programa electoral, pero esas son las argucias con las que tratarán de ganar las elecciones. Muchos se preguntan: ¿Pero puede haber alguien que se crea estas cosas? Entre uno y dos millones de catalanes.

Yo, que diría Churchill, no los conozco a todos, claro, sólo a 10 o 12: amics, coneguts i saludats. Algunos de ellos votaron el 1-O al ver las cargas policiales. Hasta que las vieron no pensaban votar, arguyeron. Gente culta, pacífica y honrada. Colegas, escritores, editores, profesores, libreros de viejo y de nuevo. Nuestro mimado mundo de pastaflora. Gente que prolonga el saludo mientras te calumnia y te desprecia, lo que nunca pensó uno que vería. Personas que aseguran que Cataluña no es Murcia (“y, entiéndeme, me caen genial los murcianos”). Gente convencida de que el aire que se respira en el resto de España es africano (“y a mí me encanta Marraquech”). Personas que se ofenderán si les hablas de fascismo, xenofobia y supremacismo. Que dirán que la inmersión lingüística en la escuela es un acierto y se desquiciarán negando la existencia de adoctrinamiento. Y que te piden con una sonrisa de Esfinge, pactado, lo que antes no pudieron robarte, el derecho a decidir (que no podamos decidir todos los que tenemos derecho a ello), al tiempo que lees en su mirada: “A ver cómo te convenzo de que me des de grado, y a cambio de nada, lo que no he podido obtener hasta ahora por la fuerza”.

Cuando al fin se llega al argumento estrella (“No hay en España cárceles suficientes para encarcelarnos a todos; no se puede encarcelar a todo un poble”) reconoces que todo está perdido. Y eso también es mentira. Hay cárceles de sobra, no hay un solo poble de Cataluña, y prueba de que en España no existen presos políticos es que hay entre uno y dos millones que pueden decirlo libremente sin tener que ir a la cárcel. Votarán lo mismo, pero ninguno tendrá excusa ni podrá decir: “Nosotros no sabíamos, nadie nos advirtió”. Ni siquiera los que no son ni cultos ni formados ni informados. Están en el “si Cataluña no es para nosotros, no será de nadie, y menos de España”. No se resignan a que la función acabe, quieren cerrar el teatro, bloquear las puertas con los tractores, proseguir la chirigota. Es posible, no obstante, que algunos de ellos, para sobrevivir, un día reconozcan el daño causado y decidan tumbar su narcisismo en el diván del psicoanalista, acomodando su relato. Y si quiero creer que esto sucederá es porque algunos de ellos son mis amigos, aunque a días lo que le pida a uno el cuerpo es lo que antes ya han hecho 3.000 empresas de Cataluña: sacar mi corazón de allí y ponerlo en otra parte. Quiero decir que a este paso todos vamos a necesitar un diván. En un país democrático, el problema no son las cárceles, sino que no haya divanes suficientes para todos.




Dibujo de Eduardo Estrada para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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[Humor en cápsulas] Para hoy martes, 2 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las c
osas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción.

En la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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domingo, 31 de diciembre de 2017

[A vuelapluma] La industria del espíritu





La burguesía occidental está siendo objetivo de una gran operación mercantil que se fundamenta en un nuevo narcicismo, un egocentrismo modelo ‘new age’, un egoísmo rabiosamente autorreferencial. Es la industria del espíritu, comenta en El País el escritor Jordi Soler.

El filósofo Daniel Dennett, comienza diciendo, propone una fórmula para alcanzar la felicidad: “Busca algo más importante que tú y dedica tu vida a eso”. Esta fórmula va a contracorriente de lo que propone la industria del espíritu en el siglo XXl, que nos viene a decir que no hay más felicidad que esa que sale de dentro de uno mismo, lo cual puede ser verdad en el caso de un monje tibetano, pero no para quien es el objetivo de la industria del espíritu, el atribulado ciudadano común de Occidente que suele encontrar la felicidad afuera, en otra persona, en su entorno familiar o social, en su oficio, en un pasatiempo, etcétera.

De acuerdo con la fórmula de Dennett la clave está afuera, en el otro extremo, en la atención que dedicamos a cosas más importantes que nosotros, objetivo, por cierto, nada difícil de conseguir pues, en rigor, todo es más interesante que nosotros mismos.

La industria del espíritu, una de las operaciones mercantiles más exitosas de nuestro tiempo, ha crecido exponencialmente en los últimos años, no hay más que ver la cantidad de instructores y pupilos de mindfulness, o de yoga, que hay a nuestro alrededor. Mindfulness y yoga en su versión pop para Occidente, no precisamente las antiguas disciplinas que practican los maestros orientales, sino un producto práctico y de rápido aprendizaje que conserva su estética, su merchandising y sus toxinas culturales.

Hasta hace muy pocos años el yoga y el mindfulness eran actividades marginales, que practicaban unos cuantos, y hoy se han convertido, en muy poco tiempo, en una industria multimillonaria. No vamos a despreciar los beneficios físicos y mentales que da el yoga, ni puede negarse que en la introspección del mindfulness podría distinguirse eventualmente alguna luz, pero también es verdad que el éxito súbito y meteórico de estas dos industrias da qué pensar.

Lo de hoy es cultivar la espiritualidad, mirar hacia adentro de uno mismo, con un aire oriental, como vehículo para conquistar la felicidad. Como si de verdad la felicidad fuera una parcela conquistable, y no ese estado de ánimo aleatorio, espontáneo y efímero de, digamos, alegría integral, que llega de vez en cuando y a ramalazos. Lo más que puede experimentarse son momentos de felicidad, esa es precisamente la gracia; si la felicidad fuera un estado permanente viviríamos en un mundo de idiotas con sonrisa boba.

Frente al argumento de que la humanidad, finalmente, ha tomado consciencia de su vida interior, ¿por qué tardamos tanto en alcanzar este peldaño evolutivo?, propondría que, más bien, la burguesía occidental está siendo el objetivo de una gran operación mercantil que tiene más que ver con la economía que con el espíritu, la salud y la felicidad de la especie humana.

En su ensayo America the anxious (St. Martin’s Press, 2016), la periodista inglesa Ruth Whippman revela algunos datos que ha recabado el Departamento de Salud de Estados Unidos: más de veinte millones de personas, más o menos la mitad de los habitantes que tiene España, practican la meditación en aquel país, y el gasto anual en cursos de mindfulness, y los productos derivados de la enseñanza y de la práctica posterior, es de 4.000 millones de dólares. La cifra del yoga es todavía más importante: los nuevos yoguis invierten 10.000 millones de dólares al año en clases de yoga y accesorios como la alfombrilla, los leggings, el botellín yogui de acero inoxidable para el agua. De las industrias que crecen más, y más rápidamente, en Estados Unidos, el yoga ocupa el cuarto lugar.

Esto sucede en un país que en su acta de independencia consagra por escrito la búsqueda de la felicidad (the pursuit of happines) como uno de los derechos inalienables de las personas. Esta búsqueda, como todo lo que sucede en aquel país, se ha extendido por los países de Occidente y ha llegado aquí aplicada a la industria del espíritu, con un éxito, y una militancia entre sus practicantes, de los que no gozan la mayoría de los cultos.

La industria del espíritu es un producto de las sociedades industrializadas donde las personas tienen ya muy resueltas las necesidades básicas, desde el techo y la comida hasta el Netflix y el Spotfy. Una vez instalado en el angustioso vacío que producen las necesidades resueltas, el ciudadano maniobra para apuntarse a un grupo que le procure otra necesidad.

Este creciente colectivo de personas que hurgan en sí mismas buscando la felicidad, ya ha conseguido instaurar un nuevo narcisismo, un egocentrismo new age, un egoísmo rabiosamente autorreferencial que, de paso, ha venido a trastocar el famoso equilibrio latino de mens sana in corpore sano, decantándolo descaradamente hacia el cuerpo. El gurú del siglo XXI invita a sus pupilos a consentirse a sí mismos, a tratarse estupendamente mientras encuentran la puerta hacia la felicidad, los anima a descubrir los misterios del mundo en sus propios ombligos.

Este novedoso egocentrismo new age encaja divinamente en esa compulsión contemporánea de cultivar el físico, se tenga la edad que se tenga, de anteponer el corpore a la mens. A lo largo de la historia de la humanidad el objetivo había sido volverse más inteligente a medida que se envejecía; los viejos eran los sabios, ese era su valor, pero ahora asistimos a su claudicación: los viejos ya no quieren ser sabios, prefieren estar fornidos y musculosos, y dejan la sabiduría en manos del primer iluminado que se pone a impartir cursillos.

Walter Benjamin rescata el consejo de un viejo sabio cabalista que viene al caso; para conseguir un cambio importante en la vida no hacen falta grandes movimientos, ni cursillos de ningún tipo, añadiría yo: “Basta desplazar un poco esta taza, o este arbusto o esta piedra; y así con todas las cosas”, recomendaba el viejo cabalista. Si la industria del espíritu tiene de verdad los efectos que promociona su clientela, ¿por qué no vivimos rodeados de gente feliz y satisfecha?

Parece que el requisito para salvarse en el siglo XXI es inscribirse en un cursillo, pagarle a alguien que nos diga qué hacer con nosotros mismos y los pasos que hay que seguir para vivir cada instante con plena conciencia. Sería saludable no perder de vista que el objetivo principal de esas sesiones pagadas no es tanto salvarlo a usted, como mantener a flote la economía del espíritu que, sin sus millones de abonados, regresaría al nivel que tenía en el siglo XX, aquella época dorada del hedonismo suicida, en la que el mindfulness era patrimonio de los monjes, el yoga lo practicaban cuatro gatos y el espíritu se cultivaba leyendo libros en una gratificante soledad.



Dibujo de Raquel Marín para El País



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[Tribuna de prensa] Lo mejor de la semana. Diciembre, 2017 (V)





Les dejo con los Tribuna de prensa que durante la pasada semana he ido subiendo, día a día, a Desde el trópico de Cáncer. Espero que les resulten interesantes. Como dijo Hannah Arendt espero que les inviten a pensar para comprender y comprender para actuar. La vida, a fin de cuentas, no va de otra cosa que de eso. Se los recomiendo encarecidamente.


DOMINGO, 24 DE DICIEMBRE
Ortografía, por Manuel Vicent
Se te quiere, por Álex Grijelmo
Cierta racionalidad, por Soledad Gallego-Díaz
El año de la fatiga, por Francisco G. Basterra
Las recetas del Conde-Duque, por Javier Redondo

LUNES, 25 DE DICIEMBRE
Paradoja, por Javier Marías
Sobrevivir, por Félix de Azúa
Pequeña defensa de la Constitución, por Jorge del Palacio
Nombrar a los culpables, por Alana Moceri
Las bondades de una lista negra, por Ernest Urtasun y Jesús Hernández

MARTES, 26 DE DICIEMBRE
El exhibicionismo de la felicidad, por Rubén Amón
Sentido común, por David Trueba
Anacronismos del sistema electoral, por Rosario G. Gómez
Juntos por el No, por Víctor Lapuente
Reforma des-constitucional, por Josep M. Colomer
El Rey frente a la caricatura indepe, por Teodoro León Gross

MIÉRCOLES, 27 DE DICIEMBRE
Lecciones catalanas para la izquierda, por Ignacio Urquizu
Más allá de la mitad más uno, por Sandra León
El año que viviremos peligrosamente, por Nicolás Redondo
Europa sigue siendo una decisión, por Ricardo Calleja
La Navidad y sus misántropos, por Ignacio Peyró

JUEVES, 28 DE DICIEMBRE
Contados sin trampa, por Raúl del Pozo
Berlín, no Barcelona, por José Ignacio Torreblanca
i-Farsante, por Javier Sampedro
Hackear la democracia, por Teodoro García Egea
¡Huye!, por Luz Sánchez-Mellado

VIERNES, 29 DE DICIEMBRE
Vuelve Black Mirror, por Antonio Lucas
Política y Navidad, por Luis Martínez
Las uvas de la paciencia, por Raúl del Pozo
Tabarnia ha existido siempre, por Rafa Latorre
¿Hay álguien ahí?, por Manuel Hidalgo
Tú no, por Juan José Millás
Reaccionario Pla, por Jorge M. Reverte
Poder, ignorancia y abandono, por Tomás Álvarez
Los dos infiernos, por Antonio Elorza
Guerras identitarias de distracción, por Fernando Vallespín

SÁBADO, 30 DE DICIEMBRE
Macron, por Rafael Moyano
Ficciones, por Manuel Arias Maldonado
Cada uno en su Matrix, por Lucía Méndez
Fin de año, por Fernando Savater
Ritmos de ruptura, por Máriam Martínez-Bascuñán
Tomarse Tabarnia en serio, por Guillermo Altares
La otra revolución sexual, por Monika Zgustova
Año nuevo..., política vieja, por Teodoro León Gross
El reto de la Europa política, por Sami Naïr
Fernando Savater, el peine del tiempo, Rubén Amón

Y desde los enlaces de más abajo pueden acceder a algunos de los diarios y revistas más relevantes de España y del mundo, actualizados continuamente. Espero que los disfruten:

The Washington Post (EUA)
El País (España)
Le Monde (Francia)
The New York Times (EUA)
The Times (Gran Bretaña)
Le Nouvel Observateur (Francia)
Chicago Tribune (EUA)
El Mundo (España)
La Vanguardia (España)
Los Angeles Times (EUA)
Canarias7 (España)
El Universal (México)
Clarín (Argentina)
L'Osservatore Romano (Vaticano)
La Voz de Galicia (España)
NRC (Países Bajos)
La Stampa (Italia)
Frankfurter Allgemeine Zeitung (Alemania)
Le Figaro (Francia)
Tages Anzeiger (Suiza)
Komsomolskaya Pravda (Rusia)
Excelsior (México)
Die Welt (Alemania)
El Nuevo Herald (EUA)
Revista de Libros (España)
Letras Libres (España)
Claves de Razón Práctica (España)
Cuadernos para el diálogo (España)
Litoral (España)
Jot Down (España)
Real Instituto Elcano (España)
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (España)
Der Spiegel (Alemania)
The New Yorker (EUA)
Política Exterior (España)
Cidob (España)
Concilium (España)
Le Monde Diplomatique (Francia)
Le Nouvel Afrique (Bélgica)
Time (EUA)
Life (EUA)
Revista Española de Ciencia Política (España)
Cambio16 (España)
Jeune Afrique (Francia)
Tiempo (España)
Historia y Política (España)
Newsweek (Estados Unidos)
Nature (Estados Unidos)
Historia National Geographic (España)
Paris Match (Francia)
Instituto Nacional de Estadística (España)
Y desde estos otros a los especiales sobre:
Y como siempre, para terminar, las mejores fotos de la semana en El País. 



Celebración en Sao Paulo, Brasil (Diciembre, 2017)


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