sábado, 30 de diciembre de 2017

[De libros y lecturas] Balance de fin de año, 2017





Como acostumbro a hacer todos los años por estas fechas subo al blog el balance de mis lecturas en 2017. Es esta una entrada sin mayores pretensiones que me apetece escribir con la esperanza de que pueda resultar interesante a alguno de los lectores del blog. 

Los libros están enumerados por orden cronológico de lectura o consulta, sin jerarquización de ningún otro tipo ni valoración personal. Algunos son relecturas del pasado; otros, nuevos para mí. Todos me han interesado por unas u otras razones: placer, consulta, curiosidad, deformación profesional... Por obligación, ninguno. Son estos: 

Ballesteros, Alfonso: Innovación versus conservación en Hannah Arendt. 
Shakespeare, William: Sobre el poder. Selección de textos.
Descartes, René: Meditaciones sobre la existencia de Dios.
Miralles, Francesc: La lección secreta.
Ruiz Soroa, José María: El esencialismo democrático.
Esquilo: Las suplicantes. 
Theodore Dalrymple: Sentimentalismo tóxico.
Ferry, Luc: Aprender a vivir. Filosofía para mentes jóvenes. 
Busquets, Milena: También esto pasará.
Eurípides: Alcestis.
Montaigne, Michel de: Essais/Ensayos.
Eurípides: Andrómaca.
Tocqueville, Alexis de: La democracia en América.
Aramburu, Fernando: Patria.
Jiménez, Juan Ramón: Platero y yo.
Wences, Isabel: Tomando en serio la Teoría Política.
Bardavío, Joaquín: Sábado Santo Rojo.
Pinilla, Alfonso: La legalización del PCE. La historia no contada.
Cercas, Javier: El monarca de las sombras.
Michel Onfray: Cosmos. Una ontología materialista.
Pérez-Reverte, Arturo: Falcó.
Mair, Peter: Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental.
Álvarez Junco, José: Dioses útiles. Naciones y nacionalismos.
Moeller, Charles: El silencio de Dios.
Lemaitre, Pierre: Camille.
Sagan, Françoise: Buenos días, tristeza.
Lledó, Emilio: Símbolos del alma.
Aparicio, Juan Pedro: Nuestro desamor a España.
Correa, José Luis: El detective nostágico.
Goytisolo, Juan: Reivindicación del conde don Julián.
Atwood, Margaret: El cuento de la criada.
Innerarity, Daniel: La democracia en Europa. Una filosofía política de la UE.
Pitkin, Hanna F.: Sobre la representación.
Ovidio: Metamorfosis.
Pérez Galdós, Benito: El audaz.
Fadiman, Anne: Confesiones de una lectora.
Villaverde, María José: La sombra de la Leyenda Negra.
García Márquez, Gabriel: Cien años de soledad.
Hamilton, A.; Jay, J.; Madison, J.: El federalista.
Grossman, Vasili: Vida y destino.
Pérez Galdós, Benito: Doña Perfecta. 
Claramonte, Jordi: Estética modal.
Correa, José Luis: Blue Christmas. 
Azúa, Félix: Un neologismo y la H.
Pérez Galdós, Benito: La familia de León Roch. 
Janés, Clara: Una estrella de puntas infinitas.
Lledó, Emilio: Las palabras en su espejo.
Gutiérrez Aragón, Manuel: En busca de la escritura fílmica.
Battaner, Paz: Algunos pozos sin fondo.
Pérez Galdós, Benito: La Fontana de Oro
Rouanet, Mónica: Donde las calles no tienen nombre.
Huizinga, Johan: El otoño de la Edad Media.
Pérez Galdós, Benito: Gloria.
Jellinek, Georg: Teoría general del Estado.
Eurípides: Ión.
Sófocles: Edipo en Colono.
Bataillon, Marcel: Erasmo en España.
Pérez Galdós, Benito: Marianela.
Egido, Aurora: La búsqueda de la inmortalidad en las obras de Baltasar Gracián.
García Márquez, Gabriel: El coronel no tienen quien le escriba.
Brague, Rémi: El reino del hombre. Génesis y fracaso del proyecto moderno.
Rieff, David: Elogio del olvido. Las paradojas de la memoria histórica.
Arendt, Hannah: ¿Qué es la política?
Pérez Galdós, Benito: La sombra, Celín, Tropiquillos y Theros.
Gómez, José Luis: Breviario de teatro para espectadores activos.
Riera, Carme: Sobre un lugar parecido a la felicidad.
Eurípides: Las fenicias.
Huizinga, Johan: Homo ludens.
Eurípides: Las suplicantes.
Pérez Galdós, Benito: El abuelo.
Eurípides: Heracles.
Sáenz Sagaseta de Ilúrdoz: Servidumbre y grandeza de la traducción.
Kempis, Thomas de: De la imitación de Cristo.
Huizinga, Johan: El concepto de la historia y otros ensayos.
Muñoz Machado, Santiago: Los itinerarios de la libertad de palabra.
Cano, José Luis: El tema de España en la poesía española contemporánea.
Zschirnt, Christiane: Libros. Todo lo que hay que leer.
Pérez Galdós, Benito: El amigo Manso.
Bakewell, Sarah: En el café de los existencialistas.
Gil, Juan: El burlador y sus estragos.
Homero: Odisea.
Pérez Galdós, Benito: Ángel Guerra.
Birmingham, Kevin: El libro más peligroso.
Joyce, James: Ulises.
Álvarez de Miranda, Pedro: En doscientas sesenta y tres ocasiones como esta.
Bloom, Harold: Poemas y poetas. El canon de la poesía.
Fernández-Ordóñez, Inés: La lengua de Castilla y la formación del español.
Sófocles: Ayax.
Pérez Galdós, Benito: La de Bringas.
Sófocles: Filoctetes.
Eurípides: Reso.
Staël, Mme. de: Consideraciones sobre la Revolución francesa. 
Puértolas, Soledad: Aliados. Los personajes secundarios del Quijote.
Eurípides: El Cíclope.
Pérez Galdós, Benito: La desheredada.
Marías, Javier: Berta Isla.
Merino, José María: Ficción de verdad.
Pérez Galdós, Benito: El doctor Centeno.
Esquilo: Agamenón.

Entre las novelas leídas destacaría Patria, de Fernando Aramburu; El monarca de las sombras, de Javier Cercas; y Berta Isla, de Javier Marías. Entre los ensayos, El libro más peligroso, de Kevin Birmingham; En el café de los existencialistas, de Sarah Bakewell; y Consideraciones sobre la Revolución francesa, de Madame de Staël. Y entre los específicamente políticos, El esencialismo democrático, de José María Ruiz Soroa; La democracia en Europa, de Daniel Innerarity; y Tomando en serio la teoría política, de Isabel Wences. Hay más, claro está, pero no sigo. Para gustos se hicieron colores...

Y para terminar el año les recomiendo la lectura de los reportajes de El País sobre Los mejores títulos de 2017, Que están leyendo los mejores escritores españoles, y 200 países 200 libros.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[Humor en cápsulas] Para hoy sábado, 30 de diciembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las c
osas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción.

En la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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viernes, 29 de diciembre de 2017

[Píldoras literarias] Hoy, con "La última cena", de Ángel García Galiano





La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? 

Continúo hoy la serie de píldoras literarias con el minirrelato titulado La última cena,  de Ángel García Galiano (1961), doctor en Filología Hispánica por la Universidad Complutense. Discípulo de Fernando Lázaro Carreter, ha sido lector de español en la Universidad de Padua (Italia), profesor-investigador de la Universidad Complutense de Madrid y profesor de Teoría y Crítica Literaria en la Universidad de Deusto (Bilbao). Finalista del I Premio de Poesía Dámaso Alonso y del Ateneo Casablanca, Premio de Poesía Juan Bernier y Mención de Honor en el IX Premio Aller de Cuentos. Junto a su labor docente y creativa publica artículos de teoría y crítica literaria en revistas especializadas.

Les dejo con su relato. Fue publicado en la obra Galería de hiperbreves (2001). Tiene trece palabras, y dice así


LA ÚLTIMA CENA

El conde me ha invitado
 a su castillo. Naturalmente 
yo llevaré la bebida.








Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Humor en cápsulas] Para hoy viernes, 29 de diciembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las c
osas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción.

En la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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jueves, 28 de diciembre de 2017

[Poesía y pintura] Hoy, con Antonio Machado y Paul Delvaux





Retomo la publicación, con un formato diferente, de la serie de entradas del blog dedicadas al tema de España en la poesía española contemporánea que tan buena acogida de los lectores tuvieron hace ya unos años. Grandes poetas contemporáneos españoles, poetas del exilio exterior e interior, pero españoles todos hasta la médula, que cantaron a su patria común, España, desde el corazón y la añoranza. 

En estos aciagos días en que unos hijos espurios reniegan de España, la insultan, la mancillan, y pretenden acallar las voces de aquellos otros que nos alzamos orgullosos de pronunciar su nombre, nada mejor que la poesía para reivindicarla como se merece. Si como dijo Walt Whitman la poesía es el instrumento por medio del cual las voces largamente mudas de los excluidos dejan caer el velo y son alcanzados por la luz, también es, en palabras de ese gran poeta y gran español que fue Gabriel Celaya, un arma cargada de futuro. Empuñémosla, entonces, en su defensa.

En cualquier caso, parafraseando al afamado crítico literario e intelectual Harold Bloom, si la poesía no puede sanar la violencia organizada de la sociedad, al menos puede realizar la tarea de sanar al yo.

Hoy traigo al blog al poeta Antonio Machado y su poema Una España joven (1914)y al pintor Paul Delvaux y su cuadro Venus dormida (1944). 


***



Antonio Machado Ruiz (1875-1939) fue un poeta español, el más joven representante de la Generación del 98. Su obra inicial, de corte modernista (como la de su hermano Manuel), evolucionó hacia un intimismo simbolista con rasgos románticos, que maduró en una poesía de compromiso humano, de una parte, y de contemplación casi taoísta de la existencia, por otra; una síntesis que en la voz de Machado se hace eco de la sabiduría popular más ancestral. Dicho en palabras de Gerardo Diego, «hablaba en verso y vivía en poesía». Fue uno de los alumnos distinguidos de la Institución Libre de Enseñanza, con cuyos idearios estuvo siempre comprometido. Murió en el exilio en la agonía de la Segunda República Española.


UNA ESPAÑA JOVEN

... Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda, 
la malherida España, de Carnaval vestida
nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda, 
para que no acertara la mano con la herida. 

Fue ayer; éramos casi adolescentes; era
con tiempo malo, encinta de lúgubres presagios, 
cuando montar quisimos en pelo una quimera, 
mientras la mar dormía ahíta de naufragios. 

Dejamos en el puerto la sórdida galera, 
y en una nave de oro nos plugo navegar
hacia los altos mares, sin aguardar ribera, 
lanzando velas y anclas y gobernalle al mar. 

Ya entonces, por el fondo de nuestro sueño—herencia
de un siglo que vencido sin gloria se alejaba—
un alba entrar quería; con nuestra turbulencia
la luz de las divinas ideas batallaba. 

Mas cada cual el rumbo siguió de su locura; 
agilitó su brazo, acreditó su brío; 
dejò como un espejo bruñida su armadura
y dijo: «El hoy es malo, pero el mañana... es mío.» 

Y es hoy aquel mañana de ayer... Y España toda, 
con sucios oropeles de Carnaval vestida
aún la tenemos: pobre y escuálida y beoda; 
mas hoy de un vino malo: la sangre de su herida. 

Tú, juventud más joven, si de más alta cumbre
la voluntad te llega, irás a tu aventura
despierta y transparente a la divina lumbre: 
como el diamante clara, como el diamante pura. 


***



Paul Delvaux (1897-1994) fue un pintor belga neoimpresionista y expresionista en sus comienzos, se orientó posteriormente, influido por René Magritte y E. L. T. Mesens, hacia un surrealismo clásico: su pintura se caracteriza por desnudos femeninos en ambientes oníricos y desdibujados, cargados de un erotismo latente y figuras idealizadas.



Venus dormida, 1944. Tate Modern, Londres


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El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las c
osas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción.

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miércoles, 27 de diciembre de 2017

[A vuelapluma] La Corona y la Constitución





El discurso de Felipe VI en la noche del 3 de octubre tuvo una gran importancia en la crisis catalana. Se trató de una intervención nada inoportuna y justificada por el papel que la Ley Fundamental otorga al Jefe del Estado, afirma en El País el profesor Javier García Fernández, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Complutense de Madrid.

Durante la crisis secesionista catalana,  comienza diciendo,el Rey tuvo una relevante actuación expresada en su mensaje del 3 de octubre que fue considerado como una declaración de guerra por los independentistas, los comunes y Podemos. Más sorprendente es que algún trabajo académico, tras criticar la intervención regia, lamentase que el Rey no hablara de los contusionados por las cargas policiales. No hace falta ser constitucionalista para entender la crisis política que conocería la Monarquía parlamentaria si su titular criticara implícitamente a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad dirigidas por el ministro del Interior. Las críticas independentistas y de sus aliados incitan a analizar jurídicamente el mensaje del Rey, máxime cuando es la primera vez que el nuevo Monarca tiene que afrontar una crisis constitucional.

Antes de examinar el alcance jurídico del mensaje regio conviene aludir a la problemática constitucional de los mensajes de los jefes de Estado y, más particularmente, al mensaje del rey Juan Carlos en la noche del 23-F. El tema de los mensajes de los jefes de Estado ha dado lugar a una abundante bibliografía en el siglo XX. Aunque en las repúblicas no se pone en cuestión la potestad de dirigir mensajes al Parlamento o a los ciudadanos, los mensajes regios en las monarquías parlamentarias son vistos con cierto recelo salvo en situaciones muy asentadas en la opinión pública —los mensajes navideños— o en actos protocolarios y siempre con el refrendo presunto del Gobierno. En general, los mensajes regios, por tener los reyes una legitimación tradicional y no democrática, solo parecen justificados en situaciones políticas excepcionales.

Por eso tuvo interpretaciones variadas el discurso del rey Juan Carlos en la noche del golpe de Estado de 1981. Sin entrar en el anclaje constitucional que los juristas buscaron para este discurso, conviene resaltar que, a diferencia del discurso del rey Felipe, el del anterior Rey se produjo ex post a la actuación que él mismo realizó para cortar el golpe de Estado. Por eso afirmó que había cursado a los capitanes generales la orden que leyó a continuación.

Fue un discurso de gran importancia política, pero meramente informativo porque la actuación jurídica del Monarca se había producido con anterioridad, al cursar, como titular de un órgano constitucional que no estaba secuestrado, la orden que leyó. Lo contrario que el mensaje de Felipe VI que fue emitido cuando no había vacío de poder.

¿Qué encaje constitucional tiene el mensaje de Felipe VI? En primer lugar, era un mensaje ex ante porque no informó de ninguna actuación jurídica ya producida, como hizo el anterior Rey en 1981. Constatada esta diferencia, veamos cómo encaja esa actuación en la Constitución. En primer lugar, recordemos una potestad que se ha invocado con frecuencia tras el mensaje (y que también se invocó en 1981). Se ha dicho que el mensaje regio tenía su justificación en la expresión “arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones” que contiene el artículo 56.1 de la Constitución, pero hay dos razones que obligan a acercarse con reservas a esta función genérica.

En primer lugar, es una expresión originada en la teoría política de Constant que ninguna Constitución española del siglo XIX contenía y que fue “repescada” por Santamaría de Paredes para acrecentar las potestades del rey en la Restauración. Que apareciera en la Constitución de 1978 es todo un anacronismo y obliga a ver en esta función una actuación informal, por medio de la influencia (Manuel Aragón Reyes: Textos Básicos de Derecho Constitucional, II, Madrid, 2001, página 32). En segundo lugar, aun cuando consideráramos que la función arbitral y moderadora es una función con un contenido preciso que habilitaría la actuación del Monarca, el método lingüístico nos dice que con su mensaje Felipe IV no pretendía arbitrar entre dos partes ni tampoco moderar el funcionamiento regular de las instituciones, expresión esta última que empleó precisamente como atribución de los legítimos poderes del Estado, en su conjunto.

Pero el hecho de que el mensaje no tuviera cobertura en la vaporosa función arbitral y moderadora no quiere decir que no tuviera encaje constitucional. A mi modo de ver, el discurso del Rey en la crisis catalana trae causa, en primer lugar, del juramento de guardar y hacer guardar la Constitución que el artículo 61.1 de la Constitución obliga a formular al Rey al ser proclamado ante las Cortes.

Ese mandato, que ni siquiera es una función o una facultad, posee suficiente densidad jurídica para que el Rey, excepcionalmente, se dirija a la opinión pública a advertir y a dar su opinión, dos de las funciones que Bagehot atribuía a los monarcas constitucionales. En segundo lugar, el Rey intervino en condición de símbolo de la unidad del Estado, como proclama el artículo 57.1 de la Constitución.

Si desde un punto de vista teleológico el discurso regio respondía a las previsiones constitucionales hay que ver si su contenido material también respondía a parámetros constitucionales, a fortiori cuando hay constitucionalistas que creen que el Rey carece de libertad de expresión.

Primeramente, el discurso describía muy negativamente la situación en Cataluña y lo hizo con una claridad que ninguna autoridad estatal había empleado hasta entonces. En segundo lugar, el Rey instó a los poderes del Estado a asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones para acabar tranquilizando a los ciudadanos y subrayando el compromiso de la Corona con la Constitución y la democracia. No parece que en el mensaje hubiera proposiciones de contenido inconstitucional.

En 1981 no se hubiera entendido que el Rey no diera órdenes a los mandos militares y en 2017 no se hubiera entendido el silencio del Monarca que quizá se habría interpretado como complicidad con los separatistas o como expresión de desidia o temor ante el problema.

El discurso, quizá exorbitante en una situación de regularidad institucional, no parece inoportuno en una crisis constitucional de esa importancia. Teleológicamente estaba justificado y su contenido material, con el refrendo presunto del Gobierno, era lo propio de quien simboliza la unidad del Estado y tiene que guardar y hacer guardar la Constitución.



Dibujo de Eva Vázquez para El País



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