El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2025
martes, 18 de febrero de 2025
[ARCHIVO DEL BLOG] Un mundo mucho mejor. Publicado el 10/02/2018
Del poema de cada día. Hoy, Carta abierta por un mundo mejor, de Libertad Guerra
CARTA ABIERTA POR UN MUNDO MEJOR
No sé qué dirás tú —o qué pensarás, mejor dicho, lo que decimos suele diferir bastante de lo que creemos o pensamos—, pero este mundo nuestro no me convence para nada. Este mundo nuestro no me gusta. No me atrae. Vivimos en un perpetuo domingo por la tarde, un domingo invernal y lluvioso, frío y solitario, un domingo tristón y nublado. No sé qué dirás o pensarás tú, precisamente tú, alguien alegre y maravilloso y fenomenal como tú, pero este mundo nuestro, sin embargo, sigue siendo el mejor de los mundos, el mejor sin duda, porque no hay otro, porque nunca viviremos otro, ya que el mundo que vivimos cuando éramos jóvenes ya no existe, y porque el mundo del futuro tampoco nos pertenece ahora, ojalá sea nuestro pero ahora sólo es un sueño. Y no quiero soñar, no quiero imaginar un mundo mejor en un futuro cercano o futuro. No. ¡Quiero vivir, hoy, en un mundo mejor! ¡Quiero vivir, ya, en un mundo mejor! Y no sé qué dirás o pensarás al leer estas palabras, si es que las lees, pero yo no albergo ninguna duda: para vivir hoy, ya, en un mundo mejor, TE NECESITO, sólo tú y nadie más que tú puedes hacer que este mundo nuestro, el tuyo y el mío, sea mejor. Tu sonrisa me ilumina, tu mirada me transforma, tus palabras me alientan, tú me conviertes en una persona feliz.
Sin ti soy menos que nada, un cero a la izquierda, un cubata de ron y otro cubata y otro más, con cocacola cero, sin hielos, con la lata de mierda fría pero sin hielos, un domingo de invierno.
Y mañana, qué horror, encima será lunes.
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Postdata:
«Ámame como soy
Tómame sin temor
Tócame con amor
Que voy a perder la calma
Bésame sin rencor
Trátame con dulzor
Mírame, por favor
Que quiero llegar a tu alma»
Pablo Milanés, en “Ámame como soy”, la última canción de su último concierto en Cuba, cinco meses antes de morir.
Libertad Guerra es un
personaje creado por el escritor español
Leandro Pérez (1972)
lunes, 17 de febrero de 2025
De las entradas del blog de hoy lunes, 17 de febrero de 2025
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes, 17 de febrero de 2025. La vida se compone de treguas, se dice en la primera de las entradas de hoy del blog, y es que todo pasa, como el agua bajo los arcos, y no hay tragedia lo bastante fuerte para destruir una comunidad hasta sus raíces; la vida, impertérrita y terca, se abre paso siempre, y en la memoria de los pueblos permanece lo bueno y se olvida lo amargo. La segunda entrada del día es un archivo del blog fechado en marzo de 2017 en el que se hablaba de que en las guerras, como en las elecciones, no hay buenos ni malos, sino vencedores y vencidos, y la respuesta a la pregunta del porqué en las democracias ganan los malos solo tiene una respuesta; y es porque les votamos. La tercera, con el poema del día, comienza con estos versos: "Tal vez no sé explicarlo,/y aun así podría volar/o hacer de ti el verano,/un septiembre de reírnos bajo el agua,/una música con ojos de mirarte". La cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt
De la terquedad de la vida
El leitmotiv consolador —que no moraleja— de ‘Un puente sobre el Drina’, de Ivo Andric, el libro que el escritor Sergio del Molino comenta en la revista Ethic [La vida se compone de treguas, 07/02/2025] es que todo pasa, como el agua bajo los arcos. No hay tragedia lo bastante fuerte para destruir una comunidad hasta sus raíces. La vida, impertérrita y terca, se abre paso siempre, y en la memoria de los pueblos permanece lo bueno y se olvida lo amargo.
No sólo Franco murió en 1975, comienza diciendo Del Molino, también enterraron a gente buena ese año. Entre ellos, un premio Nobel de Literatura llamado Ivo Andric. En verdad, no sé si Andric fue bueno o no, aunque en comparación con Franco cualquiera sale favorecido, pero sí fue un escritor enorme que comprendió como pocos el busilis de la vida. Quizá porque le dio tiempo a vivir un par de apocalipsis, aunque se libró del tercero, la guerra que devastó su Yugoslavia pocos años después de su muerte en Belgrado. Mucho antes, en su primera juventud, estuvo preso por conspirar contra el Imperio austrohúngaro (la policía sospechó que estaba en el complot que asesinó al archiduque en Sarajevo en 1914), y luego, ya como diplomático de carrera, le tocó ver el nazismo en Berlín, donde era embajador, y la ocupación de su país por los alemanes. Pasó el final de la guerra en un piso de Belgrado, en una especie de tranquilísimo exilio interior, y allí escribió su gran novela, Un puente sobre el Drina, lectura ideal para ciudadanos de este siglo nuestro, tan resbaladizo y mutante. Se publicó en 1945, hace ochenta años.
El libro cuenta la historia de un puente de once ojos, un puente real que cruza el Drina a la altura de Visegrad, casi en la frontera entre Bosnia-Herzegovina y Serbia. Lo construyeron los turcos en el siglo XVI, cuando aquello era el Imperio otomano, y desde entonces es un punto crucial en el camino entre Sarajevo y Belgrado. A modo de cuentos encadenados, la historia del pueblo de Visegrad se convierte en la historia de los Balcanes y de un mundo en cambio constante, que sin embargo se mantiene inmutable gracias al puente y a la vida que se comparte en él. Para los visegradenses, el puente no es sólo una forma de salvar el río, sino el alma de su vida, el ágora, el escenario donde transcurre su existencia. Andric nos cuenta que empiezan de niños jugando en los pilares y la ribera, cazando lagartijas y palomas, y se hacen adultos en el centro del puente, en la llamada kapija, una especie de plaza con gradas donde se bebe, se come, se baila, se corteja y, en épocas negras, se ejecuta y se empala a los disidentes. El puente es testigo también de su final, pues por él cruzan los cortejos fúnebres.
El puente sirve a Andric para demostrarnos que no importa quién gobierna, quién es perseguido y quién persigue, qué lengua o religión son oficiales o si corren tiempos de riqueza o de pobreza. La vida trasciende los accidentes de la historia y se muestra idéntica en sufrimientos y alegrías. Lo único que necesita una comunidad para perpetuarse y no sucumbir a las tragedias periódicas es un puente sólido, una obra colectiva inmune a los cambios que permita a los vecinos reconocerse y reagruparse.
Los visegradenses son simpáticos y un punto estoicos. Los bandidos no les asaltan cuando los avistan por los caminos porque saben que nunca tienen un céntimo: se gastan el dinero en placeres tan pronto como lo ganan. Siglo tras siglo, preservan esa forma de sabiduría práctica que consiste en no darle demasiadas vueltas a las cosas ni tomarse nada a la tremenda. Por eso, las peleas del mundo sólo les afectan cuando llegan los ejércitos invasores. Puede que los serbios y los turcos (cristianos y musulmanes) se llevasen muy mal ahí afuera, pero en el Visegrad de principios del XIX, cuando alguien quería decir que dos tipos eran muy amigos, decía que se entendían tan bien como el mulá y el cura. La discordia siempre venía de fuera.
Andric no vivió para ver cómo la guerra de Yugoslavia le añadía unos cuantos capítulos a su novela, y que la ocupación del puente de Visegrad y las matanzas perpetradas sobre él o bajo sus pilares se repitieron con crueldad redoblada. Ahí sigue el puente, con sus once ojos, sobreviviente a su pesar, atracción turística de una Bosnia abrazada a una bendita amnesia que sólo se rompe cuando se abre una nueva fosa común desbordada de esqueletos. Hoy Visegrad es homogéneamente serbio. Primero desaparecieron los judíos (sefarditas que hablaban español, por cierto), deportados a Auschwitz, y medio siglo después, los musulmanes.
El leitmotiv consolador —que no moraleja— de Un puente sobre el Drina es que todo pasa, como el agua bajo los arcos. No hay tragedia lo bastante fuerte para destruir una comunidad hasta sus raíces. La vida, impertérrita y terca, se abre paso siempre, y en la memoria de los pueblos permanece lo bueno y se olvida lo amargo. Dice Andric que los visegradenses recuerdan los besos y las travesuras y los días de fiesta que vivieron en la kapija, pero no los cuerpos empalados, los controles militares ni las cabezas clavadas en postes a modo de advertencia para rebeldes. Miente un poco, Andric, porque algunos sí recuerdan. Él mismo, historiador metido a novelista, por ejemplo, se encarga de recordarlos con detalle. Pero entendemos lo que quiere decir, y si echamos un vistazo a nuestras vidas, podemos darle buena parte de razón.
Más bonito es otro hábito de los visegradenses: «En la sangre llevan la certidumbre de que la buena vida se compone de treguas y de que sería alocado y absurdo enturbiar esas escasas treguas buscando una vida más firme y estable que no existe».
A los visegradenses de Andric les sonaría muy raro eso que se puso de moda cuando la peste de 2020 de que los europeos habíamos descubierto la fragilidad. La fragilidad se descubre al nacer, y nadie que no sea tonto de solemnidad deja de sentirla nunca. Junto a los personajes de Andric, parecemos idiotas que no saben de la misa la mitad: ni disfrutamos de las treguas (ciertamente las enturbiamos buscando una vida más firme y más estable que no existe) ni comprendemos que la normalidad consiste en que los soldados monten guardia en la kapija y empalen a los desgraciados que intentan cruzarla (o les pongan aranceles o verjas con sirgas tridimensionales). Por eso hay que bailar y disfrutar mucho de los ratos en que la kapija está libre para nuestro placer, y los vendedores de sandías pregonan a gritos su mercancía, y los borrachos dicen obscenidades, y los niños pintan rayuelas sobre la piedra pulida. El puente siempre va a estar ahí, pero nosotros no lo vamos a disfrutar siempre.
[ARCHIVO DEL BLOG] Los malos solo ganan cuando les votamos. Publicado el 04/03/2017
El poema de cada día. Hoy, Carta, de Antonio Lucas
CARTA
Tal vez no sé explicarlo,
y aun así podría volar
o hacer de ti el verano,
un septiembre de reírnos bajo el agua,
una música con ojos de mirarte.
Tal vez no sepas, pero sabes
que vivir es incesante
y sucede tan sin tregua
que todo lo que empuja te detiene.
Por eso andar sin rumbo da alegría.
Tal vez no sepas, pero sabes
que amar siempre es quedarse,
y un cierto vandalismo de promesas,
volver a conquistar palabras de hace tiempo
y que alguien nos absuelva,
y no temer deriva,
y ser, como la nieve, más ciencia que costumbre.
Tal vez no sepas, pero sabes
que el miedo esconde un coro
y es esta misma luz
que nace de nosotros
el fiero camuflaje de la vida.
Tal vez no sepas, pero sabes
que el hombre no nació para morir
—así empezó la historia—,
pero es rehén de escarnios,
de leyes y tormentas,
del golpe de sed que reúne,
del hacerse entender que acumula.
Su activismo es la infancia
y al crecer va cayendo.
Su defensa es flotar, que es destierro del agua.
Su tristeza es saber que vivir no es sagrado.
Y confunde la nada
con jugar a los dioses.
Y la soledad confunde con no dormir solo.
Antonio Lucas (1975)
poeta español