Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura para hoy, del politólogo Fernando Vallespín va de Habermas y la Filosofía. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com
Jürgen Habermas: el gran pensador y su asalto a la cumbre de la filosofía
FERNANDO VALLESPÍN
05 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com
Habermas (Düsseldorf, Alemania, 1929) es de los pocos filósofos vivos que han tenido la capacidad de superar las modas intelectuales y hoy se mantiene tan presente en el espacio público como cuando apareció como joven teórico enragé en los movimientos estudiantiles de finales de los años sesenta. Con motivo de su 80 cumpleaños, el filósofo Ronald Dworkin dijo de él: “No solo es el filósofo vivo más famoso del mundo, sino que su propia fama es famosa”. O, diría yo, que su fama es muy superior al conocimiento de su compleja teoría. Su celebridad la debe más que nada a su incansable necesidad de pronunciarse sobre todo acontecimiento que en cada momento sacude a la opinión pública; es decir, más a su rol de intelectual que a su intricada filosofía. No me extrañaría que a sus 94 años nos sorprendiera con algún texto sobre la situación actual en Palestina, igual que hizo con la guerra de Ucrania y con todos los conflictos bélicos anteriores, con la relación entre filosofía y religión, con los debates sobre biotecnología, la defensa de la UE desde una perspectiva de integración federal o las cuestiones más propiamente alemanas sobre la reunificación o la gestión crítica del pasado nazi y el Holocausto. Y con tropecientos temas más.
En Alemania es un icono nacional tan sólido como la Puerta de Brandeburgo. Con motivo de su 90 cumpleaños en 2019 se organizó un auténtico homenaje colectivo a su figura, con un inusitado despliegue mediático. Es un país que ama a sus intelectuales, quizá porque ya van siendo una especie cada vez más escasa. Que dicho cumpleaños coincidiera con la presentación de un libro de 1.752 páginas donde pasa revista a toda la historia de la filosofía de los últimos 2.500 años, empezando por su preludio en la “era axial” (en palabras de Karl Jaspers), el momento en el que empiezan a consolidarse las primeras religiones evolucionadas, provocó una mezcla de admiración e incredulidad. Desde entonces ya ha publicado un nuevo libro —Ein neuer Strukturwandel der Öffentlichkeit und die deliberative Politik, de 2022 (La nueva transformación del espacio público y la democracia deliberativa; sin edición en español)— y al parecer tiene otro a punto. Más madera para alimentar un mito que nació cuando con tan solo 24 años publicara su artículo “Pensar con Heidegger contra Heidegger” en el Frankfurter Allgemeinen Zeitung, que tuvo un impacto espectacular. Nadie podía imaginarse entonces que ese atrevido y punzante chaval iba a ser el sucesor del viejo cascarrabias de la Selva Negra en el canon de los grandes filósofos alemanes, que devendría en el “Hegel de la República Federal”.
Habermas pasó su infancia en Gummersbach, cerca de Colonia, ciudad donde su padre dirigía la Cámara de Comercio e Industria y, por tanto, colaboró implícitamente con el régimen dominante, aunque era de convicciones liberales. Durante la guerra es alistado en las juventudes hitlerianas, si bien nunca llega a participar en la guerra. Esta y en general el totalitarismo nazi le dejará, sin embargo, una huella profunda que le inclina enseguida hacia un firme compromiso con la democracia y una enorme desconfianza hacia quienes se readaptaron sin purgar sus responsabilidades anteriores. Media vida estuvo asociado a la Escuela Crítica de Fráncfort, incorporándose a su Instituto de Investigación Social en 1955 a iniciativa de Adorno, aunque en realidad no duró en esa institución más de cuatro años. Enseguida tuvo desavenencias con su director, Max Horkheimer, quien lo consideraba demasiado izquierdista. Siempre se reconoció discípulo de Adorno, a quien admiraba profundamente, pero enseguida empezó a volar solo. Era demasiado libre e inquieto para adscribirse sin más a una escuela. De hecho, en su primer libro de impacto, Historia y crítica de la opinión pública (1962), ya comenzó a separarse de sus presuntos maestros al emprender una radical reinterpretación de la Ilustración. Lejos de darse por satisfecho con la crítica derrotista y sin salida de sus mayores, más inclinados a fijarse en las patologías de la modernidad, Habermas le dio un giro hacia una visión más optimista. La modernidad pasa a ser evaluada ahora como un “proyecto inacabado”, no como la culminación deformada de un proceso que pretendía emancipar al hombre y acabó deviniendo en su contrario: en una nueva forma de poder anónimo e inaprensible. Aun estando atento a sus distorsiones, Habermas se destapará enseguida como el gran defensor del proyecto ilustrado, incluso tras la espectacular aparición de la filosofía posestructuralista francesa.
Desde entonces su objetivo será acceder a criterios normativos a partir de los cuales poder fundamentar una teoría social crítica adaptada a las nuevas condiciones del “capitalismo tardío”, siendo bien consciente de que para ello no basta con apoyarse exclusivamente en la tradición de la filosofía y los análisis sociales neomarxistas; era preciso alimentarse también de las contribuciones de los diferentes ámbitos del saber especializado. Tuvo bien presente desde el principio que no es posible acceder a una nueva teoría de la racionalidad sin contar con la cooperación entre la filosofía y todas las ciencias sociales. Y ahí empieza una inquieta aventura marcada por una alquimia y flexibilidad intelectual que le permitió ir integrando en su teoría elementos de otras que pudieran servirle a estos fines. Emprende así una reapropiación crítica de la teoría y filosofía de la democracia liberal, reconstruyendo en particular los presupuestos institucionales y normativos necesarios que subyacen en la dimensión pública de la razón, tal y como fuera formulada inicialmente por Kant; formula una ética del discurso que elabora junto con K. O. Apel; y promueve una relectura de Weber, Parsons y Luhmann, así como del pragmatismo y del “giro lingüístico” que se emprendió en la filosofía contemporánea.
Todo ello mientras va asentándose académicamente. En 1964 accede a la cátedra de Filosofía Social que hasta entonces ocupaba Horkheimer, y en 1971 es nombrado director del Instituto Max Planck de “investigaciones para las condiciones de vida del mundo científico-técnico” hasta que en 1983 vuelve a su cátedra de Fráncfort, donde se jubila en 1993. Siempre le ha acompañado su fama de polemista, y no solo por las intervenciones periodísticas ya mencionadas, entre las que destacaría el “debate de los historiadores” sobre el pasado nazi alemán o el que tuvo con Sloterdijk sobre manipulación genética o todos los que han versado en torno al papel de la UE. De sus debates públicos es de enfatizar el que tuvo con el todavía cardenal Ratzinger sobre razón, religión y secularismo, uno de los temas sobre los que se volcó con entusiasmo tras el atentado del 11-S. Y entre los académicos, sus disputas sobre positivismo, la teoría de sistemas de Luhmann o la filosofía posmoderna, aunque nunca perdía la oportunidad de comer con Michel Foucault cuando iba a París. Discutir fue siempre su modo de vida —”discutir es más importante que comer”, le dijo a un discípulo que quiso interrumpir una discusión de su paper con el maestro para ir a almorzar—.
Su irreprimible impulso por hacerse presente en casi todos los debates públicos no es solo uno de los principales rasgos de su personalidad; es una extensión natural de sus premisas teóricas. No en vano es el gran artífice de la teoría de la democracia deliberativa, ese constante ejercicio de ilustración entre ciudadanos libres e iguales que disuelven sus diferencias con argumentos en un proceso de deliberación constante. Lo fundamental es que esta discusión esté orientada al entendimiento mutuo y tenga lugar bajo condiciones que aseguren una perfecta inclusión y simetría entre quienes deliberan. Al final, éste es el presupuesto, se acabaría imponiendo el mejor argumento. La comunicación política en nuestro espacio público está, salta a la vista, bien lejos de este ideal, algo que nuestro autor siempre venía denunciando. En estos momentos de posverdad, con la proliferación de fake news, epistemología tribal, emocionalización rampante y mil estrategias para condicionar la opinión, se habría producido ya un alejamiento total de dichos presupuestos normativos. Esto le condujo a escribir el que hasta ahora es su último libro, Ein neuer Strukturwandel der Öffentlichkeit... La razón pública, ese gran logro de la Ilustración, se ha disuelto detrás del ruido de las redes sociales y la manipulación.
Con todo, aporta al menos una plantilla normativa que nos permite evaluar la dimensión del desaguisado y puede ofrecernos un punto de apoyo a la crítica. Esta plantilla la fue tejiendo Habermas a lo largo de los años hasta que culminó en aquello por lo que pasará a la historia de la filosofía, su teoría de la acción comunicativa, apoyada sobre la centralidad del lenguaje como el medio natural de la comunicación y el entendimiento; pero que es también el de la ocultación, el engaño y los intereses del poder. Para acceder a una comunicación racional y eliminar las distorsiones señaladas basta con recurrir a un análisis de nuestras prácticas comunicativas habituales. En ellas elevamos continuamente pretensiones de validez sobre hechos, normas, vivencias, que tratamos de justificar o validar acudiendo a argumentos que sometemos a la interacción de otros; las sometemos a la práctica de la “intersubjetividad”. Eso y no otra cosa es lo que hace Habermas en sus intervenciones públicas o en su actividad académica, tratar de diluir sus pronunciamientos en un diálogo que siempre aspira al entendimiento recíproco.
En Una historia de la filosofía (Trotta, se publica este 6 de noviembre), el monumental libro cuyo primer volumen está ya disponible en castellano, la amplia galopada que emprende por toda la vida del espíritu no busca apabullarnos con su indudable erudición; el objetivo es dilucidar cuál pueda ser la tarea de la filosofía en unos momentos en los que la vis expansiva de la ciencia y la especialización continua amenazan con desviarnos de lo que debería ser su objetivo fundamental, orientarnos sobre el mundo en que vivimos, ilustrarnos sobre cómo enfrentar los desafíos del mundo contemporáneo y ayudarnos a “hacer un uso autónomo de la razón” para poder decidir quiénes y cómo deseamos ser. Estas han sido siempre las preguntas que han marcado la extraordinaria vida intelectual de Habermas.