sábado, 9 de septiembre de 2023

De las opiniones propias y ajenas

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la filóloga Irene Vallejo, va de las opiniones propias y ajenas. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Enjambres de opiniones
IRENE VALLEJO - El País
02 SEPT 2023 - harendt.blogspot.com

Tenemos más opiniones que contemplaciones. “No juzguéis y no seréis juzgados” es tal vez uno de los preceptos más incumplidos de la historia. O, más bien, nadie cree desafiarlo: de nuestra boca jamás emanan veredictos, solo la verdad. Tú misma asomas la cabeza en estas páginas para propinar consejos no solicitados, uniéndote alegremente al sermoneo generalizado.
Hace siglos el griego Esopo ilustró en una de sus fábulas esta pasión irrefrenable por la crítica a destajo. Dos labradores, padre e hijo, se dirigían a un mercado con un burro para que cargase las compras al regreso. Tirando del animal por las riendas, echaron a andar. “Vaya par”, comentaron dos desconocidos, “ellos que tienen caballería van a pie. Qué mal repartido está el mundo”. Al oírlo, el padre ordenó al chiquillo que subiera a lomos del borrico. “Lo que hay que ver”, opinaron entonces unos campesinos que seguían la misma ruta, “el joven va cómodo mientras al padre le falta el aliento. No sé cómo lo consiente”. Entonces el labrador, avergonzado, hizo bajar al hijo para auparse él. “Parece mentira que haga trabajar así al pobre niño”, escuchó a un grupo de viajeros. Ofendido, montó al pequeño en la grupa, detrás de él. “Ahora ya no podrán decir nada”, pensó triunfante. Se equivocaba. Una voz taladró sus oídos: “Fíjate, no pararán hasta que el burro reviente”.
Según repetidas encuestas, todas las personas tienden a considerarse más atractivas, inteligentes y simpáticas que el promedio, lo que es estadísticamente imposible. Además pensamos unánimemente que siempre tenemos razón —otra asombrosa anomalía en términos de probabilidad—. En la vida real y en la digital, a quienes nos llevan la contraria hemos aprendido a etiquetarlos para no escucharlos. Divididos por la espiral de ira, hijos de la hipérbole, creemos que solo nuestras normas permiten avanzar, mientras fuera de ellas imperan los intereses, las mentiras y las turbias complicidades. Nosotros tenemos ideas; los demás, ideología. Al negarnos a comprender al otro, alimentamos una tensión colectiva que nos vuelve más conflictivos y menos efectivos. En su libro La conversación infinita, Borja Hermoso entrevista a Inma Puig, psicóloga experta en contextos de alta tensión: “Estamos juzgando todo el tiempo a todo el mundo, sin pruebas. Y dictamos sentencias, de forma que cerramos ya toda posibilidad de seguir tratando de entender”. Quizá necesitemos redescubrir que cada mirada sobre el mundo es una peculiar aleación de deseos, experiencias, esperanzas y emociones. Las personas somos un material frágil y valioso.
Resulta paradójica esta afición universal al lanzamiento de jabalina verbal, cuando tanto nos irrita ser la diana. Es un hecho comprobado: hagas lo que hagas, siempre tendrás cerca a alguien dispuesto a opinar. Ese cuestionamiento constante erosiona nuestros intentos y nuestros encuentros, nuestros amores y esplendores. En la familia, los reproches crean fallas sísmicas entre generaciones. Cuando se supera el miedo a defraudar a los padres, surge el espanto por las miradas de piedra, los juicios explosivos y las frases letales de los vástagos adolescentes. La autora mexicana Rosario Castellanos escribió Autorretrato, un poema irónico sobre sí misma que retrata sus inseguridades con humor autocrítico e irreverencia. Los versos más desasosegantes los dedica a su hijo: “Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño que un día se erigirá en juez inapelable y que acaso, además, ejerza de verdugo. Mientras tanto lo amo”. En esas treguas, cuando aún se comparten las miradas risueñas y las bromas mutuas sin irritación ni enmiendas a la totalidad, la escritora sitúa los momentos más felices de la vida.
Nos ayudará, cuando los lazos se enmarañan, dejar de ver mala fe en la opinión ajena, evitar el juicio sumarísimo, aprender a confiar en la honestidad de los distintos. Y ante las torpezas y tropiezos, el dedo acusador casi nunca es la mejor medicina. Más sabio que discutir será divertirse juntos con la variedad de caracteres y actitudes. Cultivar un cierto sentido de improvisación y experimentación infantil. Si a “juzgar” le quitas tan solo una letra, podrás jugar.





































[ARCHIVO DEL BLOG] Palabrera. [Publicada el 27/09/2019]









Reivindico la lexicografía, el Scrabble y la acción pública de empollar, afirma la escritora Marta Sanz, una de las firmas habituales en mis A vuelapluma diarios en el blog.
Deconstrucción no es una palabra pomposa, sino necesaria, comienza diciendo. Abogo por aumentar el número de entradas de nuestros lexicones y no avergonzarnos de usar términos como lexicones, saponificación o tergiversar, un verbo que se trasgiversa mucho. Con palabras se nombra la realidad y se comprende. Nos hace falta designar emociones, partes del cuerpo y árboles. Aprender palabras ensancha el campo visual, y ensanchar el campo visual enriquece el acervo léxico. Construimos realidad y pensamiento. Limpiamos la casa y a la vez emborronamos sus límites: esos son los peligros de nombres, verbos, metáforas y silogismos. Alpendre, escorrentía, epanadiplosis, flebitis, música... Reivindico la lexicografía, el Scrabble y la acción pública de empollar. Lo cierto es que la gente redicha es ignífuga y resistente: no se puede andar por la vida con una mochila —como dicen ahora— de 1.200 palabras. Por eso, quiero hablar del profesor Andreu Navarra, que ha publicado Devaluación continua, libro en el que aprendemos qué es el ciberproletariado. Me encanta. En el ámbito de las ciencias humanas, dar con la combinación de términos o con el compuesto o derivado iluminadores es fundamental: fin de la historia, sociedad líquida, literatura caníbal… Luego discutimos sobre la pertinencia ideológica de los constructos. Con su neologismo, Navarra alude a una generación que se está quedando sin léxico y, lo que resulta paradójico, sin datos: quizá por el exceso de estímulos, el descrédito de la memoria y por una falta de concentración que se vincula con nuevos soportes, nuevos modos de lectura, la hegemonía audiovisual, pero también con la desnutrición. Con la confusión entre el perfil pedagógico y el psicoterapéutico, y la necesidad de satisfacer instantáneamente el placer. La entrevista que le concedió a Berna González Harbour plantea una inquietud que comparto: la de que cultura y educación hayan dejado de ser ascensores sociales. Donde esté un buen culo, una lengua bífida o una metralleta, que se quite todo lo demás. Intento no ser apocalíptica, pero sentirme integrada atenta contra mi esencial optimismo transformador.
La segunda palabrería es más confortable. La Caja de las Letras del Instituto Cervantes acoge una exposición sobre palabras perdidas. El futuro aparentemente se acelera y las academias hacen el pino puente para adaptarse a laptops y whatsapps, mientras otras palabras se arrumban, y en ese arrumbamiento, más allá de melancolías, hay una pérdida de realidad y sentido. María Sánchez lo cuenta en Tierra de mujeres colocando el foco sobre trabajadoras del medio rural, sus espacios, herramientas, cuidados. Los dueños de las palabras siempre han sido los otros —modelos de virtud humana y profesional—, y quizá en el rescate de ciertos vocablos descubramos lo poco que han importado las cosas de mujeres. La exposición de las palabras perdidas nace de la artista zaragozana Marta P. Campo, que recoge cuñadez, cocadriz (femenino de cocodrilo) o bajotraer (abatimiento, humillación). La muestra se cierra el 29 de septiembre. Yo, que me siento un poco bajotraída, saldré de mis dormisqueos y me amalaré el noema. Porque, además, de incorporar novedades anglas y jugar con las piezas del museo, quienes usamos el lenguaje —¿alguien se ha quedado fuera?— tenemos derecho a mostrar lo mucho que nos importa, inventariándolo, aprendiéndolo, acumulándolo e inventándonoslo, con mayor o menor fortuna, para hablar de sexo, iluminar lo no dicho, hacer política o, incluso, circensemente, circunvalar la verdad. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












viernes, 8 de septiembre de 2023

De qué hablamos cuando hablamos de España

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del politólogo Fernando Vallespín, va de qué hablamos cuando hablamos de España. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com









Cortar el nudo gordiano
FERNANDO VALLESPÍN - El País
03 SEPT 2023 - harendt.blogspot.com

La coincidencia entre la frustrada reunión de Sánchez y Feijóo y el serio y oportunista artículo de Urkullu en estas páginas da que pensar. Por un lado, los dos líderes más representativos de este país dándose la espalda y viéndose porque no tenían más remedio; por otro, el paso adelante en el autogobierno vasco que propone el lehendakari y que es un aviso a navegantes sobre la hoja de ruta que desde hace ya tiempo tienen prevista hasta dar el salto final a la independencia. Cuando las condiciones históricas estén maduras, se entiende. Y, por lo pronto, a esperar hasta que se pronuncie el expresident Carles Puigdemont, aunque todos sabemos ya más o menos de qué va la cosa. Frente a esta claridad de ideas, los que habitamos el resto del Estado, por utilizar la jerga del PNV, ignoramos en realidad cuál es la visión de España de nuestros dos grandes partidos. Ambos se remiten a la Constitución, pero en el caso de uno de ellos dependerá de lo que le exijan los nacionalistas para poder gobernar; en el del otro lo imaginamos, porque solo nos lo dicen en negativo, la identidad española es el reflejo invertido de las expectativas nacionalistas periféricas. En dos palabras, no hay un modelo de país ni la unidad suficiente entre ellos para poder realizarlo. Es una ironía, pero uno de los países más antiguos de Europa sigue navegando por la historia sin saber qué es en realidad.
Quienes me siguen por aquí saben de sobra que suelo ser de los más hospitalarios con nuestra diversidad, que estuve a favor de los indultos en su día y que no se me caerían los anillos por la cuestión de la amnistía. Es más, creo que Feijóo hubiera estado dispuesto a aceptarla a cambio del gobierno. Tampoco tengo problemas con lo de la plurinacionalidad si eso significara descansar durante una generación de este irreprimible y estragante choque de patrias. Porque ya está bien de que nos monopolice la conversación y la actividad política. Esperanza vana, los partidos que ahora condicionan nuestra gobernabilidad no podrían subsistir sin seguir tensionando la cuerda, perderían su identidad. En algún momento habrá que decir “hasta aquí”, pasar a ocuparse de los problemas reales del país y no de entidades metafísicas como el ser de los pueblos. Pero este es precisamente el asunto, ¿de qué país estamos hablando? Es la cuestión que habría que aclarar antes de nada, porque para algunos es un mero “Estado” y para otros la “nación represora”.
Lo que me pide el cuerpo, que no la inteligencia, es resolverlo de una vez con sendos refrendos en Cataluña y el País Vasco. Si los gana la causa española descansaremos durante un buen periodo; si no, tampoco debería pasar nada, externalizaríamos la carga del conflicto de identidades nacionales hacia el interior de los nuevos Estados y, dado que presumo que seguirían en la UE, quienes viven allí y se sintieran españoles gozarían de todos sus derechos ―”como los alemanes en Mallorca”, que dijera Arzalluz―. No tendríamos por qué llevarnos mal e incluso acabaríamos votándonos mutuamente en Eurovisión, como hacen ahora las repúblicas exyugoslavas. El resto seríamos un país bastante más pobre, pero al menos con capacidad para actuar en común y bien vertebrado, eso que envidiamos de otras naciones. A mí, la verdad, me compensaría con creces. Si la inteligencia se me resiste es porque temo que hoy carecemos del liderazgo adecuado para dar un paso tan audaz y el remedio puede ser peor que la enfermedad. Lejos de ahuyentar el fervor nacionalista, lo exacerbaría hasta niveles insospechados y, desde luego, no volvería a ver un gobierno de izquierdas en nuestro país en lo que me queda de vida. No hay solución a este dilema. Mientras tanto, nuestros grandes líderes se reúnen un rato y están a ver quién pilla cacho.
































[ARCHIVO DEL BLOG] Mesura, sangre fría, y no volar todos los puentes. [Publicada el 24/09/2017]











Ante un golpe de Estado y una rebelión popular como la que se está gestando en Cataluña lo difícil del doble reto es combinar firmeza y mesura, sangre fría y no volar los puentes que quedan.
Un golpe de Estado y una rebelión popular, encadenados, simultáneos, ambos iniciados, y ambos a media cocción. Eso es lo que sucede en Cataluña, acaba de de escribir el periodista Xavier Vidal-Foch en El País.
Lo primero ha sido la tentativa de culminar el golpe desencadenado el 6 y 8 de septiembre en el Parlament al imponerse las leyes de ruptura o “desconexión” que pretendieron derogar la legalidad democrática vigente abrogando antes su legitimidad.
La esencia de esta operación es la ruptura del Estatut. Más concretamente, algo tan detallista como la abrupta cancelación de su legítimo mecanismo de reforma: el artículo 222, que, para emprenderla, “requiere el voto favorable de las dos terceras partes de los miembros” de la Cámara y no una simple mayoría.
Ese propósito se fraguó ya en los preparativos de las elecciones “plebiscitarias” del 27-S de 2015. “Un fantasma se cierne sobre Cataluña, el de un golpe contra el Estatut, el de un golpe contra la legalidad catalana, el de un golpe contra los ciudadanos catalanes. Eso sí, paradójicamente ideado, planificado y a ejecutar por catalanes: se trata pues, propiamente, de un autogolpe”, radiografié dos meses antes (Un golpe contra Cataluña, EL PAÍS, 25/7/2015).
La operación “implica”, añadía, “la subversión del ordenamiento y la ocupación ilegítima de las instituciones, o su desnaturalización”. Para lo que no obstaba la ausencia de una violencia indiscriminada, como ilustra el del general Primo de Rivera, un “mero pronunciamiento”, y otros reseñados en Técnicas de golpe de Estado, de Curzio Malaparte (Planeta, 2009).
Como este desentrañó en el golpe de Bonaparte, lo esencial es “parecer que obedece las leyes, sus acciones deben conservar todas las apariencias de la legalidad”. Y “su objetivo táctico es el Parlamento: quieren conquistar el Estado mediante el Parlamento”, exactamente lo buscado en la bochornosa sesión del día 6 en el Parlament de la Ciutadella.
En un brillante artículo, el profesor Javier García Fernández apeló recientemente a Hans Kelsen cuando este indicaba que hay un golpe de Estado cuando “el orden jurídico de una comunidad es anulado y sustituido en forma ilegítima por un nuevo orden” (EL PAÍS, 31/8).
Y el notari de Catalunya, Juan-José López Burniol, precisó tras el parlamentazo que “ha sido un golpe de Estado porque lo hay siempre que se produce una subversión total del ordenamiento jurídico establecido con voluntad explícita de hacerse con el control absoluto del poder” (La Vanguardia, 16/9). También lo han dicho Joan Tapia (El Periódico, 17/9), y Mario Vargas Llosa y Josep Borrell, anteayer.
Ahora bien, cada caso es distinto, aunque todos exhiban rasgos comunes. Y el rasgo diferencial del caso catalán es la concatenación del golpe con el burbujeo de una rebelión popular de una parte notable de la ciudadanía catalana, con nostalgia de aromas de 14 de abril. La autoridad insubordinada apela a ella para tomar prestado algún grado de legitimidad. Y esta se la concede a gusto, contra su propio interés.
Así que al intento de toma y destrucción del Estado por el bloque de los indepes indesmayables se une parte del frente antiRajoy. Una porción de quienes —infinidad en Cataluña— detestan al PP. Y que no solo no posponen sino que colocan en primer plano su responsabilidad pasada en la gestación de la crisis: la campaña antiEstatut de 2006, la parálisis del Gobierno durante un lustro, sin plantear respuestas políticas. La confluencia de ambos afluentes da la calle reactiva a los registros y otras actuaciones judiciales de anteayer: y de próximas jornadas.
Muchos, los anticonservadores legalistas, anteponen con acierto la defensa del orden democrático a ese historicismo, y consideran que no hay que llorar sobre la leche derramada. Pero el ruido de la coyunda entre quienes practican el golpe y quienes lo aplauden como si no lo fuera, y como forma expeditiva y espúrea de echar a un Gobierno (en vez de la propia en democracia, convencer a la mayoría) es atronador. Y un cierto manejo mediático del mismo ofrece la imagen distorsionada del espejo cóncavo.
La dificultad del momento para la democracia y para las autoridades reside en combinar el recetario con que afrontar los dos males al mismo tiempo. Contra el golpismo, cualquier medida del ordenamiento constitucional puede convenir, si se encaja legalmente: el principio es la suficiencia, del que forma parte la rotundidad que resulte indispensable.
Y ante la rebelión popular es preciso extremar precisión y proporcionalidad, nunca estropear más de lo que se arregla. No porque el empleo de esos principios vaya a convencerla de entrada —ya hemos visto nutridas manifestaciones contra las primeras medidas judiciales, que eran notoriamente selectivas— sino, porque solo sobre el sentido de la mesura puede sembrarse para pronto la siempre aplazada vía política —–y explicarla bien desde ya; no basta con la justificación de la actuación coercitiva—: el diálogo normalizador, las propuestas, las reformas, la negociación… con quienes la prefieran, y la antepongan al caos. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos.  HArendt