sábado, 4 de julio de 2020

[SONRÍA, POR FAVOR] Es sábado, 4 de julio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...


























La reproducción de artículos firmados en este blog por otras personas no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

viernes, 3 de julio de 2020

[A VUEAPLUMA] Representaciones





Rasgarse las vestiduras ante el racismo, el sexismo, la explotación o la corrupción en las representaciones artísticas es mucho más barato y totalmente ineficaz para mejorar la realidad representada, comenta en el A vuelapluma de hoy [Arte y censura. El País, 26/6/20] el escritor José Luis Pardo.

"Bajo uno de los retratos de Walter Scott en la Galería Nacional de Edimburgo- comienza diciendo Pardo- cuelga desde hace poco un aviso: su visión de Escocia estaba nublada por tintes románticos y muy alejada de la realidad. Como si bajo el (supuesto) retrato de Cervantes pintado por Jáuregui se advirtiera que los gigantes que Don Quijote creyó ver en La Mancha eran simples molinos de viento. Julio Camba decía (en broma) que ciertos discos deberían llevar un cartel como el que aparece en las cajetillas de tabaco: “Peligro. Contiene música romántica”. Pero hoy (en serio), la HBO va a añadir una explicación a Lo que el viento se llevó, y Disney ya ha creado la etiqueta “este programa puede contener representaciones culturales obsoletas”: el tipo de mensaje que se inserta en las llamadas (reflexiónese un momento sobre la denominación) “películas para adultos”. ¿Qué les ha pasado a los espectadores contemporáneos para que se hayan vuelto repentinamente tan menores de edad que haya que tutelarles para evitar que se lastimen?

Si pudiéramos dividir el mundo en realidades (como un niño, un caballo o un dolor de muelas) y representaciones (como un dibujo, una novela o una fotografía), habría que decir que la inmensa mayoría de lo que llamamos “arte” pertenece a la segunda categoría, aunque obviamente no toda representación es una obra de arte. Incluso aquellas obras de arte que deliberadamente cuestionan su carácter representativo, precisamente por ello son representaciones frustradas, defectivas o fallidas, pero representaciones al fin y al cabo.

Ambas categorías están íntimamente relacionadas, ya que las representaciones son representaciones de realidades. Ninguna representación puede serlo de toda la realidad, ni siquiera de todos los aspectos y dimensiones de una realidad singular elegida a tal efecto, puesto que, como dijo una vez Ortega y Gasset, la realidad se distingue del mito porque, a diferencia de este último, ella nunca está del todo acabada.

Pero, aunque la realidad no pueda estar nunca entera en su representación, sí que está en ella más o menos parcialmente en cuanto representada. Por lo cual, no tiene nada de particular que, si la realidad incluye datos como el racismo, el sexismo, la corrupción institucionalizada, la explotación económica o el avasallamiento político, estos datos pasen también a formar parte de la representación, incluso y en concreto cuando se trata de una representación artística. Es decir, que la función de la obra de arte no es proyectar una imagen de la realidad depurada de los factores que pudieran considerarse injustos o escandalosos.

No hace falta decir, pues, que quien se sienta moralmente incómodo con respecto al racismo, al sexismo, a la corrupción institucionalizada, a la explotación o al autoritarismo, ha de aplicarse a intentar cambiar la realidad que se caracteriza por esos rasgos. Lo cual, como la historia nos enseña sobradamente, a menudo, es, además de largo y difícil, muy costoso desde el punto de vista de sufrimiento personal y colectivo. Intentar cambiar las representaciones (y, en concreto, las representaciones artísticas más señaladas) en el sentido recién evocado de alterarlas o explicarlas para perfeccionarlas moralmente es más fácil y puede ser más rentable desde el punto de vista de negocio. Pero, además de totalmente ineficaz a efectos de mejorar la realidad, resulta contraproducente e injusto.

En primer lugar, es injusto culpar a la representación o al representante de los defectos inherentes a lo representado, como lo es el cliente que recrimina a su retratista el haber pintado la barriga o la verruga que efectivamente tiene. Sin duda, cuando el retrato se hace por encargo expreso del cliente y enteramente a su costa, quien paga tiene derecho a exigir retoques, pero, por una parte, eso no hará desaparecer las verrugas ni las barrigas, y por otra, lo que sí desaparecerá entonces será la autonomía del artista, como desaparecería la de un científico que retocase sus descubrimientos a las órdenes de sus patrocinadores o la de un periodista que reescribiese las noticias a instancias de los accionistas de su periódico.

En segundo lugar, cuando quienes se afanan en mejorar la representación de la realidad y no la propia realidad son precisamente aquellas organizaciones políticas cuya pretensión confesa es la de reducir las desigualdades sociales, se podría interpretar que tal desplazamiento significa que se han dado por vencidas en su lucha por transformar la realidad y que, para evitar que esta desagradable noticia llegue a los oídos de sus votantes (y se vea, por así decirlo, la viga que llevan en sus ojos), aumentan energuménicamente los decibelios de su protesta contra la representación (la paja en el ojo ajeno), que sin duda es mucho más fácil de transformar, aunque esa transformación no afecta para nada a la realidad ni, por tanto, contribuye en lo más mínimo a reducir las desigualdades, puesto que la representación no es la causa de la injusticia, sino la injusticia la causa de la representación.

Rasgarse las vestiduras ante el racismo, el sexismo, la corrupción institucionalizada, la explotación o el autoritarismo contenidos en las representaciones artísticas no solamente es mucho más barato que luchar contra las realidades representadas —como es más cómodo luchar contra la esclavitud cuando ya ha sido abolida que cuando estaba vigente y luchar contra el racismo norteamericano en España que en Norteamérica—, sino que, en lugar de servir para mejorar la realidad, únicamente contribuye a revestir al que protesta airado de una falsa apariencia de virtud que se agota en su mismo griterío y que desaparece una vez acallado este (razón por la cual se procura gritar sin parar).

Por último, esta política cultural atenta contra la libertad de expresión, que forma parte del corpus de libertades civiles que constituyen los derechos fundamentales de las democracias parlamentarias contemporáneas, y que en el terreno del arte se convierte en libertad de creación del artista y en libertad de juicio crítico del espectador. Pensar que es en algún sentido “progresista” forzar al artista a someterse al servicio de ciertas causas políticas (por nobles que aparentemente sean) o sustituir la crítica por un comisariado moral (aunque sus fines sean muy elevados) y tratar a los espectadores como menores de edad no sólo es, una vez más, equivocarse de enemigo —pues este reside en la realidad, no en la representación—, sino además dar la razón a quienes, a lo largo de la historia y durante siglos, por estar interesados en vender el mito de una realidad perfectamente acabada, pusieron el trabajo del artista al servicio del culto religioso o de la propaganda política, y persiguieron, censuraron, condenaron e incluso ejecutaron a quienes exigían libertad para representar el mundo; y ello aunque hoy esta condena se cumpla a menudo según el deseo manifiesto de algunos artistas, igual que Bujarin estuvo de acuerdo con los verdugos que lo ejecutaron en los procesos de Moscú.

No conviene olvidar que la dictadura de los justos (expresión que ya es una contradicción en los términos) es tan dictadura —o sea, tan mala— como la de los bribones".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[SONRÍA, POR FAVOR] Es viernes, 3 de julio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...

























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jueves, 2 de julio de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Justicia. Publicada el 30 de marzo de 2010




Los inculpados del caso Gurtel



Las democracias padecen servidumbres que las autocracias no conocen. Por ejemplo, el respeto a los derechos de las personas y el acatamiento estricto a la ley. Por eso los críticos y detractores de las democracias las acusan siempre de debilidad frente a sus enemigos. Se equivocan; esas presuntas debilidades y servidumbres son, precisamente, su mayor fortaleza.

Ya he dicho muchas veces en este blog que no creo en la Justicia. Ni con mayúscula ni con minúscula. Por lo menos, en la que aplica el sistema judicial español. Como conceptos, creo más en el Derecho que en la Justicia. Y no voy a entrar en disquisiciones al respecto, pero quería comentar mi extrañeza por la escasa relevancia informativa que se le ha dado a la anulación de las escuchas policiales del caso Gürtel por parte del Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Lo poco que he leído y escuchado al respecto se limitaba a criticar al Tribunal y ver su decisión como una especia de "vendetta" personal contra el juez Baltasar Garzón, y por otra parte a jalear a favor de los inculpados y mofarse del juez de instrucción del caso.

No comparto ninguna de las dos posiciones, pero por una vez y sin que sirva de precedente, si comparto plenamente la decisión del Tribunal aunque no conozca los razonamientos estrictos de su resolución. Y es que a fin de cuentas, estamos hablando del derecho fundamental de todo detenido a comunicarse con su abogado dentro de la más absoluta confidencialidad. Ni siquiera la "razón de Estado", de existir, puede saltarse ese principio. Tan fundamental, y tan manipulado, como el de la presunción de inocencia, que todo el mundo alega única y exclusivamente en función  de como le vaya saliendo la misa, pero que ese mismo mundo se pasa por la entrepierna cuando no es él el afectado.

No se si alguien más habrá escrito al respecto, pero sólo conozco el artículo publicado por el profesor Xosé Luis Barreiro Rivas en la Voz de Galicia. Creo que no se puede decir ni más alto ni más claro: aunque la anulación de las pruebas pueda dejar en la calle a unos chorizos declarados, por muy engominados y de Armani que se vistan, con esta decisión judicial hemos ganado todos. Sobre todo, los demócratas, aunque los beneficiados por ella no se lo merezcan. Pueden leer el artículo de Barreiro Rivas más adelante. HArendt




El juez Baltasar Garzón



"EL CASO GÜRTEL Y LAS ESCUCHAS A LOS ABOGADOS", por X.L. Barreiro
LA VOZ DE GALICIA - Sábado, 27 de marzo de 2010

Para los que creemos que la defensa jurídica es un derecho absoluto e inalienable, que condiciona sin matices el alcance de cualquier legislación democrática, la decisión de anular todas las escuchas practicadas a los abogados del caso Gürtel es indiscutible y necesaria, y constituye una bocanada de aire fresco en la maltrecha cultura procesal española. Pero para los que creen que ese derecho puede ceder ante el empuje de la ley positiva, por motivos de terrorismo o de cualquier crimen que despierte una especial sensibilidad social, el problema planteado al Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) resulta imposible de resolver, y siempre les dejará la amarga sensación de que el criminal se les puede escurrir entre las fisuras del proceso.

Personalmente creo, para que me entiendan, que si tuviésemos la posibilidad de juzgar a Hitler, actuando Himmler como abogado defensor, las conversaciones celebradas en la cárcel entre ambas figuras no podrían ser violadas, y, en el caso de serlo, también deberían anular las pruebas obtenidas por este procedimiento. Y no lo digo por hacer un juicio técnico-jurídico sobre la legislación que regula esta cuestión en España, sino por reivindicar el principio de que los derechos absolutos solo se pueden preservar en términos absolutos, y que la más mínima excepción a esa regla convierte lo absoluto en relativo y abre la cascada de la cesión indefinida.

El terrorismo, que solo cosecha éxitos en la merma de la presunción de inocencia y del garantismo procesal de los códigos democráticos, también puede relativizar entre nosotros el derecho inviolable a la defensa. Y por eso es cada vez más fácil que lo que empezó a utilizarse para penetrar en las organizaciones terroristas, acabe aplicándose a un simple caso de corrupción económica, a un abogado que tomó aceitunas en una herriko taberna , o al defensor que, invirtiendo la técnica, es imputado para hacerle las escuchas.

Nadie puede estar más molesto que yo porque el PP se haya zafado del caso Naseiro, y pueda librarse también del Gürtel, por un pinchazo mal hecho. Pero en el derecho democrático avanzado son mucho más importantes las garantías procesales que la eficacia punitiva, y por eso no tengo ninguna duda de que, si hay que escoger entre cazar a Correa con un procedimiento retorcido, o evitar que se pueda espiar a los defensores dentro de las cárceles del Estado, el demócrata solo puede estar de un lado, y felicitar de corazón -y cabeza- a los jueces que se han atrevido a frenar esta orgía procesal eficientista. Porque es más soportable que el señor Crespo se marche riendo a su casa, que el que cualquier acusado tenga miedo a que una conversación con su abogado sea la prueba que lo condene 




El profesor Xosé Luis Barreiro


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