sábado, 2 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Galdosiana



Benito Pérez Galdós, por Palmeros


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras, sobre todo autoras -algo que estoy seguro habrán advertidos los asiduos lectores de Desde el trópico de Cáncer- cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy. 

"A partir del 1 de noviembre, -comenta la escritora Marta Sanz-, se abrirá al público en la Biblioteca Nacional la exposición Benito Pérez Galdós, la verdad humana. Las conmemoraciones de hechos luctuosos sirven para que las instituciones recuperen personalidades de una cultura hispánica que, a menudo, parece acomplejada y capitidisminuida. El centenario de la muerte de Galdós, cuyo entierro sacó a la calle prácticamente a todo Madrid, es el pretexto para trazar un recorrido por la vida y obra de un escritor que, por su importancia, vigencia y universalidad, colocamos junto a Cervantes. En esta muestra el escritor dialoga con la historia y la política de su país, su biografía y campo literario. El nuestro. Frente a las acusaciones de garbancerismo, Galdós fue viajero cosmopolita, hombre comprometido, que reconvirtió las mejores ideas éticas y estéticas de su contemporaneidad en novelas, episodios, artículos y obras de teatro a través de los que conectó con un nutrido público sin perder exigencia. Las clases medias y populares aprendimos historia y literatura con Galdós. Aprendimos y aprendemos a enfrentar la vida con actitud crítica, progresista y empática. Encendemos las bombillas y valoramos el sentido social del ordenamiento urbanístico. Galdós vivió en las ideas para idear las vidas; observó la realidad y con sus palabras la construyó; capturó en sus novelas las polifonías —voces de distintas clases y géneros— de una sociedad en transformación; trazó el retrato de una clase media fundamental para la musculatura del país; y superó tópicos de la cultura española: fracturó esa falsa dualidad entre razón y corazón a la que, hoy, en la era de la víscera y la posverdad, hemos regresado para apagar las luces entronizando el bulo. Para Galdós, la aspiración era alcanzar la verdad humana y aprehender un sentido de la modernidad que, por nuestras supersticiones, podría escapársenos. Abogó por la laboriosidad en un país de rancias ínfulas aristocráticas: el trabajo era considerado un castigo más que un concepto inherente a la naturaleza humana. También abrió una brecha que la literatura española aún no ha suturado: escribir sin miedo a ser local. Hoy entendemos que lo local y lo universal, más allá de inteligencias narrativas, se emparentan con orden geopolítico y poder.

En la exposición, se reconocerá al Galdós canario; al que hizo de Madrid médula viva de sus narraciones; al que disfrutó de su casa de San Quintín en Santander; al de las tertulias y el periodismo, el ateneísta; al que, pese a las evidentes discrepancias ideológicas, mantuvo una conversación inquebrantable con amigos —Pereda, Menéndez Pelayo— que le acusaron, por ejemplo, de anticlericalismo; al que entrelazó las historias pequeñas con la historia grande; al que pintaba y tocaba el armonio —estas aptitudes no pueden desvincularse de su escritura—; al amigo y enamorado de Emilia Pardo Bazán; al Galdós que derivó hacia el republicanismo y el socialismo; al que, pese a la tachadura a la que fue condenado por élites literarias que se colocaban más allá de los huevos crudos sorbidos por Fortunata o de las pasiones ácratas de una Tristana a la que don Lope le dice que tiene que respetarlo porque es su marido y su padre, transformó el realismo en un caleidoscopio de realismos que, en el siglo XXI, hacen de él un escritor contestario, intrépido e imprescindible".





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[SONRÍA, POR FAVOR] Es sábado, 2 de noviembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...






















La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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viernes, 1 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Cuesta creerlo



Los independentistas condenados por el Tribunal Supremo


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras, sobre todo autoras -algo que estoy seguro habrán advertidos los asiduos lectores de Desde el trópico de Cáncer- cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy. 

En mi balcón, -comienza diciendo la psicóloga y escritora catalana Remei Margarit-, los crisantemos florecen con colores blancos y lilas; podé el rosal de pitiminí y, agradecido, en pocos días han crecido brotes; el hibisco sigue abriendo flores cada día; el granado ha dado una granada como una pelota de ping-pong y la poinsetia tiene hojas esplendorosas. En los árboles de enfrente anidan muchos pájaros distintos que vuelan de rama en rama. Eso es la naturaleza y ya que formamos parte de ella también tendría que ser la naturaleza humana. En cambio, los humanos, que nos creemos los amos de todo lo que hay, no hacemos caso de lo que nos enseña cada día el universo con el paso del tiempo, las estaciones, las luces y las sombras, el frío y el calor del sol, y todo lo que hay en esta tierra, que es la casa donde todos vivimos.
Y ahora, en este privilegiado país donde nos ha tocado vivir, en vez de agradecerlo cada día del mundo, nos empecinamos en crear bregas, confrontaciones, iras descontroladas, gritos masificados y destrozos. Existe, desde la Constitución, el derecho de manifestarse y de huelga, claro, lo que pasa es que una manifestación se hace de manera ocasional, en manera alguna cada día, porque si pasa esto, los atascos de calles y el corte de carreteras y la ocupación de las vías de los trenes impiden al resto de las personas que no quieren ir –porque tienen otros criterios– ejercer también sus derechos constitucionales de ir a trabajar o pasear o lo que sea. Con eso quiero decir que todo tiene un límite y el derecho de manifestación también. Como todas las cosas humanas. Y los límites los hemos puesto nosotros mismos con el consenso de todos, de manera que creer en el libre albedrío es ilusorio por falso.

Hay una sentencia judicial que no ha agradado a mucha gente, pero los que se la jugaron ya sabían dónde se metían y además estaban bien advertidos; hicieron la jugada y perdieron frente a un gobierno del que ya sabían cómo las gastaba. Cuesta creer que tanta gente que se manifiesta sea tan crédula como para creer que eso sea un agravio al país. ¿ Servidumbre voluntaria ?, como dijo en el siglo XVI Étienne de La Boétie, o desconocimiento de quién mueve los hilos. Desde siempre hay desacuerdos en los gobiernos de todo el mundo y para eso está la diplomacia".





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[CUENTOS PARA ADULTOS] Hoy, con "El mechón de cabello", de Giovanni Boccaccio





El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Desde hace unos meses vengo trayendo al blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros. 

Continúo hoy la serie Cuentos para adultos con el titulado El mechón de cabello, de Giovanni Boccaccio (1313-1375), escritor y humanista italiano, y uno de los padres, junto con Dante y Petrarca, de la literatura en ese idioma. Compuso también varias obras en latín. Es recordado sobre todo como autor del Decamerón, libro esencial para introducir en la literatura europea el género de la novela corta o relato, y que utiliza el recurso técnico de la narración enmarcada. Con él fundó una nutrida escuela de novellieri que imitaron su obra. Les dejo con su relato de hoy.


EL MECHÓN DE CABELLO
por
Giovanni Boccaccio


Agilulfo, monarca de los longobardos, estableció en Paria, ciudad de Lombardía, la base de su soberanía. Como sus antecesores, cogió por mujer a Tendelinga, viuda de Autari, también soberano de los longobardos. 

La señora era hermosísima, prudente y honrada, pero desafortunada en afectos. Y, yendo muy bien las cosas de los longobardos por la virtud y la razón de Agilulfo, aconteció que un palafrenero de la nombrada reina, hombre de muy ruin condición por su nacimiento, pero superior en su oficio, y arrogante en su persona, se enamoró intensamente de la reina, y como su baja condición no le impedía advertir que aquel amor escapaba a toda conveniencia, a nadie se lo declaró, ni siquiera a ella con su mirada.

Y sin esperanza alguna siguió viviendo. Pero se jactaba consigo mismo de haber puesto sus pensamientos en tan alto lugar y, ardiendo en amoroso calor, se dedicaba a hacer mejor que sus compañeros lo que a su reina pudiese complacer. Por esto, cuando la reina deseaba cabalgar, prefería de entre todos al palafrén, lo que él tenía como un privilegio, y no se apartaba de ella, juzgándose afortunado algunas veces si podía rozarle los vestidos. 

Pero el amor, como muchas veces vemos, cuando tiene menos esperanza suele aumentar, y así le sucedía al pobre palafrenero, que hallaba insoportable mantener su escondido deseo, al que ninguna esperanza ayudaba. Y muchas veces, no logrando librarse de su amor, pensó en morir. Y, reflexionando cómo lograrlo, decidió que fuese de tal manera que se notara que moría por el amor que había puesto y profesaba a la reina, y se propuso que fuera de manera que la fortuna le diese la posibilidad de obtener, totalmente o en parte, la satisfacción de su anhelo. 

No deseó manifestar nada a la reina, ni expresole su amor escribiéndole, ya que sabía que era infructuoso hablar o escribir, mas resolvió ensayar si era posible, por ingenio, con ella acostarse. Mas no veía otro medio ni recurso que hacerse pasar por el rey, el cual no dormía con la reina de continuo.

Y para a ella llegar y entrar en su estancia, procuró el hombre averiguar en qué forma y hábito iba allá el rey. Y así muchas veces, durante la noche, se escondió en una gran sala del real palacio a la que daban los aposentos de la reina y del rey. Y una noche vio a Agilulfo salir de su cámara envuelto en un gran manto, en una mano una antorcha encendida y en la otra una varita, y en llegando a la puerta de la reina, sin nada decir, golpeó la madera con la vara una vez o dos, y abriose la puerta y quitáronle la antorcha de la mano. 

Y esto visto, y vuelto a ver, pensó el palafrenero que él debía hacer otro tanto, y mandó que le aderezasen un manto semejante al del rey, y, provisto de una antorcha y una vara, una noche, tras lavarse bien en un baño para que la reina no advirtiese el olor del estiércol y con él el engaño, en la sala, como solía, se escondió. 

Y notando que ya todos dormían, pensó que era momento de conseguir su deseo, o, con alta razón, la muerte que arrostraba, y, haciendo con la yesca y eslabón que llevaba encima un poco de fuego, encendió la luz y, envuelto en el manto, se acercó al umbral y dos veces llamó con la vara. Abrió la puerta una soñolienta camarera, que le retiró y apartó la luz y él, sin decir nada, traspasó la cortina, quitose la capa y acostose donde la reina dormía. Deseosamente la tomó en sus brazos, y, fingiéndose conturbado por saber que en esos casos nunca el rey quería oír nada, sin nada decir ni que le dijesen, conoció carnalmente varias veces a la reina aquella noche. Apesadumbrábale partir, pero comprendiendo que el mucho retardarse podía volverle en tristeza el deleite obtenido, se levantó, púsose el manto, empuñó la luz y, sin nada hablar, se fue y volviose a su lecho tan presto como pudo.

Y apenas había llegado allá cuando el rey, alzándose, fue a la cámara de la reina, de lo que ella se maravilló mucho, y entrando en el lecho y alegremente saludándola, ella, adquiriendo osadía con el júbilo de su marido, dijo:

-Señor, ¿qué novedad es la de esta noche? Ha instantes que os partisteis de mí y más que de costumbre os habéis refocilado conmigo, ¿y tan pronto volvéis? Mirad lo que hacéis.

Al oír tales palabras, el rey presumió que la reina había sido engañada por alguna similitud de persona y costumbres, pero como discreto, en el acto pensó que, pues la reina no lo había advertido, ni nadie más, valía más no hacérselo comprender, lo que muchos necios no hubiesen hecho, sino que habrían dicho: “Yo no fui. ¿Quién fue ¿Cómo se fue y cómo vino?” De lo que habrían difamado muchas cosas con las cuales hubiera a la inocente mujer contristado, y aun quizás héchole venir en deseo el volver a desear lo que ya había sentido. Y lo que, callándolo, ninguna afrenta le podía inferir, hubiera, de hablar, irrogándole vituperio. Y así el rey respondió, más turbado en su ánimo que en su semblante y palabras:

-¿No os parezco, mujer, hombre capaz de estar una vez acá y tornar luego?

-Sí, mi señor, pero, con todo, ruégoos que miréis por vuestra salud.

Entonces dijo el rey:

-A mí me place seguir vuestro consejo y, por tanto, sin más molestia daros, me vuelvo. 

Y, con el ánimo lleno de ira y de mal talante por lo que ya sabía que le habían hecho, tomó su manto, salió de la estancia y resolvió con sigilo encontrar al que tan feo recado le hiciera, imaginando que debía ser alguien de la casa y que no había podido salir de ella. Y así, encendiendo una lucecita en una linternilla, se fue a una muy larga casa que había en su palacio sobre las cuadras y en la que dormían casi todos sus sirvientes en distintos lechos. Y estimando que al que hubiese hecho lo que la mujer decía no le habría aún cesado la agitación de pulso y corazón por el reciente afán, con cautelosos pasos, y comenzando por uno de los principales de la casa, a todos les fue tocando el pecho para saber si les latía el corazón con fuerza. 

Los demás dormían, pero no el que había yacido con la reina, por lo cual, viendo venir al rey e imaginando lo que buscaba, comenzó a temer mucho, en términos que a los pálpitos anteriores de su corazón se agregaron más, por albergar la firme creencia de que, si el rey algo notaba, le haría morir.

Varias cosas le bulleron en el pensamiento, pero, observando que el rey iba sin armas, resolvió fingir que dormía y esperar lo que aconteciese. 

Y habiendo dado el rey muchas vueltas, sin que le pareciese encontrar al culpable, llegose al palafrenero, y observando cuán fuerte le latía el corazón, se dijo: “Éste es”. Pero como no quería que nadie se percatase de lo que pensaba hacer, se contentó, usando unas tijeras que llevaba, con tonsurar al hombre parte de los cabellos, que entonces se llevaban muy largos, a fin de poderle reconocer al siguiente día; y, esto hecho, volviose a su cámara.

El hombre, que todo lo había sentido y era malicioso, comprendió por qué le habían señalado así y, sin esperar a más, se levantó y, buscando un par de tijeras que había en el establo para el servicio de los caballos, a todos los que allí yacían, andando sin ruido, les cortó parte del cabello por encima de la oreja y, sin ser sentido, se volvió a dormir.

El rey, al levantarse por la mañana, mandó que, antes de que las puertas del palacio se abriesen, se le presentase toda la servidumbre, y así se hizo. Y estando todos ante él con la cabeza descubierta, y viendo a casi todos con el cabello de análogo modo cortado, se maravilló y dijo para sí: “El que ando buscando, aunque sea de baja condición, muestra da de tener mucho sentido”. Y, reconociendo que no podía, sin escándalo, descubrir al que buscaba, y no queriendo por pequeña venganza sufrir gran afrenta, resolvió con cortas palabras hacerle saber que él había reparado en las cosas ocurridas y, vuelto a todos, dijo:

-Quien lo hizo, no lo haga más, e id con Dios.

Otro les habría hecho interrogar, atormentarlos, examinarlos e insistirlos, y así habría descubierto lo que todos deben ocultar, y al descubrirlo, aunque tomase entera venganza, habría aumentado su afrenta y empeñado la honestidad de su mujer. Los que sus palabras oyeron se pasmaron y largamente trataron entre sí de lo que el rey había querido significar, pero nadie entendió nada, salvo aquel que tenía motivos para ello. El cual, como discreto, nunca, mientras vivió el rey, esclareció el caso, ni nunca más su vida con tan expuesto acto confió a la Fortuna.

FIN






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[SONRÍA, POR FAVOR] Es viernes, 1 de noviembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...






















La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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jueves, 31 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Memorias de una joven en Corea



La escritora coreana Cho Nam.joo


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras, sobre todo autoras -algo que estoy seguro habrán advertidos los asiduos lectores de Desde el trópico de Cáncer- cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy. 

"En primer término sorprende la sorpresa, el reguero de lectores cautivados por una historia tan corriente como la que viven, -afirma la escritora Berna González Harbour-, pero esa es precisamente la clave de que cientos de miles de coreanos, japoneses y otros asiáticos se hayan contagiado de un éxito que ahora llega a España. Kim Ji-young, nacida en 1982 (Alfaguara, 2019) es la novela corta de una vida corta, de una vida común, la de una chica cuyo nombre es el más habitual en Corea del Sur y que salta de su infancia al instituto, al primer trabajo, a la maternidad y a un final impronunciable con las dificultades de cualquiera. Pero no de cualquier persona, sino de cualquier mujer. Y esa es la clave.

La narración es tan directa y sintética, despojada de adorno y lirismo, que pareciera que estamos charlando con una compañera que nos cuenta los gajes de su vida a la espera de que, acto seguido, le contemos los nuestros. Pronto estaremos intercambiando miserias, ella con la pluma; nosotros, con el pensamiento: las pequeñas dosis de abusos, techos, límites e inconvenientes que tiene ser chica. Y todo parece tan brutalmente cotidiano que, si al comienzo sorprende esa sorpresa, lo que nos sorprenderá luego es que no nos haya sorprendido todo esto mucho antes. Nos genera preguntas tan lúcidas esta novela de 2016 que clama al cielo que el MeToo aún tardara en llegar un año más.

La autora, Cho Nam-joo, guionista surcoreana nacida en Seúl en 1978, ha asegurado haber retratado una vida parecida a la suya en una escalada de dificultades muy conocida: primero, no hay entrevistas de trabajo para una graduada mientras sus compañeros van de una a otra. Cuando consigue algún atisbo de oportunidad llegan las preguntas de género: qué harías si un cliente se insinúa y te empieza a masajear los hombros. Una de las candidatas responde: denunciarle por acoso; otra: reflexionar por si ella le había dado pie; y ella: salir de la habitación con cualquier pretexto. Y sufre porque tal vez no era la respuesta correcta, hasta que descubre que no han contratado a ninguna de las tres. Cuando finalmente logra un trabajo, llega la obligación de aguantar cenas con clientes que le llenan la copa para arrastrarla a su cogorza. Cuando accede a tener un hijo ante la insistencia del marido y la presión familiar, es ella quien debe abandonar el trabajo. Él promete ayudarla en todo. Ayudar. Esa palabrita.

¿Verdad que nos suena la historia? El éxito de Kim Ji-young se abre paso así como una hermosa historia de la fea normalidad; de una discriminación que no es violenta; de un dominio de baja intensidad que sin embargo lastra a la mujer frente al hombre.

El padre de Kim solía aconsejarla: “Pórtate bien y cásate”. Y se vanagloriaba de todo lo que había conseguido al montar su restaurante sin mencionar que era su esposa la artífice de la idea y la logística. Mientras, el único recurso de la madre era, si se enfadaba, mandarle a dormir al sofá. Gran herramienta de lucha de género, efectiva en noches aisladas.

No hablaremos del final, porque es una sorpresa que bien merece la suave travesía por una vida tan corriente que, como se ha dicho, puede ser la de cualquiera".




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