El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo, que no soy humorista, me quedo con la primera acepción, así que en la medida de lo posible iré subiendo al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas.
El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2024
viernes, 25 de mayo de 2018
jueves, 24 de mayo de 2018
[DE LIBROS Y LECTURAS] La baza del lector
Los escritores, consagrados o no, harían bien en asistir de vez en cuando a los clubes de lectura, no como de costumbre a perorar de lo suyo, sino a escuchar, calladitos en un rincón, los comentarios razonados de los lectores y, de paso, a tomar nota de cómo estos diseccionan, analizan, sufren o disfrutan los textos que otros escribieron, comenta en el diario El Mundo el escritor Fernando Aramburu.
Tampoco estaría de más, continúa diciendo, que acompañasen a los escritores los críticos de oficio para que tratasen asimismo de entender la manera como los destinatarios naturales de los libros se enfrentan a estos con determinadas expectativas, criterios dispares de interpretación y hábitos de lectura que no son en modo alguno desdeñables, aunque esta clase de opinantes acaso no se exprese con terminología académica.
Abrigo el presentimiento de que escritores y críticos obtendrían de las reflexiones en voz alta de los lectores provecho abundante para sus respectivos trabajos.A veces son tales las divergencias de gusto e interpretación que uno está tentado de pensar que los participantes en el debate no han leído el mismo libro. Idénticas palabras en idéntico orden suscitan reacciones a menudo opuestas. Es cosa común que un lector se haya entusiasmado con lo que un segundo aborreció y a otro más allá le causó indiferencia. Bien examinado, todos tienen razón, claro que cada uno conforme a su perspectiva particular, lo mismo el que se aprestó a la relectura inmediata por el afán de repetir un placer que el que, irritado o aburrido, no logró sobrepasar las primeras veinte páginas.
Ciertas aserciones lanzadas con tirachinas bucal, si no vienen acompañadas de argumentación, son irrebatibles, como no ignora el ventajista de pro, y se pueden aplicar con mejor o peor puntería a cualquier escrito sin excluir las obras maestras. Así, por ejemplo, tildar de cursi un poema o afirmar, a la manera de quien revienta cohetes, que una novela, no importa cuál, es maniquea; sus personajes son planos y el número de sus páginas, excesivo. Estos veredictos de goma lo mismo valen para un criminal que para un santo. Claro que si la rueda de contertulios secunda en masa o calla corroborante, la sentencia sin apoyo de pruebas, pelada de razones, sentará al menos por una tarde jurisprudencia literaria.
Al margen de como se redacte y se presente, un texto no es nada mientras sus múltiples componentes no sean desentrañados en mentes lúcidas. La sustancia narrativa de una novela no está por así decir encerrada en las hojas de un libro ni en la pantalla de un dispositivo de lectura, sino gracias a estos artilugios en la conciencia donde dicho texto activa su significación y se expone a ser traducido a emociones. La lectura no consiste, pues, tan sólo en un acto de desciframiento. También es, inevitablemente, experiencia subjetiva a partir de un conjunto de estímulos.
He visto denigrar una obra de ficción, no mal escrita a mi entender, porque el protagonista estaba caracterizado con rasgos repulsivos. Era un tipo que mortificaba a la esposa, golpeaba a los hijos. Luego el desenlace no le deparaba castigo alguno. A mí, en viejos tiempos, metido en peleas dialécticas, me sacaba de quicio la sentimentalización de la lectura. Un día comprendí que esta variante de la repercusión literaria no sólo es lícita y provechosa e intensa y placentera, sino que los libros me dejaban mayor huella cuando incurría en la ilusión de creérmelos en vez de dedicar esfuerzo intelectual a confundir la lectura con la autopsia de la lengua, el estilo y la estructura.
Me faltan dedos en las manos para contar las veces que a un contertulio se le hincharon las venas del cuello porque el autor de la obra comentada era de derechas o era de izquierdas, porque el libro rebasaba las setecientas páginas de letra diminuta o porque el desenlace de la historia no era el deseado. En vano exploraremos el ancho mundo en busca de un lector objetivo.
No existen lecturas de calidad que merezcan el calificativo de neutrales. Cada cual acude a los libros con su experiencia vital, su conocimiento de los asuntos humanos, sus gustos y predilecciones, sus dudas y certezas, sus manías y convencimientos. Una lectura implica un reflejo de signos en una superficie de subjetividad, en la cual también incide un haz de connotaciones, prejuicios y cualesquiera adherencias personales que se nos ocurran. Como nos caiga mal un autor, ya podrá hacer maravillas literarias que no nos arrancará un elogio ni aunque nos lo suplique de rodillas.
Pensemos en un enunciado sencillo: El gato se lamía la pata. Dudo que oponga resistencia intelectiva al lector adulto conocedor de la lengua española. Si un instrumento apto para dar forma gráfica a los contenidos del cerebro humano nos permitiera observar el gato imaginado por mil lectores de la frase en cuestión, no encontraríamos dos felinos iguales. Veríamos gatos de todas las razas y colores en escenarios que cada lector habría evocado a voluntad o quizá impelido por alguna fuerza oculta de su subconsciente.
La pantalla interior donde se proyecta el sentido otorgado por los lectores a un sistema de signos también varía en uno mismo con el curso de los años. Alberto Manguel atribuye acertadamente una propiedad acumulativa al ejercicio de la lectura. Uno lee condicionado por lo que ha leído con anterioridad. Juzgo improbable que el lector que éramos a los quince años continúe dictándonos nuestros gustos, intereses y preferencias al cabo de las décadas. Ya no es sólo que hayamos cambiado como personas, ganando en experiencia lo que acaso perdemos en salud, sino que unos libros nos llevan por fuerza a otros y unos libros anulan a otros, o los iluminan por flancos hasta entonces desconocidos, o estimulan en nosotros la formación de un paladar literario del cual antes carecíamos.
Para comprobarlo no hay como practicar la relectura. El libro aquel que antaño fue para nosotros de cabecera, el que ojeábamos una y otra vez con la convicción del deleite seguro, hoy nos parece punto menos que una muestra de escritura insustancial y casi nos da vergüenza confesar en el corro de contertulios que un día lo tuvimos por lo más grande que habían dado hasta la fecha las letras universales. ¿A qué lector asiduo no le ha sucedido que halle de pronto gusto en la novela que tiempo atrás lo aburrió a muerte o se emocione con los versos de aquel poeta al que de joven no lograba sacar jugo? Me da a mí que al escritor, para mejorar, para no sucumbir al craso error de creer que ya lo sabe todo, le convendría conocer a fondo las maneras innumerables como los libros llegan a repercutir en la dimensión íntima de quienes los leen. Igual de válido es el consejo para aquellos que tienen por oficio el juicio crítico.
miércoles, 23 de mayo de 2018
[A VUELAPLUMA] Noticias falsas y libertad de expresión
El combate contra la falsedad solo puede librarse en un entorno de pluralismo garantizado porque la clave es el conflicto de distintas versiones, no la imposición de una “descripción correcta” de la realidad, afirma en El País el profesor Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política en la Universidad del País Vasco.
Las tecnologías posibilitan ciertas cosas y nos desprotegen frente a otras, comienza diciendo. La pretensión de la Unión Europea y de algunos Gobiernos de controlar las noticias falsas tiene su origen en esa ambivalencia que caracteriza a las nuevas posibilidades de difusión de la opinión, su facilidad, inmediatez y falta de control. Nuestros espacios públicos, poco articulados por ideologías de referencia y débilmente institucionalizados, son vulnerables a la difusión de cualquier bulo e incluso a la interferencia en los procesos electorales.
Las tecnologías posibilitan ciertas cosas y nos desprotegen frente a otras, comienza diciendo. La pretensión de la Unión Europea y de algunos Gobiernos de controlar las noticias falsas tiene su origen en esa ambivalencia que caracteriza a las nuevas posibilidades de difusión de la opinión, su facilidad, inmediatez y falta de control. Nuestros espacios públicos, poco articulados por ideologías de referencia y débilmente institucionalizados, son vulnerables a la difusión de cualquier bulo e incluso a la interferencia en los procesos electorales.
Lo primero que me llama la atención en toda esta épica de combate contra la posverdad y los hechos alternativos es el cambio cultural que implica. En muy poco tiempo hemos pasado de celebrar la “inteligencia distribuida” de la Red a temer la manipulación de unos pocos; de un mundo construido por voluntarios a otro poblado por haters; de celebrar las posibilidades de colaboración digital a la paranoia conspirativa; de la admiración por los hackers a la condena de los trolls; de la utopía de los usuarios creativos a la explicación de nuestros fracasos electorales por la intromisión de poderes extraños (más creíble cuanto más rusa sea dicha intromisión).
Es muy saludable que, a la vista de lo fácil que es mentir y difundir estas mentiras, haya surgido un tipo de periodistas que se encargan de verificar las afirmaciones de los políticos en lo que estas tienen de datos comprobables. Para que el debate público sea de calidad no basta con que los hechos referidos sean ciertos, pero podemos estar seguros de que si esas referencias son completamente falsas no tendremos una verdadera discusión democrática.
Por supuesto que hay mentiras flagrantes y mentirosos compulsivos, que merecen ser combatidos con todos los instrumentos periodísticos y jurídicos a nuestro alcance. Me preocupa, además, una degradación más sutil de la vida política propiciada por los enemigos de la retórica (que siempre se justifican porque los mentirosos se sirven de ella). Me refiero al modo como entendemos nuestras relaciones con la realidad y el lugar que ocupan la verdad y la mentira en la vida política. Nuestra relación con la verdad —especialmente en la vida política— es menos simple de lo que quisieran los que la conciben como un conjunto de hechos incontrovertibles. No vivimos en un mundo de evidencias, sino en medio del desconocimiento, el saber provisional, las decisiones arriesgadas y las apuestas. La verdad no es lo mismo que la objetividad y la exactitud. Casi nada de lo que decimos o sentimos es “chequeable”. Además, como la vida misma, también la política posee una dimensión emocional y nuestras emociones —aunque las haya más o menos razonables, mejor o peor informadas— tienen una relación muy indirecta con la objetividad. ¿En qué quedaría el oficio político si no pudiera recurrirse a esa exageración retórica sin la que es imposible movilizar a nadie? El lenguaje político es más prescripción que análisis. La política no es algo que se resuelva con la objetividad, o solo en una pequeña parte.
Quienes, alarmados por las fake news, quieren garantizar la objetividad dan a entender que la verdad es lo normal y no más bien la excepción. El mundo es un conjunto de opiniones generalmente con poco fundamento, donde discurren con libertad muchas extravagancias, se aventuran hipótesis con ligereza, se simula y aparenta. Por supuesto que las medias verdades pueden llegar a ser mentiras completas e incluso un asunto criminal, pero lo habitual es que no podamos perseguir todas las mentiras y, sobre todo, que tenemos la amarga experiencia de que muchas veces, al hacerlo, nos hemos llevado por delante otras cosas muy estimables. No protegeríamos tanto la libertad de expresión o de conciencia si no fuera porque hemos conocido los males que se siguen de su excesivo condicionamiento. En una sociedad avanzada el amor a la verdad es menor que el temor a los administradores de la verdad.
Hay otro efecto lateral del modo como se plantea este combate contra la mentira al sugerir un mundo más dócil de lo que realmente es y dar una imagen exagerada de tres poderes que son más limitados de lo que suponen: el de los conspiradores, el del Estado y el de los expertos. Por supuesto que hay gente conspirando, pero esto no quiere decir que se salgan siempre con la suya, entre otras cosas porque conspiradores hay muchos y generalmente con pretensiones diferentes, que rivalizan entre sí y que de alguna manera se neutralizan. Sugiere también que el Estado tiene una gran autoridad a la hora de limitar legítimamente el poder de la mentira, algo que sin duda podemos en una medida mucho menor de lo que creemos. Y da a entender que nuestras controversias pueden arreglarse recurriendo a algún tipo de autoridad epistémica que las zanje definitivamente, como los expertos, los técnicos o cualquier supuesto administrador de la exactitud, algo que afortunadamente ocurre pocas veces y que es poco democrático.
¿Quiere esto decir entonces que hemos de rendirnos ante la fuerza injusta de la mentira? Estoy tratando de sostener que en una democracia el combate contra la falsedad solo puede llevarse a cabo en un entorno de pluralismo garantizado. John Stuart Mill, uno de los grandes teóricos de la democracia en versión aristocrática, conjeturaba que si se sometiera el sistema newtoniano al voto de una asamblea democrática en la que hubiera un buen retórico defendiendo el sistema ptolemaico, no podríamos excluir que este último ganara la votación. Pero el transfondo de esta broma era una defensa del elitismo político que hoy nos resultaría inaceptable. Una democracia es un sistema de organización de la sociedad que no está especialmente interesado en que resplandezca la verdad sino en beneficiarse de la libertad de opinar. La democracia es un conflicto de interpretaciones y no una lucha para que se imponga una “descripción correcta” de la realidad.
Una cierta debilidad de la democracia ante los manipuladores es el precio que hemos de pagar para proteger esa libertad que consiste en que nadie pueda agredirnos con una objetividad incontestable, que cualquier debate se pueda reabrir y que nuestras instituciones no se anquilosen. Por supuesto que hay límites para la libertad de expresión, que no todo son opiniones inocentes y que hay mentiras que matan. No hace falta dejarse seducir por los encantos de esa posmodernidad banal que todo lo relativiza para entender en qué sentido podía afirmar Rorty que el valor de la democracia era superior al de la verdad. No convirtamos la guerra contra las fake news en un conflicto nuclear, limitemos bien el campo de batalla, establezcamos una regulación sobria, eficaz y garantista de cuanto pueda ser regulado, pero sobre todo protejámonos de los instrumentos a través de los cuales pretendemos protegernos frente a la mentira. La democracia tiene que defenderse más de los poderes propios que de los extraños.
martes, 22 de mayo de 2018
[HUMOR EN CÁPSULAS] Para hoy martes, 22 de mayo
El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo, que no soy humorista, me quedo con la primera acepción, así que en la medida de lo posible iré subiendo al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas.
lunes, 21 de mayo de 2018
[GALDÓS EN SU SALSA] Hoy, con "Realidad: Novela en cinco jornadas"
Si preguntan ustedes a cualquier canario sobre quien en es su paisano más universal no tengan duda alguna de cual será su respuesta: el escritor Benito Pérez Galdós. Para conmemorar su nacimiento, del que acaban de cumplirse 175 años, estoy subiendo al blog a lo largo de los últimos meses su copiosa obra narrativa. Comencé con el primero de sus Episodios Nacionales, colección de cuarenta y seis novelas históricas escritas entre 1872 y 1912 que tratan acontecimientos de la historia de España desde 1805 hasta 1880, aproximadamente. Sus argumentos insertan vivencias de personajes ficticios en los acontecimientos históricos de la España del XIX como, por ejemplo, la guerra de la Independencia Española, un periodo que Galdós, aún niño, conoció a través de las narraciones de su padre, que la vivió.
Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, en las islas Canarias, el 10 de mayo de 1843 y fallecido en Madrid el 4 de enero de 1920, Benito Pérez Galdós fue un novelista, dramaturgo, cronista y político español, uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX y un narrador esencial en la historia de la literatura en lengua española, hasta el punto de ser considerado por especialistas y estudiosos de su obra como el mayor novelista español después de Cervantes. Galdós transformó el panorama novelístico español de la época, apartándose de la corriente romántica en pos del realismo y aportando a la narrativa una gran expresividad y hondura psicológica. En palabras de Max Aub, Galdós, como Lope de Vega, asumió el espectáculo del pueblo llano y con su intuición serena, profunda y total de la realidad, se lo devolvió, como Cervantes, rehecho, artísticamente transformado. De ahí, añade, que desde Lope, ningún escritor fue tan popular ni ninguno tan universal, desde Cervantes. Fue desde 1897 académico de la Real Academia Española y llegó a estar propuesto al Premio Nobel de Literatura en 1912.
Subo hoy al blog su novela Realidad: Novela en cinco jornadas, edición digital de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, de la Universidad de Alicante, basada en la de Madrid, Imprenta La Guirnalda, 1890, localizada en la Biblioteca de la Universidad de Castilla-La Mancha, en Ciudad Real.
Realidad cierra el ciclo de las "Novelas españolas contemporáneas" junto con La incógnita, escrita en 1889. Ambas obras conforman un microcosmos planteando el mismo problema desde puntos de vista diferentes y con recursos narrativos distintos. Podría decirse que Realidad es la opción teatralizada o dialogada del argumento que, presentado en forma epistolar, trata La incógnita.
Presentada como novela en cinco jornadas (sinónimo de 'cinco actos') y ambientada en el Madrid burgués de finales del siglo XIX, protagonizan la trama el matrimonio formado por Tomás Orozco y Augusta Cisneros y la sombra de su adulterio con Federico Viera.
El biógrafo de Galdós, Pedro Ortiz-Armengol ha señalado las posibles connotaciones autobiográficas del asunto tratado en Realidad: los amores clandestinos de una rica dama de alcurnia —y reconocido estatus social en la capital de España— con un soltero "voluble e inteligente" que alterna esta relación de alto nivel y en secreto con una no menos secreta compañía, la de una prostituta elegante. La tesis del biógrafo apunta hacia una posible relación entre la condesa de Pardo-Bazán y Galdós, que pudo tener su punto más íntimo y subsiguiente desenlace en la primavera de 1888. Tras lo cual, la Pardo-Bazán inició una estrecha amistad con el mago de las finanzas José Lázaro Galdiano.
Queda en el aire dirimir si Galdós escribió La incógnita y su complementaria Realidad como humorístico despecho. También anota y refiere Ortiz-Armengol lo mucho que le gustó y le 'intrigó' a Emilia Pardo-Bazán la lectura de La incógnita, tal y como lo dejó escrito en su correspondencia con Galdós en las primeras semanas de 1889. Otra hipótesis del biógrafo y crítico es la de la posible resonancia entre Lázaro Galdiano y la irresistible ascensión social y económica del personaje Torquemada a lo largo de las novelas que protagoniza.
Galdós emprendió la construcción de Realidad entre febrero y marzo de 1889, casi 'a uña de caballo' y nada más dar por cerrada La incógnita, concluyendo el manuscrito de la versión dialogada en julio de ese año. Es interesante el pasaje de La incógnita, en una de cuyas cartas, el protagonista, ya cerca de descubrir el truco final introduce con un gesto casi teatral la existencia inminente de Realidad: "Tafetán me entrega un grueso paquete, que me parece, al pasar de sus temblorosas manos a las mías, una caja de bizcochos borrachos. Y he aquí que me digo: «¡Por dónde se le ocurre a este tonto ahora mandarme bizcochos borrachos! ¡Ah! ¡Es que necesito medicina dulce y narcótica! ¡Qué talento tiene este Equis!...». Pues señor, abro el mamotreto y me encuentro que contiene papeles. ¡Ajajá! Cinco cuadernos manuscritos, de igual tamaño próximamente, y muy cosiditos con hilo encarnado. Los hojeo con febril curiosidad. Lo primero que me llama la atención es la letra. Yo conozco esta letra... Pero, señor, ¿de quién es esta condenada letra? De Equis no es, y sin embargo me es familiar, familiarísima... Y de una sorpresa grande pasamos a otra mayor. Figúrate cuál sería mi asombro al ver los nombres de Augusta, Orozco, Federico, Malibrán, corriendo en medio de las hojas, pasadas velozmente por mis dedos. Lo que más me maravilla es que la disposición de los nombres a la cabeza de trozos más o menos largos de texto, parece indicar que el contenido de los cuadernos está en diálogo dramático. Me fijo en el encabezamiento de uno de ellos, y veo que dice: Jornada tercera. La portada del primero es lo que remata mi estupor, y desconfío de mis ojos cuando leo: REALIDAD, novela en cinco jornadas. Abro tanta boca que el mismo Tafetán, haciendo un paréntesis en su consternación de cesante con nueve hijos, se ríe de mí.". Disfrútenla.
Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós (Real Academia Española)
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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