Continúo la serie de Cuentos para la edad adulta con el titulado El gigante, de Leonid Nikoláievich Andréyev (1871-1919), escritor y dramaturgo ruso que lideró el movimiento expresionista en la literatura de su país. Estudió Derecho en Moscú y San Petersburgo, pero abandonó su poco remuneradora práctica para seguir la carrera literaria. Fue reportero para un periódico moscovita, cubriendo la actividad judicial, función que cumplió rutinariamente sin llamar la atención desde el punto de vista literario. Su primer relato publicado fue Sobre un estudiante pobre, una narración basada en sus propias experiencias. Sin embargo, fue cuando Máximo Gorki lo descubrió por unos relatos aparecidos en el Mensajero de Moscú y en otras publicaciones, cuando comenzó realmente su carrera literaria. Fue uno de los más prolíficos escritores rusos, produciendo cuentos, bosquejos, dramas, etc., de forma constante. Su primera colección de relatos apareció en 1901 y vendió un cuarto de millón de ejemplares en poco tiempo. Fue aclamado como una nueva estrella en Rusia, donde su nombre pronto se hizo famoso. Idealista y rebelde, Andréyev pasó sus últimos años en la pobreza, y su muerte prematura por una enfermedad cardíaca pudo haber sido favorecida por su angustia a causa de los resultados de la Revolución Bolchevique. A diferencia de su amigo Máximo Gorki, Andréyev no consiguió adaptarse al nuevo orden político. Desde su casa en Finlandia, donde se exilió, dirigió al mundo manifiestos contrarios a los excesos bolcheviques. Les dejo con su relato.
EL GIGANTE
por
Leonid N. Andréyev
Ha venido el gigante, el gigante grande, grande. ¡Tan grande, tan grande! ¡Y tan bobo ese gigante! Tiene manazas enormes, con dedos muy gruesos, y pies tan enormes y gruesos como árboles. Muy gordos, muy gordos. ¡Ha venido y… se ha caldo! ¿Sabes? ¡Se cayó! ¡Tropezó con un peldaño y se cayó! Es tan bruto el gigante, tan bobo… De repente, va y se cayó.
Abrió la bocaza… y se quedó en el suelo, bobo como un deshollinador. ¿A qué has venido, gigante? ¡Vete, vete, gigante! ¡Mi Pepín es tan dulce y gentil! ¡Se abraza tan cariñosamente a su mamá, contra el corazón de su mamaíta! ¡Es tan bueno y tan cariñoso! Sus ojos son tan dulces y tan claros, que todo el mundo le quiere. Tiene una naricita monísima y no hace tonterías. Antes corría, gritaba, montaba a caballo. Has de saber, gigante, que Pepín tenía un caballo, un lindo caballo grande, con su cola. Pepín monta a caballo y se va lejos, lejos, al bosque, al río. Y en el río, ¿no lo sabes, gigante?, hay pececitos. No, tú no lo sabes porque eres un bruto, pero Pepín sí que lo sabe. ¡Pececitos lindos! El sol ilumina el agua y los pececitos juegan, ¡tan lindos, tan lindos y ligeros! ¡Si, gigante bruto, que no sabes nada!…
-¡Qué bobo de gigante! Vino y… se cayó. ¡Qué bobo es! Subía la escalera y de pronto, ¡para!, se cayó. ¡Ah, qué bruto es! No tiene por qué venir aquí el gigante; no le hemos invitado. Antes Pepín hacía travesuras, pero ahora es tan juicioso, tan dulce, tan bueno, y mamá le quiere tan tiernamente. Le quiere tanto… más que al mundo entero, más a sí misma, más que a la vida. Pepín es para su mamá el sol, la dicha, la alegría. Ahora es muy pequeñín y su vida es pequeñita, pero después se hará grande como un gigante. Tendrá una larga barba y unos largos bigotes, y su vida será grande, clara y bella. Será bueno, inteligente y fuerte, como un gigante, ¡tan fuerte y tan inteligente! Y todo el mundo le querrá, le admirará. Tendrá en su vida penas, porque todo el mundo tiene penas, pero conocerá también grandes alegrías, claras como el sol. Entrará en la vida bello e inteligente, y el cielo azul estará suspendido por encima de su cabeza y los pájaros le cantarán sus más bonitas canciones y el agua le murmurará cariñosa. Y mi Pepín mirará en torno suyo y dirá: “¡Qué bella es la vida!”
-¡Ya… ya!… No; es imposible; te tengo fuerte, querido chiquitín mío. ¿No te asusta la oscuridad? Mira, se ve luz por la ventana: es el farol de la calle, que nos alumbra. ¡Es tan bobo ese farol! ¡Se está derecho y alumbra! También a nosotros nos da un poco de luz. Él dice: “¡Vaya, no hay luz en esa casa, les voy a alumbrar un poco!” ¡Es tan bobo ese alto farol! ¡Mañana nos alumbrará también! Mañana… ¡Dios mío, Dios mío!
-Sí, sí… El gigante… Desde luego… ¡Es tan grande! Más alto que el farol y que el campanario. Y vino y… ¡se cayó! ¡Ah, qué bobo eres, gigante! ¿Es que no veías el escalón? “¡Yo miraba a lo alto y no vi el escalón!”, responde el gigante con voz de bajo profundo. “¡Yo miraba a lo alto!” ¡Ah, qué bruto eres, gigante! Es mejor mirar abajo; así, hubieras visto el escalón. Mira mi Pepín, gigante; ¡es tan guapo, tan inteligente! Será todavía más grande que tú. Dará unos pasos enormes. Caminará a través de la ciudad, sobre los bosques y las montañas.
Será fuerte y valiente; no temerá nada, absolutamente nada. Caminará a través de los ríos. Todos le mirarán con la boca abierta, tan bobos, y él atravesará los ríos. Su vida será tan grande, tan bella y clara, y el sol brillará sobre su cabeza, el dulce sol, tan lindo. Desde la mañana brillará el dulce sol… ¡Dios mío, Dios mío!…
Ya… Vino el gigante y… ¡se cayó! ¡Qué bobo es el gigante, Dios mío, qué bobo es!…
Así, en la noche profunda, hablaba la madre, estrechando contra su corazón a su hijito moribundo. Paseaba con él, por la habitación débilmente iluminada por el farol, y hablaba sin cesar.
Y en la habitación contigua, se oía llorar al padre del niño.
FIN
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
Entrada núm. 3823
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)