El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2024
domingo, 13 de marzo de 2016
[Reedición] Juego de tronos: Una metáfora de la política española
Daenerys Targaryen y sus Inmaculados
"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican diariamente y conservan su título, fecha y numeración original. Disfrútenla de nuevo si lo desean.
Permítanme, por favor, antes de entrar en materia, una pequeña fabulación basada muy libremente en la afamada serie televisiva "Juego de Tronos", basada a su vez, ignoro si libremente o no porque no la he leído, en la novela Canción de Hielo y Fuego del escritor estadounidense George R.R. Martin. He visto de un tirón las tres primeras temporadas, así que lamento profundamente estar un poco retrasado en el desarrollo de la trama y que mi fabulación política al respecto se vaya a quedar un poco corta. En todo caso, para lo que pretendo, creo que voy sobrado de inspiración. Y lamento también no compartir el juicio del señor Monedero de que prefiere Galeano a "Juego de Tronos". Pienso, sinceramente, que el señor Monedero, en su purismo ideológico, se equivoca. Como casi todos los puristas, en todo. Dicho sea de paso...
Al final de la tercera temporada de "Juego de Tronos", los Inmaculados, al mando de la indomable Daenerys Targaryen, y los Pueblos Libres, dirigidos a su vez por Mance Ryder, se aprestan a dar batalla a dos de los más poderosos señores de los Siete Reinos: los Lannister y los Stark.
Simplificando mucho, y que los dioses me perdone el atrevimiento, yo diría que los Inmaculados y los Pueblos Libres son respectivamente, en la política española de este agitado año electoral de 2015, Ciudadanos y Podemos. Los dos, es decir, Inmaculados y Pueblos Libres, están y se creen libres de polvo y paja en la corrupta y convulsa situación de guerra civil entre las familias que cortan el bacalao en los Siete Reinos. Simplificando de nuevo, porque la verdad es que hay más familias en juego, podemos poner de teloneros a los Baratheon (IU), los Tyrell (UPyD) y los Greyjoy (nacionalistas varios), así que, sigo simplificando, los que cortan el bacalao de verdad de la buena, son los Stark (PSOE) y los Lannister (PP), estos últimos bajo el mando, teórico, del simplón y cruel rey Joffrey Baratheon (Mariano Rajoy) que en realidad es un incestuoso Lannister por parte de mamá y papá, aunque el que manda de verdad es su abuelo Tywyn Lannister (los Poderes Fácticos).
Los Inmaculados de Daenerys Targaryen (Albert Rivera) y los Pueblos Libres de Mance Ryder (Pablo Iglesias), se enfrentan a los Stark (descabezados en la serie al final de la tercera temporada, así que tendremos que encarnar a su único vástago varón vivo, Jon Nieve -ilegítimo, dicho sea de paso- en Pedro Sánchez) y los Lannister, los auténticos malos de la peli (encarnados, de momento, y por necesidades del guión, en Mariano Rajoy).
Inmaculados y Pueblos Libres (Ciudadanos y Podemos) han ganado prestigio en sus primeras escaramuzas (elecciones al parlamento europeo y al andaluz), pero a la hora de enfrentarse a decisiones estratégicas (derrocar a los Lannister) prefieren hacer tactismo puro y duro, jodiendo a los únicos que podrían ser sus aliados naturales, los Stark (PSOE), en lugar de enfrentarse unidos a los Lannister (PP). ¿Por qué? Pues no lo sé, la verdad, yo solo soy un aprendiz de fabulador y no un teórico político, aunque en la intimidad, y sin mayor fundamento, presuma de ello.
Y ahora vamos con un poco de digresión teórico-política, de la mano de un gran estudioso de las ciencias sociales. No es obligatorio leerla porque es un poco extensa, pero les aseguro que merece la pena y les ayudará a comprender la fábula anterior en todas sus complejidades.
¿Puede y debe hablarse hoy de izquierdas y derechas en el seno de la política democrática? Y en caso de que fuera así ¿cómo definir en la época actual esos términos? Esas fueron las preguntas que hace veinte años le hicieron al filósofo italiano Norberto Bobbio (1909-2004), profesor de filosofía en la universidad de Turín y senador vitalicio de la república italiana, a la par que uno de los más grandes pensadores políticos contemporáneos, a las que él respondió con la nitidez y pedagogía de un gran maestro y gran ciudadano en su libro "Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política" (Taurus, Madrid, 1995).
¿Puede y debe hablarse hoy de izquierdas y derechas en el seno de la política democrática? Y en caso de que fuera así ¿cómo definir en la época actual esos términos? Esas fueron las preguntas que hace veinte años le hicieron al filósofo italiano Norberto Bobbio (1909-2004), profesor de filosofía en la universidad de Turín y senador vitalicio de la república italiana, a la par que uno de los más grandes pensadores políticos contemporáneos, a las que él respondió con la nitidez y pedagogía de un gran maestro y gran ciudadano en su libro "Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política" (Taurus, Madrid, 1995).
Frente al fascismo y al nazismo, dice en su libro citado, hubo que comportarse como extremistas, escogiendo entre resignarse y resistir. Y no dudo que fueron los extremistas entonces los que llevaron la razón. Pero en una sociedad democrática -añade- y pluralista, donde existen varios grupos en libre competición, con reglas de juego que deben ser respetadas, mi convicción es que tienen mayor posibilidades de éxito los moderados. Guste o no guste -continúa más adelante- las democracias suelen favorecer a los moderados y castigar a los extremistas. Se podría también sostener que es un mal que así ocurra. Pero si queremos hacer política, y estamos obligados a hacerla según las reglas de la democracia, debemos tener en cuenta los resultados que este juego favorece. Quien quiere hacer política día a día debe adaptarse a la regla principal de la democracia: la de moderar los tonos cuando ello es necesario para obtener un fin, el llegar a pactar con el adversario, el aceptar el compromiso cuando este no sea humillante y cuando sea el único medio de obtener algunos resultados.
Siempre he dado al término izquierda -dice Bobbio- una connotación positiva, incluso ahora que está siendo cada vez más atacada, y al término derecha una connotación negativa, a pesar de estar hoy revalorizada". Para Bobbio -dice el profesor Joaquín Estefanía en la introducción del libro- la parte central de su pensamiento político fue la distinción esencial entre derecha e izquierda, que no es otra que la diferente actitud que las dos partes muestran sistemáticamente frente a la idea de igualdad.
Si para la izquierda la igualdad es el fin de toda política, la libertad es el medio de toda política de izquierdas. De la conjunción entre libertad e igualdad extrae el filósofo italiano un espectro político de cuatro categorías: a) La extrema izquierda jacobinista de los movimientos y doctrinas a la vez igualitarios y autoritarios. b) El centro-izquierda del socialismo liberal y la socialdemocracia, de movimientos y doctrinas liberales y a la vez igualitarios. c) El centro-derecha de los partidos conservadores, de movimientos y doctrinas liberales y a la vez desigualitarios. d) La extrema derecha: fascismo y nazismo, de movimientos y doctrinas a la vez antiliberales y antigualitarios.
La distinción entre izquierda y derecha sigue siendo válida hoy día. Y no solo ha existido una izquierda comunista -dice Bobbio-, ha existido también una izquierda, y todavía existe, dentro del horizonte capitalista. La distinción tiene una larga historia que va más allá de la contraposición entre capitalismo y comunismo. Existe todavía y no solo, como ha dicho alguien en broma, en las señales de tráfico, concluye Bobbio.
¿Es verdad o no es verdad -se pregunta- que lo primero que nos planteamos cuando intercambiamos opinión sobre un político es si es de derechas o de izquierdas? La pregunta tiene sentido, dice, y desde luego entre las posibles respuestas está también la de que el personaje en cuestión no sea ni de derechas ni de izquierdas. ¿Pero como es posible -añade- no darse cuenta de que la respuesta "ni sí ni no" solo es posible si los términos "izquierda" y "derecha" tienen un sentido y quien plantea la pregunta y quien la contesta saben, aunque sea vagamente, cuál es? ¿Cómo se puede opinar sobre si un objeto es blanco o negro si no tenemos la menor idea sobre la diferencia entre los dos colores?
Mientras existan hombres cuyo empeño político sea movido por un profundo sentido de insatisfacción y de sufrimiento frente a las iniquidades de las sociedades contemporáneas -afirma Bobbio-, hoy quizá de una manera menos combativa que en épocas pasadas, se mantendrán vivos los ideales que han marcado desde hace más de un siglo todas las izquierdas de la historia.
Hay quien ha sostenido -dice más adelante- que el rasgo característico de la izquierda es la no violencia; que la renuncia a utilizar la violencia para conquistar y ejercer el poder es lo que caracteriza al método democrático en política. Por eso, y para justificar el lugar que los valores supremos de la igualdad y la libertad han jugado en la historia política de Europa en el siglo XX, valores que siguen más vigentes que nunca, dice Bobbio, se animó a escribir el libro.
Derecha e izquierda, dice, son términos antitéticos, recíprocamente exclusivos y conjuntamente exhaustivos: exclusivos, añade, en el sentido de que ninguna doctrina ni ningún movimiento pueden ser al mismo tiempo de derechas o de izquierdas; exhaustivos, porque una doctrina o movimiento únicamente puede ser de derechas o de izquierdas.
No existe disciplina alguna, continúa, que no esté dominada por alguna diada omnicomprensiva: en sociología, la de sociedad-comunidad; en economía, la de mercado-planificación; en derecho, entre lo privado y lo público; en filosofía entre trascendencia-inmanencia; y en política, entre derecha e izquierda, que si bien no es la única, dice, si es cierto que podemos encontrarla en todas partes.
En estos últimos años, añade, se ha venido diciendo repetidamente, hasta convertirse en un lugar común, que la distinción entre izquierda y derecha ya no tiene razón alguna para seguir utilizándose. En el origen de esos planteamientos se encontraría, dice, la llamada crisis de las ideologías. Pero las ideologías están más vivas que nunca. Las ideologías del pasado han sido sustituidas por otras nuevas, o que pretenden pasar por nuevas. El árbol de las ideologías siempre está reverdeciendo, y tal y como ha quedado demostrado en muchas ocasiones, continúa, no hay nada más cargado de ideología que afirmar que las ideologías están en crisis. Y quien diga que no es ni de izquierdas ni de derechas es siempre de derechas.
En todo caso, dice, reducir la diferencia entre izquierda y derecha a la pura expresión de pensamiento ideológico sería una simplificación injusta, pues también ambos conceptos implican programas contrapuestos respecto a muchos problemas. Contraste, pues, no solo de ideas, sino también de intereses y valoraciones, concluye.
Las opiniones políticas no se discuten, dice Bobbio, se aceptan o se niegan, sin más. Conviene tenerlo claro, añade, porque cuando hablamos de contraposición entre extremismo y moderación estamos planteando sobre todo una cuestión de método; pero cuando hablamos de los valores de la derecha o la izquierda estamos planteando sobre todo una cuestión de fines.
Y cuando lo hacemos de igualitarismo -dice más adelante-, o sea, de la nivelación de toda diferencia, hablamos de un límite extremo de la izquierda que es más ideal que real. La igualdad de la que habla la izquierda es casi siempre una igualdad "secundum quid" (es decir, una igualdad respecto a algo), pero nunca es una igualdad absoluta.
Los conceptos de "derecha" e "izquierda", continúa diciendo, no son conceptos absolutos. Son conceptos relativos. No son conceptos sustantivos y ontológicos. No son calidades intrínsecas del universo político. Son "lugares" del espacio político que pueden designar diferentes contenidos según los tiempos y las situaciones. De ahí, añade, que el hecho de que derechas e izquierdas presenten una oposición quiera decir simplemente que no se puede ser al mismo tiempo de derecha y de izquierda. Pero no quiere decir nada sobre el contenido de las dos partes contrapuestas, por lo cual el extremismo de izquierdas traslada la izquierda a la derecha, y el extremismo de derechas traslada la derecha a la izquierda.
El criterio más frecuentemente adoptado para distinguir la derecha de la izquierda, sigue diciendo, es de la diferente actitud que asumen los hombres que viven en sociedad frente al ideal de la igualdad, ideal este que es junto al de la libertad y la paz uno de los fines últimos que se proponen alcanzar y por cuales están dispuestos a luchar. Es por eso que el concepto de igualdad es relativo, no absoluto. Es relativo por lo menos en tres variables: a) los sujetos entre los cuales nos proponemos repartir los bienes o gravámenes; b) los bienes o gravámenes que repartir; y c) el criterio por el cual repartirlos. O lo que es lo mismo: igualdad sí, pero ¿entre quién, ¿en qué?, ¿basándose en qué criterio?
Estas premisas son necesarias porque cuando se dice que la izquierda es igualitaria y la derecha no -añade Bobbio-, no se quiere decir en absoluto que para ser de izquierdas sea preciso proclamar el principio de que todos los hombres deben ser iguales en todo, independientemente de cualquier criterio discriminatorio. En otras palabras, afirmar que la izquierda es igualitaria no quiere decir que sea también igualitarista. Una doctrina o un movimiento igualitarios, tienden a reducir las desigualdades sociales y a convertir en menos penosas las desigualdades naturales. Cosa distinta es el igualitarismo, cuando se entiende como "igualdad de todos en todo". Esa sería no solo una visión utópica -a la cual, hay que reconocerlo, se inclina más la izquierda que la derecha- sino, peor, una mera declaración de intenciones a la cual no parece posible dar un sentido razonable.
Las desigualdades naturales existen, sigue diciendo Bobbio, y si algunas de ellas se pueden corregir, la mayor parte de esas mismas desigualdades no se pueden eliminar. Y respecto a las desigualdades sociales, añade, si algunas se pueden corregir e incluso eliminar, muchas, especialmente aquellas de las cuales los mismos individuos son responsables, lo único que se puede intentar es no fomentarlas.
Políticamente, dice, se puede llamar igualitarios a aquellos políticos que, aunque no ignorando que los hombres son tan iguales como desiguales, aprecian mayormente y consideran más importante para una buena convivencia lo que los asemeja que lo que los diferencia. Por el contrario, los no igualitarios serían, en cambio, aquellos que partiendo del mismo jucio de hecho, aprecian y consideran más importante para conseguir una buena convivencia la diversidad que la uniformidad.
Los igualitarios -añade más adelante- parten de la convicción de que la mayor parte de las desigualdades que los indignan y querrían hacer desaparecer son sociales y, como tales, eliminables; los no igualitarios, por el contrario, parten de la convicción opuesta, que las desigualdades son naturales y, como tales, ineliminables.
Para Bobbio el ideal igualitario y el no igualitario puede personificarse ejemplarmente en el contraste de pensamiento entre Rousseau y Nietzsche, precisamente, por la distinta actitud que el uno y el otro asumen con respecto a la naturalidad y artificialidad de la igualdad y de la desigualdad. En el "Discurso sobre el origen de la desigualdad", dice, Rousseau parte de la consideración de que los hombres han nacido iguales, pero la sociedad civil, o sea, la sociedad que se sobrepone lentamente al estado de naturaleza, los ha convertido en desiguales. Para Nietzsche, por el contrario, los hombres son por naturaleza desiguales (y para él es un bien que lo sean porque, además, una sociedad formada sobre la esclavitud como era la griega, y justamente en razón de la existencia de los esclavos, era una sociedad avanzada para su tiempo) y solo la sociedad con su moral de rebaño, con su religión de la compasión y la resignación, los ha pretendido convertir en iguales.
La conclusión de esa disputa, continúa, no puede ser más radical: en nombre de la igualdad natural, los igualitarios condenan la desigualdad social; en nombre de la desigualdad natural, los no igualitarios condenan la igualdad social.
La regla de oro de la justicia, sigue diciendo, es tratar a los iguales de una manera igual y a los desiguales de una manera desigual, pero para que eso no resulte una mera fórmula vacía hay que responder previamente a una pregunta: ¿Quiénes son los iguales y quiénes son los desiguales?
La igualdad como ideal sumo o incluso último de una comunidad ordenada, justa y feliz, añade más adelante, se acopla habitualmente con el ideal de la libertad, considerado este también como supremo o último. Y ninguno de los dos es separable del otro; son las dos caras de una misma moneda: no hay igualdad posible sin libertad; pero la libertad tampoco es realizable sin un cierto grado de igualdad. Pero al mismo tiempo es preciso, sigue diciendo, hacer una observación elemental que habitualmente no se hace: los dos conceptos de libertad y de igualdad no son simétricos: mientras la libertad es un estatus de la persona, la igualdad indica una relación entre dos o más entidades. O como dice George Orwell, citado por Bobbio, "todos los hombres son iguales, pero algunos son más iguales que otros".
Si uno de los criterios para distinguir la derecha de la izquierda, concluye, es la diferente apreciación con respecto a la idea de igualdad, y el criterio para distinguir a los moderados de los extremista (tanto en la derecha como en la izquierda) es su diferente actitud con respecto a la libertad, se podría distribuir el espectro en el que se ubican las doctrinas y movimientos políticos en cuatro espacios: a) en la extrema izquierda estarían los movimientos a la vez igualitarios y autoritarios (como el comunismo histórico); b) en el centro-izquierda, las doctrinas y movimientos a la vez igualitarios y libertarios (como el socialismo liberal y la socialdemocracia); c) en el centro-derecha las doctrinas y movimientos a la vez libertarios y no igualitarios (los partidos liberales y conservadores) ; y d) en la extrema derecha, las doctrinas y movimientos antiliberales y antigualitarios (como el fascismo y el nazismo).
El comunismo fracasó históricamente, dice al final de su libro, pero el desafío que lanzó permanece. Bastaría, continúa diciendo, con desplazar la mirada de la cuestión social del interior de cada Estado (de la que nació la izquierda en el siglo XIX), hacia la cuestión social internacional, para darse cuenta de que la izquierda no solo no ha concluido su propio camino sino que apenas lo ha comenzado.
Como colofón, cita Bobbio las palabras de uno de sus maestros, el también filósofo Luigi Einaudi, que entiendo me permiten cerrar definitivamente el excurso que he hecho en esta entrada que dice así: "Las dos corrientes (liberalismo y socialismo) son respetables, y aunque adversarias, no son enemigas; porque las dos respetan la opinión de los demás y saben que existe un límite para la realización del propio principio. El optimum no se alcanza en la paz forzada de la tiranía totalitaria; se toca en la lucha continua entre los dos ideales del liberalismo y del socialismo (libertad e igualdad), ninguno de los cuales puede ser vencido sin daño común".
Concluyo esta fabulación teórico-política tan sui géneris y personal, llamando al diálogo sincero y sin cuestiones previas de todas las fuerzas de izquierda y de centro izquierda para desalojar al PP del poder. Si no lo hacemos, no nos lamentemos luego. Porque lo que voten los ciudadanos va a Misa. En eso consiste la democracia. Y no vale decir que el pueblo no sabe lo que vota porque son los dueños del quiosco y nadie tiene derecho a pedirles cuentas de lo que hacen con sus votos. Y menos que nadie los responsables políticos que con su ineptitud, irresponsabilidad y mendacidad se han ganado a pulso su desprecio.
Y es que resulta, como dice con mucha más elegancia y precisión filosófica Javier Gomá en su libro Ejemplaridad Pública (Taurus, Madrid, 2009): "en virtud de la dignidad democrática, a cada ciudadano se le reconoce autonomía moral y competencia cívica para buscar la felicidad a su manera y elegir, según su criterio, lo que más le conviene en los asuntos públicos y privados, sin que ningún otro ciudadano pueda pretender, en consideración a sus dones naturales, su posición social, sus méritos o sus conocimientos superiores a los del resto, el ejercicio de una tutela sobre los demás y sobre las decisiones relevantes atinentes a su vida". Y votar a quién considere más conveniente es una de ellas.
La cuestión es así de simple: La Moncloa no va a caer como Jericó por muchas vueltas que demos a su alrededor. O vamos todos juntos: Inmaculados, Pueblos Libres y Starks, y el que quiera añadirse, o tenemos Lannisters para rato en Desembarco del Rey.
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)
Publicada originalmente el día 9 de mayo de 2015
Publicada originalmente el día 9 de mayo de 2015
sábado, 12 de marzo de 2016
[Reedición] Hoy, "Ejemplaridad pública: Ciudadanos, funcionarios, políticos y reyes"
"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican diariamente y conservan su título, fecha y numeración original. La reproducida hoy fue publicada originariamente con fecha 14 de mayo de 2105. Disfrútenla de nuevo si lo desean.
***
¿Ahora que la vulgaridad, aquello que es común o general a todos, se ha convertido en paradigma, afortunadamente, de la democracia moderna por mor de la igualdad de todos los hombres en dignidad: "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros", (Art. 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos), cabe exigir de los funcionarios, los políticos, los gobernantes y las más altas instituciones del Estado una ejemplaridad pública, que no nos exijamos a nosotros mismos?
Esa es la pregunta que el filósofo Javier Gomá (Bilbao, 1965) se plantea en su libro "Ejemplaridad pública" (Taurus, Madrid, 2009), el tercero de los títulos de la tetralogía que en torno a la idea de ejemplaridad, su historia y su teoría general, su formación subjetiva, su aplicación a la esfera política y su relación con la esperanza, acabo de terminar de leer, y que entiendo de ineludible actualidad y necesidad de respuesta.
Tras la crítica nihilista a las creencias y costumbres colectivas y la deslegitimación moderna del principio de autoridad, dice en él, la democracia ha renunciado a los instrumentos tradicionales de socialización del individuo (costumbres, sentimientos, moral social, educación y religión, entre otros), sin haberlos sustituido por ningunos otros igualmente eficaces. En esta situación, sigue diciendo, ¿por qué razón el hombre actual debería aceptar las limitaciones y los deberes que son inherentes a una vida en sociedad? ¿Qué estímulos tiene para optar por la virtud y no por la vulgaridad, por la civilización y no por la barbarie?
La democracia será a la larga un proceso civilizatorio viable, añade, solo si consigue del ciudadano que sienta en conciencia el deber de adoptar un determinado estilo de vida privada con preferencia a otro. Para Javier Gomá la respuesta a esa pregunta está en la propuesta de una ejemplaridad igualitaria y secularizada como principio organizador de la democracia moderna, partiendo de la convicción de que en esta época postnihilista autoritarismo y coerción han perdido definitivamente todo poder cohesionador y que solo la fuerza persuasiva del ejemplo virtuoso, generador de costumbres cívicas, será capaz de promover la auténtica emancipación del ciudadano.
Tras la crítica nihilista a las creencias y costumbres colectivas y la deslegitimación moderna del principio de autoridad, dice en él, la democracia ha renunciado a los instrumentos tradicionales de socialización del individuo (costumbres, sentimientos, moral social, educación y religión, entre otros), sin haberlos sustituido por ningunos otros igualmente eficaces. En esta situación, sigue diciendo, ¿por qué razón el hombre actual debería aceptar las limitaciones y los deberes que son inherentes a una vida en sociedad? ¿Qué estímulos tiene para optar por la virtud y no por la vulgaridad, por la civilización y no por la barbarie?
La democracia será a la larga un proceso civilizatorio viable, añade, solo si consigue del ciudadano que sienta en conciencia el deber de adoptar un determinado estilo de vida privada con preferencia a otro. Para Javier Gomá la respuesta a esa pregunta está en la propuesta de una ejemplaridad igualitaria y secularizada como principio organizador de la democracia moderna, partiendo de la convicción de que en esta época postnihilista autoritarismo y coerción han perdido definitivamente todo poder cohesionador y que solo la fuerza persuasiva del ejemplo virtuoso, generador de costumbres cívicas, será capaz de promover la auténtica emancipación del ciudadano.
Les hago excusa de una mayor profundización por mi parte sobre la propuesta de Javier Gomá invitándoles a la lectura del artículo del profesor Fernando Vallespín, en el número de enero de 2010 de Revista de Libros, del artículo "Paideia para una sociedad mejor" en el que reseñaba con acierto el libro el libro de Gomá.
Personalmente, y a unos días de las elecciones locales y regionales convocadas en España para finales de este mes de mayo, me ha resultado interesantísimo el contenido del último capítulo del libro dedicado a la ejemplaridad debida por los políticos, los funcionarios y el titular de la Corona. Dice en él: Los políticos profesionales electos ocupan los cargos superiores y directivos en el aparato coactivo del Estado, pero ello solo un número limitado de años, y en la ejecución de sus programas se han de apoyar en un cuerpo estable de funcionarios, que acceden a sus empleos no por elección de los ciudadanos sino, en la mayoría de los casos, concursos y oposiciones dirimidos conforme a principios de mérito y capacidad.
Los políticos, sigue diciendo Gomá, gobiernan de dos maneras: produciendo leyes y produciendo costumbres. En cierto modo, la segunda manera es más profunda y duradera que la primera, porque las leyes coactivas solo ejercen compulsión sobre la libertad externa de los ciudadanos, en tanto que las costumbres entran en su corazón y lo reforman. En cuanto titulares del aparato coactivo estatal y en cuanto notoriedades que disfrutan de una extensa popularidad, pesa sobre las vidas de los políticos -en las que no es posible distinguir entre una esfera pública y otra privada- un plus de responsabilidad. A diferencia de los demás ciudadanos, que pueden hacer lícitamente todo lo que no esté prohibido por las leyes, a ellos se les exige que observen, respeten o al menos no contradigan el plexo de valores y bienes estimados por la sociedad a la que dicen servir y que son fundamento de un "vivir y envejecer juntos" en paz. No basta con que cumplan la ley, han de ser ejemplares. Si los políticos realmente lo fueran, solo sería necesario un número muy reducido de leyes básicas, porque las costumbres cívicas que emanarían de su ejemplo excusarían de imponer por fuerza lo que una mayoría de ciudadanos ya estaría haciendo de buen grado.
Los políticos, sigue diciendo Gomá, gobiernan de dos maneras: produciendo leyes y produciendo costumbres. En cierto modo, la segunda manera es más profunda y duradera que la primera, porque las leyes coactivas solo ejercen compulsión sobre la libertad externa de los ciudadanos, en tanto que las costumbres entran en su corazón y lo reforman. En cuanto titulares del aparato coactivo estatal y en cuanto notoriedades que disfrutan de una extensa popularidad, pesa sobre las vidas de los políticos -en las que no es posible distinguir entre una esfera pública y otra privada- un plus de responsabilidad. A diferencia de los demás ciudadanos, que pueden hacer lícitamente todo lo que no esté prohibido por las leyes, a ellos se les exige que observen, respeten o al menos no contradigan el plexo de valores y bienes estimados por la sociedad a la que dicen servir y que son fundamento de un "vivir y envejecer juntos" en paz. No basta con que cumplan la ley, han de ser ejemplares. Si los políticos realmente lo fueran, solo sería necesario un número muy reducido de leyes básicas, porque las costumbres cívicas que emanarían de su ejemplo excusarían de imponer por fuerza lo que una mayoría de ciudadanos ya estaría haciendo de buen grado.
El imperativo de ejemplaridad que gravita sobre los funcionarios, sigue diciendo, es de una naturaleza distinta del que rige para los profesionales de la política. Ellos no deben responder como estos a la confianza específica que la ciudadanía, expresada en votos, les otorga a la vista de unas cualidades personales que hacen de ellos personas fiables y creíbles y que pueden revocar en las elecciones siguientes.El Estado se organiza, añade, como una pirámide jerárquica de fuerza coactiva progresiva en la que cada escalón superior concentra más poder que el inferior sobre el monopolio de la violencia estatal. Así, continúa diciendo, en la base se encuentran los funcionarios, unidos al Estado por una relación estatutaria; en un estrato superior, los políticos, elegidos por sufragio libre y poseedores de las fuentes escritas del Derecho; y en el vértice de esta jerarquía, en las monarquías parlamentarias, el titular de la Corona, un título al que se accede por herencia. ¿Cómo es esto posible en nuestras modernas democracias?, se pregunta el filósofo Gomá. ¿Que legitimación le asiste a la Corona?
La transmisión de la jefatura del Estado por vía hereditaria, siguiendo reglas genealógicas, sigue diciendo, supone sin lugar a dudas la integración de un "momento" tradicional-histórico muy "Ancien Régime", en el racionalismo originariamente formal de una Constitución. La entrega de la máxima magistratura del Estado a una familia y a sus descendientes solo cabe considerarla democrática, aun siendo voluntad del pueblo, a condición de que este (el pueblo) retenga la integridad de su soberanía y que, en consecuencia, la posición estatutaria del rey no lleve aparejada ninguna cuota de poder coactivo, ni legislativo ni ejecutivo ni judicial, y solo ostente un valor simbólico. De esa manera, continúa, en la cúspide del Estado, esa escala de poder coactivo creciente, en el lugar que uno esperaría encontrar una apoteosis de fuerza y decisión, lo único que luce es un símbolo desnudo.
Hay muchos símbolos políticos, dice en las páginas finales de su libro: -bandera, himno, escudo- pero el principal de ellos es la Corona, que es un símbolo personal. En ella, lo simbolizado presenta la mayor seriedad: la unidad y permanencia de un Estado. Pero esa carga de sentido político se materializa en lo más doméstico y cotidiano que pueda imaginarse: una familia.
En las constituciones modernas, la persona del rey no está sujeta a responsabilidad jurídica. Sin embargo nadie podrá exonerarle nunca del deber de fidelidad a su significado simbólico. Esta fidelidad al significado es otra forma de llamar a la ejemplaridad. El oficio del rey se agota en simbolizar esa apertura: en ejemplo que ejemplifica la ejemplaridad misma. Si encerrándose en su propia anécdota, concluye, es desleal a su simbolismo, pierde al punto su anterior gravedad y encanto y se torna ejemplo ininteresante, caprichoso cosmético, bagatela desechable. El antiguo mito político solo vale entonces como cuento para niños. La vulgaridad de vida banaliza la Corona y vacía el trono.
No creo, sinceramente que ese sea hoy nuestro caso, pues la monarquía y su titular en estos momentos, han vuelto a recuperar el prestigio, confianza y aceptación de los que la Corona como institución gozó en sus mejores tiempos entre los españoles.
La transmisión de la jefatura del Estado por vía hereditaria, siguiendo reglas genealógicas, sigue diciendo, supone sin lugar a dudas la integración de un "momento" tradicional-histórico muy "Ancien Régime", en el racionalismo originariamente formal de una Constitución. La entrega de la máxima magistratura del Estado a una familia y a sus descendientes solo cabe considerarla democrática, aun siendo voluntad del pueblo, a condición de que este (el pueblo) retenga la integridad de su soberanía y que, en consecuencia, la posición estatutaria del rey no lleve aparejada ninguna cuota de poder coactivo, ni legislativo ni ejecutivo ni judicial, y solo ostente un valor simbólico. De esa manera, continúa, en la cúspide del Estado, esa escala de poder coactivo creciente, en el lugar que uno esperaría encontrar una apoteosis de fuerza y decisión, lo único que luce es un símbolo desnudo.
Hay muchos símbolos políticos, dice en las páginas finales de su libro: -bandera, himno, escudo- pero el principal de ellos es la Corona, que es un símbolo personal. En ella, lo simbolizado presenta la mayor seriedad: la unidad y permanencia de un Estado. Pero esa carga de sentido político se materializa en lo más doméstico y cotidiano que pueda imaginarse: una familia.
En las constituciones modernas, la persona del rey no está sujeta a responsabilidad jurídica. Sin embargo nadie podrá exonerarle nunca del deber de fidelidad a su significado simbólico. Esta fidelidad al significado es otra forma de llamar a la ejemplaridad. El oficio del rey se agota en simbolizar esa apertura: en ejemplo que ejemplifica la ejemplaridad misma. Si encerrándose en su propia anécdota, concluye, es desleal a su simbolismo, pierde al punto su anterior gravedad y encanto y se torna ejemplo ininteresante, caprichoso cosmético, bagatela desechable. El antiguo mito político solo vale entonces como cuento para niños. La vulgaridad de vida banaliza la Corona y vacía el trono.
No creo, sinceramente que ese sea hoy nuestro caso, pues la monarquía y su titular en estos momentos, han vuelto a recuperar el prestigio, confianza y aceptación de los que la Corona como institución gozó en sus mejores tiempos entre los españoles.
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
viernes, 11 de marzo de 2016
[Reedición] Hoy, "Jane Novak: de Nueva Jersey a Yemen"
Jane Novak
"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican diariamente y conservan su título, fecha y numeración original. La reproducida hoy fue publicada con fecha 15 de mayo de 2105. Disfrútenla de nuevo si lo desean.
***
El corresponsal de El País en Beirut, Robert F. Worth, relata hoy en el periódico una de esas historias, una de esas leyendas urbanas sobre Internet que circulan por la red, tan difíciles de creer que ni viéndolas por nosotros mismos acabamos convencidos de que sean reales, pero que ocurren de verdad.
Que un ama de casa de Nueva Jersey, en Estados Unidos, llamada Jane Novak, 46 años, madre de dos hijos, armada de un simple portátil instalado en el salón de su casa y de un "blog" haya hecho causa de honor el defender a un periodista yemení acusado de traición en su país al que no conocía de nada, de un país que no ha visitado jamás y del que nada sabía, ni tan siquiera donde estaba en el mapa, y que esté logrando la solidaridad y el apoyo de gentes de todo el mundo, pero especialmente de los propios yemeníes, en la defensa de Abdul Karim Al Jaiwani (1), que así se llama el periodista detenido, no ocurre todos los días. Desde luego que no.
Lean la noticia en el enlace de más arriba. A mí me ha conmovido, y recordado en cierto modo la aventura de la cubana Yoani Sánchez y su blog Generación Y, quizá menos dramática pero no menos valerosa en defensa de la libertad de expresión de los cubanos, del que ya hice comentarios anteriores en "Desde el Trópico de Cáncer". Espero que visiten sus "blogs", sus instrumentos de trabajo...
(1) Abdul Karim Al Jaiwani fue asesinado por unos pistoleros el 18 de marzo de 2015, en Saná (Yemen).
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
Abdul Karim Al Jaiwani
Entrada 2247
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)
Entrada publicada originariamente el día 15 de mayo de 2015jueves, 10 de marzo de 2016
[Poesía y música] Hoy, con Antonio Machado y "Nabucco", de Giuseppe Verdi
Como afirmo en una de las entradas más leídas del blog soy capaz de recordar y reconocer casi cualquier fragmento de texto literario o película que haya leído o visto, aunque solo haya sido una vez en la vida. Por el contrario, ni el Azar ni la Naturaleza, mis divinidades paganas preferidas, me han dotado del mismo talento para la música. La diosa Terpsícore me ha negado sus favores, salvo en aquellas piezas que ya forman parte, por la amplitud de su difusión, del imaginario colectivo de la humanidad. Y esa incapacidad para recordar y reconocer piezas musicales, es una de las circunstancias que más dolor me producen, porque en contraste con ellas la música es de todas las Bellas Artes la que más profundas emociones me provoca.
George Steiner, uno de los más grandes intelectuales del siglo XX, dice en su libro Errata. El examen de una vida, uno de los más hermosos textos que he leído nunca, lo siguiente: "El canto (y la música) es, simultáneamente la más carnal y la más espiritual de las realidades. Aúna alma y diafragma. Puede, desde sus primeras notas, sumir al oyente en la desolación o transportarlo hasta el éxtasis. La voz que canta es capaz de destruir o de curar la psique con su cadencia". Estoy en completo acuerdo con él.
La UNESCO instituyó el año 2000 el Día Mundial de la Poesía, que se celebra cada 21 de marzo, entendiendo que el mundo contemporáneo tiene necesidades estéticas y sociales que la poesía puede cubrir. Así pues, continúo con esta entrada de hoy la nueva sección del blog, Poesía y música, aunando algunos de los más bellos poemas en español con algunas de las más hermosas arias operísticas de la historia.
Continúo hoy la serie dedicada a Poesía y música con el poema Retrato, de Antonio Machado, y el bellísimo coro Va, pensiero, sull'ali dorate (Vuela, pensamiento, sobre alas doradas) de la ópera Nabucco, de Giuseppe Verdi. Esto último pueden hacerlo desde el enlace inmediatamente anterior o en el vídeo del final de la entrada.
***
Antonio Machado
Antonio Machado Ruiz (1875-1939) fue un poeta español, el más joven representante de la Generación del 98. Su obra inicial, de corte modernista (como la de su hermano Manuel), evolucionó hacia un intimismo simbolista con rasgos románticos, que maduró en una poesía de compromiso humano, de una parte, y de contemplación casi taoísta de la existencia, por otra; una síntesis que en la voz de Machado se hace eco de la sabiduría popular más ancestral. Dicho en palabras de Gerardo Diego, hablaba en verso y vivía en poesía. Fue uno de los más distinguidos alumnos de la Institución Libre de Enseñanza, con cuyo ideario estuvo siempre comprometido. Murió en el exilio, en la agonía de la Guerra Civil española.
***
RETRATO
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Antonio Machado, 1906
***
Giuseppe Verdi
Giuseppe Fortunino Francesco Verdi (1813-1901) fue un compositor romántico italiano de ópera del siglo XIX, el más notable e influyente compositor de ópera italiana y puente entre el belcanto de Rossini, Donizetti y Bellini y la corriente del verismo y Puccini. Fue autor de algunos de los títulos más populares del repertorio lírico, como los que componen su trilogía popular o romántica: Rigoletto, La Traviata e Il Trovatore y las obras maestras de la madurez como Aida, Don Carlo, Otello y Falstaff.
***
Va, pensiero, sull'ali dorate es el coro del tercer acto de la ópera Nabucco, de Verdi, con letra de Temistocle Solera, inspirada en el Salmo 137 "Super flumina Babylonis". Calificada tantas veces como la obra judía de Verdi, canta la historia del exilio hebreo en Babilonia tras la pérdida del Primer Templo de Jerusalén. Este coro le dio fama a Verdi.
Posteriormente se convirtió en un himno para patriotas italianos, quienes, identificándose con el pueblo hebreo, buscaban la unidad nacional y la soberanía frente al dominio austríaco. La canción, cuyo tema es el exilio y que expresa nostalgia por la tierra natal, así como la frase "Oh mia patria sì bella e perduta!" (¡Oh patria mía, tan bella y perdida!) resonaba en el corazón de muchos italianos.
***
VA, PENSIERO, SULL'ALI DORATE
***
Disfruten de poema y canción. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
[Reedición] Hoy: "¡Pobres universitarios!"
Giovanna Tornabuoni (D. Ghirlandaio)
"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican diariamente y conservan su título, fecha y numeración original. La reproducida hoy fue publicada originariamente con fecha 16 de mayo de 2105. Disfrútenla de nuevo si lo desean.
***
Para la mayoría de los universitarios españoles el paso por las aulas de su alma máter suele ser bastante anodino. Lo único que buscan es aprobar las asignaturas, completar el currículo, obtener su flamante título y engrosar las listas de parados del INEM...
Que en el transcurso de esa peripecia vital tropiecen con un profesor excepcional que les haga sentir que la universidad es "algo más" que una fábrica de expedición de títulos es algo excepcional. Y los alumnos que se encuentran con ellos no suelen olvidarlos. A mí me ha pasado, pero ya lo he contado con anterioridad en Desde el trópico de Cáncer: ese profesor se llamaba, y se llama, Emilio Lledó, y tampoco es cuestión de repetirme...
Recuerdo emocionado el artículo que el escritor y periodista que se esconde tras el seudónimo de Incitatus escribió en El Confidencial hace unos años sobre la lección recibida en su juventud de un excepcional profesor e historiador del Arte, Manuel Valdés Fernández, que recordaba y recreaba para sus lectores ante la visita efectuada al Museo del Prado, en Madrid, donde acababa de inaugurarse la exposición "El retrato del Renacimiento", seguramente "la más asombrosa que este caballo viejo ha visto en muchos años", dice de ella...
El relato de la entrada en el aula del profesor Valdés, su llegada a la pizarra, el trazado de una simple línea horizontal en la misma, el colofón final de una frase lanzada como un reto: "Esto es la realidad", y el comienzo a renglón seguido de una lección sobre la historia de la pintura y de los pintores del Renacimiento, casi a ritmo cinematográfico, es conmovedor y emocionante. No es extraño que para los afortunados destinatarios de aquella arenga, les quedara clavada en la retina y en el corazón como una jornada por la que habían merecido la pena todos los anodinos años de estudio...
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
"Llanto sobre el Cristo muerto", de Giotto
Entrada 2251
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)
Publicada originariamente el día 16 de mayo de 2015
Publicada originariamente el día 16 de mayo de 2015
Suscribirse a:
Entradas (Atom)