jueves, 14 de mayo de 2009

Sobre los nombres de las cosas

"Dijo luego Yahvé Dios: No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada. Y Yahvé Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver como los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera. El hombre puso nombre a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo, mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada." (Génesis, 2, 18-20).

He escogido como introducción de mi comentario de hoy estos versículos iniciales del primer libro de la Biblia, a cuenta de la estéril y estúpida polémica suscitada por ese engendro de la radio-televisión pública canaria (TVC) al publicitar un programa de debate sobre si a la isla donde habitan (a 1 de enero de 2008, según datos oficiales del Instituto Canario de Estadística) 829.597 personas, llamada Gran Canaria, se le debe quitar el "Gran" y dejarla con el "Canaria" a secas.

La ocurrencia no es original de la radio-televisión pública canaria, incapaz de pensar nada por sí misma si no se lo dictan desde la presidencia del gobierno canario, y ni aun así salen del encefalograma plano, sino del dueño y editor del periódico santacrucero "El Día", don José Rodríguez, pertinaz defensor y adalid del franquismo al que aduló con servilismo abyecto al servicio de los intereses de lo más reaccionario de la burguesía tinerfeña, y ahora re-convertido al radicalismo independentista y anti-grancanario.

Las cosas no existen antes de ser nombradas. Es metafísicamente imposible que algo exista si no tiene nombre. ¿Quién le puso a Gran Canaria su nombre? Los historiadores sólo constatan al respecto que a lo largo de su existencia (es decir, desde que tiene nombre) la isla donde viven esas 829.597 ha sido llamada "Canari" por sus pobladores aborígenes y "Canaria" o "Gran Canaria", indistintamente, desde su entrada en la Historia.

Un artículo del periódico "La Provincia-Diario de Las Palmas" de hoy, jueves, escrito por el profesor de historia de la Universidad tinerfeña de La Laguna, don Francisco Fajardo, y que reproduzco más adelante, aporta interesantes datos e información histórica al respecto, y concluye con una verdad de Perogrullo: Que los nombres los pone la Historia; nada más que eso, pero nada menos también.

No me preocupa en exceso si esta estéril y absurda polémica sobre el nombre de la isla en la que vivo es producto del recurrente pleito insular (que no es tal, pues no es entre islas -Gran Canaria y Tenerife-, sino entre las más rancias y casposas burguesías capitalinas de Las Palmas y Santa Cruz), del latente y manifiesto complejo de inferioridad de don José Rodríguez, o de alguna deficiencia hormonal del susodicho, pero en todo caso, quiero pensar que si hay que cambiarle el nombre a Gran Canaria, nos deje a nosotros, los 829.597 grancanarios censados, que lo decidamos por nuestra propia voluntad. Les aseguro que yo jamás pondría inconveniente alguno en que a esa hermosísima ciudad que es Santa Cruz de Tenerife y a su aún más hermosa isla, le pusiesen los nombres respectivos de Ciudad Rodríguez e Isla de Rodríguez, si esa fuere la voluntad de los santacruceros y tinerfeños. Espero que no, porque no creo que don José se merezca ese honor, pero allá ellos. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)





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"Canaria o Gran Canaria: Notas acerca de un debate", por Francisco Fajardo
La Provincia-Diario de Las Palmas, 14/05/09

Desde hace un cierto tiempo, el periódico 'El Día' viene sosteniendo que al nombre de la isla de Gran Canaria debe retirársele el 'Gran'. La cuestión fue planteada hace unos días en un programa de la Televisión Canaria. Con poco ánimo polémico, debo decir, quiero aportar aquí algunos datos, citas y consideraciones al respecto, por si pudieran servir al alguien para hacerse una composición de lugar, reafirmar su postura con más fundamento o cambiarla, en un sentido o en otro

El nombre primero de la isla es el de Canaria. Fuera de procedencia aborigen o se tratara de una denominación aplicada desde afuera, Canaria fue el nombre que desde la Historia Natural de Plinio el Viejo (s. I) se dio a la isla que hoy llamamos Gran Canaria. La tesis más plausible es la de que la palabra venga del nombre de la tribu del Atlas Canaria (los "Canarii" de los textos romanos). El término Tamarán, que aún algunos piensan que alguna vez fue el nombre de la isla, lo inventó Ossuna y Saviñón a mediados del siglo XIX. En su Resumen de la Geografía (…) y de la historia (...) de las Islas Canarias, escribió que los naturales dijeron a los normandos de Juan de Béthencourt que su isla "se llamaba Tamerán, que quiere decir país de los valientes". La afirmación, aceptada por varios estudiosos del pasado isleño, fue después difundida a través de Millares Torres, especialmente. Pero se trataba de una más de las fabulaciones de Ossuna, como lo fueron otras fraudulentas aseveraciones suyas contenidas en la misma obra.

Del nombre de la isla se deriva el del Archipiélago. Ya a principios del siglo IV d. C. Arnobio de Sicca designó al conjunto de las islas como Canarias Insulas, en lo que parece una extensión del nombre de Canaria a todo el Archipiélago. En el siglo XIV, al reanudarse e intensificarse los contactos de los europeos con el Archipiélago, éste viene referido, en los textos y en la cartografía, como "islas de Canaria". Así, desde luego, se entendía más adelante: Abreu Galindo escribió que "desde que hay noticia de estas islas (…) siempre ha tenido y conservado esta isla el nombre de Canaria, que jamás lo ha perdido, y las otras comarcanas por ella se llaman las Canarias". Las razones que llevaron a extender al conjunto insular el nombre de una de las islas quizás no fuesen las mismas en el siglo IV que un milenio más tarde, pero podríamos suponer que a Canaria se la distinguiera por su posición central (junto con Tenerife), su población (en el relato del viaje de Nicocoloso da Recco, de 1341, se afirma que era la más poblada) o quizás su riqueza (mayor nivel de la cultura material de sus habitantes), y por todo ello debió de ser la más conocida. De Gran Canaria se dice en Le Canarien (versión B, o de Béthencourt) que "es la más célebre de todas estas islas". Durante la decimocuarta centuria, en efecto, se dirigieron a ella mayoritariamente las expediciones mallorquinas, y en relación con éstas tiene lugar el establecimiento de misiones evangelizadoras y del obispado de Telde (en 1351, el Papa ordenó el envío de misioneros a "Canaria y las otras islas adyacentes a ella").

El nombre de Canaria es anterior a la conquista. Es un absurdo decir o escribir que en la denominación Gran Canaria tengan o tuvieran alguna parte los habitantes de esa isla, actuales o del pasado, pues aquélla es anterior no sólo a su conquista a finales del siglo XV, sino anterior también a los inicios de la conquista normanda a principios de esa centuria: en la Crónica de Enrique III, de 1393, se la nombra ya como Canaria la grande. No fue, pues, Juan de Béthencourt el creador del calificativo de "Grande" -en eso se equivocaron Abréu Galindo y cuantos lo siguieron-; como en realidad sucedió con las demás islas: Le Canarien las designa con nombres que ya existían y circulaban en distintos textos y mapas. Por supuesto, no tiene ningún fundamento relacionar con Juana la Loca la denominación de "Gran", como han hecho algún editorial periodístico y algún contertulio de programa de televisión, quizás confundidos porque fue esa reina la que concedió a Las Palmas el título de ciudad; pues, como hemos repetido, aquella designación era muy anterior.

Sin duda, la denominación de Gran Canaria era un modo de diferenciar a esa isla del resto de las Islas que también eran Canarias. Aunque pudiera no haber una exacta noción de sus respectivas superficies, no parece que tal nombre respondiera a la idea de que fuese la más extensa. El veneciano Ca'da Mosto escribía (1455-1457) que entre "las islas de Canaria" la mayor era Tenerife. Es cierto que el cronista portugués Eanes Da Zurara (1448) dice que "Gran Canaria (…) es la mayor de todas las islas", pero después de él no volvemos a encontrar tal afirmación, excepto en un texto que lo copia. Posiblemente lo creían así por el título de Gran que tenía (y no que se le hubiese dado éste porque se la considerara la mayor). En las crónicas del momento de la conquista realenga las cosas están claras: Alonso de Palencia, muy bien informado, como comisario que fue de la conquista de Gran Canaria, decía de ella que era "su nombre el más divulgado de entre todas las demás islas Afortunadas; aunque en extensión sea mucho menor que" [Tenerife]. Por supuesto, los historiadores posteriores que describieron las Islas sabían bien esto: "Entre las siete islas que comúnmente llaman de Canaria (que de la una de ellas llamada así se denominan), la mayor, más rica, abundosa y fértil es Tenerife", escribía Alonso de Espinosa.

¿Por qué entonces el calificativo de "Grande"? En primer lugar, pensamos, se heredó la denominación procedente del siglo XIV, reforzada quizás entonces por ser Canaria la sede del obispado de Telde. El Papa decidió en 1435 el traslado del obispado desde Rubicón a Gran Canaria (Canaria Magna, la llama el texto pontificio). Por entonces, en las bulas papales se usaban expresiones semejantes: Grandis Canariae (Martín V, 1420), Magne Canarie (Eugenio IV, 1434). Gran Canaria se eligió como sede episcopal por ser más rica y segura (se aducía la escasa población y la indefensión de Lanzarote); y ello casi medio siglo antes de que aquella isla fuese efectivamente conquistada y el obispado se trasladase (1483). Después, su carácter de primera isla de realengo en ser conquistada y el hecho de que albergase la sede episcopal y otras instituciones consagraron su condición de "cabeza" del Archipiélago.

La isla aparece desde finales de la Edad Media como cabeza de las demás. El ingeniero militar Lope de Mendoza y Salazar, probablemente natural de Tenerife, escribía a mediados del siglo XVII: "Es cabesa Canaria de esta provincia por asistir en ella la Audiencia real por mandado de su magestad, el tribunal de la Santa Inquisición, el Obispo y la Santa Cruzada". Viera y Clavijo, que el nombre de Gran le venía, entre otras razones, por "la dignidad de capital". Sin que pueda hablarse de una capitalidad administrativa como la entenderíamos hoy, pues cada isla tenía su propio Cabildo o Concejo y su propio Gobernador (o Corregidor, según la época), albergar las citadas instituciones daba a Gran Canaria una innegable centralidad: "verdadero centro estratégico del realengo canario", según Roldán Verdejo. Cuando se instituyó el cargo de Capitán General en 1589, se le indicó que "la isla de la Gran Canaria (…) ha de ser vuestra principal residencia". Los Capitanes Generales se establecieron en Tenerife desde mediados del siglo XVII, pero no se dejó de señalar (como, por sus particulares razones, lo hizo el Intendente Ceballos en 1720, en petición dirigida al Rey), que debían volver a Las Palmas, ya que eran presidentes de la Real Audiencia. El jesuita granadino Mathías Sánchez, que vivió en las islas entre 1729 y 1736, decía que La Laguna sería sin duda la mejor población del Archipiélago, "a tener los Maiorazgos de la Orotava, y los Tribunales de la Gran Canaria".

La crónica Ovetense se intitulaba "Libro de la conquista de la ysla de gran Canaria y de las demas Yslas della". La circunstancia de que Canaria hubiese dado nombre al resto de las islas y fuese el asiento de las instituciones que tenían jurisdicción sobre todo el Archipiélago fue el fundamento para que cronistas e historiadores dieran a sus obras el título de Historias de las Islas de Canaria (Marín de Cubas, Pérez del Cristo, Pedro Agustín del Castillo, Viera y Clavijo), o de la Gran Canaria (Viana, Abreu Galindo, Núñez de la Peña). Esa dependencia, jurisdiccional y en cuanto a la denominación, no significaba superioridad material. Núñez de la Peña, exaltando la prosperidad de su isla, escribía: "Es la isla de Thenerife, la mayor, y mas poblada de las de Canaria, y mas rica […]. Està esta isla en medio de todas, como madre; y si Canaria lo es en el nombre, esta de Thenerife lo es en las obras". Pero no se quiera ver "pleito insular" antes de tiempo.

Los nombres de Canaria y de Gran Canaria se usaban indistintamente. Que se empleara la expresión Gran Canaria no significa que se hubiese abandonado el nombre primitivo de Canaria, sino que uno y otro alternaban, incluso en un mismo texto. Los dos nombres, Canaria y Gran Canaria, aparecen en todas las versiones de las crónicas isleñas de su conquista, así como en los cronistas peninsulares y en los historiadores. Colón, en su Diario, al describir todo el episodio de cómo han de llevar La Pinta a tierra, para reparar su timón, escribe unas veces Gran Canaria y otras Canaria. En el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España de Pascual Madoz (1848-1850), en la voz Gran Canaria se dice que es una de las siete islas, remite a "Canaria (Gran)", y emplea a lo largo del texto fundamentalmente el nombre de Gran Canaria, particularmente al tratar de los topónimos correspondientes a esta isla.

En el uso de una u otra denominación no había ninguna diferencia que respondiera a cuál fuese la isla desde la que se hablara o escribiera: en 1515, justificando el Cabildo de Tenerife la solicitud del título de ciudad para La Laguna, aduce que es "mayor pueblo mucho que la ciudad real de Las Palmas en Gran Canaria"; en un contexto ya de pleito insular, José Murphy se dirige tanto a la Junta Suprema de Sevilla como a la de Canarias escribiendo Gran Canaria cuando se refiere a ella.

La denominación Canaria era más popular y cotidiana, y la de Gran Canaria más oficial. Se ha escrito que el Gran no es "legal", pero sucede justamente lo contrario: Gran Canaria es expresión más oficial o solemne, y así aparece habitualmente en disposiciones normativas, edictos, nombramientos o proclamas: cartas episcopales, concesión del Fuero a la Isla; creación de la Real Audiencia; nombramiento del primer Capitán General; o en la mayoría de las cartas, órdenes o incitativas dirigidas a sus gobernadores. Por no hablar, naturalmente, de los textos legales contemporáneos. Pero también encontramos que en aquéllos documentos oficiales del pasado se decía Canaria; como sucedía (el uso de una u otra fórmula) en los protocolos notariales. Hay que tener en cuenta en cualquier caso que con la voz Canaria se estaba haciendo referencia, muchas veces, a la ciudad de Las Palmas, también designada de esa manera.

Probablemente el término Canaria fuera más frecuente en textos privados, en la conversación diaria o en declaraciones personales, como cuando alguien decía que era de esa isla, o que se dirigía a ella. Ejemplos tomados de una obra del profesor Anaya: entre los cautivos canarios que en Berbería daban su filiación, ante el escribano de la redención, la mayoría de los de la isla decían que eran de Canaria; otros, que de Gran Canaria; uno, "de las Canarias, de la grande"; y en otro caso (de 1646) que "de la isla de Canaria cabeza de todas las siete islas".

También en la cartografía antigua aparecen indistintamente Canaria y Gran Canaria. En contra de lo que se ha afirmado -incluso con repercusiones políticas y manifestaciones de alguna autoridad-, la isla en cuestión era designada antes del siglo XX de los dos modos. Sirva de muestra, casualmente equitativa, la de los mapas exhibidos en la Exposición "Las Islas Canarias y de Cabo Verde en la Cartografía. Siglos XVI-XIX", celebrada en el antiguo Convento de Santo Domingo de La Laguna en junio-julio de 2008. Consultando su Catálogo advierto que aparecen con el nombre de Canaria los mapas de 11 cartógrafos, y con el de Gran Canaria otros 11 (Hondius, Bertius, Claesz, Goos, Keulen, De Witt, Pierre Du Val d'Abbeville, Halley, Jefferys, Baldwin and Cradock, y Thomson). Varela Ulloa pone en su mapa Canaria, pero en el texto de su Derrotero… escribe Isla de Gran Canaria (y también Canaria); Nicolás Sanson d'Abbeville, Isle Canarie ou Grande Canarie; tres más fueron para mí ilegibles, incluso con lupa: los mapas de Borda, Tofiño y Tallis. No soy un buen conocedor de la cartografía histórica del Archipiélago, pero podría añadir una docena más de mapas en los que la isla aparece nombrada como Gran Canaria, desde el más antiguo conocido, el de 1460 de la Biblioteca Ambrosiana de Milán (según Tous Melián). Naturalmente, sería posible citar otros tantos, o más -no lo sé-, en los que figure con el nombre de Canaria; lo que no hace sino poner de relieve lo inútil que resulta citar textos, grabados o mapas en los que aparezca una u otra denominación, pues, como venimos repitiendo, ambas coexistían.

Con el tiempo, sobre todo en el siglo XX, se ha impuesto Gran Canaria. Hoy los textos oficiales, la literatura científica, la cartografía, la prensa, la información turística, la documentación mercantil y, lo que es más importante, la gente, la llaman unánimemente Gran Canaria. Ello a mí no me produce ningún tipo de complacencia, ni lo contrario: sólo lo constato. En mi infancia aún se decía Canaria (bien cierto es que ya sonaba antiguo, o más propio de ambientes populares o menos cultos), y canarios a sus habitantes (canarión era una voz inexistente). Los que no empleaban la expresión Canaria a menudo decían (o decíamos) Las Palmas para referirse a la isla y no sólo a su ciudad capital. En mi particular, y discutible, opinión, lo que finalmente ha ocurrido ha sido un triunfo de lo "oficial" y de los mass media; pero así ha sucedido con tantos vocablos y expresiones.

Desde la idea de que ninguna isla sea superior a otra, sin pretender reivindicar nada (ni del pasado, ni del presente), sin ninguna parcialidad -si se me quiere creer-, pienso que Gran Canaria no es más que un nombre que la Historia nos ha dejado. Pero nada menos que eso, también.




(Entrada núm. 1147) .../...

sábado, 9 de mayo de 2009

9 de Mayo. Día de Europa

En enero de 2005 pronuncié en Las Palmas un discurso en defensa del proyecto de Constitución Europea que pocas semanas más tarde se sometería a referéndum. Como conclusión del mismo cité unas premonitorias palabras del escritor francés Víctor Hugo pronunciadas en 1848 que dicen así: "Llegará un día que todas las naciones del continente, sin perder su idiosincracia o su gloriosa individualidad, se fundirán estrechamente en una unidad superior y constituirán la fraternidad europea. Llegará un día que no habrá otros campos de batalla que los mercados abriéndose a las ideas. Llegará un día en que las balas y las bombas serán sustituidas por los votos". Hoy, a pesar de todo, sigo creyendo que ese sueño merece la pena. No dejemos que el escepticismo y la desconfianza secuestren de nuevo la esperanza. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)





http://www.museothyssen.org/thyssen/img/obra912/museo_thyssen_g_793_193.jpg
El rapto de Europa, de Simon Vouet (c. 1640)
Museo Thyssen-Bornemisza (Madrid, España)




Imágenes:
(1) El rapto de Europa, de Simon Vouet, en:
http://www.museothyssen.org/thyssen/img/obra912/museo_thyssen_g_793_193.jpg




(Entrada núm. 1145) .../...

miércoles, 6 de mayo de 2009

Paradoja irresuelta




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Aquiles persiguiendo a la tortuga



El Diccionario de la Real Academia Española da la siguiente definición del término "paradoja": Del latín "paradoxus", y este del griego "παράδοξος": 1. Idea extraña u opuesta a la común opinión y al sentir de las personas; 2. Aserción inverosímil o absurda, que se presenta con apariencias de verdadera; 3. Figura de pensamiento que consiste en emplear expresiones o frases que envuelven contradicción. Mira al avaro, en sus riquezas, pobre

En el siglo IV a.C., el filósofo griego Zenón de Elea (1), se hizo famoso planteando una serie de paradojas. Una de las que más interés despertó durante siglos fue la de "Aquiles y la tortuga" (2). Dice así: Aquiles, llamado "el de los pies ligeros" y el más hábil guerrero de los Aqueos, quien mató a Héctor, decide salir a competir en una carrera contra una tortuga. Ya que corre mucho más rápido que ella, y seguro de sus posibilidades, le da una gran ventaja inicial. Al darse la salida, Aquiles recorre en poco tiempo la distancia que los separaba inicialmente, pero al llegar allí descubre que la tortuga ya no está, sino que ha avanzado, más lentamente, un pequeño trecho. Sin desanimarse, sigue corriendo, pero al llegar de nuevo donde estaba la tortuga, ésta ha avanzado un poco más. De este modo, Aquiles no ganará la carrera, ya que la tortuga estará siempre por delante de él.

No soy Zenón de Elea; a lo sumo, un aprendiz de todo, que no domina ni tan siquiera los rudimentos de la ciencia matemática, pero me gustaría plantearles a ustedes (y especialmente a mi amiga y vecina, Inés, que es de "Ciencias") una paradoja que me suscité a mi mismo hace mucho tiempo, y que no he sabido resolver. Es la siguiente: Un niño nacido en el año 2000, considerando que el plazo de tiempo entre una una generación y otra fuera de 25 años. tendría 2 padres que habrían nacido en 1975, sus 4 abuelos en 1950, los 8 bisabuelos en 1925 y sus 16 tatarabuelos en 1900.

Con esa progresión geométrica, en 1800 sus ascendientes directos serían 256; en 1700, 4096; en 1600, 65.536; en 1500, 1.049.376; en 1400, 16.790.016; en 1300, 268.640.256; en 1200, serían 4.301.444.096; y en 1100, ¡ni les cuento!... Es imposible de todo punto que entre los años 1175 y 1200 de nuestra era hubieran vivido en nuestro mundo 4.301.444.096 seres humanos, antecedentes directos de ese niño nacido en el año 2000 d.C. Es, evidentemente, una paradoja, pero... ¿alguno de ustedes puede explicarme dónde está el error? Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)




Notas:
(1) http://es.wikipedia.org/wiki/Zen%C3%B3n_de_Elea
(2) http://es.wikipedia.org/wiki/Paradojas_de_Zen%C3%B3n


Imágenes:
(1) Aquiles y la tortuga, en:
http://lasteologias.files.wordpress.com/2008/10/aquiles-tortuga.jpg




(Entrada 1142) .../...

sábado, 2 de mayo de 2009

Mayo

Escribo desde la euforia contenida y respetuosa, como no podía ser menos, de ese inolvidable 2-6 del Barcelona al Real Madrid en su casa que, casi, ha decidido la Liga 2008-2009. No comienza mal el mes de mayo, un mes especial, sin duda. Lleno de recuerdos entrañables y reminiscencias infantiles. La primera de todas el de ese "Venid y vamos todos con flores a porfía, con flores a María, que madre nuestra es"... Y el de las Primeras Comuniones, la propia y las de los hijos. Pero la edad de la inocencia pasa inexorablemente con los años y como el honor en los guardias civiles, una vez perdida, resulta imposible de recuperar. Y en otro mayo, aún sin entrar en la madurez, llegaron las escolares celebraciones patrióticas conmemorando las victorias de los aguerrido españoles sobre el temible ejército de Napoleón. Justamente hoy hace un año comentaba en el Blog que a mí el pasado no me producía melancolía o nostalgia. Que no era de los que dicen que "todo tiempo pasado fue mejor", pero, eso sí, que las conmemoraciones me ponían sentimental, quizá en exceso, a pesar de lo cual llevaba y sigo llevando una agenda bastante ordenada donde anoto los cumpleaños, onomásticas y aniversarios correspondientes a familiares, amigos, y acontecimientos que tienen o han tenido especial significado para mí, y que los paso de un año para otro a la nueva agenda. Justamente hoy hace un año veía en directo por Telemadrid los actos que se celebraban en el Ayuntamiento de Móstoles, con la presencia de la Familia Real al pleno, en conmemoración del bicentenario del famoso Bando de sus Alcaldes llamando a la rebelión del pueblo español frente a la ocupación francesa. Decía entonces que el aristócrata que lo redactó, Juan Pérez Villamil, y los alcaldes que lo suscribieron, Andrés Torrejón y Simón Hernández (Móstoles era en 1808 una localidad de no más de cien vecinos) no fueron conscientes de la trascendencia que ese Bando tuvo en la historia posterior de la Guerra de Independencia. Reelaborada o no esa historia con posterioridad, su llamamiento a la insurrección prendió una mecha que dio paso a un sentimiento nacional que no existía hasta ese momento, y que cuatro años más tarde daría lugar al nacimiento de la Nación española y a la primera Constitución liberal de Europa. Hoy, un año después me ha dado por pensar en los sucesos que ocurrieron en Madrid en mayo de 1808, y no tengo muy claro de haberme encontrado en ese momento y en ese lugar, que hubiera hecho yo. ¿Me hubiera puesto del lado de las gentes de orden, afrancesados en su mayor parte, horrorizados por el tumulto del populacho? ¿De parte de esos madrileños cabreados por la chulería de los gabachos y el secuestro de lo que quedaba de la Familia Real y su traslado a Francia? ¿O como hicieron la mayoría de los madrileños me hubiera quedado en casa, asustado, y viéndolas venir?... Unos años más tarde, con la madurez recien estrenada, me acometió el fervor revolucionario desatado por las revueltas estudiantiles de mayo del 68 en Estados Unidos y en Francia. Lo recordaba también en el Blog al inicio del mes de mayo del pasado año: En mayo del 68 yo tenía 22 años y era completamente feliz. El año anterior había terminado mi primera titulación universitaria, tenía un buen trabajo, me había traslado a vivir de Madrid a Gran Canaria, me había casado con una compañera de trabajo que sigue siendo aún la compañera de mi vida y que pocos meses más tarde me haría padre de mi primera hija, y a cubierto de todo temor, asistía emocionado, a las revueltas estudiantiles de Berkely, en California, y de otras universidades europeas que culminaron con la asonada casi revolucionaria de los estudiantes franceses de París que a punto estuvieron de acabar con la V República. No estuve allí, pero casi. Al menos en espíritu, sí... De todo lo que se contó, se supo, se fabuló sobre Mayo del 68, me quedé con dos anécdotas: La primera, la película "Soñadores" (2003), de Bernardo Bertolucci, con una sensacional y espléndida Eva Green, de la que ya he escrito en este blog con anterioridad; la segunda, el lema oficioso de la revuelta estudiantil, promulgado en la Universidad de la Sorbona por un genial publicista anónimo provisto de un aerosol: "Sous les pavés, la plage" (Debajo de los adoquines, está la playa)... La playa no apareció, pero los adoquines sirvieron para levantar una barrera infranqueable para la policía antidisturbios. Y cuando todo terminó, nunca más fueron repuestos... Por si acaso... ¿Qué queda en nuestra juventud del espíritu de Mayo del 68?: Me temo que nada, o más bien poco... Pero aun visto desde lejos, fue precioso. Mayo es también el mes en que celebramos el Día de Europa (el próximo día 9). Una Europa que no pasa por su mejor momento pero a la que muchos (yo, entre ellos) seguimos soñando fuerte y unida en su diversidad. Y también el Día de Canarias (el 30 de mayo), de una Canarias que nos parece imposible de vertebrar políticamente y que se debate entre el esperpento y la tragicomedia de una clase política y un gobierno inoperantes, incompetentes y desvergonzados. Pero esas son otras historias y ya hablaremos de ellas, al menos así lo espero, en su momento... Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt) http://www.elpais.com/recorte/20090502elpepudep_20/XLCO/Ies/20090502elpepudep_20.jpg Sergio Ramos y Henry, disputan un balón en el partido de hoy Imágenes: (1) Sergio Ramos y Henry disputan un balón en el partido de hoy, en: http://www.elpais.com/recorte/20090502elpepudep_20/XLCO/Ies/20090502elpepudep_20.jpg (Entrada núm. 1141) .../...

miércoles, 29 de abril de 2009

Gran Canaria, la triple vergüenza y el 29 de abril

Con la rendición del último reducto de resistencia indígena que se había hecho fuerte en el Sitio de Ansite, y la entrega a los castellanos de las princesas Abenohara, Masequera y Tenesoya, el 29 de abril de 1483 se daba por concluida en el Real de Las Palmas la conquista y pacificación de Gran Canaria por la Corona castellana. Era una derrota en toda regla de la población aborigen, que desde 1478 había defendido con valentía e indomable coraje la independencia de su isla.

Durante 500 años el 29 de abril y el 8 de septiembre (Festividad de Nuestra Señora del Pino, patrona de la isla) fueron las festividades mayores de la isla de Gran Canaria. Civil y patriótica, la primera; religiosa y popular, la segunda. Restaurada la democracia, la primera dejó de celebrarse con la complicidad de una derecha oligárquica a la que le recordaba su vinculación con los fastos del franquismo, de una izquierda que se avergonzaba de "celebrar" una derrota, y de un nacionalismo bananero que repudiaba, y sigue repudiando, todo aquello que le relacione con España.

Allá ellos. Me da igual que me consideren un reaccionario. Será por la condición natural de mi familia, formada por descendientes de judíos conversos, castellanos-viejos, canarios de origen e italianos de la diáspora, que la pureza de sangre me la refanfinfla. Para mi, el 29 de abril seguirá siendo la fecha en que Gran Canaria entró por la puerta grande en la Historia. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)





http://www.viajesfotos.com/albums/EA-Gran-Canaria/Roque-Nublo/Roque-Nublo-Gran-Canaria-01.jpg
El Roque Nublo (Gran Canaria) con el Teide (Tenerife), al fondo





Imágenes:
(1) El Roque Nublo, símbolo de Gran Canaria, en:
http://www.viajesfotos.com/albums/EA-Gran-Canaria/Roque-Nublo/Roque-Nublo-Gran-Canaria-01.jpg





http://img227.imageshack.us/img227/4351/z19jy8.jpg
Bandera de Gran Canaria, Las Palmas




Símbolos de Gran Canaria:
(1) Escudo de Armas de Gran Canaria, en:
http://simbolosdecanarias.proel.net/xtras/images/img/gran-canaria_escudo.png
(2) Bandera de Gran Canaria, en:
http://img227.imageshack.us/img227/4351/z19jy8.jpg
(3) Himno Oficial de Gran Canaria, en:
http://www.youtube.com/watch?v=w02hFMo9b2A





http://simbolosdecanarias.proel.net/xtras/images/img/gran-canaria_escudo.png
Escudo de Armas de Gran Canaria




(Entrada núm. 1140) .../...

lunes, 27 de abril de 2009

Vida de reyes

Es cierto. No suele faltarles de nada. Lo tienen todo, o casi todo, resuelto materialmente hasta el fin de sus días, y cuando eso llega, les sepultan en un precioso panteón (1) de mármoles rojos bajo el altar mayor de la Basílica de San Lorenzo de El Escorial... Eso es vida, y lo demás cuento...

La escritora Elvira Lindo (2), la "mamá" del entrañable y repelente Manolito "Gafotas", estuvo el pasado día 23 en la comida que los reyes de España ofrecieron en el Palacio Real de Madrid a Juan Marsé, premio Cervantes 2008, y a un centenar de invitados más. Ayer, Elvira Lindo dejó una crónica de esa comida en la revista Domingo, el suplemento semanal de El País.

¿Cómo será la vida si no puedes mantener una conversación maliciosa con un desconocido?, se pregunta la escritora. ¿Cómo vivir sin la pequeña maldad o sin esa confidencia temeraria a la que uno se atreve cuando se han bebido dos copas? ¿Cómo soportar que los demás no se comporten nunca contigo de manera natural? No le gustaría vivir así, confiesa, Y añade que aunque sabe que la van a llamar reaccionaria por ello, o lo que es peor, cursí, siente pena por los reyes; y que no quiere esa vida para ella.

Algunos dirán que si tan mal lo pasan, que se vayan. Bien, es una opción. Pero tengo la impresión de que con simplezas como esa dejamos en el aire la verdadera cuestión: Si tan inútiles, gorrones y parásitos resultan para el país, ¿por qué la Corona (3) es la institución política mejor y más valorada por los ciudadanos?... Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)





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Los reyes de España




Notas:
(1) http://www.fuenterrebollo.com/Sala-Reyes/panteones-escorial.html
(2) http://es.wikipedia.org/wiki/Elvira_Lindo
(3) http://www.casareal.es/

Fotos:
(1) Los Reyes de España, en:
http://farm3.static.flickr.com/2210/1822140911_3923b5944b.jpg
(2) La escritora Elvira Lindo, en:
http://www.madeingreen.com/es/images/amigos/ElviraLindo.jpg
(3) Real Monasterio de El Escorial, Madrid, en:
http://www.madridpedia.com/files/fotografias/monasterio-de-san-lorenzo-de-el-escorial-patrimonio-de-la-humanidad.png




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La escritora Elvira Lindo




"AIRES DE GRANDEZA", por Elvira Lindo
Domingo, 26/04(09

Aires de grandeza. Eso es lo que debo tener, pienso, mientras miro al Rey, que preside la mesa en la que como, y siento compasión por la vida que le ha tocado vivir. Supongo que para los detractores de la Corona, esta sensación mía es un insulto al pueblo, ya que se supone que los Reyes son seres que sólo viven para acumular privilegios; supongo que también para él, para el mismo Rey, sería humillante si supiera que esta mujer que le observa desde el otro lado de la mesa siente algo parecido a la lástima por él. Alargo el cuello, hago la grúa, y la miro a ella, a la Reina, la veo afirmar con la cabeza, sonriente y con más atención que su marido, que a veces tiene la mirada brumosa; entonces, otra compasión del mismo calibre que la anterior me invade. No tengo a nadie a quien confesárselo; creo que en esta mesa de 100 personas que celebramos el Cervantes concedido a Juan Marsé no habría casi nadie que pudiera compartir estas ideas que rumio. Unos pensarían que sentir pena de los Reyes es reaccionario, cursi o de una inaceptable humanidad. ¡Pero no puedo evitarlo! Sé que ahora mismo hay mendigos de solemnidad ahí abajo en la plaza de Oriente, en el interior de los enormes setos que adornan el parque. Sé que hay casi cuatro millones de parados, inmigrantes sin papeles, mileuristas sin esperanza. Sé que hubo un culebrón, los ricos también lloran. Sé que los intelectuales miran las lágrimas de los Reyes con ironía. Bien. Sin embargo, yo, viéndolos a ellos, experimento de una, a lo bestia, toda la fortuna de mi vida: la fortuna de no cargar sobre mis hombros con un destino familiar del que no poder zafarme; la alegría de no ser el centro allí donde vas; la ligereza de caminar por donde me da la gana; la libertad de poder expresar mis ideas sin que se cuestione mi derecho a hacerlo; el alivio de no tener que hacer el rendez-vous a mandatarios extranjeros, el coñazo de los viajes, el coñazo de los bailes regionales en todos los aeropuertos. ¡Ja! No es que la desgracia ajena me haga sentir bien, aunque también. Me veo aquí, sentadita en palacio: cuando quiero, hablo con mis compañeros de mesa; cuando no, me quedo mirando la impresionante mampostería del techo. Cuando este palacio fue de verdad habitado, los reyes habrían de notar el runrún de los habitantes de los pisos superiores, de todo ese batallón de operarios, modistillas, criados, lavanderas, que asistían a la monarquía y formaban una especie de pueblo interior, un Madrid dentro de Madrid, con pasillos concurridos como si fueran calles. Tendría que oírse. Tal vez sería un lejano rumor, como el ruido de las correrías de los ratones en las buhardillas de los pueblos. Ellos ya no viven en este palacio inabarcable, pero viven en otras casonas, igualmente pertrechadas por vigilantes, ajenos física y humanamente a la gente que anda por la calle con las manos en los bolsillos. Me causa extrañeza esa vida, sí. ¡Con lo que a mí me gusta andar con las manos en los bolsillos! Miro al Rey. Muchos adjetivos le adornan, algunos muy sabidos: socarrón, campechano, simpático. Hago la grúa y miro a la Reina: atenta a las palabras de otros, discreta (algunos dirán que ese adjetivo se malogró este año). Imagino la de días en los que tienen que asistir a actos como éste. Se supone que este acto debiera ser un poco más sexy por el hecho de estar protagonizado por gente del mundo del libro. Pero no, nosotros podemos ser tan aburridos como cualquiera, o incluso más, porque forma parte de nuestra esencia mostrar desprecio y distancia, aunque lleguemos a ponernos paranoicos si no se nos invita. Nadie mejor que Alan Bennett ha descrito esa pose cejialta en aquel libro del que ya escribí, Una lectora poco común. Por lo que a mí respecta, estoy disfrutando, disfruto de ver el palacio por dentro, de zascandilear, de escuchar algún chisme, de saberme espectadora, sin más. Sobre todo, disfruto de lo que es una excepción en mis sobremesas. No podría aguantar que esto se repitiera más de un día al año. Para el café, pasamos al salón contiguo. Ésta es la parte relajada, me dice alguien, en la que ellos pueden departir con autores, editores y directores generales. Ah. Desde mi rincón, les veo, efectivamente, moverse de un grupo a otro. Los príncipes sostienen una atención más enérgica, más juvenil, como si la batería estuviera al máximo, pero en ellos se nota el cansancio de siglos, de su sangre y la de sus antepasados. ¿Cómo será la vida si no puedes mantener una conversación maliciosa con un desconocido? ¿Cómo vivir sin la pequeña maldad o sin esa confidencia temeraria a la que uno se atreve cuando se han bebido dos copas? ¿Cómo soportar que los demás no se comporten nunca contigo de manera natural? ¿Acaso no perciben que según se acercan a un grupo se hace un silencio, se tensan las sonrisas, se fuerzan las amabilidades? Al día siguiente, antes del gustoso ronroneo en mi siesta Amarentiemposrevueltos, veo el telediario; ahí están de nuevo, con una delegación india. Indios o escritores, tanto da. Un aburrimiento. Me imagino en su lugar, ya por la noche, en la soledad de su cuarto o de sus cuartos. Seguro que yo me pondría a fantasear con la república. Pero yo, ya digo, tengo aires de grandeza.




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Real Monasterio de El Escorial, Madrid




(Entrada núm. 1138) .../...

domingo, 26 de abril de 2009

Rajoy y la crisis

Es cierto el proverbio que dice que una imagen vale más que mil palabras... Lo saben sobre todos los humoristas gráficos, seres capaces de plasmar la compleja realidad en una sola viñeta. En España los hay geniales. Uno de ellos, Forges, lo hace hoy en El País con una que refleja con sensacional visión y mala leche lo que muchos españoles pensamos sobre el señor Rajoy y su partido en el dramático asunto de la crisis que nos afecta: sencillamente, que no tienen vergüenza, ni por supuesto, recetas que ofrecer. Sean felices a pesar de todo. Y disfruten del domingo. Tamaragua, amigos. (HArendt)


















Forges (El País, 26/04/09)




Entrada 1136 (.../...)

jueves, 23 de abril de 2009

¡Eureka!

¡Eureka!... "La literatura, desde los tiempos de Homero, sólo es el regreso a los lugares en que perdimos el corazón." Estaba buscando algún comentario original para conmemorar el día de hoy, 23 de abril, Día de las Letras Españolas y aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes. Una frase emotiva que resumiera el placer que proporciona el leer buena literatura. Lo encontré en el último párrafo del artículo con el que el escritor Gustavo Martin Garzo ("El embrujo de Juan Marsé", El País, 23/04/09) homenajea a su homólogo Juan Marsé (1), que hoy recibe el Premio Cervantes de manos del Rey. Leánlos (a Martín Garzo, y por supuesto a Juan Marsé; yo sólo soy un mensajero...) Disfrútenlos. Y sean felices, por favor. Y si quieren, terminen el día con la lectura de una de las más famosas novelas de nuestro Premio Cervantes: "Últimas tardes con Teresa", pueden descargarla aquí (2), gratis y legalmente. No me dan las gracias; es un placer. El discurso de Juan Marsé en el acto de recepción del Premio Cervantes pueden leerlo aquí (3). Y el "especial" de El País sobre el Día del Libro y los Premios Cervantes, en ésta (4) dirección electrónica. Tamaragua, amigos. (HArendt)


Notas:
(1) Página electrónica de Juan Marsé, en:
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/marse/index.htm
(2) "Últimas tardes con Teresa", en:
http://www.bibliotheka.org/?/ver/24700
(3) Discurso del escritor Juan Marsé con motivo de la recepción del Prmeio Cervantes, en:
http://www.elpais.com/elpaismedia/ultimahora/media/200904/23/cultura/20090423elpepucul_1_Pes_PDF.pdf
(4) Página especial de El País con dedicada al Día del Libro y los Premios Cervantes, en:
http://www.elpais.com/especial/dia-del-libro/premios-cervantes/

Imágenes:

(1) El escritor Juan Marsé, en:
http://www.gonzalobarr.com/blog/wp-content/uploads/2008/12/juan_marse.jpg
(2) Portada de "Últimas tardes con Teresa", en:
http://www.lalibreriadejavier.com/wp-content/uploads/2008/12/ultimas-tardes-con-teresa.jpg





http://www.gonzalobarr.com/blog/wp-content/uploads/2008/12/juan_marse.jpg
El escritor Juan Marsé, Premio Cervantes




"EL EMBRUJO DE JUAN MARSÉ", por Gustavo Martín Garzo.
El País, 23/04/09

Los personajes de sus novelas poseen la falta de orgullo y la capacidad redentora de los antiguos héroes, ese viejo idealismo que se opone a la penosa realidad del presente. Marsé recibe hoy el Premio Cervantes. En la literatura española no hay grandes historias de amor. Ni siquiera Don Quijote de la Mancha o La celestina lo son. Don Quijote sustituye el mundo real por el de los ideales, y para Calixto su encuentro con Melibea no implica mucho más que la satisfacción de una necesidad fisiológica. Esta segunda tendencia es la que triunfa tristemente en nuestra literatura desde la picaresca, y se prolonga hasta bien entrado el siglo veinte. Hay excepciones, y sin duda la más decisiva es Galdós. Él fue el creador de Fortunata, el personaje femenino más inolvidable de nuestra literatura. En un mundo tristemente lastrado por las ideas más rancias, es Fortunata quien formula el mandamiento esencial del amor: que nada que tenga que ver con él es pecado. Son muchas las cosas que unen a Juan Marsé y a Benito Pérez Galdós. Su visión pesimista del ser humano, su capacidad para situarse en el lugar de la derrota y el fracaso de los ideales, y el que sus novelas sean algo así como un gran almacén de las emociones humanas. Pero, sobre todo, la facilidad con que sus personajes se desplazan del mundo real al mundo de los sueños. Es esta cualidad la que les hace tan sensibles a lo amoroso, que siempre tiene que ver con la ensoñación. Y los personajes más inolvidables de Marsé, el Java de Si te dicen que caí, el Pijoaparte de Últimas tardes con Teresa, la Susanita y Daniel de El embrujo de Shanghai, no dejan de fantasear acerca de los demás o de sí mismos, ni de confundir el mundo real con el de sus sueños. Sobreviven contándose historias, pero la ficción no es sólo para ellos una forma de evadirse de un mundo degradado, en que predomina la violencia y la represión, sino la posibilidad de salvar las verdades más hondas de lo que son. En cierta forma, todos ellos son artistas, seres imaginativos y soñadores, dotados de una rara capacidad para comprometer a los demás con sus fantasías y de dar a sus acciones un sentido artístico de descubrimiento. Octavio Paz dijo que la poesía vuelve habitable el mundo, y es lo que hacen los impenitentes fabuladores que pueblan el mundo de Marsé, transformar el degradado paisaje en que viven en un paisaje moral. Tal vez por eso, los dos pilares básicos de este mundo son el regreso del héroe y la reivindicación del amor y de la amistad. En las novelas de Marsé el protagonista siempre busca algo que perdió y quiere recuperar, algo que tiene que ver con ese viejo idealismo que se opone a la penosa realidad del presente. Sus personajes poseen esa falta de orgullo y esa capacidad redentora de los antiguos héroes. Son hombres cansados o muchachos confusos que viven entre la inmundicia, o pobres mujeres a las que la vida ha condenado a la soledad y la degradación, pero en los que aún late esa antigua capacidad del corazón humano para conmoverse ante la luz y el brillo del mundo. Es esta búsqueda de los lugares encantados del pasado la que les hace vivir. Tal vez por eso a todos nos gustaría ser como ellos, pues por muy derrotados y tristes que nos parezcan en los personajes de Marsé siempre hay una honda conexión con la vida y la belleza, con ese mundo de los "primeros deslumbramientos" que no dejamos de buscar. Se ha escrito mucho sobre Marsé, sobre su capacidad para mezclar en sus novelas lo popular y lo culto, la literatura y la política, el folletín con la sociología, el sarcasmo con la piedad, lo grotesco con lo lírico; pero suele olvidarse que ese alarde técnico, esa búsqueda incontestable de fluidez y de totalidad, encubre una clara voluntad transfiguradora. El misterio de Marsé es cómo consigue que sus personajes abandonen el libro que estamos leyendo para vivir a nuestro lado como si hubieran salido de un cuento. Y no hay mejor ejemplo que Últimas tardes con Teresa, donde la pareja protagonista, más allá de lo que en principio cabe esperar de ellos, vive su amor ante nuestros ojos como esos grandes amantes de la literatura cuyas palabras y gestos nunca podremos olvidar, pues pertenecen al mundo antiguo del mito. Porque Últimas tardes con Teresa es sin duda una de las novelas de amor más hermosas escritas jamás en nuestra lengua. Antes he hablado de Galdós pero tal vez con el que habría que comparar a Marsé es con Scott Fitzgerald, por su capacidad para hacer de la literatura el espacio de la transfiguración. James Joyce llamó epifanías a esos instantes de encantamiento en que "la realidad se vuelve de pronto expresiva", y Marsé sólo escribe para dar cuenta de ellos. Eso es una epifanía, una pequeña explosión de realidad que hace del texto el lugar de la restitución. No es extraño que en el prólogo que escribe para su novela, diez años después de su publicación, se limite a hacer una lista apresurada de esos momentos encantados: la visión del pijama de seda de una niña o de las cofias y los delantales de una criada, dos manos unidas en un cementerio, o "el desorden de flores y besos que Teresa y Manolo dejan tras ellos en su última noche juntos, sobre el confeti de la calle en fiestas". Juan Marsé, como todos los grandes narradores, quiere llevarnos al lugar del milagro. El lugar donde los animales bajan a comer de las manos de los niños, donde los amantes se encuentran y donde se escuchan las voces de los muertos. Por eso sus historias se pueblan de seres tan extraños como inolvidables: pistoleros capaces de calentar la leche con sus manos, ancianos que detectan el olor de la muerte, muchachos de barrio que salvan el mundo con sus fantasías, fantasmas que deliran por los barrancos, niños que escuchan las voces de los desaparecidos, perros enfermos que siguen fielmente a sus amos, cojitas que se inventan flores que no pueden existir, mujeres hermosas que siguen brillando en la derrota como vírgenes en sus retablos de oro. Todos ellos cargan en su pecho un corazón demasiado grande con el que no saben qué hacer. Con el instinto de ese narrador eterno descrito por Benjamin, que entrega su propia vida a la tarea de contar, Marsé ha hecho arder una y otra vez la suave llama de sus historias. El resultado es una obra construida con materiales de derribo en la que misteriosamente siguen viviendo esas historias eternas que nos dicen que "los sueños juveniles se corrompen en boca de los adultos" y que en la vida real no caben todos los anhelos de nuestro corazón. Hay un momento en Lolita, la novela de Nabokov, que resume lo que acabo de decir. Lolita, casada y embarazada, le dice a Humbert-Humbert excusándose de haberle engañado con Vilty: "Tú destrozaste mi vida, pero él me rompió el corazón". Las novelas de Juan Marsé no hacen sociología, aunque sea posible reconstruir a partir de ellas tantas conductas de la época y del país en que fueron escritas; no hablan de vidas destrozadas, sino de corazones rotos, lo que es muy diferente. Él sabe que la literatura, desde los tiempos de Homero, sólo es el regreso a los lugares en que perdimos el corazón.





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Portada de "Últimas tardes con Teresa", de Juan Marsé




(Entrada 1135) .../...

miércoles, 22 de abril de 2009

23-F: Anatomía forense

Hace unos días polemizaba a través del correo electrónico con mi amigo, el periodista argentino Alberto Atienza, sobre el diferente criterio que debemos asumir ante el contenido de una obra pretendídamente histórica, y por tanto construida con rigor académico y objetividad, y el de otra obra construida como una historia novelada o una novela con ínfulas históricas.

Alberto vive en la ciudad de Mendoza, en el centro-oeste argentino y con el Aconcagua a la vista, y escribe en un interesante blog colectivo que lleva el nombre de "La 5ta. pata" (1), cuya lectura les recomiendo. La discusión, amigable como no podía ser menos, surgió con motivo del cabreo de mi corresponsal con el contenido de una novela del escritor escocés, Phillip Kerr, titulada "Una llama misteriosa" (RBA, Barcelona, 2009), relativamente publicitada en España, sobre el desembarco en la Argentina peronista de los años 50 de numerosos jerarcas nazis huidos de Europa tras el fin de la II Guerra Mundial, en la que se mezclan sucesos históricos con embarazos de Eva Perón por ex-generales nazis...

He recordado esta discusión a causa de la reciente publicación de una nueva novela del escritor catalán, y profesor de Literatura española en la Universidad de Gerona, Javier Cercas (2), sobre los sucesos del 23-F, que lleva el titulo de "Anatomía de un instante" (Mondadori, Barcelona, 2009). ¿Novela histórica o historia novelada? No la he leído, pero pienso hacerlo. De momento, he recogido dos comentarios recientes sobre ella, ambos elogiosos pero, como no podía ser menos, desde ópticas diferentes: la del historiador y profesor de la UNED, Santos Juliá, titulado "Mientras zumbaban las balas" (El País, 22/04/09), y la del escritor y periodista Jesús Ruiz Mantilla, con el título "23-F. El juicio de los hijos" (El País Semanal, 12/04/09). Se los reproduzco más adelante para que ustedes se formen su propia opinión. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)

P.S.: Hoy, Día del Libro, me he comprado "Anatomía de un instante", y ya lo estoy leyendo... (HArendt)


Notas:
(1) El blog "La 5ta. pata", en:
http://la5tapatanet.blogspot.com/
(2) Javier Cercas, en:
http://es.wikipedia.org/wiki/Javier_Cercas


Imágenes:
(1) El escritor Javier Cercas:
http://virutas.files.wordpress.com/2007/03/cercas.jpg
(2) Adolfo Suárez y Gutiérrez Mellado se enfrentan a los asaltantes:
http://www.nodulo.org/ec/2009/img/n084p21a.jpg
(3) El Tte.coronel, Antonio Tejero, irrumpe en el Congreso:
http://ve.kalipedia.com/kalipediamedia/historia/media/200707/12/hisespana/20070712klphishes_250_Ies_SCO.jpg





http://virutas.files.wordpress.com/2007/03/cercas.jpg
El escritor Javier Cercas




"MIENTRAS ZUMBABAN LAS BALAS", por Santos Juliá
El País, 22/04/09

Literatura e historia se unen en el nuevo libro de Javier Cercas sobre el golpe del 23-F. El autor rescata del mito, la mentira y la desmemoria aquel periodo en que lo único permanente era la improvisación.

Escribía hace años Juan Linz que la transición a la democracia, convertida en historia, en objeto de estudio científico, corría el riesgo de que, quienes no la vivieron, la consideraran "algo obvio, no problemático". Y tenía razón: el alud de libros, artículos, series de televisión, debates, coloquios, que cayó sobre ella fue creando una imagen en la que unos hombres procedentes del régimen y de la oposición habían tomado decisiones que con el apoyo de un pueblo ejemplar sirvieron para salir de la dictadura en un modélico ejercicio de moderación. A esta mirada, centrada en unas élites que se encuentran, negocian y acaban queriéndose, se añadieron sociólogos y politólogos que insistieron en lo natural del proceso, atribuyendo aquella moderación y buen espíritu a causas objetivas como el desarrollo económico de los años sesenta, el crecimiento de la sociedad civil, el auge de la clase media. La Transición, resumió Fabián Estapé, no la hizo Suárez, la hizo el Seiscientos, como diciendo: no hay que darle más vueltas; pasó lo que tenía que pasar.

Pero al cabo de muy pocos años, sobre este complaciente relato llovieron torpedos procedentes de los más diversos cuarteles. Así, cuando iban mediados los años noventa, la clase política se enzarzó en agrias disputas sobre el lastre franquista que la Transición nos habría dejado como herencia; departamentos de lenguas románicas de universidades americanas insistieron en la idea de un pacto maligno, determinado por el miedo, la aversión al riesgo, la cobardía y la traición a los ideales; militantes de la memoria histórica explicaron la historia por el silencio impuesto a una sociedad desnortada, presa de una amnesia colectiva; en fin, y por alargar la lista, para un buen plantel de historiadores, de aquí y de fuera, la Transición se redujo a una leyenda áurea, un mito inventado con el propósito de ocultar la única realidad: que todo cambió para que todo siguiera igual.

De modo que desde el Seiscientos del chiste hasta el bloque de poder del último estudio macizo sobre la Transición como mito, aquel carácter problemático evocado por Linz se ha ido evacuando por los sumideros de la memoria. Sin duda, no faltan quienes recogen y amplían lo mejor de los estudios de los años ochenta, como el excelente trabajo de Nicolás Sartorius y Alberto Sabio sobre el final de la dictadura. Pero entre la profusión de títulos sobre la mentira, el mito, la desmemoria, los pactos de silencio y olvido, las traiciones, la renuncia a la ruptura y demás maldades de la Transición, hemos perdido aquella sensación de incertidumbre, de ritmos espasmódicos, de dudas y riesgos, aquel no saber qué va a pasar mañana, un tiempo en que lo único permanente fue la improvisación. Entre la moderación trufada de consenso y el mito gestado para ocultar el miedo, va quedando como cubierto por un espeso manto de olvido todo lo que aquel tiempo tuvo de incertidumbre, lucha y aprendizaje.

Y cuando habíamos cambiado, como se cambian cromos, la aproblematicidad basada en teorías deterministas por otra construida sobre el mito, un nuevo relato de aquellos años golpea nuestra atención por su atrevimiento al colocar bajo potentes focos el instante en que confluyeron las conspiraciones y los equívocos que poblaron todos los días de aquellos años. Su autor ya había convertido en memorable otro instante, fruto del azar y de la piedad, en el que un soldado de la República descubrió en los últimos días de la Guerra Civil a un hombre acurrucado en un hoyo, le apuntó con su fusil, lo miró a los ojos, vaciló, dio media vuelta y se fue sin disparar, gritando a sus compañeros: no, por aquí no hay nadie. El hombre era Rafael Sánchez Mazas, un falangista; el soldado era un desconocido, ambos de carne y hueso; el que contaba la historia y la leyenda era un periodista de ficción en el que se disfrazaba un novelista, Javier Cercas. El instante, con su carga simbólica, era el anuncio del fin de la Guerra Civil.

Hoy no es la guerra, es la Transición, y el autor ha dejado caer su disfraz para presentarse en primera persona, con su documentación, sus dudas y sus conjeturas a cuestas. Y a este novelista, periodista, historiador, que tuvo dificultades para conversar de otra cosa que no fuera de política con su padre, antiguo falangista pasado por Acción Católica, le intriga un instante, también al borde de la muerte, también símbolo de la clausura de una época de tensión, de futuros inciertos y de presentes sembrados de trampas, mentiras y conspiraciones. Qué fogonazo iluminó la conciencia de aquel soldado de la República: ésa era la pregunta que guiaba la búsqueda del novelista; qué resorte interior, qué fuerza, qué coraje, qué sentimientos y recuerdos cruzaron por la mente de aquellos tres hombres -Suárez, Gutiérrez Mellado, Carrillo- que permanecieron sentados en sus escaños, inermes, mientras una turba armada de guardias civiles irrumpía en el Congreso y las balas comenzaron a zumbar sobre sus cabezas: ésta es la pregunta que anima ahora la búsqueda del historiador, que quiere saber algo más acerca de su padre y de la recusación que, cuando joven, sintió hacia su padre, o hacia lo que creyó que representaba su padre.

Lo hace con las armas de la literatura y de la historia. Las primeras, evidentes no sólo en el estilo, en las figuras del discurso a las que recurre con frecuencia, a veces con demasiada frecuencia: anáforas para reforzar gradaciones, quiasmos para expresar paradojas, por no hablar de otras aliteraciones y de las abundantes paráfrasis de que va sembrando aquí y allá su relato para expresar una duda, recalcar una sospecha, formular una conjetura, desarrollar una idea. Pero no se trata sólo de figuras retóricas, sino de la estructura del relato, con una acción que progresa en la tarde-noche del 23 de febrero de 1981, interrumpida por los flash-back que iluminan las biografías de estos tres hombres sentados en sus escaños del Congreso y de un cuarto hombre que, en la distancia del palacio de la Zarzuela, guarda hasta hoy el secreto de aquel día y de las conversaciones equívocas, irresponsables, de los días, semanas y meses que lo precedieron.

La anatomía del instante, junto a la indagación del sentido del gesto de estos tres héroes de la retirada erguidos en sus escaños, personalmente rotos y políticamente asediados por sus adversarios, que han conspirado para colocar en su lugar a una personalidad independiente, preferentemente un militar; pero también, o sobre todo, despreciados por gentes de sus propios partidos, que no aguantan más al chisgarabís falangista, al militar traidor o al comunista entregado, devuelve a los años de desmontaje de la dictadura y construcción de la democracia lo que nunca debió haber perdido: su singularidad, el momento excepcional que ocupa en la historia española del siglo XX, esa mezcla de audacia e incertidumbre, de aprendizaje del pasado y de echar al olvido el pasado, de coraje y miedo, de dos pasos adelante y uno atrás, de pesada carga de la herencia y frágil esperanza del futuro.

Hacía tiempo que no llegaba tan concentrado el fuerte olor de aquellos tiempos: héroes de la retirada, guiados por una ética no ya de la responsabilidad, sino de la traición, que desvelan en su postrer gesto político todo el sentido de un instante, solos frente a su pasado y su futuro, mientras sobre sus cabezas zumbaban las balas.

Y aquí habría acabado la historia si el autor no hubiera tenido la osadía de presentarnos a su padre en la ceremonia del entierro, todavía reciente. No es casual esta intromisión, como no lo era la del periodista, incansable hasta encontrar al soldado de la República. Entonces, Cercas simbolizaba en un instante de piedad el fin de una guerra; ahora, tras su largo viaje a las profundidades de la Transición, simboliza en otro instante, cuando ha terminado de desentrañar el significado del gesto de un comunista, un militar y un falangista que no se tiraron al suelo, la reconciliación del nieto de la guerra que es él con aquel niño que durante la guerra fue su padre. Y éste sí que es el fin de esta historia.





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Adolfo Suárez y Gutiérrez Mellado se enfrentan a los asaltantes (23/02/1981)




"23-F. EL JUICIO DE LOS HIJOS", por Jesús Ruiz Mantilla
El País Semanal, 12/04/09

Ese hombre solo, recostado con aparente tranquilidad en su escaño, puede que contemple la escena consciente de su gesto y puede que no. Un puñado de guardias civiles, pistola en mano, con un personaje al frente llamado Tejero, ha entrado en el Congreso para secuestrar la democracia y, casi sin mediar palabra, ha comenzado a disparar. Quizá él no se ha tirado al suelo, como casi todos, porque no tiene nada que perder. Porque ha sido abandonado por todos. Desde varios de sus colaboradores hasta el Rey, que no se inmutó cuando le presentó su dimisión. Quizá no ha capitulado porque al defender la dignidad de su cargo de presidente del Gobierno, todo el país, a partir de ese instante y pese a que en los días previos ha querido quemarlo en la hoguera, lo juzgará como un héroe.

Ese hombre, entre sombrío y decidido, desconcierta con la mirada, como en un duelo, la actitud de aquellos bárbaros uniformados que se han alzado en la tribuna de oradores con la dialéctica del ¡Se sienten, coño! y las ametralladoras. Pero no ha sido el único que ha permanecido sentado mientras tronaban los disparos. También lo han hecho su vicepresidente, el general Gutiérrez Mellado, y otro diputado, Santiago Carrillo, secretario general del PCE. Acaso las únicas dos personas que permanecieron junto a él hasta el final. Más que nunca en ese momento, cuando faltaban minutos para que lo dejara todo –se votaba la investidura de su sustituto, Leopoldo Calvo Sotelo–, pero él mismo no podía humillar esa encarnación de la soberanía popular metiéndose debajo de los bancos. Ya se habían ocupado de abaratar sus logros todos los demás conspirando en su contra. Desde el Ejército hasta la oposición, de la prensa a su propio partido, Unión de Centro Democrático (UCD), con varios de sus ministros incluidos. Por no hablar del mismo Rey, que durante meses había estado clamando a quien quisiera escucharle para que se lo quitaran de encima, según se desprende del último libro de Javier Cercas, Anatomía de un instante (Mondadori).

Pero ni aun así piensa tirarse al suelo. De esa forma, no. Bajo las amenazas del pistoletazo, no. Por la fuerza, no. “Porque no me daba la gana”, decía en una entrevista posterior. Para chulo él, listillo de Ávila, arribista en las postrimerías del franquismo y encantador de serpientes; guapetón, yerno perfecto para las suegras de toda España, tipo temerario y decidido. El mismo que hace días ha soportado la humillación de don Juan Carlos en La Zarzuela cuando aceptó sin rechistar su dimisión; el mismo que ha debido pasar el trago de aguantar cómo en su despacho, sin mirarle, sin pedirle que se lo pensara, sin hacer un gesto para frenar su decisión, el Monarca, sencillamente, ha llamado a su secretario y le ha dicho: Sabino, éste se va. Él, que hacía cinco años había confiado casi a ciegas en su instinto y su talento político para aniquilar el régimen y construir sobre sus ruinas una duradera monarquía parlamentaria que consolidase de nuevo a su dinastía…

El significado de ese momento ha dado pie a Javier Cercas para revisar los acontecimeintos que rodearon el 23-F en su nuevo libro. Sabe que va a dar que hablar porque se trata de una relectura generacional, distante, cruda y desprejuiciada de los hechos. La visión de una dinámica perversa y enloquecida que llevó al país hacia aquella tremenda equivocación. Un error que a punto estuvo de tirar abajo la todavía balbuceante democracia.

Fue una noche tensa. Horas con líneas de teléfonos al rojo vivo. Se jugaba una partida de póquer en los despachos, la calle y los cuarteles. Pero aquel precipicio estuvo en el ambiente durante meses. Era un clamor el descontento de los militares por la España de las autonomías, las cruentas campañas de ETA, la situación económica, la legalización del PCE y las reformas del Ejército. “Aunque éste no fue un golpe propiciado sólo por el descontento de los militares”, afirma mientras toma un café Javier Calderón, que entonces era hombre fuerte del CESID y años después escribió el libro Algo más que el 23-F, con su compañero Florentino Ruiz Platero.

Contra todo eso, el propio Suárez se encontraba impotente, acorralado, inerme. No hacía nada. Su actitud de encierro y resquemor alentaba a conspirar contra él a todos los niveles. La posibilidad de un Gobierno de concentración presidido por un general como Alfonso Armada no era una quimera para algunos, sobre todo para el propio Armada, hombre de ambición desmedida que se movía como una serpiente a todos los niveles. Ni siquiera era una locura para los propios socialistas que, en teoría, formarían parte de él y del que estaban prevenidos en una reunión que mantuvieron Armada y Enrique Múgica, número tres del PSOE, según relata Cercas en el libro.

“Claro que se sabía aquello. A mí me lo comentó el propio Rodríguez Sahagún, entonces ministro de Defensa. Era su principal preocupación”, asegura Alberto Oliart, que después del golpe ocupó también ese puesto y se encargó del juicio a los conspiradores. “Pero”, como comenta el propio Santiago Carrillo ahora, tranquilamente, fumándose un cigarrillo a sus 94 años en su casa, “una vez trasladas el poder a un militar, sabes que no va a dejarlo nunca”.

Aquello era una locura visto con distancia, pero no en mitad del meollo. La desgracia de Armada fue que esa noche coincidieron, por lo menos, dos golpes. El suyo, que le alzaría tras una increíble cadena de conspiraciones al poder más o menos por las buenas, y el de Tejero y su inspirador, Jaime Milans del Bosch, que tenían intenciones más cruentas. De hecho, el último había sacado los tanques por las calles de Valencia mientras el resto de mandos dudaban qué hacer, mostraban su lealtad a la Corona o esperaban órdenes no saben de quién.

La incapacidad de Armada de convencer a Tejero aquella misma noche para que le diera el mando e implantara la solución ansiada por él con un Gobierno de concentración lo echó todo por la borda. Según Carrillo, “Tejero montó el golpe, y Tejero se lo cargó”. Aquel hombre básico no podía consentir que después de habérsela jugado, Armada le ofreciera una salida digna en Portugal para él y para sus hombres y se diera entrada en ese futuro Gobierno a políticos socialistas, incluso comunistas. Ni la conversación telefónica de Tejero con Milans del Bosch en presencia de Armada, como relata Cercas, consiguió que diera su brazo a torcer. Ahí terminó todo.

¿Improvisación? ¿Ninguna planificación clara? Todo junto quizá. “Fracasó porque fue una auténtica chapuza”, comenta Calderón. Una chapuza que, pese a todo, “estuvo a punto de salir; eso es lo preocupante”, cree Cercas. Y una chapuza que precipitó la dimisión de Suárez…

De esa conversación en el Congreso de los Diputados hay testigos, pero no queda rastro. Cercas ha estado buscando las grabaciones que existen por varios sitios. Para llegar hasta ese desenlace ocurren muchas cosas. Primero, lo que él describe como la placenta del golpe.

La entrada de los guardias en el hemiciclo fue el resultado en parte de aquella confabulación universal que se desarrolló contra Suárez a partir de 1980. “Las operaciones políticas fueron el contexto que propició la operación militar. La placenta del golpe, pero no el golpe. El matiz es capital para entenderlo”, escribe Cercas.

En ese estado de ánimo conspirativo se encontraban todos: los partidos políticos, la prensa y el Ejército, que en aquella época era, asegura Alberto Oliart, “completamente franquista”. Suárez era el gran Satán. Para todos. Incluido el Rey, que le echaba la culpa de la situación. Éste es uno de los puntos más polémicos del libro. “Como casi toda la clase política, en los meses previos al 23 de febrero el rey se comportó de forma como mínimo imprudente y -porque para los militares él no era sólo el jefe del estado, sino también el jefe del ejército y el heredero de Franco-, mucho más que la de la clase política su imprudencia dio alas a los partidarios del golpe. Pero el 23 de febrero fue el rey quien se las cortó”. Eso escribe el autor. Y ahora puntualiza para El País Semanal: “Sí, es cierto que el Rey paró el golpe. Y a él, ante todo, debemos agradecerle su reacción aquella noche, pero es igual de cierto que sus indiscreciones y su deseo de acabar con Suárez también lo facilitaron”, sostiene Cercas. Una afirmación que tiñe de luz y sombra el papel del Monarca. Una de las tesis fundamentales.

Esas supuestas indiscreciones, sin duda, empujaron a Armada a lanzarse hacia la aventura. El general había sido tutor de don Juan Carlos desde la adolescencia. Su relación siempre fue especial. ¿Debió escoger el Rey otras personas con las que desfogarse por aquel entonces? Sin duda, sí. Más, a juzgar por la manera de ser de un hombre como Armada. Sinuoso y “con una enorme ambición, según me han contado quienes fueron compañeros suyos y le conocieron a fondo”, afirma Oliart. “Era una de esas personas que confunden su ideología con la verdad absoluta, como buen miembro del Opus”, afirma Javier Calderón. Para muestra, el teniente general hoy retirado recuerda una frase que le dijo Gutiérrez Mellado a Armada con ocasión de alguna de esas apocalípticas conversaciones que mantuvieron en la transición: “Alfonso, tú eres uno de esos exaltados que, con tal de salvar al Rey, te cargas la monarquía”.

Su papel fue extraño y huidizo, como el de una auténtica culebra, en la gestación del golpe. Pero hoy nadie duda de que el conocido como Elefante Blanco, aquella autoridad que iba a presentarse en el Congreso después del asalto, era él. Lo supo Suárez, lo sostiene Cercas, lo contaron los periodistas José Luis Barbería y Joaquín Prieto en su larga investigación titulada El enigma del elefante, todavía hoy de referencia. Lo afirma sin ningún género de dudas Carrillo. “A Suárez nunca le gustó la idea de Rodríguez Sahagún de nombrarle segundo jefe del Estado Mayor en los meses previos al golpe. Es más, se lo reprochó delante de mí y del Rey en una reunión posterior en La Zarzuela”, comenta el ex líder comunista.

Durante meses, Armada fue inoculando en los cuarteles y en los cenáculos la idea de que el Rey estaba en peligro y a continuación se postulaba como presidente de un Gobierno de concentración. Sus ambiciones confluyeron con las de otros. Las de Milans y Tejero, que ya había realizado sus ensayos en la Operación Galaxia. Por eso utilizaron también su nombre para justificar las acciones y provocaron una confusión monumental con ello entre los mandos de los cuarteles. Sobre todo en Madrid, donde el general Juste, entonces jefe de la División Acorazada Brunete, esperaba noticias de La Zarzuela. Más cuando su colega Torres Rojas, encargado por los golpistas de tomar el mando de la Brunete, actuaba de manera extraña.

Pero una de esas casualidades que unen el sexto sentido con la intuición y la habilidad detuvo lo que podía haber cambiado todo. El cometido de Armada aquella noche consistía, a toda costa, en conseguir permiso para subir al palacio a detallarle la situación al Rey. Una vez se supiera en algunos cuarteles que estaba allí, no habría hecho falta otra explicación para decantarse a favor o en contra. Cuando Juste y Sabino Fernández Campo hablaron, el jefe de la División Acorazada preguntó si Armada estaba ya en La Zarzuela, a lo que Fernández Campo respondió: “Ni está, ni se le espera”. Una frase determinante para Juste.

Aquella pregunta encendió las alarmas de Fernández Campo. Según quienes le rodeaban, y como recordaron Prieto y Barbería, el secretario del Rey, al colgar, sólo dijo: “Huy, huy, huy”. Y se dirigió al despacho donde se encontraba el Monarca. Justo al tiempo, Armada había conseguido hablar por teléfono con el Rey. Cuando Fernández Campo apareció por la puerta le desaconsejó que le diera permiso a Armada para venir al palacio de la Zarzuela. “Es mejor que te quedes donde estás”, le ordenó.

Ese cúmulo de casualidades, que fueron recogidas primero por Prieto y Barbería y narradas en la serie que emitió el pasado febrero Televisión Española, desmontó en buena parte el golpe. Pero sí consiguió Armada permiso para acudir al Congreso a mediar, según sostenía él, para no delatarse como líder de la conspiración, con Tejero. No estaba claro entonces qué cartas jugaba el general. Fernández Campo le advirtió de que en ningún caso utilizara el nombre de la Corona. “El Rey no tiene nada que ver con esto. ¿Está claro?”, le ordenó Sabino. Pero, ¿era esa garantía suficiente para alguien que se había llenado la boca en su nombre? ¿Qué les hacía suponer en La Zarzuela que no lo haría? “Fue un error, a mi juicio”, dice Calderón. “Un error quizá comprensible por la situación, pero muy peligroso”, cree Cercas.

Armada no logró convencer a Tejero. Lo que ocurrió después también lleva a Cercas a sacar una conclusión polémica. Nada más y nada menos que sobre el discurso que pronunció el Rey aquella noche. Sirvió para desmontar el golpe. El de Tejero. Pero ya que la solución Armada también se presentaba como una salida constitucional, pudiera haber explicado esa otra opción.

Éstas fueron las palabras del Rey: “Cualquier medida de carácter militar que, en su caso, hubiera de tomarse, deberá contar con la aprobación de la Junta de Jefes de Estado Mayor. La Corona, símbolo de la permanencia y la unidad de la patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum”.

La interpretación del autor del libro es polémica. “Las palabras tienen amo, y es evidente que si Armada hubiese conseguido pactar con los líderes políticos el Gobierno previsto por los golpistas y presentar como solución al golpe lo que en realidad era el triunfo del golpe, esas mismas palabras hubieran continuado significando desde luego una condena a los asaltantes, pero hubieran podido pasar a significar un espaldarazo”, apunta Cercas. “Eran una condena al golpe de Tejero, pero no necesariamente al de Armada”.

El caso es que no hubo manera de llegar a la siguiente fase. Armada abandonó la sala en la que discutió con Tejero muy irritado: “¡Este hombre está loco!”. La salida de los diputados fue tranquila. El cansancio les confundía. El propio Suárez, al ver allí a Armada, creyó que había acudido a mediar realmente y que gracias a su intervención se había reventado todo. El presidente del Gobierno, que siempre le consideró un conspirador, durante unas horas pensó que estaba equivocado con Armada. “Incluso se lo dijo al Rey. Y fue el propio don Juan Carlos quien le devolvió a la realidad: ‘No estabas equivocado. Ha sido él quien lo ha montado’, le dijo”, recuerda hoy Carrillo.

El caso es que visto así, con distancia, el golpe del 23-F no pudo escapar de un complicado nudo paradójico. Entre sus tensiones, bajo sus motivaciones y a juzgar por lo que ocurrió después, aquel acontecimiento despertó e hizo madurar al país. Lo que parece claro es que España andaba ya muy poco dispuesta a ser tutelada. Que la tradición de los salvapatrias parecía ya ridícula a los ojos de la mayoría. En los meses previos, que un militar volviera a poner orden, para muchos –clase política incluida– se antojaba como la mejor opción.

¿Y la calle? La calle no quería tensiones. No quería uniformes en los bancos del Gobierno. No quería revivir el fantasma de la guerra. “Sentido común”, dice Cercas. “Es a lo que aspiraban”. Eso tan preciado que no le podían ofrecer entonces dirigentes, periódicos exaltados, diplomacias vigilantes –como la de Estados Unidos–, militares que veían esfumarse a base de reformas necesarias todo su peso, su poder.

“El golpe terminó con la Guerra Civil, con el franquismo y con la transición a la vez”, concluye Cercas. Es algo que apoya Santiago Carrillo: “Muy posiblemente fue así”, dice este personaje clave en la arquitectura que devolvió la democracia a los españoles. Sin embargo, ese papel crucial de la izquierda en la transición corre peligro, según ellos dos, de ser barrido de la memoria colectiva. “Existe un revisionismo de aquel periodo preocupante. La transición fue un logro sobre todo de la izquierda al que últimamente parece que ha renunciado. No se puede colgar esa medalla la derecha”, afirma Cercas. “Yo creo que es algo que debía constar y reivindicarse entre los logros de la historia del Partido Comunista, principalmente, y me da la impresión de que se está dejando pasar”, asegura Carrillo. “Me empiezan a cansar ciertas cosas de lo que llaman la memoria histórica”.

El viaje de Carrillo hacia la reconciliación fue largo. Primero, en el exilio. Después, en la transición. Demasiado para pagar todo un sacrificio. Aquella noche, Carrillo pensó que le podrían matar cuando fue conducido a la Sala de los Relojes. “Al entrar vi que allí estaban cara a la pared Felipe González y Alfonso Guerra. En otra parte, Rodríguez Sahagún, y junto a mí, Gutiérrez Mellado”.

Ironías de la historia. Aquellos dos hombres enfrentados antaño en la guerra cumplían esa noche castigo hombro con hombro. Compartieron cigarrillos y meditaciones. Porque los guardias que los tenían vigilados con sus Cetme no les dejaban hablar. Javier Cercas ha reparado en esa casualidad. Durante la guerra, cuando Carrillo era uno de los responsables de la seguridad en Madrid, Gutiérrez Mellado pasó una temporada en la prisión de San Antón, de donde salían las sacas en camiones que llevaban a Paracuellos de Jarama. El que fuera vicepresidente suarista se salvó entonces. “Fuimos enemigos en la Guerra Civil y esa noche defendíamos la misma causa”, cuenta ahora Carrillo en la misma Sala de los Relojes.

De vez en cuando, Tejero se paseaba a ver a los prisioneros. Suárez estaba en otra sala. El golpista solía desafiarles con la mirada. Algunos la evitaban. El presidente del Gobierno, no. Que no les faltaban ganas de ejecutarle, saltaba a la vista. De haber triunfado el golpe de Tejero y Milans, pocos dudan de que lo habrían pasado por las armas. Esa noche, el cabecilla sublevado le dio una pista. Le amenazó con la pistola. Suárez le contestó con una orden: “¡Cuádrese!”. Cercas lo recuerda. De todas las anécdotas del heroísmo suarista esparcidas por sus hagiógrafos, da crédito a pocas. Una es ésta, que no es poca cosa.

La tensión se palpaba en el hemiciclo, en los pasillos y en los salones donde los cargos y los políticos permanecieron apartados. A Antonio Chaves le tocó vivirlo todo muy de cerca. Entonces trabajaba como ujier; ahora sigue en el Congreso, pero le cuesta recordar aquel día. Cómo entró al hemiciclo avisando de que llegaban hombres armados, cómo se tiró al suelo cuando escuchó los disparos, cómo le caían casquillos y cascotes encima de la cabeza. Cómo Tejero le pidió que le buscara un sitio discreto para hablar con Suárez. “Les metí en esta habitación”, comenta entrando en una pequeña sala que queda a la derecha de la tribuna de oradores cruzando una puerta.

¿De qué hablaron? “No pienso contarlo. Sólo diré una cosa. Yo en esos años era de izquierda, casi revolucionario, pero me impresionó la dignidad con la que se mantuvo en su sitio; a partir de ese día me hice incondicional suyo”. En un momento determinado, le llevó un cigarrillo. “Años después, iba paseando por la plaza de Oriente y un coche oficial se detuvo junto a mí. Se bajó la ventanilla y era Suárez. ¿Sabes qué me dijo?: Antonio, te debo tabaco”.

Cuando este empleado del Congreso abandonó el recinto, los guardias estaban acabando con las reservas del bar. “Bebían de todo. Unos iban de chulos y otros estaban por las esquinas llorando”. Tampoco la actitud de los empleados del Congreso fue unánime. “Muchos se pusieron a las órdenes de Tejero. Estaban encantados”.

La noche acabó con los golpistas abandonando el Congreso por la puerta y las ventanas. Lo difícil era juzgarlos. Pero se hizo. Y en aquel ambiente. Estaba claro que el Ejército franquista se había aniquilado a sí mismo. Alberto Oliart, que fue ministro de Defensa, lo recuerda. “Fue complicado, pero logramos lo que nos habíamos propuesto: que se celebrara y se dictara una sentencia con arreglo a la ley”. Pero fue polémico. Dos de los responsables principales, Tejero y Milans, fueron condenados a 30 años. Armada, al principio, sólo a seis. El Tribunal Supremo quintuplicó la pena.

Aquel juicio cerró un capítulo ejemplarizante. Cercas ha llegado 28 años después para revisar muchos puntos oscuros. Hizo algo similar con la Guerra Civil en Soldados de Salamina. Fue el juicio de los nietos a esa parte de la historia. Ahora ha dictado la sentencia de los hijos de la transición.

ANTONIO CHAVES. Ujier en el Congreso de los Diputados: "Alguien más entre los civiles debía de estar al tanto de aquello; si no, no se entiende".

Vio cómo entraban con sus armas y dio la voz de alerta. Después presenció cosas de las que pocos han sido testigos. “Tejero pidió que buscara una habitación para hablar con Suárez. Les metí en la sala de ujieres. Escuché y vi cosas que no voy a contar”, avisa. ¿Insultos? ¿Humillaciones hacia quien los golpistas consideraban el culpable de todos los males? “En todo momento, mientras yo estuve allí, trataron a Suárez con respeto. Pero se respiraba la tensión”. En aquel pequeño cuarto [en la foto] y en todo el recinto. No se quedó allí toda la noche. “Nos obligaron a salir. Primero, de la habitación donde les dejamos. Yo al principio me hice el loco, pero luego Tejero lo pidió de peor manera y uno de los guardias me apuntó la salida con su arma”. Después, él mismo negoció con los asaltantes que el personal del Congreso abandonara el lugar. “Nos fuimos al Palace y luego quisimos volver a entrar, pero no nos dejaron”. Le queda una duda: “Entre los civiles, alguien más debía de estar al tanto”.

JAVIER CALDERÓN. Hombre fuerte del CESID en la noche del 23-F: "Tejero pensaba que los militares eran unos calzonazos, por eso provoca el golpe"

A Javier Calderón, por haber formado parte de la cúpula del CESID mientras se cocía el 23-F, le han visto con resquemor en algunos sitios. La participación de algunos miembros de los servicios de información siempre ha planeado por encima de su cabeza. Pero Javier Cercas cree que en el caso de Calderón no hay asomo de duda. Este teniente general retirado pasó la noche protegiendo a los que estaban fuera del Congreso y tratando de enterarse de lo que ocurría dentro. Siempre fue fiel a un amigo: el general Gutiérrez Mellado. De quienes se descubrieron después como motores del golpe, sabe con certeza que uno de ellos, sobre todo, empujó a los demás. Cuando Adolfo Suárez dimitió como presidente del Gobierno acabó con la razón principal del golpe: ser defenestrado. Pero ellos siguieron. Ahora o nunca, pensaron los más duros. “Tejero creía que los militares eran unos calzonazos, que si no los provocaba, no se sumaban”. El guardia civil se lió la manta a la cabeza, apostó y perdió.

SANTIAGO CARRILLO. Secretario general del PCE y diputado en 1981: "No me tiré al suelo porque pensé: ¿qué dirán mañana mis hijos?".

Poco después de que los golpistas entraran en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, algunos líderes políticos fueron apartados de sus escaños. A Santiago Carrillo, líder del PCE, le condujeron a la Sala de los Relojes (en la imagen). “La recordaba más grande. Ahora me parece pequeña. Estuvimos 10 personas aquí: Felipe González, Alfonso Guerra, Rodríguez Sahagún, Gutiérrez Mellado, yo y los guardias que nos vigilaban”, comenta al volver a entrar ahora. El dirigente comunista mantuvo en todo momento una actitud ejemplar. “Pensé que en cualquier momento podrían matarme”, aseguró. Fue, junto a Adolfo Suárez y el general Gutiérrez Mellado, entonces vicepresidente del Gobierno, el único que permaneció sentado mientras tronaban los tiros. “No me tiré al suelo porque, entre otras cosas, pensé: ¿qué diran mañana mis hijos?”.

MARIANO REVILLA Y RAFAEL LUIS DÍAZ. El técnico y el cronista de la cadena SER que relataron el asalto: "Sobre el golpe existe todavía un silencio pactado".

Mariano se las arregló para dejar conectado todo el equipo, y Rafael, para contar lo que pudo. Su relato es a día de hoy una pieza mítica en la historia de la radio. “Lo más importante era que no cortaran la conexión”, asegura Mariano Revilla. Al fin y al cabo, se trataba del único sonido ambiente que llegaba al exterior. Sacó los equipos con disimulo, pero dejó un micrófono tirado en el suelo para que captara el ambiente. Un micrófono que Rafael fue escondiendo cuidadosamente con los pies para que nadie viera lo que ocultaba. “Ése finalmente lo desconectaron. Pero la salida de los micrófonos de la sala a la que teníamos acceso directo, no”, recuerda Revilla. “A las dos horas nos soltaron. Lo normal quizá hubiera sido marcharnos a casa. Pero nadie se movió de la zona. Estuvimos trabajando toda la noche hasta el final”, afirma Rafael. Fue una noche para periodistas de raza. Pero un episodio del que aún quedan dudas. “Creo que hay un silencio pactado. Sólo conocemos la punta del iceberg”, asegura Rafael Luis Díaz. Revilla, a su lado, sencillamente asiente.





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El Tte. coronel Tejero irrumpe en el Congreso (23/02/81)




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