viernes, 1 de diciembre de 2017

[A vuelapluma] Carta de un filósofo a algunos colegas europeos desorientados





Desde 1978, España es una Monarquía constitucional descentralizada que otorga a los ciudadanos las mismas libertades que cualquier otra democracia de la UE. Con muchos defectos, pero entre ellos no está la restauración de la dictadura franquista, comenta en El País el filósofo español José Luis Pardo en El País en una carta abierta a los intelectuales europeos que acusan de prácticas franquistas al gobierno de España.

En los últimos tiempos he recibido de muchos de vosotros mensajes emotivos sobre la situación creada en España por el independentismo catalán. Algunos eran mensajes de ánimo y de apoyo a la “República” frente a la represión “franquista” del Gobierno de Mariano Rajoy. Os los agradezco. Sé que en la memoria del izquierdismo europeo pesa aún cierto sentimiento de culpa y de vergüenza porque el resto de Europa dejó bastante solo a mi país ante el ataque del fascismo en 1936. Lo comprendo. Pero, como decía Albert Camus, “la guerra de España nos ha enseñado que la historia no discrimina entre las causas justas y las injustas, sino que se somete a la fuerza bruta, cuando no al mero azar”. Puede que, desde el punto de vista moral, aquella tibieza de Europa fuera un error, pero no es posible corregir la historia porque, según afirmaba Aristóteles, ni siquiera los dioses pueden hacer que lo que ha sucedido no haya sucedido (aunque es cierto que luego vinieron algunos dioses más coléricos que se atribuían el poder de cambiar el pasado). Sólo quiero recordaros que vuestro apoyo llega con 80 años de retraso, si lo que intentáis es derrotar a Franco, o con 40 si lo que queréis es denunciar la dictadura.

Es posible que no hayáis reparado en ello, pero desde 1978 España es una Monarquía constitucional descentralizada que otorga a los ciudadanos las mismas libertades civiles que cualquier otra democracia parlamentaria de la UE. Con muchos defectos, lo reconozco. Pero entre ellos no está la restauración de la dictadura franquista, por mucho que a algunos os entristezca enteraros de esta cruel realidad.

Todavía recuerdo cuando, no hace mucho, vosotros mismos me mandabais mensajes de apoyo a la “liberación del pueblo vasco” en cuyo nombre la organización terrorista ETA asesinaba regularmente a ciudadanos inocentes y constituía la amenaza más grave contra la recién renacida democracia española, porque tampoco estabais al corriente de que España había dejado de ser una dictadura ni de que el País Vasco es una de las regiones con mayor poder de autogobierno en el contexto de las democracias avanzadas del mundo. Comprendo que la imagen heroica y romántica de la alegre y combativa (y también algo tercermundista y rural, pero por ello mismo más auténtica) segunda República española levantada en armas contra el fascismo haya quedado congelada en vuestras retinas como un fetiche que os protege contra los posteriores descalabros históricos de la izquierda y os asegura una confortable superioridad moral allí donde las victorias electorales no están a vuestro alcance. Comprendo incluso que, como algún atlético economista griego que llevó a su país a altísimas cotas de bienestar, encontréis mucho más cómodo luchar contra el franquismo 40 años después de su desaparición, porque sé por experiencia que hacerlo cuando aún estaba vivo no era nada agradable. Y lo comprendo bien porque esto no os pasa únicamente a vosotros, que podéis excusaros de ello por la falta de información directa de quien habita en el extranjero, sino a bastantes de mis compatriotas.

No sois, en verdad, los únicos que habéis resucitado al franquismo para obtener satisfacciones político-emocionales. Lo hicieron también aquí mismo (en paralelo con fenómenos similares surgidos en otras latitudes europeas) los populistas que con tanto éxito lanzaron sus redes para pescar descontentos en las turbias aguas del río revuelto por la crisis económica. Y a ellos se unieron al poco los nacionalistas catalanes (no os voy a descubrir ahora los profundos vínculos existentes entre nacionalismo y populismo), que desde hace muchos años mantenían —eso sí, hasta entonces sólo en el discreto ámbito de su hegemonía territorial— ese mismo discurso anacrónico de “lucha contra la España franquista”, porque el antifranquismo (más presunto que real) es el único timbre de progresismo que puede exhibir una ideología tan poco progresista como la suya.

Se creó entonces en España un conflicto que podríamos considerar “narrativo” (porque se libra más en el terreno de las palabras y de las imágenes que en el de las cosas), que enfrenta a dos relatos incompatibles: uno, minoritario pero muy bullicioso, apoyado en el fetichismo heroico-romántico de la Guerra Civil de 1936 que tanto os complace, según el cual lo ocurrido en España desde 1978 no ha sido más que una continuación encubierta del fascismo; y otro, mayoritario aunque muy silencioso, apoyado únicamente en los prosaicos hechos y en el seco formalismo de las leyes, según el cual la dictadura del general Franco murió con él, en 1975, dando paso a un Estado social y democrático de derecho como los del resto de los países de la UE.

Entre estos dos relatos no hay comunicación posible, porque a quienes niegan los hechos y las leyes es inútil acusarles de estar en contradicción con la realidad, ya que es la realidad —la realidad histórica, política, social y económica del Estado español— lo que ellos impugnan, y por eso el enfrentamiento, no sólo en Cataluña, ha producido un estado de malestar que atraviesa las familias, las escuelas, las empresas, las universidades y las amistades. Pero, aunque quienes vocean el relato nacional-populista sean insensibles a su incongruencia con la realidad, la falsedad de sus posiciones se revela en una contradicción más grave: su contradicción consigo mismos. Pues si ellos estuvieran en lo cierto: ¿por qué se presentan a las elecciones, se aferran a sus cargos y a sus sueldos públicos, recurren a los tribunales o apelan a la UE (según ellos, contaminada por el franquismo triunfante) en lugar de pasar a la clandestinidad, tomar las armas contra la tiranía y reclutar entre vosotros unas brigadas internacionales de apoyo a la república auténtica, a las que seguramente os apuntaríais con gran ilusión?

Algunos me decís que no podemos capitular ante la derecha. También estoy de acuerdo en eso, y me encantaría volver a la contienda política tradicional entre izquierda y derecha. Pero sabéis bien que esa contienda sólo es posible entre quienes aceptan el marco común del Estado de derecho. Por desgracia, hoy nos enfrentamos por todas partes a movimientos que cuestionan ese marco, que combaten contra el pluralismo y contra la prosperidad, que desprecian los mecanismos de redistribución fiscal de las rentas e invocan una justicia más alta que la de las leyes democráticas.

Así que permitidme una recomendación: si de verdad queréis luchar contra las derivas autoritarias, los totalitarismos líquidos y los caudillismos fanáticos, digamos todos en voz alta que el nacionalismo y el populismo, como ambos reconocen, no son de izquierdas ni de derechas, sino que pretenden justamente terminar con el pluralismo democrático y con la distinción entre izquierda y derecha para instituir en su lugar el reinado de “un solo pueblo” (un pueblo que, os lo aseguro, no es el mío). Si lo hacéis así, os quedaré infinitamente agradecido por vuestra ayuda.



Dibujo de Nicolás Aznárez para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[Humor en cápsulas] Para hoy viernes, 1 de diciembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción.

En la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos: Morgan en Canarias7; Ricardo, Gallego y Rey e Idígoras y Pachi en El Mundo; El Roto, Forges, Peridis, Ros y Sciammarella en El País; y Montecruz, Padylla y Santy en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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jueves, 30 de noviembre de 2017

[A vuelapluma] Elogio del aburrimiento





No estuve allí; pero, a partir de los datos de que dispongo, juraría que los pasajeros del Titanic pudieron sentir de todo menos aburrimiento mientras el barco se iba a pique, escribe en El Mundo el escritor Fernando Aramburu. Tampoco alcanzo a imaginar a los soldados implicados en la batalla de Waterloo bostezando indolentes, amodorrados, o arreglándose las uñas sin más motivo que no estar ociosos en plena refriega, comienza diciendo.

Le planteé la cuestión a un experto en conductas humanas a quien conocía someramente. Habíamos coincidido por segundo año consecutivo en la fiesta al aire libre de un amigo común. Pensó que bromeaba. Como suele ocurrir en este tipo de situaciones, él se refugió en la ironía. Fue entonces cuando le dije, ahora ya sí de broma, que me parecía extraño que la ciencia psicológica careciese de explicación para lo que a mi juicio es el verdadero meollo del asunto, esto es, que en el aburrimiento se esconde una convicción engañosa. ¿Cuál? La de estar en la vida como si dispusiéramos de una provisión interminable de tiempo.

La risa anula momentáneamente la conciencia de la tragedia. El aburrimiento, a su modo, también. La primera la vemos como positiva, pues da gusto. El segundo, al hombre moderno, se le figura una calamidad. Yo intuyo, añadí, que, bien gestionado, el aburrimiento puede ser una bendición. El psicólogo me preguntó si en aquellos momentos, en aquel jardín donde ya ardían las brasas de la barbacoa, yo me estaba divirtiendo. No conozco otra posibilidad, le contesté.

En mi modesta y poco autorizada opinión, el truco está en persuadirse de que la vida dura las dos horas y pico que tardó el Titanic en hundirse. Y como el tipo acogiese mis palabras con una mueca risueña, agregué, rivalizando con él en impertinencia, que con los años he desarrollado ciertas aptitudes para guipar al simio que lleva dentro cada ser humano, razón por la cual no suele ser difícil para mí hallar entretenimiento en la observación de las personas cuando no tengo mejor cosa que hacer. Mi interlocutor debió de sentirse aludido, se fue en busca de bebida y ya no volvió.

Agradezco a mis progenitores esto, lo otro y lo de más allá, pero particularmente que no estuvieran pendientes de que no me faltase diversión en cada minuto de la infancia. Ocupados en las tareas propias del sostenimiento de la familia, en un medio social humilde, de limitado acceso a los bienes culturales, el ocio del hijo no era un asunto que reclamase su atención, al menos no con la misma intensidad que la salud, la nutrición, la ropa y calzado o la educación escolar.

En consecuencia, uno, a edad temprana, no tenía más remedio que arreglárselas para colmar los tiempos muertos de la vida cotidiana con actividades que no consistieran principalmente en la queja por la falta de actividad. "Papá, mamá, me aburro", se oye lamentarse a veces, con clara intención de chantaje, a algunos niños. Me aburro significa en tales ocasiones: dame espectáculo, cúmpleme un deseo.

No se me ocurre respuesta más adecuada ni cariñosa en tales casos que esta: "Excava en tu hastío, hunde la pala, busca el diamante". La idea no es otra que estimular al pequeño a que se acostumbre a tomar decisiones. Se le convida a extraer provecho de su imaginación, a ejercitarse en la tenacidad y la paciencia, y a encontrar, en fin, por sí mismo solución a sus problemas.

Por los días en que daba clases se hablaba mucho de la pertinencia de motivar a los alumnos. La palabra motivación era el bebedizo mágico con el que obrar todos los días, en el aula, maravillas pedagógicas. Al alumno había que hacerle la enseñanza atractiva. Las matemáticas debían saberle a fresa; la física y química, alegrarlo como un número de circo. El alumno no debía aprender por obligación, sino por curiosidad natural. Incluso había programas educativos que postulaban la flexibilidad máxima de las actividades. El alumno llegaba a clase y, ante la oferta de tareas, podía escoger la que le hiciese tilín.

Daba la casualidad de que los niños no vivían en la escuela. Por las mañanas llegaban al aula determinados por ciertos hábitos no siempre constructivos y rara vez conformes con el plan escolar de convivencia y trabajo. Muchos de ellos tendían a prolongar dichos hábitos en las horas lectivas. Y así, atiborrados de televisión, años después de consolas de videojuegos, Tamagotchis y lo que fuera que estuviese de moda (hoy día lo ignoro, pues cambié de oficio), el alumno mostraba pulsiones claramente adictivas, era incapaz de concentrarse en nada y enseguida se cansaba de los recursos motivadores del frustrado profesor, convertido en una especie de camarero o sirviente de los niños. El resultado no era el previsto por las directrices. Al final, el alumno detestaba el colegio con ardor tan sostenido como el de los chavales de mi época, sometidos por regla general a una férrea disciplina.

Creo que las autoridades educativas harían bien en introducir clases de soledad en los colegios. Serían económicas. Ni siquiera precisarían de personal docente especializado. Aprender a estar a solas y en silencio con los propios pensamientos es un arte que no todo el mundo domina. Y, sin embargo, en dicho arte radica uno de los antídotos más efectivos contra el aburrimiento, la ansiedad, las actitudes gregarias y la falta de iniciativa.

Metan ustedes durante varias horas a un niño de ocho años, a una muchacha de catorce o a un señor de sesenta y seis en un cuarto de paredes blancas, sin ventanas ni aparatos. Tan sólo con una mesa en el centro o adosada a la pared, y, sobre la mesa, un trozo de madera y un juego de gubias. Transcurrido el tiempo, las posibilidades de que al entrar ustedes en el cuarto no hallen una figura tallada son con toda seguridad mínimas. Pongan rotuladores y hojas de papel, y hallarán, al final de la sesión, textos o dibujos. No pongan nada y llegará un momento en que el recluso se arrancará a cantar, a rememorar su pasado o a hacer ejercicio físico.

La idea de que el aburrimiento ha de combatirse solamente mediante estímulos externos me parece un error grave. Ojo, no hay por qué desdeñar dichos estímulos. ¿A quién no le agrada asistir a un buen espectáculo? Y aun en tales casos cultivar un espacio mental para el disfrute de lo que se está presenciando ayuda a no dejarse arrastrar por la blanda pasividad. ¿Cuántas veces no se le habrá ocurrido a uno la idea para un proyecto, el dato que faltaba, el verso inicial de un poema, en unos de esos momentos en que tantos congéneres nuestros mirarían el reloj fastidiados? Se me hace a mí que el aburrimiento es un regalo de la Naturaleza que permite a los seres humanos crearse un mundo interior propio con el cual vencer, mire usted por dónde, el propio aburrimiento.



Dibujo de Gabriel Sanz para El Mundo


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[Galdós en su salsa] Hoy, con "La de Bringas"




Estatua de Galdós (Pablo Serrano, Las Palmas GC)


Si preguntan ustedes a cualquier canario sobre quien en es su paisano más universal no tengan duda alguna de cual será su respuesta: el escritor Benito Pérez Galdós. Para conmemorar su nacimiento, del que van a cumplirse 174 años, he ido subiendo al blog a lo largo de los últimos meses su copiosa obra narrativa, que comencé con el primero de sus Episodios Nacionales, colección de cuarenta y seis novelas históricas escritas entre 1872 y 1912 que tratan acontecimientos de la historia de España desde 1805 hasta 1880, aproximadamente. Sus argumentos insertan vivencias de personajes ficticios en los acontecimientos históricos de la España del XIX como, por ejemplo, la guerra de la Independencia Española, un periodo que Galdós, aún niño, conoció a través de las narraciones de su padre, que la vivió. 

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, en las islas Canarias, el 10 de mayo de 1843 y fallecido en Madrid el 4 de enero de 1920, Benito Pérez Galdós fue un novelista, dramaturgo, cronista y político español, uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX y un narrador esencial en la historia de la literatura en lengua española, hasta el punto de ser considerado por especialistas y estudiosos de su obra como el mayor novelista español después de Cervantes. Galdós transformó el panorama novelístico español de la época, apartándose de la corriente romántica en pos del realismo y aportando a la narrativa una gran expresividad y hondura psicológica. En palabras de Max Aub, Galdós, como Lope de Vega, asumió el espectáculo del pueblo llano y con su intuición serena, profunda y total de la realidad, se lo devolvió, como Cervantes, rehecho, artísticamente transformado. De ahí, añade, que desde Lope, ningún escritor fue tan popular ni ninguno tan universal, desde Cervantes. Fue desde 1897 académico de la Real Academia Española y llegó a estar propuesto al Premio Nobel de Literatura en 1912. 

Subo hoy al blog su novela La de Bringaspublicada en 1884 por la Imprenta y Litografía La Guirnalda, en Madrid. Es una de las que componen su serie de Novelas españolas contemporáneas que, al desarrollarse casi en su totalidad en escenarios de la capital de España, han generado literariamente el "Madrid galdosiano", similar al Londres de Dickens o el París de Balzac.​ La novela, junto con El doctor Centeno (1883) y Tormento (1884), cierra una posible y discutida trilogía que transcurre en los años anteriores a la Revolución de 1868. Algunos críticos han señalado la posibilidad de que Galdós usase el conjunto para explicar la similitud entre esos años y los de la Restauración, período durante el cual escribió la novela.

Rosalía Pipaón, esposa de Francisco de Bringas (alias Thiers) ha logrado su sueño y ahora vive en el Palacio Real de Madrid, al servicio de la reina Isabel II con la que tiene ciertas semejanzas tanto físicas como psicológicas (del mismo modo que su marido con don Francisco de Asís, consorte de la reina). Con sus aspiraciones sociales conseguidas, no puede evitar embarcarse en una serie de gastos para poder mantener el nivel de la clase que la rodea, excesos que va acumulando sin que se entere su marido, hasta que las deudas acumuladas la lleven a prostituirse.

De las tres novelas que componen la mencionada trilogía, La de Bringas es la más cercana al modelo francés del realismo literario, mostrando un ambiente burgués y noble con gran descripción de los espacios y las vestimentas (frente a la profundidad psicológica de Tormento). Estilísticamente se ha considerado durante mucho tiempo la más convencional de todas (al no poseer por ejemplo los habituales fragmentos teatrales u otros elementos innovadores como el estilo indirecto libre —tercera persona: voz del narrador— que sí se encontraba presente en Tormento).​

También se ha incluido a La de Bringas en el conjunto de novelas del realismo español que reflejan el periodo histórico denominado "de locura crematística" vivido por los representantes de la clase pequeñoburguesa del siglo XIX español que eligieron a la nobleza como referente, y sin reparar, para conseguirlo, en la ética o la moralidad de sus acciones y comportamiento. 






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miércoles, 29 de noviembre de 2017

[A vuelapluma] Guerra de sexos





Tanto la izquierda como la derecha yerran en el diagnóstico y en la solución. La derecha no ve que las diferencias entre hombres y mujeres son más producto de la sociedad que de los genes; la izquierda resta importancia a la diferencia biológica, comenta en El País Víctor Lapuente Giné, profesor de Ciencias Políticas en la universidad sueca de Gotemburgo, y uno de mis columnistas preferidos.

Si hay pocas mujeres en los puestos directivos de grandes empresas o en profesiones tecnológicas, comienza diciendo, ¿es porque sufren discriminación? ¿o simplemente porque hombres y mujeres somos diferentes? Es un debate candente en todo el mundo. El detonante fue el despido de un empleado de Google que cuestionó las políticas de discriminación positiva de la empresa. Afirmó que esas medidas para facilitar la incorporación de mujeres eran autoritarias e ignoraban montañas de evidencia científica sobre las divergencias innatas entre hombres y mujeres.

Pero, en el éxito electoral de Trump y otros políticos defensores del “hombre blanco”, latía ya la frustración de muchos ciudadanos contra unas élites progresistas que estarían exagerando los problemas laborales de las mujeres. Que el objetivo de Hillary Clinton, abogada multimillonaria de buena familia, fuera romper el techo de cristal que impedía a las mujeres llegar a la Casa Blanca fue percibido en el Medio Oeste americano como un desprecio para quienes estaban padeciendo el techo de plomo de la desindustrialización. A su vez, esta actitud contra Clinton irritó a las clases educadas de las costas americanas.

En España, las cuotas femeninas, el caso Juana Rivas, o incluso algunos desagradables coletazos del juicio a la horripilante “manada de Pamplona” también han hecho que discusiones sobre cómo nuestro marco legal debe proteger a las mujeres hayan desembocado en espirales de insultos entre posiciones enconadas.

Se ha desatado una guerra ideológica sobre políticas de género. Por un lado, los progresistas restan importancia a las diferencias biológicas. Cualquier desproporción laboral entre mujeres y hombres es fruto de la discriminación. Por ello, proponen que los gobiernos impongan cuotas femeninas a empresas y administraciones.

Por el otro, los liberal-conservadores defienden que hombres y mujeres somos biológicamente distintos. Desde la más tierna infancia, a los niños les gustan más las cosas y a las niñas, las personas. Con lo que ellas eligen profesiones relacionadas con el cuidado y las relaciones sociales, como las ciencias médicas y sociales. Y ellos, carreras tecnológicas. La derecha se opone a alterar ese orden natural con discriminaciones positivas. Sería ir contra el Dios que nos ha hecho a nosotros de barro y a ellas de una costilla.

Tanto la izquierda como la derecha yerran en el diagnóstico y en la solución. Cegada por su determinismo biológico, la derecha no ve que las diferencias entre hombres y mujeres son más producto de la sociedad que de los genes.

La naturaleza marca. La probabilidad de que, evolutivamente, hombres y mujeres —que presentamos notables variaciones genéticas y hormonales— seamos psicológicamente idénticos es casi nula. Sería un milagro que, con un material tan distinto, hombres y mujeres acabáramos prefiriendo lo mismo en las mismas proporciones. Los estudios científicos lo corroboran. Los chicos tienen un mayor interés en ingeniería, ciencia y matemáticas, y las chicas en arte y ciencias sociales. Las mujeres tienden a experimentar más emociones negativas, como culpa, vergüenza o ansiedad; pero también son más benevolentes y universalistas. Además, algunas divergencias entre los sexos se detectan al poco de nacer, cuando los bebés no han sido aún expuestos a una sociedad sexista.

Esta evidencia parece inapelable, pero es problemática. Las diferencias entre hombres y mujeres son por lo general estadísticamente significativas, pero sustantivamente pequeñas. Es decir, no explican las notables brechas entre hombres y mujeres en muchas profesiones. Asimismo, tratar el sexo como una categoría dicotómica es reduccionista, porque somos multidimensionales. Por ejemplo, que muchas chicas prefieran las ciencias sociales a carreras tecnológicas no se debe a que ellas sean peores en matemáticas sino a que las estudiantes buenas en matemáticas son, al mismo tiempo, excelentes en habilidades lingüísticas. En contraste con los chicos, que son más incapaces de ser buenos en ambas dimensiones.

Y los hábitos sociales pueden alterar las predisposiciones naturales. Por ejemplo, la diferencia en aptitudes matemáticas entre chicos y chicas es más baja en las regiones de la antigua Alemania Oriental, donde el régimen comunista legó una cultura de mayor igualdad de género, que en las de la Alemania Occidental.

En definitiva, las enormes distancias laborales entre mujeres y hombres no responden tanto a la biología como a nuestras costumbres. Desgraciadamente, seguimos socializando a niños y niñas de forma diferente, con actitudes, y juguetes, que reproducen los estereotipos de género.

Pero, al mismo tiempo, la izquierda, ofuscada por su determinismo social, no ve que, en la búsqueda de la igualdad, algunos contextos sociales acaban perjudicando a los hombres. Por ejemplo, mientras en biomedicina las mujeres necesitan ser 2,5 veces más productivas que los hombres para obtener la misma evaluación de méritos, en otros contextos científicos las candidatas femeninas pueden tener una ventaja de 2 a 1 sobre los candidatos masculinos.

Y ambos bandos ideológicos también se equivocan en su actitud maniquea hacia las cuotas. A pesar de las críticas de muchos liberal-conservadores, la introducción de cuotas en algunas empresas o partidos políticos ha ayudado a las mujeres en un doble sentido. Primero, da a las jóvenes modelos a seguir en profesiones que parecían reservadas para los hombres. Segundo, la comparación entre unas organizaciones que adoptan cuotas y otras que no facilita un debate basado en la evidencia y no en la estridencia.

Y, a diferencia de lo que opinan muchos progresistas, que los gobiernos impongan unas cuotas femeninas concretas puede ser contraproducente. Por ejemplo, Noruega ha buscado la igualdad de género con regulaciones duras, como sanciones a las empresas que no tengan un 40% de mujeres en sus consejos de administración. Pero esas medidas apenas han alterado el escaso poder efectivo de decisión de las mujeres ni su práctica ausencia en los puestos directivos más importantes. Por el contrario, Suecia ha optado por vías más sutiles, pero a la larga más efectivas, enfatizado más una socialización igualitaria en las escuelas y concienciando sobre la diversidad en el ámbito laboral, en lugar de medidas coercitivas. Empresas, partidos e instituciones suecas experimentan con distintas cuotas y fórmulas para fomentar la igualdad de género. Se comparan y aprenden.

La derecha debe entender que muchas pautas de comportamiento social discriminan a las mujeres. Y la izquierda que no es machista analizar científicamente los efectos de las medidas de discriminación positiva.

Unos y otros han utilizado las diferencias de género para continuar con su enfrentamiento dogmático. ¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir odio al adversario político?



Dibujo de Eulogia Merle para El País


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[Cuentos para la edad adulta] Hoy, con "El espejo de Matsuyama" (Anónimo japonés)





El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Desde hace unos meses vengo trayendo al blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros.

Continúo hoy la serie de Cuentos para la edad adulta con el titulado El espejo de Matsuyama, un relato anónimo de origen japonés que forma parte de la cultura tradicional oriental. Les dejo con:



EL ESPEJO DE MATSUYAMA
Anónimo japonés


En Matsuyama, lugar remoto de la provincia japonesa de Echigo, vivía un matrimonio de jóvenes campesinos que tenían como centro y alegría de sus vidas a su pequeña hija. Un día, el marido tuvo que viajar a la capital para resolver unos asuntos y, ante el temor de su mujer por viaje tan largo y a un mundo tan desconocido, la consoló con la promesa de regresar lo antes posible y de traerle, a ella y a su hijita, hermosos regalos.

Después de una larga temporada, que a la esposa se le hizo eterna, vio por fin a su esposo de vuelta a casa y pudo oír de sus labios lo que le había sucedido y las cosas extraordinarias que había visto, mientras que la niña jugaba feliz con los juguetes que su padre le había comprado.

-Para ti -le dijo el marido a su mujer- te he traído un regalo muy extraño que sé que te va a sorprender. Míralo y dime qué ves dentro.

Era un objeto redondo, blanco por un lado, con adornos de pájaros y flores, y, por el otro, muy brillante y terso. Al mirarlo, la mujer, que nunca había visto un espejo, quedó fascinada y sorprendida al contemplar a una joven y alegre muchacha a la que no conocía. El marido se echó a reír al ver la cara de sorpresa de su esposa.

-¿Qué ves? -le preguntó con guasa.

-Veo a una hermosa joven que me mira y mueve los labios como si quisiera hablarme.

-Querida -le dijo el marido-, lo que ves es tu propia cara reflejada en esa lámina de cristal. Se llama espejo y en la ciudad es un objeto muy corriente.

La mujer quedó encantada con aquel maravilloso regalo; lo guardó con sumo cuidado en una cajita y sólo, de vez en cuando, lo sacaba para contemplarse.

Pasaba el tiempo y aquella familia vivía cada día más feliz. La niña se había convertido en una linda muchacha, buena y cariñosa, que cada vez se parecía más a su madre; pero ella nunca le enseñó ni le habló del espejo para que no se vanagloriase de su propia hermosura. De esta manera, hasta el padre se olvidó de aquel espejo tan bien guardado y escondido.

Un día, la madre enfermó y, a pesar de los cuidados de padre e hija, fue empeorando, de manera que ella misma comprendió que la muerte se le acercaba. Entonces, llamó a su hija, le pidió que le trajera la caja en donde guardaba el espejo, y le dijo:

-Hija mía, sé que pronto voy a morir, pero no te entristezcas. Cuando ya no esté con ustedes, prométeme que mirarás en este espejo todos los días. Me verás en él y te darás cuenta de que, aunque desde muy lejos, siempre estaré velando por ti.

Al morir la madre, la muchacha abrió la caja del espejo y cada día, como se lo había prometido, lo miraba y en él veía la cara de su madre, tan hermosa y sonriente como antes de la enfermedad. Con ella hablaba y a ella le confiaba sus penas y sus alegrías; y, aunque su madre no le decía ni una palabra, siempre le parecía que estaba cercana, atenta y comprensiva.

Un día el padre la vio delante del espejo, como si conversara con él. Y, ante su sorpresa, la muchacha contestó:

-Padre, todos los días miro en este espejo y veo a mi querida madre y hablo con ella.

Y le contó el regalo y el ruego que su madre la había hecho antes de morir, lo que ella no había dejado de cumplir ni un solo día.

El padre quedó tan impresionado y emocionado que nunca se atrevió a decirle que lo que contemplaba todos los días en el espejo era ella misma y que, tal vez por la fuerza del amor, se había convertido en la fiel imagen del hermoso rostro de su madre.

FIN





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