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sábado, 22 de febrero de 2020

[A VUELAPLUMA] Entre el estigma y el dolor



Kirk Douglas y George Steiner (Getty Images)


"Cuando la semana pasada fallecieron el pensador George Steiner a los 90 años y el actor Kirk Douglas (Issur Danielovitch) a los 103 -escribe en el A vuelapluma de hoy sábado la socióloga Olivia Muñoz-Rojas-, sentí que con ellos morían dos de los últimos representantes de una generación de intelectuales y artistas euroatlánticos, marcados por algunos de los episodios más cruentos del siglo XX, como el Holocausto y la estigmatización ideológica durante la Guerra Fría.

Tuvieron infancias muy distintas, pero ambos procedían de familias migrantes centroeuropeas de origen judío y, si bien lograron posicionarse dentro del establishment cultural anglosajón, mantuvieron siempre cierta condición de outsiderism. Si Douglas se describía a sí mismo como “el hijo del trapero” en The Ragman’s Son (1988), su primera autobiografía, y explicaba las dificultades materiales en las que creció en el municipio neoyorquino de Ámsterdam; Steiner reconoció siempre el carácter acomodado y erudito que tuvo su infancia a pesar de que su familia tuvo que huir del nazismo, primero de Viena a París y de allí a Nueva York.

Mientras el niño Issy (diminutivo de Issur) vendía dulces para colaborar en el sustento de su hogar, el pequeño George aprendía a leer griego clásico con su padre. Cuando pudo, Issy salió corriendo de su entorno judío. Su familia, que hablaba yidis en casa, no veía con malos ojos que se formara como rabino, dadas sus aptitudes en la escuela. Pero Issy ya sabía que quería ser actor. Adoptó un nombre anglosajón, logró ingresar en la universidad y, después, en la American Academy of Dramatic Arts de Nueva York gracias a su talento, energía y determinación, demostrando, una vez más, que el sueño americano era posible.

Steiner no ocultó jamás su identidad hebrea, más bien al contrario. Sufría de algún modo del síndrome del superviviente. De los numerosos compañeros de clase judíos del liceo al que acudió en la capital francesa, parece, sólo sobrevivieron él y otro niño. ¿Por qué precisamente él?, se preguntaba. Dedicó parte de su vida intelectual a entender cómo pudo ser posible la Shoah en el seno de una cultura ilustrada como la europea y, concretamente, la alemana. Seguía en esto la línea trazada por Benjamin, Adorno y otros pensadores continentales, judíos como él, aunque no llegó necesariamente a las mismas conclusiones críticas. Su fe en la superioridad y el universalismo del proyecto ilustrado europeo permaneció intacta.

Steiner se consagró a mediados de los setenta con Después de Babel, una indagación en el “arte exacto” de la traducción. Era un bicho raro en una academia británica que en aquel momento se sentía ajena a su interés filosófico por el Holocausto y no se reconocía en la tradición hermenéutica continental. Douglas llevaba entonces más de 60 películas a sus espaldas. Entre ellas, El triunfador (1949) y El loco del pelo rojo (1956), que no sólo le consagraban como estrella, sino como una mente independiente y audaz en el Hollywood dorado más convencional. Su autonomía se hizo leyenda cuando logró romper la lista negra de McCarthy al colaborar abiertamente con el guionista Dalton Trumbo en Espartaco (1960).

Douglas y Steiner fueron hombres extraordinariamente prolíficos y versátiles, además de vanidosos. Steiner se consideraba a sí mismo un transmisor: el rabino que Douglas no quiso ser. Incidía en la diferencia entre este papel y el del creador o artista. Douglas cumplía con el prototipo de este último: intenso, físico, seductor, generoso, poseído de un extraordinario joie de vivre; podía llegar a ser un auténtico cretino, como él mismo admitía. Hacia el final de su vida, abrazó el judaísmo y se volvió, dicen sus allegados, una persona más afable y compasiva. Es probable que actores como él abrieran camino a una generación hollywoodense posterior que no sólo reconocía su identidad judía, sino que se enorgullecía y se inspiraba en ella. Douglas nunca logró un Oscar como actor, algo que se ha atribuido a su negativa a alinearse con el anticomunismo.

Steiner, por su parte, abandonó Estados Unidos, donde se había formado, y permaneció en el Reino Unido con un pie en Suiza. Obedecía a la voluntad de su padre, que consideraba que no regresar a Europa era una victoria para Hitler, que auguró que no quedaría nadie con nombre judío allí. La academia británica mantuvo siempre cierto escepticismo hacia su neorrenacentismo. Algunos le acusaron de querer abarcar demasiado conocimiento sin la debida profundidad. Sea como fuere, hace tiempo que los estudios del Holocausto son disciplina en las universidades británicas.

Ambos alcanzaron los albores de una nueva era en la que tanto la hegemonía masculina como el pensamiento eurocéntrico están en cuestión. Es probable que a Douglas le persiga la misma sombra de duda que a muchos de sus compañeros de Hollywood respecto de su comportamiento con las mujeres. Steiner reconocía en su entrevista póstuma que no supo calibrar la importancia del feminismo y el cuestionamiento de la razón ilustrada. Cabe preguntarse de qué manera florecería esta generación, histórica por su talento y sus excepcionales circunstancias, de nacer en este siglo".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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martes, 1 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Los dilemas de la seducción





Dibujo de Enrique Flores para El País


Estamos inmersos en una profunda renegociación de género y quizá haya que buscar un nuevo término que refleje mejor unas relaciones físicas y emocionales entre hombres y mujeres más equilibradas y libres, escribe la profesora Olivia Muñoz-Rojas, doctora en Sociología por la London School of Economics e investigadora independiente.

Es pronto aún para vaticinar las consecuencias estructurales del movimiento MeToo, pero una de las cuestiones que parece preocupar a algunos es el futuro de la seducción entre los sexos. ¿Cómo seducir en un mundo donde hay que ir haciendo explícito lo que uno desea y no en cada momento de un encuentro íntimo? ¿Cómo seducir en la transparencia cuando la seducción, tal y como la conocemos hasta ahora, se basa en la ambigüedad? Del latín seducere,conducir a otra parte, las tres acepciones de seducir que presenta el Diccionario de la RAE ayudan a entender el singular cóctel semántico y cultural que esconde la palabra y, con ella, el acto de seducir: “1. tr. Persuadir a alguien con argucias o halagos para algo, frecuentemente malo. 2. tr. Atraer físicamente a alguien con el propósito de obtener de él una relación sexual. 3. tr. Embargar o cautivar el ánimo a alguien”.

Las nociones de pecado, sexo y amor conviven tácitamente en la etimología de la palabra y contribuyen a explicar el paradigma de la seducción, heteronormativo y androcéntrico, todavía dominante en la cultura occidental. Herencia, sobre todo, del siglo XIX, explican los historiadores; bajo este paradigma, la seducción en el terreno de las relaciones íntimas se entiende como un juego de poder entre el hombre y la mujer que sigue un guion particular. Un guion, para la psicología, es un esquema mental, “una estructura cognitiva que representa un conocimiento organizado sobre un determinado ámbito”, que guía nuestras acciones y nos ayuda a anticipar las de los demás. Desde esta perspectiva, y admitiendo toda su complejidad en la práctica, el guion prototípico de la seducción, especialmente en las primeras relaciones, se resume de la siguiente manera: el hombre toma la iniciativa de una aproximación física y la mujer muestra, inicialmente, resistencia antes de sucumbir a la seducción del varón. Se asume que es el hombre quien inicia la actividad sexual, dado su supuesto mayor impulso sexual, que explicaría también su promiscuidad. Frente a esta iniciativa, se espera que la mujer ejerza de guardiana del sexo, marcando los límites al varón en la situación concreta y exponiéndose, en general, con menor frecuencia a situaciones de intimidad, si no quiere ser percibida como una mujer fácil. Uno de los problemas de este guion de la seducción, que permea nuestra cultura (desde las artes hasta los medios) y condiciona nuestros actos, es que comparte elementos con el que asociamos a una situación de abuso sexual. Ciertos estudios, como el realizado por Heather Littleton y Danny Axsom con estudiantes universitarios estadounidenses, demuestran que algunos de sus elementos, como la resistencia simbólica atribuida a la mujer, pueden llevar a determinados varones a perseverar en sus avances físicos, aun cuando esta resistencia es genuina; y a algunas mujeres a interpretar esos avances contra su voluntad como parte del guion normal de la seducción.

Esto lleva a preguntarse si la cuestión del consentimiento a un avance sexual se resuelve con un sí explícito por parte de la mujer. Pues es posible consentir a una actividad sexual no querida o deseada, como explican las psicólogas Lucia F. O’Sullivan y Elizabeth R. Allgeier. Ese consentimiento, sería, nuevamente, el resultado de expectativas sociales y de género, incluida la anticipación de una reacción contrariada o violenta por parte del varón de no producirse ese consentimiento o, desde la perspectiva del varón, la expectativa de que debe consumar una acción sexual por él iniciada. Al calor del movimiento MeToo, hay quienes reivindican la importancia de explorar abiertamente todas las zonas grises que resultan de este guion asimétrico y ambiguo aún imperante, en el que el placer sexual de las mujeres ocupa un papel secundario, sus expresiones de resistencia o consentimiento pueden ser fingidas con el fin de adaptarse a aquel y, por otra parte, el varón carga con el peso visible de la iniciativa.

No es casualidad que en los últimos años un gran número de estudios sobre sexualidad y consentimiento —generalmente, desde una perspectiva feminista— se hayan generado en la órbita anglosajona, donde también se inició el movimiento MeToo. Y que, al mismo tiempo, algunas de las reacciones de reivindicación masculinista más visibles hayan surgido en el mismo entorno cultural: desde el inusitado éxito del psicólogo canadiense Jordan Peterson, quien denuncia el “asalto contra la masculinidad” que cree distinguir en la actualidad, hasta el renovado interés por la llamada comunidad de seducción (Seduction Community), una red informal de grupos físicos y virtuales que promueve técnicas para el cortejo y de autoafirmación masculina para contrarrestar la que perciben como creciente e injustificada dominación femenina en las relaciones entre los sexos.

Fuera del entorno anglosajón, una de las reacciones críticas al MeToo que más atención recibió en su momento fue la tribuna que firmaron a principios de 2018 un centenar de mujeres, entre ellas la actriz Catherine Deneuve, en Le Monde. Estas, en su mayoría francesas, consideraban que “tocar una rodilla, tratar de robar un beso, hablar de cosas íntimas en una cena profesional o enviar mensajes de connotación sexual a una mujer cuya atracción no es recíproca”, junto a otros elementos que podrían formar parte del guion de la seducción, no debieran ser suficientes para incriminar a un hombre y acusarlo de acoso sexual, y, menos aún, destruir su carrera. El escrito pone en evidencia la brecha cultural que muchos aprecian entre un supuesto puritanismo anglosajón que confronta a las mujeres con los hombres, y una presunta libertad sexual francesa que reclama matices —¿acaso, junto a los donjuanes, no conviven las femmes fatales?— y cuestiona el papel de víctima estructural de la mujer en sus relaciones con el varón.

Como parte de la profunda renegociación de las relaciones de género que estamos viviendo en la actualidad, el guion de la seducción se está reescribiendo. Hay mucho en juego en un aspecto tan esencial de las relaciones entre los sexos y no debería sorprender que muchos, tanto hombres como mujeres, teman perder, en ese nuevo guion (quizá, nuevos guiones), el papel que hasta ahora han ostentado. Desde algunos sectores científicos y académicos hay tímidas, pero muy necesarias, llamadas a una exploración de carácter más interdisciplinar sobre las dinámicas de la seducción y su evolución en nuestra especie; una que tenga en cuenta tanto nuestra biología como nuestra socialización y la interacción entre ambas. El objetivo es encontrar elementos empíricos y teóricos con los que trabajar colectivamente para impedir los abusos y lograr que más hombres y mujeres se sientan genuinamente cómodos y satisfechos en sus relaciones íntimas. Es posible que, en el proceso, el significado de seducir cambie e, incluso, que abandonemos la palabra por otra que refleje mejor unas relaciones físicas y emocionales entre hombres y mujeres más equilibradas, libres y equitativas.





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jueves, 29 de agosto de 2019

[A VUELAPLUMA] Desconectar



Dibujo de Diego Mir para El País


Con la llegada del teléfono inteligente, escribe la ensayista Olivia Muñoz-Rojas, no basta con alejarse del lugar en el que uno lidia físicamente con sus preocupaciones para lograr que la mente se aparte de ellas. 

¿Desde cuándo utilizamos la palabra desconectar para referirnos al acto de abandonar momentáneamente nuestra rutina doméstica y laboral?, se pregunta Muñoz-Rojas. La RAE no reconoce este significado coloquial de la palabra; quizá porque se desprende ya de su segunda acepción: “interrumpir la conexión entre dos o más cosas”. En este caso, entre nuestra mente y nuestros problemas y preocupaciones cotidianas. En su tercera acepción, desconectar equivale a “interrumpir el enlace… entre aparatos y personas para que cese el flujo entre ellos”. Esto sucede cuando apagamos nuestro ordenador o nuestro móvil. Aunque, cuando lo hacemos, también desconectamos, en ese otro sentido figurado, nuestra mente de estas potenciales fuentes de inquietud. El solapamiento de ambos sentidos, literal y figurado, es quizá la razón por la que, en la actualidad, se ha impuesto el uso de desconectar como sinónimo de descansar, reposar, darse una pausa.

Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, la posibilidad para el grueso de la población de desconectar fue muy reducida. En casi todas las culturas, los días de asueto estaban destinados a atender obligaciones religiosas. Los meses de interrupción entre ciclos escolares que disfrutan los estudiantes estaban motivados, originalmente, por la necesidad de que ayudaran en la cosecha. No es hasta bien entrado el siglo XX cuando se institucionalizan las vacaciones. Según algunas fuentes, los primeros días pagados de descanso los negocian los sindicatos alemanes en 1905, extendiéndose este logro social en las décadas siguientes a otros países europeos, incluido el nuestro a principios de los años 1930. Las vacaciones de verano se convierten así en el periodo de desconexión por excelencia en nuestro continente: millones de personas cambian su escenario de vida habitual por otro, generalmente, más propicio al bienestar físico y la evasión de la mente. Pero con la llegada de las tecnologías de la información y la comunicación y, más concretamente, el teléfono inteligente, no basta con cambiar de escenario, con alejarse del lugar en el que uno lidia físicamente con sus preocupaciones para lograr que la mente se aparte de ellas. Hoy es necesario, además, desconectar literalmente de esos aparatos que llevamos con nosotros a todas partes y que, si bien nos conectan con el mundo y son fundamentales para organizar nuestro ocio, también nos llenan de desasosiego. Pero, me interpela un amigo, ¿qué hacen aquellos a quienes les produce vértigo perder ese refugio virtual de un entorno inmediato que, incluso en vacaciones y lejos de casa, les resulta opresivo?







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viernes, 3 de mayo de 2019

[EUROPA] España, sola en el mundo





Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo, de aquí al 26 de mayo próximo, al menos dos veces por semana, aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

No sabemos qué piensan nuestros candidatos de las diferentes tendencias que se palpan en Europa en cuanto al futuro de la Unión Europea, escribe Olivia Muñoz-Rojas, investigadora independiente, doctora en Sociología por la London School of Economics, máster en Humanidades y Pensamiento Social por la New York University y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense. 

Mientras el futuro de Europa forma parte del debate nacional en muchos otros países europeos, comienza diciendo, en el nuestro, su ausencia en esta campaña —y, concretamente, en los dos principales debates electorales— asombra. Podría pensarse que es porque las elecciones europeas están a la vuelta de la esquina y existe una preferencia por reservar el tema europeo para esa campaña. O que no es relevante porque ninguno de los principales partidos promueve la salida de la Unión Europea (ni tan siquiera Vox). O que tenemos preocupaciones internas demasiado serias, como el conflicto territorial, que requieren nuestra atención plena. O que las encuestas sociológicas indican que la política exterior no es una prioridad para los ciudadanos. Sea como fuere, cualquiera que observara nuestra campaña desde fuera, podría llegar a la conclusión de que España está sola en el mundo. ¿Cuál es el papel de nuestro país en el Mediterráneo? ¿Cuál en la Unión Europea? ¿Qué papel puede jugar en tanto puente entre Europa y América Latina?

Salvo por la cuestión de la inmigración, es difícil saber la postura de cada partido respecto de las transformaciones políticas que se están viviendo en el mundo árabe, por ejemplo, y sus consecuencias para nuestro país y Europa en su conjunto. Tampoco sabemos qué piensan nuestros candidatos de las diferentes tendencias que se palpan en Europa en cuanto al futuro de la Unión, fundamentalmente, la tensión entre reforzar la soberanía nacional que defiende el Grupo de Visegrado, mantener el statu quo o avanzar hacia un modelo crecientemente federal. Es un asunto que, en la actual estructura de la UE —con un Ejecutivo (la Comisión) formado por representantes designados por los gobiernos de cada país y con mayores prerrogativas que el Parlamento Europeo— no se dirime sólo en las elecciones a este último, sino, e incluso más, en las elecciones generales de cada país.

Con alguna excepción y más allá de las referencias ideológicas a Venezuela —y México, tras la famosa carta de AMLO— ningún partido parece interesado en explicar cómo podría aprovechar mejor España su posición como interlocutor privilegiado entre Europa y más de la mitad del continente americano en un incierto mapa geopolítico y económico mundial.

Se trata de temas trascendentes que elevarían el nivel de nuestro debate, sin restarle importancia a las cuestiones internas, pues, al fin y al cabo, muy poco de lo que hoy nos sucede puede entenderse fuera de un contexto europeo y global. Se puede, como sucede en nuestro país vecino, debatir la crisis de los chalecos amarillos —asunto interno no menor— a la vez que se discute el papel de Francia en Europa y su proyección en otros continentes. Convendría que aquellos que defienden España como uno de los mejores países del mundo y se enorgullecen de su historia milenaria universal les recuerden también a los votantes que España no vive en una burbuja.






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miércoles, 14 de noviembre de 2018

[A VUELAPLUMA] Un mundo de trols y duendes





En los albores de la guerra virtual que, en teoría, es la política por otros medios cuando esta última se agota, es posible que estemos caminando hacia un mundo de trols y duendes en el que esta nueva forma de guerra se esté convirtiendo en la política a secas. Lo anterior lo escribía hace unos días en el diario El País la profesora Olivia Muñoz-Rojas, doctora en Sociología por la London School of Economics e investigadora independiente. 

Hacia finales de 2014, comienza diciendo la profesora Muñoz-Rojas, un grupo de ciudadanos lituanos comenzó a coordinarse para contrarrestar la propaganda del Kremlin en las redes, orientada en aquel país a desacreditar al Gobierno y promover un cambio de régimen por medios democráticos o con la ayuda de un ejército vecino amigo, explica el periodista Michael Weiss. Frente al ejército de trols que presuntamente contaminaba la opinión pública lituana, surgió este autodenominado colectivo de elfos que fue creciendo hasta alcanzar cientos de ciudadanos. Su eficacia terminó por captar la atención de las Fuerzas Armadas lituanas, que definieron a estos activistas virtuales como una nueva estirpe de guerrilleros, y, posteriormente, de la OTAN. “Elfos bálticos batallan contra trols rusos”, resume uno de los titulares que recogen este fenómeno del que se han hecho eco los medios en los últimos años.

No estamos inmersos en Mundo de Warcraft u otro videojuego en línea, pero pocos discuten ya que las guerras —ya sea entre países o en su seno— se desarrollarán cada vez menos sobre el terreno y más en el espacio virtual. Los nuevos ejércitos, compuestos de trols, apoyados por bots (trols automatizados), tienen el cometido de inundar las redes con información tóxica destinada a formar ciertos patrones de comportamiento afectivo y cognitivo en la población que la lleven a actuar de una manera determinada. Para lograr que la población se movilice a favor de los objetivos deseados es necesario saber “comunicar con éxito lo que es correcto como incorrecto y lo que es incorrecto como correcto”, explica el exmilitar y analista estadounidense Stefan J. Banach. Hay que ser capaz, continúa, de “generar desequilibrio a nivel individual y social… cegar las mentes del adversario a través de la propagación de elementos de ambigüedad que atacan, engañan y confunden a las personas y producen distracciones masivas de manera tanto física como no física”. El objetivo de la guerra virtual no es otro que el control social, “someter al enemigo sin darle batalla”, resume Banach, evocando la milenaria cita de Sun Tzu en El arte de la guerra.

Los trols financiados por Gobiernos o actores no estatales reciben inestimable ayuda de los odiadores o haters espontáneos de la Red que, además de difundir información tóxica, acosan a periodistas, políticos y otras personas con presencia pública y mediática. A diferencia de los trols mercenarios, sus motivaciones pueden ser diversas, pero el fin último de sus amenazas, se entiende, es impedir que sus víctimas desarrollen su actividad con libertad. Delatar a los trols u odiadores que están detrás de incidentes sistemáticos de acoso en Internet es el objetivo del programa de televisión sueco Trolljägarna (“Los cazadores de trols”), emitido en 2014 y 2015 y con una nueva entrega en 2018. El veterano periodista Robert Aschberg se reúne en cada episodio con varias personas —desde periodistas hasta ciudadanos anónimos— que han sido víctimas de trols y sale después a la caza de los individuos que están detrás de las identidades virtuales acosadoras. Una vez localizados los trols físicamente, los confronta para que expliquen por qué han acosado a su víctima y, en su caso, les anuncia la repercusión legal de su acción.

Al otro lado del Báltico, el fundador del Grupo de Elfos Lituanos insiste en que, en la lucha contra los ejércitos de trols no se trata de contrarrestar propaganda con propaganda alternativa, sino con información lo más completa, fehaciente y matizada posible y también rastrear la identidad de los trols. El reto es respetar escrupulosamente los principios y valores democráticos —desde la libertad de expresión hasta el derecho a la privacidad de los usuarios de las redes— a la par que lograr neutralizar eficazmente los efectos tóxicos de la desinformación y el odio virtual. Un equilibrio difícil de mantener, tal y como demuestran las críticas que recibió Aschberg a su programa cuando uno de los odiadores a los que expuso (y cuya identidad era pública) comenzó, a su vez, a ser objeto de acoso en la Red. Aschberg responde que ello no hace sino demostrar la envergadura del problema y la necesidad de abordarlo.

Odiadores que son a su vez odiados, trols que se convierten en duendes, y a la inversa… No es difícil argumentar que la Red es tan líquida, lúdica y perversa a la vez —tan ambivalente, en suma— que escapa a la lógica de la predictibilidad institucional que ordena nuestras instituciones democráticas en la actualidad. Pero también, sostienen algunos críticos, puede que se esté dando un uso excesivamente laxo del concepto trolear. De ser una identidad subcultural a principios y mediados de los 2000, explican Gabriella Coleman y otros autores, en la última década, “el término se ha aplicado a tantos tipos de comportamiento en tantos contextos diferentes que lo grande y lo pequeño, lo dañino y lo inofensivo, lo progresista y lo reaccionario acaban aplanados en una categoría resbaladiza que sugiere vagamente algo que perturba. Reenviar opiniones odiosas y acusar al presidente [de Estados Unidos] de hipocresía. Exponer la solidaridad feminista y exponer la misoginia violenta. Todo, de algún modo, se vuelve lo mismo”. Coleman ejemplifica esta laxitud conceptual con el caso de Anonymous.

El movimiento, en su origen, se caracterizaba por hacer gamberradas en la Red sin otra intención que reírse alto y fuerte (laugh out loud, LOL). Seguidamente, pasó a desempeñar un papel clave en reivindicaciones democráticas y de justicia social como las primaveras árabes y Occupy Wall Street. En los últimos años, páginas web anónimas muy frecuentadas como 4chan, que usa también Anonymous, han servido de altavoz para la derecha alternativa (alt-right), generando la impresión de que los Anons siempre actuaron desde ese lado del espectro político. Ciertamente, en el término trol se confunden dos acepciones, como explicó Álex Grijelmo en este diario: la escandinava, en la que troll hace referencia a un ser maligno que habita los bosques; y el verbo inglés to troll, que designa una técnica de pesca consistente en arrastrar lentamente varias líneas con cebos coloridos. La potencia de los trols virtuales se basa, pues, en que lanzan vistosos cebos en los que los internautas pican.

Estamos en los albores de la guerra virtual que, en teoría, no es otra cosa que la política por otros medios cuando esta se agota. Pero es posible que esta nueva forma de guerra se esté convirtiendo en la política a secas. Sería interesante saber qué pensaría hoy Jean Baudrillard sobre el fenómeno. El autor de La guerra del Golfo no tuvo lugar mantuvo en 1991 que la guerra del Golfo había sido vivida como un simulacro de conflicto por parte de la población occidental que en sus pantallas solo veía estilizadas tomas aéreas de los bombardeos estadounidenses y no los muertos y la destrucción causados por las bombas. Intuía ya Baudrillard que el simulacro o la realidad virtual podía terminar convirtiéndose en la realidad dominante.

Aunque los medios tecnológicos hayan evolucionado exponencialmente, incluso el conocimiento neurocientífico, es bueno recordar que la manipulación y la propaganda son tan viejas como la humanidad. Los rumores siempre sirvieron para condicionar, humillar y destruir a individuos y colectivos. Quizá el mejor antídoto contra la información tóxica y el odio, además de una educación crítica y amplia de miras, es desconectarse de la Red y, mientras sea posible, observar la realidad con nuestros propios ojos.



Dibujo de Eulogia Merle para El País



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lunes, 21 de agosto de 2017

[A vuelapluma] Levantar puentes, tender muros





En etapas expansivas se valora la apertura y el intercambio; en horas bajas surgen actitudes defensivas que buscan proteger el statu quo. En la última década, el afán por unir ha sido desplazado por la exaltación de vallas y fronteras mentales, comenta la profesora Olivia Muñoz-Rojas, doctora en Sociología por la London School of Economics e investigadora independiente.

Los puentes entre Europa y sus aliados históricos están rotos, concluía una decepcionada Angela Merkel tras la última cumbre del G7, comienza diciendo. En este caso, el sentido metafórico de la expresión tiene una dimensión material: muros, vallas, puentes, túneles y canales dibujan el paisaje geopolítico de cada época. Hay épocas en las que se tiende a conectar y otras en las que se busca separar. Aunque como escribía el sociólogo alemán Georg Simmel, solo se puede unir aquello que previamente se percibe como separado y separar aquello que se percibe como unido. En Europa (y Occidente, en general) vemos como el entusiasmo por unir a través de puentes y túneles ha sido desplazado desde hace algo más de una década por la exaltación de la separación en la forma de vallas, muros y fronteras mentales.

Al derribo del muro de Berlín en 1989 y el comienzo de una Europa reunificada siguieron otros hitos destinados a reforzar la articulación física del viejo continente y facilitar las cuatro libertades de movimiento. En 1994 se inauguraba el Eurotúnel bajo el Canal de la Mancha, conectando por primera vez en la historia el continente con las islas Británicas. Un año más tarde, comenzaban los trabajos para levantar el puente de Øresund que, a partir del año 2000, uniría también por primera vez el continente con la península escandinava. Un flujo creciente de mercancías, vehículos y pasajeros cruzarían desde entonces diariamente por debajo de las aguas del Canal y por encima de las del estrecho que separa Dinamarca de Suecia merced a estas impresionantes infraestructuras, impensables sin la cooperación entre los socios europeos. Gracias al tren de alta velocidad Eurostar que conecta París, Bruselas y Londres muchos ciudadanos han podido realizar el sueño cosmopolita de residir en una de las capitales y trabajar en otra. Se calcula que 300.000 personas reparten su vida entre Londres y París. Algo similar sucede con los habitantes de las regiones de Selandia y Escania: entre 2001 y 2009, el número de personas que se desplaza entre Dinamarca y Suecia para trabajar aumentó en más de un 300%.

La guerra en los Balcanes parecía el último escollo a la integración europea en una década, los años noventa, de optimismo y apertura. La lenta y minuciosa reconstrucción del emblemático puente de Mostar, una vez superado el conflicto en 1995, reflejaba, al mismo tiempo, el arduo camino hacia la paz y la reconciliación. Paradójicamente, con su inauguración en 2005, Europa comienza a transitar nuevamente hacia una época de enclaustramiento. Ese año se produjo el primer salto masivo de migrantes subsaharianos en la valla de Melilla. Para evitar futuras tentativas, se dobló la altura de la valla de tres a seis metros. El mar Mediterráneo, límite natural del continente hacia el sur, se ha ido convirtiendo poco a poco en un enorme foso defensivo en el que han perdido la vida miles de personas en su intento por llegar a Europa. En los últimos dos años hemos visto erigirse, asimismo, cercas y barreras en Europa central y oriental para impedir el paso a los refugiados de Oriente Próximo. La barrera húngara es quizá la más conocida por la retórica abiertamente xenófoba del Gobierno de Viktor Orbán, pero los Gobiernos de Eslovenia, Croacia, Austria, Serbia, Bulgaria y Macedonia han hecho lo suyo.

Se ha comparado la fortificación de Europa con la de EE UU y el famoso muro que Trump quiere terminar de construir a lo largo de la frontera con México. Los amantes de las series policiacas que hayan visto la versión sueco-danesa y la estadounidense de El puente (Bron/The Bridge, 2011) reconocerán las enormes diferencias, pero también los paralelismos entre dos fronteras aparentemente tan distintas como las que separan Dinamarca de Suecia y México de Estados Unidos. La serie se desarrolla a partir de la aparición de un cadáver en la línea fronteriza entre los dos países, esto es, en medio del puente de Øresund, respectivamente, el puente Río Bravo que une Ciudad Juárez con El Paso. Pone de manifiesto la inevitable ósmosis que se produce en las fronteras, sean abiertas como entre Dinamarca y Suecia o estén valladas y sometidas a estrictos controles como entre México y EE UU. Cuando es legal, este intenso canje entre personas y de bienes y servicios se enmarca dentro de la cooperación transfronteriza. Cuando no lo es, hablamos de actividades ilícitas o clandestinas, las cuales adquieren tintes especialmente sórdidos cuando se producen entre vecinos tan asimétricos como México y EE UU.

A uno y otro lado del Atlántico se reafirma la voluntad de excluir, desunir y separar. Conviene recordar que la libre circulación que permite a los protagonistas de la versión escandinava de El puente cruzar este a su antojo fue suspendida a principios de 2016. Suecia reinstauró entonces controles fronterizos para evitar la entrada libre de refugiados. A esta y otras suspensiones parciales del acuerdo de Schengen destinadas a frenar el ingreso de ciudadanos extracomunitarios, siguió el Brexit, que ha instalado a los residentes comunitarios de Reino Unido en una suerte de limbo legal y enorme incertidumbre sobre su futuro.

La construcción de vallas y muros es sintomática de la debilidad de un imperio (léase, civilización), concluye el sociólogo Mohammad Chaichian en su libro Walls and Empires (2014). Podría decirse que en etapas expansivas se valora la apertura y el intercambio, mientras que en horas bajas surgen actitudes defensivas que buscan proteger el statu quo. Como ejemplos representativos, Chaichian cita la Gran Muralla China y el Muro de Adriano que el emperador hizo construir en la frontera norte del Imperio Romano (en el actual Reino Unido) —ninguna de las construcciones logró frenar la caída de estos grandes imperios. Las fronteras se alimentan de los muros mentales que se construyen ladrillo a ladrillo, como en la mítica canción The Wall de Pink Floyd, a partir de traumas y temores individuales que se proyectan sobre determinados colectivos. Adquieren relevancia social cuando se plasman en eslóganes y programas electorales y encuentran eco en la ignorancia y el temor (hasta cierto punto, comprensible) de muchos ciudadanos a un mundo hiperconectado, sin vallas, sin fronteras.

Quizá una de las acciones que pase a la historia como especialmente simbólica de este nuevo paisaje euroatlántico de cerramientos sea la decisión de rodear la Torre Eiffel de una valla protectora antibalas. En un momento en que Europa deposita su última esperanza en el nuevo presidente francés, la controvertida medida ilustra bien el reto al que se enfrenta Macron: defender una Europa abierta, inclusiva y conectada para desactivar la amenaza yihadista en el medio y largo plazo a la par que defenderse de esta en el corto.



Dibujo de Nicolás Aznárez para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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Entrada núm. 3752
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)