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sábado, 11 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Periodistas



El escritor George Orwell. Foto de Getty


El periodismo no puede renunciar a la precisión, exactitud y brevedad que le enseña la poesía, afirma en el A vuelapluma de hoy [Contar el mundo. El País, 3/7/2020] el periodista y presidente de la sección española de Reporteros Sin Fronteras, Alfonso Armada.

"La poesía, como epígrafe, -comienza diciendo Armada- podría servir para un suplemento cultural (vitaminas añadidas al cuerpo cordial y a menudo tan poco cabal de las noticias) y para una lápida. Y, sin embargo, para que los periódicos no se nos caigan literalmente de las manos deberían acertar a mezclar la preciosa sintaxis de la poesía, su exactitud helada, con la banda sonora de los hechos. ¿Otro gallo nos cantaría?

Homero. Maite Larrauri se ha pasado la vida enseñando filosofía a bachilleres, por eso escribe con una claridad que no deslumbra. Hablando de Simone Weil y de la guerra, Larrauri se remonta a Homero. De la Ilíada escribió Weil que es un documento de excepción porque no emana de los vencedores. He aquí la exégesis de Larrauri con Weil en el retrovisor: “La equidad con la que son tratados los griegos y troyanos hace imposible deducir la nacionalidad de Homero. En el poema no se admira, ni se desprecia, ni se odia a ninguno de los bandos. Todo lo que la guerra destruye le parece al poeta digno de ser lamentado”. ¿Eso aprendieron Walter Cronkite (de quien nunca se supo a quién votaba en los comicios estadounidenses) o John Hersey (cuya Hiroshima sigue siendo una crónica en la estela de Homero)?

Orwell. Los libros duran más que los periódicos. Y que las páginas web. Aunque aseguran que la memoria digital nos sobrevivirá. ¿Para uso de robots? Me reencuentro con un artículo que el reportero estadounidense George Packer escribió en Letras libres en abril de 2017. Hablaba de las lecciones que aprendió de George Orwell. Recuerda que la neutral suele ser mala escritura y que “la neutralidad no es necesariamente el objetivo que tendría que tener el periodismo”, porque neutralidad “no es lo mismo que la independencia, la imparcialidad, la honestidad”. El chivato rojo que tengo al lado del teclado se ha encendido al tratar de periodismo. Vale. Dos acotaciones para avanzar en medio de la maleza textual. Dice Packer: “Todo periodista que no es simplemente un escritorzuelo profesional, o un funcionario, o un francotirador, no solo debería leer literatura, sino que debería aspirar a escribirla”. (Recordemos que Albert Camus no recibió el Nobel por sus escritos periodísticos, pero sí Svetlana Alexiévich y empezó así a quebrar el abusivo canon de la novela. Ojalá). Y una cita más del retorno de Parker a Orwell: “La desaparición de los hechos en el periodismo y en la política es un desastre, porque ya no tenemos un marco común con el que todos estemos de acuerdo antes de empezar nuestras feas discusiones”. Esto serviría para esta hora fatigosa de España, un país extremadamente fatigoso, entre otras cosas por la retórica del bosque que impide ver los árboles de los hechos, y la imposibilidad (que tanto ha lamentado Aurelio Arteta) de convencer a alguien con datos y argumentos impecables.

Celan. En octubre de 1960 el poeta Paul Celan agradeció la concesión del premio Georg Büchner y dijo algo que se sigue oyendo: “Es cosa habitual reprocharle a la poesía su oscuridad”. Él, que no es un poeta fácil, que exige mucha atención por parte del lector, se refiere a “la oscuridad adherida a la poesía en función de que se produzca un encuentro, una oscuridad desde una lejanía o extrañeza”. Habla de que esa oscuridad, como el silencio, es una forma de enmudecer ante el dolor, la ininteligibilidad del sufrimiento, del exterminio, de la violencia inusitada. La oscuridad, en ese sentido, trata precisamente de leer, de pronunciar ese mundo. En el caso de Celan hasta el punto de cortarse la lengua, de suicidarse. A la poesía no le podemos pedir lo mismo que al periodismo. Pero tampoco le pidamos al periodismo que se olvide de la belleza y de la precisión, de la exactitud, de la brevedad, de la intensidad que puede proporcionarle la poesía. Porque ante el dolor de los demás, y a la espera de la justicia que ponga fin a la impunidad, que muchas veces tarda una vida en llegar, o no llega nunca, que la dignidad de las víctimas alcance al menos un gramo de eternidad y de consuelo en la belleza de la sintaxis, en esa duración. Poesía, tal vez.

Forché. La poeta estadounidense Carolyn Forché recibió en Encinitas, California, la inesperada visita de un hombre que venía conduciendo desde El Salvador con sus dos hijas. Leonel Gómez Vides sabía de ella porque la mujer había traducido a su compatriota Claribel Alegría. Consiguió persuadirla para que le acompañara a El Salvador, donde se tejía una guerra civil, pese a que ella le dijo que no era periodista. Pero él le respondió que no necesitaba un periodista, sino un poeta. “Hay que ser capaz de ver el mundo tal como es, de ver cómo está compuesto, y hay que ser capaz de contar lo que uno ve”. Con frases de esa estirpe se la ganó. Ahora lean, por favor, Lo que han oído es cierto. Testimonio y resistencia, que acaba de publicar Capitán Swing, y verán cómo para contar mejor el mundo es bueno que las botas del periodista lleven un poeta dentro de los ojos. En El Salvador ella aprendió, entre otras cosas, cuánto pesa una cabeza humana".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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lunes, 6 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Utopía




 
Dibujo de Eduardo Estrada para El País

Seamos realistas, pensemos lo imposible: Si miramos a nuestro alrededor, -comenta en el A vuelapluma de hoy [Seamos realistas, pensemos lo imposible. El País, 26/6/20] la filósofa Joke J. Hermsen, es posible ver brotes de perspectivas esperanzadas. Oímos voces que proclaman la necesidad de comprometernos en la construcción de un mundo más justo y sostenible.

"Después de un largo periodo de espera, preocupación y encierro en casa, -comienza diciendo Hermsen- ha llegado el momento de preparar nuestra vuelta al mundo público de los colegios, las oficinas, los restaurantes y los servicios públicos. ¿Pero cómo vamos a regresar a la sociedad? ¿Retomamos el hilo y seguimos adelante con nuestras vidas como si no hubiera ocurrido nada? ¿O acaso el periodo de confinamiento nos ha inspirado para reflexionar sobre el mundo y darnos cuenta de que es necesario cambiar si queremos salvar nuestro planeta para las generaciones futuras?

La crisis de la covid-19 nos ha vuelto a muchos más conscientes de las cosas que han salido mal durante los últimos decenios de políticas neoliberales en Occidente: las desigualdades económicas, el cambio climático, la falta de solidaridad, el fracaso de nuestros servicios públicos y la injusticia social, entre otras. Probablemente, muchos aspiramos a un mundo mejor, más sostenible y más justo. La pregunta, por tanto, es cómo vamos a cambiar esas cosas y vamos a hacer realidad un mundo mejor, sin volver a caer en los modelos de explotación irresponsable, agotamiento de los recursos y rentabilidad económica solo para unos pocos.

Distintos filósofos de diversas tradiciones han demostrado que una de las condiciones para poder cambiar es el poder de la esperanza. Antes de emprender ninguna iniciativa transformadora, tenemos que “aprender otra vez a tener esperanza”, como dijo el filósofo judío Ernst Bloch (1885-1977) en la introducción de su famoso libro El principio esperanza. Las primeras frases podrían haberse escrito hoy, y no hace 70 años: “¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué esperamos? Muchos se sienten confusos. El suelo tiembla, y no saben por qué ni de qué. [...]Se trata de aprender otra vez a tener esperanza. La esperanza, superior al miedo, no es pasiva ni está encerrada en la nada. La emoción de la esperanza da amplitud a las personas, en lugar de encerrarlas”.

Aprender otra vez a tener esperanza significa, ante todo, superar nuestros sentimientos de impotencia, frustración y miedo. Esta difícil tarea solo puede llevarse a cabo gracias a nuestras aptitudes sociales para conectar con otros y nuestras aptitudes creativas para pensar de forma imaginativa. Aprender otra vez a tener esperanza significa tratar de concebir el mundo como si todavía no existiera. Es la exploración y el desarrollo de visiones utópicas de un mundo más justo y sostenible, en el significado griego original de la palabra outopos: un lugar inexistente, pero mejor. Las visiones y las ideas esperanzadas y utópicas no solo nos ayudan a criticar el statu quo actual de la sociedad occidental y descubrir sus defectos, sino también a imaginar un mundo en el que se destruya menos la biosfera y haya menos injusticias socioeconómicas.

Tenemos que “ser realistas y pensar lo imposible”, como escribió Bloch. Esta es otra definición de esperanza. Pensar lo imposible —o lo que aún no es realidad—, además de ser un requisito para el cambio, justifica nuestra naturaleza humana. Nuestra capacidad de hablar, pensar y crear nos convierte en “un sustrato de posibilidades”. Podemos imaginar lo que nosotros, y el mundo, podríamos ser, y esa perspectiva es precisamente lo que nos da esperanza.

Como seres humanos estamos anclados en el tiempo; podemos reflexionar sobre el pasado y podemos soñar sobre el futuro. El futuro todavía es desconocido, es aún una mera posibilidad. Por eso, Bloch puede escribir: “El tiempo es esperanza”. Debemos tomar en serio nuestro “estar en el tiempo” y nuestra capacidad de esperar e imaginar para poder ser fieles a nuestra humanidad.

Antes de volver a salir al mundo, tenemos que ser muy conscientes de este fundamento de esperanza en el que se apoya toda vida humana. No es el momento de abusar del cinismo, el escepticismo y la ironía. Seguramente asomarán más adelante y nos convertirán en objeto de humor, pero, por ahora, debemos aprender de nuevo a tener esperanza para poder transformarnos.

También debemos ser más conscientes de nuestro estar en el tiempo. En la sociedad capitalista occidental hemos vivido bajo una enorme presión temporal; en el último siglo, el tiempo se ha vuelto, cada vez más, un criterio exclusivamente económico. Como nos pagan en función de las horas que trabajamos, el tiempo se ha convertido en dinero. Los beneficios aumentan si se hace el mismo trabajo en menos horas; el tiempo se ha vuelto escaso y estamos en una dinámica acelerada que muchas veces nos causa cansancio y estrés crónicos. Esta fatiga no es buena. No solo nos enferma y nos deprime, sino que pone en peligro nuestra capacidad de imaginar y esperar.

Cuando el tiempo se convirtió en dinero se vinculó casi por completo al verbo “tener”; dejó de pertenecernos a nosotros y al verbo “ser”, ya no “éramos en el tiempo”. Esta reducción del tiempo al modelo económico y cronológico nos distanció de nosotros mismos, de nuestro trabajo, de los demás y del mundo, como señalaron Rosa Luxemburgo y Hannah Arendt. Debemos comprender que no solo “tenemos” y medimos el tiempo, sino que también “somos” y experimentamos el tiempo. El tiempo del reloj económico no es más que una perspectiva abstracta y artificial que, bajo las leyes del capitalismo, ha ensombrecido casi cualquier otra experiencia del tiempo.

Si el tiempo es esperanza, como dice Bloch, solo puede emanar de nuestro estar en el tiempo, y no de los principios alienantes del tiempo económico. Debemos volver a prestar atención a esta experiencia interior del tiempo, que se presenta cuando estamos descansando, pensando, soñando despiertos, meditando, caminando, leyendo o pintando. Muchas personas han experimentado este “tiempo interior” sin querer durante el confinamiento, si es que no estaban esforzándose sin parar en hospitales y otros servicios públicos. Los que hemos tenido que quedarnos en casa hemos perdido el hilo del tiempo económico y, tras una primera fase de malestar y angustia, quizá hemos experimentado ya ese otro tiempo que Bloch llamaba “la captura de la eternidad en el momento”. La esperanza surge de ese “momento”, que señala el principio de cualquier cambio o creación.

Si miramos con cuidado a nuestro alrededor, es posible que veamos ya estos brotes de perspectivas esperanzadas. Oímos cada vez más voces que proclaman en voz alta la necesidad de un mundo sostenible y vemos nuevas iniciativas democráticas en países como Bélgica, Irlanda y Dinamarca, con consejos cívicos en los que la gente se involucra más y se compromete con el mundo sociopolítico. Oímos protestas más sonoras contra las injusticias fiscales que favorecen a las multinacionales y al puñado de supermillonarios que dirigen el mundo, leemos con más seriedad las propuestas de una renta básica, vemos a grupos locales que organizan huertos comunitarios y fuentes de energía sostenible en sus pueblos o en sus barrios.

La esperanza ciega la razón, dirán quizá algunos políticos. Por supuesto, a veces. Pero vivir sin esperanza significa vivir sin imaginación ni compasión, que es no vivir en absoluto. Verdaderamente no tenemos más remedio. Si queremos salvar nuestro planeta y mantener nuestro mundo humano, debemos empezar a esperar e imaginar un mundo mejor ya. Oscar Wilde tenía razón cuando escribió: "Un mapa del mundo que no incluya Utopía no merece ni que se le eche un vistazo, porque deja fuera el único país en el que la humanidad siempre acaba desembarcando".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








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sábado, 20 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] Desastres



Una terraza en Morata de Tajuña, Madrid. Europa Press


"El desastre del que habremos de soportar ahora las consecuencias nos ocupa por completo, y es lógico que así sea, afirma en el este A vuelapluma de hoy [Malas prácticas. El País, 12/06/2020] la poetisa y escritora Chantal Maillard. Pero, por favor, -comienza diciendo- seamos realistas: este no ha sido ni será el último desastre. El virus que ha causado el estado de alarma en estos meses no es más importante ni proporcionalmente más letal que otras muchas pandemias que la humanidad ha sufrido a lo largo de su historia. Tampoco es más letal ni más importante que muchas de las catástrofes que han estado ocurriendo últimamente y siguen ocurriendo ahora. ¿O acaso nos olvidamos del cáncer y la cifra de fallecidos que conlleva? En el año 2018, tan sólo en España, murieron de cáncer 112.000 personas. En el mismo año, por esta causa, se contabilizaron 9,6 millones de fallecidos en el mundo. Claro que el cáncer no se contagia y es una mina de oro para la industria farmacéutica. Tampoco se contagia “el cambio climático”, ni la “crisis de refugiados”, ni los conflictos armados, ni los tsunamis, esos desastres que ocurren siempre “en otra parte” y que los noticiarios nos ofrecían a diario a modo de seriales hasta que fueron sustituidos por el único serial capaz de adquirir realidad a nuestros ojos porque, a diferencia de los otros, éste se prolonga en nuestros gestos cotidianos y, por tanto, nos afecta. El problema es que nuestro campo de visión es por lo general bastante estrecho, pues tan sólo nos sentimos concernidos por lo que directamente nos afecta cuando, en realidad, lo que más nos concierne es aquello que, por ahora, no parece afectarnos.

Pero, ¿y si en vez de lamentarnos pusiésemos manos a la obra que tenemos por delante?¿Y si en vez de ponernos en loop, bloqueados en el florilegio de las opiniones acerca de las causas y los efectos de la pandemia, nos pusiésemos entre todos a programar un nuevo modelo de economía? ¿O se nos está olvidando que está teniendo lugar un desastre planetario para el que, miren ustedes por donde, sí que tenemos vacuna, pero no la empleamos? Será, digo yo, que no favorece a nadie. A nadie importante, claro. Porque, en este juego, hay quienes importan y quienes se deportan. Pero este es otro asunto. ¿O es el mismo?

Qué fácilmente olvidamos que éste es un planeta inestable, una minúscula célula del universo, en el que el humano no vale más que cualquier otro conglomerado de partículas. Y con cuánta vanagloria presumimos de los logros de unas ciencias que pierden de vista lo más importante: la interconexión de todo con todo, y el funcionamiento homeostático de un universo en perpetua mutación. Hemos apostado por el “ser” (la individualidad, la permanencia) y este no era el camino. Porque el ser es una entelequia, y la realidad, un proceso. Y a veces es bueno que una catástrofe nos despierte del letargo. Hemos apostado por la vida, dando por supuesto que esta era buena y que nos pertenece —aunque por lo visto a unos más que a otros—, sin tener en cuenta que no se da sin su contrario. Una educación para la muerte, como parte de la educación sentimental, sería deseable, pues el miedo tiene en ella su origen y quien desarticula el miedo se hace, entre otras cosas, inmune a las argucias de quienes pretenden manejarle. El miedo es un arma poderosa. Tan sólo el hambre la supera. Y entre el miedo y el hambre proliferan las ideologías. Súmase a ello el desconcierto que generan los cambios para un animal de costumbres como el humano. Añádase la ignorancia de unos y la ambición de otros, y agiten. Cuando al desconcierto se suman las malas prácticas, el agua se vuelve turbia. Cuando a las malas prácticas se suman las malas intenciones, el agua se vuelve oscura.

Rentabilizar un cambio y dividir a golpe de bandera es la más vieja de las estrategias. Pero lo malo no es que algunos sigan empleándola, lo malo, lo realmente malo, es que siga funcionando. ¿Tan poco habremos aprendido en estos últimos siglos para no percatarnos de que detrás de un estandarte se ocultan mil fantasmas? ¿Que quienes se visten de bandera no llaman a la unidad sino que crean al enemigo? ¿Que cuando invitan a sus niños a agitar recuadritos de colores —¡qué bonito, todos a una con la manita alzada!— les están preparando para el odio? Mover a la masa es cosa fácil. Una población son muchos individuos, la masa es sólo una. De entre los individuos, unos pocos, los más pausados, se retiran, toman distancia y atienden a sus corrientes subterráneas. Otros piensan, sopesan y deciden. La masa ni se retira ni piensa, tan sólo opina y sigue.

Lo social es un mal que se rige por el mimetismo y por el conflicto, decía el antiguo maestro Chuang Tse. Desarticularlo requiere el ejercicio de una libertad que en nada se parece a las sobrevaloradas libertades y empieza por el conocimiento de uno mismo. Mientras tanto, a pie de calle, donde, sin reglamentos ni dictados, se organiza la gente para proveer techo, alimento y afecto a quienes no los tienen. ¿Cómo llamaremos a esto? Henri Michaux quiso hallar una prelengua capaz de volver a decir las cosas en su movimiento, en su perpetua emergencia. ¿Cabría hablar de una prepolítica que, sin retóricas ni estadísticas, sin pactos ni intereses, fuese capaz de devolvernos la concordia (cum cordis), esa unidad de cuerdas interiores que sin palabras reconocemos al oído? — ¿Devolvernos? ¿Alguna vez la tuvimos? Todo Gobierno es un mal, decía Chuang Tse. Y todo reglamento —añado— el síntoma de una pérdida".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 







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viernes, 8 de mayo de 2020

[A VUELAPLUMA] Mundos



La ministra de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto


El drama de decidir es que quienes gestionan la crisis tienen que atender a varios mundos con valores e intereses divergentes, comenta en el A vuelapluma de hoy [El drama de decidir. El País, 30/4/2020] el catedrático de Filosofía Política e investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco, Daniel Innerarity.

"Se cuenta -comienza diciendo Innefarity- que un sacerdote vino a ver a Thoreau moribundo para aportarle los consuelos de la religión y evocarle otro mundo, el de más allá. A lo que Thoreau, sonriendo levemente, le habría respondido: “Por favor, un solo mundo a la vez”. Al margen del asunto religioso, una cuestión inquietante se nos plantea en la vida con frecuencia: ¿a cuántos mundos pertenecemos? ¿Cuántas cosas tenemos que tener en cuenta a la vez? ¿Cómo compatibilizamos las diversas perspectivas posibles sobre la realidad? La figura del payaso de circo teniendo que mantener en movimiento varios platos al mismo tiempo es una buena ilustración del lío de la vida y del dramatismo de algunas decisiones que equivalen a dejar caer uno de esos platos.

Momentos como las crisis nos ponen delante esta diversidad de perspectivas de una manera trágica. Quienes han tenido que tomar las decisiones más importantes para hacer frente a la crisis del coronavirus no podían permitirse el lujo de ocuparse de un solo mundo, sino que tenían que atender a varios al mismo tiempo, y con valores e intereses divergentes: el imperativo de la salud pública, en primer lugar, pero también el funcionamiento de la economía, las necesidades de la escolarización, la importancia de la cultura precisamente en estos momentos… Me imagino en su piel decidiendo a favor de algún objetivo que consideraban prioritario y sabiendo que con ello dañaban gravemente a otro. El triaje de los médicos está precedido por el no menos trágico de los políticos. ¿Damos prioridad a la salud sobre la economía? ¿Es más importante el derecho de manifestación que el todavía incierto riesgo de contagio? ¿Es el confinamiento una buena decisión cuando sabemos que con ello se daña seriamente la escolarización?

Los sociólogos han llamado diferenciación funcional al proceso por el cual, a medida que avanza la civilización, donde antaño había un “hecho social total”, como lo denominó Marcel Mauss, hay ahora esferas distintas o subsistemas sociales, cada uno de ellos con su propia lógica: la economía, la cultura, la sanidad, el derecho, la educación… La sociedad es un conjunto mal avenido de perspectivas; desde el punto de vista económico, el mundo es un problema de escasez; desde el punto de vista político, algo que debe ser configurado colectivamente… Lo que es plausible para un comprador es distinto si lo observa un elector o un artista… Estas esferas no se integran armónicamente y plantean muchos problemas de compatibilidad e incluso conflictos abiertos. El caso más chocante es lo que está pasando con el medio ambiente, que ha mejorado con el parón de la economía. Otro caso curioso: la reducción de tráfico aéreo está disminuyendo la cantidad de datos atmosféricos que son necesarios para realizar predicciones, que también son importantes para conocer la extensión de la pandemia. Lo que va bien para unos puede ser devastador desde otra consideración. Esa pluralidad de perspectivas se verifica también en el interior de cada esfera: no todos los epidemiólogos ven las cosas de la misma manera y dentro de los que se ocupan principalmente de la salud no la observan de la misma manera. Seguro que psicólogos y pediatras tendrían algunas objeciones al actual protagonismo de la perspectiva epidemiológica a la hora de abordar la crisis.

La política es precisamente el intento de articular esa diversidad de perspectivas. Bourdieu definió al Estado como “un punto de vista de los puntos de vista”, y declaraba que esa observación privilegiada ya no era posible por la dificultad de determinar el bien común a nivel de la sociedad entera. Seguramente el sistema político no goza ya de tantos recursos; su conocimiento y su autoridad son muy limitados, por lo que tendrá que procurárselos de una manera a la que no está acostumbrado, con una lógica de generación de confianza más que de poder soberano. Las sociedades tienen que actuar como si estuvieran unidas sabiendo que no lo están; no hay manera de imponer un único criterio dominante acerca de lo que debe hacerse. Las crisis abren un paréntesis, silencian momentáneamente esa diversidad, propician una autoridad unificada y una obediencia insólita, pero no son más que interrupciones temporales de la discordia habitual entre las distintas perspectivas sobre la realidad.

Que haya varias perspectivas sobre un mismo asunto no nos exime de la obligación de acertar con la que es más importante en cada caso; sirve para que caigamos en la cuenta del dramatismo de las decisiones en un entorno de complejidad, como lo es especialmente una crisis. La exigencia de responsabilidades ha de tener siempre en cuenta estas tensiones y quienes deciden han de mejorar los procedimientos de la decisión. La complejidad no es una disculpa sino una exigencia. A diferencia de Thoreau, que pasó buena parte de su vida en una cabaña de un bosque, tenemos la suerte y la desgracia de vivir en varios mundos a la vez".


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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miércoles, 15 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] No vivíamos tan mal...



Hospital de campaña en Cataluña. Agencia EFE


¿Cambiarán los humanos sus vidas, como exigen los clérigos? Lo dudo, pues no vivíamos tan mal: el cambio más deseable es acabar con la epidemia, escribe en el A vuelapluma de hoy [Cúnico. El País, 28/3/2020] el filósofo Fernando Savater. 

"En cuestión de pánicos virales -comienza diciendo Savater-, las cosas no han cambiado tanto desde aquellos terrores del año mil a los que dedicó su tesis Ortega. Se supone siempre que se trata de castigos divinos, no meros accidentes. Antaño los merecimos por nuestra impiedad, por entregarnos a la blasfemia y a la lujuria, por no pagar el diezmo a la Iglesia, por la arrogancia del Rey frente al Papa. Ahora no es Dios propiamente quien nos castiga, sino las contradicciones del capitalismo, y los pecados se llaman consumismo, individualismo, heteropatriarcado, rechazo al diferente, ecocidio, afán de lucro... En cualquier caso, retornan los flagelantes: “¡Arrepentíos, el día se acerca...!”. Algunos escépticos señalan que, si se trata de castigos, Dios o sus franquicias no tienen buena puntería porque fulminan a quien menos lo merece. El gran terremoto de Lisboa (1755) ocurrió la mañana de un día festivo y los fieles que estaban en misa perecieron bajo los escombros de las iglesias. Según Voltaire, si se trataba de escarmentar a los ateos hubiera sido mejor un seísmo a la hora punta de tabernas y burdeles. Por cierto, también Voltaire lanzó un lema que animará a los que hoy lamentan su encierro: “Le paradis est où je suis”.

El terror viral se alimenta de conspiraciones. Antaño, los judíos envenenando las fuentes públicas, los curas repartiendo caramelos ponzoñosos a los niños... Hoy, los americanos difundiendo pandemias antichinas, la derecha recortando la sanidad pública para favorecer a la privada, etcétera... En la web inventan una nueva todas las semanas. ¿Cambiarán los humanos sus vidas, como exigen los clérigos? Afortunadamente, lo dudo, pues no vivíamos tan mal: el cambio más deseable es acabar con la epidemia. Por lo demás, como dice el viejo chiste, “¡tranquilos, que no panda el cúnico!”.

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sábado, 22 de febrero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] La pena de muerte. (Publicada el 6 de agosto de 2009)




La horca, una tradición perdurable



En el mundo de los medios de comunicación se dice que una buena noticia no es noticia. Suele ser cierto. Pero en este caso, entre tanto rifirrafe, desvergüenza y falta de la más mínima ética por parte de los responsables políticos nacionales de la Oposición ("Summa Cum Laude") y del Gobierno (mero "Sobresaliente"), se agradecen noticias como la publicada ayer por El País con la firma de Miguel González, en la que se anuncia la entrada en la Cortes Generales para su ratificación del Protocolo núm. 13 al Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales del Consejo de Europa, que en su artículo 1 enuncia taxativamente: "Queda abolida la pena de muerte. Nadie podrá ser condenado a dicha pena ni ejecutado", añadiendo a renglón seguido (artículos 2 y 3) que se prohíbe "excepción o reserva alguna" a dicho principio.

Nada menos que siete años ha tardado España en sumarse el acuerdo del Consejo de Europa, adoptado en el año 2002, alegando reticencias en cuanto a la aplicación del Protocolo en el territorio no-autónomo de Gibraltar. Como comenta el articulista, no parece ese motivo suficiente.

La razón de esta reticencia española podría haber estado más bien en lo expresado por el art. 15 de la Constitución que declara abolida la pena de muerte salvo "lo que puedan disponer las leyes penales militares para tiempo de guerra", posibilidad que quedó legalmente zanjada con la reforma del Código Penal Militar de 1995, pero que pudiera llevar a una situación similar a la denunciada por el Tribunal Constitucional Alemán en relación con el proceso de ampliación de competencias de la Unión Europea: la necesidad de modificar la Constitución antes de suscribir cualquier Convenio Internacional que menoscabe competencias estatales.

Desgraciadamente, la pena de muerte sigue siendo una realidad que goza de saludable existencia legal en casi la mitad de los estados del mundo y envidiable en casi una docena de ellos: China  con 1010 ejecuciones, Irán con 177, Pakistán con 82, Iraq y Sudán con 65 Estados Unidos con 53. Eso, solo en 2006. 

Les animo a visitar la página que Wikipedia dedica a la Pena de muerte y detenerse en los numerosos enlaces que en ella se encuentran.

Por lo que respecta a nuestro país, sea enhorabuena la decisión de sumarse de derecho, y definitivamente, al concierto abolicionista internacional. Ahora sólo queda la modificación del artículo 15 de la Constitución para borrar la lacra de la pena capital de la historia de España. HArendt




Los nuevos métodos: la inyección letal



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