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sábado, 11 de mayo de 2019

[HEMEROTECA DEL BLOG] Las guerras civiles




Simón Bolívar


No es una postura generalizada, pero hay bastantes historiadores a ambos lados del Atlántico que asumen ya que las denominadas "guerras de independencia" que sacudieron hispanoamérica a principios del siglo XIX son, sí, e indudablemente, guerras de independencia, pero también "guerras civiles", porque a fin de cuentas los que se enfrentan con las armas desde México hasta Chile son, todos ellos, españoles...

¿Podría decirse algo similar de la Guerra de Independencia de la que estos días celebramos, o sufrimos, los fastos conmemorativos de los 200 años de su inicio? ¿Deberíamos considerarla también, amén de una "guerra de independencia" contra el ocupante francés una "guerra civil" entre españoles? Lo plantea con acierto el escritor y Premio Nacional de la Crítica, Luciano G. Egido, en un interesante artículo en El País de hoy. A mí, como historiador, me parece acertado su posicionamiento y me sumo a él con placer.




José Bonaparte



Las conmemoraciones históricas -milenarios, centenarios, etcétera- destapan la caja de los tópicos y amenazan con anegarnos, impulsadas por el conformismo de la costumbre y las lecciones parvulares, mantenidas en el inconsciente colectivo con tenacidad de lapas, comienza diciendo Egido. El famoso 2 de Mayo, con heroísmos de cartel y consignas de monumento en piedra, es una fecha propicia para dejar sueltos los demonios del patriotismo más rastrero y del nacionalismo más exaltado de pancarta y paredón. ¡Pobres héroes de la guerra de la Independencia, que no tenía nada que ver con la guerra de la Libertad! Siempre me he hecho una pregunta contra corriente: ¿por qué aquella guerra del 1808 se ha llamado desde el principio, sin ninguna vacilación, guerra de la independencia y no guerra de la libertad o, como se diría hoy, guerra de liberación?

Pero al fin me he dado cuenta de las razones que asisten al pensamiento histórico conservador, que es el que en España siempre ha cortado el bacalao, para llamar a aquel conflicto guerra de la independencia y no guerra de la libertad. Porque no son dos expresiones iguales e intercambiables, ni tampoco sinónimas, ni tan siquiera equivalentes. La independencia es circunstancial y la libertad es esencial. La independencia se produce frente a algo, contra algo que no se tolera. Luchar por la independencia es tratar de evadirse de una opresión que nos impide vivir. La libertad, por su parte, es un producto singular que afecta a los individuos, como personas, como proyecto de vida, como ascensión de su individualidad señera. Es una cuestión que se le plantea a cada ser humano. Uno puede ser independiente pero no libre. Sin embargo, es imposible ser libre si no se es independiente. Digamos que la independencia es el primer paso hacia la libertad.

Por eso es justo llamar a la iniciada en 1808 la guerra de la Independencia, porque era esto lo que se dirimía y no nada relacionado con la libertad, que es una palabra, como se sabe, nefasta, peligrosa, prohibida en el habitual vocabulario de la España oficial, relegada, por no decir confinada, a la literatura de los panfletos y las proclamas revolucionarias, tan mal vistas y tan mal traducidas por la historia ad usum Delphini.

Parece natural que esta dicotomía semántica explique el significado de aquel enfrentamiento, que en muchos aspectos, ocultaba una más de las guerras civiles españolas, probablemente la primera o más importante, que dejaría tan dolorosas secuelas en la historia de la España moderna y contemporánea, a lo largo del siglo XIX y gran parte del XX. Aceptar que aquel hecho luctuoso, que sacó a la luz tantos trapos sucios nuestros, fue el punto de partida que dio cohesión y validez a la idea de España como nación no sólo es un abuso de confianza y una mentira histórica, sino una contribución a perpetuar la idea de España como país cainita, fratricida, hirsuto y montaraz, condenado a una convivencia imposible y a una larvada guerra civil interminable, que tendría tan largas secuelas y justificaría tantos desmanes, apoyados en la idea de que España es diferente.

Porque, entre los diversos grupos que se enfrentaron en aquella conflagración nacional, tan admirablemente analizados y clasificados por el profesor Artola, no todo fue lucha entre gabachos indeseables y castizos angelicales. Hubo unos cuantos españoles, perseguidos y demonizados, que no veían en los franceses napoleónicos a sus enemigos naturales, sino a los representantes de una herencia valiosa de liberación y racionalidad, que venía directamente de la Revolución Francesa y propiciaba el cultivo de la libertad y la modernización del país. Eran los afrancesados, las mentes más lúcidas y más cultivadas, que por eso mismo recibían el odio de los poderes fácticos -la aristocracia terrateniente y la Iglesia católica-, que veían en ellos los liquidadores de sus privilegios históricos, como había ocurrido en el antecedente francés.

En los levantamientos populares contra el invasor, tuvieron mucha participación los púlpitos, que excitaban las conciencias de sus feligreses para considerar a los franceses como enviados por el demonio a colonizar la católica España, camuflando así sus intereses como el interés general. Incluso corrió de mano en mano un catecismo, en forma de preguntas y respuestas, en el que, imitando los textos de las sacristías, podían leerse cosas como éstas: "¿Quién eres tú, niño? Español, por la gracia de Dios. ¿Qué son los franceses? Antiguos cristianos convertidos en herejes". Se mezclaba así religión y política y se llegaba a jugar frívolamente con el misterio dogmático de la Santísima Trinidad, como en el siguiente diálogo de ese catecismo: "¿Qué es el emperador de los franceses? Es un malvado, la fuente de todos los males, de todos los vicios. ¿Cuántas naturalezas tiene? Dos, la naturaleza humana y la diabólica". "¿Cuántos emperadores de los franceses hay? Uno verdadero en tres personas engañosas. ¿Cómo se llaman? Napoleón, Murat y Godoy. ¿Cuál es el peor? Los tres son iguales. ¿De quién procede Napoleón? Del pecado. ¿Y Murat? De Napoleón. ¿Y Godoy? De la fornicación de los otros dos. ¿Es pecado matar un francés? No, padre, matando a uno de esos perros herejes se gana el cielo".

Cuando estaba preparando mi primera novela, El cuarzo rojo de Salamanca (1993), sobre la francesada en mi ciudad, traté de ilustrarme sobre los entresijos de aquella guerra y se me fue haciendo evidente que los verdaderos héroes de aquella batalla, sin menoscabo de los heroísmos individuales del pueblo, fueron los afrancesados, divididos entre sus ideas liberales y su rechazo de la invasión napoleónica, digamos, entre su pensamiento y su corazón, si es posible aceptar esta separación, por aquello que decía Unamuno de siente la cabeza y piensa el corazón.

Que se lo digan a Goya, que tuvo que sufrir el exilio y encontrar la muerte en Burdeos, muy lejos de España, como consecuencia de la persecución de sus ideas por el rey Fernando VII, heredero de la España castiza, que endiosó la guerra de la Independencia, sacralizándola y colocándola en el altar de sus devociones, que no de la libertad. Goya vio la carga de los mamelucos en la Puerta del Sol desde una ventana de la calle del Arenal y perpetuó aquel gesto en un cuadro inmortal. Después, en su estudio, cambió los retratos de los generales franceses que había pintado por los retratos de los generales españoles, lo que no le sirvió para nada, porque, a fin de cuentas, tuvo que salir del país por piernas antes de que el casticismo nacional lo liquidase.

Es verdad que aquellos sucesos son complicados de interpretar por la complejidad de cualquier hecho histórico (sólo el reduccionismo analfabeto y la interesada voluntad de tergiversación no tienen problemas a la hora de saber lo que pasó en realidad). Pero la historia siempre es así y el punto de vista depende del observador. Como Merleau-Ponty escribió, "la Historia no sólo es un objeto que se halla frente a nosotros, lejos de nosotros, fuera de nuestro alcance, sino que también nos suscita a nosotros como sujetos". Y más claro todavía, Sartre, tan denostado por el pensamiento neocon, dijo: "La Historia en lo que tiene de inteligible es el resultado inmediato de la voluntad y, en el resto, una opacidad impenetrable". Y, naturalmente, la voluntad es lo que nos define. (El País, 08/05/08)




Fernando VII


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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Entrada núm. 4889
Publicada originariamente el 11 de mayo de 2008
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

lunes, 6 de mayo de 2019

[DESDE LA RAE] Hoy, con el académico Guillermo Rojo





La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. 

La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y. 

En esta sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la RAE con la del académico Guillermo Rojo. Nacido en La Coruña, Galicia, en 1947, fue elegido el 27 de enero de 2000 para ocupar la silla "N" de la Academia, de la que tomó posesión el 7 de octubre de 2001 con el discurso titulado El lugar de la Sintaxis en las primeras Gramáticas de la Academia. Le respondió, en nombre de la corporación, Ignacio Bosque.

Guillermo Rojo, doctor en Filología Románica y catedrático de Lingüística Española, es también coordinador del área lingüística del Centro Ramón Piñeiro para la Investigación en Humanidades, ubicado en Santiago de Compostela. Tesorero de la Real Academia desde el 8 de enero de 2015, fue también vocal (2002-2003) de la Junta de Gobierno y secretario (2003-2007) de la misma. Desde 2011 es director del Corpus del Siglo XXI (CORPES). Creador y director del banco de datos del español (1996-2009) y delegado para proyectos lingüísticos (2001-2003).

Pertenece a diversas asociaciones lingüísticas, como la Sociedad Española de Lingüística, la Sociedad Española para el Procesamiento del Lenguaje Natural, la Sociedad Española de Historia de la Lengua, la Association for Literary and Linguistic Computing, la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina (ALFAL), la Sociedad Española de Lingüística Aplicada (AESLA) y la Asociación Española de Español como Lengua Extranjera (ASELE). También forma parte de los consejos de redacción de las revistas Español Actual, Moenia, Boletín de Lingüística (Universidad Central de Venezuela), Lingüística (ALFAL) y la Revista de la Sociedad Argentina de Lingüística.

Su actividad investigadora se centra en cuatro líneas fundamentales: teoría sintáctica, gramática del español, sociolingüística y lingüística de corpus. Ha dirigido la Base de Datos Sintácticos del Español Actual y ha trabajado en el diseño, construcción y explotación de grandes corpus textuales del español como el Corpus de Referencia del Español Actual (CREA), el Corpus Diacrónico del Español (CORDE), el Corpus de Referencia do Galego Actual (CORGA) y el Corpus del Español del Siglo XXI (CORPES). En marzo de 2015 participó en el ciclo «Los desvelos de la Academia», organizado por la Universidad de Salamanca, con la conferencia titulada «El Corpus del Español del siglo xxi».

Es el académico coordinador del Glosario de términos gramaticales en la Comisión Interacadémica de Gramática y de la Comisión Interacadémica del Diccionario de la lengua española. En enero de 2019 fue nombrado académico correspondiente de la Academia Cubana de la Lengua y Academia Argentina de Letras.


     
Guillermo Rojo, en en centro de la imagen



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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lunes, 1 de abril de 2019

[DESDE LA RAE] Hoy, con el académico Federico Corriente Córdoba





La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. 

La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y. 

En esta sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la RAE con la del académico Federico Corriente Córdoba. Elegido el 6 de abril de 2017, tomó posesión de la silla K de la Real Academia el 20 de mayo de 2018 con el discurso La investigación de los arabismos del castellano en registros normales, folklóricos y bajos, al que respondió en nombre de la corporación el también académico, Juan Gil.

Licenciado y doctor en Filología Semítica por la Universidad Complutense de Madrid, Federico Corriente es en la actualidad profesor honorario de la Universidad de Zaragoza, en donde ha sido catedrático de lengua y literatura árabes (1976-1986 y 1991-2011) y profesor emérito (2011-2015). Corriente ocupó, asimismo, la Cátedra de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense (1986-1991).

Anteriormente, entre 1962 y 1965, dirigió el Centro Cultural Español, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, en El Cairo (Egipto). De 1962 a 1968 fue profesor de español y de lingüística semítica y hebreo en la Universidad Muhammad V de Rabat (Marruecos), y entre 1972 y 1976 fue catedrático de lingüística semítica, etiópico y árabe en la Universidad Dropsie de Filadelfia (Estados Unidos).

Autor de más de cuarenta libros, ciento noventa artículos y cincuenta reseñas, ha publicado, entre otras obras, distintos diccionarios de árabe-español y de español-árabe, así como otros textos de material didáctico (Gramática árabe, Introducción a la gramática y textos árabes y Vocabulario árabe graduado). Es autor, asimismo, de numerosas traducciones del árabe y del etiópico, así como de investigaciones semitísticas y arabísticas y de ediciones de textos árabes. Desde 1992, miembro correspondiente de la Academia de la Lengua Árabe de El Cairo. Ha recibido, entre otros, el premio del Ministerio de Cultura de la República Árabe de Egipto a la mejor edición de textos árabes por la del Dīwān de Ibn Quzmān, en 1995. Es doctor honoris causa por la Universidad de La Laguna.

     

Federico Corriente Córdoba leyendo su discurso de ingreso en la RAE



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domingo, 31 de marzo de 2019

[ESPECIAL DOMINICAL] 80 años después...



Bosque de laurisilva (Islas Canarias, España)


Mañana, 1 de abril, se cumplen 80 años del final de la más cruenta guerra civil en la historia de España, que se saldaba con la derrota de la República. Pero algunos pensamos, como dice el escritor catalán Javier Cercas, que aunque la democracia española actual sea pobre, débil e insuficiente, la democracia de hoy es, humanamente, la victoria de la II República. Y que aunque el régimen político español de 1931 fuera una república y el de 1978 sea una monarquía, lo esencial es que ambos son democracias.

Hay unas palabras de Antonio Machado, comienza diciendo Cercas, que siempre me intrigaron. Las escribió en las postrimerías de la Guerra Civil, en Barcelona, a punto ya de partir hacia el exilio y la muerte tras haber defendido hasta el último aliento la II República. “Esto es el final”, anotó. “Cualquier día caerá Barcelona. Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero, humanamente, no estoy tan seguro… Quizá la hemos ganado”. ¿Qué quería decir Machado? ¿En qué sentido pensaba que la república derrotada podía haber ganado la guerra? ¿O esas palabras terminales eran sólo un voluntarioso intento de dar sentido a tanto espanto, tanta decepción y tanto sufrimiento?

En España parece casi imposible reivindicar hoy, al mismo tiempo, la II República y la democracia actual, o al menos la Transición, que fue su comadrona. Quien revindica la II República —la izquierda— tiende a abominar de la Transición, y quien reivindica la Transición —la derecha, sobre todo— abomina de la II República. Esto es curioso, porque, aunque es verdad que la derecha o gran parte de la derecha destruyó la II República, también es verdad que la construyó; igualmente curioso es que ahora reivindique una Transición que, tal y como se produjo, no deseaba, porque suponía renunciar al poder omnímodo que había detentado durante 40 años y construir una democracia como la que contribuyó a destruir en 1936. En cuanto a la izquierda, llama la atención que reivindique con fervor excluyente la II República, una democracia en la que muchos izquierdistas no creían, y menosprecie una Transición que engendró una democracia semejante a la de 1936 y que, tal y como se produjo, sin la izquierda hubiera sido imposible. Es verdad que la democracia de 1931 se llamaba república y la de 1978 se llama monarquía, pero lo esencial es que ambas son democracias: es un hecho que ahora mismo la calidad de una democracia no depende de si es una monarquía o una república, según demuestran algunas de las mejores democracias del mundo, como las escandinavas. En este sentido la democracia de 1978 es heredera de la de 1931, aunque una se llame monarquía y la otra república; una heredera mejorada: pese a que la democracia española figura en cabeza de todos los rankings internacionales de calidad democrática, todos sabemos que es una democracia pobre, débil e insuficiente, pero quien no sepa también que es mucho mejor que la de la II República no sabe lo que es la democracia actual, a pesar de sus muchos defectos, ni lo que fue la II República, a pesar de sus muchas virtudes. Esto no es triunfalismo baboso, sino terca realidad (y sin conocer la realidad es imposible mejorarla). Una de las cosas que demuestra que la democracia actual es mejor que la de 1931 es que, a diferencia de la de 1931 —que fue acosada desde el principio por sectores muy poderosos—, la de hoy sólo es cuestionada por minorías que, de la CUP a Vox, apenas en los últimos años han cobrado relevancia, y que además critican esta democracia en nombre de la democracia (sea ésta lo que sea para ellos): ni siquiera Vox, que defiende la herencia del franquismo, se atreve a proponer nada semejante al franquismo como alternativa a la democracia. Este descrédito casi total de lo que destruyó la II República e instauró una dictadura de 40 años, este prestigio de la democracia que encarnaba la II República y que los republicanos —creyeran o no en ella— defendieron en la guerra con las armas, constituye el gran triunfo póstumo de la II República.

Se dice con frecuencia que la historia la escriben los vencedores; pese a que la frase se haya convertido en cliché, es verdad. Pero con la misma frecuencia se olvida que la derrota de los perdedores debe ser total y absoluta, sin remisión; la de la II República no lo fue. Al menos yo apuesto a que, si Machado viviera, no tendría ninguna duda: pensaría que, aunque sea pobre, débil e insuficiente, la democracia de hoy es, humanamente, la victoria de la II República. Y pensaría que su espanto, su decepción y su sufrimiento, igual que el de tantos otros republicanos como él, habían merecido la pena.




Franco celebra su victoria (Madrid, 19 de mayo de 1939)



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lunes, 25 de febrero de 2019

[DESDE LA RAE] Hoy, con el académico Carlos García Gual





La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. 

La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y. 

En esta sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la RAE con la del académico Carlos García Gual (Palma, 1943). Elegido el 30 de noviembre de 2017, tomó posesión de la silla "J" académica el 17 de febrero de 2019 con el discurso titulado Historias de amantes peregrinos. Las primeras novelas, al que respondió en nombre de la corporación la también académica Carmen Iglesias.

Carlos García Gual es escritor, helenista, crítico y traductor. Catedrático emérito de Filología Griega de la Universidad Complutense de Madrid.  Anteriormente fue catedrático de las universidades de Granada, de Barcelona y de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).

Desde 1977, es fundador y asesor de la serie griega de la Biblioteca Clásica de Gredos donde ha estado al cuidado de unos doscientos cincuenta volúmenes. Fue presidente de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada (1990-96). Es miembro correspondiente de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona.

Colabora habitualmente con artículos de literatura, crítica literaria y reseñas en revistas especializadas y en medios de prensa (El País, Revista de Occidente, Claves de razón práctica, etc.). Fue editor de la Revista Historia de National Geographic (2004-2010) de la que actualmente es asesor.

Ha dado múltiples conferencias y cursos en universidades españolas y extranjeras sobre temas de lingüística, filología clásica, teoría de la traducción, historia de la filosofía, ciencia y literatura griegas, literatura comparada y mitología.

Como ensayista, destacan entre sus obras Los orígenes de la novela (1972); Primeras novelas europeas (1974); Epicuro (1981); Historia del rey Arturo (1983), La secta del perro (1987), Diccionario de mitos (1997), Sobre el descrédito de la literatura y otros avisos humanistas (1999), Apología de la novela histórica (2002); Encuentros heroicos. Seis escenas griegas (2009); Sirenas. Seducciones y metamorfosis (2014), La muerte de los héroes (2016) o La luz de los lejanos faros (2017). Además, varios diálogos de Platón, una antología de los poetas lírico, varios tratados hipocráticos y algunas tragedias de Eurípides.

Entre sus traducciones de textos clásicos griegos, hay que mencionar las de La política de Aristóteles con (1981), El viaje de los argonautas de Apolonio de Rodas (1983), la Odisea de Homero (2005) o Vidas de filósofos ilustres de Diógenes Laercio (2008).

Su amplio trabajo como traductor fue reconocido en 1978 con el Premio de traducción Fray Luis de León por su versión de Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia de Pseudo Calístenes. En 2002 recibió el Premio Nacional de Traducción por el conjunto de su obra.

Asimismo, ha sido comisario del Ministerio de Cultura en exposiciones internacionales de Libros de España (Buenos Aires, 1992; Cuba, 1995; Guatemala, 1996; México, Feria de Guadalajara, 2000). Recientemente, fue comisario de la exposición sobre La Villa dei Papyri, y, a la vez, editor del libro colectivo sobre epicureísmo La villa de los papiros (Madrid, Casa del Lector, 2013-14).



Carlos García Gual en su toma de posesión académica



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jueves, 17 de enero de 2019

[DESDE LA RAE] Hoy, con el académico José Antonio Pascual





La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. 

La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y. 

En esta sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la RAE con la del académico José Antonio Pascual (1942). Elegido el 28 de junio de 2001, tomó posesión del sillón "k" de la Real Academia el 10 de marzo de 2002 con el discurso titulado La Historia como pretexto, al que respondió, en nombre de la corporación, el también académico Guillermo Rojo.

Fue vicesecretario y vicedirector de la Junta de Gobierno de la RAE y director académico del Nuevo diccionario histórico del español (NDHE).

Doctor en Lengua Española y catedrático de Lengua Española de las universidades de Salamanca, Sevilla y Carlos III de Madrid, José Antonio Pascual es el fundador y primer director de la Revista Española de Lingüística Aplicada. Estuvo al frente del Instituto Cervantes de París (1997-2001) y actualmente dirige el Instituto de Historia de la Lengua (CILENGUA) de La Rioja. Es doctor honoris causa por la Universidad de París XIII y por la Universidad de León, correspondiente del Institut d’Estudis Catalans, de l'Accademia della Crusca y de varias academias americanas, además de ser miembro de honor del Instituto Caro y Cuervo de Colombia y caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia. El 22 de mayo de 2018 ingresó en el Centro de Estudios Salmantinos con el discurso Mórbida morfología. A propósito de un sufijo lígrimo salmantino: -ique

Autor de más de un centenar de libros y artículos, en su mayor parte dedicados a la lexicografía y a la historia del español, en 2013 publicó No es lo mismo ostentoso que ostentóreo. La azarosa vida de las palabras, ensayo en el que reflexiona sobre el uso del léxico en la vida diaria. Fue colaborador de Joan Corominas en su Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico (1980-1991).

José Antonio Pascual ha recibido, entre otros, el Premio Conde de Cartagena de la RAE (1973), el Premio Nacional de Investigación Ramón Menéndez Pidal (2006) y el Premio Castilla y León de las Ciencias Sociales y Humanidades (2008).

Trabajó durante varios años, desde 1988 a 1992, en el programa Hablando claro de Televisión Española, junto con José Manuel Blecua.

En marzo de 2014 participó en el proyecto «Cómicos de la lengua» con un comentario académico sobre el Libro de buen amor y la Celestina. Este último texto volvió a representarse, el 4 de julio, en el Festival de Teatro Clásico de Almagro. Tras el éxito alcanzado en su estreno, en 2015 se celebró una segunda edición de «Cómicos de la lengua», que volvió a contar con la participación de José Antonio Pascual en las dos mismas representaciones.

El 9 de noviembre de 2015 participó en el ciclo «Los desvelos de la Academia», organizado por la Universidad de Salamanca, con la conferencia titulada «Un diccionario concebido para la investigación filológica: el Nuevo diccionario histórico de la RAE». 

El 10 de febrero de 2016, con la ponencia titulada «El Quijote o la libertad del lector», clausuró el ciclo de conferencias «Cervantes, el océano de la literatura», celebrado en el Museo Casa de Cervantes de Valladolid.

José Antonio Pascual participó, el 22 de abril de 2016, en la conmemoración académica del IV Centenario de la muerte de Cervantes con la conferencia titulada «Tan lejos y tan cerca. Las palabras del Quijote» [vídeo].

El 5 de julio de 2016 intervino en el curso de verano de la Universidad de Málaga Vigencia y valor de la lengua española en el IV centenario de la muerte de Cervantes con la ponencia «Palabras del Quijote». El día 8 de ese mismo año clausuró en Salamanca el IV Congreso Internacional del Español. 

El 17 de junio de 2017 participó en el XXX Congreso de la Asociación de Hispanistas Italianos, celebrado en Turín (Italia), y el 5 de julio impartió una lección magistral en el acto académico de la Fundación Duques de Soria, titulada «La sensación de oralidad en el Quijote». 




José Antonio Pascual en su toma de posesión académica



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lunes, 10 de diciembre de 2018

[DESDE LA RAE] Hoy, con la académica Carmen Iglesias





La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. 

La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y. 

En esta nueva sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de algunos de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la RAE con la de la académica Carmen Iglesias (1942). Elegida el 13 de abril de 2000, tomó posesión de la silla "E" de la Academia el 30 de septiembre de 2002 con el discurso titulado De historia y de literatura como elementos de ficción, al que respondió en nombre de la corporación el también académico Ángel Martín Municio.

Académica de número de la Real Academia de la Historia —y directora de esta institución desde el 12 de diciembre de 2014—, fue elegida en 1989 e ingresó en 1991. Catedrática de Historia de las Ideas Morales y Políticas de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y Catedrática de Historia de las Ideas y Formas Políticas de la Universidad Complutense de Madrid (1984-2000). Miembro del Comité Ejecutivo de la International Society for Eighteenth Century Studies y presidenta de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII. Ha sido directora del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales y consejera nata del Consejo de Estado (1996-2004). En este puesto coordinó y prologó la obra Símbolos de España, que recibió el Premio Nacional de Historia de España (2000). También ha sido presidenta del Grupo Unidad Editorial (2007-2011) y comisaria de exposiciones históricas de alcance internacional y organizadora de determinados eventos culturales.

Especialista en historia moderna europea y española y en otros temas de historia y filosofía política de distintas épocas, ha publicado varios libros y numerosas monografías e impartido cursos en universidades españolas y extranjeras. De las más de doscientas publicaciones de la que es autora, pueden destacarse los libros El pensamiento de Montesquieu: política y ciencia natural (1984), premiado en Francia en 1985 y reeditado en 2005 por Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores; Razón, sentimiento y utopía (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2006); No siempre lo peor es cierto. Estudios de historia de España (Galaxia Gutenberg- Círculo de Lectores, 2009), así como los catálogos de las exposiciones históricas de las que ha sido comisaria y autora de su proyecto y organización: Carlos III y la Ilustración (Madrid y Barcelona, 1988); España fin de siglo. 1898. (Madrid y Barcelona, 1998); Felipe II. Un monarca y su época. La monarquía hispánica (El Escorial, 1998); Ilustración y proyecto liberal. La lucha contra la pobreza (La Lonja de Zaragoza, 2001);  El mundo que vivió Cervantes (Madrid, 2005-2006); Zaragoza y Aragón: encrucijada de culturas (La Lonja de Zaragoza, 2008).

Carmen Iglesias ha recibido, entre otras distinciones, el Premio Montesquieu (1985), la  Ordre des Palmes Académiques del Gobierno de Francia (1992), la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio (1995), el Premio a los Valores Humanos del Grupo Correo (1996), el Premio Lafuente Ferrari (1999) de la Asociación de Críticos de Arte de Madrid, el Premio FIES de Periodismo (duodécima edición, 2001) y el Premio de Investigación Julián Marías de Humanidades (2006). En 2011 fue nombrada cronista de la Villa de Madrid. En mayo de 2014 el rey Juan Carlos le concedió el título de condesa de Gisbert por su «brillante e intensa labor académica y docente». El 9 de diciembre de 2015 recibió el XIX Premio Antonio de Sancha, entregado por la Asociación de Editores de Madrid, en reconocimiento a «su compromiso con el mundo de la cultura y su destacado papel en la defensa del libro en las instituciones».




Carmen Iglesias en su toma de posesión en la RAE




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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jueves, 1 de noviembre de 2018

[DESDE LA RAE] Hoy, con el académico Claudio Guillén





La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. 

La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y. 

En esta nueva sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de algunos de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la RAE con la del académico Claudio Guillén Cahen, nacido en París (Francia) el 2 de septiembre de 1924 y fallecido en Madrid el 27 de enero de 2007. Tomó posesión de su silla académica, la "m", el 2 de febrero de 2003 con el discurso titulado De la continuidad. Tiempos de historia y de cultura, al que respondió en nombre de la corporación el también académico Francisco Rico.

Licenciado en Literatura Inglesa por el Williams College (Nueva Inglaterra) y doctor en Literatura Comparada por la Universidad de Harvard, Claudio Guillén realizó estudios en instituciones españolas, francesas y norteamericanas. Tras licenciarse en 1943 en Literatura Inglesa en el Williams College, se alistó voluntario en las Fuerzas Armadas libres del general De Gaulle para luchar contra los alemanes en la Segunda Guerra Mundial.

Su primer destino como profesor fue en la Universidad de Princeton, y entre 1965 y 1976 tuvo cátedra en la Universidad de San Diego. Enseñó de nuevo en Princeton (1976-1977), pasando a ocupar la cátedra de Literatura Comparada de Harvard, cuyo departamento dirigió durante seis años. Fue nombrado catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona en 1983, hasta su jubilación en 1989. De 1992 a 1995 fue profesor emérito en la Universidad Pompeu Fabra, creando allí el programa de doctorado en Literatura Comparada».

Fue un autor prolífico de ensayos sobre teoría literaria y análisis profundos de diversas obras y autores, principalmente del Renacimiento, así como de la poesía del siglo XX. Muchos de ellos fueron recogidos en libros como Entre lo uno y lo diverso: introducción a la literatura comparada (1985), por el que en el Premio de Ensayo José Manuel Caballero Bonald, Múltiples moradas: ensayo de literatura comparada (1998),  Premio Nacional de Ensayo en 1999.

Guillén fue director de la Biblioteca de Literatura Universal, coordinador de la colección Clásicos de Alfaguara y miembro fundador y presidente de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada.




Claudio Guillén, en su toma de posesión académica



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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