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miércoles, 22 de mayo de 2019

[A VUELAPLUMA] Lección desde las antípodas





En este entorno generalizado de decepción e indignación con los gobernantes, hay países y líderes que permiten seguir pensando aquello de que “la política es el arte de lo posible”, y nos dan lecciones de como hacerlo desde las antípodas, comenta Cristina Manzano, directora de la revista Foreing Policy.

Nueva Zelanda, comienza diciendo Manzano, será el primer país del mundo con un presupuesto que se medirá no por el crecimiento económico (PIB) sino por el bienestar de su ciudadanía. Así lo ha anunciado hace unos días el ministro de Finanzas neozelandés, antes de presentarlo oficialmente el 30 de mayo. En diciembre, el Gobierno había publicado un documento en el que fijaba los criterios para valorar el bienestar: desde la identidad cultural hasta el medioambiente, desde la vivienda a los vínculos sociales.

Pobreza, salud mental, personas sin hogar, rehabilitación de presos maoríes serán algunas de las prioridades. Uno de sus objetivos es que el presupuesto esté, también, al servicio de los que se han quedado atrás; de los que, pese a vivir en uno de los países más desarrollados del mundo, no pueden disfrutar de su prosperidad.

El de sustituir el PIB como única vara de medir el éxito es un debate que viene de lejos, aunque es la primera vez que un país organiza todo su presupuesto —su principal herramienta política— en torno a esta idea.

Fuera de los círculos estrictamente académicos, el Reino Unido del primer ministro conservador David Cameron ya introdujo un sistema para evaluar anualmente el bienestar. En Francia, el presidente Nicolas Sarkozy encargó en 2009 un informe sobre la cuestión nada menos que a los premios Nobel Joseph Stiglitz y Amartya Sen, junto con el economista francés Jean-Paul Fitoussi; un informe que acabó oportunamente guardado en el cajón. Por no hablar de Bután, que ha hecho de la felicidad el objetivo declarado del reino (si bien los resultados no acompañan).

El más reciente y activo apóstol del cambio de modelo es el periodista británico David Pilling, quien en su último libro, The Growth Dellusion (El delirio del crecimiento), ataca lo que denomina “la tiranía del PIB”.

Detrás de todo ello está la necesidad, acuciante, de buscar alternativas a la vorágine de consumo y destrucción del planeta en la que estamos inmersos. Ya en 1972 el Club de Roma, con su informe Los límites al crecimiento, alertaba del colapso de los recursos naturales al que nos abocaba un crecimiento económico y demográfico desbocado. Y poco hemos hecho desde entonces para frenarlo.

Muchos observarán la decisión neozelandesa con recelo. Hay reticencias ideológicas, desde luego. Hay también incertidumbres reales, como sucede con cualquier experimento. Y pueden darse otras vías, claro. No hace muchos días Joaquín Estefanía reclamaba en estas mismas páginas (en Un declive sin precedentes) la alineación del presupuesto español con la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Pero en este entorno generalizado de decepción e indignación con los gobernantes en todo el mundo, hay países y líderes que permiten seguir pensando aquello de que “la política es el arte de lo posible”. Y la Nueva Zelanda de la primera ministra Jacinda Ardern, del Partido Laborista, es uno de ellos.



Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

sábado, 13 de octubre de 2018

[A VUELAPLUMA] Abstinencia





Seguiremos viendo cada vez más propuestas que nos ayuden a lidiar con un mundo hiperconectado, escribe en El País la periodista Cristina Manzano, directora de "Foreign Policy en español" y subdirectora general de FRIDE. El día que cobró conciencia de lo que había hecho, Justin Rosenstein decidió dejarlo todo, comienza diciendo Manzano. ¿Su pecado? Haber creado uno de los inventos más revolucionarios del siglo XXI; el botón del Me gusta de Facebook. Algo en apariencia inocuo, pero que activa al máximo un mecanismo psicológico que de la manera más sencilla produce satisfacción sin compromiso, lo que a su vez desencadena toda una dinámica de dependencia y manipulación hasta hace poco impensable.

Rosenstein es solo uno más de los frikis reconvertidos en abstemios tecnológicos. Que sea otra prueba del esnobismo de Silicon Valley o arrepentimiento genuino poco importa. Hay un movimiento cada vez mayor que alerta de los peligros de la adicción a la tecnología y su capacidad para penetrar en todos los resquicios de nuestras vidas.

En lo personal, junto a sus múltiples ventajas, la conexión permanente y las redes sociales han logrado que la atención se mute en distracción —con alteraciones incluso en la forma en que aprendemos y retenemos información— y está generando una dependencia que puede degenerar en enfermiza, literalmente. Según un reciente estudio, los españoles consultamos el móvil unas 150 veces al día; cada menos de diez minutos.

En lo público, han creado un espacio que, además de ampliar y democratizar la conversación, permite sacar a relucir lo peor del ser humano, con comportamientos inconcebibles en la vida “real”. Un espacio de verdades difusas donde la interferencia y la manipulación campan a sus anchas con sus consecuencias políticas.

En realidad, según el historiador británico Niall Ferguson en su último libro La plaza y la torre, el poder de las redes ha existido siempre, aunque no le hayamos prestado suficiente atención. Ahora cambia la rapidez y el alcance de su influencia. En una reciente visita a Madrid le preguntaron a Ferguson qué podemos hacer, como individuos, para preservar la libertad, y su respuesta fue: “Yo lo estoy dejando”. Él también. En boca de un intelectual público que ha alcanzado gran notoriedad en parte por las redes, sonaba como cuando los curas recomiendan la abstinencia para evitar los embarazos.

Pero sí es necesario aprender a gestionar esta nueva realidad. Algunos límites están llegando por las políticas públicas, como la decisión de Francia de prohibir los móviles en las escuelas, o como las leyes que reconocen el derecho de los empleados a desconectarse fuera de su horario laboral, además de los esfuerzos por combatir las noticias falsas y la injerencia.

En otros casos, la desintoxicación llegará por iniciativa particular, ya sea por hartazgo, autocontención o disciplina. Una encuesta en Estados Unidos revela que un 51%, ante la desconfianza hacia los medios, ha comenzado a contrastar la información con diversas fuentes. Un ejercicio de responsabilidad.

La política del avestruz no suele funcionar. Entre la abstinencia y la dependencia seguiremos viendo cada vez más propuestas que nos ayuden a lidiar con un mundo hiperconectado.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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