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miércoles, 8 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Ciudades



Ciclistas en el Paseo de Sant Joan, Barcelona


En el espejismo de las calles sin coches, del aire sin humo y del sonido de los pájaros, escribe en el A vuelapluma de hoy [La ciudad del cuarto de hora. El País, 2/7/20] la periodista y directora de "esglobal" Cristina Manzano, hemos llegado a pensar que en la ciudad otra vida es posible,. Han pasado apenas unos días y esa sensación comienza a quedar ya lejos, pero incluso antes de todo esto hubo gente que imaginó cómo volver a humanizar un entorno urbano cada vez más hostil.

"Uno de ellos -comienza diciendo Manzano- es Carlos Moreno, profesor e investigador franco-colombiano, precursor de las ideas del crono-urbanismo y de “la ciudad del cuarto de hora”. Su propuesta es reconfigurar los barrios de modo que cada persona tenga los servicios primordiales —educación, trabajo, sanidad, ocio…— a no más de 15 minutos de su casa. Se trata de poder ir a la mayoría de los sitios habituales a pie o en bicicleta, de revitalizar el comercio de proximidad, de disfrutar más y mejor de los espacios públicos, de facilitar una nueva relación entre vecinos, de reducir el número de automóviles… “No es una transformación instantánea, es una ambición, una hoja de ruta, un camino. Es un viaje para encarnar los lugares, encontrar a la humanidad al final de la calle, dotar de corazón al corazón de la ciudad”, afirma Moreno.

Pero para que este tipo de ideas prosperen hay que convertirlas en políticas públicas y eso es lo que pretende hacer en París la recién reelegida alcaldesa, Anne Hidalgo, que incluyó la ciudad del cuarto de hora en su programa electoral. Su ambición es haber convertido París en la primera gran ciudad del mundo (casi) sin coches al final de su segundo mandato. Como anticipo, durante la pandemia Hidalgo ha prohibido prácticamente todo el tráfico de vehículos de motor en la Rue de Rivoli y ha proyectado 50 kilómetros adicionales de vías ciclistas.

Su apuesta verde la ha llevado a revalidar la alcaldía en unas elecciones municipales en las que los ecologistas a lo largo del país han obtenido una victoria sin precedentes.

Muchas otras ciudades llevan años con diversas fórmulas para acabar con el imperio del coche: Ámsterdam, Copenhague, Ottawa —que introdujo recientemente la ciudad de 15 minutos—, Pontevedra, Nagoya. Pero ninguna del tamaño de la capital francesa. En Barcelona y Vitoria se está experimentado con las “supermanzanas”, para desviar el tráfico a vías principales y devolver las calles “interiores” a los vecinos. Madrid está estudiando también esta idea.

Ahora o ¿cuándo? La ONU calcula que el 68% de la población mundial vivirá en ciudades para 2050. Hay que aprovechar estos momentos propiciados por la crisis antes de volver a sucumbir en la inevitabilidad de las inercias. Como han demostrado los votantes franceses, el deseo de cambio de la ciudadanía está ahí".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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miércoles, 22 de mayo de 2019

[A VUELAPLUMA] Lección desde las antípodas





En este entorno generalizado de decepción e indignación con los gobernantes, hay países y líderes que permiten seguir pensando aquello de que “la política es el arte de lo posible”, y nos dan lecciones de como hacerlo desde las antípodas, comenta Cristina Manzano, directora de la revista Foreing Policy.

Nueva Zelanda, comienza diciendo Manzano, será el primer país del mundo con un presupuesto que se medirá no por el crecimiento económico (PIB) sino por el bienestar de su ciudadanía. Así lo ha anunciado hace unos días el ministro de Finanzas neozelandés, antes de presentarlo oficialmente el 30 de mayo. En diciembre, el Gobierno había publicado un documento en el que fijaba los criterios para valorar el bienestar: desde la identidad cultural hasta el medioambiente, desde la vivienda a los vínculos sociales.

Pobreza, salud mental, personas sin hogar, rehabilitación de presos maoríes serán algunas de las prioridades. Uno de sus objetivos es que el presupuesto esté, también, al servicio de los que se han quedado atrás; de los que, pese a vivir en uno de los países más desarrollados del mundo, no pueden disfrutar de su prosperidad.

El de sustituir el PIB como única vara de medir el éxito es un debate que viene de lejos, aunque es la primera vez que un país organiza todo su presupuesto —su principal herramienta política— en torno a esta idea.

Fuera de los círculos estrictamente académicos, el Reino Unido del primer ministro conservador David Cameron ya introdujo un sistema para evaluar anualmente el bienestar. En Francia, el presidente Nicolas Sarkozy encargó en 2009 un informe sobre la cuestión nada menos que a los premios Nobel Joseph Stiglitz y Amartya Sen, junto con el economista francés Jean-Paul Fitoussi; un informe que acabó oportunamente guardado en el cajón. Por no hablar de Bután, que ha hecho de la felicidad el objetivo declarado del reino (si bien los resultados no acompañan).

El más reciente y activo apóstol del cambio de modelo es el periodista británico David Pilling, quien en su último libro, The Growth Dellusion (El delirio del crecimiento), ataca lo que denomina “la tiranía del PIB”.

Detrás de todo ello está la necesidad, acuciante, de buscar alternativas a la vorágine de consumo y destrucción del planeta en la que estamos inmersos. Ya en 1972 el Club de Roma, con su informe Los límites al crecimiento, alertaba del colapso de los recursos naturales al que nos abocaba un crecimiento económico y demográfico desbocado. Y poco hemos hecho desde entonces para frenarlo.

Muchos observarán la decisión neozelandesa con recelo. Hay reticencias ideológicas, desde luego. Hay también incertidumbres reales, como sucede con cualquier experimento. Y pueden darse otras vías, claro. No hace muchos días Joaquín Estefanía reclamaba en estas mismas páginas (en Un declive sin precedentes) la alineación del presupuesto español con la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Pero en este entorno generalizado de decepción e indignación con los gobernantes en todo el mundo, hay países y líderes que permiten seguir pensando aquello de que “la política es el arte de lo posible”. Y la Nueva Zelanda de la primera ministra Jacinda Ardern, del Partido Laborista, es uno de ellos.



Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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sábado, 13 de octubre de 2018

[A VUELAPLUMA] Abstinencia





Seguiremos viendo cada vez más propuestas que nos ayuden a lidiar con un mundo hiperconectado, escribe en El País la periodista Cristina Manzano, directora de "Foreign Policy en español" y subdirectora general de FRIDE. El día que cobró conciencia de lo que había hecho, Justin Rosenstein decidió dejarlo todo, comienza diciendo Manzano. ¿Su pecado? Haber creado uno de los inventos más revolucionarios del siglo XXI; el botón del Me gusta de Facebook. Algo en apariencia inocuo, pero que activa al máximo un mecanismo psicológico que de la manera más sencilla produce satisfacción sin compromiso, lo que a su vez desencadena toda una dinámica de dependencia y manipulación hasta hace poco impensable.

Rosenstein es solo uno más de los frikis reconvertidos en abstemios tecnológicos. Que sea otra prueba del esnobismo de Silicon Valley o arrepentimiento genuino poco importa. Hay un movimiento cada vez mayor que alerta de los peligros de la adicción a la tecnología y su capacidad para penetrar en todos los resquicios de nuestras vidas.

En lo personal, junto a sus múltiples ventajas, la conexión permanente y las redes sociales han logrado que la atención se mute en distracción —con alteraciones incluso en la forma en que aprendemos y retenemos información— y está generando una dependencia que puede degenerar en enfermiza, literalmente. Según un reciente estudio, los españoles consultamos el móvil unas 150 veces al día; cada menos de diez minutos.

En lo público, han creado un espacio que, además de ampliar y democratizar la conversación, permite sacar a relucir lo peor del ser humano, con comportamientos inconcebibles en la vida “real”. Un espacio de verdades difusas donde la interferencia y la manipulación campan a sus anchas con sus consecuencias políticas.

En realidad, según el historiador británico Niall Ferguson en su último libro La plaza y la torre, el poder de las redes ha existido siempre, aunque no le hayamos prestado suficiente atención. Ahora cambia la rapidez y el alcance de su influencia. En una reciente visita a Madrid le preguntaron a Ferguson qué podemos hacer, como individuos, para preservar la libertad, y su respuesta fue: “Yo lo estoy dejando”. Él también. En boca de un intelectual público que ha alcanzado gran notoriedad en parte por las redes, sonaba como cuando los curas recomiendan la abstinencia para evitar los embarazos.

Pero sí es necesario aprender a gestionar esta nueva realidad. Algunos límites están llegando por las políticas públicas, como la decisión de Francia de prohibir los móviles en las escuelas, o como las leyes que reconocen el derecho de los empleados a desconectarse fuera de su horario laboral, además de los esfuerzos por combatir las noticias falsas y la injerencia.

En otros casos, la desintoxicación llegará por iniciativa particular, ya sea por hartazgo, autocontención o disciplina. Una encuesta en Estados Unidos revela que un 51%, ante la desconfianza hacia los medios, ha comenzado a contrastar la información con diversas fuentes. Un ejercicio de responsabilidad.

La política del avestruz no suele funcionar. Entre la abstinencia y la dependencia seguiremos viendo cada vez más propuestas que nos ayuden a lidiar con un mundo hiperconectado.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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