La doble moral es aquella que se desdobla en dos: una proclamada, otra practicada. La doble moral, hay que decir, es una falsa moral o, quizás, una moral degradada, una falta de moral verdadera. Cuando decimos que alguien tiene doble moral, en realidad decimos que afirma explícitamente ser moral, cuando en realidad no actúa en su vida cotidiana de acuerdo con los valores de los que se proclama defensor. La moral proclamada serviría, entonces, para adornar la imagen propia ante otros, nada más. El agente de la doble moral sería, en realidad, agente de la inmoralidad. La moralidad de la que habla no la practica.
Esta es una forma de lo que hoy viene a llamarse virtue signalling (o «alardeo moral»), remarcar ante otros lo virtuosos que somos. Un ejemplo de esto sería el llevar mascarilla una vez la pandemia de covid-19 ha terminado o ha dejado de matar. El portador de la mascarilla quisiera dar a entender lo buena persona que es, puesto que trata de evitar el contagio de los más débiles. En el mundo cristiano podría ser aquel que da limosnas para ser reconocido por sus semejantes como bondadoso. De hecho, esta es una de las razones por las que Lutero quiso en el siglo XVI deshacerse de este tipo de prácticas caritativas. Según él, solo servían para engordar el ego y vanagloriarse.
Como reza una definición del Fundéu (Fundación del Español Urgente) al respecto: «Con la denominación virtue signalling se alude a la actitud de las personas que muestran un ostentoso compromiso social en público y en las redes sociales con alguna causa, pero que después no hacen nada más para cambiar la situación que denuncian».
La doble moral se utiliza de cara a la galería para quedar bien con otros. Naturalmente, como la propia definición señala, la doble moral en la era de internet se hace aún más extrema, pues las redes sociales nos exponen más abiertamente a la mirada ajena, algo que nos lleva a exhibir este «postureo ético» para mejorar nuestra imagen social o prestigio. Con respecto a la definición de Fundéu, hay que decir que esta habla de ostentar compromiso social «sin cambiar la situación denunciada». En el caso de la doble moral, tan estrechamente vinculada al virtue signalling, no es solo que el supuesto defensor de una determinada moral no haga nada por materializar los ideales éticos que proclama, sino que en muchos casos, hace exactamente lo contrario de lo que afirma defender. «Haz lo que digo, no lo que hago» es una frase hecha que ejemplifica esta actitud. Cuando a un filósofo moral se le preguntó si cumplía a rajatabla con los preceptos que proclamaba, este contestó que, en su caso, ocurría lo mismo que puede ocurrir con quien idea y establece las normas de tráfico: una cosa es señalar las normas a seguir y otra cumplir con la referida normativa. Se trataría de dos cosas diferentes.
Hallamos en el mundo anglosajón una frase que podría encajar también a la hora de tratar esta temática. Este refrán habla de quienes «talk the talk… but don’t walk the walk», es decir, quienes hablan, pero no actúan de acuerdo con los principios que dicen defender. Así pues, la doble moral es una moral de escaparate utilizada de cara a la galería para quedar bien con otros. Estas personas serían, en última instancia, meros hipócritas, palabra de origen griego que refiere al actor, a aquel que simula y disimula ante otros para obtener recompensas sociales.
Hay que entender la importancia que lo social tiene para los seres humanos, que somos animales gregarios, necesitados de la aprobación del grupo, de su apoyo moral, material y emocional. No obstante, a pesar de la importancia que tiene lo social, esto no implica que debamos ser hipócritas. Hay muchas formas de obtener ese favor y apoyo, y no todas exigen ser un falsario moral.
También es necesario señalar que, a pesar de los beneficios obtenidos por este tipo de sujetos, la persona sometida a una doble moral también padece por ello. Por ejemplo, tal individuo es indudablemente un ser alienado, alguien que vive una existencia doble, que se ha descoyuntado de sí mismo. Se trata, pues, de alguien dividido que, en el fondo de su ser, se desagrada a sí mismo, pues sabe que su identidad social es una farsa, que su proceder es malévolo e indigno. El agente de la doble moral es aquel que no tiene la conciencia tranquila y sabe que recurre a este tipo de estratagemas por debilidad, por incapacidad para lidiar con la vida de frente.
Finalmente, diremos que hay generalmente en la vida social dos morales: una que remite a las convenciones y otra asociada al verdadero bien. Los moralistas suelen acogerse a la convención y defienden los valores que la sociedad venera en un momento concreto de la historia. Las personas verdaderamente morales, por su parte, defienden una moral más profunda, su sentido íntimo de lo que es el bien, y lo hacen por inclinación personal, no por el afán de adornarse ante otros. De nuevo, pues, nos encontramos aquí una distinción entre morales: el plano convencional (superficial) y el plano verdaderamente ético (más profundo). Iñaki Domínguez es antropólogo.
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