miércoles, 31 de julio de 2024

Presentación de las entradas de hoy miércoles, 31 de julio

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mafalda ya nos advirtió del peligro, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy la escritora Irene Vallejo, al decir que el problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta, pues como somos seres opinadores en el frenesí de comentarlo todo es fácil precipitarse por la rampa tramposa de la generalización apresurada. La segunda de hoy, un archivo del blog de agosto de 2017, es un doloroso alegato contra la pena de muerte escrito por la periodista María R. Sahuquillo relatando la ejecución pública de un violador en el Yemen. La tercera es un famoso soneto, Es hielo abrasador, es fuego helado, de nuestro inmortal Francisco de Quevedo. Y la cuarta, como siempre, las viñetas del día de la prensa española. Espero que les resulten interesantes. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico; al menos inténtenlo. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










De la virtud de la duda

 






Quizás, quizás, quizás
​IRENE VALLEJO
28 JUL 2024 - ​El País - harendt.blogspot.com

Somos seres opinadores y, en el frenesí de comentarlo todo, es fácil precipitarse por la rampa tramposa de la generalización apresurada. Las fotos veraniegas de las redes nos convencen de que todos los demás son más felices. La rabieta de un niño conduce a sermonear sobre los padres que ya no educan a sus hijos, y de ahí al declive de la familia hay un solo paso. Nada más tentador que convertir casos aislados en causa general. Este mundo de urgencias y apocalipsis otorga más credibilidad a las afirmaciones simplificadas, contundentes y sin fisuras, incluso vociferantes, como si fuesen prueba de conocimiento y capacidad de liderazgo, mientras ignora a quienes tienen el valor de compartir sus perplejidades. Olvidamos que, a veces, las cataratas de certezas brotan de los labios más intransigentes. Mafalda nos advirtió del peligro: “El problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta”.
Los filósofos escépticos de la antigua Grecia se empeñaron en combatir esas resbaladizas creencias. Invitaban a cultivar la duda, y defendían con valentía los matices y las ambigüedades. Por supuesto, animaban a actuar razonablemente, pero sin jactarse de tener la razón. Afirmar siempre con cautela. “No digas ‘así es’, sino ‘me parece que es’; di ‘siento frío’, en lugar de ‘hace frío’, porque otro podría tener calor”, escribió un sabio griego, anticipando las batallas campales por la temperatura del aire acondicionado en las oficinas. La palabra escéptico no significaba en origen nada semejante a descreído o cínico. En griego skepsis aludía a una investigación, a la observación y el examen a fondo de cada asunto. Entre los extremos del dogmatismo y el relativismo, hay una senda menos transitada: aspirar a saber más y mejor, con prudencia y cuidado, sin complacencia ni credulidad. Revisar y repensar incluso las verdades más blindadas. Ambiciosa utopía para escépticos.
El fundador de esta escuela, Pirrón, “carecía de fama, era pobre y pintor”. Se enroló en la expedición de Alejandro Magno y conversó con los yoguis indios —gimnosofistas hindúes o “filósofos desnudos”— milenios antes de nuestra fascinación contemporánea por el yoga. También se codeó con los magos iranios, sacerdotes del zoroastrismo. “De ahí parece provenir su muy noble manera de filosofar”, escribió el historiador Diógenes Laercio. Al entrar en contacto con otras culturas e ideas, fue capaz de poner en duda sus propias convicciones. Se declaró partidario de una vida sencilla y apacible, sin arrojar juicios como piedras a diestra y siniestra. Decidió dedicar su vida a demostrar que nada se puede demostrar. No escribió ni una línea, posiblemente para evitar la tentación de dogmatizar. Por suerte tuvo un seguidor menos escrupuloso, Timón, que anotó sus enseñanzas: gracias a él, sobrevivieron al olvido.
Pirrón aspiraba a combatir los dogmas para liberar a la humanidad de la inquietud, la hostilidad y el conflicto. En la duda infinita, pretendía encontrar entereza, clarividencia y sosiego. Afirma su biografía que “tuvo muchos seguidores, por su tranquilidad”. Al volver a Grecia tras luchar en las tropas de Alejandro Magno, compartió un humilde hogar con su hermana matrona —el problema de la vivienda también era asfixiante para los filósofos precarios de la época—. Otro pensador, Sócrates, hijo de la partera Fenareta, conoció de cerca la labor de una comadrona. En el diálogo Teeteto, Sócrates dijo ejercer el mismo oficio que su madre, y bautizó a su método como mayéutica, es decir, ayudar a dar a luz, asistir en el parto: “Los que conversan conmigo nada aprenden de mí, sino que encuentran en sí mismos bellos conocimientos, que yo solo ayudé a concebir y alumbrar”. Sócrates y Pirrón, adalides de la duda, convivieron con mujeres cuidadoras y dedicaron sus esfuerzos intelectuales a engendrar una filosofía sanadora. Recalca su biógrafo Diógenes Laercio que Pirrón limpiaba la casa, algo muy inhabitual en la época. Además, alcanzó los 90 años, edad poco frecuente. Quizá vivan más años los hombres que se ocupan de las tareas domésticas, si me permiten la generalización apresurada.
En nuestra —poco higiénica— aldea mediática de titulares histéricos, condenas instantáneas y afirmaciones rocosas, podría ser útil recuperar esta herencia. Un toque de pirronismo nos ayudaría a entender que no vemos el mundo como es, sino como somos. Está comprobado que tendemos a creer las informaciones que afianzan nuestras convicciones —por infundadas que parezcan— y a cuestionar los datos que las rebaten –por sólidos que sean–. En psicología lo denominan “sesgo de confirmación”, y documentan que se produce en todo el espectro ideológico, incluso entre quienes se enorgullecen de poseer una mente abierta y un insobornable sentido crítico. Más que el famoso “ver para creer”, parece que se trata de creer para ver.
Modos de ver fue el título de un programa que sacudió la historia mundial de la televisión. En 1972, un joven y pelilargo John Berger, con cierto aire de filósofo griego callejero, lanzó un discurso poco convencional sobre el arte. Aconsejó al público de la BBC buscar en los museos, más allá del aura de misterio y religiosidad que impregna las obras expuestas, el discurso agazapado del poder. Advirtió que todas las imágenes incorporan los sesgos, prejuicios y manipulaciones de su tiempo y, por eso, la mirada nunca debería renunciar a su potencia crítica. El libro que recopila aquellas reflexiones se ha convertido en un clásico, estudiado en grados de arte y de comunicación. Al acabar aquella mítica primera emisión, mirando directamente a cámara, Berger interpeló a los telespectadores: “Espero que tomen en cuenta lo que les he dicho. Pero sean escépticos con ello”. Y así invocó al espectro del indómito Pirrón, pintor en su juventud, hasta que abandonó el pincel para empuñar el bisturí de la duda.

Cuando la realidad​  parece sumergirse en la niebla de la complejidad y la incertidumbre, resuenan con más fuerza las voces seguras de sí mismas, las más decididas, aquellas que se abren camino a través de la jungla del mundo acorazadas con ideas rotundas. Aplomo y férrea convicción son requisitos para imponerse, mientras, para muchos, el pensamiento que matiza y duda no sirve de guía para la comunidad. En una época que pide a gritos carácter emprendedor y liderazgos rotundos, las personas introvertidas y tímidas quedan expulsadas de la carrera del éxito social en la línea de salida. Si apuestas por la meditación y la mirada contemplativa, pareces un apocado aspirante al fracaso. Con la loable intención de ayudarnos a triunfar, nos aconsejan por doquier rapidez y contundencia: vendernos bien y pensar menos. Por el contrario, Sócrates y Pirrón dejaron un legado milenario —un contundente éxito— al afirmar que sus únicas certidumbres eran el filo de la duda y el destello de la curiosidad. Les interesaba el diálogo, la conversación serena entre opiniones discrepantes, donde la contradicción, lejos de despertar desconfianza, actúa como motor de conocimiento y del deseo de aprender. Sócrates, que combatía la inercia del pensamiento y el poder casi invencible de los estereotipos, pensaba que los más graves errores no los cometen los ignorantes conscientes, sino los que creen saber. Quienes vociferan convencidos suelen mostrarse poco abiertos a reflexionar y ser flexibles. En tiempos de juicios y prejuicios acelerados, vuelve a ser terapéutica la prudencia de aquellos escépticos: solo dudando adquirimos ciertas verdades, tal vez algunas certezas.​Irene Vallejo es filóloga y escritora​.












[ARCHIVO DEL BLOG] La pena de muerte como espectáculo. [Publicada el 04/08/2017]












Es pura coincidencia. Pero sí, resulta que la segunda entrada del día va también sobre la justicia, o si quieren mejor, sobre la aplicación de la justicia, Como activista de Amnistía Internacional no me recato en pronunciarme públicamente contra esa atrocidad que es la pena de muerte. Por execrable y repugnante que sea el crimen cometido, por injusto y doloroso que nos resulte el sufrimiento de la víctima inocente, por razonable que nos parezca el deseo de venganza de sus familiares y de la sociedad, nada, absolutamente nada, justifica la pena de muerte. Y mucho menos convertirla en un espectáculo que nos denigra como seres humanos. La cadena perpetua revisable (En España, nunca antes del cumplimiento mínimo de veinticinco años de prisión) me parece pena suficiente para castigar cualquier delito de sangre por horrendo que sea.
La periodista de El País María R Sahuquillo relataba hace unos días en ese diario el espectáculo de una ejecución pública en Saná, la capital de Yemen. Ante las cámaras de televisión, dice, y las lentes de cientos de teléfonos móviles. Así fue ejecutado Mohamed al Maghrabi. El hombre, acusado de asesinar y violar a la pequeña Rana Yehia al Matary, de tres años, había sido condenado a muerte. También a que su pena se administrase en público. Y así fue. Ayer, en la plaza Tahrir de Saná, después de que el juez volviese a leer la sentencia —que también incluía 100 latigazos—, dos guardas colocaron al reo esposado en una manta en el suelo y un policía le disparó cinco tiros con un fusil de asalto AK47. El verdugo se fumó un cigarrillo antes.
La condena a muerte del condenado, de 41 años, fue jaleada por cientos de personas —la práctica totalidad, hombres—, que se congregaron para verle morir. Rodeando la zona habilitada para la ejecución, en las terrazas cercanas, e incluso encaramados a los postes de luz cercanos, los asistentes observaban el macabro espectáculo, que las autoridades llevaban días anunciando a través de los medios. Muchos coreaban “Alá es grande”.
La pena capital contra Al Maghrabi se convirtió así en un lamentable acontecimiento social en la capital de un país devastado por la guerra que ya ha entrado en su tercer año. Las autoridades de Saná —controlada por los rebeldes Huthi— buscaban que la ejecución pública del condenado sirviese como elemento ejemplificador. También pretendían enviar una señal de su voluntad para luchar contra el crimen.
La de Al Maghrabi, que secuestró a la pequeña Rana en la calle, al lado de su casa, es la primera condena a muerte pública de un asesino y violador de menores desde 2009. Sin embargo, no es la única pena capital dictada en el país. Como denuncian organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional, no existen registros públicos ni información oficial sobre ello.
Tras la ejecución, la policía se apresuró a retirar el cuerpo del hombre antes de que la multitud se lo llevase. Habían acordonado la zona y escoltado al reo para evitar que miembros de alguna tribu vinculada a la víctima le disparase primero, para vengarse por su propia mano. Todo captado por las cámaras de los smartphone de los espectadores. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












El poema de cada día. Hoy, Es hielo abrasador, es fuego helado, de Francisco de Quevedo (1580-1645)

 






ES HIELO ABRASADOR, ES FUEGO HELADO

Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.
Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.
Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.
Este es el niño Amor, este es su abismo.
¿Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!

Francisco de Quevedo (1580-1645)
Poeta español











Las viñetas de hoy

 













martes, 30 de julio de 2024

De las entradas de hoy martes, 30 de julio. Presentación

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. En las relaciones con nuestros vecinos, España ha dirigido su indiferencia hacia Portugal y su antipatía hacia los franceses, dice en la primera de las entradas del blog de hoy la filóloga Lola Pons, pero conviene no olvidar que fueron los franceses quienes nos hicieron españoles por la vía del gentilicio, aunque no hay nada más español y vernáculo que enfadarse por deberle algo a Francia. En la segunda de las entradas, un archivo del blog de agosto de 2019, la escritora Lara  Moreno nos habla de la palabra niña, una palabra preciosa, dice, en la que solemos ver fuerza e inocencia y brillo y futuro, pero lo malo es que no todas las niñas del mundo tienen futuro. El poema de hoy, la tercera de las entradas, se titula Elegía de las ciudades bombardeadas, y está escrito por el poeta grancanario Tomás Morales (1884-1921), considerado como uno de los máximos representantes del modernismo español. La cuarta, y como siempre para terminar, son las viñetas del día en la prensa española. Espero que todas ellas sean de su agrado. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico; al menos inténtenlo. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












De nuestros vecinos, los franceses

 







Francia nos hace españoles
LOLA PONS RODRÍGUEZ
27 JUL 2024 - El País - harendt.blogspot.com

En México un gabacho es un estadounidense blanco. En España son gabachos todos los franceses. Y en Aragón, desde que lucharon contra ellos en la Guerra de la Independencia y los derrotaron por la vía de la tunda, ser un gabacho es ser cobarde. Es solo una muestra de los muchos adjetivos con los que desde un lado de la frontera se denigra al lado opuesto. Normal que la Virgen del Pilar dijera que no quería ser francesa.
Los gentilicios suelen salir de los propios grupos a los que dan nombre, pero también hay adjetivos de vinculación geográfica que provienen de una etiqueta concedida ajenamente. La palabra español, por ejemplo, es francesa. Fueron nuestros vecinos del otro lado de los Pirineos los que nos empezaron a llamar así: el gentilicio español no es castellano sino provenzal, venido de una forma latina tardía, hispaniolus, que toma el punto de partida de la Hispania romana para añadir un sufijo olus que es escaso en las lenguas de la península y que, por eso, avisa de su carácter foráneo.
A cambio del neutro adjetivo español, los españoles les concedimos a los franceses, al menos desde el siglo XVI, el apelativo de gabachos. En puridad, le dimos un significado nuevo a una palabra despectiva que ya se usaba entre nuestros vecinos: en occitano, lengua del sur de Francia, gavach era el nombre que se daba a los montañeses, tenidos por palurdos. El adjetivo fue sacado de la palabra que daba nombre al buche de las aves: muchos de esos montañeses estaban desfigurados por la falta de yodo en su zona, que les provocaba la hinchazón del cuello propia de la enfermedad del bocio.
En las relaciones con nuestros países adyacentes, España ha dirigido su indiferencia hacia Portugal y su antipatía hacia Francia. La rivalidad histórica ha ido renovando su argumentario de reproches: en el siglo XIX se levantaba sobre el hecho no menor de que los franceses nos habían invadido el país; hoy, cuando apenas recordamos de esa Guerra de la Independencia más que el “pase misí, pase misá” que cantábamos de críos en las plazas (sin saber que nos estábamos burlando del passe, monsieur de la soldadesca francesa), los españoles traen a colación afrentas infames o ridículas: que si nos tiran un camión lleno de fruta, que si nos dan solo two points en Eurovisión... La francofobia no es exclusivamente hispánica: diré en nuestro descargo que los ingleses siguen dolidos todavía por la derrota a manos normandas en Hastings y que cuando los estadounidenses se enfadan con las decisiones geopolíticas de Francia, sacan a relucir que lo de Normandía tuvieron que hacerlo por la falta de arresto galo.
Pero a Francia lo que es de Francia: el país que se presentaba ayer henchido ante el mundo es el Estado que, antes de que saltasen sus deportistas al suelo de los estadios, ya llevaba siglos apuntándose victorias y colándonos goles colosales a los europeos y al mundo. Francia es el país que nos ha convencido de la existencia de la francofonía, una comunidad supranacional basada en el uso de la lengua francesa en territorios excoloniales que se ha gestionado sin complejos, con presupuesto ingente y eficacia diplomática. Francia es el Estado republicano que nos trajo a España las tres flores de lis de los Borbones; el francés es la lengua que nos enseñó los adjetivos naif y pitiminí y que nos hizo tildar como agudos los apelativos papá, mamá, que en nuestras casas, hasta el siglo XVIII, no fueron otra cosa que los castizos y llanos papa y mama. Francia muestra la perfecta compatibilidad de ser el país que ha exportado el cartesianismo junto con la vaga expresión je ne sais quoi, ambos convertidos en una identidad que postula el orden sin molestarse en detallarlo, como harían los alemanes. La grandeur de la France se sostiene sobre estereotipos que pueden sernos indigestos pero que los hacen ganadores.
No conviene olvidar, por otro lado, que casi todo lo que pasa en Europa empieza ocurriendo en Francia. El país por el que ayer paseaba la antorcha olímpica es la nación donde han comenzado todos los retos europeos: el Estado que inventó la palabra élite es el mismo que puso en circulación la voz comuna. Francesa fue la sociedad que vio nacer la gauche-divine y que acuñó el lema soñado de una Europa que destruía el Antiguo Régimen en busca de egalité y fraternité, y franceses fueron los votantes que aprovecharon la liberté para hacer que la ultraderecha fuera avanzando en votos y en conexión discursiva con el electorado. Francia muestra también las contradicciones de la inclusión: eran franceses quienes desarrollaron el Braille y el implante coclear que ayudan a la inclusión de personas ciegas y sordas, respectivamente, y franceses son los que nos han hecho conocer el significado segregador de la vida en la banlieue y el racismo que implica la expresión pied-noir.
Sospecho que a este lado de los Pirineos vamos a celebrar todas y cada una de las derrotas que sufran los anfitriones en sus Juegos Olímpicos. Que fueran los franceses quienes nos hicieron españoles por la vía del gentilicio nos da derecho a contestar al “Allons, enfants de la patrie” con la coplilla aquella de “Con las bombas que tiran los fanfarrones, se hacen las gaditanas tirabuzones”. Al fin y al cabo, no hay nada más español y vernáculo que enfadarse por deberle algo a Francia. Lola Pons es filóloga.











[ARCHIVO DEL BLOG] Con lo bonita que es la palabra niña. [Publicada el 05/08/2019]









Yo pienso en todas las niñas del mundo y solo veo fuerza e inocencia y brillo y futuro. El problema es que da igual cómo nos llamen, porque desde ese lado desde donde nos condicionan y nos juzgan todas las palabras llevan una carga terrible, comenta la escritora Lara Moreno.
Porque no podemos negarlo: es una palabra preciosa. Yo pienso en todas las niñas del mundo y solo veo fuerza e inocencia y brillo y futuro. Lo malo es que no todas las niñas del mundo tienen futuro. Pienso también en mi niña en concreto, pienso en ese momento de hace ya unos años en que me dijeron en la sala de ecografías: “Parece que es una niña”, y la palabra se disolvió en mi médula espinal y todavía la riega. Una niña. Es una palabra tan nuestra, una que además puede llenar de camaradería, de ternura, de complicidad, de cariño y de consuelo todo lo que venga después, cuando se coloca en el lugar adecuado de la boca, cuando una amiga, por ejemplo, ya adulta, le dice a otra amiga, igual de adulta: “Mi niña, ¿cómo estás?”, o “Venga niña, vente a bailar conmigo esta noche”. Hay mil formas de usar la belleza de este sustantivo, mil formas de convertirlo en un adjetivo amable, en un apelativo maravilloso. El problema no es ese.
El problema es que da igual cómo nos llamen, porque desde ese lado desde donde nos llaman, desde donde nos condicionan y nos juzgan, todos los adjetivos, los sustantivos, los adverbios, todas las palabras usadas llevan una carga terrible, pasan por un filtro en el que dejan de ser las palabras que nuestro certero idioma ofrece para nombrar el mundo y se convierten en una jaula, en una lanza, en un manto de brea que nos tapa los rostros, la mirada, la identidad, la existencia; el futuro. La niña. Qué despectivo, de pronto, algo tan hermoso. Pero si fuera solo eso: la negra, la gorda, la vieja, la guarra o la mal follada. O la prima tercera. La mujer. La niña. Al menos cuando te llaman niña a veces es para decir que eres muy lista. Es muy lista la niña (aunque no como para gobernar). Cuando te dicen gorda, vieja, guarra, negra, ni siquiera. Ahí no hay cerebro que valga.
Puedo especificar por qué hablo de esto, pero en realidad no quiero, porque da igual, porque todas las niñas van a saber de qué hablo y el resto, seguramente, también. Porque sigue siendo universal y atemporal. Parece mentira. Hemos luchado por aquello del respeto y la igualdad, educamos en aquello del respeto y la igualdad, nos hemos desgañitado con aquello del respeto y la igualdad, lloramos por el respeto y la igualdad y levantamos las manos e incluso la caricia y el susurro con lo del respeto y la igualdad. Ya basta. Señores (y señoras) que nos miráis desde ese lado: no nos nombréis, dejadnos en paz, a todas. Sobre todo, a las que tengáis más cerca. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos HArendt












El poema de cada día. Hoy, Elegía de las ciudades bombardeadas, de Tomás Morales (1884-1921)

 






ELEGÍA DE LAS CIUDADES BOMBARDEADAS


Gravita en torno al espectral paisaje

una inverniza claridad muriente:

bajo la lenta majestad del orto

surge el fracaso.

Son las ciudades de la guerra, heridas

en un terrible y militar encono;

torvas siluetas fantasmales trazan

sobre la niebla.

¡Villas del Norte, hasta el ayer ruidosas,

ebrias del oro de sus claros vinos!

Hoy sólo otorgan el prestigio augusto

de lo pasado.

Mas no hay pasado en sus bastiones rígidos 

ni en sus sillares la labor aquella

-tan femenil- con que las buenas Horas bordan las ruinas…

Más generoso que el cañón, el Tiempo, 

y más artista, en el legado antiguo

colgó el misterio, e hizo en las junturas

crecer la hierba…

Ahora, en el tedio polvoroso hundidas,

sus inquietantes equilibrios aguardan;

acribilladas, humeantes, vivas

de horror moderno:

las altas casas, vecinal albergue, 

-rotos los muros, los tabiques rotos- 

en el dolor, ennegrecidas muestran

sus interiores.

Los dulces muebles familiares, aptos

para el diario menester pacífico,

humildemente, su miseria asoman

por los escombros.

¡Ansias secretas del hogar violadas!

¡Minas de amor o de piedad deshechas!

¡Todo un ensueño peculiar quebrado

súbitamente!

Hablan las ruinas: «-La fatal Discordia

»de hermano a hermano concitó las iras.

»Sobre esta bruta pesadilla enorme

»pasó la Guerra.

»¡Huíd, nacidos! La sevicia humana

»muestra sus dientes al botín espléndido.

»Los negros potros del terror relinchan

»encabritados.

»Asid las crines que el espanto eriza 

»y hacia otras zonas cabalgad ligeros.

»Donde no asista la señal del hombre

»plantad la tienda…»

Callan… Y al pronto, la explosión temida

su claudicante trabazón remueve:

tras la voluble polvareda mírase

todo cambiado.

Y el bardo aleja con temor los ojos

del lamentable panorama y llora, 

¡villas del norte de la dulce Francia!,

vuestra elegía…


Tomás Morales (1884-1921)

Poeta español














Las viñetas de hoy