sábado, 8 de diciembre de 2018

[A VUELAPLUMA] La misión de la escuela





Dice la pensadora Hannah Arendt en La crisis de la cultura (1958), que la principal responsabilidad de la escuela no es liberar a los hijos de la influencia de sus padres, sino introducirlos en el mundo real. Otra definición mucho más concreta de la escuela es la que defiende Michel Young en Bringing Knowledge Back (2008): la de enseñar lo que los niños pobres no pueden aprender en otros lugares: el conocimiento que los capacite para generalizar, formar conceptos y comprender cómo funciona el mundo (y quizás cambiarlo)

En el año 2011, escribía hace unas semanas Gregorio Luri Medrano, profesor de filosofía español, doctor en filosofía por la Universidad de Barcelona y licenciado en Ciencias de la Educación, en unas jornadas organizadas por el Colegio de Doctores y Licenciados de Cataluña en la Seu d'Urgell, Alejandro Tiana, actual secretario de Estado de Educación, nos dijo, para ponernos al día, que algunos profesores están representando a Hamlet y andan tan metidos en su papel que no se dan cuenta de que les han cambiado el decorado a sus espaldas y que ahora en lugar del castillo de Elsinor tienen un McDonalds. Estas dos imágenes son importantes porque nos indican un radical vaciado de algo que fue importante y su sustitución por otra cosa cuyo contenido no es fácil de definir. 

Este mismo año, Alessandro Baricco se preguntaba en la Leopolda de Florencia: "¿En qué nos hemos equivocado?" La voluntad de trabajar en defensa de los desfavorecidos es un espléndido punto de partida, pero los desfavorecidos no se defienden fomentando la mediocridad o el miedo al riesgo. "Lo mejor que se puede hacer por los débiles es concederles un sistema dinámico, no un sistema garantista. Un sistema garantista, paraliza un país, paraliza el crecimiento, paraliza el entusiasmo, la esperanza, las posibilidades de cambio. No permite la movilidad social, encadena la capacidad, es un sistema asfixiante". Tampoco, añadía Baricco, "hemos sabido pronunciar las palabras que se correspondían con el nombre de las cosas". La izquierda no ha sido capaz de pronunciar la palabra "meritocracia", pero no ha sabido hallar una palabra alternativa, "por lo que no hemos hecho aquello a lo que la palabra corresponde". 

Entre Tiana y Baricco parece moverse la voz del conocimiento en la socialdemocracia. Dejo de lado a quienes, situados más allá de McDonalds, postulan una pedagogía basada en una "epistemología de los conocimientos ausentes". No dudo que las diferentes propuestas están guiadas por las mejores intenciones. Lo mismo pienso cuando escucho a la ministra de Educación y Formación Profesional, Isabel Celaá, anunciar que se otorgará el título de Bachillerato a los que "tengan una asignatura no del todo satisfactoriamente aprobada", para hacer "un gran favor a los alumnos" y no rebajarles la autoestima. La ministra entiende que la medida se legitima por el hecho de que en la universidad "también se puede aprobar por compensación". Seguro que está pensando honestamente en lo mejor para los jóvenes y no meramente en maquillar el fracaso escolar de nuestro sistema educativo. Alejo pues de mí la tentación de verla como uno de esos profesores que, para no frustrar a sus alumnos, no se atreven decirles que se han equivocado. Sospecho que Tiana y Celaá están movimos por el deseo de contrarrestar el preocupante hecho de que el fracaso escolar crece a medida que el bienestar económico de las familias disminuye. Su ideal es la equidad. Y aquí es donde veo lo interesante, pues llevamos décadas preguntándonos si el fracaso escolar de los más pobres es "culpa" de los pobres (porque, por ejemplo, su lenguaje está muy alejado del académico) o de la escuela (que daría forma a sus contenidos académicos de forma arbitraria pero selectiva, para que sean más fácilmente accesibles a ricos que a los pobres). ¿Y si lo que la escuela define como "conocimiento" está sesgado ideológicamente? ¿Y si los pobres en lugar de tener capacidades inferiores a los ricos, tienen capacidades diferentes que la escuela es incapaz de reconocer y evaluar? 

Son cuestiones éstas a las que todo estudiante de magisterio se ha visto obligado a enfrentarse, estimulado por las mejores intenciones de sus profesores. La posibilidad de que la escuela esté actuando como una factoría de producción en serie de diferencias sociales y de que todo aprobado sea un robo al que suspende fue formulada de forma precisa en un libro de Pierre Bourdieu y Basil Bernstein titulado Knowledge and Control (1971), cuya introducción estaba escrita por un joven licenciado en Sociología llamado Michael Young. Pocos libros han tenido mayor influencia que éste en las facultades de Pedagogía y en la conformación de la imaginación pedagógica de la socialdemocracia moderna. The Wall, de Pink Floyd es su banda sonora. Han pasado los años. Han muerto Bernstein y Bourdieu. Y Young, que parecía destinado a ser su heredero, es profesor emérito del Instituto de Educación de la Universidad de Londres y ha cambiado radicalmente de parecer sobre el papel del conocimiento y la escuela. Hoy defiende que ni se debe trivializar el valor del conocimiento ni confundir conocimiento y experiencia; que los alumnos, especialmente los pobres, necesitan muchos conocimientos y que la mejor forma de adquirirlos es a través de las disciplinas tradicionales. Donde antes hablaba del "conocimiento de los poderosos" ahora habla del "conocimiento poderoso". Su libro Bringing Knowledge Back (2008) debería interesar a todos los que continúan leyendo Knowledge and Control en el reclinatorio. La obligación de la escuela, defiende Young, es enseñar lo que los niños pobres no pueden aprender en otros lugares: el conocimiento que los capacite para generalizar, formar conceptos y comprender cómo funciona el mundo (y quizás cambiarlo). La justicia social exige que los niños de bajos ingresos, yendo más allá de su experiencia particular de su mundo, tengan libre acceso al conocimiento. No podemos hacer a las nuevas generaciones ignorantes del enorme capital de saber acumulado que tienen a su disposición, ni educarlas como si no fueran responsables de su transmisión. 

Cuando le preguntan a Young qué le hizo cambiar de opinión, responde siempre lo mismo: "Convertirme en padre". A mi me pasó lo mismo. Young sigue militando en el Labour Party; como militó toda su vida Tony Judt, crítico de los progressive educationist y las comprehensive schools, porque, a su juicio, han sido insensibles a la diferencia existente entre la excelencia y la mediocridad y han confundido el igualitarismo cultural con un populismo antielitista. El lema que le permitió al heterodoxo Tony Blair ganar las elecciones fue education, education, education y sus objetivos, conseguir "altos estándares para todos" y hacer efectivo el ideal meritocrático. Añadamos a lista de críticos con la ortodoxia pedagógica de la socialdemocracia el nombre de Jaap Dronkers, uno de los sociólogos de la educación más relevantes de las últimas décadas, que dedicó su vida al estudio de las desigualdades sociales y ha sido un firme crítico de los "métodos suaves" en educación porque, a su juicio, en lugar de contribuir a mitigar las diferencias sociales, las ahondan. Así pues, cuando nos digan que determinada política educativa es de izquierda, preguntemos: ¿De qué izquierda?. También estoy convencido de que las mejores intenciones están detrás de las propuestas, cada vez más descaradas, de reducir drásticamente la autonomía de las familias a la hora de elegir escuela. Sin embargo, como ya viera Hannah Arendt en La crisis de la cultura (1958), la principal responsabilidad de la escuela no es liberar a los hijos de la influencia de sus padres, sino introducirlos en el mundo real. 

Los educadores, muy especialmente si son funcionarios, no tienen por misión hacer de la escuela el ariete de sus particulares y legítimos sueños políticos. Son los representantes de un mundo que evidentemente no han construido, con el que es muy probable que se encuentren insatisfechos y contra el que tienen derecho a protestar, pero fuera de la escuela, en su condición de ciudadanos. Ante las nuevas generaciones son educadores, es decir, embajadores de la realidad. Y si no quieren serlo, deberían cambiar de trabajo, añade Arendt. Leo a Arendt y pienso en una niña de primaria que le preguntaba confundida a su maestra: "¿Seño, tenemos que hacer hoy también lo que queramos?" Efectivamente, Elsinor se va desdibujando, y con él se va debilitando la voz del conocimiento. Estamos perdiendo así los caminos que podrían redimir a los pobres de su realidad, mientras cada vez se van haciendo más diáfanos los que conducen a un puesto de trabajo en un McDonalds.



Dibujo de Ajubel para El Mundo


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt





Entrada núm. 4681
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