En contra de todos los tópicos al uso por parte de nuestros vecinos europeos, que suelen mirar a la joven (¡cuarenta y dos años no son nada!) democracia española por encima del hombro, los españoles quedaron vacunados de fascismo para una larga temporada. La prueba es que cuarenta y dos años después de la muerte del dictador, la extrema derecha española cabe en un taxi, incluyendo al taxista. No está ocurriendo así en Europa. ¿Acabará pasándonos lo mismo aquí?
Una escandalosa manifestación en Varsovia pone de relieve el peligro del antisemitismo; pero conviene que miremos a nuestro alrededor. Es necesario crear un frente contra la normalización del lenguaje del extremismo fascista, escribe en El País el profesor Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford e investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford.
Todas las facultades de periodismo del mundo deberían enseñar a sus alumnos un vídeo del momento en el que un jovial reportero de la televisión estatal polaca, el 11 de noviembre de 2017, pregunta a un hombre que lleva un sombrero con los colores nacionales qué significa para él participar en la marcha por el día de la independencia. “Significa”, responde el hombre, “apartar del poder... ¡a los judíos!” Dado que Polonia está gobernada por el partido populista-nacionalista de extrema derecha Ley y Justicia (PiS), la siguiente pregunta debería ser: ¿a quién se refiere exactamente cuando habla de los judíos en el poder? ¿Al líder del partido, Jaroslaw Kaczynski? ¿A la primera ministra, Beata Szydlo? ¿O se refiere a otros países, a Donald Trump, por ejemplo, o a Theresa May, o Mark Zuckerberg? ¿O a los judíos de Marte?
En lugar de aprovechar esa oportunidad única de entrevistar a un antisemita dispuesto a hablar sin tapujos, el reportero se vuelve hacia una mujer que está al lado y le pregunta qué significa estar allí como patriota. Cuando ella coincide con el anterior y dice que están orgullosos de ser polacos y estar entre polacos, el periodista se vuelve hacia la cámara y dice tan tranquilo: “¡Esto es orgullo, el orgullo de poder ser polaco, el orgullo de ser polaco!”
Ese que se llama a sí mismo periodista no es más que un mediocre empleado de una televisión pública, TVP Info, auténtico canal de propaganda del PiS, que sigue la línea oficial de que se trataba de una gran y afectuosa manifestación patriótica y de orgullo. El vídeo es una brillante lección de 58 segundos sobre cómo no ejercer el periodismo. Hablo del reportero más que de los antisemitas porque, ante la normalización mundial de las ideas y los eslóganes de extrema derecha, en Charlottesville, Varsovia, Dresde o Moscú, la pregunta fundamental es: ¿cómo debemos reaccionar?
En primer lugar, debemos entender lo que está pasando. Siempre hay una mezcla de características locales y generales. Por ejemplo, esta “manifestación por la independencia” del 11 de noviembre en Varsovia se celebra ya desde hace varios años, organizada por grupos locales de extrema derecha, y cada vez con más participantes, hasta los 60.000 que se calcula que hubo el sábado. Dentro de la marcha, cuyo lema este año era “Queremos a Dios”, existe desde hace tiempo un “bloque negro” de verdaderos radicales y fascistas. Ese bloque, con su enorme pancarta que decía “Una Europa Blanca de Naciones Hermanas”, es el que más enfocaban las cámaras. En el centro de la pancarta figuraba una cruz celta, un símbolo poco frecuente en Polonia pero utilizado en otros lugares por los supremacistas blancos. Otra pancarta decía Deus Vult, “Dios lo quiere”, el grito de guerra de la Primera Cruzada y gran favorito de la internacional de extrema derecha. En la manifestación participaron líderes de Italia, Gran Bretaña, Hungría y Eslovaquia, entre otros.
Estamos ante un fenómeno nuevo. Antes, los nacionalistas solían ser, digamos, nacionales, pero ahora existe una red internacional de nacionalistas xenófobos de extrema derecha. Podríamos llamarla la Sexta Internacional (después de cinco internacionales de izquierdas, le toca a la derecha).
Estos modernísimos reaccionarios usan con habilidad las redes sociales para difundir sus mensajes insidiosos, y un ejemplo reciente es el de las elecciones de septiembre en Alemania, en las que, según un informe del Instituto de Diálogo Estratégico, la extrema derecha difundió profusamente y con gran éxito algunos de los hashtags más populares en favor de Alternativa por Alemania (AfD). Dado que AfD va a ser el segundo partido de la oposición en el Bundestag, este es un ejemplo de límites peligrosamente desdibujados entre el nacionalismo conservador y el extremismo de derecha. Ahora bien, ¿no ocurre igual en Estados Unidos con Trump? ¿Y qué decir de un tuit reciente en la cuenta oficial de Leave EU (Salgamos de la UE), que acusaba a 15 diputados conservadores contrarios a que la fecha del Brexit se fije por ley de ser “el cáncer dentro del partido y traidores a su país”?
Es necesario crear un frente contra esta normalización del lenguaje y las ideas de extrema derecha, y en él son especialmente importantes tres grupos: las plataformas de internet, los personajes públicos y la gente normal. A las plataformas les pedimos, sobre todo, transparencia. Twitter, Facebook y otros necesitan averiguar de inmediato cómo están utilizando los rusos y otros agentes dañinos sus redes para influir en referendos y elecciones, y luego tienen que contarnos lo que hayan descubierto. Qué haremos después es otro asunto, pero lo más urgente es saber qué demonios pasa.
Los personajes públicos deben alzar la voz cada vez que se violen los límites del debate político legítimo. Todo lo contrario de lo que acaba de hacer el gobierno polaco: varios ministros quitaron importancia a los pequeños “incidentes” y las “provocaciones” en una “preciosa manifestación” (lo único que salvó el honor de Polonia fueron las palabras inequívocas de su presidente, Andrzej Duda). Como el vicepresidente estadounidense, Mike Pence, cada vez que defiende con su sonrisa santurrona, como si actuara en nombre del Señor, las cosas indefendibles que dice Trump. Y toda la gente decente partidaria del Brexit debería apartarse de palabras envenenadas como cáncer y traición.
Pero no es solo cosa de políticos. En Polonia ha sido verdaderamente vergonzoso el silencio de los dirigentes de la Iglesia Católica, que ni siquiera se han opuesto a la grosera utilización política de las palabras “Queremos a Dios”. Este estribillo de un himno tradicional, convertido en lema oficioso de las luchas polacas por la independencia, se hizo famoso cuando lo citó el papa Juan Pablo II durante su visita al país aún bajo el régimen comunista.No hay que olvidar tampoco a los periodistas, cuyo deber, desde luego, no es impartir sermones sobre corrección política, sino informar, preguntar y denunciar. También hay que oír las voces de profesores, futbolistas, estrellas del cine y la televisión.
Y también estamos nosotros, la gente corriente. Porque todos tenemos hoy cerca —si no físicamente, en el mundo virtual— a alguien vulnerable ante esas opiniones radicales. No debemos dejar todo en manos de las redes, los políticos y el clero. Cada vez que oigamos una opinión de ese tipo, en el bar, en el campo de fútbol o en Facebook, debemos alzar la voz y responder. No tiene por qué ser un debate airado. Podemos utilizar el ridículo. El humor es un gran antídoto contra el fanatismo. En ese sentido, me gustaría proponer un nuevo premio al peor periodismo. Debería llevar el nombre del supuesto periodista de TVP-Info. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
1 comentario:
Buen análisis ...
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