jueves, 26 de diciembre de 2013

El mensaje del Rey, Navidad 2013


Como todos los años por estas mismas fechas traigo de nuevo al blog el mensaje navideño del Rey a los españoles. Y como hago siempre también, no lo comento. Traigo, eso sí, la crónica que escribe al respecto la analista política del diario El País, Anabel Díez. Y en este otro enlace del mismo diario pueden acceder ustedes a la lectura de las reacciones que el mensaje ha suscitado en instituciones, partidos y personalidades diversas.  

Dos profesores de la UNED, Manuel Herrera y Antonio Romero, escribían hace un año un artículo titulado "Las nuevas desafecciones políticas y la crisis de la ciudadanía social", dentro del volumen "Los nuevos problemas sociales. Duodécimo foro sobre tendencias sociales" (Sistema, Madrid, 2012), donde comentaban lo siguiente: "La democracia debemos cuidarla, y para ello resulta fundamental la confianza que las diferentes sociedades demuestran hacia los poderes del Estado de Derecho y su equilibrio. En definitiva, debemos dispensar una atención preferente a la necesidad de reconstruir la imagen pública de sus instituciones. Porque esas crisis de confianza en las instituciones centrales de la sociedad está asociada, sin lugar a dudas, con la satisfacción con la democracia existente en un país. La democracia no puede garantizar -dicen- que los ciudadanos serán felices, prósperos, saludables, sabios, pacíficos o justos. Alcanzar estos fines está más allá de la capesacidad de cualquier gobierno, incluido un gobierno democrático. Es más, en la práctica la democracia nunca ha llegado a alcanzar sus ideales. Como todos los anteriores intentos por conseguir un gobierno más democrático, las democracias modernas sufren también de muchos defectos. Sin embargo -añaden-, a pesar de sus imperfecciones nunca podemos perder de vista los beneficios que hacen a la democracia más deseable que cualquier otra alternativa factible a la misma".

Unas páginas más adelante, y en relación con el empuje secesionista de grupos étnicos particulares dentro de las modernas democracias, dicen citando a Dahrendorf: "Estos empujes hacia la auto-determinación nacional según las etnias son dañinos y representan un peligro para la ciudadanía. Sostiene (Dahrendorf) que la ciudadanía florece en los Estados nacionales que son heterogéneos en cuanto a las etnias y a las tradficiones culturales locales o particulares, mientras que desaparece en las naciones homogéneas y auto-determinadas, insistiendo -Dahrendorf, de nuevo- en la que las naciones son tribus de iguales, mientras que los Estados-nación son construcciones conscientes para el bien común, el "commonwealth". A partir de esto, se opone con fuerza a la idea de una "Europa de las regiones" que, a su juicio, sería una pésima fórmula que trasladaría a la tribu y al máximo de las provisiones, pero no a las titulaciones de ciudadanía".

Ahora, si han llegado hasta aquí, les ruego que vuelvan a leer el mensaje del Rey de España a sus conciudadanos. Estoy seguro de que percibirán más ajustadamente los importantes "matices" que el mismo encierra respecto a ocasiones anteriores y que el rey envía a quien debería escucharlos, sin faltar por ello a la estricta neutralidad partidista y política a la que su papel institucional le obliga.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt



Entrada núm. 2015
elblogdeharendt@gmail.com
http://harendt.blogspot.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

sábado, 21 de diciembre de 2013

¡Felices Fiestas!, ¡Feliz Navidad!, ¡Feliz Solsticio!



A la hora exacta en que se publica esta entrada 
se produce el Solsticio de Invierno de 2013 
sobre las islas Canarias. 
¡Felicidades!..., a pesar de todo. 
¡Feliz Solsticio!, 
¡Feliz Navidad!, 
¡Felices Fiestas!... 
Que si no la abundancia de bienes materiales, 
al menos la paz reine en nuestros hogares 
y en los corazones de todas las personas 
de buena voluntad 
que habitan en esta casa común 
que es nuestro mundo, 
la casa de todos, 
aunque desgraciadamente 
sea más de unos que de otros. 
Sean felices, por favor; 
al menos no se avengüencen de intentarlo. 
Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": Nos vamos. 
Tamaragua, amigos. 
HArendt




Entrada núm. 2012
elblogdeharendt@gmail.com
http://harendt.blogspot.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

jueves, 19 de diciembre de 2013

El día en que mataron a Carrero Blanco


Mañana hace 40 años. "En Madrid, el jueves día 20 de diciembre de 1973 amaneció nublado. El presidente del Gobierno español, don Luis Carrero Blanco, se disponía a iniciar una jornada más de trabajo". Así se iniciaba el libro que me ha servido para dar título a la entrada de hoy: "El día en que mataron a Carrero Blanco" (Planeta, Barcelona, 1974), escrito por Rafael Borràs, Carlos Pujol y Marcel Plans, apenas unos meses después del atentado de ETA que le costó la vida al presidente del gobierno. Una excelente y documentada fuente de información (más 400 páginas y numerosísimas fotografías) a pesar de las difíciles circunstancias del momento, que los autores definían como el suceso más importante desde el final de la guerra civil.

Dos recientes artículos en El País recrean el acontecimiento. El primero de ellos: "El cráter del Régimen", de Luis R. Aizpeloa, en el que entrevista simultáneamente al que fuera responsable de los servicios secretos españoles en el País Vasco, Ángel Huarte, y al exetarra Ángel Amigo, recreando paso a paso la preparación del atentado por parte de ETA; el segundo: "El guardian del orden de Franco", del historiador Julian Casanova, en que desmonta la leyenda creada en torno a la figura del almirante que se convirtió en "delfín" de Franco, en parte creada por el propio Carrero y por sus aliados del "Opus Dei", con López Rodó a la cabeza, mortalmente enfrentados al sector "azul" del Régimen, que representaban figuras como Fraga o Solís, por el control del aparato del poder a la hora de la muerte del dictador que se auguraba próxima. Y en el mismo diario, Josep Ramoneda, en un artículo titulado "Pequeñas historias con importancia", revela las confidencias que sobre el atentado le hicieron en su día el rey Juan Carlos y el que fuera ministro del Interior en el gobierno de Suárez, Rodolfo Martín Villa.

Los días que siguieron al magnicidio supusieron una involución en las escasas posibilidades de transformación pacífica del franquismo en una democracia que se atisbaban en aquellos momentos. El nombramiento de Carlos Arias como sucesor de Carrero, en lo que se conoce, a causa de las presiones en su favor del círculo familiar de Franco, y que era ministro de la Gobernación en el momento del atentado y por lo tanto responsable del aparato de seguridad del Régimen, no presagiaban nada en favor de ello.

¿Qué hubiera pasado si Franco hubiese designado presidente del gobierno a Fernández-Miranda, vicepresidente del gobierno con Carrero, y representante del ala "aperturista" del Régimen en lugar de a Arias Navarro? Eso es ya historia-ficción... Como lo es también, en este caso, la enigmática frase que Franco pronunciara, echando mano del refranero tradicional, tras la muerte de Carrero: "No hay mal que por bien no venga".

Al contrario de otros acontecimientos históricos vividos por mí, no guardo ningún recuerdo especial de aquellos días de zozobra: de alegría para algunos, los menos; de miedos, los más, para otros. Recuerdo que estaba de vacaciones pues siempre dejábamos mi mujer y yo dos semanas de las mismas para Navidades, y aquel día nos visitaba en nuestra casa en Las Palmas, un amigo de la infancia y su mujer, de vacaciones en Gran Canaria. Un dato curioso: ese amigo era -le he perdido la pista por completo- comisario de policía en Madrid. A mi mujer y a mí nos llamó la atención que no se reincorporara a su puesto inmediatamente y que no mostrara la menor preocupación por el atentado... ¿Teorías conspiratorias?, no seré yo quién juegue a eso, y menos a estas alturas de la historia. Tampoco los entrevistados en el reportaje citado más arriba creen en ella. 

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt




Entrada núm. 2011
elblogdeharendt@gmail.com
http://harendt.blogspot.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

martes, 10 de diciembre de 2013

De izquierda a derecha: las diferentes perspectivas de la política


Preguntarle a nuestros líderes políticos locales y nacionales que si leen a Friedrich Hayek, Milton Friedman, Isaiah Berlin, Hannah Arendt, John Rawls o Francis Fuyumana, por mencionar únicamente a algunos de los pensadores políticos contemporáneos que se citan profusamente en el artículo que comento, parece más ingenuidad que otra cosa. A ellos, desde luego, no creo que les parezca necesario, aunque si lo hicieran quizá, solo quizá, nos evitaríamos espectáculos tan lamentables como los que nos ofrecen a diario. Por citar un caso local, el del parlamentario canario que pidió la prohibición de la entrada de inmigrantes en Canarias y el control del índice de natalidad de las mujeres canarias, aunque no explicó si eso se haría por la fuerza -como en China-, la persuasión, o mediante alicientes económicos, por ejemplo, con ayudas a las que "menos" hijos, o ninguno traigan al mundo y penalizando a las familias numerosas. Toda una lumbrera política el caballero...

Más posible, aunque difícil de evaluar, es que les suenen los nombres de otros pensadores políticos contemporáneos, ya archivados en el baul de los recuerdos, como Karl Marx (al que todos citan pero ninguno ha leído), o John Maynard Keynes (ahora redescubierto y añorado por los mismos que llevan detestándole desde hace medio siglo). Y por supuesto, seguro que les suenan muy muy lejanos, si es que han oído hablar de ellos y no piensan que eran seres mitológicos, los nombres de Rousseau, Voltaire, Smith, Burke, Condorcet, Godwin, Paine, Robespierre, D'Holbach, Hamilton, Jefferson, Tocqueville o Monstesquieu, todos ellos protagonistas de la Ilustración, que a lo largo del siglo XVIII dieron forma a la idea de lo que hoy son las democracias modernas, siguiendo la estela que veinte siglos antes iniciaron Platón,  Aristóteles, Ciceron y otros. Sería mucho pedir, ya lo se... Y ya sabemos todos que los Reyes Magos no existen.

El artículo que traigo a colación y que acabo de releer se publicó en Revista de Libros en su número de diciembre de 2008 y estaba escrito por el profesoy y economista, y ahora gobernador del Banco de España, Luis María Linde, comentando el libro del profesor Thomas Sowell "A Conflict of Visions. Ideological Origins of Political Struggles" (reeditado por Basic Book, Nueva York, 2007), del que hay una edición previa en español titulada "Conflicto de visiones" (Gedisa, Buenos Aires, 1990). El artículo de Linde llevaba el título de "Los occidentales y sus visiones políticas", y pueden leerlo en el enlace anterior. 

Para el profesor Linde, la tesis central del libro de Sowell, profesor de Economía de la  Universidad de Stanford (California), es la de que las luchas políticas de los últimos dos siglos -especialmente entre capitalismo y socialismo, o entre democracias liberales y dictaduras autocráticas o de partido- componen un bosque, en el que sus árboles, aparentemente tan variados, pertenecen, en realidad, sólo a dos especies –aunque hay ejemplares híbridos–, y que para entender lo que hay en ese bosque, cómo se desarrollan y crecen los árboles, cómo compiten unos con otros, hay que entender la naturaleza de esas dos únicas especies y de las raíces que sustentan el bosque entero.

Para Sowell, dice Linde, en el origen de las luchas políticas desarrolladas, primero, en Europa y, después, en todo el mundo desde finales del siglo XVIII, están las que el profesor norteamericano denomina visión "constrained" ("restringida", "condicionadas", también con significado de "trágica", "pesimista"), y la visión «unconstrained» ("no restringida", "utópica", "optimista" o "tradicional"). Las visiones son, según Sowell, como «mapas» que nos ayudan a transitar por la realidad, a superar nuestras perplejidades. Las visiones políticas «no son sueños, ni esperanzas, ni profecías, ni imperativos morales, aunque cualquiera de tales cosas pueda surgir de una visión determinada. Una visión es un sentido de causación» y, por ello, las visiones son el fundamento sobre el que se construyen las teorías. Las visiones acerca de la sociedad y su funcionamiento, además de inspirar pensamiento y acción política, son importantes en sentido individual porque nos ayudan a formar opiniones y adoptar posiciones en materias en las que somos ignorantes.

La discusión política en la que, para Sowell, se sustanciaron las dos visiones opuestas que han llegado hasta hoy se desarrolló en las últimas cuatro décadas del siglo XVIII y sus principales protagonistas fueron cinco, ahora diríamos, «intelectuales»: Rousseau, el más viejo de todos ellos (1712-1778), Adam Smith (1723-1790), Edmund Burke (1729-1797), Antoine-Nicolas Condorcet (1743-1794) y William Godwin (1756-1836), el más joven, que publicó su aportación principal, su "Enquiry Concerning Political Justice", en 1793, aunque Thomas Paine había publicado, en lo que ya eran los Estados Unidos de América, en 1791, "The Rights of Man", anticipándose a varias de sus ideas. Sowell considera a Rousseau, Condorcet y Godwin los principales exponentes de la visión utópica, y a Smith y Burke los principales exponentes de la visión tradicional. Otros políticos, escritores y «filósofos» participaron en este gran debate: puede citarse, en el campo de la visión utópica, a Robespierre, el primer ideólogo del terror como método de acción política, y a D'Holbach (1723-1789), por su defensa del ateísmo y del materialismo; en la visión tradicional estaría Alexander Hamilton (1755-1804), por su aportación a la defensa del gobierno limitado y del equilibrio entre poderes. Aunque el enfrentamiento entre ambas visiones ha seguido vivo hasta nuestros días, la única aportación moderna que destaca Sowell es la de Friedrich Hayek.

Lo que resulta decisivo para caracterizar ambas visiones es –afirma Sowell– lo que él llama el "locus of discretion", el «lugar» en el que se toman o se producen las decisiones, y el "mode of discretion", la forma en que se toman las decisiones. En la visión utópica, las decisiones sociales se adoptan deliberadamente por representantes o encarnaciones [en inglés, "surrogates"; éste es el "locus of discretion"] de la sociedad, sobre bases explícitamente racionalistas [éste es el "mode of discretion"]; en la visión tradicional, las decisiones sociales se desenvuelven y se hacen efectivas a partir de decisiones individuales que persiguen fines privados, sirviendo al bien común sólo como consecuencia de las características de los procesos sistémicos, independientemente de las intenciones de los individuos, tal y como ocurre, por ejemplo, en los mercados competitivos.

Aunque Sowell reconoce que la visión utópica está «en su casa en la izquierda política», afirma, a la vez, que la existencia de visiones inconsistentes o híbridas, como el marxismo, el utilitarismo o la ideología libertaria hacen que no pueda, sin más, equipararse visión tradicional a «derecha» y visión utópica a «izquierda». El marxismo es el epítome de la izquierda política, pero no de la visión utópica que domina la izquierda «no marxista»; para muchos, el fascismo –cuya visión es, en varios sentidos, utópica (Hayek defendió siempre la caracterización del nacionalsocialismo hitleriano como «socialismo»)– es el más claro ejemplo de «extrema derecha»; y la ideología libertaria, que muchos consideran derecha extrema, al menos en sus propuestas económicas, es incompatible, dice Sowell, con la función de los procesos sociales sistémicos en la visión tradicional.

Para mostrarlo, Sowell concluye su libro tratando de las diferencias que ambas visiones mantienen en torno a tres grandes ejes del debate político actual: la igualdad, el poder y la justicia.

Sobre la la igualdad, en palabras de Burke, que cita Sowell, «todos los hombres tienen iguales derechos, pero no a cosas iguales», una idea que parece idéntica a esta otra de Hayek: «Ser tratado igual no tiene nada que ver con la cuestión de si la aplicación de la ley en una situación particular puede llevar a resultados que son más favorables a un grupo que a otros». Para la visión tradicional de Burke y Hayek, la igualdad que debe buscar y lograr la acción política no es la igualdad de resultados, sino la de las oportunidades, entendida como «igualación de las probabilidades de alcanzar ciertos resultados [...] ya sea en educación, en empleo o ante los tribunales». Para la visión utópica, por el contrario, la igualdad que debe perseguir y lograr la acción política es la igualdad de resultados. Además, para algunos partidarios de la visión utópica, la reivindicación de igualdad puede llegar muy lejos, porque puede aspirar a compensar incluso aquellas diferencias que no se deben a las instituciones sociales o al medio familiar, sino al azar genético. Así, Condorcet defendía hace ya dos siglos que «tienen que mitigarse incluso las diferencias naturales entre los hombres», una idea que ha obtenido apoyo en nuestros días y que es uno de los motores de la «corrección política», tanto en Estados Unidos como en Europa.

Las dos visiones entienden de modo diferente el origen y significado del poder económico y político, añade Sowell, pero también el uso de la fuerza, la guerra, la ley y su aplicación, el crimen y su castigo. La visión utópica entiende la guerra y el crimen y, en general, el uso de la fuerza como desviaciones, fallos o perversiones del uso articulado de la razón. Para Godwin, por ejemplo, la guerra era una consecuencia de las instituciones políticas en general y, más específicamente, de las instituciones no democráticas, mientras que el crimen era imposible en ausencia de influencias sociales o razones individuales (problemas psiquiátricos, por ejemplo) impuestas, por así decir, a los individuos, porque «es imposible que un hombre cometa un crimen en el momento en que pueda verlo en toda su enormidad»: basta con localizar las causas de los males para combatirlas y eliminarlas, dando así una «solución» al problema. En el polo opuesto, los partidarios de la visión tradicional no creen que haya que buscar causas para el crimen o para la guerra fuera, simplemente, de la naturaleza humana: «Las personas cometen crímenes porque son personas, porque ponen sus intereses y sus egos por encima de los intereses, sentimientos y vidas de los demás». La guerra y el crimen son consecuencia inevitable de la naturaleza humana; los fallos pueden estar en los incentivos que generan ley y orden, porque el uso de la fuerza –legítima o criminal, individual o a través de la guerra– puede ser racional desde el punto de vista de los que esperan obtener beneficios, individuales o colectivos, con ella.

Finalmente, en cuanto a la «justicia social», la oposición entre ambas visiones es absoluta. Sowell señala que Godwin, en su "Enquiry Concerning Political Justice", de 1793, ya definió lo que la visión utópica entiende, hoy, por «justicia social»: el deber de cada ser humano de atender a las necesidades de los demás y lograr, en lo posible, su bienestar, un deber moral individual que se traduce en la esfera pública y política en el deber de los gobernantes de actuar sobre los derechos de propiedad, que Godwin consideraba fundamentales, pero subordinados al logro de lo que él llamaba «justicia política». Pero, igual que ocurría al comparar la posición de ambas visiones respecto a la igualdad, tampoco se trata aquí de que unos tengan sentimientos morales o humanitarios más desarrollados que otros, que unos sientan más compasión por las desgracias ajenas que otros: «Lo que distingue a la visión utópica no es que prescriba que nos preocupemos humanamente por los pobres, sino que considera que la transferencia de beneficios materiales a los menos afortunados no es simplemente una cuestión de humanidad, sino una cuestión de justicia».

Para Hayek, el concepto de justicia social «no pertenece a la categoría del error, sino que carece de sentido» porque –afirma– los procesos sociales sistémicos no son ni justos ni injustos. Hayek cree que el objetivo de la justicia social –lograr mediante la acción política una distribución del ingreso preconcebida y tendente a la igualdad– exige la puesta en marcha de procesos «que pueden destruir la civilización», porque «[el concepto de justicia social] socava y, en última instancia, destruye el imperio de la ley».

"A Conflict of Visions" de Sowell -concluye Linde- no pretende ser una historia de las ideas políticas aunque, indirectamente y de manera diferente a la tradicional, también lo sea, ni un relato sobre la vida y las ideas de los escritores y filósofos que han ido poniendo los jalones de esa historia desde el siglo XVIII, ni una descripción de los sistemas políticos y sus engranajes parlamentarios, electorales o partidistas. Tampoco es un intento de síntesis, ni trata de conciliar o «superar» ideologías diferentes u opuestas; evita, incluso, criticar o dar argumentos a favor o en contra de ninguna de las dos visiones. Aunque sabemos que sus simpatías están más cerca de la visión tradicional que de la utópica, Sowell hace un esfuerzo bastante deportivo para tratar de explicar cómo puede entenderse y justificarse la adhesión a cada una de ellas y los límites que las dos visiones reconocen a su propia eficacia o validez.

Lo que se discute es, en definitiva, cuáles son los límites y las posibilidades de la acción política en el marco de los límites y posibilidades de la acción humana individual y colectiva, porque, si las visiones diferentes son la raíz de posiciones políticas opuestas, las diferencias sobre cuáles son esas posibilidades son, a su vez, la raíz de las diferentes visiones políticas.

He intentado con la mejor voluntad, y muy probablemente sin acierto, reseñar los fragmentos más interesantes del artículo del profesor Linde, reproduciéndolos casi literalmente, pero nada puede sustituir a la lectura del texto completo del mismo. 

No tengo una concepción elitista de la política, pero sí creo en la democracia representativa. La política la tienen que hacer los políticos, al igual que la medicina la practican los médicos y las carreteras las construyen los ingenieros (y los obreros), sin perjuicio del control de sus actividades (las de los políticos) por el pueblo. Para los que sentimos pasión por la "teoría política", como digo en la presentación de mi blog, -casi en el mismo plano que por la familia, la conversación amigable, el paseo, el café y el güisqui "Jack Daniels"-, la lectura de artículos tan interesantes como el publicado por el profesor Linde en Revista de Libros nos compensa sobradamente de las insustanciales y aberrantes barbaridades que a diario sueltan la mayoría de nuestros políticos por sus bocas, afianzándonos en la esperanza de una sociedad mejor, con una clase política más formada y con una ciudadanía más consciente de su poder. 

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt



Entrada núm. 2009
elblogdeharendt@gmail.com
http://harendt.blogspot.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

lunes, 9 de diciembre de 2013

65.º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos


Vilipendiada por muchos, ignorada por más, y violada por los poderosos, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada tal día como mañana de hace sesenta y cinco años por la Asamblea General de las Naciones Unidas, sigue siendo el referente ético y moral de la Humanidad por encima de fracasos, desaciertos e incomprensiones. 

Son sus antecedentes directos la Declaración de Derechos de Virginia, de 1776, y la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano, de 1789, en plena revolución francesa. 

Naciones Unidas celebró su 60 aniversario, en 2008, con una página electrónica cuya visita y recorrido recomiendo encarecidamente por su gran interés. 

Les invito igualmente a visitar la página electrónica de Amnistía Internacional (España): la mayor organización no gubernamental del mundo centrada en la defensa de los Derechos Humanos y a colaborar en esa defensa en la medida de sus posibilidades, no necesariamente económicas. Y en este enlace pueden ver si lo desean el vídeo que dicha organización realizó con motivo del 60.º aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt





Entrada núm. 2008
elblogdeharendt@gmail.com
http://harendt.blogspot.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

domingo, 8 de diciembre de 2013

¿Y la reforma de la justicia para cuándo?


A pesar de la quema que el gobierno del PP está haciendo en todas las instituciones del Estado: desmantelándolas, desvirtuándolas, incapacitándolas para ejercer correctamente su función al servicio de la sociedad (la última, la limpieza étnico-ideológica de la Agencia Estatal de Administración Tributaria), el cáncer que corroe de arriba a abajo la democracia española no es la institución monárquica, que la preside, y que cumple con absoluta normalidad, eficacia y discreción el papel que la Constitución le otorga; tampoco lo es su régimen autonómico, manifiestamente mejorable, pero que ha devuelto a los territorios y pueblos de España un protagonismo que nunca debieron perder; ni sus fuerzas armadas, que se han ganado con sus misiones de paz (y de guerra) bajo el amparo de las Naciones Unidas y demás organizaciones internacionales el respeto y la admiración de su pueblo; ni los partidos políticos, sindicatos y organizaciones empresariales, sin cuya existencia la situación estaría aún peor de lo que está; ni sus administraciones públicas, quizá sobredimensionadas, pero con un satisfactorio grado de eficiencia...

El cáncer terminal de la democracia española es la corrupción generalizada, amparada desde el poder, si no alentada por él, que no encuentra freno y contrapartida eficaz en un sistema judicial anquilosado, burocratizado, decimonónico, ineficaz, y por si le faltara algo, y como se acaba de ver con la elección a dos de su órgano jerárquico, partidista y corporativo, aunque esto último sea un mal endémico característico de los altos cuerpos funcionariales españoles, y los jueces lo son, con preeminencia. 

Desde luego no son ellos, los jueces, los únicos responsables de la situación, aunque casos como el del juez de Murcia que ponía a Dios (su Dios) por encima de las leyes que estaba obligado a cumplir y hacer cumplir; el del irresponsable juez de Sevilla cuyo desastre organizativo costó la vida de una niña; o las defectuosas sentencias que han motivado el varapalo del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre la "doctrina Parot", nos hagan dudar de la clase de elementos a los que el pueblo español confía la misión de ejercer el poder judicial del Estado.

¿Sería mucho pedir que gobierno y oposición se pusieran de una vez por todas de acuerdo en abordar la reforma en profundidad de la justicia española y no solo para repartirse su órgano de gobierno?

Lo que sigue son opiniones personales del que suscribe y, lógicamente, criticables, pero entiendo que en esa hipotética reforma hay algunas cuestiones que deberían de estar ya, a estas alturas, meridianamente claras para todos:

1.- La misión de los jueces no puede seguir siendo la de instruir procedimientos. Los jueces están para juzgar y hacer ejecutar lo juzgado, para hacer que se cumpla la ley, y para proteger los derechos de las partes, incluyendo los de los acusados. Y los fiscales, a investigar, instruir y a poner ante los jueces, en nombre del pueblo, a los que infrinjan la ley.

2.- Todos los procesos de ámbito penal, y aquellos civiles en que por la relevancia o el cargo de los implicados o por la cuantía económica en litigio así lo determine la ley, deberían ser resueltos por el procedimiento del jurado, con la única obligación por parte de éste, de decidir, por su propio concurso, sobre la culpabilidad o inocencia del acusado.

3.- Todos los tribunales colegiados, en especial las Audiencias Provinciales, y los Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas y el Tribunal Supremo deberían reconvertirse en tribunales unipersonales.

4.- Los Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas deberían ser los órganos de casación y apelación en última instancia en cuanto se refiera al Derecho emanado de la propia Comunidad Autónoma. En cada uno de esos Tribunales existiría una sala, colegiada, encargada de dilucidar los recursos de revisión, contra sentencias de los órganos unipersonales del propio Tribunal Superior de Justicia, y de la unificación de doctrina sobre sentencias emanadas del Derecho propio de la Comunidad.

5.- Al Tribunal Supremo de Justicia le correspondería la misma función que a los TSJ de las Comunidades Autónomas, pero únicamente en lo que respecta al Derecho emanado de los órganos del Estado.

6.- La ley debería determinar taxativamente en que casos y bajo cuales circunstancias las sentencias de los órganos jurisdiccionales son recurribles ante los órganos jurisdiccionales superiores. 

¡Qué!, ¿nos ponemos a ello?... Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt



Entrada núm. 2007
elblogdeharendt@gmail.com
http://harendt.blogspot.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

sábado, 7 de diciembre de 2013

Sobre el fastidio de España y la genética de los españoles


En la entrada de hoy, como es uso y costumbre de un servidor, voy a mezclar churras con merinas trayendo a colación lecturas antiguas y recientes, serias y menos serias, personales y universales, para tratar un tema tan antiguo como es de la propia existencia de España y de los españoles: el de su esencia íntima, su fastidio generalizado a admitirse como son, a no aceptarse como tales, y sobre todo la ignorancia supina que mantienen sobre su propio origen genético. 

En resumen, sobre el inacabable debate en torno al "Ser de España". Y lo hago no para rebatir argumentos en contrario de los que dicen que España es un asco, o que no es una nación, o que los españoles somos un pueblo de borregos, o que "este" país nuestro no tiene solución, etc., etc., etc. No voy a molestarme en rebatir esas opiniones porque no son mas que eso, opiniones. Tampoco pretendo demostrar nada, ni a favor ni en contrario de esas tesis; si acaso, al que sea capaz de terminar de leer esta entrada, que le quede al menos la quisicosa de tener que admitir la posibilidad de que no seamos tan distintos como suponemos, ni tan desastre como país y pueblo respecto de cualquier otro pueblo o país de Europa o del mundo de los que han pasado por él (por el mundo) a lo largo de la historia. Si me permiten el atrevimiento, les animo a la lectura de dos ensayos al respecto: "El secreto de España" y "La novela de España. Los intelectuales y el problema español", de los historiadores Juan Marichal y Javier Varela, respectivamente, y ambas publicadas por Taurus (Madrid, 2008).

Para los lectores "no españoles" del blog les aclaro la expresión anterior de churras y merinas, que forma parte del refranero nacional, y que alude a la inconveniencia de mezclar cuestiones distintas en un mismo debate, al igual que no debían mezclarse churras y merinas en un mismo rebaño; ambas son dos tipos o razas de ovejas españolas históricamente dedicadas a la producción de carne y leche, las primeras; y de lana, excelente lana, origen de la expansión del comercio castellano durante siglos, las segundas.

Comencemos por la genética. El país que hoy conocemos como España, situado en la península ibérica, en el extremo sudoeste de Europa, ha sido colonizado y habitado por pueblos diversos a lo largo de los siglos, pueblos que han dado a su nueva patria nombres también diversos. Tras sus primeros pobladores conocidos, los iberos y los celtas, fenicios y cartaginenses la conocieron como Ispani; los griegos la dieron el nombre de Iberia; romanos y visigodos el de Hispania; los judíos, que llegaron a ella en el siglo III a.C., le dieron el nombre de Sefarad; y por último, los musulmanes, el de al-Andalus. A partir del siglo XIII d.C. los reinos cristianos del norte de la península, en contraposición a los musulmanes del sur, considerándose herederos directos del reino visigodo, le dan ya el nombre de España al conjunto de los reinos que la ocupan.

Todos ellos se fueron asentando e integrando en el territorio peninsular y mezclándose con la poblaciones anteriores. Así ocurrió entre romanos e iberos, y entre visigodos e hispanorromanos. La invasión musulmana propicia una conversión masiva de la población aborigen al islam, quedando como únicos reductos cristianos la cornisa cantábrica y los pirineos.

Aunque los historiadores no se han puesto de acuerdo en el número de los judíos españoles, se supone que a finales del siglo XV podían ser unos 400.000. Es el momento en que los reyes católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, decretan la conversión forzosa de los judíos al catolicismo, y la expulsión inmediata para los que no lo hagan, con confiscación de todos sus bienes y propiedades. Aproximadamente la mitad del total de los judíos españoles optan por el exilio.

Cien años más tarde, Felipe III ordena la expulsión tajante y definitiva de los moriscos de todo los territorios de la Corona. Los moriscos eran los cristianos de origen musulman que se habían convertido al catolicismo durante el período de la reconquista. Aproximadamente otros 300.000 españoles son obligados a exiliarse sin opción contraria alguna.

Cientos de miles de españoles desarraigados, desterrados, exiliados por la voluntad de otros españoles... La historia se ha repetido después en numerosas ocasiones; la última hace apenas 70 años. Pero eso es ya historia reciente; la pregunta de ahora es: ¿Cuántos judíos conversos y moriscos quedaron en la península y cuantos son sus descendientes? Hasta ahora no hubo forma de dar una respuesta concreta, pero el estudio genético de los españoles realizado por la American Journal of Human Genetics, que presentó sus datos en Madrid a finales de 2008, vino a confirmar que unos ocho millones de nuestros compatriotas son descendientes directos de judíos conversos (aproximadamente el 20 por ciento de la población total de España), y unos cuatro millones y medio lo son de moriscos (el 10 por ciento del total). 

Todo lo anterior lo contaba el historiador Javier Sampedro en un artículo de El País de esas fecha titulado "Sefardíes y moriscos siquen aquí". No deja de ser curioso en un país en el que el antisemitismo campa a sus anchas, que uno de cada cinco de sus pobladores sea descendiente directo de esos judíos a los que detesta; y uno de cada diez, descendiente de esos "moros" que le atemorizan, pero necesita...

Una anécdota personal: En el otoño de 1956 yo acababa de comenzar los estudios de primero de bachillerato en el colegio "Infanta María Teresa" de Madrid. Era el primer día de clase de la asignatura de Historia de la Música, que impartía un joven profesor muy atildado, al que siempre conocí vestido de riguroso traje negro, con corbata de colores chillones y camisa blanca. Podría tener unos cuarenta y pocos años, y lamento no recordar su nombre. Lo que no voy a olvidar nunca fue ese primer día de clase, pues nada más comenzar la misma se dirigió a mi, me preguntó mi nombre y apellidos, y me soltó: "Usted es de origen judío, ¿verdad, señor Campos?". Me quedé sorprendido pues era la primera vez que alguien me mencionaba tal cosa; le respondí con sinceridad que no tenía la menor idea, pero que pensaba que no, puesto que yo, mis padres, mis hermanos y toda mi familia eran católicos. Él me contestó que los rasgos de mi cara y mi apellido paterno decían que sí, y que se lo preguntara a mis padres. Nunca lo hice, pero mucho más tarde, por otras vías, vine a confirmar que formo parte orgullosa de ese veinte por ciento de españoles de origen judeo-converso; y que, al menos para mí, Américo Castro y no Sánchez Albornoz tenía razón en cuanto a la famosa polémica sobre el "Ser de España". Castrista como soy, les recomiendo leer su monumental "España en su historia. Cristianos, moros y judíos" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1989).

En cuanto a, en palabras de Pedro Laín Entralgo, "la dramática inhabilidad de los españoles desde hace siglo y medio, para hacer de su patria un país mínimamente satisfecho de sus instituciones políticas y sociales", escribía el también historiador Rafael Núñez Florencio en el número de octubre de 2005 de Revista de Libros, un enjundioso artículo titulado "Sobre el fastidio de España y la incomodidad de ser español", cuya lectura les recomiendo encarecidamente. El artículo constituía una acerada crítica de sendos libros publicados en aquel año por José Luis Abellán: "El problema de España y la cuestión militar" (Dykinson, Madrid); Manuel Azaña y José Ortega y Gasset: "Dos visiones de España. Discursos en las Cortes Constituyentes sobre el Estatuto de Cataluña. 1932" (Círculo de Lectores, Barcelona); Suso de Toro: "Otra idea de España" (Península, Barcelona); y de Vicente Palacio Atard: "De Hispania a España. El nombre y el concepto a través de los siglos" (Temas de hoy, Madrid). 

Termino, o casi, con otras palabras del hispanista Gerald Brenan en su "El laberinto español. Antecedentes sociales y políticos de la guerra civil española" (Ruedo Ibérico, París, 1962), escritas en 1943, y citadas por José Luis Abellán en su "Historia crítica del pensamiento español. Tomo 6. La crisis contemporánea I. 1875-1897" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1993), de cuya lectura estoy disfrutando ahora mismo, palabras en las que Brenan se preguntaba por la falta de arraigo que el liberalismo económico y el capitalismo habían tenido históricamente en España. 

Su reflexión no podía ser más elocuente. Decía Brenan: "Nadie puede suponer que una raza tan activa e inteligente como los españoles no pudiera, si lo desease, aplicarse a hacer fortuna; la explicación de este fenómeno no pueda ser otra que, como observó un embajador veneciano hace dos siglos, nunca se lo propusieron ni desearon. Verdaderamente, esto es obvio para cualquiera que haya vivido en España. Cada clase tiene su especial modo de mostrar la repugnancia que siente por la civilización capitalista moderna. Los alzamientos de los carlistas y anarquistas son una forma de ello. La ociosidad del rico, la ausencia de empresas y de hombres de negocios, la pereza de los banqueros son tantas otras formas de esa repugnancia. Así, hallamos también el fenómeno de la empleomanía, con la superabundancia de funcionarios del gobierno y de oficiales del Ejército. Aparte de cualquier causa histórica que se pueda asignar a este espíritu refractario, queda el hecho de que los españoles viven para el place o los ideales, pero nunca para el éxito personal ni para hacer fortuna". 

No estoy seguro de que Brenan siguiera pensando hoy lo mismo sobre los españoles que aquello que decía sobre nosotros en 1943, pero como retrato de la idiosincrasia profunda de lo que somos, no andaba muy desviado.

Creo que por hoy es bastante. Quizá en otra ocasión volvamos a tratar sobre España y los españoles. Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt




Entrada núm. 2006
elblogdeharendt@gmail.com
http://harendt.blogspot.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

jueves, 5 de diciembre de 2013

En el 35.º aniversario de la Constitución Española


Reconozco que a mi los aniversarios me ponen sentimental. El hecho de que mañana se cumplan treinta y cinco años de la aprobación de la Constitución de 1978 en referéndum ha motivado que el diario El País esté dedicando estos días un "especial" a dicha conmemoración con entrevistas y reportajes sobre la efémeride que ponen al día el estado de la cuestión y de la propia Constitución.

He aprovechado la ocasión para releer los "Diarios de Sesiones" del Congreso de los Diputados y del Senado que recogen los debates habidos durante su tramitación. También he releído algunos de los artículos de "El Federalista" (Fondo de Cultura Económica, México, 1994), la magnífica defensa que del proyecto de la Constitución estadounidense hicieran en 1788 Hamilton, Madison y Jay. Y por último, ante el descrédito en que algunos quieren colocar al Tribunal Constitucional, he vuelto a releer la interesantísima polémica que en el año 1931 sostuvieron dos ilustres juristas: uno alemán, Carl Schmitt (1888-1985), autor de "La defensa de la Constitución" (Tecnos, Madrid, 1983); el otro austriaco, Hans Kelsen (1881-1973), autor de "¿Quién debe ser el defensor de la Constución?" (Tecnos, Madrid, 1995), sobre cuál es el órgano político al que debería corresponder la defensa, salvaguardia y protección de la Constitución.

Que la Constitución española de 1978 necesita un "repaso" está claro. Hasta el propio Consejo de Estado lo vio así cuando en Febrero de 2006 emitió el famoso "Dictamen sobre Modificaciones de la Constitución Española" (aquí) que le había solicitado el Gobierno, centrado en cuatro puntos: 1) la supresión de la preferencia del varón sobre la mujer en la sucesión al Trono; 2) la recepción en la Constitución del proceso de construcción de la Unión Europea; 3) la inclusión de la denominación de las Comunidades Autónomas en la Constitución; y 4) la reforma del Senado.

Es evidente que ese tímido intento de reforma se ha quedado ya bastante corto. Ineludible es la reforma del Senado, para convertirlo en lo que la Constitución dice que es: la Cámara de representación territorial, y en la que deberían estar representados los gobiernos de las distintas comunidades y ciudades autónomas, con voto ponderado para cada una de ellas en función de su población, y con un renovado procedimiento de adopción de acuerdos que implique tanto una mayoría cualificada de la población representada como del número de éstas. Pero también una reforma en profundidad del titulo VIII de la Constitución, en clave federal, que determine claramente cuales son las competencias indelegables de carácter estatal, y dejé todas las demás a lo que decidan los respectivos Estatutos de Autonomía, así como los mecanismos de financiación, colaboración y cooperación de las Comunidades autónomas con el Estado. Y por último, como no, del propio Tribunal Constitucional, delimitando sus competencias a la estricta defensa de la Constitución frente a cualquier ley o acto de gobierno contraria a la misma, y con un renovado proceso de conformación que bien podría ser por designación real (a propuesta del Gobierno, lógicamente), con la aprobación cualificada del Senado, entre juristas de reconocido prestigio, y cuya designación sería vitalicia, o hasta su renuncia voluntaria o impedimento físico apreciado por el propio Tribunal y aceptado por el Senado.

Como historiador, apegado a los documentos escritos por deformación profesional, les invito a conmemorar el aniversario compartiendo con ustedes varios documentos sobre la Constitución española: 

1.- Diario del Sesiones del Pleno del Congreso de los Diputados, de 31 de octubre de 1978, que aprobó el proyecto de Constitución (1).

2.- Diario de Sesiones del Senado, de 31 de octubre de 1978, que aprobó el proyecto de Constitución (2).

3.- Diario de Sesiones de las Cortes, sesión conjunta del Congreso de los Diputados y del Senado, de 27 de diciembre de 1978, en la que el Rey sanciona solemnemente el proyecto de Constitución (3).

4.- Boletín Oficial del Estado, de 29 de diciembre de 1978, en el que se publica la Constitución española (4).

5.- Texto comentado, artículo por artículo, de la Constitución española de 1978 (5).

6.- Textos de las Constituciones históricas que han estado vigentes en España desde la 1812 a la de 1931 (6).

Y en este video pueden ver y escuchar interpretada por el grupo musical Jarcha, la canción icono de aquellos no tan lejanos finales de los 70: "Libertad sin ira". Un lema que no nos vendría mal recuperar, sobre todo lo de "sin ira"...

Esta entrada es una reedición, actualizada, de algunas de las publicadas anteriormente en el blog con motivo de esta misma efeméride.

Feliz Día de la Constitución, y ustedes intente serlo también, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt



Entrada núm. 2004
elblogdeharendt@gmail.com
http://harendt.blogspot.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

domingo, 1 de diciembre de 2013

El totalitarismo y sus críticos: Berlin, Deutscher y Arendt


"No declares sin motivo contra tu prójimo, ni engañes con tus labios", puede leerse en "Proverbios" 24, 28. No tenía pensado escribir nada hoy, pero un interesante artículo de Mario Vargas Llosa en El País: "Isaac e Isaías", me anima a comentarlo en el blog. Quizá el título de mi entrada se preste a confusión pues el artículo de Vargas Llosa y las conclusiones a las que se acerca no tienen tanto que ver con el totalitarismo y sus críticos más conspicuos sino con el hecho de que grandes pensadores, las más grandes personalidades, hombres y mujeres, también pueden llegar a ser grandes mezquinos, algunas veces de forma inexplicable. Y cita a título de ejemplo a Picasso y Víctor Hugo, ejemplos a los que yo añadiría también a Voltaire, Rousseau o Rodin. Y solo es casualidad y ganas de no rebuscar mucho que de los cinco citados cuatro sean franceses y uno español.

Pero volviendo a Vargas Llosa, su artículo comenta un recientísimo libro de David Caute: "Isaac & Isaiah: The Cover Punishment of a Cold War Heretic", en el que -dice- se contrastan las vidas ideas y destinos de Isaac Deutscher e Isaiah Berlin, dos de los más grandes pensadores e intelectuales del siglo XX, ambos críticos radicales de los totalitarismos de su época desde posiciones ideológicas no solo distintas sino casi irreconciliables, centrándose en el intento, vano, de encontrar una explicación razonable al inmisericorde e inexplicable rencor que Isaiah Berlin sintió y volcó en cuanto ocasión propicia se le presentó contra Isaac Deutscher. Pero también, y Vargas Llosa lo menciona asimismo, contra Hannah Arendt, la otra gran crítica del totalitarismo.

¿Casualidad que los tres fueran judíos no-religiosos? Casualidad que los tres fueran contemporáneos? ¿Casualidad que los tres fueran forzados al exilio de sus respectivas patrias de origen: Letonia, Polonia y Alemania? ¿Casualidad que los tres fueran grandes luchadores y defensores de la libertad como concepto y del hombre como sujeto? ¿Casualidad que los tres lo hicieran desde posiciones ideológicas distintas: Deustcher desde el marxismo, Berlin desde el liberalismo, y Arendt desde una radical independencia de juicio? ¿Casualidad que los tres fueran estudiosos y críticos decididos de todo tipo de totalitarismo? 

Las pequeñas anécdotas que relacionan sus vidas no aciertan a dar una explicación racional de ese rencor inexplicable que Berlin sintió y expresó hacia Deutscher y Arendt. Quizá porque no la hay, y en el fondo, solo se trata de ese poso de mezquindad que es consustancial a todo ser humano, incluso al más brillante.

Las simpatías de Vargas Llosa están, lógicamente, por Berlin, supongo que por afinidad ideológica, y así lo expresa explícitamente en su artículo, pero dejando constancia de la enorme valía intelectual y valentía personal tanto de Isaac Deutscher como de Hannah Arendt.  

Puedo entender la postura de nuestro premio Nobel. Mi admiración por Hannah Arendt, de la que este blog es manifestación patente y permanente, no desmerece ni un ápice la que siento por Isaiah Berlin. No puedo decir lo mismo sobre Isaac Deutscher por la sencilla razón de que no he leído nada de él, aunque este artículo que comento me ha suscitado una gran curiosidad sobre su persona y su obra que espero remediar en cuanto pueda. Y desde luego, leeré con interés el libro de Caute en cuanto se publique en español.

Sobre Isaiah Berlin me permito recomendarles la biografía que de él escribiera el historiador canadiense Michael Ignatieff: "Isaiah Berlin. Su vida" (Taurus, Madrid, 1999), y sobre Hannah Arendt, las sendas, escritas respectivamente y con el mismo título: "Hannah Arendt", por la historiadora francesa Laure Adler (Destino, Barcelona, 2006) y la estadounidense Elizabeth Young-Bruehl (Alfonso el Magnánimo, Valencia, 1993). Les aseguro que no quedarán defraudados. 

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt





Entrada núm. 2003
elblogdeharentd@gmail.com
http://harendt.blogspot.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)