jueves, 6 de abril de 2023

Del trato a los animales

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del filósofo Fernando Savater, va del trato a los animales. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









Especies
FERNANDO SAVATER
01 ABR 2023 - El País
harendt.blogspot.com 

El filósofo australiano Peter Singer ha recibido el premio Fronteras del Conocimiento BBVA por sus contribuciones al progreso de la moral, o sea, haber expandido el círculo de la ética a los animales no humanos porque también pueden experimentar placer y dolor, sobre todo dolor. Su obra más célebre, publicada hace medio siglo, se titula Liberación animal. ¿De qué hay que liberar a los animales? ¿De la evolución de las especies? ¿De las leyes de Mendel? No, deben ser liberados del yugo humano: se trata de abrirles la jaula. Fuera de la jaula y lejos del pastor podrán dedicarse a su libertad, es decir, a ser lo que la naturaleza ha dispuesto para ellos: al principio algunos quizá estén un poco desconcertados, el chihuahua, por ejemplo, pero se irán acostumbrando. Los humanos, que tantas nuevas familias zoológicas han criado y con tantas han convivido, siempre fueron sus enemigos. El nuevo imperativo moral es: “obra de tal modo que todo ser capaz de sentir sienta lo que más pueda agradarle, sin interferencia tuya negativa”. Este es el utilitarismo, extravagancia moral convertida ya en common sense por los herederos de Bentham.
Como señala Gregorio Luri: “La colonización emotivista del mundo de la vida pretende (...) que la dignidad ya no está ni en lo que se es ni en lo que se hace, sino en lo que se padece”. Singer condena el especismo ético, es decir, preferir moralmente nuestra especie a las de los otros seres vivos. Pero es que en eso consiste precisamente la ética, en el reconocimiento humano de lo humanamente libre y responsable en el confuso tapiz de los efectos y las causas. Fue tarea de Kant racionalizar el especismo estableciendo que para el ser humano la humanidad siempre será un fin y nunca un medio. Hay que ser humanitario con los animales, pero humano entre los humanos. A Singer se le premia, la moda manda, pero no le vayamos a hacer caso...






























[ARCHIVO DEL BLOG] Fotografía: ¿arte o artesanía? [Publicada el 08/03/2009]












Sigo asistiendo junto con mi hija Ruth al "Curso de Iniciación al Arte Contemporáneo" que está celebrando el Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas de Gran Canaria. El otro día oí en él una frase, un tanto manida ya, aunque no deje de ser cierta: "Cuando nació la fotografía, la pintura ya no tuvo necesidad de reflejar la realidad".
Sobre este asunto, pintura versus fotografía, leo hoy un interesante artículo del editor y fotógrafo, Mario Muchnik, que con el título "Dos o tres cosas que sé de fotografía" publica en el último número de Revista de Libros. Como está en "abierto" pueden acceder a él y leerlo pinchando en el enlace de más arriba.
La fotografía digital -dice Muchnik- y, por ende, el cine y la televisión digitales, han puesto al alcance de todos la técnica para alcanzar sin mayor esfuerzo a un público de masas. Cualquiera puede tomar una "buena" foto, asegura. Basta con disponer de una buena cámara, de las que evalúan todo correcta y automáticamente en el instante preciso de disparar, pero está por ver que una buena cámara baste para tomar no ya una buena foto, sino una foto memorable.
La primera cuestión que Muchnik pretende dilucidar en su artículo es la de si la fotografía es arte o artesanía. Y para ello se hace tres preguntas que, a la postre, resultan fundamentales: La primera: ¿que puede hacer un fotógrafo que no pueda hacer un pintor?; la respuesta que se da es rotunda: nada. La segunda es ¿qué puede hacer un pintor que no pueda hacer un fotógrafo?; todo, se responde. 3) Y la última: ¿qué puede hacer la fotografía en color que no pueda hacer la fotografía en blanco y negro?; y la respuesta es que todo lo que hace el color lo hace mejor el blanco y negro porque la fotografía en blanco y negro es más abstracta y fiel a su esencia que la fotografía en color; que la fotografía en blanco y negro es una artesanía que funciona por abstracción de la realidad. Si para MuchnikMuchnik la fotografía es una artesanía no inferior al arte, aunque sea otra cosa, ¿no será artesanía todo arte?, se pregunta...
La segunda parte del artículo la dedica el autor a comentar la evolución técnica del fotograma, desde el primitivo tamaño de 24x18 mm. y tracción vertical, hasta el de 36x24 mm., y tracción horizontal, siempre en búsqueda de la llamada proporción áurea de los clásicos: 1/1,6183, pero lo más interesante de todo llega cuando Muchnik desgrana ante el lector las tres grandes lecciones que como fotógrafo recibió a lo largo de su vida. La primera, en los años sesenta, de Ken Heyman, fotógrafo norteamericano, y puede resumirse en la importancia de pasar desapercibido. La segunda, de David Douglas Duncan, es que el buen fotógrafo siempre debe usar su libre albedrío para decidir entre una foto debil o una foto vigorosa. La tercera y última, de Cartier-Bresson, y es la de que el contenido humano siempre debe primar sobre los contenidos formales.
La conclusión a la que llega Muchnik, a modo de "coda" es también vigorosa: "Todos los fotógrafos pueden fotografiar gente. Son pocos los que quieren y pueden fotografiar personas". Les aseguro que merece la pena leerlo.
Pinchando en este enlace de la World Press Photo pueden ustedes ver las consideradas por esa organización las 50 mejores fotografías de la historia. Todas emocionan, pero sin duda yo me quedo, por razones muy personales, con la tomada por el fotógrafo norteamericano Douglas Martin el 4 de septiembre de 1957 (la tercera de la serie) en un Instituto de Enseñanza Secundaria de la ciudad de Charlotte, en Carolina del Norte (Estados Unidos de América). Otro día contaré porqué. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt











miércoles, 5 de abril de 2023

De las decepciones

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del historiador Antonio R.Rubio, va de las decepciones. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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La era de las decepciones: de «reformistas» a líderes autoritarios
ANTONIO R. RUBIO PLO
28 NOV 2022 - Revista de Libros
Reseña de La era de los líderes autoritarios, de Gideon Rachman
harendt.blogspot.com

Gideon Rachman, analista de relaciones internacional del Financial Times, publica un libro que no es otro más de los que han aparecido últimamente sobre el populismo. En primer lugar, aporta testimonios sobre algunos líderes populistas, de ellos mismos o de personas de su entorno, y en segundo lugar, pone el acento en que los líderes autoritarios no son solo gobernantes como Vladimir Putin y Xi Jinping. Pueden surgir también en el seno de las democracias, bien sea las de reciente creación o las consolidadas como Estados Unidos y Gran Bretaña.
La era de las decepciones y de la polarización
En una de sus obras anteriores, Un mundo de suma cero, Rachman calificaba la época inaugurada por la crisis económica y financiera de 2008 como «la edad de la ansiedad», y ahora introduce la teoría de que, desde 2012, con la llegada al poder de Xi Jinping, ha comenzado la era de los líderes autoritarios. Un rasgo de este período estaría marcado, según Rachman, por las decepciones, pues algunos de ellos fueron tomados como líderes reformistas, llamados a cambiar el futuro de sus países afectados por severas crisis políticas, sociales y económicas. Más de un analista internacional llegó a afirmar que el pueblo había elegido con acierto a gobernantes llamados a cambiar la historia. Las ilusiones se perdieron pronto, pues nunca tuvieron un fundamento sólido, y el advenimiento de estos líderes ha servido para trastocar los cimientos de la democracia liberal. Con ellos, la democracia fue perdiendo su calificativo de liberal para transformarse, de modo implícito, en una democracia plebiscitaria, de aclamación y veneración por el líder, y que ha llegado a considerar como una amenaza para «el gobierno del pueblo» el estado de derecho y el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales. No lo dice expresamente el autor, pero a mí me recuerda lo que se decía hace años del México del PRI: una dictadura democrática o una democracia dictatorial.
Lo cierto es que la democracia entendida como un marco de equilibrios y contrapesos es despreciada por los líderes autoritarios. Su actitud conspiranoica les hace considerar a las instituciones democráticas como un peligro para su poder, que ellos identifican con el del «pueblo», al que dicen amar hasta el extremo de considerarlo como un apéndice de ellos mismos. Con este planteamiento la posibilidad de alternancia, propia de la democracia liberal, queda absolutamente descartada, pues los gobernantes no ven en la oposición un adversario sino un enemigo, ya que están convencidos de que, si llegan al poder, pondrán patas arriba todas las leyes que el líder ha impulsado por el «bien» del pueblo. Las elecciones, por tanto, se convierten en un trámite tan fastidioso como necesario. No es extraño que esos líderes cultiven una política de la sospecha y fomenten la polarización, con continuas alusiones, entre otras, a las élites, instrumentos de ese monstruo de rostro indefinido llamado globalismo y que pretendería subyugar a las naciones.
Putin y Erdogan, dos nacionalismos con aspiraciones de potencia
Las decepciones están presentes en diversos capítulos del libro, en los que asistimos al momento en que el líder «reformista» se quita la careta y esgrime, sin ningún tipo de miramientos, la necesidad de perpetuarse en el poder para preservar un legado que se presenta como histórico. En el caso de Putin, una de las primeras desilusiones fue la de Bush, que tardó algo de tiempo en darse cuenta de que su relación no sería la misma que tuvieron Clinton y Yeltsin. Putin demostró ser un nacionalista irreductible, que enseguida convenció a una mayoría de sus compatriotas de que Putin y Rusia formaban un todo insuperable. Se trata de una postura rígida, inasequible a la evidencia de que el liderazgo del presidente ruso no ha estado marcado en los últimos años por los éxitos, incluyendo la guerra de Ucrania. Rachman recuerda que hace unos años Obama afirmó que Rusia era solo una potencia regional, algo que irritó al Kremlin, que ha intentado demostrar en el Oriente Medio o el África subsahariana su condición de potencia global, aunque los resultados prácticos hayan sido bastante limitados.
El autor señala que Recep Tayyip Erdogan, el presidente turco, ha edificado en Ankara un monumental palacio, superior en extensión a Versalles y al Kremlin juntos. Es un palacio digno de un sultán que ocupa el presidente de una república a punto de celebrar su centenario en 2023. Surge nuevamente la decepción en este capítulo, pues se recuerda que hace veinte años se consideraba a Erdogan como el político que pondría fin a largas décadas de una democracia tutelada por los militares. El fin de la influencia militar sería una gran oportunidad para las libertades, y no solo eso, pues el islamismo moderado del entonces primer ministro era presentado como una versión musulmana de la democracia cristiana, algo que constituiría un ejemplo para los vecinos de Turquía y le abriría las puertas de la UE. Sin embargo, la actitud de Erdogan fue la de querer emular las glorias del imperio otomano y dejar en un segundo plano la Turquía laica de Kemal Atatürk. A partir del golpe fallido de 2016 mostró a las claras su conducta autoritaria al desencadenar una violenta represión contra medios de comunicación, funcionarios sospechosos y adversarios políticos. Del fundador de la república se decía que buscaba tener «cero problemas con los vecinos», pero con Erdogan ha sucedido exactamente lo contrario, sobre todo con Siria y otros países árabes. Únicamente con la Rusia de Putin el presidente turco ha sabido mantener un delicado equilibrio, en el que el interés es mutuo, y la guerra de Ucrania es buen ejemplo de ello. Sin embargo, tal y como señala Rachman, el neootomanismo de Erdogan no le servirá para que su país se convierta en una gran potencia.
Xi Jinping y Narendra Modi, dos tipos de líderes autoritarios
La ascensión de Xi Jinping a la jefatura del estado y del partido comunista chino en 2012 fue saludada, según recuerda el autor de este libro, por un veterano corresponsal de la BBC, John Simpson, como el triunfo de un auténtico discípulo de Deng Xiaoping, el gran reformista del posmaoísmo. El periodista afirmó además que XI continuaría la política de «ascenso pacífico» de la China de Hu Jintao, a tenor de declaraciones como esta: «La teoría de que los países fuertes deban buscar la hegemonía no es aplicable a China». Según Simpson, la economía de mercado se afianzaría en el país asiático y en pocos años habría elecciones libres al parlamento. Sin embargo, Xi demostró muy pronto que el partido seguía siendo el único líder y puso el acento en la ideología. El culto a la personalidad y la prolongación del mandato de Xi vendrían después.
En el caso de Narendra Modi, primer ministro de la India, Gideon Rachman reconoce que él mismo se equivocó al considerarle en 2014 un reformador político que antes había sido un humilde vendedor de té. Con Modi llegó al poder el nacionalismo hindú, que siempre había cuestionado la India multicultural de Nehru y de la familia Gandhi. Desde entonces el hinduismo ha pretendido convertirse en el punto de referencia exclusivo del país, hasta el punto de presentar como culturas extrañas al budismo y al Islam, pues fueron traídas por dominadores extranjeros, no menos opresores que los británicos. Pese a todo, tal y como destaca Rachman, Estados Unidos y la UE han mantenido una actitud tibia hacia el autoritarismo de Modi, pues es un socio estratégico indispensable para frenar la hegemonía china.
Líderes autoritarios en democracias occidentales
Gideon Rachman insiste de continuo en que los líderes autoritarios pueden surgir incluso en países de la UE. Bien conocido es el ejemplo de Viktor Orban, primer ministro húngaro, que no ha tenido reparos en afirmar que su país es una «democracia iliberal». No deja de ser curioso que sea el mismo hombre que en 1989 defendiera la causa del liberalismo frente a un sistema comunista agonizante. Sin embargo, como bien recuerda el autor, las elecciones de 1994, que perdió su partido, le llevaron a la convicción de que había que echarse en brazos del nacionalismo húngaro, lo que inevitablemente le llevaría a cuestionar el estado de derecho, una actitud que comparte con el líder polaco, Jarolasv Kaczynski, vencedor de las elecciones legislativas de 2015, al que se le atribuye esta expresión: «El bien de la nación está por encima de la ley». Pero a diferencia de Orban, la actitud de Kaczynski no ha provocado ninguna sorpresa.
Con todo, en las democracias consolidadas pueden surgir líderes autoritarios, y el ejemplo más conocido es el de Donald Trump, del que pocos analistas creían que fuera a ganar las elecciones presidenciales de 2016. Pero Trump tampoco ha decepcionado, pues en el libro se recogen unas declaraciones suyas a Playboy en 1990, donde muestra sus simpatías por los líderes autoritarios y un cierto desdén por las reformas de Gorbachov, al tiempo que expresa su «comprensión» ante los sucesos de Tiananmen. Muchos años después, Trump tampoco ocultaría sus afinidades con Putin y Erdogan.
En uno de los capítulos Rachman coloca a Boris Johnson entre los líderes autoritarios, lo que no ha debido de gustar a parte de sus lectores británicos. Sin embargo, el autor dice hablar con conocimiento de causa, pues considera que Johnson es un maestro de la puesta en escena, que siempre ha apostado por lo imprevisible, concretamente por un euroescepticismo del que no dio excesivas muestras en los inicios de su carrera política. Finalmente, el Brexit fue su instrumento para llegar al poder. Su histrionismo contrasta con la hosquedad de otros líderes autoritarios, aunque, en cualquier caso, ha sido fiel toda su vida a lo que uno sus profesores en Eton dijo de él: «Es un buen tipo, pero no le afecta el conjunto de obligaciones que atañen a los demás».
Un elenco de líderes autoritarios en contraste con líderes de la democracia liberal
La lista de líderes autoritarios presentada por el autor se completa con el presidente filipino Rodrigo Duterte, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, el príncipe saudí Mohamed ben Salman, el presidente brasileño Jair Bolsonaro, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador y el primer ministro etíope Abiy Ahmed Alí. El autoritarismo de la mayoría de ellos tampoco ha constituido ninguna sorpresa, aunque tampoco han faltado decepciones como las del político etíope, galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 2019, y que ha llevado una guerra implacable contra la rebelión en Tigray. En contraste, Gideon Rachman presenta como los verdaderos representantes de la democracia liberal a Emanuel Macron, Angela Merkel y Joe Biden, que para él son la antítesis de los líderes populistas. Sus mayores simpatías son por Biden, que ha recuperado el papel de Estados Unidos como cabeza de las democracias occidentales, inconcebible con Trump y su eslogan de «America First».
El balance final del libro es la opinión de Rachman de que la era de los líderes autoritarios no es irreversible. Sus estudios de historia en la universidad de Cambridge le habrán enseñado que la historia es cambiante y que el éxito nunca es definitivo. De hecho, afirma: «El gobierno del hombre fuerte es una forma de gobierno inherentemente fallida e inestable». Seguramente piensa que perecerá víctima de sus propias contradicciones, tal y como escribiera George Kennan del sistema soviético, aunque también es consciente de que, mientras eso sucede, los líderes autoritarios seguirán provocando caos y sufrimiento.


















[ARCHIVO DEL BLOG] Redes sociales, prensa y democracia. [Publicada el 25/08/2013]












Creo que fue Thomas Jefferson, el que fuera tercer presidente de los Estados Unidos de América, en el mismo inicio del siglo XIX, el que dijo que preferiría ser ciudadano de un país con un gobierno arbitrario y tiránico pero con una prensa libre, que no ciudadano de otro con un buen gobierno pero sin prensa. He hecho la cita de memoria, pero más o menos por ahí andaba su criterio.
Que las empresas periodísticas ya no son lo que fueron (y no digamos las cadenas de radio o televisión) está claro y no admite mucho campo de discusión. Que el periodismo independiente está en "horas bajas", tampoco. Pero de ahí, a decir lo que dicen Mario Tascón y Yolanda Quintero, autores del libro "Ciberactivismo: las nuevas revoluciones de las multitudes conectadas" en su artículo de ayer en El País: "Revoluciones en red", que las redes sociales comienzan a desempeñar el papel que tuvo la prensa, tengo la impresión de que media un abismo que todavía no hay forma de saltar (o de unir). 
Como he comentado en entradas anteriores, pienso que los movimientos sociales no pueden (ni deben) sustituir los mecanismos propios de la democracia representativa: parlamentos, gobiernos, elecciones periódicas, partidos políticos... Otra cosa es que ni parlamentos, gobiernos, elecciones y partidos estén a la altura, ni por asomo, de lo que la ciudadanía espera y demanda de ellos. Por eso hay que corregirlos, no sustituirlos.
Con las redes sociales pasa lo mismo. Curiosamente, en el artículo de la periodista y escritora Barbara Probst Solomon que reproducía en mi entrada de ayer en el blog: "Obama, "for president!: Ya hace cinco años", escrito el 24 de agosto de 2008, decia esta: "Los periodistas (independientes), blogueros y adictos al ciberespacio han sustituido al gobierno en el papel de Gran Hermano vigilante de Orwell". Para bien y para mal.
Creo, sinceramente, que el periodismo de investigación y opinión nunca podrá (ni debería) ser sustituido por las opiniones volátiles y en su mayor parte irresponsables (en el sentido técnico del término, no como descalificación) de las redes sociales. Las redes sociales son un fundamental instrumento de comunicación libre y abierto pero no pueden pretender, ni les corresponde, asumir el papel de formadores de opinión que sí deben ejercer la universidad, las escuelas, una prensa libre y plural, y asociaciones ciudadanas libres políticas y civiles. En general, y sin "animus iniurandi", que decían los romanos, leer la mayoría de los comentarios que se publican en las redes sociales es como para echarse a temblar.
De nuevo las casualidades, también ayer, en mi entrada titulada "Isaiah Berlin, o el zorro en el gallinero", reproducía una frase del gran filósofo británico que creo no ha perdido un ápice de vigencia: "Lo que pide esta época no es más fé, un liderazgo más fuerte o más organización científica; es más bien lo contrario: menos ardor mesiánico, más escepticismo culto y más tolerancia de las idiosincracias. Los hombres no viven de luchar contra los males, viven de elegir sus propias metas, una gran mayoría de ellas raramente previsibles y en ocasiones incompatibles."
Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt











martes, 4 de abril de 2023

De la violencia policial

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la analista política Carla Mascia, va de la violencia policial. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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Violencia desmedida en Francia
CARLA MASCIA
01 ABR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Ya había caído la noche cuando, el pasado 20 de marzo, en la esquina de la rue des Minimes en París, ocurrió una escena aún más inverosímil que la de unos turistas improvisando una glamurosa sesión de fotos frente a unas bolsas de basura en llamas ―la versión realista de Emily in París, supongo―.
Apenas unos días después de que Emmanuel Macron forzara por decreto la aprobación de su impopular y controvertida reforma de las pensiones, una quincena de agentes de las Brigadas de Represión de la Acción Violenta Motorizada (BRAV-M) interpeló a siete jóvenes que habían participado esa misma tarde en las protestas. “Sabes, yo puedo dormir contigo si quieres [en la comisaría] (...) y allí veremos quien se empalma primero y se folla al otro”; “Tienes mucha suerte de estar ahí sentado, te juro que te estaba rompiendo las piernas, literalmente... Sabemos mucho de romper piernas, codos y caras”; “¿Cómo se llega desde Chad? Por mar, a través de España, ¿verdad? ¿Comías bien allí?”. Recogidas en una grabación a la que accedió Le Monde y el medio online Loopsider, estas son algunas de las palabras pronunciadas por los agentes de policía hacia el único joven de origen africano del grupo que, además de sufrir vejaciones, recibió dos bofetadas. Una actitud más propia de carcelarios libios que de representantes del orden de un Estado democrático y que ha provocado una ola de consternación en las redes sociales y en la prensa del país.
El chadiano de 23 años ha presentado una denuncia por “agresión sexual” y “amenaza de cometer un delito de violación”, entre otros cargos. Además del racismo evidente del que fue víctima, afirma que un agente le agarró por los testículos durante el cacheo policial. Otra joven, interpelada junto él esa noche, ha denunciado por su parte a los agentes por “atentado contra la libertad personal”, “violencia en reunión por parte de una persona depositaria de la autoridad pública”, y “falsificación en escritura pública”. Esta estudiante en Sciences-Po sostiene que la policía redactó informes falsos para justificar esas detenciones. Como cuenta la crónica de Le Monde, en ningún momento los agentes de la BRAV-M pudieron confirmar la participación del grupo de jóvenes en los incendios de esa noche. Pero para esta brigada de intervención conocida por su natural inclinación hacia la violencia, y que se suele comparar con la tristemente famosa brigada de los voltigeurs ―disuelta en 1986 después de la muerte de un estudiante argelino en una manifestación―, eso es un mero detalle. Como si un estudiante que expresa su descontento y un black bloc, cuya intención es sembrar el caos y debilitar a las instituciones, se merecieran el mismo trato o representaran la misma amenaza.
En las últimas semanas, la brutalidad de este grupo policial motorizado, creado en 2019 en respuesta a la crisis de los chalecos amarillos, parece haberse desatado. Y si alguien duda de ello, que simplemente busque en Twitter el hashtag #BRAV-M o escuche el podcast que dedica el diario francés a estas brigadas que también actúan como “unidades de guerra psicológica”. Un militante ecologista que se debate entre la vida y la muerte y otro que hasta este jueves estaba en coma después de la intervención policial en Sainte-Soline; un sindicalista al que han dejado tuerto; una profesora que se ha quedado sin pulgar; un periodista con traumatismo craneal y con la mano fracturada son algunos de los casos que han salido a la luz. Y eso sin hablar de las detenciones abusivas que denuncian los abogados y los numerosos vídeos que circulan, como ese en el que una mujer sale disparada tras recibir un golpe con un escudo antidisturbios.
En este contexto, no han sido pocas las voces que han condenado a Francia por el uso excesivo e injustificado de la fuerza en su gestión de las manifestaciones (la comisaría de Derechos Humanos del Consejo de Europa, Amnistía Internacional, la Defensora del Pueblo francesa, el Consejo Consultivo de Derechos Humanos —CCDH—), por citar unos cuantos, además de una petición en la plataforma del Congreso pidiendo la disolución de los BRAV-M que acumula más de 200.000 firmas), ni es la primera vez que la violencia policial ocupa el centro del debate público en Francia. Por mucho que el ministro de Interior, Gérald Darmanin, niegue su existencia y prefiera hablar de actos aislados, de ovejas negras, ya ocurrió durante la crisis de los chalecos amarillos, en la que murió una mujer en Marsella, y más de 30 personas fueron mutiladas tras sufrir tiros de LBD y de granadas lacrimógenas con pequeñas cargas explosivas, como señala Sebastian Roché, director de investigación en el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS). Además de un evidente problema de violencia debido a un enfoque esencialmente confrontacional, Francia es una anomalía en lo que respecta al control externo de su policía, aún muy sometido al poder político y es muy raro que los autores de errores policiales sean sancionados penalmente, explica el politólogo.
Aunque es indudable que el protagonismo creciente de grupos ultras en las manifestaciones ha exacerbado los actos violentos hacia unas fuerzas del orden debilitadas por la falta crónica de efectivos y de medios, lo cierto es que para que sea legítima, la violencia ejercida por un Estado de derecho tiene que ser justa y proporcional. Y esto, claramente, no es lo que está ocurriendo, le guste o no a Darmanin.





























[ARCHIVO DEL BLOG] La ratonera. [Publicada el 20/08/2009]










Afganistán vota hoy en unas elecciones presidenciales que casi con toda probabilidad no van a resolver nada ni van a servir para dar estabilidad a ese desgarrado país. Como para el Imperio británico en el siglo XIX y para el soviético en el XX, Afganistán se ha convertido hoy para la ONU y las fuerzas de la OTAN en una auténtica ratonera de la que es casi imposible escapar.
Mi amiga Ana me enviaba el lunes pasado desde Ámsterdam el artículo de la Voz de Galicia titulado "Los infiernos que vamos creando", escrito por Xosé Luis Barreiro, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago.
Su lectura me produjo un evidente desasosiego, porque la tesis del profesor Barreiro, que comparten muchas otras personas de izquierdas y de derechas y auténticamente demócratas, es que ni en Iraq, antes, ni en Afganistán, ahora, pintamos los occidentales y las fuerzas de la OTAN absolutamente nada. Y no creo que ambos casos sean equiparables.
La guerra iniciada por el presidente Bush (hijo) en 2003, fue, aparte de otras muchas cosas, una inmensa chapuza. No había ninguna razón para esa guerra, y las consecuencias se van a padecer durante muchos años. Eso es evidente. Afganistán es otra cosa. Mucho más grave. Porque si Afganistán cae en manos de los talibanes de nuevo, le seguirá casi indefectiblemente Paquistán. Y tras Paquistán está la India. Y arriba de la India, China. Y la ratonera se convertiría en avispero.
Cuando la primera Guerra del Golfo, en 1991, declarada contra el Iraq de Sadam Hussein por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas tras la invasión y ocupación por éste del emirato de Kuwait, muchas voces de personas de ideología izquierdista se levantaron contra la guerra. Pero hubo voces discordantes, entre ellas, recuerdo el escándalo que produjo en España y buena parte de Europa que entre los que apoyaron la Guerra del Golfo de 1991 decididamente estuvieran algunos conocidos y declarados confesos izquierdistas como Yves Montand o Jorge Semprún.
En su libro "Guerras justas e injustas. Un razonamiento moral con ejemplos históricos" (Paidós Ibérica, Barcelonaa, 2001), el profesor de Filosofía Política de la Universidad de Princeton, Michael Walzer, decía que en nuestros días, el lenguaje de la teoría de la guerra justa se utiliza prácticamente en todas partes, y que lo mismo está en boca de los gobernantes legítimos que en la de los ilegítimos, siendo difícil de imaginar una intervención militar que no reciba el apoyo de sus promotores. Pero a pesar de ello, añadía, únicamente en los Estados democráticos pueden los ciudadanos unirse a la polémica con libertad y sentido crítico.
Desde esa libertad y sentido crítico, lamento no compartir el criterio de mi admirado profesor Xosé Luis Barreiro, y defender que sigamos en Afganistán, aunque sus dirigentes actuales, con toda seguridad, no se lo merezcan. Y es que como dijo también el novelista británico, militante socialista y ferviente demócrata, George Orwell (1903-1950), que sabía bastante de guerras y persecuciones políticas, es una verdad elemental y simple que la democracia es siempre mejor que el totalitarismo, aunque muchas veces no nos lo creamos ni nosotros mismos, añado yo. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt