domingo, 28 de julio de 2019

[PARLAMENTO] Diario de Sesiones. Julio, 2019 (III)





Las Cortes Generales representan al pueblo español y están conformadas por el Congreso de los Diputados y el Senado. Ambas Cámaras ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuye la Constitución. 

En los Diarios de Sesiones de las Cámaras se reflejan literalmente los debates habidos en los plenos y las comisiones respectivas y las resoluciones adoptadas en cada una de ellas. Los demás documentos parlamentarios: proyectos de ley, proposiciones de ley, interpelaciones, mociones, preguntas, y el resto de la actividad parlamentaria, se recogen en los Boletines Oficiales del Congreso de los Diputados y del Senado. 

Desde este enlace pueden acceder a toda la información parlamentaria de la presente legislatura, actualizada diariamente. Les recomiendo encarecidamente que la exploren con atención si tienen interés en ello. Y desde estos otros a las páginas oficiales de las principales instituciones políticas nacionales, europeas y locales:

INSTITUCIONES EUROPEAS


INSTITUCIONES LOCALES

Desde los enlaces de más abajo pueden acceder a los Diarios de Sesiones de las Cortes Generales (Congreso y Senado en sesión conjunta), de los plenos de ambas cámaras, a los de sus comisiones, y a los de las mixtas de las Cortes Generales, habidas en la semana precedente: 

DIARIO DE SESIONES
I. CORTES GENERALES
Sin sesiones

II. CONGRESO DE LOS DIPUTADOS
LUNES, 22/07/2019

JUEVES, 25/7/2019
7. Sesión plenaria. Tercera jornada de investidura
8. Vídeo de la sesión

III. SENADO
MIÉRCOLES, 24 DE JULIO
9. Diputación permanente. Constitución y elección de su Mesa
10. Vídeo de la sesión

Y desde estos otros enlaces pueden acceder a las agendas previstas para la semana próxima tanto en el Congreso como en el Senadoa los programas de RTVE Audiencia abierta Parlamento sobre las actividades de la Casa Real y la vida parlamentaria, y al blog de las Cortes Generales dedicado a la Conmemoración del 40º aniversario de la Constitución.





La reproducción de artículos firmados por otras personas en el blog no implica que se comparta su contenido, pero sí, y en todo caso, su interés y relevancia. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[SONRÍA, POR FAVOR] Al menos hoy domingo, 28 de julio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. También, como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Un servidor de ustedes tiene escaso sentido del humor, aunque aprecio la sonrisa ajena e intento esbozar la propia. Identificado con la primera de las acepciones citadas, en la medida de lo posible iré subiendo periódicamente al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras..., aunque pueden sonreír igual. 

















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sábado, 27 de julio de 2019

[A VUELAPLUMA] Hambrienta





Que te paguen por tu trabajo no te obliga a decir amén, comenta la escritora Marta Sanz. "No muerdas la mano que te da de comer". Me pregunto quién formularía esta conseja que ejemplifica el punto en que confluyen sabiduría popular y pensamiento dominante, comienza diciendo. Pese a que “popular” y “dominante” en nuestro contexto deberían ser términos antagónicos, la sabiduría popular no representa un contrapunto al pensamiento dominante, sino que suele naturalizarlo. Porque el “no muerdas la mano que te da de comer” no ha nacido del caletre de un jornalero o una recolectora de fresas, sino de quien subcontrata su fuerza de trabajo y su cuerpo todo: de la patronal —también de sus bardos y bardas—, a la que no le convienen revueltas ni peticiones de aumentos de sueldo ni que le muerdan la mano. No. Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, no generes mecanismos de protesta para seguir siendo la mujer barbuda o el inquilino de la comunidad de rasurados que tiene un aire a Bakunin. Asume que no hay remedio. ¿Sabiduría popular? Sabiduría de caciques. Sumisión, gobernabilidad espuria, miedo. Me produce desazón la gente refranera. “No muerdas la mano que te da de comer”. ¿Y si te da de comer mal? Traslademos la recomendación a esta época pseudolíquida —la licuadora de clases sociales se ha atascado con fibras de pulpa y vulva—; esta época de órganos directivos invisibles, que mandan mucho, de megabytes y voces pregrabadas, que atienden (¿?) reclamaciones telefónicas; época en la que intempestivamente perduran y sobreviven recolectoras, jornaleros.

Aquí y ahora hay que intentar pegarle siempre un mordisco a la mano que te alimenta: la del periódico que te contrata y da voz para que desdigas algún apunte de su línea editorial o te solidifiques en ella; la de la fundación que te paga para intervenir en un congreso; la del banco, que también a través de su fundación patrocina charlas incendiarias. Morder esas manos no es ingratitud: que te paguen por tu trabajo no te obliga a decir amén. Lo otro sería esclavismo ideológico, abyección, mafia. Como te pago y tú aceptas mi dinero, chitón. Oigo al doblador de Marlon Brando en El padrino, que conoce bien los riesgos que corremos mis empleadores, mi independencia y yo misma. Los empleadores son libres —de libre mercado— y tienen motivos en los que hoy no voy a insistir para realizar sus contrataciones. Lo no habitual es poder decidir para quién se trabaja, y puede que nuestra honestidad —hablar de independencia me parece un exceso— pase por ser conscientes de que, por mucho que se vaya de verso suelto, en orquestas, empresas, instituciones o cooperativas asamblearias, las disonancias terminan por empastarse, una luz suaviza las diferencias —luz amarilla en el Blues del amo de Gamoneda— y solo se atisba, por debajo de la sábana, el bulto móvil de un puño que quiere dibujarse contra la blanca planicie. Con la acidez del estómago no agradecido, agradezco que me contraten y me dejen alimentar la fantasía de que muerdo mano, mejilla, pezuña de vaca; de que soy la mujer barbuda, y de que Dios es un sectario por no ayudarme si no madrugo. Aunque los caníbales tengan otros rostros, parece que ladrando muerdo y, al parecerlo, a lo mejor muerdo un poquito. Si no viviéramos en esta apariencia de pluralidad —apariencias y formas son importantísimas, incluso a veces dejan de ser significantes para colonizar significados—, volvería la niebla del sindicato vertical y la resurrección de Fraga Iribarne. Las listas de mala gente que adoctrina —no que camina— ya están en marcha. ¡Ñam!



Fotografía de Miguel Núñez para El País



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[ARCHIVO - 2008] Los clásicos





¿Por qué los clásicos -ya sea en literatura, pensamiento, arte, ciencia, música- son clásicos? ¿Qué es lo que hace que pervivan en el tiempo? El escritor y catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, Rafael Argullol, se lo pregunta en el artículo que reproduzco más adelante ("Guadianas literarios", El País, 03/08/08) intentando explicarse "porqué determinadas obras parecen encajar en ciertos periodos y, en cambio, caen en el olvido en otros". Y cita como ejemplo la resurrección actual de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, o los Ensayos, de Montaigne, o el ostracismo, momentáneo, de Marcel Proust o James Joyce. La respuesta que da es que "todas las grandes creaciones del arte y del pensamiento poseen la virtud de dirigirse, no sólo a su presente, sino a las épocas futuras". Las obras maestras -dice- "son aquellas que siempre están en condiciones de hablar", pero para que se hagan escuchar, "los oídos de una determinada época deben prestar atención".

El escritor argentino  Jorge Luis Borges decía que "un clásico es un libro que las generaciones de los hombres, urgidos por diversas razones, leen con previo fervor y una misteriosa lealtad". Y añade, como colofón, que "los clásicos deben ser siempre la base de nuestra cultura a través de los tiempos".

El escritor y controvertido crítico literario Harold Bloom sin discusión, el más reconocido y prestigioso del mundo, dice en su libro ¿Dónde se encuentra la sabiduría? (Santillana, 2005, Madrid) que "leemos y reflexionamos porque tenemos hambre y sed de sabiduría"; que "la mente siempre retorna a su necesidad de belleza, verdad y discernimiento". Y hablando de lo fundamental en un libro, añade: "A lo que leo y enseño,sólo le aplico tres criterios: esplendor estético, fuerza intelectual y sabiduría".

No es extraño, pues, que muchos se hayan planteado la existencia de un "Canon" de obras maestras literarias, musicales o artísticas, cuyo conocimiento determine una excelencia educativa y el desarrollo de la alta cultura. Es el llamado "Canon Occidental", que aunque está claro nunca será uniforme, ha llegado -no sin críticas- a un cierto grado de consenso. Por ejemplo, en las listas de los denominados "Harvard Classics", "Great Books", "Greats Books of the Western World", la lista de lecturas del "St. John's College", el "Core Curriculum del Columbia College", o el propio canon elaborado y propuesto por Harold Bloom en El canon occidental: la escuela y los libros de todas las épocas (Anagrama, 2005, Barcelona).

En el verano de 2003, encontré y leí en la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas, un precioso librito del periodista y crítico cinematográfico norteamericano, David Denby. Se titula Los grandes libros. Mis aventuras con Homero, Rousseau, Woolf y otros autores indiscutibles del mundo occidental (Acento Editorial, 1997, Madrid), y relata en él su vuelta como alumno a la Universidad de Columbia de Nueva York, para volver a hacer el curso de Historia de la Literatura que había realizado veintitantos años antes en base a las lecturas establecidas como canónicas por la citada universidad (el "Core Curriculum"). Su lectura me produjo un indescriptible placer, al igual que la del citado ¿Dónde se encuentra la sabiduría?, de Bloom. Me hice una lista de algunos de esos libros para leer, o releer, en el siguiente verano: el Libro de Job, el Eclesiastes, el Fedón y el Banquete de Platón, el Quijote de Cervantes, Hamlet y el Rey Lear de Shakespeare, los Pensamientos de Pascal y los Ensayos respectivos de Montaigne y Bacon, pero como dice el refrán, el infierno está empedrado de buenas intenciones... Concluyo este literaria digresión de hoy citando nuevamente a Bloom (¿Dónde se encuentra...?): "Sólo Dios es el lector ideal. Leer bien -en palabras de san Agustín- significa absorber la sabiduría de Cristo (.../...) Pensamos porque aprendemos a recordar nuestras lecturas de lo mejor que hay disponible en cada época (.../...) san Agustín fue el primero que nos dijo que el libro podía alimentar el pensamiento, la memoria y su completa interactuación en la vida de la mente. La sola lectura no nos salvará ni nos hará sabios, pero sin ella nos hundiremos en la muerte en vida de este versión simplificada de la realidad que Estados Unidos, como tantas otras cosas, impone al mundo".




Harold Bloom


"Guadianas literarios", por Rafael Argullol

Las obras maestras se dirigen no sólo al presente, sino a las épocas futuras. En plena temporada estival de lectura, he aquí un recorrido por algunos textos decisivos, libros de eterno retorno.

A primera vista, puede sorprender la gran cantidad de representaciones clásicas de este verano en toda Europa. Dante ha sido el centro del Festival de Aviñón con escenificaciones del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso en tres lugares distintos. He visto anunciado a Shakespeare por todos lados y yo mismo, en Barcelona, he asistido a dos excelentes Rey Lear casi seguidos. Distintos teatros han acogido una buena porción de las tragedias griegas, empezando por Las troyanas, de Eurípides, representada en Mérida. Sorprendentemente, pues, en apariencia, dado que nuestra época no se distingue por un excesivo refinamiento cultural.

Puede que, en efecto, el fenómeno únicamente forme parte de nuestra necesidad de espectáculos, incluidos algunos de alta cultura. Dejo esto para los sociólogos. A mí me interesa más preguntar por qué determinadas obras parecen encajar en ciertos periodos y, en cambio, caen en el olvido en otros.

En general, no se trata sólo de criterios de moda o gusto, por lo que acostumbran a escapar a las previsiones y planificaciones. No hay editor o gestor cultural que pueda prever factores que desbordan los estudios de mercado porque discurren por los recovecos de la imaginación de cada época. Hay algo en la atmósfera que exige el retorno de una obra largamente ignorada.

Uno de los mejores ejemplos de esta exigencia es la resurrección vigorosa de una novela como El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Cuando era estudiante, leí casi por casualidad este libro, que pocos conocían. Por supuesto, Conrad no era un perfecto desconocido, pero pasaba por ser un autor de culto, un poco al modo de Malcolm Lowry, cuyo Bajo el volcán yo encontraba muy conradiano. En las tres últimas décadas del siglo XX, las ediciones de Joseph Conrad se multiplicaron, a lo que sin duda contribuyó la adaptación cinematográfica de Coppola en Apocalypse Now.

Sin embargo, esta última explicación no es, desde luego, suficiente. Las causas de la influencia de la novela son más complejas y misteriosas. El corazón de las tinieblas apunta en dirección contraria al sentimentalismo y psicologismo predominantes y, no obstante, da en la diana al expresar nuestras ansiedades y nuestros miedos. Aun conectados por meandros enigmáticos, el horror conradiano y el nuestro aparecen superpuestos. Quizá por esto, un texto difícil, duro, sin concesiones, sigue abriéndose camino en medio de los conformismos literarios de este inicio del siglo XXI.

Otro ejemplo espléndido de renacimiento son los Ensayos de Montaigne. Ni que decir tiene que tampoco éste se había esfumado del mapa cultural europeo, pero hasta hace unos meses parecía circunscrito a los círculos académicos y escritores que sentían una particular identificación con el talante de Montaigne, como era el caso de Paul Valéry o, entre nosotros, Josep Pla. Era frecuente que circularan fragmentos de los ensayos montaignianos, aunque no la obra entera, esmeradamente publicada, como ahora no es infrecuente encontrar en editoriales de Europa.

Desde el punto de vista del estilo, o incluso del modo de afrontar las pasiones humanas, nada tienen que ver Montaigne y Conrad, la voluntad trágica de éste y el estoicismo más bien hedonista de aquél. Como escritores, ellos están muy lejos entre sí; no obstante, es nuestra época la que los hermana al requerir, por así decirlo, sus servicios. Hay algo profundamente tranquilizador, gratificante, en la mirada irónica de Montaigne, del mismo modo en que el heroísmo desesperado de Conrad es una medicina catártica. Cada uno a su manera nos habla de nosotros.

Es cierto que esto podría extenderse a todas las grandes creaciones del arte y del pensamiento, las cuales deben poseer la virtud de dirigirse, no sólo a su presente, sino a las épocas futuras. Pero estas épocas no siempre prestan atención, y éste es el matiz decisivo para establecer los tortuosos cauces de las fortunas artísticas. Las obras maestras son aquellas que siempre están en condiciones de hablar; sin embargo, para que efectivamente se hagan escuchar, los oídos de una determinada época deben prestar atención.

Así se explica el aparente silencio de algunos gigantes y el desigual eco de voces originalmente poderosas. No hay que condenar con juicios frívolos y apresurados el ostracismo actual de ciertos autores, como si su momento perteneciera definitivamente al pasado. Proust o Joyce, referentes imbatibles hace unos lustros, son mucho más nombrados que leídos. Thomas Mann, enterrado por tantos, ha remontado el vuelo. Kafka y Beckett mantienen su papel de intérpretes contemporáneos. Cercanos a los ejemplos de Montaigne y Conrad, aunque respondiendo a otras necesidades nuestras, Dostoievski y Camus se han consolidado como interlocutores irrenunciables.

Un caso particularmente elocuente para los de mi generación es el de Stefan Zweig. Muchos de nosotros estábamos acostumbrados a ver los libros de Zweig en las bibliotecas familiares, pero no se nos ocurría leerlos. En las últimas décadas del siglo XX, El mundo de ayer, la descomposición espiritual de Europa, aparenta estar en condiciones de amparar las dudas y pasiones de nuestro presente. Y otro tanto sucede con autores como Joseph Roth o Arthur Schnitzler.

Los rebrotes literarios, además de hacer justicia a escritores ocultados por la moda o la crítica sectaria, se adecuan a demandas epocales a menudo difíciles de apreciar. De hecho, lo que muchos editores ofrecen como modelos de "rabiosa actualidad" son, con frecuencia, menos aptos para el análisis de la sensibilidad contemporánea que bastantes textos desechados por inactuales.

Cada época necesita de palabras que la empujen a mirarse despiadadamente en el espejo. No importa que estas palabras sean del pasado o del presente. Cada época genera una literatura acomodaticia destinada a proponerle lo que quiere escuchar y otra, intempestiva, que le habla sin servidumbres ni contemplaciones. Por más que se niegue -ocurre también en cada época-, sólo esta última está en condiciones de perdurar más allá de la oferta y de la demanda de su tiempo.

Por eso volvemos continuamente a los que llamamos clásicos: en busca de aquella intempestividad que, al despreciar nuestra apatía y nuestro conformismo, nos ofrezca instantes no de éxito -para eso tenemos el resto del espectáculo de nuestra civilización-, sino de verdad. Para eso, para tener nuestros instantes de verdad, retornamos a Dante, a Shakespeare, a los poetas griegos. Y, desde luego, nunca son completamente arbitrarios estos retornos ni indiferentes a las ansias de cada presente.

Fijémonos en Shakespeare (que tampoco se libró de una época de purgación tras el impacto inicial). Aparte de Hamlet, que, independientemente de las generaciones, tan bien logra encarnar siempre la confusión humana, las otras obras han ido variando según la predilección de los públicos. A veces Macbeth y Julio César han sido los favoritos; otras, Otelo, El mercader de Venecia o La tempestad. En los últimos años, sin embargo, quizá ninguno de los dramas de Shakespeare ha sido tan representado como El rey Lear. No podemos saber la razón por la cual esta obra extremadamente compleja parece adecuada a nuestros escenarios, aunque sí podamos sospechar que tiene que ver con que "los locos guíen a los ciegos".

En cuanto a la tragedia griega, no deja de ser elocuente hasta qué punto hemos tendido a mostrar nuestros conflictos a través de sus argumentos. Edipo, Antígona, La orestíada y Las troyanas son rigurosamente contemporáneas cuando nos enseñan los engranajes del poder, de la libertad, del dolor. Ninguna de esas obras hace concesiones al obligarnos a posar ante el espejo, y gracias a esto sabemos, lo reconozcamos o no, que nos dicen más sobre nuestra actualidad que tantas toneladas de literatura acomodaticia servidas para aplastar al lector. Y, sin embargo, muy pocos editores dejarían de horrorizarse ante la idea de publicar un tipo de obra semejante escrita por un autor de hoy: "¡Qué difícil, Dios mío, y qué poco comercial!". (El País, 03/08/08)




Rafael Argullol



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Entrada núm. 5098
Publicada originariamente el 5/8/2008
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[SONRÍA, POR FAVOR] Al menos hoy sábado, 27 de julio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. También, como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Un servidor de ustedes tiene escaso sentido del humor, aunque aprecio la sonrisa ajena e intento esbozar la propia. Identificado con la primera de las acepciones citadas, en la medida de lo posible iré subiendo periódicamente al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras..., aunque pueden sonreír igual. 















 




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Entrada núm. 5097
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