domingo, 10 de agosto de 2008

*Lecturas: elegir es descartar...




Elegir es descartar, dice Benjamín Prado, co-autor del artículo que comento en El País Semanal de hoy domingo. Un año más El País Semanal ha realizado una encuesta entre cien escritores de habla española para preguntarles sobre los diez libros que han cambiado sus vidas; no, que quedé claro, los que más les han gustado, ni los mejor escritos, ni los que más les han influido... Y las respuestas resultan sorprendentes. No dejen de leer el texto de Prado y Cristóbal Ramírez; lo reproduzco más adelante.

Propongo a los amables lectores de este blog que se sumen al juego. Comienzo yo, si me lo permiten. He elegido cinco obras de no-ficción y otras cinco de ficción, que admito han cambiado mi forma de ver la vida, pero también reconozco pueden no ser las mejores ni las que más me han gustado. Las cito sin orden de preferencia alguna y sin una excesiva meditación, pues desde luego la lista se me queda corta:

1.- "España en su Historia", de Américo Castro.
2.- "La Biblia".
3.- "La República", de Platón
4.- "Ser cristiano", de Hans Küng
5.- "El fenómeno humano", de Teilhard de Chardin
6.- "Don Quijote de la Mancha", de Miguel de Cervantes
7.- "La isla del tesoro", de Robert Louis Stevensón
8.- "Leyendas", de Gustavo Adolfo Becquer
9.- "La Ilíada", de Homero
10.- "La muerte tenía dos hijos". de Yael Dayan

Espero sus listas. Buen domingo. Y sean felices, por favor. O al menos, inténtenlo... HArendt




http://lh4.ggpht.com/kutnahora2004/R4JGKAvBtCI/AAAAAAAAAsk/SFhb6jQ7dPY/DSCN5016.JPG?imgmax=512

La Biblioteca del Congreso. La mayor del mundo (Washington, USA)






"Cien escritores en español eligen los 100 libros que cambiaron su vida", por Benjamín Prado y Cristóbal Ramírez.

El ser humano es un animal que nace, crece, se reproduce y hace listas. Será porque no podemos resistirnos a transformarlo todo en una competición o porque el mundo necesita ganadores a los que admirar, envidiar o discutir, según la naturaleza de cada uno, y perdedores a los que compadecer, en el mejor de los casos; pero lo cierto es que no hay nadie que esté a salvo de las comparaciones ni oficio que no tenga su olimpiada, y por ese motivo, sin querer oír al escritor Mark Twain, que ya nos avisó de que en este mundo hay tres tipos de mentiras que son los embustes, las patrañas y las encuestas, nos pasamos la vida haciendo precisamente eso, encuestas y sondeos: quién es el político más influyente del país, el más fiable, el que merece menos crédito; quienes son las 10 personas más poderosas, las más admiradas, las más guapas; quiénes son los más ricos, los menos amables, los más deseados, los peor vestidos... El proceso es siempre igual, aunque cambie el nombre que se le da al escrutinio: cuando se habla de banqueros o empresarios, se llama ranking; cuando se habla de deportistas, se llama clasificación, y cuando se trata de literatura, se llama canon, una palabra con muchas esquinas que puede tener un sentido artístico, económico y hasta religioso, pues define desde las reglas que marcaban las proporciones ideales de la figura humana en las culturas clásicas hasta el impuesto que grava los CD vírgenes, pasando por la parte de la misa que empieza con el te ígitur y acaba con el paternóster. Aunque, eso sí, sus primeras acepciones dobles en el Diccionario de la Real Academia Española son: regla o precepto, catálogo o lista.

Los críticos, a veces, son los cítricos con una letra cambiada, y a veces no, pero siempre son muy partidarios de inventar generaciones, hacer antologías y, de vez en cuando, listas de discos, cuadros o libros que por una parte nos proporcionen un modelo y por otra nos den una orden: el resto podréis elegirlo vosotros mismos, pero estos 10, o estos 100, hay que leerlos obligatoriamente. Sin embargo, todo es relativo en lo que respecta a las verdades absolutas, y los cánones siempre son polémicos, discutibles, subjetivos, versátiles y, a menudo, y como consecuencia de todo lo anterior, efímeros. Y, sobre todo, están al alcance de cualquiera, hasta de los propios escritores, como ocurre en este caso, en el que 100 autores hemos respondido a la pregunta de EL PAÍS: ¿qué 10 libros han cambiado tu vida? Me pregunto cuántos habrán dicho toda la verdad y cuántos habrán respondido a la defensiva, pensando en el proverbio chino que dice que las palabras sinceras no son siempre elegantes y las elegantes no son casi nunca sinceras. ¿Qué habrán preferido algunos de ellos: ser francos o quedar bien? Habrá de todo, porque ya se sabe que, tal y como dijo el ganador inapelable y destacado de este concurso, Miguel de Cervantes, en esta vida "cada uno es como Dios lo hizo, y aún peor muchas veces".

Sin duda, las votaciones han dado resultados curiosos, o en algunos casos increíbles: ¿qué hace el Manifiesto comunista, por ejemplo, en el puesto 82, por delante de los sonetos de Quevedo y de El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald? Claro que peor les ha ido a la Divina comedia y a la Iliada, que están en el 60 y en el 77, respectivamente, con lo cual se ve que Dante no ha cuajado por aquí; no como Homero, que ha ganado la medalla de bronce porque tiene la Odisea en el tercer lugar de la clasificación. Eso sí, Dante está al fondo de la lista, pero bien acompañado, porque tiene justo por arriba Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y justo por debajo La regenta, de Clarín. La verdad es que, en el ámbito de la literatura latinoamericana, Jorge Luis Borges les da una paliza a todos, de Gabo a Vargas Llosa, pasando por Rulfo, Cortázar y Onetti: Ficciones es el número 10 del escalafón; El Aleph, el 26; El hacedor, el 58, y hasta hay 23 autores que, haciendo trampas, han colado la obra completa de Borges como el libro que les cambió la vida, con lo cual habrá que pensar que su vida cambió muy lentamente ?aunque no tanto como la de Carlos Fuentes, que coloca La comedia humana, de Balzac, entera, con sus veintitantas novelas y sus dieciocho mil páginas, en quinta posición?, y tanto en prosa como en verso, con ensayos, novelas policiacas y obras hechas en colaboración con otros escritores, ya que todo eso publicó Borges, quien, por cierto, también reunió sus historias fantásticas predilectas en su Biblioteca de Babel, por donde pasaron muchos de los autores que salen en nuestra lista, como Melville, Poe, Robert Louis Stevenson, Henry James y, por supuesto, Kafka, aunque no Shakespeare, que aquí tampoco está entre los escapados, en cabeza de la carrera, sino con el pelotón, porque no aparece hasta los puestos 48 y 49 con El rey Lear y Hamlet, 34 posiciones detrás de la Biblia, por ejemplo. Bueno, tal vez vendría bien recordar lo que le contestó el propio Borges a una alumna de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires que le dijo que Shakespeare la aburría y le preguntó qué podría hacer para remediarlo: "No hagas nada; simplemente no lo leas y espera un poco. Lo que pasa es que Shakespeare todavía no escribió para vos; a lo mejor dentro de cinco años lo hace".

No hay que olvidar que la lista que tenemos entre manos no pretende hacer el inventario de los mejores libros de la historia, sino de los que se supone que han cambiado la vida de los autores que los leyeron, suponiendo que tal cosa sea posible. Pero, sea como sea, algunos de los resultados de la encuesta son llamativos. Por ejemplo, sorprende que, aparte de Federico García Lorca, que ocupa el número 11 con su Poeta en Nueva York, no haya ningún otro miembro de la Generación del 27, ni Luis Cernuda, ni Alberti, ni siquiera Aleixandre, que tuvo tantos discípulos mientras vivía. Aunque aún sea más notable la ausencia de Antonio Machado, al que sólo han votado cinco escritores, y entre ellos sólo un poeta, Luis García Montero, porque los otros cuatro son novelistas: Antonio Muñoz Molina, José María Guelbenzu, Álvaro Pombo y Manuel de Lope. Juan Ramón Jiménez, al menos, salva de la quema Espacio, aunque sea en el vagón de cola de la lista. Quizá todo ello, incluido lo del 27, se explique porque se ha preguntado a muchos menos poetas que narradores -lo cual no impide, sin embargo, que Harri eta herri (Piedra y pueblo), de Gabriel Aresti, cruce la meta con el dorsal 98 a la espalda-, pero ese mismo desequilibrio hace aún más impactante la desaparición absoluta de otro autor que fue muy célebre mientras estuvo a este lado del más allá, recibió elogios a granel, ocupó todas las portadas, recibio todos los premios, desde el Planeta hasta el Nobel, y que ahora, a los seis años de su muerte, no ha recibido ni un solo voto: Camilo José Cela. A nadie nos han cambiado la vida La familia de Pascual Duarte ni La colmena.

Cela escribió mucho, pero lo que escribió pesa poco, por lo visto, incluidas sus obras de mejor reputación. Otros autores, como León Tolstói, no escribieron tanto, pero sus creaciones más importantes se mantienen a flote. Eduardo Mendoza, que por cierto no ha participado en la encuesta, decía hace poco, en una entrevista publicada en Cuadernos Hispanoamericanos, que Tolstói sólo tiene dos obras que merezcan realmente la pena, Ana Karenina y Guerra y paz, y aquí están las dos, la primera en la casilla número 6 y la segunda en la número 9. Tampoco le va mal a su compatriota Dostoievski, que logra un hat trick, en las posiciones 12, 13 y 55, con Los hermanos Karamazov, Crimen y castigo y El idiota.

Pero no hay duda de que los grandes triunfadores entre los escritores modernos son Marcel Proust y Kafka, lo cual debe de querer decir que los escritores españoles quizá andan algo bajos de moral. El autor de A la sombra de las muchachas en flor es el único que le hace sombra a Cervantes y logra el segundo lugar con En busca del tiempo perdido. El de El proceso y La metamorfosis alcanza con ellas, respectivamente, los números 4 y 5; coloca sus Diarios en el 64, y también logran varias menciones otros libros suyos como El castillo o La muralla china, aunque no, sorprendentemente, La condena. Eso sí, resulta obvio que la pervivencia de Kafka tiene mucho más mérito que la de Proust, teniendo en cuenta que si una de las frases más célebres del segundo es que "los seres humanos no deberíamos cometer el error de pensar que el presente es el único tiempo posible", la más conocida del primero es: "Max, quémalo todo".

Las 10 primeras plazas las completan Herman Melville, con Moby Dick, y Antón Chéjov, con sus cuentos. No está mal esto último, si tenemos en cuenta la forma en que se burlaba de la fama el creador de Tío Vania, La gaviota y El jardín de los cerezos: uno de sus cuentos es la historia de un hombre que llega una noche a su casa lleno de heridas, pero feliz porque le acaba de atropellar un coche de caballos en una plaza de Moscú. Su familia, estupefacta ante la alegría que parece sentir mientras la sangre le corre por la piel y empapa sus ropas destrozadas, le pregunta cómo es posible que esté tan contento, y él responde: "Pero ¿es que no os dais cuenta? ¡Mañana mi nombre saldrá en todos los periódicos de la ciudad!".

Para los amantes de los análisis de género resultará aparatosa la proporción de mujeres que ha dado la lista de los 100 escogidos, en la que sólo hay cinco escritoras: Carson McCullers, Emily Dickinson, Virginia Woolf, Jane Austen y Simone de Beauvoir; la primera, en el puesto 28, y la compañera de Sartre, en el último, el 100. Claro que entre los encuestados hay 23 mujeres y 77 hombres, pero eso, naturalmente, no tiene ninguna influencia. Almudena Grandes, por ejemplo, sólo pone a tres mujeres en su lista: Louise May Alcott, la autora de Mujercitas; Ana María Matute, con Los hijos muertos, y Carmen Martín Gaite, con Usos amorosos de la posguerra española. Rosa Montero, a otras tres: Mercè Rodoreda, George Elliot y Selma Lagerloff. Y la propia Ana María Matute, sólo a una: Emily Brontë. Por cierto, que como la autora de El corazón helado reserva un puesto en su clasificación para Habitaciones separadas, un libro de su marido, Luis García Montero, y éste, a su vez, le hace hueco a Las edades de Lulú, que tal vez cambiaron sus vidas porque los llevaron al uno hacia el otro, me pregunto a cuántos de los autores seleccionados les hubiesen gustado sus seleccionadores. Apostar siempre es ponerse en peligro, pero me juego algo a que a Kafka le habría caído bien Juan José Millás; Proust pudiera haber congeniado con Javier Marías; a Balzac y Thomas Mann no les habría importado tratarse con Mario Vargas Llosa; Dostoievski se habría encontrado en su salsa con Juan Gelman, y es posible que a Samuel Beckett le causase buena impresión Justo Navarro, aunque quizá lo encontrara un poco raro. Otras relaciones me parecen más que improbables, pero prefiero reservarme mi opinión. Además, sólo era un juego. Eso sí, hay quienes en ese juego se lo habrían puesto difícil a sí mismos, como Ray Loriga: J. D. Salinger, Joseph Conrad, Cormac McCarthy, Vladimir Nabokov. Vamos, unas peritas en dulce.

Elegir es descartar, y uno observa divertido el sufrimiento de algunos colegas a la hora de dejar fuera de su lista a algunos de sus autores predilectos. Hay quien intenta salvarlo con el ardid de meter las obras completas de alguno, para matar así todos sus pájaros de un tiro, como hacen Gustavo Martín Garzo con las de Kafka; Marta Pesarrodona con las de Federico García Lorca; Julián Rodríguez con las de Onetti; Agustín Fernández Mayo con las de José Ángel Valente; Clara Janés con las de Shakespeare; Soledad Puértolas con las de Baroja; Carlos Monsiváis, Nuria Amat y Horacio Vázquez Rial con las de Borges, o Isaac Rosa con el teatro de Bertolt Brecht.

Otros entregan los libros atados por parejas, como José Manuel Caballero Bonald, que le da el 2, el 3 y el 4 de su selección a las Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea, de Luis de Góngora; el Quijote y el Persiles, de Cervantes, y las Iluminaciones y Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud. O como Javier Marías, que junta Ricardo III y Macbeth en el primer puesto de su lista, y El corazón de las tinieblas y El espejo del mar, de Joseph Conrad, en el tercero.

Santiago Gamboa y José Carlos Llop cuelan todo El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, igual que otros empujan para que les quepa todo Balzac o todo Proust. Y Juan Marsé avisa de que aquí y ahora se decide por esos 10 títulos de Stendhal, Robert Louis Stevenson, Flaubert, Kafka, Juan Rulfo, William Faulkner, Scott Fitzgerald, Luis Cernuda, Pío Baroja y Albert Camus, pero que también podrían haber sido otros, y de esa forma, a base de hacerse el enfadado, gana a estas páginas sitio para otros cuantos libros. En resumen, que el problema no es con qué te quedas, sino a qué renuncias. Igual que en el resto de la vida.

La pregunta de EL PAÍS parece sencilla, pero tenía trampa. ¿Qué 10 libros han cambiado tu vida? Eso quiere decir que lo que se trataba de saber era, entre otras cosas, qué obras y autores nos habían abierto la puerta de la literatura o metido en la sangre la vocación de escribir. No se trataba de saber cuáles nos gustan más, nos han influido más profundamente o consideramos más importantes. Por eso es rara la poca presencia de libros infantiles o juveniles, que son los primeros que suelen llamar la atención y marcar la línea de salida del futuro.

Si miro mi propia lista, me doy cuenta de que no dice toda la verdad, porque empieza muy tarde, con los autores y las obras que leí cuando ya sospechaba que iba a intentar ser escritor. Pero, ¿y antes de eso? ¿Dónde están los libros de Los Cinco, de Enid Blyton, o los de Walter Scott, como Ivanhoe y La flecha negra? ¿Y Robin Hood? ¿Y las novelas de Salgari, y las de Julio Verne? ¿Y la poesía de Garcilaso de la Vega, un poco más adelante?

A los demás les habrá pasado algo parecido, pero tampoco tiene mucha trascendencia, porque puede haber por ahí alguno más pretencioso, pero estoy seguro de que todos ellos pasaron más tiempo del que pueda creerse pensando su lista; todos miraron sus bibliotecas con cuidado para asegurarse de que no cometían un olvido que luego iban a lamentar, y ninguno de ellos se tomó a broma el encargo. Y todos van a leer estas páginas con lupa por dos razones: para ver qué han dicho sus colegas y para comprobar qué suerte han corrido sus escritores, esa gente que tal vez haya cambiado su vida y tal vez no, pero que, en cualquier caso, los ha acompañado desde el principio, ha ido con ellos a todas partes, porque un escritor no tiene una sombra, sino muchas: sombras escritas que se llaman Kafka, o Cervantes, o Proust, y sin las que el cuerpo que las proyecta no sería nada. Sé que les habrá costado elegir, pero eso sólo demuestra que, además de buenos escritores, son buenos lectores. Más triste hubiera sido no tener dudas, porque el que no duda es que no tiene dónde elegir.

Hasta las cosas más sencillas dan quebraderos de cabeza. Veamos. El verano es tiempo de lecturas. ¿Pero qué elegir entre clásicos, novedades y títulos que crían polvo en las estanterías de casa? Gran pregunta. El País Semanal se lo cuestionó hace poco más de un mes. Y se puso manos a la obra: recabar la opinión de 100 escritores de habla hispana para que recomendaran los 10 títulos que más huella les han dejado. Y además, ordenados como en un ranking: 10 puntos para el primero hasta llegar a un punto para el último. El remate. Puso en el disparadero a más de uno.

Una tarea como otra cualquiera, podría parecer. Incorrecto. Ir detrás de 100 autores en julio es más difícil de lo que parece. La mayoría aceptó el reto encantados de la vida; otros, a regañadientes, porque el miedo a no ser precisos les atenazaba. Un porcentaje muy bajo se negó en rotundo: que no, porque la literatura no entiende de cánones ni modas. Vale, sólo era una propuesta.

¿Y qué criterio para todo esto? Ninguno. O todos. O los propios de cada uno. La idea era que cada escritor se sintiera libre para seleccionar los 10 volúmenes que le han amasado el cerebro.

He aquí una muestra de criterios. Antonio Gamoneda eligió los textos que rondaban por su casa cuando la guerra. Ana Rossetti se decidió por los que le descubrieron "el placer de la lectura". Y subrayó: "Todo lo demás es presunción". A Félix de Azúa le calaron de pequeño la guía de teléfonos de Barcelona y el Diccionario Espasa-Calpe. La cubana Wendy Guerra aporta las "cosas prohibidas" que le prestaba "una mano amiga". Javier Cercas es irrebatible: "Libros leídos en torno a los 20 años, que es cuando con más ímpetu te cambian la vida".

Hay más de lo que podrá caber en esta página. Alejandro Zambra se permite una rebeldía: todos los textos que vota son de Georges Perec. Es que le descubrió una nueva sensibilidad, arguye. Y está el gran Francisco Ayala, que opta por una sola obra. Le da 10 puntos al Quijote. Los únicos puntos. Como si el resto de la literatura no tuviera sentido: "Lo leí de niño, lo leí de adulto, lo leí de viejo, lo leo de centenario. Es un libro perpetuo para mí, renovado siempre. Y he tratado de encajar mi obra literaria con el Quijote, no sé si usted se ha dado cuenta".

También hubo espera. Esto había que meditarlo, escoger, anotar, repensar, descartar, borrar... Todos los autores se tomaron su tiempo. Unos más que otros. Santiago Roncagliolo y Ray Loriga los tenían en la mente, en reposo. Sólo hizo falta vomitarlos. Venga, ya, en un minuto, de un tirón. Kirmen Uribe se reía con la ocurrencia de El País Semanal. Y contestaba a toro pasado: "Yo lo he hecho intuitivamente, como un entrenador que elige a los cinco que van a tirar los penaltis". No fue lo normal. Algún que otro indeciso, víctima de temor súbito, se arrepintió en el último momento y quiso cambiar algún libro. Demasiado tarde.

Con los 1.000 títulos en la mano, tocaba el recuento. Ordenar, sumar, repasar. Pero había obras que empataban. Ante eso, la pauta es la siguiente: gana el que haya obtenido más dieces, o en su defecto, más nueves. O más ochos... Y si hay coincidencia absoluta de puntuación, la pauta es el orden alfabético del autor escogido. Entre tanta letra impresa, tantas páginas evocadas y tantos universos mezclados, hasta las operaciones aritméticas mutan.

La lista completa de libros elegidos por cada uno de los cien escritores que han participado en la encuesta puede ver aquí, o en:

http://www.elpais.com/elpaismedia/eps/media/200808/10/portada/20080810elpepspor_1_Pes_PDF.pdf



viernes, 8 de agosto de 2008

*El honor debido a los muertos


La desilusión y el desencanto pueden llevarme a la abstención, pero me resulta difícil de creer que puede llegar un momento en que la derecha reciba mi voto. Eso si, reconozco que aunque tarden en ganarse mi respeto, al menos, de unos meses a acá, les he perdido el miedo... Por eso me sorprenden y provocan una cierta repulsión las reticencias del PP a reconocer -no los derechos- sino la dignidad de los muertos republicanos durante la guerra civil y la posterior represión franquista. De los pseudo-historiadores patrocinados por la COPE y de la propia jerarquía católica española no cabe esperar gran cosa al respecto, así que tampoco está de más recordar que el 28 de noviembre de 1978, una semana justo antes del referéndum constitucional, el arzobispo de Toledo y cardenal primado, monseñor González Martín, hacía pública una carta pastoral en la que juzgaba muy negativamente el proyecto de Constitución. Está en las hemerotecas. Y no parece que desde esa época los señores obispos hayan progresado mucho en lo que se refiere al respeto debido a los principios democráticos, más bien todo lo contrario...

Me provoca esta reflexión la lectura del artículo de Manuel Rivas titulado "Garzón, Antígona y la memoria histórica" (El País, 07/08/08), sobre la decisión judicial de solicitar información a los ministerios de Defensa e Interior y a las asociaciones que trabajan por la reparación histórica, de los datos que tengan sobre los asesinados durante y después de la guerra civil por los franquistas. Y sobre el respeto debido a los muertos -a todos los muertos- Rivas saca a colación la "Antígona" de Sófocles (ca. 442 a.C.) y la versión mucho más moderna del autor francés Jean Anouilh (1942). No es la primera vez que Manuel Rivas escribe sobre este asunto. Y yo también lo he mencionado anteriormente en el blog comentando otro artículo suyo. 

Esta tarde he vuelto a releer la "Antígona" de Sófocles (Obras Completas: Esquilo, Sófocles, Eurípides. Cátedra, Madrid, 2004). Y sigue impresionándome, como impresionó a los atenientes hace dos mil quinientos años. He anotado los versos 1029-1030 de la edición citada, en los que el anciano adivino ciego, Tiresias, le reprocha al rey de Tebas, Creonte, su inflexibilidad en la orden de no dar sepultura a su sobrino Poliníces y la condena a muerte de la hermana de éste, Antígona, que ha rendido honores fúnebres a su hermano desobedeciendo la orden real, Y lo hago porque me parece que viene absolutamente a cuento en esta cuestión: "¿Qué heroicidad hay en volver a matar al que ya está muerto?", le espeta Tiresias a Creonte con toda la razón...

Supe por vez primera vez de la "Antígona" de Sófocles cuando tenía once años. Fue gracias a mi profesor de Literatura en el Colegio Infanta María Teresa de Madrid. Se llamaba don Mariano Abánades, y ya he hablado de él en alguna otra ocasión. Era pequeñito de estatura (conducía un "600" en el que apenas era perceptible el sombrero que siempre portaba), pero tenía una enorme sensibilidad, erudición y paciencia para recrearnos todas las grandes obras de la literatura universal. Mucho más tarde (creo que hacia 1979) vi por TVE la "Antígona" del dramaturgo francés Jean Anouilh, interpretada por Nuria Torray. Una obra inmensa, y una actriz espléndida, que han quedado grabadas en mi mente para siempre.

Soy de los que piensan que después de los clásicos griegos todo lo demás son paráfrasis, así que vuelvo a ellos con frecuencia cuando flaquea mi fe en la racionalidad de los humanos. En esta ocasión lo he hecho por el honor debido a los muertos, a todos los muertos, y no sólo a los de un bando. ¡Ójala puedan descansar un día no lejano en paz!... HArendt



"Antígona y la memoria histórica", por Manuel Rivas

La beligerancia contra el recuerdo de los horrores del franquismo no es sólo de la derecha política; es compartida por un sector importante de la opinión, de parte de la Iglesia y del estamento judicial.

Pisábamos la escarcha, los campos helados, la grafía fosilizada de la hierba. Camino de la escuela. Aquella noche, la brigada político-social se había llevado detenido a un joven cristalero, Manuel Bermúdez, alias Chao. Estamos en 1964. Bombardeados por la campaña de 25 años de paz. "¿Por qué se lo llevaron?", pregunté a Domingo, que vivía en la casa más próxima. Miró hacia los lados, dudó y me dijo en voz baja: "No se puede decir".

"No se puede decir". Para mí, esa frase es un documento fundamental sobre la Justicia de esa época. Contiene tanta información como los preámbulos de las leyes del franquismo. Por cierto, esos preámbulos son el mejor relato del régimen totalitario hecho por sí mismo, la plasmación de esa misión histórica definida por el dictador, el 20 de mayo de 1939, una vez alcanzada la victoria militar: "Desterrar hasta los últimos vestigios del fatal espíritu de la Enciclopedia". El "no se puede decir" de mi amigo, aquella mañana en que pisábamos la escarcha camino de la escuela, lo he ido asociando al título del grabado de Goya: No se puede mirar. La memoria activa, libre, es imprescindible para superar esa dramática escisión que marca nuestra historia, entre la grandilocuencia lesiva de "lo que se debe decir", "lo que se debe ver", y la dolorosa amputación de "lo que no se puede decir" y "no se puede mirar".

¿Por qué despierta tanta hostilidad la memoria histórica en la derecha española? Creo que es una pregunta que concierne a todos, pero especialmente a quienes se sitúan en esa órbita ideológica y política. Esa derecha que gira al centro, que no quiere que ningún votante la vuelva a rechazar por miedo (Mariano Rajoy dixit), que se pretende homologable con los gobernantes franceses y alemanes, que sí asumen la memoria de la resistencia antifascista, esa derecha tan justamente comprometida con la memoria de las víctimas del terrorismo político en el País Vasco, ¿por qué hace una excepción con la dictadura franquista, una de las más crueles y prolongadas de la historia?

En Compostela todavía se conserva alguna imagen del Santiago guerrero, espada en ristre. Allí recibió Franco de la jerarquía católica una espada para la "santa cruzada". Pero hay también en la catedral compostelana una espléndida imagen en granito policromado de San Miguel con su balanza para pesar las almas. La manera de pesar la historia, esa historia tan reciente, no puede ser tan arbitraria que pretenda equilibrar la espada con un fardo de olvido. ¿Cuánto pesa ese pasado, la substracción colectiva de la libertad durante casi medio siglo? ¿Nada? ¿Ni un escrúpulo?

Reconocer el dolor, desde siempre, es una exigencia para curar las dolencias. De hecho, la insensibilidad al dolor es un aviso o manifestación de corrupción en el cuerpo humano. Para Hipócrates y Galeno, la capacidad de enfrentarse al dolor era también una medida de inteligencia.

Hasta ahora, la exploración del mapa del dolor, los trabajos de exhumación de desaparecidos, las movilizaciones para retirar la simbología ominosa de los amigos de Hitler y Mussolini, las iniciativas para alumbrar zonas ocultas del thriller franquista, las investigaciones para aclarar expolios o apropiaciones de dudosa legalidad que se mantienen vigentes, como es el caso del Pazo de Meirás, no han sido obra de la Justicia, sino el fruto de un trabajo ímprobo, tenaz, a contracorriente muchas veces, de un concierto cívico de conciencias que han dado forma en España a lo que podríamos llamar "la voz de Antígona". La Antígona de Sófocles que desobedece la imposición injusta de Creonte, y la Antígona resistente de Jean Anouilh, en la que Creonte era un trasunto de Petain.

Creonte: Tienes que saber que jamás el enemigo, ni aún muerto, es amigo.

Antígona: Tienes que saber que nací no para compartir con otros odio, sino para compartir amor.

Creonte: Entonces ve allá abajo y, si tienes que amar, ámalos a ellos (a los muertos), que, mientras viva, en mí no ha de mandar una mujer.

¿En qué consiste hoy la herencia de Creonte? Es esa voz, también concertada, que ante la Antígona española, un día le dice displicente: "¿Para qué andas removiendo los huesos?". Otro día: "¿A quién le importa esa zarandaja de la memoria histórica?". Y al siguiente, aunque estemos hablando de asesinados y de familias que quieren darles sepultura honorable: "Para eso, ni un duro".

Somos lo que recordamos. El olvido que seremos. Por un lado, la potencia genésica de la memoria, de Mnemósine, la madre de las nueve musas. Por otro, la constatación de que la historia de la humanidad es una dramática historia del olvido. Y Clío, la pobre, la más indolente.

¿Por qué es, o puede ser, tan importante la literatura para la historia? La mirada del relato histórico, en sus versiones dominantes, es depredadora, carnívora. Quiere conquistar, imponerse. Por el contrario, la memoria literaria es la de un ser rumiante, donde fermenta lo interno y lo externo, lo vivido y lo imaginado, la razón y la emoción. Es una mirada que nos permite ver la historia humana desde un "presente recordado". La memoria de Antígona se desplaza hacia delante. El olvido intencionado de Creonte a la larga se convierte en una tara colectiva. De todos los detectives, el mejor de la historia es Freud: "Censurar un texto no es difícil, lo difícil es borrar sus rastros". En Las huellas de la memoria, Enrique Carpintero y Alejandro Vainer, expertos en el campo de la salud mental, utilizan dos expresiones complementarias para explicar la necesidad social de la lucha contra el olvido. Se trata, a la vez, de "construir el pasado" y "abrir el porvenir".

Hay un concepto en neurología que se utiliza para definir la pérdida de recuerdos anteriores al momento en que se produce un daño en el hipocampo. Es lo que se denomina amnesia retrógrada. La asunción militante de una amnesia retrógrada por parte del gran espacio conservador ha tenido, por desgracia, un relativo éxito. La amnesia retrógrada no ha sido sólo una posición de líderes políticos derechistas, sino que ha sido compartida por un sector importante de la opinión, de parte de la Iglesia e incluso del estamento judicial.

Hago esta última afirmación porque resulta muy llamativa, y creo que históricamente dolorosa y escandalosa, la "suspensión de las conciencias" que prevaleció muchos años en la Justicia hacia la represión y los horrores del franquismo. Una cosa son las amnistías y otra las absolutas amnesias históricas. Creo que esa posición de amnesia retrógrada, la beligerancia contra el proceso de memoria histórica, la oposición tan grosera a la exhumación de los restos de los desaparecidos en la guerra y la posguerra, el desinterés hacia los exilados o la indiferencia en la honra a los luchadores de la resistencia o a los muertos en los campos de exterminio nazis, todo esto no ha aportado desde luego nada positivo al país, pero tampoco al campo político e intelectual que ha mantenido esa mentalidad de "amnesia retrógrada". La derecha renovada debería dar ese paso moral de despegarse definitivamente del complejo de Creonte.

Los que militan en la amnesia retrógrada limitan su campo de olvido a la zona de sombra o área de ceguera del franquismo. Paradójicamente, muchos de esos activistas de la amnesia en lo que afecta al período dictatorial, remueven con entusiasmo el pasado para reivindicar, por poner algunos ejemplos, las esencias del nacional-catolicismo en el campo educativo, la vigencia de un rancio discurso tutelar respecto de América Latina, un permanente estado de sospecha hacia el sistema autonómico y la riqueza plurilingüe, por no hablar de la añoranza de los Reyes Católicos o del reino visigodo anterior al 711. ¡Eso sí que es saudade!

La democracia tiene que asentarse en una memoria democrática. El paso dado por el juez Baltasar Garzón, un referente internacional de integridad, con su solicitud de información a los ministerios de Defensa e Interior y a las asociaciones que trabajan por la reparación histórica puede significar un giro decisivo. Después de la contienda, miles de personas fueron asesinadas y sus cuerpos hechos desaparecer sin que esos crímenes se investigaran jamás. La dictadura llevó adelante una "Causa General" cruel e implacable, castigando incluso conductas legales anteriores a la guerra. Fue, esa dictadura, un prolongadísimo estado de excepción. Negando esa evidencia, presuntos historiadores, que violan a Clío en cada página, convierten en propaganda odiosa la herencia de Creonte. Por eso, para construir el porvenir, es tan importante que la Justicia en España escuche al fin la voz de Antígona. (El País, 07/08/08)



martes, 5 de agosto de 2008

*Los clásicos










¿Por qué los clásicos -ya sea en literatura, pensamiento, arte, ciencia, música- son clásicos? ¿Qué es lo que hace que pervivan en el tiempo? El escritor y catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, Rafael Argullol, se lo pregunta en el artículo que reproduzco más adelante ("Guadianas literarios", El País, 03/08/08) intentando explicarse "porqué determinadas obras parecen encajar en ciertos periodos y, en cambio, caen en el olvido en otros". Y cita como ejemplo la resurrección actual de "El corazón de las tinieblas", de Joseph Conrad, o los "Ensayos", de Montaigne, o el ostracismo, momentáneo, de Marcel Proust o James Joyce. La respuesta que da es que "todas las grandes creaciones del arte y del pensamiento poseen la virtud de dirigirse, no sólo a su presente, sino a las épocas futuras". Las obras maestras -dice- "son aquellas que siempre están en condiciones de hablar", pero para que se hagan escuchar, "los oídos de una determinada época deben prestar atención".

El escritor argentino Jorge Luis Borges, decía que "un clásico es un libro que las generaciones de los hombres, urgidos por diversas razones, leen con previo fervor y una misteriosa lealtad".Y añade, como colofón, que "los clásicos deben ser siempre la base de nuestra cultura a través de los tiempos".

El escritor y controvertido crítico literario Harold Bloom, sin discusión, el más reconocido y prestigioso del mundo, dice en su libro "¿Dónde se encuentra la sabiduría?" (Santillana, 2005, Madrid) que "leemos y reflexionamos porque tenemos hambre y sed de sabiduría"; que "la mente siempre retorna a su necesidad de belleza, verdad y discernimiento". Y hablando de lo fundamental en un libro, añade: "A lo que leo y enseño,sólo le aplico tres criterios: esplendor estético, fuerza intelectual y sabiduría".

No es extraño, pues, que muchos se hayan planteado la existencia de un "Canon" de obras maestras literarias, musicales o artísticas, cuyo conocimiento determine una excelencia educativa y el desarrollo de la alta cultura. Es el llamado "Canon Occidental", que aunque está claro nunca será uniforme, ha llegado -no sin críticas- a un cierto grado de consenso. Por ejemplo, en las listas de los denominados "Harvard Classics", "Great Books", "Greats Books of the Western World", la lista de lecturas del "St. John's College", el "Core Curriculum del Columbia College", o el propio canon elaborado y propuesto por Harold Bloom en "El canon occidental: la escuela y los libros de todas las épocas" (Anagrama, 2005, Barcelona).

En el verano de 2003, encontré y leí en la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas, un precioso librito del periodista y crítico cinematográfico norteamericano, David Denby. Se titula "Los grandes libros. Mis aventuras con Homero, Rousseau, Woolf y otros autores indiscutibles del mundo occidental" (Acento Editorial, 1997, Madrid), y relata en él su vuelta como alumno a la Universidad de Columbia de Nueva York, para volver a hacer el curso de Historia de la Literatura que había realizado veintitantos años antes en base a las lecturas establecidas como canónicas por la citada universidad (el "Core Curriculum"). Su lectura me produjo un indescriptible placer, al igual que la del citado "¿Dónde se encuentra la sabiduría?", de Bloom. Me hice una lista de algunos de esos libros para leer, o releer, en el siguiente verano: El libro de Job, el Eclesiastés, el Fedón y el Banquete de Platón, el Quijote de Cervantes, Hamlet y El rey Lear, de Shakespeare, los Pensamientos de Pascal, y los Ensayos respectivos de Montaigne y Bacon. Pero como dice el refrán, el infierno está empedrado de buenas intenciones... Concluyo este literaria digresión de hoy citando nuevamente a Bloom ("¿Dónde se encuentra...?"): "Sólo Dios es el lector ideal. Leer bien -en palabras de san Agustín- significa absorver la sabiduría de Cristo (.../...) Pensamos porque aprendemos a recordar nuestras lecturas de lo mejor que hay disponible en cada época (.../...) san Agustín fue el primero que nos dijo que el libro podía alimentar el pensamiento, la memoria y su completa interactuación en la vida de la mente. La sola lectura no nos salvará ni nos hará sabios, pero sin ella nos hundiremos en la muerte en vida de este versión simplificada de la realidad que (.../...




"Guadianas literarios", por Rafael Argullol


Las obras maestras se dirigen no sólo al presente, sino a las épocas futuras. En plena temporada estival de lectura, he aquí un recorrido por algunos textos decisivos, libros de eterno retorno.

A primera vista, puede sorprender la gran cantidad de representaciones clásicas de este verano en toda Europa. Dante ha sido el centro del Festival de Aviñón con escenificaciones del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso en tres lugares distintos. He visto anunciado a Shakespeare por todos lados y yo mismo, en Barcelona, he asistido a dos excelentes Rey Lear casi seguidos. Distintos teatros han acogido una buena porción de las tragedias griegas, empezando por Las troyanas, de Eurípides, representada en Mérida. Sorprendentemente, pues, en apariencia, dado que nuestra época no se distingue por un excesivo refinamiento cultural.

Puede que, en efecto, el fenómeno únicamente forme parte de nuestra necesidad de espectáculos, incluidos algunos de alta cultura. Dejo esto para los sociólogos. A mí me interesa más preguntar por qué determinadas obras parecen encajar en ciertos periodos y, en cambio, caen en el olvido en otros.

En general, no se trata sólo de criterios de moda o gusto, por lo que acostumbran a escapar a las previsiones y planificaciones. No hay editor o gestor cultural que pueda prever factores que desbordan los estudios de mercado porque discurren por los recovecos de la imaginación de cada época. Hay algo en la atmósfera que exige el retorno de una obra largamente ignorada.

Uno de los mejores ejemplos de esta exigencia es la resurrección vigorosa de una novela como El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Cuando era estudiante, leí casi por casualidad este libro, que pocos conocían. Por supuesto, Conrad no era un perfecto desconocido, pero pasaba por ser un autor de culto, un poco al modo de Malcolm Lowry, cuyo Bajo el volcán yo encontraba muy conradiano. En las tres últimas décadas del siglo XX, las ediciones de Joseph Conrad se multiplicaron, a lo que sin duda contribuyó la adaptación cinematográfica de Coppola en Apocalypse Now.

Sin embargo, esta última explicación no es, desde luego, suficiente. Las causas de la influencia de la novela son más complejas y misteriosas. El corazón de las tinieblas apunta en dirección contraria al sentimentalismo y psicologismo predominantes y, no obstante, da en la diana al expresar nuestras ansiedades y nuestros miedos. Aun conectados por meandros enigmáticos, el horror conradiano y el nuestro aparecen superpuestos. Quizá por esto, un texto difícil, duro, sin concesiones, sigue abriéndose camino en medio de los conformismos literarios de este inicio del siglo XXI.

Otro ejemplo espléndido de renacimiento son los Ensayos de Montaigne. Ni que decir tiene que tampoco éste se había esfumado del mapa cultural europeo, pero hasta hace unos meses parecía circunscrito a los círculos académicos y escritores que sentían una particular identificación con el talante de Montaigne, como era el caso de Paul Valéry o, entre nosotros, Josep Pla. Era frecuente que circularan fragmentos de los ensayos montaignianos, aunque no la obra entera, esmeradamente publicada, como ahora no es infrecuente encontrar en editoriales de Europa.

Desde el punto de vista del estilo, o incluso del modo de afrontar las pasiones humanas, nada tienen que ver Montaigne y Conrad, la voluntad trágica de éste y el estoicismo más bien hedonista de aquél. Como escritores, ellos están muy lejos entre sí; no obstante, es nuestra época la que los hermana al requerir, por así decirlo, sus servicios. Hay algo profundamente tranquilizador, gratificante, en la mirada irónica de Montaigne, del mismo modo en que el heroísmo desesperado de Conrad es una medicina catártica. Cada uno a su manera nos habla de nosotros.

Es cierto que esto podría extenderse a todas las grandes creaciones del arte y del pensamiento, las cuales deben poseer la virtud de dirigirse, no sólo a su presente, sino a las épocas futuras. Pero estas épocas no siempre prestan atención, y éste es el matiz decisivo para establecer los tortuosos cauces de las fortunas artísticas. Las obras maestras son aquellas que siempre están en condiciones de hablar; sin embargo, para que efectivamente se hagan escuchar, los oídos de una determinada época deben prestar atención.

Así se explica el aparente silencio de algunos gigantes y el desigual eco de voces originalmente poderosas. No hay que condenar con juicios frívolos y apresurados el ostracismo actual de ciertos autores, como si su momento perteneciera definitivamente al pasado. Proust o Joyce, referentes imbatibles hace unos lustros, son mucho más nombrados que leídos. Thomas Mann, enterrado por tantos, ha remontado el vuelo. Kafka y Beckett mantienen su papel de intérpretes contemporáneos. Cercanos a los ejemplos de Montaigne y Conrad, aunque respondiendo a otras necesidades nuestras, Dostoievski y Camus se han consolidado como interlocutores irrenunciables.

Un caso particularmente elocuente para los de mi generación es el de Stefan Zweig. Muchos de nosotros estábamos acostumbrados a ver los libros de Zweig en las bibliotecas familiares, pero no se nos ocurría leerlos. En las últimas décadas del siglo XX, El mundo de ayer, la descomposición espiritual de Europa, aparenta estar en condiciones de amparar las dudas y pasiones de nuestro presente. Y otro tanto sucede con autores como Joseph Roth o Arthur Schnitzler.

Los rebrotes literarios, además de hacer justicia a escritores ocultados por la moda o la crítica sectaria, se adecuan a demandas epocales a menudo difíciles de apreciar. De hecho, lo que muchos editores ofrecen como modelos de "rabiosa actualidad" son, con frecuencia, menos aptos para el análisis de la sensibilidad contemporánea que bastantes textos desechados por inactuales.

Cada época necesita de palabras que la empujen a mirarse despiadadamente en el espejo. No importa que estas palabras sean del pasado o del presente. Cada época genera una literatura acomodaticia destinada a proponerle lo que quiere escuchar y otra, intempestiva, que le habla sin servidumbres ni contemplaciones. Por más que se niegue -ocurre también en cada época-, sólo esta última está en condiciones de perdurar más allá de la oferta y de la demanda de su tiempo.

Por eso volvemos continuamente a los que llamamos clásicos: en busca de aquella intempestividad que, al despreciar nuestra apatía y nuestro conformismo, nos ofrezca instantes no de éxito -para eso tenemos el resto del espectáculo de nuestra civilización-, sino de verdad. Para eso, para tener nuestros instantes de verdad, retornamos a Dante, a Shakespeare, a los poetas griegos. Y, desde luego, nunca son completamente arbitrarios estos retornos ni indiferentes a las ansias de cada presente.

Fijémonos en Shakespeare (que tampoco se libró de una época de purgación tras el impacto inicial). Aparte de Hamlet, que, independientemente de las generaciones, tan bien logra encarnar siempre la confusión humana, las otras obras han ido variando según la predilección de los públicos. A veces Macbeth y Julio César han sido los favoritos; otras, Otelo, El mercader de Venecia o La tempestad. En los últimos años, sin embargo, quizá ninguno de los dramas de Shakespeare ha sido tan representado como El rey Lear. No podemos saber la razón por la cual esta obra extremadamente compleja parece adecuada a nuestros escenarios, aunque sí podamos sospechar que tiene que ver con que "los locos guíen a los ciegos".

En cuanto a la tragedia griega, no deja de ser elocuente hasta qué punto hemos tendido a mostrar nuestros conflictos a través de sus argumentos. Edipo, Antígona, La orestíada y Las troyanas son rigurosamente contemporáneas cuando nos enseñan los engranajes del poder, de la libertad, del dolor. Ninguna de esas obras hace concesiones al obligarnos a posar ante el espejo, y gracias a esto sabemos, lo reconozcamos o no, que nos dicen más sobre nuestra actualidad que tantas toneladas de literatura acomodaticia servidas para aplastar al lector. Y, sin embargo, muy pocos editores dejarían de horrorizarse ante la idea de publicar un tipo de obra semejante escrita por un autor de hoy: "¡Qué difícil, Dios mío, y qué poco comercial!". (El País, 03/08/08)





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El profesor y escritor Rafael Argullol






viernes, 1 de agosto de 2008

*Segundo aniversario

Hoy cumple dos años esta Bitácora de Harendt... Primero, y con diversos nombres, hasta quedar fijada con el de "Desde el Trópico de Cáncer", en la dirección electrónica del servidor Blog.com, http://ccampos1946.blog.com, donde aún puede visitarse.

Desde hace tres meses, con su nuevo y espero que definitivo título de "A tres grados del Trópico de Cáncer hay unas islas...", en la también nueva dirección electrónica del servidor de Blogger.com, http://harendt.blogspot.com.


Dos años que significan 954 artículos comentados, y una media de 50 mil consultas y 13 mil visitas mensuales. Gracias de todo corazón. Es un enorme placer saber que tengo tal cantidad de amigos a los que me gustaría conocer. Un abrazo sincero a todos. Gracias... HArendt

jueves, 31 de julio de 2008

*El fin de la Historia puede esperar...




¿Se equivocó el historiador y politólogo norteamericano Francis Fukuyama cuándo en 1989 anunció el Fin de la Historia? El polémico artículo, "El Fin de la Historia", publicado en el verano de 1989 en la revista "The National Interest", tuvo su continuación y profundización en su libro "El fin de la Historia y el último hombre" (Planeta, Barcelona, 1992), que produjo un efecto devastador en los medios intelectuales y académicos de medio mundo, y fue ensalzado y criticado a partes iguales.

Fukuyama expone en su libro una polémica tesis: "La Historia humana, como lucha de ideologías ha terminado, con un mundo final basado en una democracia liberal que se ha impuesto finalmente tras el fin de la Guerra Fría. Inspirándose en Hegel y en alguno de sus exegetas del siglo XX, como Alexandre Kojève, afirma que el motor de la historia, que es el deseo de reconocimiento, el thimos platónico, se ha paralizado en la actualidad con el fracaso del régimen comunista, que demuestra que la única opción viable es la democracia liberal tanto en lo económico como en lo político. Se constituye así en el llamado pensamiento único: las ideologías ya no son necesarias y han sido sustituidas por la economía. Estados Unidos, es por así decirlo, la única realización posible del sueño marxista de una sociedad sin clases. En palabras del propio autor: El fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas" (1).

Para otro gran pensador, el filósofo alemán Karl Marx, "la lucha entre las clases sociales es el motor de la historia. Es decir que el conflicto entre clases sociales en sentido marxista, esto es, la relación de los diferentes grupos de una sociedad con los medios de producción, ha sido la base sobre la que se produjeron los hechos que dan forma a la historia. Esta lucha se da entre dos clases sociales antagónicas características de cada modo de producción. Se produce por lo tanto una polarización social solo por el hecho de nacer bajo una de las clases sociales que existen en cada momento de la historía. (.../...) Para Marx el fin último de la historia es la eliminación de las clases sociales cuando la clase más desvalida y universal (el proletariado creado por el modo de producción capitalista) consiga "emancipar" a toda la humanidad".

Fukuyama habla de un presente que no se conforma con la realidad que estamos viviendo; Marx hablaba de un futuro que no se ha realizado, y cuya única experiencia histórica real, aparte de un fracaso de proporciones inabarcables, ha significado el sufrimiento de millones de personas y generaciones enteras sacrificadas a una ideología.

El periodista y subdirector de El País, Lluís Bassets, escribe hoy en su blog ("Del alfiler al elefante"), un gran artículo, que transcribo más adelante, con el título de "La nueva lucha de clases", en el que comenta algunas de las razones del estrepitosos fracaso de la "Ronda de Doha" impulsada por la Organización Mundial del Comercio. Para Bassets, "Estamos ante una nueva lucha de clases, pero no es como la que describieron Marx y Engels entre proletarios y burgueses. Ahora es entre las clases medias de los países en fuerte desarrollo y las clases medias de los países ya desarrollados por el reparto del pastel global. (.../...) Es un momento crucial de transferencia de recursos de los ricos de toda la vida a los nuevos ricos productores de energía. Y también de capacidad adquisitiva de unas viejas clases medias a otras nuevas. Las de los países emergentes van a consumir más y las clases medias europeas y norteamericanas deberán acomodar sus hábitos de consumo a la nueva situación del mercado".

La "clase media", el motor de la Historia en occidente, parece declinar de manera acelerada en este mismo occidente que hasta hace sólo un momento despreciaba al resto del mundo... Marx y Fukuyama dan la impresión de haber errado en sus predicciones... Quizá nos lo tengamos merecido. Pero como buen escéptico (un optimista empedernido chamuscado por la experiencia) no pierdo la esperanza en un mundo mejor... HArendt





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Dubai (Emiratos Árabes Unidos)





"La nueva lucha de clases", por Lluís Bassets.

La buena globalización ha terminado. Quedan atrás los tiempos benéficos de desaparición de fronteras para el comercio, producto de grandes acuerdos multilaterales. Los más pesimistas trazan un cuadro tenebroso de regreso al proteccionismo y a los bloques comerciales. El fracaso de la Ronda de Doha de negociaciones para liberalizar el comercio mundial es una pésima señal en un momento de incertidumbre económica. Y cuando soplan malos vientos hasta los liberales más doctrinarios se convierten en partidarios de salvar los muebles de cada uno mediante el intervencionismo gubernamental. Sólo una sorpresa presidencial en Washington para el próximo año puede introducir un cambio de atmósfera que desatasque la Ronda de Doha. Y la sorpresa no es que sea Obama el presidente, sino que no salga proteccionista según una sólida tradición demócrata que ya desmintió Bill Clinton, acogido con prevención por los partidarios del libre comercio y luego en cambio entronizado como el presidente que más ha impulsado la globalización.

Cada vez se ve más claro que los dos mandatos de Bush han sido los años perdidos del siglo XXI. Naciones Unidas no se ha reformado. Su Consejo de Seguridad quedó herido de muerte después del debate sobre la guerra de Irak. La Unión Europea se halla exactamente en el mismo Tratado de Niza en que se encontraba cuando Bush se instaló en la Casa Blanca. Es evidente el fracaso de los esfuerzos por reducir las emisiones contaminantes a la atmósfera, tal como se proponía el protocolo de Kyoto, debido principalmente a su boicot por el país que más ha contaminado en la historia. Y ahora fracasa la Ronda de Doha, también iniciada en el año mismo inaugural de Bush. Si Clinton actuó de abono y oxígeno para el crecimiento mundial y la aparición de una amplia sociología de clases medias en Asia y América Latina, Bush es el presidente que ha roto sus reglas en nombre del unilateralismo norteamericano y de sus derechos como superpotencia. Ahora, las potencias emergentes que le pisan los talones, China e India sobre todo, quieren también seguir sus pasos en cuanto a unilateralismo, sobre todo en comercio y medio ambiente.

Era casi imposible que la última tanda de negociaciones emprendida en Ginebra la pasada semana consiguiera cambiar el sentido de la marcha del mundo. Todo el voluntarismo y optimismo a chorros de Pascal Lamy, el director general de la Organización Mundial de Comercio, no ha podido con el espíritu del tiempo, que es proteccionista y hostil al multilateralismo, fiel al pésimo ejemplo predicado y ejercitado desde la Casa Blanca. El escollo que ha hundido el barco han sido las cláusulas de salvaguarda para la agricultura de esos países emergentes, más que escamados por anteriores oleadas liberalizadoras, en las que el abatimiento de barreras dejó sin defensa a los agricultores más pobres frente a la invasión de productos agrarios de países ricos. Aunque China e India se han encastillado en la defensa de la agricultura, en realidad han querido desafiar a Estados Unidos, y en menor medida a la Unión Europea, en un gesto que corresponde a la nueva estructura geopolítica del mundo. La pugna que se ha manifestado en Doha indica el signo de los tiempos: es la misma que se expresará en las negociaciones sobre cambio climático, entre los países ascendentes que aspiran a contaminar más en los próximos años, para contar con márgenes de crecimiento y de ensanchamiento todavía mayor de sus nuevas clases medias, y los países ricos que ya se han comido su ración de atmósfera y gracias a ello gozan de su situación privilegiada.

Estamos ante una nueva lucha de clases, pero no es como la que describieron Marx y Engels entre proletarios y burgueses. Ahora es entre las clases medias de los países en fuerte desarrollo y las clases medias de los países ya desarrollados por el reparto del pastel global. Y quienes tienen las de perder son las clases más pobres, que no cuentan con Estados fuertes que les defiendan y se ven arrolladas por el ímpetu de los que suben (chinos e indios) y los miedos de los que bajan (europeos y norteamericanos). Es un momento crucial de transferencia de recursos de los ricos de toda la vida a los nuevos ricos productores de energía. Y también de capacidad adquisitiva de unas viejas clases medias a otras nuevas. Las de los países emergentes van a consumir más y las clases medias europeas y norteamericanas deberán acomodar sus hábitos de consumo a la nueva situación del mercado. Esta lucha de clases no lleva a ninguna revolución, pero puede producir tensiones e incluso enervar indirectamente alguna situación conflictiva. De ahí la importancia de una distensión en Oriente Próximo y sobre todo entre Irán y Occidente. Pero donde estos arbitrajes deben producirse es en la OMC y en el panel de Naciones Unidas sobre cambio climático. Si su resolución no es multilateral, no podemos albergar duda alguna de que estamos sembrando las semillas de grandes conflictos que crecerán ya bien entrado el siglo XXI. (Blog "Del alfiler al elefante", El País, 31/07/08)





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Distrito financiero de Shangai (China)



martes, 29 de julio de 2008

*A Monseñor le crecen los enanos...



A Monseñor, y me refiero al cardenal-arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, el señor Rouco, le crecen los enanos... Pero él, como si nada. Supongo que lo hace como sacrificio por los sufrimiento de Su Señor Jesucristo... Lo de este hombre, don Federico Jiménez Losantos, es de vergüenza. Pero más vergüenza da el comportamiento del señor Rouco y sus socios de la Conferencia Episcopal. En cualquier medio de comunicación que se precie, después de dos condenas seguidas por insultos e injurias, ese señor estaría en la calle, sin indemnización, y presentando demanda por despido improcedente ante el Juzgado de lo Social. En la COPE, cadena de emisoras de la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana-Franquicia Española, no. Tendría que ocurrir un terremoto para que el señor Rouco removiera la silla del señor Jiménez Losantos. Da que pensar... Pero en fin, cosas de curas. Con su pan se lo coman... Al final se van a ver todos en el infierno.

Más adelante puede leerse la noticia de la nueva condena tal y como la adelantaba El País de hace unas horas, el fallo de la Sentencia que condena al señor susodicho, y un artículo del novelista y escritor gallego, Manuel Rivas, del pasado día 17, también en El País. Y si son creyentes (yo soy ateo, gracias a Dios) rueguen por Monseñor Rouco. Se lo merece, el pobre, por los disgustos que le están dando el gobierno "rojo" de Zapatero, los teólogos españoles, los católicos de base, la asignatura de Educación para la Ciudadanía, la COPE y el señor condenado hace unas horas. HArendt




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Imagen del juicio contra el Sr. Jiménez Losantos (El País, 29/07/08)





"Losantos suma una nueva condena por insultos", (El País/Europa Press)

Deberá pagar 100.000 euros y leer en su programa de la Cope la sentencia.- Injurió al ex director de 'Abc', José Antonio Zarzalejos. El juzgado de primera instancia número 69 de Madrid ha declarado culpable al locutor de la cadena Cope Federico Jiménez Losantos por intromisión en el honor del ex director del diario Abc, José Antonio Zarzalejos. Losantos, que insultó en antena al periodista, deberá ahora pagar inserciones publicitarias en EL PAÍS, El Mundo y Abc para publicar la sentencia que le inculpa, así como leer la misma en el espacio radiofónico que dirige en la cadena de los obispos y pagar multa de 100.000 euros.

La fiscal María Gómez Galindo apoyó en el juicio que el locutor indemnizase al ex director del diario Abc con 600.000 euros por los daños morales que, a su juicio, pudo causarle durante los casi dos años en los que se dirigió a él con "afirmaciones injuriosas e innecesarias" de "evidente contenido insultante y vejatorio". Finalmente la sentencia recoge una indemnización de 100.000 euros.

El abogado de Zarzalejos enumeró durante la vista el pasado día 17 el catálogo de expresiones "injuriosas, hirientes y vejatorias" que Losantos pronunció entre 2006 y 2007 contra el entonces director de Abc: zote, zafio, sicario, zoquete, infausto, melón, hortera, calvorota, abyecto, falsario, necio, traidor, embustero, detritus y avieso, entre otros.

Losantos afirmó entonces que sólo dependiendo "del contexto, el tono y la circunstancia" esos calificativos podían ser considerados como insultos, y que el director de un programa de radio como La mañana no lee simplemente las noticias, sino que las comenta con sátira. "Sin las críticas y el humor de la sátira es impensable la libertad de expresión", señaló Losantos.

El pasado mes de junio el locutor estrella de la emisora de radio propiedad de la Conferencia Episcopal Española también fue condenado por injurias, en este caso contra el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón (PP). Losantos debe pagar al regidor madrileño 36.000 euros. En aquella ocasión el locutor anunció que apelaría el fallo ante la Audiencia Provincial de Madrid. Cabe esperar que haga lo mismo en el caso de Zarzalejos. (El País/Europa Press, 29/07/08)


El Fallo de la sentencia puede verse (en formato PDF.) en la siguiente dirección electrónica:
http://www.elpais.com/elpaismedia/ultimahora/media/200807/29/sociedad/20080729elpepusoc_1_Pes_PDF.pdf




"¡Hi ha!", por Manuel Rivas


Resulta que el programa estrella informativo de la emisora episcopal española era en realidad un espacio humorístico. Hablar de información en La mañana (de la Cope) es, pues, un eufemismo. Así lo ha dado a entender el conductor y "poeta satírico" Federico Jiménez Losantos en uno de los juicios en que ha comparecido acusado de pertinaz vejaminista. De manera críptica, en los círculos obispales el programa es conocido como La risa pascual. Al parecer, ha habido intensos debates entre los pastores de la Iglesia sobre la adecuación de las prédicas intimidantes de este nuevo "periodismo exorcista" a la moral cristiana. Algún prelado medievalista podría aportar como referentes de autoridad de don Federico la llamada festa stultorum (o "fiesta de los locos") y la "fiesta del asno" que culminaba con las autorizadas y muy celebradas "misas de burro". En el imprescindible La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento, Mijail Bajtin describe un oficio redactado por el austero clérigo Pierre Corbeil: "El sacerdote, a modo de bendición, rebuznaba tres veces, y los feligreses, en lugar de contestar con un amén, rebuznaban a su vez tres veces". El defensor de don Federico quiso enmarcar su estilo en los escarnios de Quevedo y Góngora, pero yo lo veo más en la línea tradicionalista de La fiesta del asno, donde se buscaba una complicidad colectiva, un coral y jocoso "¡hi ha!". Ahora sabemos que las campañas de crispación eran, en realidad, grandes parodias satíricas. ¿Qué se buscaba, por ejemplo, con el boicot al cava catalán? ¡Unas risas, nomás! ¿Y con la teoría de la conspiración del 11-M? Animar un poco el cotarro marciano, en una versión cutre de La guerra de los mundos. ¿Y las personas insultadas, desolladas vivas, por no prestarse al rebuzno? Hombre, aquí la gente es muy susceptible. No puedes usar indirectas como "detritus" o "sicario". España se rompe, monseñor, y además no sabe aguantar una broma. (El País, 17/07/08)


http://www.elpais.com/recorte/20061105elpepspor_2/XLCO/Ies/Manuel_Rivas.jpg

El escritor y novelista gallego Manuel Rivas