El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2025
lunes, 30 de junio de 2025
domingo, 29 de junio de 2025
NO EN MI NOMBRE. ESPECIAL DE HOY DOMINGO, 29 DE JUNIO DE 2025
La masacre que Israel está cometiendo en Gaza me lleva a preguntarme cómo ser judío después de ese horror, escribe en El País [No en mi nombre, 25/06/2025] el editor y ensayista judío Alejandro Katz. Nunca hasta hoy había hablado como judío, comienza diciendo Katz. Intenté hacerlo siempre como ciudadano, como un igual entre iguales, como alguien preocupado por lo que nos es común, tratando de respetar a la palabra, de reconocerla como el bien más preciado de nuestra humanidad compartida, lo que nos hace ser lo que somos al instituirnos como individuos que son en tanto son con los otros, en tanto reconocen y son reconocidos.
Fui educado como judío; no fui educado en el judaísmo, no en esa versión del judaísmo que implica las formas, sagradas o profanas, de pertenencia a la tribu, sino en el judaísmo que se confunde con aquello que, imprecisamente pero sin vacilar, entendemos como humanismo.
El 17 de marzo de 1992, oí desde la editorial el estruendo de la bomba que destruyó la Embajada de Israel en Argentina sin imaginar que era una bomba, y descubrí con azoro el modo en que el odio tocaba nuevamente a nuestra puerta, la de los judíos y la de los argentinos. El 18 de julio de 1994, el horror se hizo presente en el rostro de un amigo que trajo la noticia de la destrucción de la AMIA, la mutual de la comunidad judía, por un coche cargado de explosivos.
El 7 de octubre —no es necesario decir el año; “7 de octubre” es ya el nombre de una nueva marca de lo innombrable—; el 7 de octubre fue la desesperanza y la desesperación, la infinita tristeza por las víctimas y por el significado —los significados— de que fueran víctimas. Fue más de lo que puede decirse con palabras, porque las formas que tomó ese día la violencia sobre la vida y la violencia sobre la muerte, las formas de la humillación y del desprecio de lo humano, alcanzaron cimas que con dificultad pueden ser expresadas por el lenguaje.
Y el 8 de octubre fue, junto con la tristeza, la indignación ante aquellos, muchos, que uno imaginaba compañeros de viaje —del viaje del pensamiento en el mundo de las ideas, del viaje de los principios e ideales en el mundo de la política— que fueron capaces de caer en el adversativo: sí, fue horrible... ”pero”. “¿Pero?" De cuántas formas hemos dicho nosotros, en Argentina, en España, en el mundo, que no hay antecedente que justifique la crueldad, que nada explica la crueldad, que la crueldad no puede considerarse como algo causado por quien la sufre, haya hecho lo que haya hecho, que la crueldad es el Mal, que su origen está en quien lo causa, no en quien lo recibe.
Sí, el 8 de octubre fue, junto con el azoro, el encuentro, una vez más, con la propensión a justificar lo peor en nombre de otra cosa. Explicar no es justificar, me dirán, me dijeron. No es cierto, no siempre es cierto. Cuando la explicación convierte en agente del mal a su víctima la explicación se vuelve justificación, la peor, porque pretende ocultar su nombre bajo la retórica de las ideas.
Luego vino todo lo demás. Todo lo demás es la destrucción infinita, no ya de Gaza, no ya de los palestinos de Gaza, no ya de mujeres y niños de Gaza, no ya de médicos y enfermeros de Gaza, la destrucción infinita de la humanidad, de aquello que, una vez más imprecisamente pero como siempre sin vacilar, nos constituye —¿nos constituía?— como lo que somos.
El horror del 7 de octubre fue de tal magnitud, el rechazo de las explicaciones del 8 de octubre fue tan intenso, que resultó difícil reaccionar ante lo que comenzó a suceder, ante lo que sigue sucediendo, lo que no acaba de suceder, interminable, inconcebiblemente.
Pero difícil no es imposible: ya son hoy no cientos sino miles las voces, miles las voces judías alzadas contra aquello en torno de lo cual algunos quieren establecer una disputa léxica (¿es o no un genocidio, es o no limpieza étnica?) solo para esconder los hechos. Y los hechos son que Israel está cometiendo una masacre de las más abominables de nuestro tiempo, una masacre cuya dimensión tanto por el daño que produce como por la crueldad con la que lo produce, nunca —¡nunca! es terrible saberlo desde hoy—, podrá ser olvidada.
(Ya no es posible hacer el repertorio de quienes han hablado y de lo dicho: los hay en el mundo de las ideas y de la política, los hay progresistas y conservadores, en Israel y fuera de Israel. Son voces valientes, que enfrentan a quienes quieren callar las críticas por medio de la rastrera extorsión de la Tragedia).
Aun si el ataque israelí sobre Irán parece haber cambiado la agenda, la atención no debe apartarse de Gaza, por razones a la vez políticas y humanitarias. El Estado de Israel está cometiendo una masacre. Los crímenes ya no son la excepción sino la norma; quizá peor que los crímenes —¡”peor que los crímenes!“; hay que no ser una víctima para decirlo— sea la satisfacción que producen en muchos de quienes los cometen y en muchos de quienes los aprueban.
La formulación no fue casual: el Estado de Israel. No los ciudadanos israelíes, muchos de los cuales encarnan con dignidad la resistencia ante los abusos del Estado, no los judíos.
No es una exculpación, es la distinción que introduce preguntas: ¿hay algo en el judaísmo que explique lo que está haciendo el Estado de Israel? ¿O es acaso en la conversión de un pueblo en un Estado donde esa explicación se encuentra? También la pregunta más urgente: ¿cómo poner fin al horror, ya? Y la que se inaugura ahora: ¿cómo ser judío después de Gaza? Cómo ser aquello que nos gustaba ser: gente del libro, de las ideas, de las razones y de la comprensión, gente de los argumentos y del humor —los delegados de la Ironía en la tierra—, curiosos por estar siempre en territorios ajenos que despiertan asombro, deseosos de comprender al vecino en su diferencia y en su semejanza, queriendo ser iguales y orgullosos de ser diferentes. Ya que no es posible la paz perpetua, la amistosa convivencia en todo lugar y en todo momento, contarnos entre quienes prefieren ser perseguidos que perseguidores: al perseguido le queda la esperanza de la fuga y la ilusión del refugio; el perseguidor está privado de toda esperanza. (Advierto las objeciones posibles y me pregunto si alguien es capaz de sostener que hubiera sido mejor ser un nazi que una de sus víctimas: quien responda afirmativamente merece ser considerado tal).
Estaba bien filiarse sin jactancia en la genealogía de la admiración, aquella cuyos nombres son parte principal del proyecto civilizatorio del Occidente moderno. Nuestros amigos veían a través nuestro esa historia, esa tradición, esa vocación que, sin decirlo (aunque, reconozcámoslo, no sin cierta vanidad), queríamos encarnar y continuar.
Eso ya no es posible: los crímenes que comete hoy, ahora mismo, en el instante en que escribo esto, en que usted lo lee, los crímenes que está cometiendo Netanyahu en nombre de lo que llama el Estado judío, y que cobarde, abyectamente, defienden tantos invocando el judaísmo en lugar de la razón de Estado, esos crímenes serán, también, puestos en nuestra cuenta. No por ello vamos a justificarlos, no por ello vamos a ser parte de su comisión, no por ello vamos a dejar de denunciarlos como lo que son: crímenes abyectos y aberrantes.
Hacerlo no nos reconciliará con quienes nos hagan cargo del horror en Gaza, y sumará el desprecio de quienes se enorgullecen de ese horror. Pero decir en voz alta que esos crímenes no se cometen en mi nombre, en nuestro nombre, es el único modo de seguir siendo judío, un judío a la vez silencioso y orgulloso, un judío educado para decir: no, eso no, eso nunca.. Alejandro Katz es editor y ensayista.
sábado, 28 de junio de 2025
DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY SÁBADO, 28 DE JUNIO DE 2025
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 28 de junio de 2025. Al igual que, para Alfred N. Whitehead, la filosofía podía reducirse a una serie de notas al pie de página de Platón, valdría decir que la politología no es más que una sucesión de comentarios al Leviatán de Thomas Hobbes, afirma en la primera de las entradas del blog de hoy el politólogo José Andrés Fernández Leost. La segunda es un archivo del blog de junio de 2008 en la que se analizaba el papel y las estrategias de la mujer en su función social de profesionales en el mundo de hoy, tomando como excurso el reciente incidente en que se había visto envuelta la presidenta del Tribunal Constitucional, María Emilia Casas. El poema del día en la tercera se titula Con tan furioso amor, del poeta José M. Caballero Bonald, y comienza asi: Bendita seas, España,/porque no/me has dejado/quererte, bendita/seas también /porque te odio/con tan furioso/amor/como un hijo/a su madre. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt
DE LAS DIVERSAS LECTURAS DEL LEVIATÁN DE HOBBES
Al igual que, para Alfred N. Whitehead, la filosofía podía reducirse a una serie de notas al pie de página de Platón, valdría decir que la politología no es más que una sucesión de comentarios al Leviatán de Thomas Hobbes, afirma en Revista de Libros, 21/06/2025, el politólogo José Andrés Fernández Leost, reseñando los libros Leviathan, de Thomas Hobbes, (New York, Norton Critical Edition, 2020); Política y verdad en el Leviatán de Thomas Hobbes, de Fernando Vallespín, (Madrid, Tecnos, 2021); y Los nuevos Leviatanes, de John Gray (Madrid, Sexto Piso, 2024). No hay debate político que esta obra no anticipe con casi 400 años de antelación, ni lectura última que cierre su exégesis, por más que la edición de Noel Malcolm (Clarendon, 2012) se considere definitiva (ahí está, ocho años después, la de Norton al cuidado de David Johnston, acompañada de nuevas reinterpretaciones). De ahí que el Leviatán todavía sirva indistintamente para refrendar el absolutismo, justificar el regreso del Estado tras la pandemia, explicar la crudeza de las relaciones internacionales o —en su apostilla más sagaz— descubrir las raíces del liberalismo individualista. Y también, cómo no, para entender la polarización que aflige hoy al continente europeo tanto como al americano.
Como todo clásico, Hobbes siempre regresa, y lo hace ahora en un escenario neo-westfaliano (basado en el concepto de soberanía que él apuntaló), tras el medio siglo largo de «idealismo liberal», globalizado tras la caída del Muro, y finalmente roto con la Gran Recesión de 2008. Fue entonces cuando, en paralelo a la emergencia asiática (fruto justo de la globalización), las clases medias occidentales perdieron pie, repuntaron las desigualdades y, por ende, las divisiones. Todo empieza pues —y acaba— con la economía, aunque el eclipse de los enfoques economicistas (tan ligados al marxismo), o el impacto cultural de la digitalización, hayan desplazado el foco del análisis, reubicando el origen de las discordias en las luchas identitarias (género, valores, ecología y demás). Sea como fuere, la arena política se ha deslizado por la pendiente pasional al punto de que la instrumentalización de las emociones es un arma política, y la polarización ideológica —consustancial a toda sociedad pluralista— se ha convertido en una polarización afectiva de muy distinto signo, tribal y fanática. Como en un partido de fútbol. Aquí es donde Hobbes realmente retorna. Y no tanto (que también) por el elenco de deberes —aún no vinculantes, y calculados a conveniencia— que prescribe al soberano en aras de preservar la paz civil y el bienestar, incluyendo la proporcionalidad impositiva, cuanto por la exposición plenamente vigente de los fundamentos instintivos de la política.
Es usual —y bastante lógico— presentar la teoría del Estado de Hobbes como un dechado de racionalismo argumentativo, casi como un experimento de laboratorio. Su obra nos invita a imaginar, no a título histórico, sino científico, un estado de naturaleza previo a toda autoridad, habitado por individuos definidos únicamente por sus premisas antropológicas, esto es, psico-biológicas: la conservación de la vida y casi simultáneamente (pero solo casi), el desarrollo de una racionalidad diseñada para eso: para sobrevivir. La resultante es un mundo de rivalidades, desconfianza y ambiciones, enormemente hostil, en el que, como es sabido: «la vida de cada hombre es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta». Un mundo en guerra permanente, que en ocasiones se confunde con el escenario genuino de «lo político», pero que en Hobbes no supone sino la antesala del contrato social: ese momento fundacional en el que los individuos, todavía sin gobernantes, acuerdan erigir una instancia externa —un aparato estatal todopoderoso— a cambio de seguridad. Se trataba entonces de un razonamiento sin fisuras que liberó a los soberanos de ataduras religiosas y aún hoy perdura como la justificación más aséptica del poder. ¿Pero, no situaría esto al Leviatán extramuros de la polarización, por encima como quien dice de «la mêlée»? Ni sí ni no, sino todo lo contrario.
Sí, en primer lugar, porque toda referencia fundacional, o «constituyente», apela a una búsqueda de consensos en la que se perfilan las reglas de juego, el marco de los equilibrios institucionales. Y que desemboca, no en un punto de llegada, sino en el de partida para hacer política. Pero para ello se exige máxima unanimidad; las discrepancias ya vendrán después, una vez «constituido» el tablero. Salvo que, como decíamos, identifiquemos el «mundo hobbesiano» con el estado bélico (prefundacional o «de excepción»), avalándolo como el auténticamente político. Tal fue en efecto el planteamiento de Carl Schmitt, una suerte de ideólogo oficial de la polarización, para quien el conflicto constituye el atributo ineludible de la política, tanto desde el prisma marcial («la continuación de la guerra por otros medios», en palabras de Foucault) como religioso (diríamos hoy, cultural). Y es que, dispuesta en este plano, la política suple sin recato a los credos como el dominio transcendental que dota de sentido a la vida comunitaria. Nada menos; esto sí levanta pasiones, aunque resulta muy cuestionable que Hobbes apuntara en esa dirección.
Lo que Hobbes en cambio sí hizo —en segundo lugar— fue meterse en «la mêlée» de su particular batalla de las ideas, al cargar sus postulados (estrictamente científicos) de figuras retóricas, de tropos y metáforas de persuasión emotiva: de «narrativas» contra los negacionistas. Así lo ilustra de entrada el propio nombre de la obra, que evoca a un monstruo marino de resonancias bíblicas, o la propia imagen de la cubierta: un deliberado mensaje icónico llamado a proyectar la magnitud de un coloso imponente, a cargo del poder civil pero también eclesial —y he aquí el aspecto más incisivo de su batalla—, aun a título de Dios… mortal (nuestro mayor experto en el pensador inglés, Fernando Vallespín, lo analiza magistralmente en su libro: Política y verdad en el Leviatán de Thomas Hobbes: Tecnos, 2021).
Con todo —y por último—, la auténtica incursión afectiva de Hobbes emerge verdaderamente en los preliminares del Leviatán, cuando cifra en la emoción elemental de la condición humana la clave de bóveda de su tesis: el miedo. Miedo ante todo a la muerte y, por extensión, a los demás en el «estado de naturaleza»; miedo en el fondo a nuestra propia naturaleza, que explica —y legitima— la aparición del Estado. Pero miedo también que, en consecuencia, activa la racionalidad humana (una especie de «segunda naturaleza»), tal y como en la actualidad la neurociencia sugiere, y que de hecho nos evita una lectura «romantizada» (o polarizada) del Leviatán. Puesto que una cosa es reconocer la funcionalidad racional de las pasiones —así como su ascendencia decisional— y otra, muy distinta, es emplazar en los sentimientos el núcleo de nuestras entendederas, en detrimento de la razón. Como hacían los románticos, y luego los artistas de vanguardia, o como hacen hoy hinchadas y publicistas (no estos sin su dosis de cinismo).
Ciertamente, al pensar hoy en el Leviatán aún predomina su interpretación como obra despiadada, idónea para líderes carnívoros, propicia para distopías tecnológicas (el «ciberleviatán»), y perfecta para coartar derechos y libertades. Para estar conmigo o contra mí. No es preciso ser vegetariano para esgrimir otra conclusión: la que ve en esta obra una vindicación de la razón como el mejor método —precisamente— para soslayar los conflictos, e incluso para levantar un gobierno de las leyes, no arbitrario y poco fisgón. Aunque por supuesto no faltará quien considere esta valoración como algo a combatir arrebatadamente, con todas las de la ley, o más bien sin ninguna de ellas. José Andrés Fernández Leost es Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Responsable de Investigación y Publicaciones de la Fundación Atman para el diálogo entre culturas entre 2005 y 2007, es Investigador Asociado del Euro-Mediterranean University Institute (EMUI-UCM) desde el año 2008. Actualmente es Profesor Asociado de Teoría Política en la UCM y trabaja como Responsable de Análisis de la Fundación Carolina.
[ARCHIVO DEL BLOG] LA JUSTICIA ES CUESTIÓN DE SEXO. PUBLICADO EL 28/6/2008
DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, CON TAN FURIOSO AMOR, DEL POETA ESPAÑOL JOSÉ M. CABALLERO BONALD
CON TAN FURIOSO AMOR
Bendita seas, España,
porque no
me has dejado
quererte, bendita
seas también
porque te odio
con tan furioso
amor
como un hijo
a su madre,
porque te llevo
a cuestas
de mis años, igual
que el asesino
a su víctima.
(Y entonces
fui y me vine, alcé
los ojos secos
y te dejé, me vine
del otro lado
de tu vida, puse
por medio un chorro
de memoria
y tan filialmente
junto, que todas
las mañanas
me pregunto lo mismo:
¿qué hago yo aquí
sin que pueda
asediarte, quererte
a costa
de mi ira?).
LLévame
contigo, España,
dame
una piedra, un río,
un pedazo de pueblo,
un muro tinto
en lágrimas acércame
tu boca, dime
que no te olvidas
de mi odio, pónme
una cicatriz
en la mirada, déjame
repudiarte
con tanto amor
como te grito
ahora: bendita
seas porque no
me has dejado quererte.
JOSÉ M. CABALLERO BONALD (1926-2021)
poeta español
viernes, 27 de junio de 2025
DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY VIERNES, 27 DE JUNIO DE 2025
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 27 de junio de 2025. Con España anegada en información basura, dice en la primera de las entradas del blog de hoy la escritora Gabriela Bustelo, los ojos exhaustos agradecen este ensayo serio y documentado del veterano periodista británico Michael Reid sobre el estado actual de nuestro país. En la segunda, un archivo del blog de julio de 2020, la escritora Flavia Company afirmaba que la manera más efectiva de contravenir la bella perfección misteriosa pero incuestionable del orden universal consistía en ocupar lugares y momentos que no nos corresponden. El poema del día, en la tercera, es del poeta español Dámaso Alonso, se titula Nuestra heredad, y comienza con estos versos: Juan de la Cruz prurito de Dios siente,/furia estética a Góngora agiganta,/Lope chorrea vida y vida canta:/tres frenesís de nuestra sangre ardiente. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt