Tanto la izquierda como la derecha parecen conformarse con diagnósticos sesgados, comenta en El País [Tendremos que hacernos preguntas incómodas, 19/07/2025] la escritora Ana Iris Simón. Esta semana se han publicado en EL PAÍS dos piezas que resumían los incidentes de Torre Pacheco en una misma palabra: dolor, comienza diciendo Simón. Una la firmaba David Uclés, que dice que le duele España, esta España en la que se apaliza a un chaval de 16 años por tener un padre marroquí. La otra, Najat El Hachmi, porque ese adolescente bien podría ser su hijo.
Con Torre Pacheco aún lleno de miedo, de indeseables que se han desplazado hasta allí no para proteger a los ancianos ni a las mujeres sino para expandir su odio (¿Dónde están cuando desahucian a jubilados? ¿Montan patrullas en las fiestas patronales para evitar agresiones sexuales?), con las cámaras aún encendidas y ávidas de testimonios cuanto menos matizados mejor, quizá de lo único de lo que merezca la pena hablar sea del dolor. Del que debió sentir la familia de Domingo, al que tres magrebíes propinaron una brutal paliza, y del de la madre del chaval apalizado en venganza. Una venganza que, además, la mujer de Domingo rechaza. En una entrevista reciente pedía a quienes supuestamente habían llegado a su pueblo para defenderla que se largaran. “Hacen lo mismo que le hicieron a Domingo”, dijo, dándonos una lección de justicia.
Pero cuando se apaguen los micrófonos, cuando las cámaras se vayan y los ultras encuentren otro río revuelto en el que pescar, convendría hacerse preguntas. Algunas de ellas resultarán incómodas, tanto para la derecha como para la izquierda, porque ambas parecen conformarse con diagnósticos sesgados.
Tendremos que preguntarnos, por ejemplo, por qué incidentes como los de Torre Pacheco nunca ocurren en pueblos o barrios ricos, esos en los que empleadas del hogar latinas llevan a niños rubísimos al parque. ¿Es la clase obrera más racista, o es que convive con un tipo de inmigración —la lumpenizada— que, aun siendo minoritaria, tiene y genera problemas que no son menores? El analista saharaui Taleb Alisalem ponía sobre la mesa esta semana una hipótesis por algún motivo incómoda para la izquierda, que se lanzó a intentar acallar a un refugiado anticolonialista llamándolo facha: que la satrapía de Mohamed VI utiliza a sus marginados, al lumpemproletariado marroquí, como herramienta de presión.
Cuando todo esto pase tendremos que debatir con seriedad, porque hoy es Torre Pacheco, pero el mes pasado fue Sabadell, y quizá el que viene sea otro lugar. Tendremos que dejar de confundir causas con consecuencias, porque no son los discursos de ultraderecha los que provocan que unos indeseables apalicen a un anciano, sino los que se aprovechan de ello para criminalizar a todo un colectivo. Tendremos que hablar de segregación escolar y social. Y de racismo, por supuesto.
Pero, sobre todo, tendremos que ir a la raíz. Preguntarnos por qué cuando se van nuestros hijos y amigos a trabajar a Alemania nos lamentamos, pero nos pensamos justos y progresistas mientras defendemos robarle la juventud a otros países para que nos paguen las pensiones, todo ello mientras estamos en el podio de paro juvenil de la UE. Tendremos que dilucidar de qué va realmente todo esto. Plantearnos por qué la patronal de la construcción pide regularizaciones exprés. Preguntarnos por qué habla tanto Antonio Garamendi de necesitar inmigrantes, como si las personas fuesen divisas. Acordarnos del ejército industrial de reserva teorizado por Marx. Y admitir que, como dice la exdiputada de Die Linke Sahra Wagenknecht, “la utopía izquierdista del libre tránsito de personas es la distopía capitalista del libre tráfico de esclavos”. Ana Iris Simón es escritora.
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