martes, 19 de mayo de 2020

[A VUELAPLUMA] Intimidades





¿Qué haremos cuando todo esto acabe?, se pregunta en el A vuelapluma de hoy [¿Qué harás cuando se acabe? La Vanguardia, 10/5/2020] la escritora y académica de la RAE, Carme Riera. "La pregunta -comienza diciendo Riera- nos la hemos repetido todos durante estos larguísimos tiempos de confinamiento. Tan largos que los días no parecen tener veinticuatro horas, sino muchas más, igual que las semanas pobladas de domingos inútiles, casi a la deriva. Domingos neutros, apáticos sin comida familiar, sin encuentros con amigos, sin partidos de fútbol, sin cines ni teatros, sin conciertos.

Dicen que del confinamiento saldremos con muchas canas –menos mal que ya se puede pedir turno en las peluquerías bien abastecidas de tintes diversos–, aunque algunas de las incontables grisuras que nos han salido sean mentales y con ellas no hay tinte que valga.

Saldremos, y eso sí parece muy positivo, con las casas más limpias. Los botones, cosidos. Con mucho pan de cada día amasado por nuestras manos. Los cajones de cada cual en un orden perfecto y en los que hemos encontrado quién sabe qué cosas. Yo, el otro día, por ejemplo, encontré la primera felicitación navideña de mi hijo, con esa letra tan tiernamente descuidada que tienen los niños, al realizar sus primeros trazos. Encontré también, entre otras, unas cartas de Luis Racionero, de la época en que nos conocimos, escritas en un elegantísimo papel, con tinta violeta y retórica de Pascua Florida. Lo que dicen comprenderán que me lo guardo para ninguna ocasión, porque siempre me ha parecido que hay algo de obsceno en ventilar, y más a través de la ventana volandera de una hoja de periódico, la correspondencia privada.

¿Qué necesidad teníamos de saber que la condesa de Pardo Bazán deseaba con todas sus fuerzas, que eran muchas, a juzgar por sus kilos, “aplastar” a su “miquiño”, Pérez Galdós, con su “pesote”? No creo que a doña Emilia le hubiera gustado y me parece que menos aún a don Benito que el deseado aplastamiento amoroso anduviera de boca en boca, gracias a la edición de sus cartas. Por fortuna se publicaron cuando ambos habían muerto porque, de lo contrario, el revuelo hubiera sido morrocotudo. En una época, tan pacata e hipócrita, susceptible de escandalizar el suponer que en los íntimos usos amorosos de ambos dominaba ella. Seguramente hubiera sido la comidilla más risible de los malévolos amigos del gran Galdós como Clarín, Menéndez y Pelayo y más aún del pérfido, en tales materias, don Juan Valera. Advierto, de todos modos, y por si acaso, que las cartas de Racionero son de distinta índole.

En La Vanguardia escribió también Luis hasta poco antes de morir y eso agudiza aún más la necesidad de discreción. No sé si alguien, su hijo Alexis o sus amigos de este mismo periódico, está pensando en recoger sus artículos, siempre interesantes, cultos, con ese punto de heterodoxia cosmopolita y oportunas anécdotas que los hacían todavía más entretenidos. Una vez estuve en un tris de polemizar con él a propósito de uno de sus textos más misóginos, a mi entender, publicados en La Vanguardia , en el que trataba a las mujeres de aprovechadas y explotadoras de las inocentes criaturas que son los hombres. Una vieja idea que contradice la del tipo aquel que afirmaba que la mujer es persona de cabellos largos e ideas cortas, cosa que no se sostiene. Basta mirar a nuestros políticos, algunos de larga melena recogida en coleta, para observar que en cuestión de pelos y de ideas hay poca diferencia entre hombres y mujeres. Por lo que a pelos y a inteligencia se refiere estamos a punto de obtener la igualdad entre sexos.

Luis Racionero sostenía que el mandato biológico de abastecimiento y mejora de la especie nos había dotado a las mujeres de mayores habilidades inteligentes que a los hombres para utilizarlos. Algo que, en teoría, puede que sea cierto, pero en la práctica no lo es en absoluto. La práctica demuestra todo lo contrario. No, no llegué a replicarle por escrito porque quería verle antes, comer o tomar una copa en el Dry Martini, que tanto le gustaba, pero aplacé llamarle. ¡Teníamos todos tantas cosas que hacer antes del confinamiento! Y no llegué a tiempo. Luis murió sin que hubiéramos hablado desde meses atrás, sin contarnos cuanto nos hubiera gustado compartir. Éramos amigos desde hacía más de cuarenta años, desde que junto a María José Ragué, su mujer entonces, llegó de California, con flores en las camisas y convicciones solventes sobre el yin y el yang.

Saldremos con los cajones ordenados, los papeles organizados, releídas las viejas cartas, rotas en mil pedazos algunas, por si acaso, o quizá guardadas. Las cartas de antes, últimos testimonios de una época ya remota, a juzgar por la velocidad con que todo ha cambiado, desde que la informática se impuso y nosotros, los de entonces, que seguíamos siendo los mismos, nos convertimos definitivamente en otros. En más de los nuevos otros. La mayoría, que nunca pensó que una carta le podía cambiar la vida; nosotros, en cambio, la esperamos siempre.

Saldremos de esta, sí, claro, más pobres por las pérdidas de vidas y de empleos, pero con un deseo indomable: no demorar ni un segundo más el reencuentro con los amigos".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[ARCHIVO DEL BLOG] Misceláneas constitucionales. Publicada el 5 de diciembre de 2009





Reconozco que a mí los aniversarios me ponen sentimental. El hecho de que mañana se cumplan treinta y un años del referéndum de aprobación de la Constitución de 1978 ha motivado que estos últimos días los haya dedicado a releer los "Diarios de Sesiones" del Congreso de los Diputados y del Senado que recogen los debates habidos durante su tramitación. También he releído algunos de los artículos de "El Federalista" (Fondo de Cultura Económica, México, 1994), la magnífica defensa que del proyecto de la Constitución estadounidense hicieran en 1788 Hamilton, Madison y Jay. Y por último, ante el descrédito en que algunos quieren colocar al Tribunal Constitucional, he vuelto a releer la interesantísima polémica que en el año 1931 sostuvieron dos ilustres juristas: uno alemán, Carl Schmitt (1888-1985), autor de "La defensa de la Constitución" (Tecnos, Madrid, 1983); el otro austriaco, Hans Kelsen (1881-1973), autor de "¿Quién debe ser el defensor de la Constución?" (Tecnos, Madrid, 1995), sobre cuál es el órgano político al que debería corresponder la defensa, salvaguardia y protección de la Constitución.

Carl Schmitt, Jurista de Estado, escribió centrado en el conflicto social como objeto de estudio de la ciencia política, y más concretamente sobre la guerra. Su obra atraviesa los avatares políticos de su país y de Europa a lo largo del siglo XX. Militó en el Partido Nazi, aunque las S.S. le consideraba un advenedizo, y le apartaron del primer plano de la vida pública del régimen. Hans Kelsen fue un jurista, filósofo y político austríaco de origen judío, profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad de Viena desde 1917. Autor intelectual de la Constitución federal austriaca de 1920, es nombrado miembro vitalicio del Tribunal Constitucional, del que es removido años más tarde a causa de sus tendencias socialdemócratas. En 1930, obtuvo una cátedra en la Universidad de Colonia (Alemania), que abandona tras la ascensión del nazismo. En Suiza enseña en la Universidad de Ginebra y más tarde (1936) en la Universidad de Praga. En 1940 emigra a Estados Unidos donde enseña Ciencia Política en la Universidad de Harvard y más tarde en la de California-Berkeley, hasta su muerte.


La polémica que sostuvieron ambos es muy conocida. Básicamente se centraba en la respuesta que debería darse a la pregunta sobre "quién debe ser el defensor de la Constitución", que da título al opúsculo (apenas 80 páginas) con el que Kelsen responde y hace explícitas sus objeciones al anteriormente citado de Schmitt. Para éste último, el "guardian" de la Constitución no puede ser el Parlamento, del que desconfía por su falta de carácter y espíritu "nacional" a causa de la pluralidad de su conformación y por el origen partidista de su elección, ni tampoco un tribunal de justicia ordinario ni creado "ad hoc", puesto que ello supondría "politizar" la Justicia, sino que como establecía la Constitución de la República de Weimar, está función debería corresponder al Presidente del Reich (Imperio) alemán, elegido por sufragio universal de "todo el pueblo alemán". 

Para Kelsen, la solución no pasa por encargar la defensa de la Constitución, básicamente frente a las leyes emanadas del Parlamento o los actos y disposiciones del gobierno (los únicos que podrían conculcarla) al propio Jefe del Estado, que preside el gobierno, o al Parlamento encargado de hacer las leyes, sino precisamente, y por esa causa, a un órgano "neutral, colegiado e independiente", con la tarea específica de proteger la Constitución, es decir, a un Tribunal Constitucional. (Todos los entrecomillados son míos).

Que la Constitución española de 1978 necesita un "repaso" está claro. Hasta el propio Consejo de Estado lo vio así cuando en Febrero de 2006 emitió el famoso "Dictamen sobre Modificaciones de la Constitución Española" que le había solicitado el Gobierno, centrado en cuatro puntos: 1) la supresión de la preferencia del varón sobre la mujer en la sucesión al Trono; 2) la recepción en la Constitución del proceso de construcción de la Unión Europea; 3) la inclusión de la denominación de las Comunidades Autónomas en la Constitución; y 4) la reforma del Senado.

A mi juicio, ese tímido intento de reforma se ha quedado ya bastante corto. Ineludible es la reforma del Senado, para convertirlo en lo que la Constitución dice que es: la Cámara de representación territorial, y en la que deberían estar representados los gobiernos de las distintas comunidades y ciudades autónomas, con voto ponderado para cada una de ellas en función de su población, y con un renovado procedimiento de adopción de acuerdos que implique tanto una mayoría cualificada de la población representada como del número de éstas. Pero también una reforma en profundidad del titulo VIII de la Constitución, en clave federal, que determine claramente cuales son las competencias indelegables de carácter estatal, y dejé todas las demás a lo que decidan los respectivos Estatutos de Autonomía, así como los mecanismos de financiación, colaboración y cooperación de las Comunidades autónomas con el Estado. Y por último, como no, del propio Tribunal Constitucional, delimitando sus competencias a la estricta defensa de la Constitución frente a cualquier ley o acto de gobierno contraria a la misma, y con un renovado proceso de conformación que bien podría ser por designación real (a propuesta del Gobierno, lógicamente), con la aprobación cualificada del Senado, entre juristas de reconocido prestigio, y cuya designación sería vitalicia, o hasta su renuncia voluntaria o impedimento físico apreciado por el propio Tribunal y aceptado por el Senado.

No podría terminar este recorrido sentimental sobre el 31 aniversario de la Constitución de 1978 sin un emocionado recuerdo de quien fuera uno de sus ponentes, Jordi Solé Tura, recientemente fallecido. Descanse en paz. Y a ustedes, pues que quieren que les diga: ¿gritamos "¡Viva la Constitución!"? Por mi, vale. HArendt




El profesor Jordi Solé Tura



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es martes, 19 de mayo





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...






















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lunes, 18 de mayo de 2020

[NUESTRA EUROPA] Una oportunidad para recuperar Europa



Dibujo de Nicolás Aznarez para El País


"Una oportunidad para recuperar Europa, escriben en El País del 14 de mayo pasado los profesores Natalia Fabra, Massimo Motta y Martin Peitz, catedráticos de Economía, respectivamente, en la Universidad Carlos III de Madrid, la Universitat Pompeu Fabra de Barcelonay la Universidad de Mannheim, en Alemania, sería la de un plan de ayudas que permitiera contrarrestar la capacidad asimétrica de los Estados para apoyar a sus empresas en función de su situación fiscal y alinear la inversión con las prioridades estratégicas de la UE.

En pocos días, la Comisión Europea se pronunciará sobre el encargo del Consejo Europeo para constituir un Fondo de Recuperación. Sobre la mesa está la discusión acerca de su cuantía (posiblemente, 1,5 billones de euros), su financiación, el peso que tendrán los préstamos y las transferencias, y la metodología de asignación. En relación con esta última cuestión, proponemos que se cree, como uno de los pilares del Fondo de Recuperación, un programa europeo de ayudas para empresas y sectores productivos, diseñado por y bajo el control de la Comisión Europea. Sería una oportunidad para contrarrestar la capacidad asimétrica de los Estados miembros para financiar las ayudas de Estado, mitigando posibles distorsiones sobre el mercado único y propiciando —más allá de la recuperación— una verdadera reformulación de nuestro modelo productivo en cumplimiento de la Agenda Estratégica Europea.

La crisis está provocando cierres de empresas, un fuerte aumento del desempleo, y caídas sin precedentes en el PIB (en España, el desplome podría superar el 9% a final de año). Si bien las medidas adoptadas a nivel nacional mitigarán en parte los efectos inmediatos de la crisis, un programa de ayudas europeo mitigaría los efectos a largo plazo. No se trata necesariamente de recuperar las actividades perdidas, sino de sustituirlas por otras en sectores con mayor proyección. Atendiendo al principio de subsidiariedad, se trataría también de apoyar a sectores cuyos efectos traspasan las fronteras nacionales, bien por su elevado comercio intracomunitario (por ejemplo, turismo, sector aéreo o automoción), bien porque generan externalidades positivas para el conjunto de Europa (garantía de suministro para bienes esenciales, infraestructuras claves para el comercio transfronterizo, o actividades relacionadas con el medio ambiente, la salud o la digitalización).

Porque no todos los países están en igualdad de condiciones para hacer frente a la crisis. En ausencia de un programa europeo, el terreno de juego quedaría desequilibrado en favor de los países con mayor espacio fiscal. Si unos Estados pueden apoyar a ciertas empresas y otros no, las empresas que recibieran ayudas gozarían, artificialmente, de ventajas competitivas. Las que no las recibieran se verían forzadas a recortar inversiones y ventas, corriendo el riesgo de cierre. Los efectos perdurarían en el tiempo: una empresa en desventaja para competir hoy, también estaría peor preparada para hacerlo en el futuro. El miedo a una pérdida de competitividad de sus empresas podría llevar a los Gobiernos europeos a una escalada de las ayudas que desembocaría en un uso inadecuado de los fondos públicos. Las consecuencias a corto y largo plazo sobre el mercado único serían devastadoras ¿Qué sería del proyecto europeo si después de la crisis las empresas de unos países salen reforzadas y las de otros debilitadas, no porque las primeras sean más eficientes o produzcan bienes o servicios de mayor calidad, sino simplemente por la mayor capacidad de endeudamiento de sus países?

Un programa europeo de ayudas, con un volumen de fondos suficiente, podría mitigar el riesgo de distorsiones permanentes sobre la competencia en el mercado único y evitar una salida asimétrica de la crisis. A través de este programa, todas las empresas de un mismo sector tendrían derecho a percibir las ayudas, independientemente de su ubicación. Aunque será difícil paliar todas las distorsiones creadas por las ayudas de Estado ya comprometidas, el programa europeo permitiría reequilibrar la distribución de las ayudas, evitando tanto el exceso como la falta de apoyo percibido por algunas empresas.

Una gestión europea de los fondos permitiría además alinear el pago de las ayudas al cumplimiento de las prioridades estratégicas de la Unión. El uso de fondos debería tener en cuenta que los impactos adversos perdurarán más allá del corto plazo y que algunos sectores necesitarán ser reestructurados en cualquier caso. A modo de ejemplo, el rescate de las compañías aéreas debería estar sujeto a la aprobación de una fiscalidad medioambiental más ambiciosa, junto con una gestión del tráfico aéreo más sostenible. Cuanto más se eleve la financiación y gestión a nivel europeo, mayor será nuestro poder para reconducir la actividad económica hacia las señas de identidad europeas (progreso, sostenibilidad y reparto equitativo de los beneficios de la integración).

Será necesario establecer criterios y prioridades para asignar los fondos. Bajo el paraguas comunitario, se podrían lanzar programas sectoriales en áreas particularmente golpeadas por la crisis, o en áreas estratégicas. Las agendas verde y digital están ya trazadas, no hay que inventar nuevas políticas. Los recursos para su financiación podrían llegar a los países más afectados nada más superada la crisis sanitaria.

Piénsese en la acción en materia de clima y energía. Al tiempo que aparecían los primeros casos de la covid-19 en China, Europa hacía público su compromiso de alcanzar la neutralidad climática no más tarde de 2050. El Pacto Verde Europeo requerirá cuantiosas inversiones en renovables, eficiencia energética, electrificación, digitalización, reciclaje…, actividades que, más allá de sus beneficios medioambientales, aportarán beneficios económicos —creación de empleo y tejido empresarial— y beneficios sociales —mejor salud y calidad de vida—. Los efectos multiplicadores sobre la economía podrían ser incluso más pronunciados de lo que cabía esperar antes de la crisis.

Hay margen para mejorar el uso de los fondos si se apuesta por mecanismos genuinamente europeos. ¿Por qué no aprovechar esta ocasión para instaurar, por ejemplo, un verdadero programa europeo de subastas de renovables? Ello facilitaría que las inversiones en energía solar o eólica se ubicaran en zonas con más sol o más viento, y no allí donde los Gobiernos fueran más ambiciosos en este ámbito. Un mecanismo europeo atraería un mayor grado de competencia, lo que reduciría los costes del despliegue renovable y los precios de la energía para los consumidores europeos.

Apostar por el Pacto Verde a través de un programa de ayudas europeo permitiría demostrar que el dilema entre crecimiento y sostenibilidad —coartada para quienes quieren relajar la ambición medioambiental— es, simplemente, falso. La búsqueda de la sostenibilidad medioambiental reactivará nuestra economía y la redireccionará hacia mayores y mejores cotas de progreso.

Un programa europeo de ayudas, alimentado por el Fondo de Recuperación, permitiría también avanzar en la agenda digital, o cubrir las necesidades de garantía de suministro de bienes esenciales. Por ejemplo, ¿en cuánto se hubieran reducido los costes de los Estados miembros si, antes de la crisis, hubiera habido un programa europeo para asegurar la disponibilidad de mascarillas y material sanitario?

De la propuesta de la Comisión sobre el Fondo de Recuperación dependerá en buena medida el que salgamos de esta crisis más débiles y menos cohesionados, o por el contrario, el que avancemos hacia una mayor convergencia real de nuestras economías, con un mercado interior más competitivo, y un modelo productivo más preparado para hacer frente a los grandes retos a los que se enfrenta Europa".



La Victoria de Samotracia, Museo del Louvre, París


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domingo, 17 de mayo de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Exhortación a los médicos de la peste






La covid-19 ha avivado el interés por La peste, de Camus. El País Semanal publicaba el pasado 5 de mayo un texto anterior a la publicación de la novela, inédito en castellano, en el que el escritor daba recomendaciones a los médicos para enfrentarse a aquella pandemia (Les Cahiers de la Pléiade, 1947; Obras completas II, Gallimard, 2006 (Bibliothèque de la Pléiade) en traducción de Martín Schifino. Aunque La peste (1947) es un clásico de la literatura, la pandemia de este año 2020 ha colocado la célebre novela de Camus entre los títulos más buscados del momento. En Francia se vendieron 1.700 copias del libro en una semana de enero y en Italia se llegaron a triplicar las ventas habituales. La peste se publicó el pasado 3 de abril por primera vez también en ebook en castellano como parte de un proyecto de Penguin Random House Grupo Editorial, que publicará la obra completa del escritor. Los próximos títulos del proyecto serán la obra inédita Camus en combate y las reediciones de El extranjero y El mito de Sísifo (Literatura Random House), todas ellas en enero de 2021.

"Los buenos escritores, comienza diciendo Albert Camus, ignoran si la peste es contagiosa. Pero suponen que sí. Y por eso, señores, opinan que ustedes deberían mandar abrir las ventanas del cuarto en el que visiten a un enfermo. Solo hay que recordar que la peste bien puede encontrarse en las calles e infectarlos de todos modos, estén o no las ventanas abiertas.

Los mismos escritores también les aconsejan que utilicen una máscara con gafas y se coloquen un paño mojado en vinagre bajo la nariz. Lleven una bolsita con todos los extractos recomendados en los libros: melisa, mejorana, menta, salvia, romero, azahar, albahaca, tomillo, serpol, lavanda, hoja de laurel, corteza de limonero y peladura de membrillo. Sería deseable que vistieran por completo de hule. Aun así, pueden hacerse ajustes. Pero no hay ajustes posibles en las indicaciones sobre las que están de acuerdo los buenos y los malos escritores. La primera es no tomarle el pulso a un enfermo sin antes mojarse los dedos en vinagre. Adivinarán el motivo. Pero acaso lo mejor sería abstenerse de hacerlo. Pues si el paciente tiene peste, no se le quitará con esa ceremonia. Y si ha salido indemne, no los habrá llamado. En tiempos de epidemia, cada cual se cuida el hígado solo, para evitar confusiones.

La segunda indicación es nunca mirar al enfermo a la cara, a fin de no ponerse en la trayectoria de su aliento. Por eso mismo, si, aun dudando de la utilidad del procedimiento, han abierto la ventana, sería bueno que no se pusieran en la corriente de aire, que puede acarrear al mismo tiempo el estertor del apestado.

Tampoco visiten a los pacientes estando en ayunas. No lo resistirían. Sin embargo, no coman de más. Perderían el ánimo. Y si, a pesar de todas las precauciones, les cae en la boca una gota de veneno, pues para ello no hay remedio, a menos que no traguen saliva durante toda la visita. Esta es la indicación más difícil de seguir.

Una vez observado, mal que bien, todo lo anterior, no deben creerse a salvo. Pues existen otras medidas muy necesarias para la protección del cuerpo, aun cuando atañen más bien a la disposición del alma. “Ningún individuo”, dice un autor antiguo, “puede permitirse tocar nada contaminado en un país donde reine la peste”. Eso está bien dicho. Y no existe rincón que no debamos purificar en nosotros, incluso en lo más secreto de nuestro corazón, para poner de nuestra parte las pocas oportunidades que queden. Eso es especialmente cierto en el caso de los médicos como ustedes, que están más cerca, si cabe, de la enfermedad, y resultan por ello aún más sospechosos. Tienen que predicar con el ejemplo.

Para empezar, nunca deben tener miedo. Se sabe de gente que llevó a cabo muy bien su oficio de soldado con miedo a los cañones. Pero lo cierto es que las balas matan por igual a valientes y medrosos. El azar incide en la guerra, pero muy poco en la peste. El miedo infecta la sangre y calienta los humores: lo dicen todos los libros. Así pues, predispone a quedar bajo la influencia de la enfermedad; y para que el cuerpo venza la infección, el alma tiene que ser fuerte. Por cierto, no hay peor miedo que el miedo al final postrero, pues el dolor es temporal. De ahí que ustedes, los médicos de la peste, deban plantar cara a la idea de la muerte y reconciliarse con ella, antes de entrar en el reino que la peste les prepara. Si salen vencedores en esto, lo serán en todo, y los verán sonreír en medio del terror. En conclusión, les hará falta una filosofía.

También tendrán que ser discretos en todo, lo que no quiere decir en absoluto ser castos, otra forma de exceso. Cultiven una alegría razonable a fin de que la pena no altere la fluidez de la sangre y la prepare para la descomposición. En este sentido, no hay nada como usar el vino en buena cantidad, para aligerar un poco el aire de pesadumbre que les llegue de la ciudad apestada.

En términos generales, observen la mesura, primer enemigo de la peste y regla natural de la humanidad. Némesis no era, como les contaron en el colegio, la diosa de la venganza, sino de la mesura. Y asestaba sus terribles golpes a los hombres solo cuando estos se habían entregado al desorden y el desenfreno. La peste procede del exceso. Es en sí misma un exceso e ignora la contención. Ténganlo presente si quieren combatirla con clarividencia. No le den la razón a Tucídides, que habla de la peste en Atenas y dice que los médicos no eran de ninguna ayuda porque, en principio, abordaban el mal sin conocerlo. La epidemia adora los cuchitriles secretos. Acérquenle la luz de la inteligencia y la equidad. En la práctica, verán que es más fácil que no tragarse la saliva.

Por último, tienen que ser capaces de controlarse. Y, por ejemplo, hacer que se respeten las normas que hayan elegido, como el bloqueo y la cuarentena. Un historiador de Provenza cuenta que, en el pasado, cuando un confinado lograba escapar, mandaban que le rompieran la cabeza. No desearán eso. Pero tampoco pasarán por alto el interés general. No harán excepciones a las normas durante todo el tiempo que estas sean útiles, ni siquiera cuando el corazón los apremie. Se les pide que olviden un poco quiénes son, sin olvidar jamás lo que se deben a ustedes mismos. Esa es la regla de un honor tranquilo.

Armados con estos remedios y virtudes, solo les restará hacer frente al cansancio y conservar la imaginación viva. No deben nunca, pero nunca, acostumbrarse a ver a los hombres morir como moscas, según ocurre en nuestras calles hoy, y según ha venido ocurriendo siempre, desde que la peste recibió su nombre en Atenas. No dejarán de conmoverse al ver las gargantas negras de las que habla Tucídides, que supuran un sudor sangriento y de las que la tos ronca arranca a duras penas escupitajos aislados, pequeños, salados y de color azafrán. No se moverán con familiaridad entre los cadáveres de los que se apartan incluso las aves de rapiña para huir de la infección. Y seguirán rebelándose contra la terrible confusión en la que perecen en soledad quienes niegan sus cuidados a los demás, mientras que mueren amontonados quienes se sacrifican; en la que el goce ya no recibe su aprobación natural, ni el mérito su orden; en la que se baila al borde de las tumbas; en la que el enamorado rechaza a la amada para no contagiarle su mal; en la que no carga con el peso del delito el delincuente, sino el animal expiatorio que se elige en pleno desconcierto de una hora de espanto.

El alma sosegada es la más firme. Ustedes se mantendrán firmes ante esa extraña tiranía. No servirán a una religión tan vieja como los cultos más antiguos. Esa mató a Pericles, que no quería más gloria que la de no causar el luto de ningún ciudadano, y no ha cesado de diezmar a los hombres y exigir el sacrificio de los niños desde aquel ilustre asesinato hasta el día en que descendió sobre nuestra ciudad inocente. Aunque esa religión procediera del cielo, deberíamos afirmar que el cielo es injusto. Si llegan ustedes a ese punto, no verán en ello motivo alguno de orgullo. Al contrario, deberán pensar con frecuencia en la propia ignorancia, para estar seguros de observar la mesura, única señora de las epidemias.

Ni que decir tiene, nada de esto es fácil. A pesar de las máscaras y las bolsitas, el vinagre y el hule; a pesar de la placidez del coraje y los firmes esfuerzos, llegará el día en que no soportarán la ciudad llena de moribundos, el gentío dando vueltas en las calles recalentadas y polvorientas, los gritos, la angustia sin futuro. Llegará el día en que querrán gritar de asco ante el miedo y el dolor de todos. Ese día, no podré hablarles de ningún remedio salvo la compasión, que es pariente de la ignorancia".

El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.



El escritor Albert Camus



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