sábado, 13 de enero de 2018

[HUMOR EN CÁPSULAS] Para hoy sábado, 13 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción.

En la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

viernes, 12 de enero de 2018

[A VUELAPLUMA] Todo va bien menos la política





Todo va bien menos la política, dice el escritor y periodista Arcadi Espada en El Mundo en la carta que dirige habitualmente a su liberada y desconocida (para los lectores) amiga. Y la verdad es que se me atraganta tener que darle la razón, aunque la tiene...

Mi liberada: Convengo contigo y con tu ánimo ceniciento en que es una estupidez decir que las cosas van bien, comienza diciendo. Qué son las cosas, qué cosas, qué significa ir y qué significa bien. Cómo puede decirse que las cosas van bien si voy a morirme, y aún peor, si voy a ser, probablemente, uno de los últimos humanos en morirme. Pero esas cuatro palabras despiertan y cobran un sentido beligerante en cuanto tú dices la estupidez simétrica: "Las cosas van mal". Es entonces cuando adviene una briosa necesidad de deshacer el empate mediante el único procedimiento posible, que es la comparación con el pasado. ¿Cómo puedes decir entonces, imperial cacasena, que las cosas van mal? Los editores del próximo libro de Steven Pinker Enlightenment Now: The Case for Reason, Science, Humanism and Progress han cometido un grave error al publicarlo el próximo febrero. Este libro beligerantemente optimista debía haberse editado a finales del año cuando los resúmenes de los medios dibujan su apocalipsis ritual. En su ausencia me conformaré con darte noticia de un artículo que mi amigo Manu Mostaza me trae como presente navideño. Lo escribe, lo suma cabría decir, Max Roser, joven economista en Oxford y responsable de una web imprescindible: Our world in data. El artículo se titula La breve historia de las condiciones de vida y por qué es importante que la conozcamos. 

Hay cinco capítulos fundamentales. 1. Pobreza. Desde 1990 hasta hoy mismo los periódicos podrían haber publicado cada día este titular: "El número de personas extremadamente pobres disminuyó ayer en 130.000". 2. Educación. En 1960 había más analfabetos (58%) que alfabetizados (42%). En 2014 la relación se ha invertido en estos términos: 85%-15%. Y los del 15% son todos viejos. Una proyección para el año 2100 sugiere que no habrá nadie sin educación formal y que siete mil millones de mentes habrán recibido educación secundaria. 3. Salud. En el año 2000 aún moría un 8% de la población antes de cumplir los 5 años. En el 2015 la cifra había bajado a la mitad. Tiene aún más interés esa cifra moderna que la remota de la mortalidad de niños en 1800: un 43%. 4. Libertad. En el año 1950 el 31% de la población vivía en una democracia. Hoy vive el 56%. El carácter del crecimiento se aprecia mejor cuando se piensa que 4 de cada 5 súbditos viven en China. 5. Población. Durante el siglo XX la población se cuadruplicó. Los demógrafos del Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados, en Austria, calculan que hacia 2075 la población mundial dejará de crecer. 

Al lado de estos datos hay que añadir los de una encuesta de 2015 a 18 mil ciudadanos repartidos entre 9 países. No estaba España. La pregunta era simple: "¿Cree que el mundo mejora?". La mejor cifra la dio Suecia: un 10% de suecos creen que sí. La peor Francia: un 3% de franceses creen lo mismo. Algunos datos laterales de la encuesta son puramente asombrosos: dos tercios de ciudadanos norteamericanos creen que la pobreza extrema se ha duplicado. En un lugar destacado de su estudio Roser se pregunta por las razones de esta paradoja brutal. Su respuesta implica a los medios de comunicación en términos que son conocidos. Para los medios las noticias son solo las malas noticias y eso pervierte la percepción de la opinión pública. Es cierto. El problema, sin embargo, no es tanto esa fijación por las malas noticias -humanísima de todos modos: interesan más (¡por el momento!) los divorcios que las bodas de oro- como la relación que se da entre hechos y procesos. He visto decenas de veces en la televisión -¡haciéndola!- cómo una buena noticia estadística sobre la bajada del paro se compensaba de inmediato con una historia real, encarnada en un parado de larga duración o en un joven trabajador de contrato precario. Lo contrario es rarísimo. Es decir, que a las historias reales de las mujeres asesinadas en este cruel final de año se le añada la compensación estadística. Por ejemplo, la de que en 2017 se habrá producido la segunda cifra de crímenes de pareja más baja en una década en España. Esta relación unívoca entre hecho y proceso es lo que da tantas veces un carácter anticuado e insuficiente al periodismo. 

Roser no incluye a la política entre los responsables de la paradoja. Debería hacerlo. La política es la principal generadora de malas noticias -y de mal humor. Basta un ejemplo vulgar. Cuéntese en cualquier debate de la gran mayoría de parlamentos el voluminoso desequilibrio entre el relato de lo que va bien y de lo que va mal. Y véase luego, en las páginas de los periódicos, el mismo efecto. Como en el caso del periodismo, sin embargo, es razonable preguntarse si esa permanente, y tantas veces histérica, enfatización de lo que va mal no es, precisamente, una de las condiciones de la mejoría de las cosas. La política revela otro problema. Se insinúa en los capítulos sobre el estado del mundo que organiza Roser. Al fin y al cabo la libertad parece haber crecido menos que la salud o la educación. Y eso por no referirse a los graves y nuevos problemas en la libertad misma que ilustran Trump, el Brexit y el asalto revolucionario a la democracia española de los aciagos nacionalistas catalanes. Hay razones para sospechar que la política es hoy el principal problema. A su elefantiásica lentitud y su incapacidad para ordenar el paso rápido de los avances, sean la irrupción digital, el corta y pega genético o las evidencias del cambio climático, se añade la vulnerabilidad principal, que es la de sus relaciones con una opinión pública nueva y cuyos mecanismos de formación aún no se comprenden fácilmente. La tentación es escribir que todo va bien menos la política, pero es que la política lo es todo. El oxoniense Roser da razones sensatas para oponerse a la feroz contradicción entre la mejora objetiva de la vida y la percepción que tiene de ella la mayor parte de los hombres. Y advierte que las historias individuales que el periodismo adora no deben ocultar la historia de los millones de hombres que cuentan las estadísticas. Qué duda cabe. Pero más allá del periodismo y de la política nuestro estadístico no menciona la razón de origen del pesimismo colectivo. Y es que mientras las estadísticas permanecen inalterables, cifrando el bien colectivo, toda historia individual acaba mal. Por el momento. Sigue ciega tu camino A.


Dibujo de Antonio Sequeiros para El Mundo


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[PÍLDORAS LITERARIAS] Hoy, con "El suicida", de José María Peña Vázquez





La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? 

Continúo hoy la serie de píldoras literarias con el minirrelato del escritor extremeño José María Peña Vázquez titulado El suicida. Tiene trece palabras, y apareció publicado en Galería de hiperbreves (2001).
Les dejo con su relato. Dice así:


EL SUICIDA


A la altura del sexto piso 
se angustió: 
había dejado el gas abierto.






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[HUMOR EN CÁPSULAS] Para hoy viernes, 12 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción.

En la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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jueves, 11 de enero de 2018

[POESÍA, PINTURA, MÚSICA] Hoy, con Blas de Otero, Jean-André Rixens y Gioachino Antonio Rossini





Decía Walt Whitman que la poesía es el instrumento por medio del cual las voces largamente mudas de los excluidos dejan caer el velo y son alcanzados por la luz; Gabriel Celaya, que era un arma cargada de futuro; Harold Bloom,  que si la poesía no podía sanar la violencia organizada de la sociedad, al menos podía realizar la tarea de sanar al yo. 

Por su parte, George Steiner añadía que el canto y la música son simultáneamente, la más carnal y la más espiritual de las realidades porque aúnan alma y diafragma y pueden, desde sus primeras notas, sumir al oyente en la desolación o transportarlo hasta el éxtasis, ya que la voz que canta es capaz de destruir o de curar la psique con su cadencia.

Y Johann Wolfgang von Goethe afirmaba que un hombre debe oír un poco de música, leer una buena poesía, contemplar un cuadro hermoso y si es posible, decir algunas palabras sensatas, a fin de que los cuidados mundanos no puedan borrar el sentido de la belleza que Dios ha implantado en el alma humana.

Me parecen razones más que suficientes para retomar la publicación, con un formato diferente, de la serie de entradas del blog dedicadas al tema de España en la poesía española contemporánea que tan buena acogida de los lectores tuvo hace ya unos años. Grandes poetas contemporáneos españoles, poetas del exilio exterior e interior, pero españoles todos hasta la médula, que cantaron a su patria común, España, desde el corazón y la añoranza. Poemas a los que acompaño con algunas de las más bellas arias de la historia de la ópera y de algunos de los desnudos más hermosos de la pintura universal. Disfrútenlos.

Hoy traigo al blog al poeta Blas de Otero y su poema Proal (1971)al pintor Jean-André Rixens y su cuadro La muerte de Cleopatra (1879), y al músico Gioachino Antonio Rossini y su canción Bel raggio lushingier, de la ópera Semiramide (1823).


***



Blas de Otero (1916-1979) nace en Bilbao (Vizcaya). Estudia Derecho en la universidad de Zaragoza y Filosofía y Letras en la de Madrid. Sufrió frecuentes crisis depresivas desde su juventud derivadas de su situación familiar, que le llevaron sucesivamente por una etapa religiosa, otra existencialista y por último a la poesía social. Vivió en Cuba entre 1964 y 1967, donde se casó y divorció. Enfrentado siempre al franquismo sus libros tuvieron problemas con la censura. Demócrata convencido cantó a la reconciliación de los españoles toda su vida. Murió de una embolia pulmonar en Majadahonda (Madrid). Les dejo con su poema Proal.


PROAL 

Este es el tiempo de tender el paso 
y salir hacia el mar, hendiendo el aire. 
Hombres, levad los hombros 
sonoramente, bajo el sol que nace. 

Este es el mar, las armas son aquellas 
que, estrepitosamente, se deshacen. 
Hombres, izad, alzad 
hacia la paz los encendidos mástiles. 

España, espina de mi alma. Uña 
y carne de mi alma. Arráncame 
tu cáliz de las manos. 
Y amárralas a tu cintura, madre. 


***



Jean-André Rixens (1846-1925) fue un pintor y muralista francés, destacado por su papel en la decoración del Capitole de Toulouse (Salle des Illustres) y del Hôtel de Ville de París (Salon des Sciences). Rixens fue un pintor histórico y de retratos. Muchas de sus pinturas, como La muerte de Cleopatra, muestran la fascinación del artista por el orientalismo y su inclinación por lo mitológico. Para 1900, las pinturas de Rixens lo habían convertido en Caballero de la Legión de Honor y miembro de la Sociedad Nacional de Bellas Artes. 



La muerte de Cleopatra (1879). Museo de los Agustinos, Toulouse, Francia


***


Gioachino Antonio Rossini (1792-1868), fue un compositor italiano. Su popularidad le hizo asumir el «trono» de la ópera italiana en la estética del bel canto de principios del siglo XUX, género que realza la belleza de la línea melódica vocal sin descuidar los demás aspectos musicales. Les dejo con su bellísima Bel raggio lusinghier, de la ópera Semiramide.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[HUMOR EN CÁPSULAS] Para hoy jueves, 11 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción.

En la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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miércoles, 10 de enero de 2018

[A VUELAPLUMA] El público visto desde el estrado





Todos los que en algún momento de nuestras vidas hemos impartido clases o nos hemos tenido que dirigir en público y en solitario a un auditorio, creo que nos vemos reflejados en el delicioso artículo que el escritor y antiguo profesor Fernando Aramburu, escribe en El Mundo. Seguro que lo disfrutan.

Al escritor lo invitaron a hablar en público, comienza diciendo Aramburu. Es esta una actividad para la cual nunca fue aleccionado por un profesor de oratoria. Lo suyo es escribir, no hablar, si bien a fuerza de años y disertaciones ha ido reuniendo algunas tablas. Lo ayuda la circunstancia de haberse dedicado durante largo tiempo a la docencia. Cree que no se puede establecer una distinción tajante entre hacerle pasar un buen rato a un grupo de adultos o a una piña de colegiales, aunque ante estos últimos conviene no confiarse demasiado, ya que por lo común ignoran las técnica de disimular la impaciencia. Quitando este detalle, es cosa probada que mayores y pequeños disfrutan por igual de la amenidad y de la risa.

El escritor ha publicado, no siempre con éxito, cierta cantidad de libros. No olvida la tarde en que fue a presentar uno de dichos libros a una ciudad de provincias y acudieron cinco personas a escucharlo. El presentador no apareció. Fuera caía una lluvia estruendosa y tronaba como si los artilleros del cielo se hubieran conjurado para reventarle el acto. El escritor no descarta la posibilidad de que dos o tres de los asistentes, acaso todos, hubieran entrado en el recinto sin más propósito cultural que resguardarse de la tormenta.

Hoy la sala presenta un aspecto concurrido. El escritor lo comprueba con una mirada en apariencia distraída. A continuación agradece los aplausos que el generoso público ha tenido a bien dispensarle a modo de recibimiento. Los aplausos del final suponen un premio; los del principio, una advertencia endulzada de cordialidad: abrigamos expectativas, esfuércese.

Sobre la mesa, junto al micrófono, está la copa de vino tinto que el escritor había solicitado. El vino le aclara los pensamientos, le suelta la lengua; obra en él de costumbre un efecto euforizante que acaba con cualquier asomo de fatiga, de paso que pone freno a su inseguridad. Le carga, además, las pilas de buen humor. El escritor, cuando ve la copa de vino sobre la mesa, se hace a la idea que nada puede fallar.

En algún sitio, los organizadores del acto no entendieron la razón del vino y sirvieron al escritor una botella de litro, considerando tal vez que convenía satisfacer su dipsomanía para salvar la conferencia. No sería, desde luego, el primero que sube a un estrado con las pupilas dilatadas. ¿Cuántos, antes de hablar en público, se acogen al estímulo de los fármacos, el alcohol, los estupefacientes? Vaticino el derrumbe de muchas famas el día en que el gremio de los oradores haya de someterse a controles antidopaje.

El presentador lee ahora las dos páginas sazonadas de datos biográficos y elogios que ha traído escritas de casa. El escritor aprovecha estos prolegómenos corteses tanto para arrearle el primer lingotazo a la copa de vino como para cerciorarse de que entre el público no está su mujer. No hallarla le da tranquilidad, pues teme sus opiniones al término del acto. A ella le da igual el contenido de la intervención. Juzgará el nudo de la corbata, si los colores de las distintas prendas del atuendo armonizaban, si él se rascó seis veces la cabeza o se puso otras tantas la mano delante de la boca.

Observadas desde el estrado, las filas de cuerpos forman una unidad ilusoria. Es seguro que cada uno de los circunstantes se siente distinto y separado de los demás. La masa son los otros y uno es el que es. Esta convicción se le impone con más fuerza al escritor por su posición de aislamiento en el escenario. Como en sus viejos tiempos del colegio, habla mirando a este, a ese, al de más allá alternativamente, deteniendo los ojos tan sólo unos segundos en cada uno de los rostros elegidos al azar. A veces dirige la mirada hacia el fondo de la sala, hacia nadie, y en realidad, aunque hace como que mira a este señor y luego a esa señora, sólo presta atención al flujo de sus propias palabras. No hay diferencia entre hablar a los cinco de aquella lejana tarde de relámpagos y hablar ante 100, 200 o 500 almas.

La cosa cambia cuando alguna persona del público se singulariza en razón de su conducta, como ocurre ahora con una señora de la tercera fila. Se ha quedado traspuesta, aunque pudiera ser que esté escuchando la conferencia con los ojos cerrados a fin de aguzar la concentración y sacarles el mayor provecho posible a los razonamientos del conferenciante. No menos intriga al escritor esa persona que de pronto se levanta y abandona el recinto andando de puntillas como quien huye después de haber perpetrado una fechoría. ¿Se va decepcionada, ofendida, presa de cólera o, sintiéndolo en su corazón, debe acudir deprisa a una cita inaplazable? ¿Estará en desacuerdo con las ideas expuestas por el orador? ¿La aprieta de pronto un apuro físico? El escritor no ha podido nunca resolver el enigma.

Conserva de sus años de docente el instinto de captar si el público se está aburriendo o no. Hay señales inequívocas que así se lo indican. Si la gente empieza a removerse en los asientos y menea la cabeza, malo. Urge entonces cambiar de asunto o jugar la baza jocosa. El escritor escudriña fisonomías a la busca de una persona que lo escuche con gestos de asentimiento. Y, en efecto, una chica de la quinta fila corresponde de vez en cuando a sus palabras con cabezadas de asentimiento. Consecuentemente, el escritor detiene su mirada en ella y le habla como si no hubiera nadie más en la sala. Si los gestos fueran de reprobación, el escritor se apresuraría a mirar hacia otro lado.Llega, tras casi una hora de disertación, el turno de las preguntas. No es raro que sobre el mar de cabezas se extienda un espeso silencio. Al escritor le importa poco esta situación, que no le resulta embarazosa porque preludia el final inminente de la tarea. En ocasiones, pide la palabra un espontáneo, figura típica en estos lances culturales, que aprovecha el micrófono que se le ofrece y el público que lo rodea para soltar una alocución a menudo descabellada, sin la menor conexión con el tema de la conferencia. Aconsejado por la cautela, el escritor adopta una expresión de serenidad. Ya una vez, en un centro cultural, cometió la imprudencia de replicar con guasa a uno de estos asistentes desaforados y el tipo se lo tomó a mal. Ahora el escritor, discretamente ensimismado y, por supuesto, sordo, se limita a saborear el último trago de vino, mientras piensa si en la cena posterior al acto, con posible asistencia de algún concejal, pedirá carne o pescado, o si más bien debería contentarse con una ensalada. Es que cada vez que se embarca en un ciclo de pesentaciones vuelve a casa con algún que otro kilo de más y eso tampoco le gusta a su mujer.


Dibujo de Gabriel Sanz para El Mundo



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