viernes, 18 de marzo de 2016

[Reedición] Gran Canaria en la Historia. Dos fechas para el recuerdo



Placa de homenaje a la princesa grancanaria Abenohara
(Alcázar de Córdoba)



"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican diariamente y conservan su título, fecha y numeración original. Disfrútenla de nuevo si lo desean. 

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En diciembre de 1969 me faltaban apenas unas semanas para terminar mi servicio militar en el Batallón de Infantería del Ministerio del Ejército, hoy Cuartel General del Ejército de Tierra, un batallón integrado en el histórico Regimiento "Inmemorial del Rey, Núm. 1", el regimiento de infantería más antiguo del mundo,que tenía, y tiene, su sede en la madrileña plaza de Cibeles. Mi mujer y mi hija mayor, de trece meses, se habían quedado en nuestra casa de Las Palmas.

Con motivo de las fiestas de la Inmaculada, la patrona de la infantería española, el batallón convocó un concurso de relatos literarios entre sus miembros. El 8 de diciembre, día de la Inmaculada, me dieron un diploma en el que me declaraban ganador del tercer premio por un relato titulado: "29 de abril de 1483: Gran Canaria entra en la Historia". No guardo copia del relato, aunque sí el diploma. Y nunca, hasta mucho después de tal fecha, me había parado a reflexionar si la concesión del premio pudo estar influenciada por el hecho, aparte de la mucha o poca valía literaria del texto, de que el teniente-coronel jefe del batallón era un laureado militar grancanario llamado Antonio Alemán Ramírez, que llegaría más tarde a teniente general del ejército. Me gustaría suponer que no.
   
Sobre mi pasión filial por la isla de Gran Canaria, la tierra en la que vivo desde 1967, y la fecha del 29 de abril de 1483 de la que hoy se cumplen 532 años, en que culmina la conquista y pacificación de Gran Canaria por los Reyes Católicos y queda incorporada la isla a la corona de Castilla, ya he escrito en otras muchas ocasiones. No voy a extenderme nada más que lo justo y necesario para saldar algunas cuentas pendientes con algunos buenos amigos, y también, porque no, conmigo mismo. 

Por estas mismas fechas del pasado año estuve en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria, la más antigua y señera de las sociedades civiles canarias, fundada en febrero de 1776 a instancia del obispo Cervera y bajo la protección del rey Carlos III, que tiene su sede en el histórico barrio de Vegueta, a unos pocos metros del lugar exacto donde el 24 de junio de 1478 se fundó el Real de Las Palmas, la actual ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.

La razón de mi presencia no era otra que la de asistir al acto de presentación de la edición electrónica del libro "Crónicas de la conquista de Canarias", realizada por el historiador Carlos Álvarez con el patrocinio de la propia entidad. Lamentablemente el acto resultó un tanto deslucido por el escaso público asistente pues coincidía con la retransmisión de un partido de fútbol de la "Champions", pero así son las cosas de la cultura y tampoco merece la pena lamentarse. Lo disfrutamos los que estábamos allí y basta. 

¿Saben ustedes cuánto tiempo duró la conquista de Granada? ¿Y la del imperio azteca en México? ¿O la del inca en el Perú? Todas ellas se realizaron en un lapso de cincuenta años, entre 1482 y 1533. La guerra de Granada duró diez años, las de México y el Perú, dos años cada una. La conquista de la isla de Gran Canaria, el ensayo general con banda, música y vestuario de lo que sería la de América, les llevó a los reyes de Castilla, doña Isabel y don Fernando, cinco años de guerra sangrienta. ¡Cinco años para derrotar a una población indígena de apenas unas decenas de miles de personas que vivían en el neolítico en un territorio de 1500 kilómetros cuadrados! Los castellanos quedaron tan impresionados por el valor y nobleza de sus adversarios que dieron a la isla el apelativo de la "Gran Canaria" con el que pasaría a la historia. Una historia, la de su conquista, que se mueve entre dos fechas, la del 24 de junio de 1478 y la del 29 de abril de 1483. Hoy se cumplen 532 años de esta última. Y aunque casi todos los años por esas mismas fechas de abril y junio suelo escribir algo sobre dichas efemérides, y a ellas me remito, hoy voy a limitarme a transcribir lo que al respecto dice de aquellas jornadas el gran historiador canario Joseph de Viera y Clavijo (1731-1813), preclaro discìpulo de la Ilustración en las islas, en su magna obra "Noticias de la Historia de Canarias" (Cupsa, Madrid, 1978. Edición de Alejandro Cioranescu).


Dice Viera y Clavijo en la obra citada: "Restituidos nuestros conquistadores al Real de Las Palmas, -sobre la jornada del 29 de abril de 1483- dejando atalayas y espías que avisasen de cualquier movimiento, no apartaron el pensamiento de los preparativos para la campaña próxima. El deseo de concluir aquella grande obra de la entera reducción de Canaria devoraba sin cesar a Pedro de Vera, y no se pasó mucho tiempo sin que hiciese una revista e inspección general de todas sus fuerzas, tanto de Europa como de islas. Halló que tenía más de 1000 hombres de armas; proveyose de las municiones, víveres y forrajes precisos y salió el 8 de abril de 1483 en alcance del enemigo, con resoiución de morir con sus tropas, antes que volver al Real de Las Palmas, sin haber sometido todo el país. Nuestro general estaba ya muy práctico en ese género de guerra, por decirlo así, de sofistería o cavilación que se hace en terrenos quebrados y montuosos.

Habían avisado los espías que el grueso de la nación canaria, compuesto por más de 600 hombres de pelea y 1500 mujeres con sus hijos, estaba refugiado a la sazón en el fuerte de Ansite, entre Gárdal y Tirajana, bajo la obediencia y apoyo del guanarteme Bentejuí y del faycan de Telde. Así, Pedro de Vera, acompañado del Obispo don Juan de Frías (que pocos días antes había llegado de Lanzarote a ser testigo de esta empresa), marchó derecho a ellos y fijo su campo a las faldas de aquel monte escarpado.

Pero entre tanto, como don Fernando Guanarteme [Nota del autor del blog: Tenesor Semidán, guanarteme (rey) de Gáldar, aliado de los castellanos. Su esposa, la guayarmina (princesa) Abenohara, estaba retenida en el alcázar de Córdoba, junto a los Reyes Católicos, como rehén.] conocía las intenciones sanguinarias del general y se condolía de la suerte que amenazaba a sus paisanos, pidió licencia para pasar a hablarles y, habiéndose acercado a ellos, no hizo otra cosa que mostrarles un semblante abatido y ahilado de muerte, en que se echaba de ver la angustia y el dolor. Los canarios por su parte levantaron también hasta el cielo la vocinglería y los sollozos, a cuyo espectáculo, esforzándose don Fernando a romper el silencio, les dijo anegado en lágrimas: "Hijos de mi corazón: yo os suplico tengáis piedad de vosotros. ¿Qué pensaréis adelantar con la terquedad? ¿Es posible que todavía tenéis arrojo para ser enemigos de los españoles? ¿Sacaréis alguna ventaja de que la nación y el nombre canario se acabe? ¿Qué más tendréis con que os gobierne ese joven que habéis aclamado como guanarteme, que obedeciendo al rey más poderoso del mundo? Abrid los ojos. Vosotros seréis bien tratados, libres, dueños de vuestros ganados, aguas y tierras de labranza, protegidos contra las demás potencias del mundo, ennoblecidos, doctrinados en las artes y ciencias, civilizados y cristianos, que valer más que todo."

No pudiendo resistirse a este tierno razonamiento la muchedumbre atribulada, retumbó al punto por los valles circunvecinos la algazara con que los bárbaros pedían rendirse a Pedro de Vera, aquel hombre tan terrible para la nación. Todos arrojaron al aire sus magados, dardos y tabonas e, hincados de rodillas, llamaron a don Fernando Guanarteme para ponerse entre sus manos. Pero así que observaron Bentejuí y el faycán de Telde [Nota del autor del blog: Sumo sacerdote de Telde, el otro guanartemato (reino indígena) de la isla de Gran Canaria, que ocupaba el este y sur de la isla, mientras que el de Gáldar, dominaba el norte, centro y oeste de la misma] tan extraordinaria revolución, se abrazaron fuertemente el uno al otro y se precipitaron desde la eminencia de Ansite, repitiendo la regular exclamación: ¡Atis Tirma! [Nota del autor del blog:Tirma era el nombre que los indígenas daban a la montaña sagrada  de su isla, Gran Canaria]. Se asegura que Bentejuí estaba para desposarse un día de aquellos con la joven guayarmina [Nota del autor del blog: Margarita Semidán], hija de don Fernando (y heredera de los estados de Gáldar).

Luego que se fue serenando la conmoción, volvió este príncipe a nuestro campo, seguido de los suyos, y, trayendo del brazo a su hija Guayarmina y a su sobrina Masequera, las presentó al general dirigiéndole estas memorables palabras: "Unos isleños que nacieron independientes entregan su tierra a los señores Reyes Católicos y ponen sus personas y bienes bajo su poderosa protección, esperando vivir libres y protegidos." Pedro de Vera, el obispo, los oficiales, en fin, todo el ejército no creían lo mismo que miraban, pues es evidente que, a no haber sobrevenido en los ánimos aquella mutación prodigiosa, no se hallaban todavía los negocios en tan buen estado, y parecía preciso derramar mucha sangre antes de conseguir la última victoria.

En efecto, los canarios fueron recibidos con las más distinguidas demostraciones de placer; y, habiéndose abrazado recíprocamente ambas naciones, entonó el obispo el Te Deum, que prosiguió toda la tropa. Aconteció este suceso tan deseado como glorioso para nuestras armas, el 29 de abril de 1483, día de San Pedro de Verona por cuya circunstancia y la de llamarse Pedro el general se puso a toda la isla de la Gran Canaria bajo el patrocinio de aquel mártir.

Del campo de Ansite, tan feliz para Pedro de Vera, se volvió nuestro ejército, seguido de muchos canarios, al Real de Las Palmas, donde se ejecutó la entrada con todas las aclamaciones y las libertades de un triunfo. Y mientras los españoles se ocupaban en no sé qué vana admiración de sí mismos, subió Alonso Jáimez a la explanada del torreón y, tremolando el real estandarte que llevaba, dijo tres veces: "La Gran Canaria por los muy altos y poderosos Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, nuestros señores, rey y reina de Castilla y de Aragón." Al día siguiente se celebró en la iglesia de Santa Ana una fiesta  de acción de gracias, en que dijo la misa el reverendo obispo, concluyéndola con una exhortación que pareció muy elocuente a los cristianos, y de la cual sólo entendieron los nuevamente conquistados y convertidos que ellos eran el asunto".

Unas páginas antes, Viera y Clavijo  nos ha contado lo ocurrido casi cinco años atrás, en la jornada del 24 de junio de 1478, en la que las tropas castellanas al mando del capitán Juan Rejón, que habían desembarcado en el puerto natural de Las Isletas, en el extremo nordeste de la isla, llegan hasta la desembocadura del Guiniguada y establecen allí un fuerte al que dan el nombre del Real de Las Palmas. 

Este es su relato: "Libradas las referidas órdenes, se hicieron a la vela desde el Puerto de Santa María, a 28 de mayo de 1478, tres navíos bien pertrechados de municiones de guerra y boca, y surgieron en el de las Isletas de Canaria, a 24 de junio por la mañana. Aunque esta navegación fue de un mes, asegura Abreu Galindo que se hizo con próspero viento. Y habiendo desembarcado la tropa en aquel arenal, sin que hubiese quien la inquietase, fue la primera obra en la que se ocupó la de cortar algunos ramos de palma, con los cuales se formó una gran tienda, a cuya sombra erigieron un altar. Como era día de San Juan Bautista, celebró la misa el dean Bermúdez; y todos los soldados la oyeron devotamente, pidiendo a Dios con las armas en la mano les favoreciese en el exterminio de aquella pobre nación que iban a invadir. Después hizo marchar su gente el general Rejón hacia el territorio de Gando, con la mira de reedificar la torre que habían construido los Herrera y fortificarse en sus contornos; más habiendo llegado al barranco o rio de Guiniguada, donde está la ciudad de Las Palmas, se presentó repentinamente al ejército una mujer anciana, vestida al uso del país, la que en buen castellano dijo a los nuestros que adónde iban; que el territorio de Gando quedaba todavía lejos y el camino era fragoso; que hallándose con avisos del desembarco, el guanarteme de Telde andaba acaudillando sus súbditos, y que aquel sitio de Guiniguada era un lugar más fuerte, inmediato al mar, bien provisto de agua y de leña, cubierto de palmas, álamos, dragos e higuerales y el más propio para trazar un campo, desde donde se podría recorrer toda la isla.

Como estas advertencias eran tales, que el general español no debía haber esperado a que una mujer canaria se las hiciese, al instante la tomaron por guía y fijaron el campo en el paraje que ella les señalaba. Pero apenas habían hecho alto las tropas y empezaban a levantar sus tiendas, se desapareció la canaria incognita con admiración universal, Juan Rejón, que sin ser escrupuloso era devoto de Santa Ana, se persuadió o quiso persuadir a los otros que la madre de María Santísima, bajo la figura de aquella buena mujer, había descendido del cielo a dirigirle en el primer paso de su campaña; por tanto, dio orden para que se edificase allí una iglesia con la advocación de Santa Ana, cuyo patronato se ha conservado siempre.

La noticia de esta piadosa creencia (que también pudo ser estratagema política de Rejón para animar sus tropas) es de fray Juan Abreu Galindo; pero los demás escritores o la omiten o la reducen a circunstancias más regulares. Estos sólo dicen que habiendo sorprendido las espías españolas a cierto isleño anciano que pescaba en la ribera del mar, les dio aquel saludable consejo, sin añadir que el anciano se desapareciese ni que le tuviesen por ningún santo los cristianos que le cogieron.

Como quiera que fuese, no hay duda que se formó el campo español en las márgenes del Guniguada; a una legua corta del puerto; que lo fortificaron con una gran muralla de piedra y troncos de palma; que se construyó un torreón y un largo almacén para las provisiones; que se intituló, desde luego, el "Real de Las Palmas", a causa de la gran copia que había de ellas, todas frondosas y eminentes, y que se edificó la pequeña iglesia de Santa Ana, ermita ahora de San Antonio Abad". Hasta aquí el relato de Viera y Clavijo sobre las dos fechas más significativas de la historia de Gran Canaria.

Durante muchos años, siglos incluso, la fecha del 29 de abril fue la del día grande de la isla de Gran Canaria: su Fiesta Mayor. La del 24 de junio, día de San Juan Bautista, sigue siendo, por fortuna, la Fiesta Mayor de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, la capital de la isla. La otra, la que hoy rememoro, dejó de celebrarse cuando el nacionalismo identitario y excluyente alcanzó las cotas de poder suficiente como para hacer renegar a algunos políticos grancanarios incultos y obtusos, tanto de su origen como de su pasado y de su historia.

Por supuesto que esta, la historia de la conquista de Gran Canaria y del resto de las islas del arhipiélago no fue la edulcorada aventura que las crónicas nos han contado, al menos no en su versión para niños, si es que aun se sigue enseñando en las escuelas. Fue brutal como todas las conquistas de la época. Y como es lógico para las costumbres de la época, la guayarmina grancanaria, Abenohara, no estaba en Córdoba durante los hechos citados como invitada de los Reyes Católicos, sino como su rehén. Formalmente, la conquista de la isla culmina con un pacto regio entre el Guanarteme y la Corona castellana. Que luego la historia posterior fuera por otros derroteros en nada desmerece la trascendencia de la gesta.

La sociedad indígena que los europeos encontraron en las islas tampoco era la idílica estampa roussoniana del "buen salvaje" que las crónicas de la época transmitieron, sobre todo con el propósito de enaltecer a los conquistadores y dejar constancia del valor y nobleza de aquellos a los que habían sometido. Eran pueblos primitivos que vivían en el neolítico, mayoritariamente en cuevas excavadas en las laderas de las montañas y que desconocían la escritura y el arte de la navegación. Pero su heroica resistencia asombró a los escribanos de la conquista y así lo dejaron reflejado en sus crónicas.

Yo soy y me siento tan grancanario, como canario, español y europeo. Ni puedo ni quiero renegar de ninguno de mis múltilpes orígenes, porque soy heredero de todos ellos: de las harimagüadas, guerreros, pastores, guayarminas y guanartemes indígenas, tanto como de los soldados, caballeros, menestrales, agricultores, sacerdotes, religiosas, comerciantes y aventureros que llegaron a las islas de allende  los mares y que conformaron, todos ellos, el nuevo pueblo canario. No quiero ser políticamente correcto. Me importan un bledo los nacionalismos, y menos de un bledo los nacionalismos identitarios. Yo creo en un patriotismo constitucional basado en una sociedad de hombres libres que quieren vivir en común. Y eso es lo que quiero y anhelo para los pueblos canario, español y europeo.

Ahora más que nunca creo que somos un gran pueblo, canarios y españoles, que no nos merecemos la clase política gobernante que padecemos; que sí, de acuerdo, que están ahí porque les hemos votado nosotros, canarios y españoles, no neozelandeses ni marcianos, pero que también se mantiene en sus poltronas, pegados como con poxipol, gracia a un sistema electoral hecho a la medida de sus mediocres intereses de partido, cuando no meramente personales, en los que los generales de sus conciudadanos no cuentan para nada. Por mi parte no va a quedar el moverles la silla en lo que pueda y sepa hasta que se les despegue.

Feliz día a todos los grancanarios. A pesar del gobierno. A pesar del mundo. A pesar de todo. Yo, mientras viva, seguiré celebrando que tal día como hoy de hace no-se-cuantos-años la isla de Gran Canaria entró, por la puerta grande, en la Historia Universal.

Les invito a disfrutar de esta hermosísima versión del himno oficial de Gran Canaria, "Sombra del Nublo", cantada al alimón por Los Sabandeños y el universal tenor grancanario Alfredo Kraus en 1993. Espero que la disfruten. 

Ahora, sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt


"Lady Harimaguada", de Martín Chirino (Las Palmas de GC)



Entrada 2216
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)
Publicada originariamente con fecha 29 de abril de 2015

jueves, 17 de marzo de 2016

[Poesía y humor] Hoy, "¿Por fuerza quieres, Lice, ser hermosa?", de Lupercio Leonardo de Argensola



Lupercio Leonardo de Argensola



Es muy posible que a algún purista le parezca una blasfemia lo que pretendo hacer durante unas semanas: unir en la misma entrada algunos de los más bellos sonetos de amor y a mis viñetistas cotidianos preferidos. Bien, pues lo siento por los puristas, pero un servidor piensa que hay pocas cosas en la vida más serias que el amor y el humor, así pues, ¿por qué no juntarlos?  Todo ello sin mayores pretensiones, aun reconociendo que meter en el mismo envoltorio un soneto de amor y unas viñetas humorísticas, por muy preñadas que estén de crítica social y realidad cotidiana, puede no resultar una fórmula afortunada. En cualquier caso, espero que sean de su agrado. 

El soneto es una composición poética compuesta por catorce versos de arte mayor, endecasílabos en su forma clásica, que se organizan en cuatro estrofas: dos cuartetos y dos tercetos. En el primer cuarteto suele presentarse el tema de la composición, tema que el segundo cuarteto amplifica. El primer terceto reflexiona sobre la idea central expresada en los cuartetos. El terceto final, el más emotivo, remata con una reflexión grave o con un sentimiento profundo desatado por los versos anteriores. De Sicilia, el soneto pasó a la Italia central, donde fue también cultivado por los poetas del "dolce stil nuovo" (siglo XIII). A través de la influencia de Petrarca, el soneto se extiende al resto de literaturas europeas.

Continúo hoy la serie de sonetos de amor con el titulado ¿Por fuerza quieres, Lice, ser hermosa?, de Lupercio Leonardo de Argensola.


¿POR FUERZA QUIERES, LICE, SER HERMOSA?

¿Por fuerza quieres, Lice, ser hermosa?
O no tienes espejo o estás loca.
¿No consideras esa negra boca
a todo el mundo por su olor odiosa;

esa frente pintada y espaciosa
por falta de cabellos -que no es poca-
ni tu cuidado en componer la toca
sobre la calva estéril y engañosa?

Fortuna es ciega en cuanto distribuye,
ni mira a quién desnuda o a quién viste,
aunque contigo en dar tuvo descuento.

Edad larga te dio, que a muchos huye;
más negó lo demás, y así saliste
con mala cara y corto entendimiento.

Lupercio Leonardo de Argensola


Lupercio Leonardo de Argensola (1559-1613) fue un poeta, historiador y dramaturgo español. Destaca por su obra poética y por ser uno de los iniciadores del teatro clásico español, adscribiéndose a la escuela renacentista de fines del siglo XVI. Amante de los clásicos, como su hermano Bartolomé, admiró sobre todo a los poetas Horacio y Marcial. Su lírica se caracteriza por su raigambre clasicista y un carácter moralizante. Escribió sonetos, tercetos, canciones, epístolas y sátiras. Sus obras poéticas (cuyos manuscritos —según cuenta su hermano— quemó el propio Leonardo) fueron recogidas por su hijo y publicadas en 1634 junto con las de Bartolomé con el título de Rimas de Lupercio y del doctor Bartolomé Leonardo de ArgensolaCompuso también las tragedias Filis (que no se ha conservado), Alejandra e Isabela, que fueron elogiadas por Cervantes en el Quijote. Consideraba inmorales las comedias de la época. Para él la poesía debía ser vehículo de la Filosofía Moral. Como cronista escribió una Información de los sucesos de Aragón en 1590 y 1591, documento histórico basado en los disturbios ocurridos con motivo de haberse refugiado Antonio Pérez en Aragón.

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Las viñetas que acompañan la entrada de hoy son todas del dibujante canario Morgan y han sido publicadas recientemente en el diario Canarias7 de Las Palmas.


VIÑETAS DE MORGAN




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Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt



Entrada núm. 2646
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[Reedición] Sobre la violencia



"Guernica", de Pablo Picasso


"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican diariamente y conservan su título, fecha y numeración original. Disfrútenla de nuevo si lo desean.


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"Una muerte violenta es siempre una tragedia personal; mil muertes violentas constituyen un drama social y humano; cien mil muertes violentas son únicamente un dato estadístico". La frase anterior, seguramente apócrifa, se le atribuye a Stalin, y dentro de su cínica apariencia guarda una gran verdad: que sola la muerte de los que nos son o resultan próximos nos conmociona. No creo necesario argumentar más al respecto pues pruebas más que suficientes hemos tenido en estos últimos meses: no percibimos de igual manera los atentados islamistas de París o el avión estrellado en los Alpes que las atrocidades del mal llamado Estado Islámico en Oriente Medio, las de Boko Haram en el África Ecuatorial o los miles de inmigrantes ahogados en el Mediterráneo intentando llegar a Europa.  

Me cuesta recomenzar después de casi tres meses de silencio. Silencio motivado en gran parte al reconocer como algo personal que ese exceso de violencia constituye un eficaz antídoto contra el optimismo desbordado de aquellos que piensan, entre los que me cuento, que estamos y vivimos en el mejor de los mundos; quizá no en el mejor de los mundos deseables, pero sí en el mejor de los mundos posibles. Es todo un atrevimiento por mi parte reanudar el blog con un tema como el de la violencia, pero es una deuda que tengo conmigo mismo y deseo saldarla cuanto antes para recuperar el deseo de escribir, tan apagado en estos momentos.

Hay lecturas que apasionan y otras que impresionan. En mis 69 años de vida me ha dado para muchas lecturas. Entre las más recientes, y que me han provocado más profunda impresión, está la del psicólogo canadiense Steven Pinker titulada "Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones" (Paidós, Barcelona, 2014)La tesis central del libro de Pinker, expuesta a lo largo de más de mil páginas -los relatos sin estadísticas están ciegos, pero las estadísticas sin relatos, vacías, dice en él- es la de que, queramos reconocerlo o no, vivimos en el mejor de los mundos posibles si nos atenemos a lo que ha sido y constituido la historia de la violencia a lo largo del proceso civilizador de la humanidad.

Hay una frase en el libro de Pinker (pág. 130) que a mi juicio podría ayudar a entender, que no explicar, el estallido de violencia que estamos viviendo, y lo hace citando a un experto jurista, Donald Black. Este último, en un influyente artículo titulado "El crimen como control social", sostiene que casi todos los actos que denominamos como criminales, desde el punto de vista del perpetrador, tienen su origen en un exceso de moralidad y pretensión de justicia, al menos tal y como éstas son concebidas en las mentes de los autores de los crímenes. "Fiat iustitia et ruat caelum": Hágase justicia aunque se hunda el mundo, que dice el aforismo latino. Que eso la pueda justificar es, desde luego, cosa distinta. 

También el escritor y académico Luis Goytisolo, dedicó un importante artículo hace unas semanas  en El País a este mismo asunto de la violencia titulado "El auge de la crueldad"Casi podría decirse -comenta al comienzo del mismo- que la crueldad está ya en el principio. Es decir: como por encima de los orígenes de la humanidad, en ese tiempo anterior al que se refieren la mayor parte de las creencias religiosas: dioses que devoran a sus hijos, o que destruyen ciudades por la conducta lasciva de sus habitantes, o que castigan a toda la especie humana porque alguien se comió una manzana. De ahí que la imagen que tenemos de las antiguas civilizaciones esté indefectiblemente teñida asimismo de crueldad: sus guerras, sus conquistas, la propia vida cotidiana. Una imagen siempre vinculada, a modo de inevitable contrapartida, a la expansión y el esplendor de absolutamente todos los imperios.

Su brusca reaparición -continúa Goytisolo- tras varias décadas de buenismo que la daba poco menos que por extinguida, no supone de hecho una novedad ni a nivel individual ni colectivo, trátese de la ejecución de prisioneros, rehenes o como se quiera llamarles, o del típico crimen pasional fruto de los celos o el despecho. Lo que sí ha cambiado, lo único que ha cambiado, es su percepción por parte de la sociedad. Y es que desde los asesinatos cometidos por miembros del Califato o por las milicias enfrentadas del ámbito islámico hasta la reconstrucción del asesinato de una mujer a manos de alguien que por lo general tenía ya antecedentes, la televisión y demás pantallas grandes y pequeñas hoy nos informan de los hechos al momento. Esto es lo realmente nuevo: estés donde estés y al momento, dice nuestro autor.

A la vista de lo todo lo anterior, ¿cabe hablar de un progreso moral de la humanidad en lo que atañe a la violencia en la propia historia del proceso de civilización humano? ¿O, cómo se pregunta el filósofo Javier Gomá (pág. 58) en su libro "Ejemplaridad pública" (Taurus, Madrid, 2009), somos mejores nosotros que nuestros mayores? ¿Supone cada generación un avance moral respecto a la anterior? ¿Es la edad contemporánea más virtuosa que la moderna, y esta que la medieval o la antigua? ¿Progresa en suma la humanidad como tal? Gomá responde a lo largo de su libro diciendo que sí, que hemos progresado en cuanto a libertades y derechos individuales,  y que no, o quizá no tanto, en cuanto a progreso moral. Algunos otros, no muchos, entienden que sí, que hemos progresado en todos los órdenes. Yo entre ellos. 

Juan Antonio Rivera, catedrático de Filosofía, ha reseñado en un reciente artículo en Revista de Libros: "Una epopeya del progreso moral", el libro del profesor Pinker. Todos hemos oído o leído alguna vez -dice en él- que nuestros antepasados estaban sumidos en el atraso tecnológico y morían devastados por enfermedades que la medicina moderna es capaz de curar o prevenir con facilidad, pero que, a cambio de esto, estaban bendecidos por la paz social, nacían y morían en comunidades pequeñas y concordes, alejados de atracos, atentados terroristas, genocidios, guerras mundiales, amenazas nucleares y otras muchas formas de violencia que acosan a los integrantes de las sociedades modernas y «civilizadas»"

Por el contrario, el estudio de Pinker demuestra que en ese mundo antiguo no sólo la esperanza de vida era más corta y no había trenes de alta velocidad, ni Internet, ni aire acondicionado, ni donuts, sino que, para colmo de males, la probabilidad de perecer de muerte violenta era considerablemente más alta (entre cuatro y diez veces más alta) que en nuestros días, sobre todo en las sociedades sin Estado, esas supuestas anarquías felices.

No es sólo que hubiera más violencia en tiempos pasados, sino que la gente era más insensible al valor de la vida humana, con el detalle turbador de que todas estas muestras de crueldad no se llevaban a cabo en los sótanos policiales de Estados despóticos, sino a la vista del público, para regocijo y edificación de las masas, que a menudo participaban con entusiasmo en estos aquelarres de violencia. Y no sólo es que hubiera más violencia en tiempos pasados, sino que la gente era más insensible al valor de la vida humana.

¿Cómo puede hablarse de progreso moral si aproximadamente 179 millones de personas murieron en el siglo XX a manos de sus gobiernos, y 55 millones de ellos solo en la Segunda Guerra Mundial? ¿No confirma todo esto que el siglo XX ha sido el peor de todos en cuanto a exhibición de crueldad se refiere?

La respuesta de Pinker, dice el profesor Rivera, es que eso es cierto en términos absolutos, si nos limitamos a contar muertos, pero que ese es cálculo sesgado, pues estamos ignorando la población mundial en cada momento. La Segunda Guerra Mundial ha sido el suceso más destructivo de todos en términos absolutos, pero en ese período había dos mil quinientos millones de personas en el planeta, 4,5 veces más que hacia el año 1600. Esto significa que los desastres acaecidos en el siglo XVII, como la Guerra de los Treinta Años (siete millones de víctimas entre 1618 y 1648), hay que multiplicarlos por 4,5 para alcanzar una perspectiva correcta acerca del peso proporcional de cada una de las dos masacres. Matthew White es un experto que mantiene una activa base de datos sobre las peores cosas que nos hemos hecho los hombres unos a otros, recalibrando los datos sobre bajas humanas según el número de personas que habitaban la Tierra en el momento en que se produjo la masacre, y tomando como referencia la población mundial a mediados del siglo XX. Corregida de este modo (con el dato de la población mundial como telón de fondo), la lista de las veintiuna peores atrocidades está encabezada por una recóndita guerra civil habida durante la dinastía china Tang, en el siglo VIII, y que se estima causó unos treinta y seis millones de muertos, una sexta parte de cuantos pisaban el planeta por entonces. Después de tener en cuenta el porcentaje de víctimas de un conflicto en relación con la población global, la Segunda Guerra Mundial pasa del primero al noveno puesto en esta lista negra (que puede consultarse en la p. 270). Por lo tanto, la primera dificultad que tenemos para apreciar el declive de la violencia es nuestra propensión a considerarla en términos absolutos (número de muertos) y no en términos relativos o proporcionales (porcentaje de víctimas sobre la población mundial).

Fuerza es reconocer -continúa diciendo el profesor Rivera- que el progreso moral es quebradizo y no puede darse por sentado. Por ejemplo, según el análisis estadístico llevado a cabo por el físico Lewis Fry Richardson, las guerras empiezan y acaban por azar, sin responder a patrones causales. ¿Quién podía vaticinar, tras la pacífica segunda mitad del siglo XIX, que estallarían en el siglo XX dos conflagraciones a escala mundial entre las grandes potencias europeas, con decenas de millones de muertos a sus espaldas? La contingencia es importante en la historia de la violencia. Pinker llega a afirmar, con un punto de provocativa exageración, que la persona más decisiva en el decurso del siglo XX tal vez sea Gavrilo Princip, un nacionalista serbio de diecinueve años que asesinó al archiduque austro-húngaro Francisco Fernando mientras cursaba una visita de Estado a Bosnia, precipitando con ello la Primera Guerra Mundial, sin la cual habrían quedado reducidas a la irrelevancia figuras como Lenin o Hitler, sin las cuales a su vez serían incomprensibles las hecatombes acaecidas en las décadas inmediatamente posteriores: los exterminios en masa de los comunistas, la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto nazi.

No hay manera de descartar estadísticamente que matanzas de ese calibre, o peores, puedan repetirse, señala el profesor Rivera en su artículo. Es absurdo pretenderlo y Pinker se cuida en todo momento de posar de futurólogo. Al contrario, admite sin rebozo que el futuro es impredecible y que, por más visos de no violencia que él advierta en los últimos tiempos, todo esto puede truncarse y tal vez por un acontecimiento en apariencia nimio (como el asesinato perpetrado por Gavrilo Princip). Pequeñas causas pueden tener efectos desproporcionados. 

También entiende que sí hay un evidente progreso moral de la humanidad el profesor Andrés Ortega, que firma un reciente informe del Real Instituto Elcano sobre los Objetivos de Desarrollo de Milenio de Naciones Unidas, suscrito el año 2000, que predice que para el 2030 es muy posible que vivamos en un mundo sin hambre y sin pobreza extrema. 

Termino esta entrada con mi opinión personal, que con toda seguridad resulta irrelevante,  que es, también, la de que aunque no vivamos en el mejor de los mundos deseables es seguro que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Y que a pesar de ello debemos hacer que el de mañana sea mucho mejor que el del presente. Se lo debemos a nuestros hijos, a nuestros nietos, a nuestros descendientes, a los que han de seguir creando ese "Mundo" del que hablaba sin cesar Hannah Arendt como patria común de la Humanidad.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Steven Pinker




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)
Publicada originariamente con fecha 22 de abril de 2015

miércoles, 16 de marzo de 2016

[Cuentos para la edad adulta] "La perla", de Yukio Mishima




El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Durante los próximo meses voy a traer hasta el blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Phili p K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros. 

Continúo hoy la serie de Cuentos para la edad adulta con el titulado La perla, del escritor japonés Yukio Mishima, cuyo verdadero nombre era Kimitake Hiraoka (1925-1970). Intelectual, novelista y dramaturgo, es considerado uno de los más grandes escritores de la historia del Japón. Escribió 40 novelas, 18 obras de teatro, 20 libros de relatos, y, al menos, 20 libros de ensayos, así como un libreto. Una gran porción de su obra se compone de libros escritos rápidamente sólo por los beneficios monetarios, pero, incluso no teniendo en cuenta estos, seguimos ante una obra de grandes proporciones. La muerte de Mishima ha estado siempre rodeada de mucha especulación. Cuando se realizó el harakiri acababa de terminar el libro final de su tetralogía El mar de la fertilidad editado póstumamente, ya que el mismo día de su suicidio se la envió a su editor— que constituye una especie de testamento ideológico del autor, rebelándose contra una sociedad que consideraba sumida en la decadencia espiritual y moral. 

En La perla, Mishima caricaturiza a unas mujeres maduras que buscan ocultar su edad, en pugna por el prestigio, la credibilidad y la aceptación en el grupo. Los enredos se originan en el cumpleaños de la señora Sasaki, cuando pierde la perla de su anillo al partir la tarta de cumpleaños.


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Yukio Mishima


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Espero que lo hayan disfrutado. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt



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[Reedición] El síndrome de Telémaco




Escena de la Odisea, de Homero


"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican diariamente y conservan su título, fecha y numeración original. Disfrútenla de nuevo si lo desean.

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En su libro Ejemplaridad pública del que hablaba en una de mis entradas anteriores, el filósofo Javier Gomá escribe lo siguiente: "Está por ver, en efecto, que en una época en que se prescinde de la religión como factor de integración social y en que la crítica a las ideologías ha vaciado a estas definitivamente de eficacia movilizadora sustituyéndolas por el presente pluralismo y relativismo axiológico, está por ver, se repite, que en las actuales circunstancias el respeto al hombre en hombre y la educada repugnancia hacia lo indigno y lo incívico, sean suficientes para que los ciudadanos manteniendo sus expectativas dentro de los confines de lo humanamente realizable, aprendan a renunciar a la bestialidad y al barbarismo instintivo y a limitar las pulsiones destructivas y antisociales de una subjetividad consentida y acostumbrada a no reprimirse; y que sean suficientes también para que la polis, sin ayuda de las imágenes del mundo tradicionales, consiga mantenerse unida y estable soportando toda la diversidad multicultural y la complejidad económica y social que se agitan en su interior, y todo ello por propio convencimiento de los mismos ciudadanos, ingenuamente, sin permitir ninguna coerción exterior y sin reconocer a ninguna instancia superior la legitimidad de obligarnos a ello, sino por la pura comprensión de lo que es debido a la dignidad finita y convencional del hombre".

Sé que el lenguaje filosófico es a veces, pretendidamente o no, oscuro y hasta ininteligible, pero es lo que hay. Sin embargo, a la luz de las palabras reproducidas más arriba, parece claro para mí, lego en disquisiciones filosóficas, que lo que quiere decirnos Gomá es que las libertades conquistadas por el hombre en los últimos decenios después de luchas, avances y retrocesos de siglos son ya irreversibles. Y que esa idea de libertad, unida inextricablemente a la de igualdad, separada ya para siempre de cualquier connotación de superioridad aristocrática, académica o política, ha arrumbado al baúl de los recuerdos la idea y el prestigio de la autoridad como valor supremo de los gobernantes de la polis. Ya todos somos iguales, para bien o para mal. Pero no solo en la polis ha desaparecido toda pretendida supremacía moral en función de una supuesta autoridad. Tambíén en la vida ordinaria familiar, académica o social.

Esa parece ser la tesis que expone el escritor Jordi Soler en su artículo de El País de hace unos días titulado "Los hijos de Ulises". Dice en él que la "autoridad simbólica del padre ha perdido peso, se ha eclipsado, ha llegado irremisiblemente a su ocaso”. Lo llama "El complejo de Telémaco" y lo define como el fenómeno de la evaporación del padre, y en general, de toda autoridad. 

Una vez ida la autoridad paterna, añade más adelante, las demás autoridades comienzan también a evaporarse. Y detrás del padre van cayendo en el descrédito los gobernantes, los políticos, los sacerdotes, el rey, los soldados y los policías, y casi cualquiera de esas figuras públicas que en el siglo XX tenían una sólida e incuestionable autoridad, y que han visto como el respeto que su figura imponía se ha ido diluyendo.

Las causas de esta evaporación, sigue diciendo, son múltiples. No hay líder social, institucional o político, añade, al que no se le vean las costuras. La transparencia de este milenio hace muy evidentes las flaquezas, las debilidades, las ridiculeces y las corruptelas de esas figuras de autoridad que solían protegerse bajo la conveniente opacidad que ofrecía el siglo anterior. No hay autoridad que resista el despiadado escaneo que aplican las redes sociales, combinadas con la diabólica inmediatez de los medios de comunicación, porque ya el escaneo, al margen de las inmundicias que revele, sitúa a la persona en un nivel de exhibición desde el cual es muy difícil transmitir autoridad.

Ya no queda claro quién manda, dice al final de su artículo. En el siglo XXI, concluye, la autoridad se fragmenta, está en la oficina de una entidad financiera, en una empresa de Internet, en una institución dedicada a la seguridad y al espionaje, en un holding farmacéutico, nadie sabe bien dónde está la autoridad, y cada vez creemos menos en los que dicen que la tienen. Abusando de la imagen de Telémaco, que espera a su padre frente al mar, que mira hacia el horizonte con la esperanza de que aparezca una señal que lo oriente, se me ocurre pensar que en este milenio, que apenas empieza y ya huele a chamusquina, no solo los hijos son Telémaco, también los padres, y los que mandan y tienen todavía alguna autoridad; estamos todos frente al mar, mirando al horizonte en espera de una señal. ¿Es la abolición definitiva de todo prestigio de la autoridad la causa de la crisis de credibilidad que atenaza a las sociedad democráticas? Bien pudiera ser, al menos una de ellas, pero hay más. 

Mi profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología en la UNED, el historiador Santos Juliá, escribía en febrero pasado en Revista de Libros un extenso artículo, titulado "Sombras sobre las democracias", reseñando varios libros sobre tan grave asunto de reciente aparición en la esfera académica de autores tan prestigiosos como David Runciman, Francis Fukuyama o Peter Mair. Al final del mismo, y les remito a la lectura completa de su reseña en el enlace de más arriba, dice el profesor Santos Juliá: "En una conferencia sobre el futuro de la democracia que impartió en noviembre de 1983, en el Palacio de las Cortes de Madrid, invitado por Gregorio Peces-Barba, presidente del Congreso de los Diputados, Norberto Bobbio dijo que si le preguntaran «si la democracia tiene un porvenir y cual sea éste, en el supuesto caso de que lo tenga, les respondo tranquilamente que no lo sé». Han pasado muchos años, continúa diciendo, desde aquella conferencia, la tranquilidad con que se miraba entonces el futuro se ha esfumado y los acentos que predominan en el mundo académico suenan más bien sombríos, si no lúgubres: la democracia vaciada o en el vacío, la democracia en retirada, la democracia en declive, son algunas de las voces que han irrumpido en el debate político sobre el futuro de lo que hace veinticinco años se celebraba como democracia triunfante. La multiplicación de las democracias viene a ser, por tanto, como la otra cara del declive de la democracia: muchas son, pero su calidad palidece. El debate es rico en derivaciones y recovecos, en énfasis y matices, pero una cosa es clara: la democracia ha dejado de ser, como se tendía a dar por supuesto cuando agonizaba el siglo XX, el fin de la historia o la última de todas las utopías posibles, más que nada porque, al decir hoy en día «democracia», no se sabe muy bien de qué se trata, como no sea que previamente se aclare de qué democracia estamos hablando. Y ese será el tema de debate que nos seguirá ocupando en los próximos años hasta que… bueno, hasta que algún día lleguemos todos a Dinamarca para quedarnos en ella".

Para comprender la alusión al país nórdico con la que concluye su artículo es necesario que lean el mismo en su integridad. Y perdónenme la malicia por mi parte: si lo leen, es que he atizado su curiosidad y conseguido mi propósito. Me doy por satisfecho.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Pancarta reivindicativa 





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Publicada originariamente con fecha 27 de abril de 2015

martes, 15 de marzo de 2016

[Píldoras literarias] "Rosas", de Alejandra Basualto






La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? Ustedes deciden. 

Continúo hoy la serie Píldoras literarias con el relato titulado Rosas, de Alejandra Basualto (1944). Poeta y narradora chilena. Dirige la Editorial La Trastienda desde 1988.  Ha conducido talleres literarios de poesía y narrativa en la Universidad de Chile. Profesora en la Humboldt State University estadounidense (2000-2006). Traducida al inglés, francés, italiano y danés, y publicada en antologías en Chile, Estados Unidos, Canadá, México, España, Francia, Italia y Dinamarca.


Su relato, incluido en la obra La mujer de yeso (1988), tiene veintiocho palabras, y dice así:



***

ROSAS



Soñabas con rosas envueltas en papel de seda
para tus aniversarios de boda, 
pero él jamás te las dio. 
Ahora te las lleva todos los domingos al panteón.


***


Alejandra Basualto


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Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt



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[Reedición] A extramuros de la literatura





"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican diariamente y conservan su título, fecha y numeración original. Disfrútenla de nuevo si lo desean.

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No soy un lector exquisito. Por el contrario, tengo y reconozco gravísimas carencias lectoras de buena literatura. Por ejemplo, no puedo con los clásicos rusos... Y la novela realista de finales del XIX me pone de los nervios. Mi primer libro fue "La isla del tesoro", regalo de mis abuelos maternos. Y a los diez años me leía las novelas de Marcial Lafuente Estefanía como se fabrican churros: a una por hora y tres o cuatro al día... A las cuatro o cinco páginas ya era capaz de adivinar cual de los personajes era el bueno, quién el malo, la chica que iba a morir, la que se casaba con el bueno...

Con el tiempo, los años, la edad, más lecturas y más discriminadas, se me fue depurando el gusto literario, si es que eso no es una perogrullada, que no estoy muy seguro de que no lo sea... En términos generales soy más lector de ensayo que de ficción, pero no desdeño ni mucho menos las novelas, Y en esas estamos. 

Nunca fui un lector compulsivo, al estilo de "todo vale", aunque leía de treinta a cuarenta libros al año, académicos aparte. Ahora selecciono muchísimo mis lecturas, porque con el poco tiempo que me queda no quiero perderlo leyendo tonterías. Por ejemplo, no leo los Premios Planeta, sobre todo los de los últimos años. Me mosquean los "superventas", y desconfío de todo lo que se exhiba en los anaqueles de las "grandes superficies" rotulados del "Uno" al "Diez"...

Me encantó el artículo que hace unos años escribió en El País Antonio Muñoz Molina sobre buena y mala literatura, sobre escritores integrados y apocalípticos, citando los ejemplos de Carlos Ruiz Zafón, al que clasificaba entre los "integrados" y de Juan Goytisolo, al que encuadraba entre los "apocalípticos".

Y sobre escritores malditos, o maldecidos, recuerdo haber leído también un magnífico artículo del editor y crítico literario Constantino Bértolo titulado "El juego de la silla y la literatura de la transición", sobre el escritor José Antonio Gabriel y Galán y su "Diario, 1980-1993" (Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2007). Lo publicaba Revista de Libros en la primavera de 2008, y reproduzco algunos fragmentos del "Diario" citados por el comentarista: "La crítica me trató bien en general, pero no sabía dónde situarme, yo era fronterizo. No entraba en las listas generacionales, ni en las recopilaciones críticas". O esta otra, bastante triste: "A mi me emparejaron con Félix de Azúa: él representaba la belleza y yo el compromiso. Malentendidos semejantes fueron institucionalizándose. Se creó una atmósfera poco grata..." Y por último, este demoledor fragmento que rezuma ¿rencor, menosprecio?: "El mundo es un inmenso desierto por el que no cruza la sombra de ningún escritor español, si exceptuamos a Lorca, que se permite el lujo de ir en camello y descansar en los oasis. Sólo existe él, todo para él, nada para los demás, del marqués de Santillana a nuestros días. En nombre del marqués, de Quevedo y de Luis Cernuda, por ejemplo, grítese el resentimiento, reclámese la justicia".

De Carlos Ruiz Zafón sólo he leido "La sombra del viento". Y con ella me sobra para no volver a leerle. Tengo mucho más claro lo que no me gusta que lo que sí, y aunque nunca se puede saber a priori lo que te vas a encontrar, la veteranía es un grado, como se decía en la extinta mili... No es un juicio de valor, ni literario, ni estético, ni de ningún tipo: simplemente no me gustó. Y lo mismo me pasó con el otro gran superventas español: "La Catedral del Mar", de Ildefonso Falcones. Y aunque la esperanza es lo último que se pierde, prefiero no probar de nuevo con ninguno de los dos. De Juan Goytisolo he leido "Crónicas sarracinas""Makbara" y "Reivindicación del Conde don Julián". Desde luego, si tuviera que elegir entre ellos, me quedo con Goytisolo...

Junto al artículo de Muñoz Molina he rescatado de la hemeroteca una entrevista que Carles Geli le hizo a Carlos Ruiz Zafón en Revista de Libros, y dos artículos de Juan Goytisolo en El País, llenos de sarcasmo sobre los "superventas" y la la obra de escritores como Ruiz Zafón o Dan Brown, el autor de "El Código da Vinci" o la detestable (el juicio es mío) "Ángeles y demonios". 

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt










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Publicada originariamente con fecha 15 de mayo de 2015