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sábado, 22 de noviembre de 2014

Recordando a Kennedy. Un año más...



John F. Kennedy (1917-1963)



Cincuenta años no son nada a escala cósmica, a escala humana es otra cosa. Resulta bastante probable que una persona pueda celebrar el aniversario de un hecho que vivió, conoció y le afectó, para bien o para mal, cincuenta años antes. Que pueda conmemorar o recordar ese mismo hecho cien años después, resulta, por desgracia, bastante improbable.

Mi hija Ruth me va a reir de mí por traer por enésima vez esta historia al blog, historia que ella me recuerda con cierto sarcasmo que se sabe de memoria; como las del abuelo Cebolleta del TBO. Me da igual, es "mi historia" y quiero contarla de nuevo porque sé que no podré hacerlo cuando se celebre el centenario del acontecimiento que marcó mi juventud, aunque espero que mis nietos y bisnietos, y con suerte mis hijas, me recuerden con cariño ese 22 de noviembre de 2063 en que se conmemore el centenario de uno de los más trascentales acontecimiento de la segunda mitad del siglo XX.

Exactamente a las 18:30 de la tarde (hora de Canarias) de hoy, 22 de noviembre de 2014, se cumplen cincuenta y un años del asesinato, aun no esclarecido a juicio de la historia, aunque sí lo esté a efectos oficiales, del presidente de los Estados Unidos de América, John F. Kennedy, en la ciudad de Dallas (Texas).

Supongo que todos nostros nos hemos preguntado en alguna ocasión porqué hay acontecimientos y recuerdos que quedan fijados en la memoria como grabados a fuego y otros en cambio acaban difuminándose hasta perderse sin dejar rastro. ¿Cuáles son esos recuerdos preferentes?: ¿La primera experiencia sexual? ¿El descubrimiento de la muerte? ¿El nacimiento del primer hijo?… 

Para mí, uno de esos acontecimientos que perduran para siempre en la memoria ocurrió el 22 de noviembre de 1963. Era viernes, y en Madrid las siete y media de la tarde. Yo tenía en ese momento 17 años, 9 meses y 15 días y estaba volviendo a la casa de mis padres, en la calle Chile, en el distrito de Chamartín, donde vivíamos desde hacia ocho años.

Lo hacía andando para ahorrarme el billete de autobús, desde el Hospital Militar de Maudes en Cuatro Caminos, a unos seis kilómetros de casa, en el que estaba internada mi madre a la espera de una operación de vesícula. Javier Fernández, mi mejor amigo en aquel entonces, me había acompañado. Los dos estudiabámos IPS (instrucción premilitar superior) en el colegio “Infanta María Teresa” de la Guardia Civil, muy cerca de casa. Nuestra ilusión era entrar como alumnos en la academia general militar de Zaragoza. Ninguno de los dos intuíamos que apenas un mes más tarde y a causa de un conflicto bastante cómico con nuestro profesor de francés en el colegio, aprovechando las vacaciones de navidad, abandonaríamos los estudios militares y el colegio para siempre. 

Es todavía de día en Madrid. La casa de mis padres estaba en un segundo piso. Nada más entrar en el portal me encuentro a mi hermano Alberto, once años mayor que yo, que baja las escaleras saltando los escalones de dos en dos. Al verme, sin apenas detenerse, me espeta: "¡Han matado a Kennedy. Están poniéndolo por la tele!". La verdad es que no le hago mucho caso -él sabe que admiro a Kennedy; es mi héroe favorito- y le suelto un ”¡vete a la mierda, gilipollas!”, que me sale sin pensar. En casa solo está mi cuñada Mary, la mujer de mi hermano. No hay nadie más. Mi padre se ha quedado en el hospital acompañando a mi madre. La televisión está encendida y, efectivamente, están dando la noticia: El presidente Kennedy ha sido tiroteado en Dallas, Texas, hace una hora. Me quedo abobado mirando la pantalla. Tengo la impresión de que el mundo, al menos el mundo que yo conozco, se me ha caido encima de repente, pues nunca he vivido una situación como esta. Llamo por teléfono a mis padres al hospital y me pasan con mi madre: le cuento lo que ha pasado, lo que está diciendo la televisión. Se queda muda, y al instante, no se si me dice o me pregunta si “eso va a ser otra guerra mundial”. No se que responderle porque a mi edad no se tienen respuestas para una pregunta así.

Ellos han vivido en Sevilla la proclamación de la república. Estaban en Asturias en octubre de 1934, cuando la revolución obrera. Y en Barcelona, en julio de 1936. Los últimos meses de la guerra civil los ha pasado sola en Barcelona, con mi padre internado en un campo de concentración en Francia. La segunda guerra mundial la han pasado prácticamente en la isla de El Hierro, en Canarias, donde mi padre ha sido destinado -o desterrado, según se vea-, aunque según mi madre los cinco años allí vividos fueron para ella los más felices de su vida. Es lógico que esté aterrada. Me dice que no le cuente nada a mi padre, que ella se lo dirá ahora; y cuelga el teléfono entre sollozos. 

Mi hermano, mi cuñada y yo nos pasamos la noche pegados al televisor, como, suponemos, que gran parte de los españoles y del resto del mundo. Al día siguiente, sábado, mi amigo Javier y yo nos encontramos a la puerta del colegio. La calle Príncipe de Vergara (en aquella época del General Mola) está en absoluto silencio a las nueve de la mañana. La gente hace largas colas en los quioskos de prensa, esperando pacientemente para comprar un periódico. No llegamos a entrar en clase. Javier y yo hemos decidido que ese día tenemos cosas más importantes que hacer. Comentamos entre nosotros lo que ha pasado, las noticias que se van filtrando en las colas. Hay miedo en la gente de que hayan sido los rusos, o los cubanos, pues la crisis de los misiles hace pocos meses que ha tenido lugar. Compramos un periódico. Y decidimos ir andando hasta la Embajada de los Estados Unidos, en la calle Serrano, no muy lejos de nuestras casas.

Somos “viejos” conocidos de la Embajada pues ambos solemos ir a menudo a leer libros en la Biblioteca de la Casa Americana, una institución cultural dedicada a propagar la imagen y la ideología norteamericana en Europa. Nos sabemos los nombres de todos los estados de la Unión y sus capitales respectivas, y jugamos a menudo a irlos nombrando uno a uno, de memoria, siguiendo su ubicación en el mapa. 

La Embajada está fuertemente custodiada en el exterior por la policía española. Entramos en ella mostrando nuestra tarjetas de socios de la Casa Americana y llegamos hasta el acristalado vestíbulo de su entrada principal. La bandera ondea a media asta sobre el techo de la Embajada. Nada más entrar en el vestíbulo, a la izquierda del mismo, han montado junto a una bandera de los Estados Unidos una pequeña mesa cubierta con un paño de terciopelo negro donde hay una bandeja de plata en la que vemos muchas tarjetas de visita. También hay un libro, grande, forrado de cuero azul marino donde vemos que la gente, después de hacer una pequeña cola, deja su testimonio de pésame escrito en el mismo. 

Delante de nosotros hay dos muchachas más o menos de nuestra edad, quizá uno o dos años mayores que nosotros, norteamericanas sin duda, que lloran desconsoladamente. Una es rubia, y la otra pelirroja. La rubia va vestida con falda gris claro y un jersey rojo sin mangas, sobre una blusa blanca. La pelirroja lleva unos ajustados pantalones azules y un jersey blanco. Junto a la mesita un infante de marina norteamericano, con uniforme de gala, hace la guardia en posición de descanso. Con su brazo derecho sujeta el fusil que se apoya en el suelo; el brazo izquierdo está doblado a la altura de su cintura, en la espalda. El soldado, sin mover un músculo de su rostro, está llorando mansamente... Mi amigo y yo nos quedamos impresionados por la escena, y al menos a mi se me forma un nudo en la garganta. Escribimos en el libro un escueto “Nuestro más sentido pésame” y ponemos nuestras firmas. 

Salimos inmediatamente detrás de las dos muchachas al patio exterior de la Embajada donde está el aparcamiento y vemos que las dos se han parado ante un Wolkswaguen (un escarabajo) amarillo. Lanzados, les preguntamos que si viven en Chamartin. Nos contestan, más serenas ya que no pero que si queremos nos alcanzan hasta allí. Les decimos que sí y subimos los cuatro al coche. Ellas delante y nosotros detrás. Hablan bastante bien español. Nos comentan que son estudiantes y que están pasando un año académico en España para aprender español. El trayecto es corto hasta Chamartin: por el Paseo de la Castellana hacia el norte hasta llegar a la calle de Alberto Alcocer y de allí, girando a la derecha, hasta la plaza de la República Dominicana, donde nos dejan. Intentamos quedar con ellas, pero nos dicen amablemente que no. Nuestro intento de ligue ha quedado abortado, pero lo hemos intentado: las hormonas son las hormonas...

Volvemos a nuestras casas después de pasar el resto de la mañana vagabundeando por las calles del barrio. Todo está paralizado, pero hay una gran serenidad en las gentes. Los días siguientes los paso pegado a la televisión y leyendo ávidamente los periódicos. Por televisión veo la emotiva escena a bordo del avión presidencial en que el vicepresidente Johnson, camino de Washington con el cadáver de Kennedy en la bodega del aparato, jura junto a la viuda de éste su cargo como nuevo presidente de los Estados Unidos. Más tarde, cuando ya todo el mundo sabe que han detenido al presunto asesino, Lee Harvey Oswald, estoy viendo en directo por televisión como van a trasladarlo desde el lugar donde está retenido hasta el juzgado. Un único pensamiento cruza mi mente en ese momento: ¡Ójala lo maten! Y ante mis ojos un señor con sombrero tejano, Jack Ruby, sale de entre el público con una pistola en la mano disparando a bocajarro sobre él… Esa premonición, cumplida inmediatamente de formulada, me ha acompañado siempre como una maldición de la que creo nunca podré desprendeme. Al igual que me acompañará para siempre la imágen vista de nuevo por televisión días más tarde del solitario corcel negro, ensillado, que acompaña los restos mortales de Kennedy por las calles de Washington; y el saludo militar de John-John, su hijo pequeño, acompañado de su hermana y de su madre, al pasar ante ellos el cortejo fúnebre… Ahí están, vívidos como si fueran hoy, todos esos recuerdos. Y supongo que ahí seguirán mientras yo pueda seguir diciendo que tal día como hoy de hace nosecuantos años…

El pasado año (el del cincuentenario) no me pareció que hubiera una excesiva proliferación informativa alrededor del mismo. En el diario El País aparecieron varios reportajes recordándolo, entre ellos los titulados: "Los que vieron morir a Kennedy", o "250 000 voces para llorar a Kennedy". Yo, por mi parte, y para no dejar en mal lugar a mi hija Ruth, traje de nuevo hasta el blog los enlaces a las entradas y vídeos que publiqué en 2012: "John F.Kennedy, asesinado en Dallas (22/11/63)", y  "Erykah Badu canta "Windows seat" (Dallas, 2010)"; las que dediqué al acontecimiento en 2011: "Tal día como hoy de hace no sé cuantos años...", y "Funeral y entierro del presidente Kennedy"; y la que escribí en 2009 bajo el epígrafe "22-N: Una fecha para el recuerdo". Me repito, lo sé; no se enfaden conmigo, pero este es mi blog y mi recuerdo. Perdónenme por este ejercicio de nostalgia. 

En este otro enlace pueden ustedes acceder a un recopilatorio bastante completo de todos los reportajes y noticias que El País ha venido publicando sobre el asesinato de Kennedy desde 1976 hasta ahora mismo. El pasado año fui añadiendo a la entrada todo aquello que se iba publicando sobre el cincuentenario que me pareció de interés, por ejemplo: "El Camelot de Kennedy sin conspiraciones"; o este otro: "Abraham Zapuder, piedra fundamental del periodismo ciudadano", sobre el hombre que grabó las únicas imágenes del atentado; o el titulado "Quién mató a Kennedy"; este otro de "Dallas, cincuenta años después"; el de "La América de John F. Kennedy"; y el de "Jackie Kennedy y la invención de Camelot". No insisto, pero quedan citados para este misma hora el  22 de noviembre de 2015.


Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Entierro del presidente Kennedy (Washington, nov. 1963)




Entrada núm. 2196
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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

martes, 16 de septiembre de 2014

¿Por qué dormía Europa?...






A comienzos del verano de 1940, cuando hacía justamente nueve meses que había estallado la guerra en Europa, un joven y brillante estudiante de la Universidad de Harvard (Cambridge, Massachusetts) leía su tesis de graduación en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Se titulaba "Appeasement in Munich", y analizaba en ella las razones que llevaron al gobierno británico a una suicida política de contemporización y apaciguamiento a toda costa con el cada vez más creciente belicismo de Hitler, y a firmar con él los vergonzantes acuerdos de Munich que darían rienda suelta al expansionismo nazi. Obtiene la calificación de "Sobresaliente Cum Laude", y un mes después se publica como libro con el título de "¿Por qué dormía Inglaterra?", convirtiéndose en un auténtico "superventas" que gana el prestigioso premio Pulitzer de ese mismo año. Veinte años más tarde, ese joven estudiante, John F. Kennedy, sería elegido presidente de los Estados Unidos de América.

"¿Por qué dormia Inglaterra?" se publica en España por la editorial barcelonesa Plaza y Janés en 1965, supongo que a raíz de la conmoción mundial que produce el asesinato del presidente Kennedy. Yo la leo ese mismo año en una edición de bolsillo que aún conservo y que, casualmente, ojeaba hace unos días. Ya he dejado constancia en este blog de mi juvenil apasionamiento por la figura de Kennedy. Su trágica muerte dio lugar a uno de los días que más imborrable impresión han dejado en mi vida, y que puedo relatar minuto a minuto con exactitud. Su lectura me emociono. Lo leí con fervor y apasionamiento y, en cierto modo, encaminó mi recién iniciada vida académica hacia la Historia y la Ciencia Política.

No tengo muy claro que tipo de asociación de ideas me ha llevado a recordar el libro de Kennedy al leer el artículo que en el número de septiembre de Revista de Libros publica el diplomático y escritor Fidel Sendagorta titulado "Europa: poder, afecto y utopía", dedicado al comentario crítico del libro "Poder y derecho en la Unión Europea" (Madrid, Civitas/Thomson Reuters, 2014), del profesor José María Areilza Carvajal. Dice Sendagorta: "Las elecciones al parlamento europea del pasado mes de mayo han marcado un nuevo hito en la creciente desafección del electorado hacia el proyecto de integración europea. Partidos con programas contrarios a la propia Unión Europea han batido a las formaciones políticas mayoritarias en un país, como el Reino Unido, que se interroga sobre su permanencia en la Unión, pero también en Francia, uno de los Estados fundadores del proyecto de integración. En un momento en el que prevalecen los sentimientos en los debates europeos, el libro de José María Areilza nos sitúa en los argumentos de la razón. Pero el autor sabe que las ideas necesitan del motor de la emoción para ser verdaderamente movilizadoras. De ahí que su obra empiece y termine con la inquietud por la pérdida del horizonte utópico en el proyecto europea y la apelación a recuperarlo como condición esencial para que pueda revitalizarse". 

¿Fue eso, la apelación a recuperar el "horizonte utópico", lo que movió a los parlamentarios españoles socialistas a romper el pacto del grupo socialista europeo votando en contra de la elección como presidente de la Comisión del liberal-conservador luxemburgués Jean-Claude Juncker, un europeísta convencido? A mí, personalmente, me pareció un gesto promovido más por asuntos de política interna española que europea. Al parecer, más preocupados por la estética que por la ética, los europarlamentarios socialistas españoles, con escaso sentido de la responsabilidad, se saltaron el pacto interno del grupo socialista europeo en un gesto muy poco coherente ni prometedor, y más, si tenemos en cuenta que los grupos parlamentarios afectados mantuvieron su voto favorable a la reelección del socialista Martin Schulz como presidente del Parlamento. Me dolió, porque no tengo reparos en confesar que me siento identificado con los ideales de la socialdemocracia europea y española, por ese orden.

Pero vuelvo, y con ello termino la entrada, al libro que me ha servido de excusa para escribirla. La verdad es que no me gustaría que ninguno de mis nietos obtuviera su grado académico dentro de veinte años con una tesis que se preguntara y explicara "¿Por qué dormía Europa?...", precisamente, cuando más necesitábamos de ella. Eso sería una muy mala perspectiva, que no les deseo en modo alguno. 

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





John F. Kennedy (1917-1963) 



Entrada núm. 2162
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viernes, 22 de noviembre de 2013

Lágrimas por Kennedy, en el 50.º aniversario de su asesinato


Cincuenta años no son nada, a escala cósmica; a escala humana es otra cosa. Resulta bastante probable que una persona pueda celebrar el primer cincuentenario de un hecho que vivió, conoció y le afectó, para bien o para mal, cincuenta años antes. Que pueda conmemorar o recordar ese mismo hecho cien años después, resulta, por desgracia, bastante improbable.

Mis padres estuvieron suscritos a la revista gráfica "LIFE", en español, que les llegaba desde México, entre los años 1952 y 1969. Recuerdo que estaban encuadernadas, por semestres, en unos impresionantes tomos en piel de color verde que a mí me encatanba hojear cuando estaba enfermo y me quedaba en cama. Fue con ellas con la que me aficioné al beísbol, mi deporte favorito, y a la política. Cuando me vine a Canarias, en 1967, las perdí de vista, y cuando mis padres murieron, desaparecieron de casa sin dejar rastro. Recuerdo un reportaje de 1961 que realizaron a las pocos estadounidenses que todavía vivían al cumplirse el centenario del inicio de la Guerra de Secesión que enfrentó al Norte y al Sur entre 1861 y 1865. Y por supuesto, los que dedicaron a las elecciones presidenciales de 1960, la crisis de los misiles con Cuba y el magnicidio de Dallas.

A esta hora exacta, las 18:30 de la tarde (hora de Canarias) del 22 de noviembre, se cumplen cincuenta años del asesinato, aun no esclarecido a juicio de la historia, aunque sí lo esté a efectos oficiales, del presidente de los Estados Unidos de América, John F. Kennedy, y aunque mi hija Ruth me reproche, con humor y bastante razón, que lo saque a relucir cíclicamente en el blog (ella me dice, con cierto aire de sorna que se sabe la entrada de memoria, algo que es verdad, y me lo ha demostrado) hago caso omiso de su advertencia y lo traigo de nuevo hasta aquí porque sé, con seguridad, que no podré hacerlo cuando se celebre el centenario del mismo, aunque espero y deseo que mis hijas, mis nietos y bisnietos me recuerden con cariño ese 22 de noviembre de 2063 cuando se conmemore tan trascendental acontecimiento de la segunda mitad del siglo XX.

Supongo que todos nostros nos hemos preguntado en alguna ocasión porqué hay acontecimientos y recuerdos que quedan fijados en la memoria como grabados a fuego y otros, en cambio, acaban difuminándose hasta perderse sin dejar rastro. ¿Cuáles son esos recuerdos preferentes?: ¿La primera experiencia sexual? ¿El descubrimiento de la muerte? ¿El nacimiento del primer hijo?… 

Para mí, uno de esos acontecimientos que perduran para siempre en la memoria ocurrió el 22 de noviembre de 1963, a esta misma hora de hace cincuenta años. Era viernes, y en Madrid las siete y media de la tarde. Yo tenía en ese tiempo 17 años, y estaba llegando a la casa de mis padres, en la calle Chile, en el distrito de Chamartín, donde vivíamos entonces.

Volvía andando hasta allí, para ahorrarme el billete de autobús, desde el Hospital Militar de Maudes, en Cuatro Caminos, a unos seis kilómetros de casa, de visitar a mi madre, que estaba internada en él a la espera de ser operada unos días más tarde. Javier Fernández, mi mejor amigo, hijo de guardia civil, como yo, me había acompañado. Los dos estudiabámos en el colegio “Infanta María Teresa”, en la Prolongación de la calle del General Mola (hoy Príncipe de Vergara) Instrucción Pre-Militar Superior. Nuestra ilusión era entrar como alumnos en la Academia General Militar de Zaragoza. Ninguno de los dos sabíamos ni intuíamos que, apenas un mes más tarde, y después de un conflicto bastante cómico con nuestro profesor de francés en el Colegio, aprovechando las vacaciones de Navidad, abandonaríamos los estudios militares y el colegio para siempre. 

Es todavía de día en Madrid. La casa de mis padres estaba en un segundo piso. Nada más entrar en el portal me encuentro a mi hermano Alberto, once años mayor que yo, que bajaba las escaleras saltando los escalones de dos en dos. Al verme, sin apenas detenerse, me espeta: "¡Han matado a Kennedy. Están poniéndolo por la tele!". La verdad es que no le hago mucho caso -él sabe que admiro a Kennedy; es mi héroe favorito- y le suelto un ”¡vete a la mierda, gilipollas!”, que me sale sin pensar. En casa solo está mi cuñada Mary, la mujer de mi hermano. No hay nadie más. Mi padre se ha quedado en el hospital acompañando a mi madre. La televisión está encendida y, efectivamente, están dando la noticia: El presidente Kennedy ha sido tiroteado en Dallas, Tejas, hace una hora. Me quedo abobado mirando la pantalla. Tengo la impresión de que el mundo, al menos el mundo que yo conozco, se me ha caido encima de repente, pues nunca he vivido una situación como esta. Llamo por teléfono a mis padres al hospital y me pasan con mi madre: le cuento lo que ha pasado, lo que está diciendo la televisión. Se queda muda, y al instante, no se si me dice o me pregunta si “eso va a ser otra guerra mundial”. No se que responderle porque a mi edad no se tienen respuestas para una pregunta así.

Ellos han vivido en Sevilla la proclamación de la República. Estaban en Asturias en octubre de 1934, cuando la revolución obrera. Y en Barcelona, en julio de 1936. Los últimos meses de la guerra civil los ha pasado sola en Barcelona, con mi padre internado en un campo de concentración en Francia. La segunda guerra mundial la han pasado prácticamente en la isla de El Hierro, en Canarias, donde mi padre ha sido destinado, o desterrado -según se vea-, aunque según mi madre, los cinco años allí vividos fueron para ella los más felices de su vida. Es lógico que esté aterrada. Me dice que no le cuente nada a mi padre, que ella se lo dirá ahora. Y cuelga el teléfono entre sollozos. 

Mi hermano, mi cuñada y yo nos pasamos la noche pegados al televisor, como, suponemos, que gran parte de los españoles y del resto del mundo. Al día siguiente, sábado, mi amigo Javier y yo nos encontramos a la puerta del colegio. La calle General Mola está en absoluto silencio a las nueve de la mañana. La gente hace largas colas en los quioskos de prensa, esperando pacientemente para comprar un periódico. No llegamos a entrar en clase. Javier y yo hemos decidido que ese día tenemos cosas más importantes que hacer. Comentamos entre nosotros lo que ha pasado, las noticias que se van filtrando en las colas. Hay miedo en la gente de que hayan sido los rusos, o los cubanos, pues la crisis de los misiles hace pocos meses que ha tenido lugar. Compramos un periódico. Y decidimos ir andando hasta la Embajada de los Estados Unidos, en la calle Serrano, no muy lejos de nuestro colegio. 

Somos “viejos” conocidos de la Embajada pues ambos solemos ir a menudo a leer libros en la Biblioteca de la Casa Americana, una institución cultural dedicada a propagar la imagen y la ideología norteamericana en Europa. Nos sabemos los nombres de todos los estados de la Unión y sus capitales respectivas, y jugamos a menudo a irlos nombrando uno a uno, de memoria, siguiendo su ubicación en el mapa. 

La Embajada está fuertemente custodiada, en el exterior, por la policía española. Entramos en ella mostrando nuestra tarjetas de socios de la Casa Americana y llegamos hasta el acristalado vestíbulo de su entrada principal. La bandera ondea a media asta sobre el techo de la Embajada. Nada más entrar en el vestíbulo, a la izquierda del mismo, han montado junto a una bandera de los Estados Unidos una pequeña mesa cubierta con un paño de terciopelo negro donde hay una bandeja de plata en la que vemos muchas tarjetas de visita. También hay un libro, grande, forrado de cuero azul marino donde vemos que la gente, después de hacer una pequeña cola, deja su testimonio de pésame escrito en el mismo. 

Delante de nosotros hay dos muchachas más o menos de nuestra edad, quizá uno o dos años mayores que nosotros, norteamericanas sin duda, que lloran desconsoladamente. Una es rubia, y la otra pelirroja. La rubia va vestida con falda gris claro y un jersey rojo sin mangas, sobre una blusa blanca. La pelirroja lleva unos ajustados pantalones azules y un jersey blanco. Junto a la mesita un infante de marina norteamericano, con su uniforme de gala, hace la guardia en posición de descanso; con su brazo derecho sujeta un fusil que se apoya en el suelo, el brazo izquierdo está doblado, a la altura de su cintura, en la espalda. El soldado, sin mover un músculo de su rostro, está llorando, mansamente... Mi amigo y yo nos quedamos impresionados por la escena, y al menos a mi se me forma un nudo en la garganta. Escribimos en el libro un escueto “Nuestro más sentido pésame”, y dejamos nuestras firmas. 

Salimos inmediatamente detrás de las dos muchachas al patio exterior de la Embajada donde está el aparcamiento y vemos que las dos se han parado ante un Wolkswaguen (un escarabajo) amarillo. Lanzados, les preguntamos que si viven en Chamartin. Nos contestan, más serenas ya, que no, pero que si queremos nos alcanzan hasta allí. Les decimos que sí, y subimos los cuatro al coche. Ellas delante y nosotros detrás. Hablan bastante bien español. Nos cuentan que son estudiantes y que están pasando un año académico en España para aprender español. El trayecto es corto hasta Chamartin, por el Paseo de la Castellana hacia el norte hasta llegar a la calle de Alberto Alcocer y de allí, girando a la derecha, hasta la plaza de la República Dominicana, donde nos dejan. Intentamos quedar con ellas, pero nos dicen, amablemente, que no. Nuestro intento de ligue ha quedado abortado, pero lo hemos intentado: las hormonas son las hormonas...

Volvemos a nuestras casas después de pasar el resto de la mañana vagabundeando por las calles del barrio. Todo está paralizado, pero hay una gran serenidad en las gentes. Los días siguientes los paso pegado a la televisión y leyendo ávidamente los periódicos. Por televisión veo la emotiva escena a bordo del avión presidencial en que el vicepresidente Johnson, camino de Washington con el cadáver de Kennedy en la bodega del aparato, jura junto a la viuda de éste su cargo como nuevo presidente de los Estados Unidos. Más tarde, cuando ya todo el mundo sabe que han detenido al presunto asesino, Lee Harvey Oswald, estoy viendo en directo por televisión como van a trasladarlo desde el lugar donde está retenido hasta el juzgado. Un único pensamiento cruza mi mente en ese momento: ¡Ójala lo maten! Y ante mis ojos un señor con sombrero tejano, Jack Ruby, sale de entre el público con una pistola en la mano disparando a bocajarro sobre él… Esa premonición, cumplida inmediatamente de formulada, me ha acompañado siempre como una maldición y nunca podré olvidarme de ella. Al igual que me acompañará para siempre la imágen vista de nuevo por televisión días más tarde del solitario corcel negro, ensillado, que acompaña los restos mortales de Kennedy por las calles de Washington; y el saludo militar de John-John, su hijo pequeño, acompañado de su hermana y de su madre, al pasar ante ellos el cortejo fúnebre… Ahí están, vívidos como si fueran hoy, todos esos recuerdos. Y supongo que ahí seguirán, mientras yo pueda seguir diciendo que tal día como hoy de hace nosecuantos años…

A fecha de hoy no parece que haya habido una excesiva proliferación informativa alrededor del cincuentenario. En el diario El País he leído en estas semanas dos interesantes reportajes al respecto: "Los que vieron morir a Kennedy", y el titulado "250 000 voces para llorar a Kennedy". Yo, por mi parte, y para no dejar en mal lugar a mi hija Ruth, traigo de nuevo hasta el blog los enlaces a las entradas y vídeos que publiqué en 2012: "John F.Kennedy, asesinado en Dallas (22/11/63)", y  "Erykah Badu canta "Windows seat" (Dallas, 2010)"; las que dediqué al acontecimiento en 2011: "Tal día como hoy de hace no sé cuantos años...", y "Funeral y entierro del presidente Kennedy"; y la que escribí en 2009 bajo el epígrafe "22-N: Una fecha para el recuerdo"

En este enlace pueden ustedes acceder a un recopilatorio bastante completo de todos los reportajes y noticias que El País ha venido publicando sobre el asesinato de Kennedy desde 1976 hasta ahora mismo. Mi intención es ir añadiendo a la entrada todo aquello que se vaya publicando sobre el cincuentenario que me parezca de interés, por ejemplo, este titulado "El Camelot de Kennedy sin conspiraciones"; este otro: "Abraham Zapuder, piedra fundamental del periodismo ciudadano", sobre el hombre que grabó las únicas imágenes del atentado; el titulado "Quién mató a Kennedy"; este de "Dallas, cincuenta años después"; el de "La América de John F. Kennedy"; o el de "Jackie Kennedy y la invención de Camelot". Así que les invitó a revisar la entrada de vez en cuando durante las próximas semanas. El canal Historia, que puede verse en algunas plataformas de televisión de pago como Digital+ o Movistar TV, tienen programados una serie de reportajes y películas sobre el magnicidio y la trágica historia familiar de los Kennedy para hoy día 22. Y Cuatro, en abierto, el sábado próximo. Espero poder verlos.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt



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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

domingo, 27 de octubre de 2013

La decepción Obama


Las imágenes de aquel 4 de noviembre de 2008, va a hacer cinco años dentro de unos días, se me quedaron en la retina por mucho tiempo. Mis 67 años de vida me han hecho pasivo protagonista de algunos avatares históricos. El primero (los cito por estricto orden cronológico), al que no pude asistir ni puedo recordar, el de mi concepción, pues si la Madre Naturaleza es exacta en sus cálculos, lo fui el 8 de mayo de 1945, exactamente el día que terminaba la II Guerra Mundial en Europa. El segundo, la toma de posesión de John F. Kennedy como presidente de los Estados Unidos de América, el 20 de enero de 1961. El tercero, su asesinato en Dallas, va a hacer 50 años el mes que viene. El cuarto, la llegada del hombre a la Luna, el 20 de julio de 1969. El quinto, el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. El sexto, los atentados en Madrid del 11 de marzo de 2004. Y algunos más, evidentemente, que no cito aunque los recuerdo. Y hace cinco años la alegría desbordada de buena parte de la población del mundo por la victoria de Barack Obama en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América de 2008.

Su discurso de aquella noche, el ya famoso "Sí, podemos", fue una magnífica pieza de oratoria política, dicho sin papeles, con serenidad contenida. A mi me recordó enormemente el de la toma de posesión de John F. Kennedy como presidente, que pueden comparar con el de Barack Obama, de cuarenta y ocho años después. 

Hoy, la "decepción Obama" es innegable. Que la causa de esa decepción sea imputable únicamente a él, ya es más discutible. Pero está ahí, como una realidad insoslayable: por ejemplo, el descubrimiento del espionaje masivo de sus agencias de información a gobiernos y países aliados europeos, entre ellos, España, pero también Alemania y Francia, con la complicidad y partipación todo hay que decirlo, de su aliado más fiel e incondicional, el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, al que todo lo que haga su "Gran Hermano" del oeste le parece muy bien. Pero va a ser que no; el gobierno de Obama debe dar explicaciones rápidas y creibles o muchas cosas importantes se pueden ir al garete. A mayor abundamiento, léase el artículo "Adictos a los datos" del profesor y especialista en relaciones internacionales José Ignacio Torreblanca.

En todo caso, yo solo quería agradecer a la diosa Fortuna que me diera la oportunidad de ver y disfrutar de aquel 4 de noviembre de 2008; lo demás es historia...

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt


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jueves, 22 de noviembre de 2012

Erykah Badu canta "Windows Seat" (Dallas, 2010)




Erykah Badu


Esta entrada complementa la de esta misma fecha, la número 1755, dedicada a conmemorar el aniversario del asesinato del presidente de los Estados Unidos de América, John F. Kennedy, acaecido en Dallas, Texas, tal día como hoy de hace cuarenta y nueve años.

El 31 de marzo de 2010 una famosa cantante estadounidense, Erykah Badu, nacida en Dallas en 1971, provocó un enorme revuelo al grabar y publicar un vídeo en el que, mientras recorre a pie las calles de su ciudad natal por las que transcurrió la caravana del presidente Kennedy aquel 22 de noviembre de 1963, va desprendiéndose de su ropa mientras canta la canción "Window Seat", para caer desplomada al suelo, desnuda, a causa de un simulado disparo, en el mismo lugar en en que cayera asesinado John F. Kennedy.  

Censurado por algunos de sus compatriotas, aplaudido por otros muchos más, estuvo prohibido durante bastante tiempo en Youtube. Lo reproduje en su día, en una entrada anterior, y critiqué con dureza la simpleza mental de los censores cuando lo borraron por inmoral e inconveniente. Me pareció en su momento, y me sigue pareciendo ahora una bella canción. Y un hermoso y valiente gesto por parte de Erykah Badu para recordar aquel hecho histórico. ¿Fue solo un gesto publicitario? Es posible, pero, ¿hay algo ya que no sea publicidad?

Recuperado el vídeo por fortuna en Youtube, pueden verlo en esta misma entrada. Espero que lo disfruten. 

Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno que padecemos. Tamaragua, amigos. HArendt









Entrada núm. 1756
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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)

John F. Kennedy, asesinado (Dallas, 22-11-1963)




Una fecha y un acontecimiento que en cierto modo marcaron mi juventud y mi vida para siempre. Ocurrió en la ciudad de Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963, el día en que fue asesinado el presidente de los Estados Unidos de América, John F. Kennedy, cuando visitaba la gran metrópoli sureña.

Para mi, con mis 17 años, el impacto fue brutal. Lo he contado ya anteriormente en el blog, y les remito a esa entrada: JFK: Tal día como hoy de hace no se cuantos años... en la que rememoro el que fue, sin duda, "mi día más largo".

En el vídeo que acompaña la entrada, magnífico como casi todos los realizados por la BBC, pueden seguir una fidedigna reconstrucción de los hechos que se vivieron ese día. Y en la entrada siguiente, la número 1756, pueden disfrutar de otro famoso vídeo, protagonizado por la cantante Erykah Badu, nacida en Dallas, que guarda una estrecha relación con los hechos que nos ocupan. Se los recomiendo encarecidamente.

Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno que padecemos. Tamaragua, amigos. HArendt










Entrada núm. 1755
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martes, 22 de noviembre de 2011

JFK: Tal día como hoy de hace nosecuantos años...




Cortejo fúnebre en el entierro del presidente John F. Kennedy


¿Por qué hay acontecimientos y recuerdos que quedan fijados en la memoria como grabados a fuego y otros, en cambio, acaban difuminándose hasta perderse sin dejar rastro? ¿Cuáles son esos recuerdos preferentes?: ¿La primera experiencia sexual? ¿El descubrimiento de la muerte? ¿El nacimiento del primer hijo?… 

Para mi, uno de esos acontecimientos que perduran para siempre en la memoria ocurrió tal día como hoy hace cuarenta y muchos años. Fue el 22 de noviembre de 1963, Un viernes. En Madrid eran, más o menos, las siete de la tarde. Yo tengo en ese tiempo 17 años, y estoy llegando a la casa de mis padres, en la calle Chile, en el barrio de Prosperidad, distrito de Chamartín.


Vuelvo andando hasta allí, para ahorrarme el billete de autobús, desde el Hospital Militar de Maudes, en Cuatro Caminos, a unos seis kilómetros de casa, de visitar a mi madre, que está internada en él a la espera de ser operada unos días más tarde de la vesícula biliar. Javier, mi mejor amigo, hijo de guardia civil, como yo, me ha acompañado. Los dos estudiamos en el colegio “Infanta María Teresa”, en la Prolongación de la calle del General Mola (hoy Príncipe de Vergara) Instrucción Pre-Militar Superior. Nuestra ilusión es entrar como alumnos en la Academia General Militar de Zaragoza. Ninguno de los dos sabemos ni intuimos que, apenas un mes más tarde, y después de un conflicto bastante cómico con nuestro profesor de francés en el Colegio, aprovechando las vacaciones de Navidad, abandonaremos los estudios militares y el colegio para siempre. 

Es todavía de día en Madrid. La casa de mis padres está en un segundo piso. Nada más entrar en el portal me encuentro a mi hermano Alberto, diez años mayor que yo, que baja las escaleras saltando los escalones de dos en dos. Al verme, sin apenas detenerse, me espeta: -¡Han matado a Kennedy. Están poniéndolo por la tele!-. No le hago ni caso. Él sabe que admiro a Kennedy; es mi héroe favorito. Le suelto un -”¡!Vete a la mierda, gilipollas!”. En casa solo está mi cuñada Mary, la mujer de mi hermano. No hay nadie más. Mi padre, comandante retirado de la Guardia Civil, se ha quedado en el hospital acompañando a mi madre. La televisión está encendida y, efectivamente, están dando la noticia: El presidente Kennedy ha sido tiroteado en Dallas, Tejas, hace una hora. Me quedo abobado mirando la televisión. El mundo, al menos el mundo que yo conozco, se me ha caido encima de repente, pues nunca he vivido una situación como esta. Llamo por teléfono a mis padres al hospital y me pasan con mi madre: le cuento lo que ha pasado, lo que está diciendo la televisión. Se queda muda, y al instante, no se si me dice o me pregunta si “eso va a ser otra guerra mundial”. 

Ellos han vivido en Sevilla la proclamación de la República. Estaban en Asturias en octubre de 1934, cuando la revolución obrera. Y en Barcelona, en julio de 1936. Los últimos meses de la guerra civil los ha pasado sola en Barcelona, con mi padre internado en un campo de concentración en Francia. La segunda guerra mundial la han pasado prácticamente en la isla de El Hierro, en Canarias, donde mi padre ha sido destinado, o desterrado -según se vea-, aunque según mi madre, los cinco años allí vividos fueron para ella los más felices de su vida. Es lógico que esté aterrada. Me dice que no le cuente nada a mi padre, que ella se lo dirá ahora. Y cuelga el teléfono entre sollozos. 

Mi hermano, mi cuñada y yo nos pasamos la noche pegados al televisor, como, suponemos, que gran parte de los españoles y del resto del mundo. Al día siguiente, sábado, mi amigo Javier y yo nos encontramos a la puerta del colegio. La calle General Mola está en absoluto silencio a las nueve de la mañana. La gente hace largas colas en los quioskos de prensa, esperando pacientemente para comprar un periódico. No llegamos a entrar en clase. Javier y yo hemos decidido que ese día tenemos cosas más importantes que hacer. Comentamos entre nosotros lo que ha pasado, las noticias que se van filtrando en las colas. Hay miedo en la gente de que hayan sido los rusos, o los cubanos, pues la crisis de los misiles hace pocos meses que ha tenido lugar. Compramos un periódico. Y decidimos ir andando hasta la Embajada de los Estados Unidos, en la calle Serrano, no muy lejos de nuestro colegio. 

Somos “viejos” conocidos de la Embajada pues ambos solemos ir a menudo a leer libros en la Biblioteca de la Casa Americana, una institución cultural dedicada a propagar la imagen y la ideología norteamericana en Europa. Nos sabemos los nombres de todos los estados de la Unión y sus capitales respectivas, y jugamos a menudo a irlos nombrando uno a uno, de memoria, siguiendo su ubicación en el mapa. 

La Embajada está fuertemente custodiada, en el exterior, por la policía española. Entramos en ella mostrando nuestra tarjetas de socios de la Casa Americana y llegamos hasta el acristalado vestíbulo de su entrada principal. La bandera ondea a media asta sobre el techo de la Embajada. Nada más entrar en el vestíbulo, a la izquierda del mismo, han montado junto a una bandera de los Estados Unidos una pequeña mesa cubierta con un paño de terciopelo negro donde hay una bandeja de plata en la que vemos muchas tarjetas de visita. También hay un libro, grande, forrado de cuero azul marino donde vemos que la gente, después de hacer una pequeña cola, deja su testimonio de pésame escrito en el mismo. 

Delante de nosotros hay dos muchachas más o menos de nuestra edad, quizá uno o dos años mayores que nosotros, norteamericanas sin duda, que lloran desconsoladamente. Una es rubia, y la otra pelirroja. La rubia va vestida con falda gris claro y un jersey rojo sin mangas, sobre una blusa blanca. La pelirroja lleva unos ajustados pantalones azules y un jersey blanco. Junto a la mesita un infante de marina norteamericano, con su uniforme de gala, hace la guardia en posición de descanso; con su brazo derecho sujeta un fusil que se apoya en el suelo, el brazo izquierdo está doblado, a la altura de su cintura, en la espalda. El soldado, sin mover un músculo de su rostro, está llorando, mansamente... Mi amigo y yo nos quedamos impresionados por la escena, y al menos a mi se me forma un nudo en la garganta. Escribimos en el libro un escueto “Nuestro más sentido pésame”, y dejamos nuestras firmas. 

Salimos inmediatamente detrás de las dos muchachas al patio exterior de la Embajada donde está el aparcamiento y vemos que las dos se han parado ante un Wolkswaguen (un escarabajo) amarillo. Lanzados, les preguntamos que si viven en Chamartin. Nos contestan, más serenas ya, que no, pero que si queremos nos alcanzan hasta allí. Les decimos que sí, y subimos los cuatro al coche. Ellas delante y nosotros detrás. Hablan bastante bien español. Nos cuentan que son estudiantes y que están pasando un año académico en España para aprender español. El trayecto es corto hasta Chamartin, por el Paseo de la Castellana hacia el norte hasta llegar a la calle de Alberto Alcocer y de allí, girando a la derecha, hasta la plaza de la República Dominicana, donde nos dejan. Intentamos quedar con ellas, pero nos dicen, amablemente, que no. Nuestro intento de ligue ha quedado abortado. 

Volvemos a nuestras casas después de pasar el resto de la mañana vagabundeando por las calles del barrio. Todo está paralizado, pero hay una gran serenidad en las gentes. Los días siguientes los paso pegado a la televisión y leyendo ávidamente los periódicos. Por televisión veo la emotiva escena a bordo del avión presidencial en que el vicepresidente Johnson, camino de Washington con el cadáver de Kennedy en la bodega del aparato, jura junto a la viuda de éste su cargo como nuevo presidente de los Estados Unidos. Más tarde, cuando ya todo el mundo sabe que han detenido al presunto asesino, Lee Harvey Oswald, estoy viendo en directo por televisión como van a trasladarlo desde el lugar donde está retenido hasta el juzgado. Un único pensamiento cruza mi mente en ese momento: ¡Ójala lo maten! Y ante mis ojos un señor con sombrero tejano, Jack Ruby, sale de entre el público con una pistola en la mano disparando a bocajarro sobre él… Esa premonición, cumplida inmediatamente de formulada, me ha acompañado siempre como una maldición y nunca podré olvidarme de ella. Al igual que me acompañará para siempre la imágen vista de nuevo por televisión días más tarde del solitario corcel negro, ensillado, que acompaña los restos mortales de Kennedy por las calles de Washington; y el saludo militar de John-John, su hijo pequeño, acompañado de su hermana y de su madre, al pasar ante ellos el cortejo fúnebre… Ahí están, vívidos como si fueran hoy, todos esos recuerdos. Y supongo que ahí seguirán, mientras yo pueda seguir diciendo que tal día como hoy de hace nosecuantos años…

Acompaño la entrada con un vídeo, primero de una serie que puede verse en YouTube, sobre el funeral y el entierro del presidente Kennedy, tomados directamente de la televisión. 

Sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt





El pequeño John Kennedy saluda al paso del cortejo fúnebre



Entrada núm. 1421
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Nov., 1963: Funeral y entierro del Presidente J.F. Kennedy

miércoles, 31 de marzo de 2010

Erhyka Badu en Dallas





La cantante Erykah Badu




Lo que son las casualidades... Esta misma tarde veía por televisión el capítulo correspondiente de la tercera temporada de la serie norteamericana "Mad men" (la mejor y más premiada del pasado año) en la que los protagonistas asisten, atónitos y desconcertados, al asesinato del presidente Kennedy. Y a punto de irme a dormir entro en la página electrónica de El País para ver la portada de la edición impresa de mañana (hoy, ya) miércoles y me encuentro con este precioso vídeo de la cantante Erykah Badu, precioso y provocador, que promociona una de las canciones de su nuevo disco, bellísima por cierto, mientras pasea por la plaza Dealey, de la ciudad de Dallas, Texas, donde el 22 de noviembre de 1963 fuera asesinado el presidente Kennedy. Pueden verlo en la sección de vídeos del blog, a la derecha de sus pantallas. Espero que lo disfruten. Aunque los realizadores, pudorosos ellos, tapen los senos de la cantante, la puesta en escena es muy hermosa. Y con moraleja. Disfruten de ambas. Y sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt

P.S. 1: Sólo a una mente calenturienta, de esas que se hacen pajas mentales y se cogen la polla con papel de fumar, se le puede ocurrir que el vídeo promocional de la canción "Windows seat", de Erikah Badu, puede ofender la sensibilidad de nadie. Al parecer, los responsables de YouTube tienen el mismo concepto de moralidad que los denunciantes, es decir, el mismo que deben tener las amebas unicelulares (o quizá no, con seguridad lo tienen más amplio las amebas) pues han retirado el mencionado vídeo de sus registros por ofensivo. En paz descansen unos y otros. HArendt


P.S. 2: Mi amiga Inés me remite el vídeo censurado por YouTube. Pueden ustedes verlo y disfrutarlo aquí.  Gracias, vecina; eres un sol. HArendt




 La plaza Dealey (Dallas, Texas)




"ERYKAH BADU CAE DESNUDA EN LA PLAZA DEALEY"
ELPAIS.com  -  Gente - 30-03-2010

Erykah Badu, la cantante de 'soul' filma su más reciente vídeo en el lugar donde asesinaron a Kennedy. Erykah Badu se desplomó desnuda en el lugar donde asesinaron al presidente Kennedy en 1963. Los transeúntes de la mítica plaza Dealey miraban con asombro a la famosa cantante afro americana, quien se iba quitando la ropa mientras caminaba pos las aceras de Dallas y un locutor de radio va narrando la última travesía del presidente. Se trata de las imágenes de "Windows seat" , primer sencillo de su último trabajo "New amerykah part two: return of the ankh". En palabras de la artista, el vídeo ha sido grabado al estilo "guerrillero". Para los cinco minutos de secuencia tan solo bastó una toma y un cámara.

La artista respondió en su cuenta de Twitter al aluvión de comentarios que suscitó el vídeo durante el fin de semana. "Había varios niños allí y lo único que hice fue rezar para que no terminaran traumatizados". "Evoluciona", reza el tatuaje que le atraviesa la espalda desnuda a una de las voces más reconocidas del R&B. "Esto ha sido una declaración en contra del pensamiento único. Reconozco que estaba petrificada mientras el rodaje, pero llegó un momento en el que comencé a sentirme liberada, y creo que conseguí vencer algunos miedos en esos pocos momentos". Los usuarios de Twitter preguntaron a la cantante por la reacción de su pequeña hija de cinco años "Ella me miró a la cara y me dijo 'ok mamá, puedo comer otro pudín?".






Kennedy, instantes antes de su asesinato




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Entrada núm. 1287 -
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"Pues, tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)http://www.wideo.fr/video/iLyROoafvFJS.html