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martes, 3 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Andalucía en el corazón



Jornaleros andaluces a la vendimia francesa, 1980


"Desde los seis años -escribe el filósofo Emilio Lledó ("Salteras y el patio de madrina desde el exilio". El País, 2/3/2020) en el A vuelapluma de hoy- he vivido fuera de Sevilla, de Triana, donde nací. La distancia en el tiempo me ofreció, en cambio, otros espacios donde asentar mis experiencias. Esos lugares de mi vida fueron Vicálvaro, un inolvidable pueblo, a pocos kilómetros de Madrid, incorporado ya, por la furia inmobiliaria, a la capital. En Vicálvaro, a cuyo regimiento de Artillería estaba destinado mi padre, pasé los años de la Guerra Civil, y en el fondo de mi memoria, laten siempre sus recuerdos. Cuando terminó la guerra nos vinimos a Madrid donde hice los estudios de Bachillerato y universitarios. Al acabar la carrera y el servicio militar, que entonces era obligatorio, me fui a Alemania, a Heidelberg, donde pasé 10 años preparando mi doctorado y dando clase en el departamento de Filología de la Universidad. Después, tres años de catedrático de instituto en Valladolid, y otros tres en la Universidad de La Laguna. A continuación, 11 años en la Universidad de Barcelona y muchos más en Madrid. Pero entre esos años de Madrid estuve, también, cinco en Berlín, donde viví la caída del muro en 1989, y pude percibir la pasión de los alemanes por unirse, de nuevo, en aquellas dos Alemanias, aparentemente, tan distintas.

Muchas veces me he preguntado: ¿De dónde soy yo? Porque todos esos sitios a los que mis estudios y mi trabajo me llevaron han sido parte esencial de mi vida y de mi posible enriquecimiento personal. En todos esos lugares he sentido una profunda identificación con ellos y, ahora, en la historia de mi particular memoria, una cierta forma de solidaridad.

Precisamente, por ello, me he visto siempre impulsado a reflexionar sobre ese importante y maltratado concepto de identidad. Identidad que ha servido, tantas veces, para construir supuestas teorías, que nada tienen que ver con ese fondo íntimo de la persona, fruto siempre de una educación en libertad y de esos ideales de solidaridad para los que los filósofos griegos inventaron esa hermosa palabra: filantropía.

Pero, en el fondo, la propia identidad está llena de memoria y del surco del tiempo: ese río colectivo en el que nacemos, en el que navegamos, y en el que vive el ser que somos. En esa identidad se encuentran los recuerdos que forjan nuestra existencia. Es verdad que soy un andaluz en el exilio, aunque esa distancia se ha ido acortando, año tras año, a lo largo de mi adolescencia y juventud.

Todos los veranos, al acabar la Guerra Civil, los he pasado en Salteras, ese pueblo de Sevilla en el que nacieron mis padres y que llenó de alegría aquellos tristes años de la posguerra. Allí vivía mi madrina Fernanda, viuda desde muy joven de un tío de mi padre, y para la que fui el hijo que ella no pudo tener. Por ella, por su casa, por el patio que perfumaba aquel jazmín, por sus palabras y su amor, por su inteligencia y sensibilidad, empecé a percibir un horizonte de esperanza en el que habría de reencontrarse mi futuro. Y ese maravilloso pueblo y esa extraordinaria mujer alentaron el reencuentro con el río de mi existencia en el que empezaba a fluir ya mi persona.

Porque allí aprendí, en el trato con mi madrina, algo que me ha llevado, muchas veces a reflexionar sobre el contenido del lenguaje y la inteligencia humana. Creo que madrina, con excepción de algunos viajes a Sevilla, nunca salió del pueblo; pero su innato talento me hizo pensar que, a través de su lenguaje, de sus palabras, latía mucho de lo que habría de aprender, años después, al estudiar la historia de Andalucía y de su cultura.

Y en este momento tengo que rememorar a ese andaluz genial, a Casiodoro de Reina, el fraile jerónimo del monasterio de San Isidoro del Campo que, en el siglo XVI y en un estilo y belleza admirable, tradujo la Biblia. Esa obra le costó verse obligado a abandonar su tierra, por la persecución y condena inquisitorial a la que fue sometido. Como él, otros muchos tuvieron que abandonar Sevilla, que empezaba a ser una de las ciudades más interesantes y cultas de Europa. Doris Moreno, una profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona ha escrito una magnífica biografía de Casiodoro, publicada por el Centro Andaluz de las Letras.

Cuando después de las vacaciones veraniegas regresaba a Madrid, mis padres me decían siempre que volvía “como nuevo”. Esa supuesta novedad me permitía, desde mis resonancias saltereñas, descubrir el ingenio y la gracia de mi madre y el interés cultural de mi padre. Y no puedo evitar el recuerdo de aquel día en que, poco después de la guerra, paseando casualmente por la calle de la Real Academia, me dijo mi padre: “Niño, mira que si tú, alguna vez...”. Yo no sabía lo que significaban sus palabras, ni qué era ese edificio al que señalaba, pero quedaron siempre en mi memoria: ¡Era el jazmín del patio de madrina; era Salteras, Sevilla, Andalucía!" .

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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domingo, 15 de septiembre de 2019

[ESPECIAL DOMINGO] Fábulas del exilio


Dibujo de Enrique Flores para El País


No siempre lo peor es cierto con nuestro país. El exilio de los liberales españoles en Londres entre 1820 y 1830 está lleno de momentos de reconciliación que sirven de fundamento del revestimiento afectivo que la España contemporánea necesita, afirma el escritor Ignacio Peyró.

Hacia 1820 y 1830, los españoles exiliados en Londres quizá fueran gentes —como observa Galiano— “erradas por lo común en las doctrinas”, pero al menos se encontraban “puros del ruin delito de la corrupción” y “en situación de honrosa indigencia”. Sus ideas liberales en nada parecían chocar con la pervivencia de esa moral hidalga: Pecchio confirma que cada uno de ellos lucía su pobreza como un triunfo, en tanto que Carlyle los describe paseando su “condición trágica” con la dignidad de “leones númidas enjaulados”. Dos siglos después, se hace difícil pasar por Euston Square sin dedicar un pensamiento a aquellos “españoles desdichados” que tuvieron que acogerse “a cielos tan distintos a los suyos”.

No es de extrañar que fuera otro exiliado —el republicano Llorens— quien estudiara con más ahínco la peripecia de estos transterrados: desde que El Cid tomase el camino del destierro, hay quien ha querido ver el éxodo como un designio entre nosotros, como una maldición propiamente española. Pareciera que siempre unos españoles les han sobrado o sido incómodos a otros españoles y —de alumbrados a jesuitas— muchos de los nuestros han tenido que dormir con la maleta de cartón bajo la cama. Sería España como “gran madrastra”. Y aun cuando pareciera hablar por esas “heridas mal cerradas del corazón del desterrado”, Blanco-White ya convertirá el dolor en un primer barrunto de fatalismo hispánico. Cuesta leerlo: “España es incurable”.

Irónicamente, los primeros que creerían en esos determinismos de la historia de España no iban a ser los españoles, sino tantos viajeros foráneos que comenzaron, a partir de ese mismo primer tercio del XIX, a imaginar España como “un país de anomalías”. De ahí en adelante, el tópico hispánico va a adquirir una consistencia que sobrepasa el gesto folclórico y tendrá mucho de condescendencia ajena y complejo de inferioridad cultural propio. Ahí están los lugares comunes de la “España indolente”, el “mañana, mañana” o la descripción de una vida nacional “entregada a la conversación, la siesta, el paseo, la música y la danza”, como escribe Ford. Reforzados de generación en generación, estos tópicos han vivido hasta hoy en la proyección exterior de España y también se han hecho sentir a la hora de mirarnos nosotros mismos al espejo. En ocasiones, parecemos habernos convencido de que tenemos la patente de todo un elenco de defectos: además de los citados, podríamos añadir el descrédito de la inteligencia o la pulsión por posar con nuestro mejor cainismo en todo lo que va de Goya a Picasso.

Los viajeros foráneos no iban a cambiar mucho de un siglo a otro: si Ford se había quejado —¡antes de 1850!— de que en España apenas hubiera ya monjes ni mantillas, todo un Orwell aprecia, en Lleida y Barbastro, “una especie de eco lejano de la España que mora en la imaginación de todos”, en un pack que incluye “rebaños de cabras, mazmorras de la Inquisición” y, por supuesto, “mujeres con mantilla negra”. Pero si los viajeros cambiaron poco, los exiliados españoles, en el espacio de un siglo, tampoco iban a cambiar más que de liberales a republicanos. Sus mismos sentimientos iban a ser muy similares, quizá porque “en la vida del desterrado alternan y se mezclan las penas con las ilusiones” sin importar la época. Y si “la malaventurada España” causa penar entre los Torenos y los Rivas del XIX en Euston Square, en el siglo XX y en Temple, Luis Cernuda consignará que España es “sólo un nombre”, que “España ha muerto”. Al lado del reproche o del insulto, sin embargo, vamos a encontrar el rescoldo de un amor que no se extingue. Y el poeta no puede menos que rendirse al evocar una geografía embellecida —ennoblecida— por Galdós: “El nombre de ciudad, de barrio o pueblo, / por todo el español espacio soleado”, desde el “Portillo de Gilimón o Sal si Puedes” hasta “Cádiz, Toledo, Aranjuez, Gerona”. La sobriedad de ese amor nos emociona hoy tanto como emocionó a un poeta que tenía menos razón de amor hacia el país que cualquiera de nosotros. Será que, para Cernuda y todos los exiliados, España iba a ser algo más que una prisión o un pasaporte: iba a ser también una raíz, una trama de complicidades, un trabajo de la imaginación capaz de representar la noción de comunidad y de pertenencia.

Quizá por eso, aun cuando los exilios londinenses tuvieran sus “odios acerbos”, las vivencias de nuestros exiliados no dejan de escribir ante nosotros uno de los retratos a la vez más amables y emotivos de nuestro país: el formado por las solidaridades de unos españoles para con otros. La bonhomía con que un cura asturiano, hermano de Riego, reparte chorizos “legítimos extremeños” para confortar a los enfermos. La soltura con que la UGT podía organizar los bailes y el Opus Dei convocar las misas de las muchachas que, pasados los años cincuenta, se iban a Londres a trabajar. La naturalidad con que todos dieron en llamar, a aquel arbolillo de sus reuniones en Somers Town, “el árbol de Guernica”. Y es hermoso y justo que en la España de nuestro último exilio prendiera pronto algún presagio de concordia, porque una de las acepciones más dulces de España es la de los españoles expatriados. Eso ocurre hoy como ha venido ocurriendo siempre. Pero tiene sus momentos insignes: la paz, la piedad y el perdón con que Salazar Chapela, republicano, dedica a Panero, franquista, su Perico en Londres, recién rescatado ahora.

Si la España enfrentada fue real, no menos real ha sido —es— esa España reconciliada, como bien sabemos aquellos que nacimos entre la UCD y Felipe. Y la España de los exilios ha podido convertirse en un país de encuentros, en todo lo que va de la expulsión de los judíos a conceder la nacionalidad a los sefarditas. La lápida restaurada de Arturo Barea y la tumba sin lápida de Chaves Nogales constituyen, cada una, un reproche a su manera, pero ambos han recibido su homenaje por parte de nuestras instituciones en el Reino Unido durante este 80º aniversario del exilio. Y es doloroso pensar que un huido, el protestante Antonio del Corro, fuera uno de los pioneros de la enseñanza del español, pero consuela saber que, a muy pocos metros de donde él lo enseñaba, hoy da sus clases el extraordinario personal del Instituto Cervantes. Sí: si la España contemporánea necesita un revestimiento afectivo, no faltan momentos para fundar una épica de la reconciliación —con el extra de que, desde la igualdad entre españoles a nuestra apertura al mundo, es una épica, por así decirlo, avalada por la estadística—. Véase que nosotros, que llegamos a publicitar el Spain is different, hemos podido celebrar cómo hispanistas y estudiosos ya no nos tratan como “una víctima del sur” sino, en palabras de Raymond Carr, como “un país normal”. Cierto viajero continental, allá por el XIX, habló de la imposibilidad física del ferrocarril en España, al tiempo que se preguntaba quién haría el trabajo, toda vez que los españoles “odian siquiera la idea de moverse”. Bien: por esos caminos de bandoleros hoy acelera el AVE. Las ventas que olían a ajo se han reconvertido en restaurantes con estrella. Y aquí en Londres, si hay un español por Euston no es porque sea un exiliado: es porque va a trabajar a una gran empresa nuestra. No, no siempre lo peor es cierto con España.



Bosque de laurisilva. La Gomera, Islas Canarias



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lunes, 11 de marzo de 2019

[DE LIBROS Y LECTURAS] El homenaje a Machado que censuró el franquismo





En 1959, los poetas jóvenes homenajearon a Machado en su tumba de Colliure. La revista Acento Cultural le dedicó un número pero algunos textos no pasaron la censura franquista de la época. Lo contaba hace unos días la escritora Lea Vélez, hija del director de la revista en aquel momento, Carlos Vélez, con motivo del 80 aniversario de la muerte de poeta sevillano.

Sesenta años de una carpeta, comienza diciendo Lea Vélez. Sesenta años guardada en un despacho. Un pequeño tesoro literario, amarillo por el tiempo. De su interior surgen sobres, fotografías, folios y cuartillas con correcciones de última hora. Son los descartes de un número de la revista Acento Cultural en homenaje a Antonio Machado a los veinte años de su muerte. Un número maldito, dirían algunos, un número frustrado, un número despojado de significado, en su momento, pues a causa de la censura franquista no se publicó como le hubiera gustado a su director, Carlos Vélez. Aquel Acento tuvo que rehacerse tres veces y fue peliagudo. El asunto, además de llegar ante Franco en el Consejo de Ministros, casi da al traste con una de las revistas culturales más progresistas de la época. Los materiales referentes a la muerte de Machado y sus últimos días de penuria fueron prohibidos, pero no borrados de la historia, porque Carlos Vélez guardó los manuscritos originales durante todos estos años. Entre ellos, materiales originales e inéditos de Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Caballero Bonald, Gloria Fuertes, José Agustín Goytisolo y otros muchos poetas de la época. También tuvo el cuidado de explicarnos a sus hijos, cuando aún éramos muy jóvenes, el sentido de estos papeles. Abrir la carpeta es como abrir un camino al pasado, del que surge, por ejemplo, Gloria Fuertes y su tarjeta postal:

En esta primavera ya del cincuenta y nueve, / quiero decirte Antonio / cómo va tu Castilla / —que marcha igual que siempre—, / el trigo ya verdea / y Emilio tras las mulas, / han hecho un Sindicato / y el hombre sigue hambre, / y el sol sigue más sol / y aquí no pasa nada, / tan solo tu recuerdo / metido entre mis rejas / recordando tus versos / y tu amor a mi estampa. / Antonio, ¿tú qué piensas / de estos homenajes? / ¿Te gustan? ¿Te disgustan? / ¿Te dan… justicia? Habla.

Aparecen más papeles. Fotografías con leyendas al reverso: “Grupo de poetas asistentes al homenaje a Machado en Colliure. De izquierda a derecha y de arriba abajo: Blas de Otero, J. A. Goytisolo, Ángel González Muñiz, J. A. Valente, Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda, Carlos Barral, J. M. Caballero Bonald”.

Leo un poema de Caballero Bonald. Sesenta años tiene el papel y la emoción es nueva:

Con una mano escribo / y con la otra, abro / las páginas / de un libro. Aquí está / la palabra que busqué / tantos años. ¿La podré / repetir / impunemente / ahora / mientras leo tu nombre, / una sola palabra / en el piadoso mármol?

Veo al poeta sobre la tumba del padre poético de tantos otros autores y me pregunto si leería estos versos allí, en el homenaje en Colliure, o si los escribiría unos días después, aún lleno de las emociones del homenaje, para la revista Acento. La censura lo guardó en la carpeta, pero el tiempo no censura, el tiempo es como el mar y suele devolverlo todo. Surge de este remanso de historia literaria un sobre. Lleva escrito esto:

Ermita de San Saturio, donde se sentaba A. M. / Pensión y casa que habitó en Soria. / Camino entre San Polo y San Saturio. / El puente sobre el Duero visto desde el Castillo. / Del sobre brotan fotos y recuerdos de un viaje familiar a Soria. Los niños corren entre los árboles y su padre grita: / He vuelto a ver los álamos dorados, / álamos del camino en la ribera / del Duero, entre San Polo y San Saturio: / tras las murallas viejas / de Soria —barbacana / hacia Aragón, en castellana tierra—. / Estos chopos del río, que acompañan / con el sonido de sus hojas secas / el son del agua, cuando el viento sopla, / tienen en sus cortezas / grabadas iniciales que son nombres / de enamorados, cifras que son fechas.

Entre las fotos reconozco el hotel Quintana, donde murió Machado. Es una imagen en blanco y negro, pero el artículo inédito de Carlos Barral, escrito días después de su visita a Colliure, pinta de colores la estampa: “Es una casa de tres plantas con la fachada de color y las persianas muy verdes, versión un poco más mediterránea y alegre del Hotel de la Gare que uno encuentra a la entrada de casi todos los pueblos de Francia (…) En el pórtico está madame Quintana, un poco asustada por tantas preguntas, un poco emocionada también, en medio de un grupo de gente que habla animadamente y saca fotografías”. Carlos Barral pasa a describir las habitaciones en las que el poeta vivió sus últimos días y siento la confirmación de que ese homenaje frustrado se hizo en mi casa, en cada enseñanza paterna. Ahí está Blas de Otero, otro favorito de mi hogar, que, junto a José Agustín Goytisolo, me mira desde la foto, ambos bajo una placa en el hotel Quintana en la que leo: “Antonio Machado, poète espagnol, est mort dans cette maison le 22 fevier, 1939”.

De Machado se habla, pero no de su caminar desolado, ni de la injusticia de su muerte. Los poemas están firmados por Leopoldo de Luis, Pere Quart, Gabriel Celaya, Pacheco, Leyva, Joaquim Horta, José Agustín Goytisolo. Me quedo con estos versos de Jaime Gil de Biedma, porque yo cuando pienso en Machado escucho a mi padre y recuerdo esa manera suya de guardar la cultura en sus hijos, construyendo con retales de verso un camino de vuelta a la memoria:

A ti, compañero y padre, / reconocida presencia. / Por lo que de ti aprendimos, / por lo que olvidado queda. / Por lo que tras la palabra / breve, todavía enseñas. / Por tu tranquila alegría / Y por tu digna entereza. / Por ti. Gracias. Porque en ti / Conocimos nuestra fuerza.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 




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miércoles, 23 de septiembre de 2015

[A vuela pluma] Fernando Trueba o el seudoprogresismo de salón y papel cuché



Fernando Trueba


"Ni cinco minutos de mi vida me he sentido español", ha dicho nuestro afamado cineasta, Fernando Trueba, justo en el momento de recibir el Premio Nacional de Cinematografía de manos del ministro de Educación, Cultura y Deportes del gobierno de España. Nada que objetar, por supuesto, a sus declaraciones. Está claro que nadie puede obligar a una persona a sentirse cómoda con su nacionalidad ni con su vida. Sean cuales sean sus razones. Quizá podrían calificarse, en el mejor de los casos, como inoportunas por el momento y lugar elegidos para pronunciarlas. En el peor, como cínicas, por recoger un premio, y su compensación económica, que le otorgan los ciudadanos de un país que él, presume de ello, desprecia.

No tengo más remedio que reconocer que me resulto concernido por la respuesta que su actitud y su discurso ha recibido de otro cineasta español, menos conocido, menos premiado, y como dice el propio autor de la "Carta abierta al director de cine Fernando Trueba", Fernando López-Mirones, menos bueno (cinematográficamente) que él. Me sumo a ella.

Con todo respeto hacia su persona, eso siempre por delante, sus declaraciones me parecen absolutamente desafortunadas; más propias de ese seudoprogresismo de salón y papel cuché tan al uso en ese mundillo artístico en el que el señor Trueba se mueve. Y hablando de artistas, me gustaría suponer que los huesos de Picasso y Buñuel se estarán revolviendo en sus tumbas ante tamaño dislate, ellos, que ni en las peores circunstancias personales, jamás se plantearon renunciar a su condición de españoles. Y eso que Francia les abría sus puertas y su corazón sin pensárselo un momento.

¡Con lo sencillo, honesto y pundonoroso que le hubiera resultado al señor Trueba renunciar al premio (y a su compensación económica), si tan incómoda le resulta su condición de español! Otros muchos españoles, tan significativos o más que el señor Trueba lo han hecho antes, como Javier Marías, al negarse a recibir el Premio Nacional de Literatura, disconforme este no con su nacionalidad, sino con el gobierno que se lo otorgaba.

Lo hecho por Fernando Trueba me lleva a recordar a tres insignes figuras de la cultura europea, sin desdoro alguno para Trueba, mucho más importantes y famosos que él, y presumiblemente en sus antípodas ideológicas: Louis-Ferdinand Céline, Martin Heidegger y Knut Hamsun, en los que cabría ejemplificar eso que se dice sobre el "que puedes ser un genio, un intelectual de prestigio, un gran artista, un escritor excelso, un cualificado puntal en tu profesión, y... un absoluto gilipollas como persona".

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 




P.Picasso, L.Buñuel, J.Marías, L.F.Céline, M.Heidegger y K.Hamsun





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domingo, 5 de octubre de 2014

El tema de España en la poesía de Federico García Lorca






La Alhambra (Granada, Andalucía)



Buena parte de los españoles que nos declaramos de izquierda parecemos dar la impresión de avergonzarnos de nuestra condición de tales. De ahí nuestro aturdimiento y confusión al utilizar términos como pueblo, país, patria, nación, Estado; todo para no utilizar la palabra España. Los españoles que nos declaramos de izquierdas no deberíamos acomplejarnos ni avergonzarnos del uso, y hasta abuso, de la palabra España. España es la patria y la nación común que a todos nos acoge y ampara. No es solo de la derecha, es también nuestra. Y para quitarnos ese complejo de encima puede ayudarnos la poesía.

De ahí, mi atrevimiento al haber traído al blog durante estas últimos meses, a lo largo de cincuenta y seis entradas, lo que algunos de los grandes poetas españoles contemporáneos, poetas del exilio exterior e interior, pero españoles todos hasta la médula, dijeron sobre su patria común, sobre la nuestra, sobre España y su añoranza. 

Fue un gran poeta en lengua inglesa, el estadounidense Walt Whitman quien dijo que "el poeta es el instrumento por medio del cual las voces largamente mudas de los excluidos dejan caer el velo y son alcanzados por la luz". 

Ahora que esta larga serie de entradas sobre el tema de España en la poesia española contemporánea ha llegado a su fín, traigo hasta el blog, en esta entrada escrita desde el corazón, al poeta Federico García Lorca

Ahora que la unidad de los españoles durante siglos en torno a un proyecto de convivencia en común producto de luchas, encuentros y desencuentros, ilusiones y decepciones, pero juntos, parece en trance de romperse por la desidia de algunos, la incompetencia de otros y la indiferencia de la mayoría, recurrir a la figura de Lorca puede parecer pueril, pero no lo es. Su muerte, su asesinato por una banda de sicarios al inicio de la última guerra civil entre españoles, es un ejemplo claro de algo que nunca más debe volver a ocurrir entre nosotros. Bajo ninguna circunstancia, por ninguna razón.

Federico García Lorca nace en Fuente Vaqueros (Andalucía), en 1898, en el seno de una familia de acomodada situación económica. Poeta, dramaturgo y prosista, miembro de la Generación del 27, es junto a Valle-Inclán y Buero Vallejo una de las cumbres del teatro español del siglo XX y de toda la historia de la literatura en España. Comenzó a estudiar Filosoría y Letras y Derecho en la Universidad de Granada, pero enseguida se traslada a Madrid, a la famosa Residencia de Estudiantes, donde coincide y hace amistad con intelectuales y artistas como Luis Buñuel, Rafael Albertí y Salvador Dalí. 

Meses antes de su muerte, cuando le preguntaron por sus preferencias políticas, respondió que él era al mismo tiempo católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico. Nunca estuvo afiliado a ningún partido ni facción política. Durante la II República su compañía teatral, La Barraca, formada por universitarios, representó por pueblos y ciudades de toda España lo más granado del teatro español del Siglo de Oro. 

Murió asesinado por un grupo de falangistas la madrugada del 14 de agosto de 1936 en algún lugar de la carretera entre Víznar y Alfacar, en la provincia andaluza de Granada. Su cuerpo nunca ha sido encontrado.

Les dejo con su poema "Baladilla de los tres ríos":


El río Guadiailquivir
va entre naranjos y olivos.
Los dos ríos de Granada
bajan de la nieve al trigo.

¡Ay amor
que se fue y no vino!

El río Guadalquivir 
tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada,
uno llanto y otro sangre.

¡Ay amor
que se fue por el aire!

Para lo barcos de vela
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada
solo reman los suspiros.

¡Ay amor
que se fue y no vino!

Guadalquivir, alta torre
y viento en los naranjales.
Darro y Genil, torrecillas
muertas sobre los estanques.

¡Ay amor
que se fue por el aire!

¿Quién dirá que el agua lleva
un fuego fatuo de grito?

¡Ay amor
que se fue y no vino!

Lleva azahar, lleva olivas,
Andalucía, a tus mares.

¡Ay amor
que se fue por el aire!


Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




El poeta  Federico García Lorca





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viernes, 3 de octubre de 2014

El tema de España en la poesía de Salvador Pérez Valiente





Catedral de Santa María la Mayor (Murcia)



Buena parte de los españoles que nos declaramos de izquierda parecemos dar la impresión de avergonzarnos de nuestra condición de tales. Por eso nuestro aturdimiento y confusión al utilizar términos como pueblo, país, patria, nación, estado; todo para no utilizar la palabra España. Los españoles que nos declaramos de izquierdas no deberíamos acomplejarnos ni avergonzarnos del uso, y hasta abuso, de la palabra España. España es la patria y la nación común que a todos nos acoge y ampara. No es solo de la derecha, es también nuestra. Y para quitarnos ese complejo de encima puede ayudarnos la poesía.

De ahí, mi atrevimiento al haber traído al blog durante estas últimas semanas lo que algunos de los grandes poetas españoles contemporáneos, poetas del exilio exterior e interior, pero españoles todos hasta la médula, dijeron sobre su patria común, sobre la nuestra, sobre España y su añoranza. 

Fue un gran poeta en lengua inglesa, el estadounidense Walt Whitman quien dijo que "el poeta es el instrumento por medio del cual las voces largamente mudas de los excluidos dejan caer el velo y son alcanzados por la luz". 

Ahora que esta larga serie de entradas sobre el tema de España en la poesia española contemporánea está llegando a su fín, traigo hasta el blog al poeta Salvador Pérez Valiente, en la que es penúltima entrega de la serie. 

Nace en la ciudad de Murcia (Murcia) en 1916. Poeta, escritor y periodista. Queda huérfano muy joven y un tío suyo se hace cargo de él llevándoselo a vivir a Alcalá de Henares (Madrid). Más tarde vive un tiempo en Elche, y finalmente en Madrid, donde se afincará definitivamente y donde muere en 2005. Licenciado en Periodismo y en Filosofía y Letras, estudió también en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Trabajó como redactor para Radio Nacional de España y como articulista en el diario Arriba. Colaboró asiduamente en las revistas Garcilaso y Tránsito, de la que fue cofundador. Su poesía es humanista, coloquial y realista. Frecuentó la tertulia literaria del Café Gijón madrileño donde formó parte del grupo poético Juventud Creadora junto a poetas como Rafael Morales, Ramón de Garciasol y José García Nieto. Fue conferenciante reconocido en Europa y América.

Les dejo con su poema "El extranjero":

Esta es la tierra, esta es la gente
y la cigüeña hacia el poniente.

Y las palabras y las cosas
más enterizas y sustanciosas.

Esto se llama lumbre de encina;
en ella encienden su vida pina,

honradamente rebañada,
las manos que no aprietan nada.

Este es el viaje de la verdad,
la acompañada soledad.

Aquí el cimiento, la última broma,
con el camino que lleva a Roma

o desemboca entre tapiales.
Aquí los huesos monumentales.

Los monasterios catedralicios,
el ir viviendo de precipicios,

salvando el alma y acaso el pan.
Este, el oceánico huracán.

Bajo la muerte pasa un río,
espiga arriba crece el estío

y el tiempo es como una gran piedra
amoretajada por la yedra.

Con lentitud de toro manso
pace la tarde su descanso

y el literarios viajero querría
más agria su melancolía.

Soy extranjero, no sé los nombres
de los trabajos y los hombres.

Acongojante tierra entera
sin un descanso de ribera,

tan pronto incendio o noche cierta,
que ya el viajero se despierta

pensando en otra lejanía.
Oh, condenado a compañía.

Aguas humanas. Hay que enterrar
lo que quisiéramos apurar

como un gran trapo de "cañamero",
(tan amistoso y verdadero

que a la segunda copa avisa).
Este es el diálogo sin prisa.

Estos los hombres de sol a sol,
y esta la casa del caracol.

Sol en la torre. Llueva en el suelo.
La media tarde acorta el vuelo

y la paz huele a mesa puesta,
a levadura bien dispuesta.

Adiós, adiós, decían las gentes,
como si fuésemos viejos parientes

del pimentón o el azafrán,
y no de tuera y alacrán.

¿Y no se gasta tu piedra dura,
tan moza y madre, Extremadura?

La extrema y grave punta de España,
tú eres la espina que nos araña.

(Y el hombre, el hombre de una pieza,
veía pasar nuestra tristeza.)


Y en la próxima ocasión nos vemos con el poeta Federico García Lorca, con el que finaliza la serie de cincuenta y seis poetas y poemas dedicados al tema de España en la poesía española contemporánea. Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. 
HArendt





El poeta Salvador Pérez Valiente





Entrada núm. 2173
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lunes, 22 de septiembre de 2014

El poeta Pablo García Baena y el tema de España en la poesía española contemporánea (LIV)




Ruinas de Medina Azahara (Córdoba, Andalucía)



Buena parte de los españoles que nos declaramos de izquierda parecemos dar la impresión de avergonzarnos de nuestra condición de tales. Por eso nuestro aturdimiento y confusión al utilizar términos como pueblo, país, patria, nación, estado; todo para no utilizar la palabra España. Los españoles que nos declaramos de izquierdas no deberíamos acomplejarnos ni avergonzarnos del uso, y hasta abuso, de la palabra España. España es la patria y la nación común que a todos nos acoge y ampara. No es solo de la derecha, es también nuestra. Y para quitarnos ese complejo de encima puede ayudarnos la poesía.

De ahí, mi atrevimiento al haber traído al blog durante estas últimas semanas lo que algunos de los grandes poetas españoles contemporáneos, poetas del exilio exterior e interior, pero españoles todos hasta la médula, dijeron sobre su patria común, sobre la nuestra, sobre España y su añoranza. 

Fue un gran poeta en lengua inglesa, el estadounidense Walt Whitman quien dijo que "el poeta es el instrumento por medio del cual las voces largamente mudas de los excluidos dejan caer el velo y son alcanzados por la luz". 

Ahora que esta larga serie de entradas sobre el tema de España en la poesia española contemporánea está llegando a su fín, traigo hasta el blog al poeta Pablo García Baena.  

Nace en Córdoba (Andalucía) en 1923. Estudia pintura e historia del arte en la Escuela de Artes y Oficios de su ciudad natal. Hace amistad con poetas locales y a los catorce años lee ya a San Juan de la Cruz, Proust, Juan Ramón Jiménez, Salinas, Jorge Guillén y, sobre todo, a Cernuda. Publica sus primeros poemas y dibujos en la prensa local y en revistas como Gaceta Literaria. En 1947 con otros poetas amigos funda la revista Cántico, en la que reivindica una mayor exigencia formal, estética y senual que enlace la poesía del momento con la Generación del 27. En 1984 recibe el premio Príncipe de Asturias de las Letras. 

Les dejo con su poema "Río de Córdoba":

Pasas y estás como una pisada antigua sobre el mármol,
y hay en tu fondo un velo de argenterías fenicias,
y en la noche de la Albolafia
surgen de oscuro labio enamorado
las suras como negras palomas implorantes.
Eres el rey, turbio César que se desangra
sobre su propia púrpura de barros,
carne deshecha las rojizas gredas,
y flotas sobre tu huyente melancolía,
y fugaz permaneces
con tus manos de plateado exvoto acariciando
el toro, la columna, el santuario
y los petreos plegados de la estatua.
Tu cuerpo generoso se queda entre los juncos
como en un verde acetre de vegetales oros,
herido entre la zarzas por la voz y la noche
que la guitarra vierte sombría y encelada,
mientras los que se aman, de una orilla a otra orilla,
con la tendidas manos sollozantes hundidas en tu agua,
escuchan silenciosos tu bronco latido solitario
de astro centelleante entre los naranjales.
Brizas la inocente madera de las barcas
y abre un surco de congelado asombro
ante la esteva sacra que guía la bogante rueda de los molinos,
donde descansa erguida
la dorada y bermeja palmera de los Mártires:
el cielo ya en los ojos torcaces de Victoria
y Acisclo como un bello ostensorio labrado.
Tal audaz caminante
que un punto se detiene en la suave colina
y fija la mirada en la ciudad que adora y aleja para siempre,
así tú te remansas por los jardines tristes,
por las torre guardianas, por humildes tejares;
y tu rumor real, que baja victorioso
como guerrero esbelto de laureles
desde la áspera cueva de las sierras natales,
anida dulcemente en la cárdena adelfa
que tu mano intrumenta como roja viola apasionada.
Cuando sube la noche a su ajimez de luna
y el licuor de tus ópalos se agita intensamente,
los jóvenes ahogados del estío
levantan en silencio sus lívidas cabezas
que rotos ungüentarios perfuman de estoraque;
y sus miradas líquidas,
donde engastan los sábalos alhajas cinerarias,
contemplan el ciprés, la celosía, el patio,
los muros con la lepra verde de la alcaparra;
y suspiran y tejen coronas de amaranto,
de granadilla y mirto de hojas chorreantes
que van frescas, intactas, por tus crines undosas
hasta la sien vencida del amante que vive,
a tu orilla, la noche mortal del paraíso.


Y en la próxima ocasión nos vemos con el poeta Salvador Pérez Valiente. Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt



El poeta Pablo García Baena





Entrada núm. 2166
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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

sábado, 13 de septiembre de 2014

[El tema de España] El poeta José Herrera "Petere" y el tema de España en la poesía española contemporánea (LIII)





Palacio del Infantado (Guadalajara, Castilla-La Mancha)



Buena parte de los españoles que nos declaramos de izquierda parecemos dar la impresión de avergonzarnos de nuestra condición de tales. Por eso nuestro aturdimiento y confusión al utilizar términos como pueblo, país, patria, nación, estado; todo para no utilizar la palabra España. Los españoles que nos declaramos de izquierdas no deberíamos acomplejarnos ni avergonzarnos del uso, y hasta abuso, de la palabra España. España es la patria y la nación común que a todos nos acoge y ampara. No es solo de la derecha, es también nuestra. Y para quitarnos ese complejo de encima puede ayudarnos la poesía.

De ahí, mi atrevimiento al haber traído al blog durante estas últimas semanas lo que algunos de los grandes poetas españoles contemporáneos, poetas del exilio exterior e interior, pero españoles todos hasta la médula, dijeron sobre su patria común, sobre la nuestra, sobre España y su añoranza. 

Fue un gran poeta en lengua inglesa, el estadounidense Walt Whitman quien dijo que "el poeta es el instrumento por medio del cual las voces largamente mudas de los excluidos dejan caer el velo y son alcanzados por la luz". 

Hoy, ahora que esta larga serie de entradas sobre el tema de España en la poesia española contemporánea está llegando a su fín, traigo hasta el blog al poeta José Herrera "Petere"

Poeta, escritor, autor teatral y traductor, perteneciente a la Generación del 36, hijo del que fuera presidente del gobierno republicano en el exilio entre 1960 y 1962, Emilio Herrera, nació en Guadalajara (Castilla-La Mancha) en 1909. Estudio derecho y filosofía y letras en la universidad de Madrid. En 1931 se afilia al partido comunista español y colabora activamente con la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios. Autor de poemas y canciones de exaltación republicana, con técnicas sencillas como la copla o el romance, fue durante la guerra civil el más popular de los poetas españoles. Exiliado en Francia al final de la guerra civil recibe la ayuda de Pablo Picasso para marchar a México, donde vive hasta 1947. En esa fecha se traslada hasta Ginebra (Suiza) donde trabajo como editor y traductor de español para la Organización Internacional del Trabajo. Allí muere en 1977. Su elogio fúnebre lo leerá su amiga la filósofa española María Zambrano. En 1984 recibe el homenaje de la Biblioteca Nacional de España.

Les dejo con su poema "El viaje secreto":

Quiero decirle al tren que no me espere
que tengo un río de luto a la cintura
y un tajamar de hielo en la garganta.

No, no me esperes tren que vas al campo,
al norte azul y al alto mediodía
que alegre lumbre y cerros van cantando.

No, no me espere, no, tren de la tarde
airoso tren de pinos,
que tengo el pecho herido y en la sangre
roja culebras.

¡Oh tren de sol, no puedo ir contigo,
que árboles pasan como manos pálidas,
que unos rincones negros me sujetan
con sus lágrimas de humo entre los bosques
a negruras heladas,
que unas cavernas negras me ensordecen,
que unos árboles altos se agigantan,
que las cenizas y el dolor me esperan
en llanuras quemadas,
que hasta la noche trenes no han de oírse
-fervores y clamores en campos bajos-
que vayan hacia España!

¡Oh tren de noche llévame contigo
cargado de metales y de luces,
de corazón, de rocas y hierros,
a deterte solo en cumbres agrias!


Y en la próxima ocasión nos vemos con el poeta Pablo García Baena. Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





El poeta José Herrera "Petere"



Entrada núm. 2160
elblogdeharendt@gmail.com
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)