Jornaleros andaluces a la vendimia francesa, 1980
"Desde los seis años -escribe el filósofo Emilio Lledó ("Salteras y el patio de madrina desde el exilio". El País, 2/3/2020) en el A vuelapluma de hoy- he vivido fuera de Sevilla, de Triana, donde nací. La distancia en el tiempo me ofreció, en cambio, otros espacios donde asentar mis experiencias. Esos lugares de mi vida fueron Vicálvaro, un inolvidable pueblo, a pocos kilómetros de Madrid, incorporado ya, por la furia inmobiliaria, a la capital. En Vicálvaro, a cuyo regimiento de Artillería estaba destinado mi padre, pasé los años de la Guerra Civil, y en el fondo de mi memoria, laten siempre sus recuerdos. Cuando terminó la guerra nos vinimos a Madrid donde hice los estudios de Bachillerato y universitarios. Al acabar la carrera y el servicio militar, que entonces era obligatorio, me fui a Alemania, a Heidelberg, donde pasé 10 años preparando mi doctorado y dando clase en el departamento de Filología de la Universidad. Después, tres años de catedrático de instituto en Valladolid, y otros tres en la Universidad de La Laguna. A continuación, 11 años en la Universidad de Barcelona y muchos más en Madrid. Pero entre esos años de Madrid estuve, también, cinco en Berlín, donde viví la caída del muro en 1989, y pude percibir la pasión de los alemanes por unirse, de nuevo, en aquellas dos Alemanias, aparentemente, tan distintas.
Muchas veces me he preguntado: ¿De dónde soy yo? Porque todos esos sitios a los que mis estudios y mi trabajo me llevaron han sido parte esencial de mi vida y de mi posible enriquecimiento personal. En todos esos lugares he sentido una profunda identificación con ellos y, ahora, en la historia de mi particular memoria, una cierta forma de solidaridad.
Precisamente, por ello, me he visto siempre impulsado a reflexionar sobre ese importante y maltratado concepto de identidad. Identidad que ha servido, tantas veces, para construir supuestas teorías, que nada tienen que ver con ese fondo íntimo de la persona, fruto siempre de una educación en libertad y de esos ideales de solidaridad para los que los filósofos griegos inventaron esa hermosa palabra: filantropía.
Pero, en el fondo, la propia identidad está llena de memoria y del surco del tiempo: ese río colectivo en el que nacemos, en el que navegamos, y en el que vive el ser que somos. En esa identidad se encuentran los recuerdos que forjan nuestra existencia. Es verdad que soy un andaluz en el exilio, aunque esa distancia se ha ido acortando, año tras año, a lo largo de mi adolescencia y juventud.
Todos los veranos, al acabar la Guerra Civil, los he pasado en Salteras, ese pueblo de Sevilla en el que nacieron mis padres y que llenó de alegría aquellos tristes años de la posguerra. Allí vivía mi madrina Fernanda, viuda desde muy joven de un tío de mi padre, y para la que fui el hijo que ella no pudo tener. Por ella, por su casa, por el patio que perfumaba aquel jazmín, por sus palabras y su amor, por su inteligencia y sensibilidad, empecé a percibir un horizonte de esperanza en el que habría de reencontrarse mi futuro. Y ese maravilloso pueblo y esa extraordinaria mujer alentaron el reencuentro con el río de mi existencia en el que empezaba a fluir ya mi persona.
Porque allí aprendí, en el trato con mi madrina, algo que me ha llevado, muchas veces a reflexionar sobre el contenido del lenguaje y la inteligencia humana. Creo que madrina, con excepción de algunos viajes a Sevilla, nunca salió del pueblo; pero su innato talento me hizo pensar que, a través de su lenguaje, de sus palabras, latía mucho de lo que habría de aprender, años después, al estudiar la historia de Andalucía y de su cultura.
Y en este momento tengo que rememorar a ese andaluz genial, a Casiodoro de Reina, el fraile jerónimo del monasterio de San Isidoro del Campo que, en el siglo XVI y en un estilo y belleza admirable, tradujo la Biblia. Esa obra le costó verse obligado a abandonar su tierra, por la persecución y condena inquisitorial a la que fue sometido. Como él, otros muchos tuvieron que abandonar Sevilla, que empezaba a ser una de las ciudades más interesantes y cultas de Europa. Doris Moreno, una profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona ha escrito una magnífica biografía de Casiodoro, publicada por el Centro Andaluz de las Letras.
Cuando después de las vacaciones veraniegas regresaba a Madrid, mis padres me decían siempre que volvía “como nuevo”. Esa supuesta novedad me permitía, desde mis resonancias saltereñas, descubrir el ingenio y la gracia de mi madre y el interés cultural de mi padre. Y no puedo evitar el recuerdo de aquel día en que, poco después de la guerra, paseando casualmente por la calle de la Real Academia, me dijo mi padre: “Niño, mira que si tú, alguna vez...”. Yo no sabía lo que significaban sus palabras, ni qué era ese edificio al que señalaba, pero quedaron siempre en mi memoria: ¡Era el jazmín del patio de madrina; era Salteras, Sevilla, Andalucía!" .
A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo.
La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo.
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