Salvo excepciones, que haberlas, haylas, no me gusta prestar mis libros. Soy de los que piensan que es tristemente real ese pareado que reza: "libro prestado, libro amortizado", así que prefiero regalarlos, sin desprenderme del mío. Hace unos meses me llegó por correo un libro que había prestado a un antiguo compañero de trabajo, jubilado hace ya mucho tiempo; hacía al menos quince años. Me lo devolvía con una nota pidiéndome disculpas por su tardanza en hacerlo. Confieso que sabía que lo había prestado, pero ni recordaba a quién. Lo había vuelto a comprar, y no una, sino varias veces.
Ese libro, uno de los más hermosos que yo he leído nunca, es "Memorias de Adriano" (Edhasa, Barcelona, 1983) de la novelista franco-belga Marguerite Yourcenar (1903-1987). Un texto bellísimo, al menos en el castellano de la traducción de Julio Cortazar, que es la que yo conozco. Es también uno de los libros que más veces he regalado a aquellos que considero mis amigos, en la confianza de que sabrían apreciarlo. No siempre ha sido así, pues no es un libro que atraiga de entrada: ¿a quién puede interesar la reflexión que al final de su vida, un emperador envejecido hace por carta a quién años después le sucederá al frente de Roma, Marco Aurelio, sobre lo que ha sido su vida y su reinado?... A mucha gente, se lo aseguro, que conserve intacta la ilusión de la buena literatura.
De Yourcenar he leído también "Opus Nigrum" y "Alexis o el tratado del inútil combate". Y la biografía, excelente, que sobre ella escribió Josyane Savigneau: "Marguerite Yourcenar: La invención de una vida" (Alfaguara, Madrid, 1992). Pero ni punto de comparación con "Memorias de Adriano".
En El País del pasado 31 de agosto, José Manuel Fajardo firmaba un bello artículo ["A la sombra de Yourcenar"] sobre la tierra flamenca, a caballo entre Francia y Bélgica, que vio nacer y crecer a Marguerite Yourcenar. Leyéndolo, me dio por recodar la anécdota de la recuperación de ese libro suyo que ya creía perdido, pero también me vinieron al recuerdo los largos paseos que en mi último viaje a Roma, hace ya tres años, diera por la que fuera la última residencia del emperador Adriano, "su casa", Villa Adriana, en la actual Tívoli, a una veintena de kilómetros al nordeste de la capital italiana, tan retratada en la novela que comento. Anímense a leerla; seguro que les encantará. HArendt
La escritora Marguerite Yourcenar
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