El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2024
martes, 31 de octubre de 2023
De la princesa Leonor y el espíritu de Holden Caulfield
De una princesa en el Parlamento
Una princesa en el Parlamento
FERNANDO VALLESPÍN - El País
29 OCT 2023 - harendt.blogspot.com
Después de haber observado la pompa y el boato aplicado durante los funerales de la reina Isabel II del Reino Unido y la coronación de su hijo Carlos III, la ceremonia de jura de la Constitución de Leonor de Borbón del próximo martes se nos antojará como una liturgia de mínimos. Ya lo fue la del entonces príncipe Felipe en 1986. Nuestra monarquía está infinitamente más cercana de la de los países escandinavos que de la británica. Por eso a veces es preciso recordar que la forma monárquica no es algo que en sí misma mancille las supuestas cualidades democráticas de un Estado. Recordemos que en los países escandinavos ha permitido su coexistencia con los más altos niveles de calidad democrática del mundo. Bien sintonizada a las instituciones, mientras siga sujeta a los principios de ejemplaridad y cumpla con sus funciones constitucionales, esa desviación del principio de igualdad democrática que se otorga a sus titulares por su nacimiento acaba siendo un dato menor, sobre todo porque carece de poder político efectivo.
Esto no es óbice, desde luego, para que quien quiera pueda ser un republicano recalcitrante, pero dudo que la mayoría de ellos vean en el principio monárquico un obstáculo a su libertad ciudadana. Saben que si hubiera una mayoría suficiente para reformar la Constitución en esta línea se acabaría produciendo el giro hacia una república. La monarquía parlamentaria, por eso es legítima en una democracia, es compatible con la soberanía popular, no un mero residuo del pasado, algo así como el coxis que nos recuerda al Antiguo Régimen. Lo que es indudable es que posee una potente fuerza simbólica, encarna la unidad del Estado. Y esta es la razón fundamental que explica la ausencia de los partidos independentistas de la ceremonia del día 31. La del PNV ya es más inexplicable, porque todo el mundo sabe que no hacen peros a los privilegios corporativos del Antiguo Régimen y durante años estuvieron coqueteando con un vínculo con la Corona como medio para ir a un esquema confederal. La razón ya sabemos que tiene que ver con Bildu. Lo que les inhibe a todos ellos no es la monarquía, es España o, en el caso de Podemos o Sumar (?), el pacto del 78.
Siguiendo con la dimensión simbólica, la gran novedad en esta ocasión es que el próximo titular de la Corona es una mujer joven, y esta no parece ser una cuestión baladí. Como se desprende de una encuesta de Metroscopia, este dato y su propio proceso de formación están empezando a tener efecto sobre la cohorte de edad (de 18 a 35 años) más reacia hasta ahora a aceptar la monarquía. En el año 2021 la aprobación de la princesa Leonor estaba por debajo del 50% y ahora se ha disparado hasta el 63%, y la reprobación baja al 21%. Algo tendrá que ver en ello el esfuerzo de su padre por disipar el indudable deterioro que produjeron sobre la institución los devaneos de su abuelo. Curiosamente, su rehabilitación ha pasado por su “rejuvenecimiento”.
Esta columna puede parecer una loa a la monarquía; en realidad lo es a la democracia. Empezamos en Escandinavia y a ella vuelvo. La grandeza de sus democracias no está en sus monarquías, sino en su profundo respeto al Estado de derecho y a los procedimientos, formalismos y prácticas que las sostienen, perfectamente compatibles con el pluralismo político y el disenso sobre este u otro aspecto del entramado institucional. Y que se han sabido modernizar políticamente sin caer en un adanismo divisivo y destructivo. No es mal recordatorio en estos tiempos de profundo deterioro democrático.
Fernando Vallespín es catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid
De la amnistía y su contrapartida
JORDI GRACIA - El PaÍS
24 OCT 2023 - harendt.blogspot.com
La excepcionalidad de una medida de gracia como la que negocian el PSOE y Sumar con los partidos independentistas ha extremado la suspicacia y hasta la alarma democrática de buena parte de la población: perdonar, exonerar, olvidar o cancelar las consecuencias penales que corresponden a altos cargos —y al más alto cargo, el expresident de la Generalitat— por los hechos de septiembre y octubre de 2017 resulta profundamente difícil de asumir para una gran parte de españoles y para muchos catalanes que padecieron una insumisión democrática perpetrada desde el poder autonómico y que los puso al borde del enfrentamiento personal, intrafamiliar y laboral. Fueron la temeridad y la incompetencia combinadas, no de España y Cataluña, sino de dos gobiernos —y sus respectivas terminales políticas y mediáticas— quienes condujeron al país a una extrema tensión. Cálculos temerarios, tacticismo imprudente y el desbordamiento pasional de la calle y los despachos acabaron llevando al independentismo a donde seguramente no querían llegar parte de sus propios líderes: fuera de la ley y sin obtener a cambio ningún resultado práctico ni simbólico favorable a su causa sino todo lo contrario.
La necesidad de los votos de Junts que hoy tiene Pedro Sánchez para obtener la investidura es la causa material e inmediata que ha activado la negociación sobre una amnistía tras los resultados del 23-J. El actual presidente en funciones busca legítimamente los instrumentos que permitan garantizar el voto afirmativo o la abstención de un independentismo que ha vivido la larga resaca de su propia temeridad con cifras decrecientes de respaldo y una desmovilización consecuencia directa de un error garrafal de método: la unilateralidad no es un procedimiento democrático. La evidencia de un Ejecutivo de otro talante en Madrid quedó cifrada en la decisión política de Sánchez de indultar a quienes habían incurrido flagrantemente en él y llevaban ya cuatro años presos, tras ser condenados varios de ellos a más de 10 años de cárcel por el Tribunal Supremo. Los indultos facilitaron así el regreso de uno de los dos partidos mayoritarios independentistas (ERC) al cauce democrático.
La coyuntura actual puede ser la ocasión para que Junts haga lo mismo. El objetivo práctico de la coalición de gobierno de los dos partidos de izquierda, PSOE y Sumar, incluye la voluntad de garantizar la consolidación de la estabilidad y la conciencia de mantener discrepancias y confrontaciones propias de democracias vivas y en perpetua transformación. La pregunta es si medidas como la amnistía parcial o condicionada, o cualquier otra fórmula, podrán cambiar de escala la calidad de nuestra democracia para que un choque político en ningún caso conduzca a nadie a la tentación de traspasar las fronteras tangibles e intangibles de la legalidad y el respeto al discrepante. Serán medios para un fin, en efecto, pero tanto el fin de un gobierno de coalición como el medio de una amnistía deben poder ser defendibles sin retorcer la Constitución y sin ofender a la inteligencia de la mayoría de la población. ¿Cabe argumentar racionalmente en favor de una medida que cancela los efectos penales de delitos cometidos hace seis años, o bien cualquier argumento imaginable en favor de la amnistía no será más que retórica florida para justificar lo injustificable?
El fondo de la cuestión tiene naturaleza esencialmente política y lo que pone en juego es la legitimidad de aprobar una ley en el Parlamento que libre a unos líderes políticos de pagar las consecuencias que otros líderes ya pagaron ante el Tribunal Supremo. La magnanimidad que voten los diputados al aprobar la ley debe estar contrabalanceada por el reconocimiento del dolor causado, el desamparo en que el Govern mantuvo a los no independentistas durante años y la conciencia de haber llevado al país a una situación extrema.
Estoy entre quienes creen que perdura en el corazón y las vísceras de muchos catalanes la memoria de la humillación institucional y la aberración política. La votación del 1 de octubre de 2017 fue el punto de infarto de España y una parte del corazón catalán se necrosó también. Más de la mitad de ciudadanos vivieron con consternación que una exigua mayoría en el Parlament echase a rodar las leyes de desconexión de los días 6 y 7 de septiembre con artimañas chapuceras y convocase sin ningún acuerdo previo con el Gobierno de España (pero tampoco con las fuerzas no independentistas catalanas) un referéndum que no fue sobre la independencia, sino a favor de la independencia, sin pactar la participación mínima, sin acordar la valoración de los resultados, sin atisbo de neutralidad institucional, sin que los no independentistas nos sintiésemos llamados a votar porque íbamos en realidad a una encerrona.
Pero vaya por delante también que creo que buena parte de la población catalana que más sintió el acoso de su propio Gobierno hoy puede entender una medida de gracia en un contexto nuevo y con una ventaja decisiva: arrancar del independentismo institucional —el de ERC y el de Junts— el compromiso democrático de preservar la legalidad sin perjuicio de que persigan el objetivo de ensanchar las bases que apoyan la independencia de Cataluña, hoy visiblemente mermadas. No cabe en ninguna cabeza, ni aquí ni en el resto de Europa, la imposición de la independencia a toque unilateral de silbato.
Este es el horizonte real en el que se mueve hoy el secesionismo. Si la propuesta de repensar una posible ley de claridad que delimite las condiciones acordadas de una votación no es descartable de plano, seguramente es más inmediata la necesidad de reconsiderar la anomalía democrática de que Cataluña esté regida por un Estatut que no votó: parte del origen del procés nace de que ni lo votado por la ciudadanía ni por el Parlament ni por el Congreso de los Diputados acabó siendo el Estatut real. Y nada impediría constitucionalmente que los catalanes votasen una reforma con capacidad para satisfacer a la mayoría de los catalanes, por mucho que sean previsibles sectores descontentos. El compromiso de afrontar esa reforma puede formar parte del punto de encuentro y también ser el punto de arranque que justifique una amnistía y abra la puerta a un futuro que impida las condiciones que llevaron a la pesadilla que culminó en el verano y el otoño de 2017. Las ventajas para el actual Gobierno son obvias, pero los efectos beneficiosos para la derecha lo son todavía más, al reducir de forma inequívoca la conflictividad asociada a la evidencia de que seguirá habiendo partidos y votantes independentistas en la Cataluña de las próximas décadas. Ese compromiso significaría, de hecho, la exclusión legal de cualquier tentación de unilateralidad.
Seis años después, un gobierno de izquierdas ha devuelto la confianza en la negociación como instrumento de funcionamiento político. ¿Entendería la mayoría de la población catalana y española la extinción de las consecuencias penales de hechos tan graves a cambio de armar el protocolo del futuro en dirección a un nuevo Estatut que sirva de referente común y pactado por todas las fuerzas políticas y, por tanto, con exclusión forzosa de cualquier variante unilateral o antidemocrática? La condición central es que las medidas de gracia sean entendidas por la mayoría como una forma de cerrar un ciclo político y social traumático y abrir una etapa en la que el independentismo muestre explícitamente su compromiso democrático con quienes no creen lo mismo que ellos. Sánchez necesita los siete votos de Junts, pero la sociedad española necesita visualizar el inicio de una ruta que descarte la repetición de una tensión como la vivida entonces y permita encauzar las aspiraciones, legítimas y constitucionales, de los independentistas. La desdramatización emocional, la desactivación del instinto de castigo y la racionalidad política tanto de las izquierdas españolas como del independentismo catalán pueden ser en realidad a la vez el medio y el fin para reducir drásticamente los riesgos de sacudir de nuevo los cimientos de una sociedad.
[ARCHIVO DEL BLOG] Glosas sobre Europa: Releyendo a Habermas. [Publicada el 01/07/2013]
lunes, 30 de octubre de 2023
Del diario de un peón
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura para hoy, del escritor Éric Vuillard, va del diario de un peón. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com
Nadie había encontrado el lenguaje para contar esta historia
ÉRIC VUILLARD - Revista Babelia
14 OCT 2023 - harendt.blogspot.com
Este es un libro que cuenta una historia que nadie había contado hasta ahora. El librito, sereno y apasionado a la vez, es Diario de un peón, de Thierry Metz. Narra, día a día, el trabajo de los más pobres, el trabajo más duro, el de un peón. Pero este libro, único en su especie, es a la vez crónica y poema. En cierto modo, es un milagro, ya que, en principio, un hombre que trabaja siete u ocho horas al día en una obra, cargando sacos de cemento, descargando bloques de hormigón y cavando zanjas, no tiene ni tiempo ni oportunidad para escribir. A veces lo vemos trabajando de lejos, en la calle o al borde de la carretera. Reconocemos su silueta, pero no sabemos nada de su existencia ni de sus cualidades interiores. Y es que, desde la noche de los tiempos, la escritura ha sido el privilegio de unos pocos, un pequeño grupo de escribas, hombres de letras.
Thierry Metz es un poeta francés contemporáneo; murió en 1997, a los 40 años. Era hijo de un repartidor parisino. En casa de sus padres no había un solo libro. Tampoco había dinero. Thierry Metz bregó toda su vida como peón, jornalero, trabajador agrícola y albañil. Se mataba a trabajar y, durante los periodos de desempleo, escribía.
Y nos ha legado, entre otros, este libro sereno y apasionado a la vez, Diario de un peón, que relata en un lenguaje nuevo, encendido y conciso, lo que nadie había relatado antes. Y es una de las obras más logradas y admirables jamás escritas. Arthur Rimbaud escribió en un momento de rebeldía: “Siento horror por todos los oficios”. Thierry Metz no sentía horror por su oficio. No lo idealizaba, sino que expresaba toda su crudeza en una prosa densa y clara. Sabía perfectamente que era prescindible, que le utilizaban, que utilizaban a los obreros; era consciente del desequilibrio de su situación y no pretendía escapar de los condicionantes sociales escribiendo. Pero por mucho que le disgustara el materialismo vulgar, pese a la dureza del trabajo y de la injusticia social, no se olvidaba del sol, ni del áspero mango de la herramienta, ni del profundo silencio de sus compañeros, ni de la intensidad del más repetitivo de los trabajos, el inmenso esfuerzo realizado por el mayor número de personas desde tiempos inmemoriales y que constituye el motor esencial de la historia de la humanidad. Así, desde el prosaísmo infinito de sus obras, Thierry Metz descubrió una forma de susurrarnos, en un lenguaje modesto pero altivo, meditativo y concreto, el enigma de nuestra condición: “Me gusta creer que, tal vez un buen día, un dios sin nombre se sentará en este montoncito de tierra y ocupará su sitio en la tumba iluminada de mis esfuerzos con palabras cotidianas, meros gorriones. Recobrará el aliento y volverá adonde tienen lugar las cosas, a los desiertos donde se hallan los hombres y sus obras. ‘¡Viernes!’ Ese será su nombre”.
En este breve pasaje de Diario de un peón, se ve enseguida por qué Thierry Metz no podía contentarse con ser un simple narrador; habría traicionado su vocación de poeta, habría debido quemar las fórmulas del lenguaje que le había salvado; pero tampoco podía ser solo poeta, habría tenido que olvidar a los suyos, los albañiles y porteadores que, desde Mesopotamia, trajinan en las obras del mundo. Y por eso tuvo que elevar el lenguaje a un punto de equilibrio al que nadie lo había llevado antes que él; tuvo que escribir a la vez un poema y un relato, sin separar el uno del otro, sin dejar nunca que el relato cayera junto al saco de cemento, y sin dejar nunca que el poema volara con los pajarillos. Era necesario que las dos partituras se convirtieran en una, que las contradicciones de la vida social se fundieran en la escritura, y que el dolor del esfuerzo redundara un poco en la belleza del mundo.
Pero le costó caro, demasiado caro, un precio muy alto, querer seguir viviendo entre los suyos, en un mundo de polvo y ladrillos, de sed y dolor, y buscar, en esta dura estancia, el oro del tiempo. Hace falta un esfuerzo inconmensurable, es una tarea imposible; pero la tenaz determinación de Thierry Metz nos ha dejado un librito único, tristemente único, en el que un joven fornido, lleno de esperanza, de palabras, de fuerza y también de tristeza, ha intentado decirnos a gritos, pero en un lenguaje muy dulce y hermoso, a través de la dureza del trabajo, de la desigualdad de condiciones y de la modestia de los salarios, hasta qué punto las palabras de cada día y de cada uno son poesía, y cómo el esfuerzo o el hastío, mediante una transubstanciación muy real, transforman el cemento, el golpe del pico, la jornada de trabajo, en pan, pan de verdad. Pero por el camino, el jefe saca tajada; y la poesía, ¿qué saca?