El profesor Umberto Eco
"En uno de los primeros libros que escribió Umberto Eco, titulado "Apocalípticos e integrados en la cultura de masas" (Barcelona, Lumen, 1993) -comenta el poeta y escritor Antoni Puigverd en el A vuelapluma de hoy-, dio una respuesta tranquilizadora a los profesores universitarios de los años sesenta y setenta, asustados por la creciente influencia de los nuevos y potentes instrumentos de la cultura de masas: el cómic, la televisión o la música pop. Eco sostenía que la nueva cultura de masas contribuiría a acercar la tradición humanística a nuevos sectores sociales.
Eco llevó, ciertamente, estas teorías a la práctica mediante sus novelas, exquisitamente fundamentadas en la erudición ( El nombre de la rosa , Baudolino ), aunque sometidas a patrones de novela de género. Ahora bien: su diagnóstico era muy optimista: los instrumentos de la cultura de masas (reforzados ahora con internet y las tecnologías digitales) han barrido el canon cultural y han impuesto un único valor: la audiencia (es decir, la ganancia económica: publicidad o ventas). La mayor parte de las novelas históricas de éxito, lejos de la erudición de Eco, contribuyen incluso más que las románticas de Walter Scott a deformar la visión del pasado. Lo mismo puede decirse del resto de los géneros literarios, musicales, televisivos, teatrales o artísticos que triunfan: necesitan adular a la audiencia para conquistar el éxito, de lo contrario son arrinconados.
Para colocarle un producto cultural, se adula a la audiencia con los mismos mecanismos que los partidos políticos (y los medios de comunicación que les ayudan) usan para conquistar a sus votantes: estimular las emociones primarias, simplificar los mensajes, crear polaridades tremendistas. Reducir los mensajes al máximo y tocar la fibra emotiva, he aquí las dos claves de la victoria política y cultural.
Después de dedicar tantas horas a las redes sociales y a las series televisivas, hasta la gente más culta reconoce que ya no tiene tiempo de leer. Muchos jóvenes universitarios sólo conocen fragmentos de los libros que les han recomendado. La mayor parte de los lectores lo son de Twitter o de cualquier otra red social. Hasta los más politizados se informan por redes favorables a sus opiniones. Ya no hay tiempo, paciencia o interés para adentrarse en una novela compleja, para afrontar un menú lingüístico denso, para aceptar páginas y páginas sin compensaciones inmediatas.
La adicción a la satisfacción inmediata, que la cultura de masas actual ha fomentado, suscita muchos problemas de orden personal (vivir en pareja, cultivar la amistad o tener hijos es una exigencia que muchos ya no saben soportar). Pero tiene gravísimas consecuencias de orden cultural: el público actual condena la dificultad, se aleja de la complejidad y tiene alergia a la atención.
Se quejan los padres de que los niños ya no pueden estarse quietos (incluso existe un síndrome que convierte en enfermos medicalizados a los niños muy activos: TDAH). Pero la mayor parte de estos padres no pueden reprimir el zapping televisivo, necesitan el teléfono a todas horas, viven en constante agitación social y consultan decenas de páginas de internet cuando no interactúan en las redes.
Si los hijos no pueden soportar una hora de escuela en quietud, los padres no pueden soportar una novela exigente o una película lenta. Es difícil no contradecir hoy las confiadas tesis de Umberto Eco. La cultura humanística quizás no decrece (porque ahora son muchos más los universitarios y, por consiguiente, hay más especialistas que nunca en literatura clásica, pintura renacentista o música dodecafónica). Pero ha quedado reducida a guetos especializados: islas de sobrevivencia de la alta cultura. Mientras tanto, la cultura de masas triunfa repitiendo, en innumerables variaciones, técnicas que tan sólo buscan estimular los instintos y las emociones: sexualización, estridencia, espectacularidad, violencia, visceralidad, tensión argumental, simplicidad de contenidos.
De entre todos los naufragios de la tradición cultural, el más impresionante es el de la verdad, sin la cual el debate social se convierte en una jaula de locos. Sea en la tradición judeocristiana, sea en la griega, la cultura occidental había dado siempre una gran importancia a buscar la verdad. Una verdad que no siempre casaba con la realidad visible, que no era fácil de encontrar, pero que se convertía en el referente, el horizonte principal. Esta búsqueda de la verdad implicaba una depuración personal, un combate, una exigencia, un tiempo, una paciencia de los que la sociedad actual carece ya por completo.
Perdida la brújula con la que, de acuerdo con una visión u otra de la condición humana, las ideologías, las religiones, las filosofías buscaban el camino de la verdad, ahora estamos condenados a vagar sin puntos cardinales, estimulados por emociones pasajeras y cambiantes, dominados por un nihilismo primario, elemental. Sin referentes clásicos, sin verdades compartidas, la cultura es mero entretenimiento, puro comercio. Y la política: una descarnada lucha entre grupos e intereses".
A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo.
La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo.
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