domingo, 18 de febrero de 2024

[ARCHIVO DEL BLOG] Lucha de clases, izquierda y derecha. [Publicada el 18/02/2018]












A veces, la mejor manera de entender una noticia es leerla con otra al lado. Sólo una comparación así nos puede permitir discernir de qué se habla realmente, escribe en El Mundo el filósofo, crítico cultural, profesor en la European Graduate School, director internacional del Birkbeck Institute for the Humanities (Universidad de Londres) e investigador senior en el Instituto de Sociología de la Universidad de Liubliana, Slavoj Zizek.
Tomemos como ejemplo, comienza diciendo, las reacciones que despertó un texto incisivo: en el verano de 2017 David Wallace-Wells publicó La tierra inhabitable, un ensayo que se convirtió inmediatamente en leyenda. El texto describe clara y sistemáticamente todo aquello que amenaza nuestra supervivencia, desde el calentamiento global a los potenciales mil millones de refugiados climáticos, así como las guerras y el caos que todo esto generará. Más que centrarnos en las reacciones más predecibles al texto (acusaciones de alarmismo, etcétera), deberíamos leerlo teniendo en mente dos hechos relacionados con la situación que describe. En primer lugar, por supuesto, la descarada negación de Trump a las amenazas medioambientales. Y después, el obsceno hecho de que los mismos multimillonarios que apoyan a Trump se están preparando al mismo tiempo para el apocalipsis, invirtiendo en refugios subterráneos de lujo donde podrían sobrevivir aislados hasta un año, con acceso a verduras frescas, gimnasios, etc. 
Otro ejemplo es un texto de Bernie Sanders y una noticia sobre su persona. Sanders escribió no hace mucho un incisivo artículo sobre el presupuesto republicano con un título que lo decía todo: El presupuesto republicano es un regalo para los multimillonarios: es Robin Hood al revés. El texto está escrito de manera clara, lleno de datos convincentes y observaciones ajustadas; así que, ¿por qué no tuvo más repercusión? Deberíamos compararlo con la cobertura de los medios a la indignación que ha generado el anuncio de que Sanders será uno de los ponentes en la velada inaugural de la próxima Convención de las Mujeres de Detroit. Los críticos arguyen que no es bueno que Sanders, un hombre, hable en una convención dedicada al avance de las políticas para los derechos de las mujeres. No importa que sea sólo uno de los dos únicos hombres entre 60 ponentes, y que no haya ponente transgénero (en este caso, de repente, la diferencia sexual se aceptaba sin que supusiera ningún problema). Tras esta indignada respuesta se escondía, por supuesto, la reacción hacia Sanders del ala pro-Clinton del Partido Demócrata: su incomodidad con la crítica izquierdista de aquél al capitalismo global de hoy en día. Cuando Sanders hace hincapié en los problemas económicos, se le acusa de vulgar reduccionismo de clase, mientras que a nadie le preocupa cuando los líderes de las grandes corporaciones apoyan el movimiento LGTB.
Por lo tanto, ¿se desprende de todo esto que nuestra tarea es destituir a Trump cuanto antes? Cuando Dan Quayle, no precisamente conocido por su alto coeficiente intelectual, fue vicepresidente de Bush senior, corría un chiste según el cual el FBI tenía una orden secreta si Bush moría: matar a Quayle inmediatamente. Esperemos que el FBI tenga la misma orden para Pence en el caso de que Trump muera o sea impugnado. Pence es mucho peor que Trump, un auténtico cristiano conservador. Lo que hace que el movimiento de Trump resulte mínimamente interesante son sus incoherencias: recordemos que Steve Bannon no sólo se opone al programa fiscal de Trump, sino que aboga abiertamente por aumentar los impuestos a los ricos hasta un 40%, y defiende que rescatar bancos con dinero público es "socialismo para ricos". A buen seguro que a Pence no le gusta oír esto. Bannon ha declarado recientemente la guerra, pero, ¿a quién? No ha sido a los demócratas de Wall Street, ni a los intelectuales liberales, ni a cualquier otro de los sospechosos habituales, sino a la propia clase dirigente del Partido Demócrata. Desde que Trump lo despidiera de la Casa Blanca, Bannon lucha por la misión de aquel en su estado más puro, incluso si esto le lleva a luchar contra el propio Trump. No olvidemos que Trump está básicamente destruyendo el Partido Republicano. Bannon tiene como objetivo una revuelta populista de los menos privilegiados contra las élites. Interpreta el mensaje de Trump del gobierno por y para la gente de manera más literal de lo que se atrevería nunca el propio Trump. Hablando claro, Bannon es como las SA en relación a Hitler, el populista de clase baja del que Trump se tendrá que deshacer (o al menos neutralizar) para que la clase dirigente le acepte y pueda funcionar sin contratiempos como jefe de Estado. Por eso Bannon vale su peso en oro: es un recordatorio permanente del antagonismo que afecta al Partido Republicano. 
La primera conclusión que por fuerza debemos extraer de esta extraña cuestión es que ha vuelto la lucha de clases como factor determinante de nuestra vida política, un factor determinante en el buen y viejo sentido marxista de "determinación en última instancia": incluso aunque parezca que nos jugamos algo totalmente diferente, desde crisis humanitarias a amenazas medioambientales, la lucha de clases se esconde detrás y proyecta su inquietante sombra. La segunda conclusión es que la lucha de clases es cada vez menos trasladable de manera directa a la lucha entre partidos políticos, y se trata cada vez más de una lucha que tiene lugar dentro de cada uno de los grandes partidos políticos. En Estados Unidos, la lucha de clases afecta al Partido Republicano (la clase dirigente del partido contra los populistas al estilo Bannon) y al Partido Demócrata (el ala de Clinton contra el movimiento de Sanders). No deberíamos olvidar, por supuesto, que Bannon es el icono de la alt-right o derecha alternativa, mientras que Clinton apoya muchas causas progresistas como la lucha contra el racismo y el sexismo. Aun así, al mismo tiempo tampoco deberíamos olvidar que la lucha LGTB es algo de lo que también podría apropiarse el liberalismo convencional contra el "existencialismo de clase" de la izquierda. La tercera conclusión concierne por ello a la estrategia de la izquierda en esta compleja situación. Mientras cualquier pacto entre Sanders y Bannon queda descartado por razones obvias, un elemento clave de la estrategia de la izquierda debería ser explotar sin piedad la división en el campo enemigo y luchar por los seguidores de Bannon. 
Resumiendo, no hay victoria de la izquierda sin una gran alianza con todas las fuerzas anti-élites. No debemos olvidar que nuestro verdadero enemigo es la clase dirigente capitalista global, y no la nueva derecha populista que es simplemente una reacción a su estancamiento. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
















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