Salvo los "hooligans" del partido Popular, inasequibles al desaliento, creo que la mayor parte de los espectadores televisivos del reciente debate "Sobre el estado de la nación" no hayan sacado otra conclusión que la de que nuestro presidente del gobierno, su grupo parlamentario, y casi todos los diputados del Congreso viven en un mundo irreal, como la Alicia de Carroll, ajeno a las preocupaciones reales de los ciudadanos españoles. Confieso que no lo he seguido en directo, mi índice de masoquismo no llega a tanto, pero sí a través de los resúmenes en prensa y televisión. Y me ha gustado especialmente el análisis que del mismo se hace en mi blog amigo "La república heterodoxa".
Nada nuevo: ese debate plurianual, que se celebra cuando al gobierno de turno le parece y le conviene, y en las condiciones que al gobierno de turno le parece y le conviene, es una mera pantomima de cara a la galería que no sirve para nada. La vida política española ya no está en las Cortes, está en las calles de sus ciudades.
Lo que los españoles de a pie están haciendo ahora mismo en la calle es una historia que no me siento en condiciones de contar, no por falta de ganas, sino por que no sé hacerla. Es en la calle donde la política real se está ejerciendo en estos momentos en España. Y aunque aparentemente no lleve a ningún lado, como prueba la iniciativa popular sobre los deshaucios aceptada a debate por el Congreso que con toda seguridad quedará como al PP le convenga, merece la pena intentarlo.
En Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política (Península, Barcelona, 2003) dice Hannah Arendt que "la acción política genera nuevos espacios de libertad, porque la acción es lo que hace surgir perpetuamente el milagro de lo distinto y lo inesperado incluso en un mundo dominado por los procesos automáticos y los comportamientos previsibles. Es la acción política la que genera libertad, aunque no la "produzca" en el mismo sentido que una mesa es el "producto" final de la actividad del carpintero. La acción no "hace", no "produce", y cuando oímos hablar de grandiosos objetivos políticos (construir un mundo democrático, por ejemplo) nos movemos en el malentendido de la fabricación en la que el fin (producto) sigue a los medios (fabricación). Pero esto es un tipo de pensamiento equivocado porque la acción es un fin en sí misma, es en ella y a través de ella que los seres humanos pueden aspirar a la libertad. Ésta no es el producto de instituciones o reglas, sino de la acción humana, inestable, contingente e impredecible, que es el único lugar donde se general y sobrevive. Los seres humanos contemporáneos están tan fascinados por las posibilidades del pensamiento técnico-productivo que lo usan en un campo en el que resulta sencillamente inaplicable: el de la acción humana. Y en eso reside buena parte de los malentendidos políticos actuales".
He tomado el largo párrafo anterior de un artículo del profesor Rafael del Águila, uno de los más grandes teóricos políticos españoles, fallecido en enero de 2009, que lleva el título de "Entre la acción y la reflexión" y en que comenta el citado libro de Hannah Arendt. Lo publicaba en el segundo número de Revista de Libros, hace justamente dieciséis años. Artículo y libro que no solo no han perdido actualidad sino que la ganan día a día.
¿Puede una persona declararse monárquico y partidario, simultáneamente, del republicanismo político sin caer en la incongruencia?. Yo lo soy: lo declaro expresa y públicamente en la presentación de este blog, en el apartado "Sobre el autor": "Monárquico por sentimiento, lealtad y convicción personal, se declara de izquierdas, progresista y socialdemócrata. En la estela del republicanismo cívico, entiende la política como ejercicio virtuoso de cosa pública, el federalismo como el marco idóneo donde desenvolver el autogobierno de los pueblos y los Estados y la democracia como procedimiento y fin en sí misma".
No creo ser incongruente. Y me atrevo a sacar esto a relucir porque declararse monárquico o republicano no es otra cosa que decantarse por una u otra forma de configuración de la Jefatura del Estado, no una opción para la acción política, en la que partidarios de una u otra forma de Estado pueden estar absolutamente de acuerdo
Hace pocas semanas leía en uno de los blogs del diario El País una interesante entrevista al catedrático de Sociología de la Universidad de Barcelona, Salvador Giner, en la que se mostraba muy crítico con la concepción de la sociedad actual acerca de la moral y la ética en la política, y en general, y se hacía referencia a su más reciente publicación al respecto: El origen de la moral. Ética y valores en la sociedad actual (Península, Barcelona, 2012). Me interesó lo que planteaba y pedí a la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas que me lo buscara, pues no lo tenían en depósito. Menos de una semana después estoy leyéndolo con fruición y provecho. Y lo que son las casualidades, en su capítulo noveno, "Ciudadanía", encuentro un apartado titulado "Virtud pública y republicanismo" (páginas 281-283), que refleja muy bien lo que expreso en la presentación de "Desde el trópico de Cáncer" y corrobora mi profundo sentimiento de admiración por Hannah Arendt. Perdónenme la insistencia, pero no me resisto a trascribirlo en su integridad:
"La concepción republicana de la politeia posee antiguas y profundas raíces. Tras un largo período de relegación, si bien no de completo olvido, experimentó un renacimiento notable, que se remonta a la obra de algunos filósofos morales del siglo XX como fuera Hannah Arendt. El esfuerzo por consolidar el republicanismo como alternativa a las otras concepciones democráticas del orden político tiene consecuencias de alcance para la teoría moral de la democracia.
El republicanismo comparte algunos rasgos con el liberalismo. Su énfasis principal, empero, recae sobre la fraternidad o solidaridad, así como sobre el altruismo. (Son las virtudes cívicas, las de su moral pública.) Ello sega sella su ligazón con la justicia social y la redistribución equitativa de recursos, así como con su visión del ciudadano como ser dotado de virtud cívica. Esto incluye participación en lo público, responsabilidad ante el interés común tal y como se plasma en la res publica y al que se llega a través de la deliberación. De igual modo, el republicanismo no se ciñe a la vida política, sino que suele preocuparse de que la actitud participativa penetre todos los niveles de la vida social: la empresa, la convivencia del barrio, la cultura en el espacio público, en las instituciones privadas y en el seno de los movimientos sociales. He aquí algunos de los elementos esenciales para una concepción genuinamente republicana de la buena sociedad.
Llama la atención en esta concepción de la politeia su afinidad con la interpretación multidimensional del ciudadano. No osaría afirmar que todos los amigos del recién descrito ciudadano "avanzado" sean republicanos implícitos o subconscientes. Me limito a indicar afinidades electivas, inclinaciones compartidas por ambos, es decir, entre la hipotética ciudanía republicana y lo que constituye una ciudadanía plena o avanzada. Las demandas que emanan de los ciudadanos que apoyan la multidimensionalidad para que se ejercite la fraternidad o solidaridad a través de una política social efectiva orientada sobre todo hacia quienes son ciudadanos precarios -por pobreza, marginación social o cualquier forma de discriminación regular- coinciden con las del republicanismo. Lo mismo ocurre con la exigencia de derechos participativos en la industria y la empresa, en la vida comunitaria, en la conversación pública y en la esfera política. Los avisos contra el exceso del profesionalismo en las instituciones que eliminan nuestra condición de partícipes y nos transforman en seres pasivos -pacientes tratados como objetos en la sanidad y medicina públicas, por ejemplo- responden también a una conciencia solidaria o civismo social, por así decirlo que es concomitante con la filosofía política del republicanismo. Todos, incluso los pacientes y hasta muchos condenados a prisión por la justicia, deben tener derecho a la voz y la palabra, y a ser tratados con respeto."
Como ven, nada más alejado del republicanismo cívico que la teoría y la praxis de nuestro gobierno y de buena parte de la oposición.
Por cierto, hoy se cumplen treinta y dos años del más ignominioso hecho de la reciente historia política española: el intento de golpe de Estado de 1981. No voy a hacer referencia alguna más a él.
El vídeo que acompaña la entrada es el primero de una serie de cuatro en el que se recoge la conferencia pronunciada por el sociólogo Salvador Giner en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en Madrid, sobre la "Sociedad civil" y su relevancia en los tiempos actuales. Los tres restantes pueden verlos accediendo al canal YouTube desde el enlace anterior.
Sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt
Por cierto, hoy se cumplen treinta y dos años del más ignominioso hecho de la reciente historia política española: el intento de golpe de Estado de 1981. No voy a hacer referencia alguna más a él.
El vídeo que acompaña la entrada es el primero de una serie de cuatro en el que se recoge la conferencia pronunciada por el sociólogo Salvador Giner en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en Madrid, sobre la "Sociedad civil" y su relevancia en los tiempos actuales. Los tres restantes pueden verlos accediendo al canal YouTube desde el enlace anterior.
Sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt
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