domingo, 2 de marzo de 2025

Del síndrome de Ulises

 





Migrar supone muchas veces un gran impacto psicoemocional, debido a las pérdidas interpersonales, materiales y abstractas que implica dejar atrás una vida. Cada una de las 304 millones de personas migrantes internacionales ­–incluidos 37,6 millones de refugiados, 6,9 millones de solicitantes de asilo y 167,7 millones de trabajadores migrantes– carga con la herida de la pérdida. Y también llevan consigo la esperanza de construir un futuro prometedor lejos de su tierra, escribe en la revista Ethic [El síndrome de Ulises, 26/02/2025] la investigadora social Ana Mangas.

La migración, un fenómeno tan antiguo como la humanidad, suele ir acompañada de un proceso de duelo. Lejos de ser patológico, este es una respuesta emocional natural ante la pérdida y, con el tiempo, tiende a disminuir en intensidad, facilitando la adaptación a una nueva realidad. El venezolano Glener Morales, profesor de artes escénicas de 49 años, afirma que la migración forzada a España y en solitario «ha sido devastadora»: «Ya son nueve años sin mis afectos, costumbres, amistades, sin mi familia».

Existen contextos migratorios en los que «el estrés y el proceso de duelo son muy intensos», advierte el  profesor Joseba Achotegui. En 2002, tras décadas de trabajo en el ámbito de la migración y la salud mental, acuñó el término síndrome de Ulises para describir un cuadro de estrés reactivo asociado a un ]duelo migratorio extremo.

Este síndrome, que no se considera un desorden mental y es diferenciable de patologías como la depresión, se desencadena por factores como «la soledad forzada, el miedo, la indefensión y la falta de oportunidades», explica. Además, se acompaña de una serie de síntomas que van desde tristeza, llanto y ansiedad hasta insomnio, dolores musculares, trastornos digestivos y problemas de memoria, entre otros.

Cuando se le pregunta sobre esta sintomatología, N. M., doctora en Ciencias, de 43 años, originaria de Ucrania, comparte su experiencia. Desde hace dos años vive en Potsdam, Alemania, junto a su hija, con estatus de refugiadas de guerra. Aunque logró asentarse pronto laboral y económicamente, seis meses después de su llegada su estado mental empeoró. «Desarrollé un tic nervioso y decidí acudir a un psicólogo», afirma. Durante el primer año experimentó una fuerte ansiedad, nerviosismo, pensamientos repetitivos e insomnio.

Este patrón es común, explica María Ángeles Plaza, técnica superior de Inclusión para el Servicio Psicológico de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Este tipo de síntomas pueden manifestarse cuando la persona se siente ya segura. «Durante el tránsito migratorio, el sistema nervioso está en alerta y enfocado en la supervivencia. Una vez a salvo, comienza una nueva etapa en la que empiezas a sentir otras necesidades», describe.

El «insomnio es un síntoma bastante característico», señala Jesús Guerra, psicólogo del Programa de Protección Internacional de Movimiento por la Paz (MPDL). Este fue el caso de S. S., un hombre kurdo de 29 años procedente de Turquía. Los primeros meses en España fueron duros: no hablaba el idioma, desconocía la cultura, tuvo que enfrentarse solo a la burocracia. «Tenía ataques de nervios y no podía dormir», recuerda.

Los trámites burocráticos pueden convertirse en «procesos revictimizantes para las personas migrantes», advierte Guerra. Además, no es raro que «se enfrenten a actitudes discriminatorias por parte de la Administración».

Los solicitantes de refugio y asilo suelen verse obligados a tener que narrar una y otra vez, con detalles precisos, las experiencias vividas. Unos procedimientos que podrían aumentar su riesgo de estrés postraumático y dificultaría su recuperación plena, según denuncian varios expertos.

Charnelle, una mujer de 29 años originaria de Benín, sufrió graves episodios de violencia en su país y en Guinea Ecuatorial. Tras llegar a España, espera con sentimientos de «frustración y desprotección» la resolución de su proceso de asilo. Con la asistencia psicológica por parte de CEAR, trabaja para superar las experiencias traumáticas.

Sobre las dificultades de los procesos migratorios, Achotegui señala que, aunque «emigrar nunca ha sido fácil», hoy, «está perseguido». Desde su experiencia, observa que la gran diferencia entre «las migraciones de los años 80 y las actuales radica en tres aspectos: las rupturas familiares, la exclusión social estructural y la criminalización de la migración».

En un contexto en el que la migración es instrumentalizada con fines políticos y ha pasado a ocupar un lugar central en los debates electorales de medio mundo, la urgencia de «rehumanizarla», como defiende Achotegui, parece lejana.

De hecho, la retórica antiinmigración, que cobra cada vez más fuerza, podría estar ya impactando la salud mental de los migrantes en Estados Unidos. Un estudio revela que, en los últimos años, los niveles de estrés y malestar psicológico en esta población han aumentado exponencialmente debido a la creciente hostilidad de estas narrativas en este país.

En Europa, ante el auge de la ultraderecha, N. M. reconoce que en Alemania «hay manifestaciones xenófobas, aunque por ahora son casos aislados». Morales reflexiona sobre cómo los discursos de odio llevan a plantearse preguntas difíciles: «¿Es posible construir una vida en un país donde te perciben como un invasor?».

El duelo migratorio puede variar según diversos factores. No es lo mismo llegar al lugar de destino en avión que atravesar una ruta migratoria peligrosa. Además, la experiencia también se ve influenciada por el género y la edad, ya que ser mujer o menor añade desafíos.

Hoy, se estima que el 48% del número total de inmigrantes internacionales son mujeres. El 57% emigran acompañadas de sus hijos/as o familiares directos y el resto en solitario, según un reciente estudio, que apunta a que suelen partir «de condiciones de vulnerabilidad social y económica». A veces, como en el caso de Charnelle, algunas madres no pueden traer consigo a sus vástagos. Esta separación agrava su duelo.

A esto se suma que el 44% de las mujeres reportaron haber sufrido violencia de género en su país de origen, el 23% en la etapa de tránsito y un 31% ya residiendo en España. El tránsito migratorio suele ser una fase peligrosa para mujeres y niñas a causa de «embarazos, explotación laboral o sexual, dificultad para acceder a servicios de salud sexual y reproductiva, así como a productos menstruales, anticonceptivos y preservativos para prevenir embarazos no deseados o en caso de violencia sexual, el acceso legal al aborto voluntario, la profilaxis de ETS y VIH y la atención prenatal, parto y posparto».

En el caso de los menores, que representan el 13% de los migrantes internacionales, el duelo muestra características particulares. «Aunque son partícipes y protagonistas del proceso migratorio, este suele llevarse a cabo sin considerar su opinión o sin proporcionarles suficiente información sobre las razones», explica Plaza. Como consecuencia, el malestar suele manifestarse a través de «síntomas conductuales, como rabia, enfado, autolesiones, agresividad, trastornos de la alimentación, etcétera».

El duelo migratorio a veces requiere de apoyo psicosocial. Desde la perspectiva de Achotegui, el principal riesgo de no identificar el síndrome de Ulises no radica tanto en el desarrollo de un trastorno psicótico o depresivo, sino en la vulnerabilidad ante adicciones como «vías de escape ante el sufrimiento».

En cuanto al abordaje, existen una dimensión psicológica y otra social, explica Guerra. Desde su labor en MPDL, emplea tres conceptos: normalización, validación y resignificación. Esto implica comprender que lo que se experimenta es una respuesta natural ante una situación extraordinaria, reconocer y validar el sufrimiento, y, finalmente, reconstruir la identidad y la vida. Además, es fundamental «atender los síntomas, buscando herramientas para gestionarlos».

En el plano social, organizaciones como CEAR y MPDL desempeñan un papel crucial en el acompañamiento de personas refugiadas, solicitantes de asilo, etc. Su intervención abarca el acceso a necesidades básicas, el apoyo jurídico-social, el alojamiento en centros de acogida, la enseñanza del idioma, la formación profesional y los espacios de ocio.

Aún falta investigación sobre migración y salud mental, sobre los factores que influyen en el duelo migratorio y también su posible relación con psicopatologías como la depresión o el trastorno de estrés postraumático, según una reciente investigación psiquiátrica.

Las fuentes expertas señalan la necesidad de un sistema de salud mental digno para todos, población autóctona y migrantes. En esta línea, Guerra aboga por enfoques transculturales. «La salud mental se concibe de forma distinta en algunas sociedades no occidentales», explica, lo que hace «imprescindible comprender estas diferencias culturales» para ofrecer una atención adecuada. Otra cuestión es evitar la medicalización del duelo migratorio. En un sistema de salud mental desbordado, se recetan fármacos como solución ante la imposibilidad de ofrecer atención psicológica de calidad.

Por otro lado, los medios de comunicación desempeñan un papel clave en la sensibilización y la lucha contra prejuicios y estereotipos. Y la educación también es fundamental para mejorar la comprensión de las dinámicas migratorias.

En palabras de Morales, lo importante es tratar a «los migrantes como seres humanos, no como estadísticas», brindándoles «apoyo en los procesos burocráticos, el acceso a la salud y su integración en la sociedad».






[ARCHVO DEL BLOG] De izquierdas, los días impares. Publicado el 04/03/2018











Hace aproximadamente un siglo que la izquierda democrática alcanzó el poder en Europa: participó en gobiernos, tuvo amplia representación parlamentaria, y sus opiniones fueron escuchadas con atención. Grandes economistas, como Keynes o Schumpeter, contribuyeron a dar prestigio intelectual a las políticas socialdemocráticas, escribe en El Mundo el profesor Gabriel Tortellá, economista e historiador, catedrático emérito de Historia de la economía en la Universidad de Alcalá de Henares. 
Aparte de profundas razones de fondo, comienza diciendo el profesor Tortellá, el acceso de la izquierda al poder se debió a factores que podríamos llamar coyunturales, como la Primera Guerra Mundial, que impulsó a los gobiernos de ambos bandos a buscar el apoyo de las clases trabajadoras, y la Revolución rusa, que hizo apreciar las virtudes del socialismo no violento. Se inició así una revolución no por pacífica menos radical, que a lo largo de las décadas siguientes transformó las sociedades avanzadas, hasta entonces adeptas al modelo liberal, en socialdemocráticas. 
Causa y consecuencia de estos profundos cambios fue la generalización de la verdadera democracia por medio del sufragio de ambos sexos. La Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial contribuyeron a acelerar la transición y podríamos decir que en los años 70 se había culminado el proceso. En 1971, el presidente Richard Nixon dijo aquello de: «Ya todos somos keynesianos» (We are all Keynesians now), lo cual, en boca de un político tan conservador, implicaba que la socialdemocracia había alcanzado su meta. Pareciera que los partidos socialistas en los países desarrollados se habían quedado sin causa. 
En una sociedad cada vez más próspera, los trabajadores manuales se convirtieron en clase media, y la lucha de clases se diluyó. Más tarde, el derrumbamiento de la Unión Soviética, y del comunismo en la Europa oriental, juntamente con la adopción de la economía de mercado en China y Vietnam (nominalmente comunistas), convenció a muchos de que el comunismo era una vía muerta y puso en duda la necesidad de más socialismo en los países occidentales.
Correlativamente el voto socialista ha venido declinando gradualmente en Europa, su cuna, hasta el punto de que en Francia e Italia (¡quién lo hubiera dicho hace unos años!) los partidos socialistas han desaparecido (los comunistas ya lo hicieron años atrás) y en países como Alemania, Gran Bretaña y España tienen una base electoral en declive y llevan años en la oposición (en Alemania, como socio junior en coalición con la dominante CDU). Hasta en Escandinavia, el antiguo paraíso del socialismo, los socialistas han perdido su situación hegemónica.
¿Están los partidos socialistas condenados a desaparecer en toda Europa? Esta parece ser la tendencia, y así sucederá si no se reinventan (frase manida pero suficientemente expresiva). Tomemos el caso español, que nos pilla más cerca. Aquí, desde 1996, y sólo con el extraño y ominoso interludio de Rodríguez Zapatero (2004-2011), la base electoral del Partido Socialista ha ido estrechándose, a pesar de que, por razones históricas, el electorado español está más bien escorado a la izquierda. El grave problema del socialismo español (como el del resto de Europa) es su indefinición. ¿Adopta claramente la bandera socialdemócrata y compite con la derecha en honradez (en vez de hacerlo en corrupción), y, sobre todo, en eficacia para administrar el Estado de bienestar, su criatura? ¿O levanta la bandera del izquierdismo extremo, adoptando a la vez las causas más peregrinas y variopintas, confiando en que esto atraerá a los jóvenes? No parece que nadie de autoridad en el partido haya estudiado seriamente las alternativas; y, si lo ha hecho, es evidente que ha sido inmediatamente jubilado por una ejecutiva que prefiere la indefinición. Así, el PSOE parece haber decidido ser socialista constitucionalista los días pares y comunista antisistema los impares. Esto puede atraerle los votos de los incautos que no perciben las contradicciones, pero privarle de los que las perciben y las rechazan, porque la contradicción significa mentira, incompetencia, o las dos cosas.
Esta búsqueda de causas nuevas en los días impares puede explicar que, contra sus principios y tradiciones, el PSOE se alíe con los movimientos regionales más reaccionarios, que son los identitarios-independentistas de Cataluña, el País Vasco, Baleares, Valencia y otros, incluso, última y chuscamente, Asturias. Estos movimientos xenofóbicos y elitistas, con ribetes racistas y querencias anticonstitucionales, que durante la Guerra Civil contribuyeron a desbaratar la cohesión del Gobierno republicano y a acelerar la victoria de Franco, resultan ser ahora objeto del respeto y la protección de los socialistas, que sólo a regañadientes han apoyado la intervención vacilante del Gobierno español en la Cataluña víctima de la sedición golpista, y que se han proclamado defensores del actual «modelo educativo catalán», modelo que, además de ser mendaz, opresivo, discriminatorio y clasista, está en abierta contradicción con el artículo 3 de la Constitución. Esta política de improvisación y desconcierto se ha manifestado también en la extraña relación entre el socialista PSOE y el populista Podemos, relación de amor odio que ha proporcionado las extrañas coaliciones municipales y autonómicas de Madrid, Barcelona, Valencia, Baleares, Castilla-La Mancha, etcétera. 
Podemos es el producto de factores espurios. Lo peor de la Universidad española (que ya es decir) se ha visto aupado al puesto de tercer partido parlamentario debido al «truco de la pinza» del PP y a un rasgo muy peligroso de la democracia y de la naturaleza humana: cuando las crisis amenazan seriamente el nivel de vida de grandes sectores de la población, los votantes enloquecen y apoyan a partidos extremistas y antidemocráticos. Así ocurrió durante la Gran Depresión del siglo XX y ha vuelto a ocurrir durante la Gran Recesión del siglo XXI. Entonces la desesperación de los votantes alemanes dio la victoria a Hitler y preparó el camino hacia el Holocausto y la guerra mundial. Hoy la furia de los electores nos ha traído el alza de los populismos de derechas y de izquierdas (muy poca diferencia entre ellos), el Brexit y Trump. A España le ha regalado Podemos y a Grecia, Syriza (muchas gracias). El PSOE ha entrado en pánico ante la amenaza de Podemos y esto ha sido un poderoso acicate para el desmadre de los días impares. Gracias a sus coaliciones disfrutamos de Carmena & Co. en Madrid, de Colocau (a parientes y amigos) en Barcelona, y en Valencia y Baleares se imitan servilmente los desafueros del nacionalismo catalán.
Y por si todo esto fuera poco, el PSOE nos amenaza ahora con una super Ley de Memoria Histórica, presentada en el Congreso en día par, pero sin duda ideada y redactada en día impar. Lo más alarmante de este proyecto es su carácter represivo y totalitario: aspira a establecer nada menos que la Verdad (así, con mayúsculas) sobre la Guerra Civil y el franquismo, para lo que crea una Comisión, y el que se atreva a contradecir esa verdad oficial irá a la cárcel y perderá su empleo (Disposición adicional segunda). De aprobarse esta legislación socialista (?), en España tendremos, ahora sí, realmente, presos políticos y de conciencia. Este proyecto es la réplica simétrica del método de Franco, cuyo ministro de Información y Turismo decía que en España había «libertad para la verdad, pero no para el error». Y parece escandaloso que la Disposición adicional primera declare ilegal realizar «apología del franquismo, fascismo y nazismo» y no diga nada del comunismo o del anarquismo, que también dejaron un buen reguero de víctimas y desaparecidos durante la Guerra Civil en España, en Rusia y en muchos otros países. Esta ley, por otra parte, es totalmente inoportuna. Las Comisiones de la Verdad en otros países se crearon poco tiempo después de terminar una cruenta dictadura, cuando los sucesos eran recientes y supervivían muchas víctimas. 
Hoy todo esto es muy lejano. La Guerra Civil terminó hace 79 años, más de tres generaciones. ¿Por qué no instituyó el PSOE una ley de este tipo en 1982? Yo comparto con los socialistas la repulsa al franquismo, contra el que luché y cuyas cárceles conocí, pero eso no nos da derecho a meter en prisión a los que no opinen como nosotros. Ya está bien de combatir a la dictadura 43 años después de su desaparición. Sinceramente, si alguien se pregunta cómo es posible que un político tan falto de carisma y de popularidad como Mariano Rajoy se perpetúe en el poder contra viento y marea, la respuesta es clara: una izquierda siniestra. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





















Del poema de cada día. Hoy, Defensa de la política, de Luis García Montero

 






DEFENSA DE LA POLÍTICA



Y qué decir de ti,


amiga mía,


compañera de curso en la Universidad


y más tarde serpiente vigilada


en las conversaciones,


igual que una epidemia por las calles.


Y qué decir,


sino que te conozco desde hace muchos años


y vivo de tu parte.


 


Cuando me arrastro solitario


por los extremos de mi vida,


da gusto coincidir,


hablar contigo,


porque después de las preguntas


y las lamentaciones,


el recuerdo es también palabra nueva,


y cambiar, decidir o sentirme yo mismo


no llega a confundirse con las ascuas


de un asunto penoso.


Tú que sabes reír, guardar silencio


o retorcer canciones al final de una noche,


nunca me fallas si te necesito.


 


Yo sé que te preocupa tu futuro


y que debes ahorrar en tiempos de imprudencia.


Por eso te defiendo de los calumniadores.


Cuando somos corruptos te llamamos corrupta.


Nuestra pobre avaricia tarda poco


en acusarte de avarienta,


y nada es más obsceno


que mentir en tu nombre


para después llamarte mentirosa,


a ti, mujer de mala fama,


que solo has intentado quedar bien,


abrazar a la gente


en una fiesta rota.


 


No se puede decir que con nosotros


las manos de la vida modelaran


una historia de amor.


Nos conocemos demasiado.


Pero es verdad que alguna noche,


con las excusas de la soledad,


subimos juntos a tu habitación


y nos necesitamos.


 


Siempre me excita descubrir


la luz de mi inocencia en tu inocencia,


esa luz que apagamos


para buscar el resplandor,


lo que hay de entrega tímida


y de primera vez


en nuestro abrazo.


 


Y cuando los domingos santifican


la mañana orgullosa de este país de súbditos,


me gusta pasear


entre el rumor de las miradas.


Los que viven tranquilos pueden ver en tus ojos


la primavera de mi oscuridad,


y el color conmovido


de un mundo que no duerme.



Luis García Montero (1958)

poeta español





















De las viñetas de humor de hoy domingo, 2 de marzo de 2025

 




































sábado, 1 de marzo de 2025

De las entradas del blog de hoy sábado, 1 de marzo de 2025

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 1 de marzo de 2025. Hablando no se entiende la gente, dice la primera de las entradas del blog de hoy, para comprobarlo basta con prestar algo de atención a los debates, por llamarlos de algún modo, que hay en el Parlamento, o escuchar una de las arengas que los líderes de los partidos dan a sus feligreses los fines de semana. La segunda, un archivo del blog de enero de 2020 en la que se afirmaba la tesis de que acabar con la desigualdad era la única vía de salvación del capitalismo, pues el mundo necesita una transformación tan radical como la que se produjo entre el feudalismo y la sociedad de mercado. El poema de la tercera del día comienza a su vez con estos versos: Hay setenta y seis formas de pedir un café/en Venecia y una sola de conseguir/que la vida nunca te dé la espalda:/El camino de la humedad. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt










Del hablar sin entenderse





 


Hablando no se entiende la gente. Para comprobarlo basta con prestar algo de atención a los debates, por llamarlos de algún modo, que hay en el Parlamento, o escuchar una de las arengas que los líderes de los partidos dan a sus feligreses los fines de semana, empleando las armas incendiarias, aunque limitadas, de una oratoria consagrada a enardecer y persuadir a los ya persuadidos, la mayor parte de los cuales muestran un entusiasmo que tal vez no sería tan intenso si sus colocaciones y sus ingresos no dependieran tanto de la benevolencia selectiva del líder, dice en El País [Tan callando, 22/02/2025] el escritor y miembro de la Real Academia Española, Antonio Muñoz Molina. Hablando a gritos y con crescendos de sarcasmo fácil y denostación del adversario, cada vez más el enemigo, lo que hace la gente es embriagarse de su propio sectarismo, y de los aplausos cautivos de sus subalternos, sin que en esas tiradas verbales se distinga una sola idea, sin que en el ruido de la artillería retórica, de una chabacanería deplorable, de una vulgaridad abismal, haya espacio para el menor intercambio de iniciativas capaces de aliviar los problemas que nos agobian y las amenazas que vienen aceleradamente hacia nosotros, todas las cuales exigirían un alto grado de conversación verdadera y concordia.

Decía Azaña que si las personas hablaran solo de las cosas que saben y cuando tienen algo sustantivo que decir, por España se extendería un gran silencio muy beneficioso para trabajar. Hablando, en vez de entenderse, lo que hace muchas veces la gente es envenenarse, o injuriar a personas que no son culpables de nada, o difundir embustes que luego ya no se pueden corregir. Un delincuente y estafador al que un juez o fiscal ha dejado en libertad provisional, no se sabe si por simple generosidad de alma o para facilitarle que destruya pruebas de sus delitos, acusa públicamente a una persona honorable, Ángel Víctor Torres, el ministro de Política Territorial, de encontrarse con prostitutas en pisos alquilados, y quien tiene que presentar documentos que acrediten la verdad de sus palabras no es el locuaz acusador, sino el calumniado. Ver a este hombre exhibiendo prolijos certificados de aerolíneas para demostrar que estaba en un avión el mismo día y a la misma hora en que se le acusaba de haberse encontrado en lo que antes se llamaba un picadero da una gran tristeza civil, sobre todo cuando se compara su expresión de dignidad herida con la cara de guasa y desvergüenza de quien solo ha tenido que decir mentiras para ganarse la atención de periodistas y políticos con tan pocos escrúpulos como él y de autoridades judiciales llenas de fe en su veracidad.

“El que sabe calla; el que habla no sabe”, dice un epigrama del Tao Te Ching. El que sabe calla no porque quiera ocultar a los demás el secreto de su conocimiento, sino porque para llegar a saber algo con cierto rigor y profundidad hace falta mucho tiempo de reflexión y estudioso silencio. A nuestro alrededor vemos, escuchamos, leemos, a personas que no saben nada y a las que, sin embargo, no les entra la lengua en paladar, pero como hablan alto y con aplomo parece que saben mucho, sobre todo cuando tienen el privilegio masculino de esas voces de bajo que parecen indicios de gran sabiduría. Hablando no se entiende la gente porque muchas veces el que habla está escuchándose a sí mismo, y el que tendría que escuchar aguarda con impaciencia el momento en que el interlocutor haga una pausa de tomar aire para quitarle la palabra. Quizás ese es el motivo del éxito de las notas de voz, que tienen la ventaja de que no hay peligro de interrupción para el que habla, ni esa molesta presencia verdadera del otro, que siempre es un incordio en estos tiempos de egocentrismo tecnológico.

Después de una temporada en la que por motivos profesionales me vi obligado a hablar con demasiada frecuencia, acabé tan fatigado que decidí someterme a una cura de silencio. Un peligro de hablar en público es que uno se acostumbra a ser escuchado sin interrupción y con un respeto en el que hay una parte inevitable de distancia jerárquica entre quien habla y el público, distancia a la vez física y mental que no llegan a reducir las preguntas de un coloquio. No hay comunicación verdadera que no sea igualitaria. Y la atención de un auditorio favorable puede fácilmente halagar la vanidad y relajar la propia exigencia, la conciencia crítica de uno mismo. Hay demagogos y populistas de la literatura igual que los hay de la política, y, como hablar suele ser menos trabajoso que escribir, se corre el peligro de que los golpes ingeniosos y los chistes en voz alta premiados con risas excesivas acaben corrompiendo el estilo, y hasta la inteligencia.

Dice un poema de W.H. Auden: “Las personas privadas en lugares públicos/ son más amables y más sabias/ que las personas públicas en lugares privados”. Sin la fatiga y la máscara de un escenario, la conversación verdadera y gustosa en el ámbito de la intimidad de las personas más cercanas cobra un valor terapéutico. De pronto hablando sí que nos entendemos, y la escucha atenta se corresponde con la confidencia y también con la confesión, con el relato confiado y veraz de lo que se ha vivido. El zumbido de un charlista sabelotodo en la radio o de un intoxicador profesional de la política suena como una inaceptable intromisión. Si no tenemos nada que decir o si hay cosas que es preferible callar para no hacer un daño inútil, lo mejor es quedarse en silencio, como quien despeja el escritorio o la mesa del taller en preparación de una tarea. Está bien escuchar música, a condición de que sea elegida y no forzosa, pero muchas veces puede ser preferible el silencio, que nunca está vacío ni es un espacio en blanco. Se han hecho muchas burlas sobre aquella pieza de John Cage, 4′ 33′', en la que el intérprete se sienta al piano y permanece inmóvil durante ese tiempo exacto, pero en ella hay una llamada de atención: en el silencio del pianista y del público se descubren todos los rumores posibles de los que de otro modo nadie habría sido consciente, como cuando en los días de la pandemia salíamos a la calle sin tráfico y nos llegaba el canto solitario de un gorrión en un árbol de la acera y el sonido de nuestros pasos, y el de nuestra respiración oscura tras la mascarilla.

A veces uno necesita el silencio como necesita un asmático un aire fresco y limpio que le inunde de los pulmones. Una mañana de este febrero soleado he viajado varias horas hacia el norte para sumergirme durante dos días enteros en un retiro de silencio, en una casa monástica pero no penitencial en una ladera que dominaba un valle atravesado por el fragor de un torrente, cerca del antiguo molino que aprovechaba la fuerza de esas aguas, y de una colina por la que un sendero alfombrado de musgo muy espeso ascendía hasta una ermita, en medio de un bosque de hayas y robles todavía con la desnudez del invierno, aunque en las praderas de hierba jugosa ya había estallado una policromía de pequeñas flores silvestres.

Del amanecer a la noche, durante esos dos días, he vivido entre un grupo numeroso de personas que permanecían tan en silencio como yo, compartiendo tareas y comidas, sin decir nada, sin necesidad de decir nada, pero unidos en una comunidad en la que cada uno tenía una presencia tan singular como los árboles del bosque. No teníamos que esforzarnos en improvisar conversaciones con el comensal de al lado. No nos hacía falta conocer opiniones o afinidades para sentir una fraternidad sin palabras. El último día, en la comida, terminó el voto de silencio. Ahora nos animaba la alegría de esa vida en común que de golpe se llenaba de palabras, y de carcajadas y brindis, pero en esas palabras que decíamos estaba la conciencia cuidadosa de su valor y su peligro.