Migrar supone muchas veces un gran impacto psicoemocional, debido a las pérdidas interpersonales, materiales y abstractas que implica dejar atrás una vida. Cada una de las 304 millones de personas migrantes internacionales –incluidos 37,6 millones de refugiados, 6,9 millones de solicitantes de asilo y 167,7 millones de trabajadores migrantes– carga con la herida de la pérdida. Y también llevan consigo la esperanza de construir un futuro prometedor lejos de su tierra, escribe en la revista Ethic [El síndrome de Ulises, 26/02/2025] la investigadora social Ana Mangas.
La migración, un fenómeno tan antiguo como la humanidad, suele ir acompañada de un proceso de duelo. Lejos de ser patológico, este es una respuesta emocional natural ante la pérdida y, con el tiempo, tiende a disminuir en intensidad, facilitando la adaptación a una nueva realidad. El venezolano Glener Morales, profesor de artes escénicas de 49 años, afirma que la migración forzada a España y en solitario «ha sido devastadora»: «Ya son nueve años sin mis afectos, costumbres, amistades, sin mi familia».
Existen contextos migratorios en los que «el estrés y el proceso de duelo son muy intensos», advierte el profesor Joseba Achotegui. En 2002, tras décadas de trabajo en el ámbito de la migración y la salud mental, acuñó el término síndrome de Ulises para describir un cuadro de estrés reactivo asociado a un ]duelo migratorio extremo.
Este síndrome, que no se considera un desorden mental y es diferenciable de patologías como la depresión, se desencadena por factores como «la soledad forzada, el miedo, la indefensión y la falta de oportunidades», explica. Además, se acompaña de una serie de síntomas que van desde tristeza, llanto y ansiedad hasta insomnio, dolores musculares, trastornos digestivos y problemas de memoria, entre otros.
Cuando se le pregunta sobre esta sintomatología, N. M., doctora en Ciencias, de 43 años, originaria de Ucrania, comparte su experiencia. Desde hace dos años vive en Potsdam, Alemania, junto a su hija, con estatus de refugiadas de guerra. Aunque logró asentarse pronto laboral y económicamente, seis meses después de su llegada su estado mental empeoró. «Desarrollé un tic nervioso y decidí acudir a un psicólogo», afirma. Durante el primer año experimentó una fuerte ansiedad, nerviosismo, pensamientos repetitivos e insomnio.
Este patrón es común, explica María Ángeles Plaza, técnica superior de Inclusión para el Servicio Psicológico de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Este tipo de síntomas pueden manifestarse cuando la persona se siente ya segura. «Durante el tránsito migratorio, el sistema nervioso está en alerta y enfocado en la supervivencia. Una vez a salvo, comienza una nueva etapa en la que empiezas a sentir otras necesidades», describe.
El «insomnio es un síntoma bastante característico», señala Jesús Guerra, psicólogo del Programa de Protección Internacional de Movimiento por la Paz (MPDL). Este fue el caso de S. S., un hombre kurdo de 29 años procedente de Turquía. Los primeros meses en España fueron duros: no hablaba el idioma, desconocía la cultura, tuvo que enfrentarse solo a la burocracia. «Tenía ataques de nervios y no podía dormir», recuerda.
Los trámites burocráticos pueden convertirse en «procesos revictimizantes para las personas migrantes», advierte Guerra. Además, no es raro que «se enfrenten a actitudes discriminatorias por parte de la Administración».
Los solicitantes de refugio y asilo suelen verse obligados a tener que narrar una y otra vez, con detalles precisos, las experiencias vividas. Unos procedimientos que podrían aumentar su riesgo de estrés postraumático y dificultaría su recuperación plena, según denuncian varios expertos.
Charnelle, una mujer de 29 años originaria de Benín, sufrió graves episodios de violencia en su país y en Guinea Ecuatorial. Tras llegar a España, espera con sentimientos de «frustración y desprotección» la resolución de su proceso de asilo. Con la asistencia psicológica por parte de CEAR, trabaja para superar las experiencias traumáticas.
Sobre las dificultades de los procesos migratorios, Achotegui señala que, aunque «emigrar nunca ha sido fácil», hoy, «está perseguido». Desde su experiencia, observa que la gran diferencia entre «las migraciones de los años 80 y las actuales radica en tres aspectos: las rupturas familiares, la exclusión social estructural y la criminalización de la migración».
En un contexto en el que la migración es instrumentalizada con fines políticos y ha pasado a ocupar un lugar central en los debates electorales de medio mundo, la urgencia de «rehumanizarla», como defiende Achotegui, parece lejana.
De hecho, la retórica antiinmigración, que cobra cada vez más fuerza, podría estar ya impactando la salud mental de los migrantes en Estados Unidos. Un estudio revela que, en los últimos años, los niveles de estrés y malestar psicológico en esta población han aumentado exponencialmente debido a la creciente hostilidad de estas narrativas en este país.
En Europa, ante el auge de la ultraderecha, N. M. reconoce que en Alemania «hay manifestaciones xenófobas, aunque por ahora son casos aislados». Morales reflexiona sobre cómo los discursos de odio llevan a plantearse preguntas difíciles: «¿Es posible construir una vida en un país donde te perciben como un invasor?».
El duelo migratorio puede variar según diversos factores. No es lo mismo llegar al lugar de destino en avión que atravesar una ruta migratoria peligrosa. Además, la experiencia también se ve influenciada por el género y la edad, ya que ser mujer o menor añade desafíos.
Hoy, se estima que el 48% del número total de inmigrantes internacionales son mujeres. El 57% emigran acompañadas de sus hijos/as o familiares directos y el resto en solitario, según un reciente estudio, que apunta a que suelen partir «de condiciones de vulnerabilidad social y económica». A veces, como en el caso de Charnelle, algunas madres no pueden traer consigo a sus vástagos. Esta separación agrava su duelo.
A esto se suma que el 44% de las mujeres reportaron haber sufrido violencia de género en su país de origen, el 23% en la etapa de tránsito y un 31% ya residiendo en España. El tránsito migratorio suele ser una fase peligrosa para mujeres y niñas a causa de «embarazos, explotación laboral o sexual, dificultad para acceder a servicios de salud sexual y reproductiva, así como a productos menstruales, anticonceptivos y preservativos para prevenir embarazos no deseados o en caso de violencia sexual, el acceso legal al aborto voluntario, la profilaxis de ETS y VIH y la atención prenatal, parto y posparto».
En el caso de los menores, que representan el 13% de los migrantes internacionales, el duelo muestra características particulares. «Aunque son partícipes y protagonistas del proceso migratorio, este suele llevarse a cabo sin considerar su opinión o sin proporcionarles suficiente información sobre las razones», explica Plaza. Como consecuencia, el malestar suele manifestarse a través de «síntomas conductuales, como rabia, enfado, autolesiones, agresividad, trastornos de la alimentación, etcétera».
El duelo migratorio a veces requiere de apoyo psicosocial. Desde la perspectiva de Achotegui, el principal riesgo de no identificar el síndrome de Ulises no radica tanto en el desarrollo de un trastorno psicótico o depresivo, sino en la vulnerabilidad ante adicciones como «vías de escape ante el sufrimiento».
En cuanto al abordaje, existen una dimensión psicológica y otra social, explica Guerra. Desde su labor en MPDL, emplea tres conceptos: normalización, validación y resignificación. Esto implica comprender que lo que se experimenta es una respuesta natural ante una situación extraordinaria, reconocer y validar el sufrimiento, y, finalmente, reconstruir la identidad y la vida. Además, es fundamental «atender los síntomas, buscando herramientas para gestionarlos».
En el plano social, organizaciones como CEAR y MPDL desempeñan un papel crucial en el acompañamiento de personas refugiadas, solicitantes de asilo, etc. Su intervención abarca el acceso a necesidades básicas, el apoyo jurídico-social, el alojamiento en centros de acogida, la enseñanza del idioma, la formación profesional y los espacios de ocio.
Aún falta investigación sobre migración y salud mental, sobre los factores que influyen en el duelo migratorio y también su posible relación con psicopatologías como la depresión o el trastorno de estrés postraumático, según una reciente investigación psiquiátrica.
Las fuentes expertas señalan la necesidad de un sistema de salud mental digno para todos, población autóctona y migrantes. En esta línea, Guerra aboga por enfoques transculturales. «La salud mental se concibe de forma distinta en algunas sociedades no occidentales», explica, lo que hace «imprescindible comprender estas diferencias culturales» para ofrecer una atención adecuada. Otra cuestión es evitar la medicalización del duelo migratorio. En un sistema de salud mental desbordado, se recetan fármacos como solución ante la imposibilidad de ofrecer atención psicológica de calidad.
Por otro lado, los medios de comunicación desempeñan un papel clave en la sensibilización y la lucha contra prejuicios y estereotipos. Y la educación también es fundamental para mejorar la comprensión de las dinámicas migratorias.
En palabras de Morales, lo importante es tratar a «los migrantes como seres humanos, no como estadísticas», brindándoles «apoyo en los procesos burocráticos, el acceso a la salud y su integración en la sociedad».
No hay comentarios:
Publicar un comentario