lunes, 12 de diciembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Universidad española: ¿Aurea mediocritas o mediocridad a secas? [Publicada el 13/12/2011]

 





Creo que somos muchos los que pensamos que nuestra universidad está mucho más cerca de la mediocridad, a secas, que de esa "dorada mediocridad" a la que se refería el poeta latino Horacio como estado ideal en el que no nos afectan en exceso ni las alegrías ni las penas. 

Hay que tener mucho valor, ignorancia, presunción e inocencia, todo al mismo tiempo, para atreverse a criticar algo que se desconoce, o peor aún, que no se conoce bien. Yo ando falto de valor y sobrado de ignorancia, presunción e inocencia, pero me apasiona la vida universitaria -no en vano he estado vinculado a ella bastante más de la mitad de mi vida- y comparto muchas de las críticas que personas con mejor conocimiento de causa que yo vienen realizando sobre los males que afectan a la universidad española y sobre sus posibles soluciones. 

Mis opiniones al respecto son recurrentes -basta con poner en el buscador del blog la palabra "universidad" , y aunque superficiales y probablemente equivocadas, las tengo muy arraigadas: que la universidad debería ser, por principio, una institución elitista a la que se fuera para aprender y no una fábrica de títulos a la que se va para obtener una acreditación profesional con la que ganarse la vida; que solo deberían acceder a ella los mejores, no los que tuvieran más medios económicos, sino los más inteligentes y capaces; que quizá sería mejor tener menos universidades públicas -una o dos por comunidad autónoma- pero mucho más dotadas en infraestructuras, campus, centros de investigación, bibliotecas y personal docente, que nos las cincuenta y tantas que tenemos ahora; y por último, que la selección del profesorado -incestuosa más que endogámica- tendría que cambiar radicalmente, suprimiendo la titularidad de por vida de las plazas de profesores, prohibiendo doctorarse en la misma universidad en que se obtiene el grado, e impidiendo impartir la docencia en la universidad de origen hasta haber acreditado su valía como profesor en otras universidades, Lo ideal sería que estas prohibiciones funcionaran como una especie de tabú académico-profesional y no como una imposición legal. 

Planteo de nuevo en el blog estas reflexiones tras la lectura de varios artículos de opinión publicados en el diario El País a lo largo de estos meses: El primero de ellos, el sábado pasado, por el filósofo y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, José Luis Pardo. Se titula "El destino deportivo de la cultura", que remite a su vez a sendos escritos de Tomás Ortín Miguel, profesor de investigación de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas: "La calidad de la universidad española", del 13 de diciembre de 2010; de Ángel Cabrera, rector de la Thunderbid School of Global Management estadounidense: "España necesita un Madrid-Barça universitario", del 19 de abril de ese mismo año; y por último, de Rafael Argullol, profesor de Estética y director del Instituto Universitario de Cultura de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona: "Disparad contra la Ilustración", del 7 de septiembre de 2009.

Les recomiendo su lectura, no solo por su contenido y la agudeza de sus críticas, no exentas de humor, sino también y sobre todo,por el magnífico estilo literario de sus autores, tan críticos con la "aurea mediocritas" que decía Horacio, que no parecen escritos por profesores universitarios. Sean felices a pesar de todo. Nos lo merecemos. Tamaragua, amigos. HArendt . 






De la polarización

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la polarización, que como dice en ella el politólogo Lluís Orriols, el afán de presentar a los rivales ideológicos: comunistas, fascistas, filoetarras, o golpistas, como una amenaza, se expande en la política española velozmente. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









Necesitamos promiscuidad política y debatir con gente de la tribu rival
LLUÍS ORRIOLS
07 DIC 2022 - El País

Imagine que la nueva pareja de su hijo simpatiza con posiciones políticas que están a las antípodas de lo que usted opina. O que su vecino decide hacerse militante de ese partido con ideas opuestas a las suyas. ¿Cuál sería su reacción? ¿Le generarían emociones de disgusto y rechazo o más bien le provocarían indiferencia? Puede que parezca una pregunta anecdótica, sin trascendencia alguna, más propia del cotilleo. Sin embargo, detrás de ella se esconde un fenómeno que últimamente está preocupando, y mucho, a los politólogos: la polarización afectiva. Consideramos que una sociedad está polarizada en términos afectivos cuando los ciudadanos sienten especial simpatía por quienes son políticamente afines, pero al mismo tiempo sienten un profundo rechazo hacia aquellas personas que piensan diferente. La polarización afectiva es un proceso de tribalización en el que la confrontación política se convierte en algo emocional que va más allá de las legítimas diferencias en posicionamientos ideológicos.
En los últimos años, los politólogos han constatado que la polarización afectiva está ganando terreno en muchas de las democracias de nuestro entorno. También en España. Puede que la confrontación política visceral, de negación del adversario, no sea algo tan nuevo. Muchos recordarán cómo durante los primeros años de gobierno del socialista José Luis Rodríguez Zapatero, en 2004, el clima político alcanzó también temperaturas tórridas, con discursos especialmente beligerantes que en su momento se calificaron con el nombre de la crispación. Sin embargo, existen claros indicios de que la tribalización de la política ha alcanzado niveles récord en los últimos tiempos, muy particularmente tras la ruptura del sistema bipartidista.
Hay motivos de sobra para sentirse preocupado por este creciente proceso de polarización afectiva. Y es que el rechazo visceral a quien vota o piensa distinto puede generar efectos muy novicios para la calidad democrática. La tribalización de la política genera inestabilidad y bloqueo pues dinamita la cooperación y las opciones de alcanzar consensos. También provoca que las personas sean menos tolerantes a aceptar el pluralismo, que vean con desagrado las voces discordantes, las cuales se llegan a percibir incluso como ilegítimas y peligrosas. En España cada vez más se considera al adversario político como una amenaza a eliminar. A quienes piensan distinto se les califica de comunistas, fascistas, filoetarras o golpistas. Estos adjetivos tan frecuentes en el discurso político de hoy tienen en común el afán de negación del adversario político y la percepción de que su existencia representa una amenaza para la sociedad.
La polarización afectiva colisiona con muchos de los principios más básicos de la democracia. Al fin y al cabo, si se considera que el adversario político es peligroso y sus posiciones no son legítimas, es fácil llegar a la conclusión de que debería vetarse su presencia en el debate público y evitar a toda costa que lleguen a las instituciones. En contextos polarizados, cualquiera que se acerque, debata o empatice con alguien de la trinchera rival puede ser acusado de estar blanqueando ideologías horribles que amenazan nuestro modo de vida. Por este motivo la polarización puede llegar a erosionar uno de los principios más básicos de nuestro sistema: el consentimiento de los perdedores. La esencia de la democracia es que las personas deben aceptar el veredicto de las urnas, aunque estas encumbren a opciones políticas que están en las antípodas de lo que uno piensa. Sin embargo, en contextos de intensa polarización, la aceptación de la derrota es más costosa y dolorosa, incluso en ocasiones se convierte en algo inasumible.
La polarización afectiva fomenta una sociedad de tribus cerradas que evitan cualquier tipo de contacto con los rivales. Este comportamiento endogámico es terreno abonado para los prejuicios hacia quienes opinan distinto, lo cual acentúa aún más el rechazo y la confrontación. Por eso la mejor estrategia para luchar contra este fenómeno es fomentar activamente la promiscuidad política e intentar a toda costa debatir con gente de la tribu rival. Y es que una de las mejores recetas para acabar con la polarización afectiva es irse de cañas con quien piensa diferente. Si tienen ocasión, venzan sus resistencias y no duden en hacerlo.




















domingo, 11 de diciembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Latinoamérica, Iberoamérica, Hispanoamérica... Tan cerca, tan lejos. [Publicada el 12/12/2014]

 





¿Cómo denominar a ese inmenso conglomerado de Estados y pueblos que se extiende por el continente americano al sur de los Estados Unidos? ¿Latinoamérica, iberoamérica, hispanoamérica? El Diccionario de la RAE lo tiene bastante claro: latinoamérica engloba a todos los países del continente en los que se hablan lenguas derivadas del latín (español, portugués y francés); para referirse a los países de habla española considera más correcta la denominación de hispanoamérica; y si se nos referimos únicamente a los de habla española y portuguesa, el término más adecuado sería el de iberoamérica.
Sobre la cumbre iberoamericana recientemente celebrada en la ciudad de Veracruz, México, editorializa el diario El País de ayer calificándola de irrelevante, y sus acuerdos, de mínimos, aunque destaca los intentos de afrontar conjuntamente los déficit en educación del bloque. No distinta, pero más halagüeña, como no podía ser menos, es la visión de la Cumbre desde los órganos de prensa del país anfitrión, México.
Cuando este blog salió al mundo, en agosto de 2006, la filosofía que lo inspiraba no era otra que la de un intento de observar lo que ocurre en el mundo a partir de las miradas y las palabras de los otros. De ahí que durante un tiempo me limitara a poner en el mismo aquellos artículos, noticias y referencias de libros o prensa que me parecían de mayor interés sin sentir la necesidad de comentarlas, y por tanto, de dejar traslucir mi ignorancia sobre el asunto en cuestión. Con el paso del tiempo me fui envalentonando y me atreví a formular mis propias opiniones y comentarios sobre lo dicho por otros con mucha mayor autoridad, recurriendo para ello a la fórmula literaria de la digresión. Ello me permitía opinar sin necesidad de justificarme dado que mi comentario aprovechaba el hilo del discurso ajeno para, siguiéndolo, o rompiendo con él, hablar de cosas que no tenían expresa conexión o íntimo enlace con aquello de que se estaba tratando. Y ahí sigo, digresionando... Pero la verdad es que no me gusta sacar a colación asuntos sobre los que no tengo un relativo, conocimiento previo. Y en ese sentido, si África, el continente en el que vivo, es para mi un absoluto desconocido, tengo que reconocer que con Latinoamérica me pasa tres cuartos de lo mismo salvo por el añadido, peligroso, de los prejuicios, algo por cierto, absolutamente necesario para andar por la vida, como ya dijera Hannah Arendt en su libro ¿Qué es la política?.
Dicen que un buen arranque de un libro (un artículo, una noticia, una carta...) es la mitad de su éxito. Y supongo que es verdad. Al menos conmigo, funciona. Me pasa a menudo y me pasó hace unos años ojeando el ejemplar mensual de Revista de Libros con un primer artículo titulado "¡Viva la evolución!", en el que se podía leer este impresionante párrafo inicial:
"La América Latina es cosa mental. La gente ve en la región lo que quiere ver. En el mejor de los casos, ve lo que su ignorancia y prejuicios le permiten ver. Si se invierte la lente a la manera de las Cartas persas de Montesquieu, los resultados son instructivos. Comparados con Brasil, Chile, Colombia y México (vale decir la amplia mayoría de la población del hemisferio), buena parte de los países europeos –por no mencionar los de otras regiones– han sido, a lo largo de los últimos doscientos años, republiquetas más o menos inestables, desiguales y pobres. Ningún sátrapa latinoamericano se compara con los europeos, desde Napoleón hasta Hitler; ningún período de violencia se equipara a los horrores de la guerra civil europea de 1914-1945; la inestabilidad de varios períodos de la vida republicana francesa o italiana poco tiene que envidiar a la de Bolivia; la vida en las favelas de Río de Janeiro no es mucho peor que en las de Nápoles o Marsella, o incluso que en muchas de las residencias municipales gratuitas del Estado de bienestar británico. Y, en compensación, Buenos Aires, São Paulo o Ciudad de México tienen mejores librerías y restaurantes que París, Madrid o Milán; se juega mejor fútbol y la gente de la calle es más cortés. Quien no haya vivido en la América Latina no sabe lo que es la dulzura de vivir, si es que puede pagársela."
Perdoneseme lo extenso de la cita, pero reconozcan conmigo que era como para seguir leyéndolo hasta el final. Les aseguro que me mereció la pena, y por ello les dejo más arriba el enlace al artículo, por cierto, escrito por Hugo Estenssoro, periodista y crítico literario boliviano, colaborador habitual de la prestigiosa "The New York Review of Books", reseñando el libro del periodista británico Michael Reid, editor para América Latina de la revista "The Economist", titulado "The Forgotten Continent: The Battle for Latin Americ's Soul", (Yale University Press, New Haven, 2007), publicado más tarde en español por la editorial Belaqva.
Después de leerlo me puse a buscar referencias en internet sobre el libro y su autor y encontré dos de ellas que me parecieron interesantísimas y dignas de lectura. En primer lugar la de Norman Gall , director del Instituto "Fernand Braudel" de Economía Mundial de Sao Paulo, publicada en El País el 19 de enero de aquel mismo año con el título de "El olvidado progreso de América Latina". y por otro lado, la de Jean-Francois Fogel, periodista francés editor de la edición electrónica de "Le Monde", titulada "Michael Reid y América Latina", publicada en el blog "El Boomeran(g)" comentando a su vez el artículo citado de Norman Gall (y eliminada ahora del mundo virtual gracias a las normas europeas de protección de datos).  
Les recomiendo por último, el crítico análisis de la Cumbre que días después de concluida realizó en El País el ensayista e historiador Antonio Navalón: "Las Américas, a la búsqueda de un destino", en el que puede leerse este clarificador párrafo: "La realidad es que todos los países de esta Cumbre, empezando por España, tienen el mismo problema: no saben donde están". 
Creo que la lectura de los enlaces citados les llevará a percibir con otra mirada, como a mí me ocurrió en su momento, el acontecer de esa América Latina tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. 
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt








Del consumismo

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va del consumismo, pues como dice en ella la escritora Azahara Palomeque, ahora que se acerca la Navidad, vale la pena pensar qué ha hecho el consumismo con nosotros, cuándo nos transformó la posesión de la mercancía en rehenes de sus encantos hasta reducir el raciocinio a mero impulso. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









El día que decidí no comprar nada
AZAHARA PALOMEQUE
07 DIC 2022 - El País

Hace poco, en una de esas conversaciones de café y brasero, me enteré de que la primera vez que entró una lavadora en mi familia mi abuelo tardó en instalársela a mi abuela —y lo expreso así porque la máquina siempre apuntó a un dueño femenino— dos semanas, sin importarle que ella tuviese entretanto que amasar la ropa con jabón en la pila, en un cuartucho helado cubierto con un techo de uralita. Desde la perspectiva del hombre —quien, por otra parte, era una excelente persona—, no corría prisa aquella tarea; en la de la mujer joven con la casa a cuestas y un puesto de pescado que atender en el mercado de abastos que era mi abuela, aquel aparato significaba una mejora de su calidad de vida impostergable, como procedió a quejarse años antes de que yo naciera. Y es que hay cosas que han llenado nuestras agotadas existencias de respiro, acotando el cansancio y donándonos un tiempo precioso; otras han permitido preservar comida o medicamentos y evitar así un número no despreciable de tragedias, como el frigorífico; sin embargo, en el capitalismo frenetizado y voraz actual, la mayoría de los objetos que compramos esconden una menguante funcionalidad y, cuando son realmente útiles, la obsolescencia programada los interrumpe, actualiza la carencia que primeramente generó la adquisición y, como en un bucle infinito, los desecha a los pocos usos. Ahora que se acercan las fiestas navideñas, las ciudades proyectan la ostentación de sus luces y se impone la obligación de dar y recibir cosas absolutamente prescindibles, vale la pena pensar qué ha hecho el consumismo con nosotros, en qué momento nos transformó la posesión de la mercancía en rehenes de sus encantos hasta el punto de reducir el raciocinio a mero impulso.
Cuenta la escritora Carmen Martín Gaite en Usos amorosos de la postguerra española (1987) cómo, en los años que siguieron a la contienda, las costumbres sexoafectivas de todos pero, especialmente, de las mujeres, transcurrieron paralelas a la evolución económica del régimen: así, si en un primer momento la autarquía significó castidad y represión, conforme la sociedad de consumo fue penetrando el franquismo se relajaron también los cuerpos oprimidos, más libres para el goce. Con la llegada del turismo, los primeros coches, la televisión, la moralidad de la época pareció estirarse como un chicle, permitiendo más licencias lúbricas, como si el disfrute y el capitalismo cada vez más devorador se amalgamasen en un solo concepto. Recientemente, el economista francés Frédéric Lordon quiso explicarlo desde el ecologismo, matizando que el error “es haber tomado el deseo de mercancías por deseo a secas” y haber creído que, sin dichas mercancías, “el deseo desertaría el mundo (y se llevaría consigo el color y la luz)” (El capitalismo o el planeta, 2022). Luz y color —sobre nuestras calles encendidas con electricidad carísima—; anatomías que persiguen el deleite y, movidas por la inmediatez, acuden al deslizamiento de la tarjeta de crédito tal como un chute que calma la adicción; confusión pulsátil destinada a nutrir el expolio de un planeta que se queda sin recursos naturales para tanto capricho. La otra cara de la moneda, por supuesto, es la insatisfacción perpetua que genera esa vida de usar y tirar, la apuesta falaz por la compra como casi único camino hacia la felicidad nunca lograda, como se ha analizado desde la filosofía, la psicología y otras ciencias.
En el delirio contemporáneo, advierten numerosos estudios, la acumulación de fruslerías que pronto se transformarán en basura obedece parcialmente a una profunda soledad y no alivia ese sentimiento de vacío; sabemos que los ricos, responsables en mayor medida de la gran debacle medioambiental, suelen ser bastante desgraciados a pesar de sus fortunas —o a causa de ellas—; el feminismo ha denunciado en no pocas ocasiones una manipulación comercial que estereotipa a las mujeres mientras las azuza hacia un ideal imposible concretizado en la moda, los cosméticos, la fantasía de una perfección que acaba degradando; los niños que crecen entre montones de juguetes desarrollan menos creatividad e inteligencia que aquellos que lo hacen con un número más moderado. Al margen de la emergencia climática, se puede esgrimir un sinfín de argumentos por los cuales dejar de comprar o, al menos, frenar el ritmo, aportaría un bienestar personal incuestionable no solo a los consumidores, sino a aquellas personas constantemente explotadas que, en países donde no abundan los derechos, fabrican nuestras bagatelas. Por el lado de la producción, se debería exigir el fin de la caducidad temprana, del desperdicio y del diseño ideado con la intención explícita de que el objeto no pueda reciclarse, pero lo que está claro es que hay algo del acto de la adquisición en sí, junto a la parafernalia que lo acompaña —la atracción del marketing, los eslóganes prometedores del paraíso, ir de tiendas como rutina—, que se ha apoderado de nuestra capacidad de gozar más allá de su marco, enjaulándonos la imaginación y provocando, como diría Byung-Chul Han, la desaparición de los (antiguos) rituales. Si, según el filósofo alemán, el porno ha sustituido al cortejo y el móvil al rosario, la fiebre consumista ha venido prácticamente a construirnos como ciudadanía, y a socializarnos en un ansia por lucir —marcas, viajes— que responde más a intereses empresariales que a necesidades vitales, que volatiliza el regocijo creado al segundo de alcanzarlo.
Canalizar el deseo hacia otra parte me parece, por lo tanto, no solo perentorio en los múltiples frentes que tiene abiertos la política institucional —transición ecológica y energética, crisis de salud mental, reducción de la desigualdad—, sino también crucial como estrategia comunal de supervivencia, desde abajo, con quienes amamos y nos aman independientemente de los adornos y regalos vacuos. Por eso, en esas conversaciones de café y brasero, o de cerveza y tapa, me he dedicado, además de a bendecir la lavadora de mi abuela, a contar que no quiero obsequios inútiles, que prefiero que nos celebremos de manera diferente —una comida, la visita conjunta a una galería de arte—, que no pienso gastar dinero en demostrar afecto o, como mínimo, no en cosas materiales. Me he dedicado, asimismo, a explicar que desde el día que decidí no poseer más que lo estrictamente necesario vivo un pelín más libre, menos agobiada, sin molestia de ninguna privación, aunque sí consciente de que la mudanza de sentido común debe sobrepasar la frontera de mi propia voluntad. Me he dedicado, mucho, a escuchar el alegato contrario y entender la violencia simbólica que se cierne contra quienes no pueden permitirse estar al día con las demandas adquisitivas del turbocapitalismo y se sienten excluidos; a diferenciar entre el lugar donde la riqueza hace más falta —sanidad, vivienda, transporte público— y donde tendría que escasear —en paraísos fiscales, los bolsillos de consejeros delegados, los beneficios obscenos de las grandes empresas—.
Al final, hay toda una urdimbre de justicia social y fiscal que debería acompañar este cambio de paradigma, pero hay también algo latiendo adentro, una suerte de respeto o ética natural, de relajación de las ataduras forzadas que podría tornarnos increíblemente felices si lo sabemos manejar y, más que coartarlo, catapultaría el deseo hacia confines hoy insospechados.
 





















sábado, 10 de diciembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] ¿Podemos? Yes, we can?. [Publicada el 11/12/2014]

 





Tengo unos cuantos buenos amigos, y lo que más me duele, unas cuantas buenas amigas de hace muchos años, incluso familiares cercanos, que no solo votaron por "Podemos" en las pasadas elecciones al parlamento europeo sino que cada vez están más entusiasmados con ellos. No comparto su entusiasmo, pero los comprendo. Aunque mi comprensión no llega hasta el extremo de consolarme. A mí el populismo de que hace gala "Podemos" no me da miedo; no creo que sean los vándalos de los que escribía hace unos días en el blog, pero me provocan sarpullidos. Y como ya tienen apologistas bastantes para que necesiten de mis servicios profesionales, permítanme que me sume -sin acritud, como decía con acento sevillano Felipe González- al equipo de abogados del diablo que coadyuvan a intentar demostrar cuanto de falacia hay en el equipo directivo de "Podemos" y de ignorancia no-culpable, pero también no-excusable, en sus enfervorizados seguidores. Es el riesgo que corre todo movimiento ciudadano y popular cuando decide entrar en el juego y convertirse en parte de lo criticado: que pierden su virginal inocencia y tienen que apechugar con las consecuencias. Que ello sea para bien o para mal, está por ver.

Lo primero de todo es reconocer que los cabreados de este país nuestro, entre los que yo también me cuento, tienen toda la razón, multitud de razones, para estarlo. Lo segundo, decirles que "Podemos" no va a resolverles las motivaciones de su cabreo; como mucho, a agravárselas. Si no, al tiempo, que arrieros somos y en la era nos veremos. Y lo tercero, y no lo digo por curarme en salud o ponerme la venda antes de la herida, que no soy su enemigo, de verdad; que siempre aceptaré lo que las urnas digan en unas elecciones limpias y democráticas, que no creo que sean un peligro público, pero sí que ocultan más de lo que enseñan.

Y ahora, hablemos del otro "Podemos", el del "Yes, we can". ¿En qué han quedado las ilusiones despertadas por la elección de Obama como presidente de los Estados Unidos de América? ¿En qué ha mejorado la situación de iraquíes y afganos con la salida de las tropas estadounidenses y de la OTAN? ¿Qué ha pasado con la primavera árabe? ¿En qué ha quedado la alegría de los libios? ¿Y el conflicto de nunca acabar palestino-israelí? ¿Y los presos de Guantánamo? ¿Y la sanidad universal norteamericana? ¿Y el cambio climático?  ¿Y la inmigración ilegal? Bueno, podemos decir, por lo menos un negro ha llegado a la presidencia, lo que visto lo visto, no es poco logro. Ahora solo falta que llegue a ella una mujer. Pero todavía queda mucha tela que cortar... En el ínterin, les invito a leer este artículo del profesor Julio Aramberri: "El final del principio" sobre la decepción Obama.

Alguno se preguntará con razón que tienen que ver "Podemos" (o Pablo Iglesias) y Obama: Nada, evidentemente. Salvo que los dos levantaron expectativas por encima de sus posibilidades. Y que como dice la sabiduría popular, los experimentos (sociales) en casa y con gaseosa, por favor, que desde la Atenas del siglo V a.C. para acá pocas cosas nuevas veredes en política, amigo Sancho, bajo el sol.  

Termino. Les dejo estos enlaces a cinco artículos de prensa muy críticos con "Podemos". Los cinco de profesores universitarios, que, en principio, no están en la lucha partidista del día a día y cabe presumir no buscan réditos políticos ni electorales. ¿Qué alguno se pasa?, es posible que sí, pero eso no quita que puedan tener razón en lo que dicen: "El síndrome de Sansón", de Joaquín Leguina; "Mucha frase, ningún discurso", de Santos Juliá; "Un partido de profesores", de Félix de Azúa; "Podemos en el país de Nunca Jamás", de Jose Carlos Díez;  y por último, "Pablo Iglesias: ¿Tú ser socialdemócrata", de José Ignacio Torreblanca. Como pueden ver todos ellos escritos por gente derechosa integrante de la casta a extinguir. Vale. Les prometo no volver a insistir sobre este asunto, pero necesitaba quitarme la espinita de encima. Quitada está, y así lo dejamos. Fin de la historia.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt








De la reforma de la sedición

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va del debate abierto sobre la reforma del delito de sedición, porque como dice en ella el politólogo Víctor Lapuente, hay razones de peso tanto para criticarla como para aplaudirla. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.











Debate inconmensurable
VÍCTOR LAPUENTE
06 DIC 2022 - El País

Advertencia: esto es la antítesis de un artículo de opinión. Lo normal es que un analista clarifique un debate complejo, aportando luz, aunque sea la fugaz cerilla de una columna, a la oscuridad. Pero hoy voy a hacer lo contrario: complejizar una cuestión en la que casi todo el mundo parece tener opinión clara, ya sea a favor o en contra, como es la derogación del delito de sedición. Quisiera añadir un poco de tinieblas a su visión tan diáfana.
Porque hay razones de peso tanto para criticar la eliminación de la sedición como para aplaudirla. La derecha, y una parte de la izquierda, consideran acertadamente que la reforma del Código Penal responde al interés y a la situación de personas concretas, los independentistas procesados. Y esta singularidad de la ley viola la regla máxima de un Estado de derecho: la imparcialidad. Se ha cambiado un delito a deseo de los condenados por el mismo, y quizás ha sido por un fin nobilísimo, pero hay que admitir que pagamos un coste. Discutamos si mucho o poco, pero no neguemos, como hace el Gobierno, ese precio.
También hay argumentos a favor. Primero, la taxatividad. De la misma manera que, si entro en un corral y me llevo unas gallinas, sé que se me juzgará por robo y no por desórdenes, debo conocer el alcance de unas acciones de desobediencia pública. Esto no ocurrió en 2017, cuando, con el Código Penal en la mano, corrían unos ríos de tinta pronosticando la absolución y otros profetizando condenas interminables. Ahora está más claro.
Segundo, la europeización, pero no del delito, sino de las condenas por unos hechos, graves, pero no equiparables a crímenes atroces. Una cosa es que Oriol Junqueras no pagara y otra que pasara más tiempo en la cárcel que un asesino. La europeización a la que aspiro es que las condenas a quienes alteran el orden legal de forma no sangrienta sean vistas en Europa como proporcionadas y no como en el caso del 1-O, donde todavía no me he encontrado a ningún extranjero que afirme que no son severas.
Tercero, la paz social. Esta debería ser la justificación del Gobierno: tenemos un choque de dos bienes incontables, la imparcialidad legal y la concordia social, y optamos por lo segundo, no sin dudas y sin respeto a quienes critican la reforma, pero pensando que, a la larga, es lo mejor para España. Esto es la democracia, amigos: resolver conflictos inconmensurables. 






















viernes, 9 de diciembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Zafón y Brown no son Esquilo y Virgilio. [Publicada el 10/12/2008]

 




Ya lo he dicho en ocasiones anteriores, pero no me importa repetirme a mí mismo: en Occidente, después de la cultura greco-latina, casi todo lo demás es mera paráfrasis de ésta... La frase es mía y la cedo gustoso sin copy-right. No soy el único que lo piensa... Por ejemplo, el poeta y escritor Luis Antonio de Villena, se pregunta en El País de hoy el porqué Rajoy o Zapatero nunca citan a Séneca, Cicerón, Platón o Herodoto, que tanto tienen que enseñar al hombre de nuestros días... No da ninguna respuesta a su pregunta, pero si adelanta una conclusión que comparto: estamos creando una sociedad "en la que hay una minoría cultural muy alta y una inmensa mayoría cada vez más inculta (.../...) con una democracia empobrecida en la que los ciudadanos no tienen capacidad de respuesta".

Si la literatura que consumimos es un índice del grado de cultura de una sociedad, creo percibir presagios de tormenta. Permítaseme un símil, y no es nada personal pues he leído con gusto tanto "La sombra del viento" como "El Código Da Vinci", pero comparar a Carlos Ruíz Zafón o Dan Brown, sus autores respectivos, con Esquilo o Virgilio, es como comparar el "tachum-tachum" de la música "bacalao" con el "Don Giovanni" de Mozart. Desde luego, en un sentido lato lo que hacen los Zafón y Brown son tan literatura como las obras inmortales de Esquilo y Virgilio, y tan música es el "tachum-tachum" como la ópera más excelsa... Y claro está que siempre será preferible leer un super-ventas a no leer nada; o escuchar el "tachum-tachum" a no disfrutar del placer de la música, pero en ambos casos, ese debería ser sólo el primer paso en la búsqueda y encuentro de la excelencia literaria y musical. Aunque sobre gustos no haya nada escrito... Disfruten del artículo de Villena. Es bastante más serio que mi digresión, un tanto a vuela pluma y con cierta dosis de mala leche, producto del desencanto... Sean felices. Tamaragua. HArendt


***


"¿Por qué Rajoy o Zapatero nunca citan a Cicerón?", por Luis Antonio de Villena

El escritor Luis Antonio de Villena, que ha recogido en una especie de "diccionario personal" el fértil mundo de la Antigüedad de griegos y latinos, ha confesado hoy su inquietud porque Rajoy o Zapatero nunca citan a Séneca o a Cicerón. "¡Quizás sea pudor para exhibir su inmensa cultura!", señala con sorna el poeta (Madrid, 1951), autor de un sugestivo título: Biblioteca de clásicos para uso de modernos, un encargo de la editorail Gredos, el sello más prestigioso sobre la literatura grecolatina.

"El objetivo es suplir en lo posible la pérdida del estudio de los clásicos, incentivar la investigación de ese mundo, que es la base de toda la cultura occidental", explica el escritor, convencido de que sin esos clásicos "seríamos muy otra cosa de lo que somos. Ya de colegial, De Villena se interesaba por la Antigüedad, y ahora destaca la "genuina modernidad y ancho humanismo" de esos grecorromanos, cuya "gran pluralidad moral" recalca, que nos ayudaría a construir "un futuro más hedonista y feliz".

Época de libertad moral. "Entonces, quien quería suicidarse hasta recibía ayuda, y el caso más conocido es el de Séneca. La eutanasia, la libertad sexual, la libertad de religiones y de opciones funcionaron muy bien en la Antigüedad clásica, y es bueno saberlo", sostiene. Precisa que, si "en política no había libertad, porque sobre todo en Roma mandaba el Emperador, en moral sí la había, con muchas religiones hasta que irrumpió el cristianismo, rama herética del judaísmo que derivó en el ataque a los paganos, los otros, hasta la idea de unir Estado y religión".

De Villena cree que "se conocen poco los casos de mártires paganos", como cuando en la Alejandría del siglo IV d. C. un obispo muy bruto lanzó a la calle a una masa de cristianos, que mataron a la filósofa Hipatia sólo porque enseñaba neoplatonismo y matemáticas". Recuerda la "saña especial" de los cristianos contra Epicuro, porque enseñaba placer, "pero lo entendieron mal, porque él hablaba de una forma de vida, del placer como sentimiento oculto de la vida". "Solo vieron placer sexual a secas y se pusieron como energúmenos", explica de Villena, que reclama "el alma" de Platón.

Que los políticos lean a los griego. En su opinión, "los modernos son los que mejor debieran conocer a los clásicos", y por eso le inquieta "la incultura de los políticos", a los que culpa del "gravísimo atraso" que sufre España en el terreno cultural. "Esperanza Aguirre está contentísima porque aprendió inglés y cree que con eso puede ir por el mundo como una viajera", recrimina guasón a la presidenta de la Comunidad de Madrid, entre otros gobernantes, a los que aconseja buscar fundamento en la Antigüedad y orientarse "leyendo a los griegos".

En su diccionario abundan los escritores, pero hay filósofos, historiadores, militares, políticos, poetas y dramaturgos, hasta más de medio centenar de nombres, desde el emperador Adriano, nacido el año 76 de nuestra era, hasta el poeta Virgilio, cuya llegada al mundo se sitúa en el año 70 a.C., aunque su lectura no requiere ni ése ni otro orden. El libro incluye otras entradas temáticas como "Biblioteca de Alejandría", "Biógrafos e Historiadores latinos", "Grafitos pompeyanos", "Mimos y pantomimas" y hasta un apartado sobre "Homosexualidad griega".

"Es curioso que los griegos antiguos consideraron la pederastia como una institución típicamente helénica", escribe, y recuerda que Herodoto en Los nueve libros de la Historia declaró que los persas copiaron a los griegos "las relaciones amorosas con muchachos". De Villena no duda de qué personajes se traería a la situación actual: a Platón y a Cicerón. "Los dos eran grandes escritores y pensadores y sería interesante verlos reaccionar, con sus distintas perspectivas, ante nuestro complicado y empobrecido mundo contemporneo".

Porque la multiplicación de conocimientos, "el que uno invente el ordenador y el resto lo use sin saber cómo funciona", ha derivado -señala- en "una minoría cultural muy alta y una inmensa mayoría cada vez más inculta". "Un problema que va unido a la libertad -recalca-, a la capacidad de protestar, de rebelarse o hacer oposición, porque sin generar ideas, sin saberlas argumentar, defender, ni enriquecer, el resultado es estar sometido". "Y esto es lo que tenemos -concluye-, una democracia empobrecida en la que los ciudadanos no tienen capacidad de respuesta".