Creo que somos muchos los que pensamos que nuestra universidad está mucho más cerca de la mediocridad, a secas, que de esa "dorada mediocridad" a la que se refería el poeta latino Horacio como estado ideal en el que no nos afectan en exceso ni las alegrías ni las penas.
Hay que tener mucho valor, ignorancia, presunción e inocencia, todo al mismo tiempo, para atreverse a criticar algo que se desconoce, o peor aún, que no se conoce bien. Yo ando falto de valor y sobrado de ignorancia, presunción e inocencia, pero me apasiona la vida universitaria -no en vano he estado vinculado a ella bastante más de la mitad de mi vida- y comparto muchas de las críticas que personas con mejor conocimiento de causa que yo vienen realizando sobre los males que afectan a la universidad española y sobre sus posibles soluciones.
Mis opiniones al respecto son recurrentes -basta con poner en el buscador del blog la palabra "universidad" , y aunque superficiales y probablemente equivocadas, las tengo muy arraigadas: que la universidad debería ser, por principio, una institución elitista a la que se fuera para aprender y no una fábrica de títulos a la que se va para obtener una acreditación profesional con la que ganarse la vida; que solo deberían acceder a ella los mejores, no los que tuvieran más medios económicos, sino los más inteligentes y capaces; que quizá sería mejor tener menos universidades públicas -una o dos por comunidad autónoma- pero mucho más dotadas en infraestructuras, campus, centros de investigación, bibliotecas y personal docente, que nos las cincuenta y tantas que tenemos ahora; y por último, que la selección del profesorado -incestuosa más que endogámica- tendría que cambiar radicalmente, suprimiendo la titularidad de por vida de las plazas de profesores, prohibiendo doctorarse en la misma universidad en que se obtiene el grado, e impidiendo impartir la docencia en la universidad de origen hasta haber acreditado su valía como profesor en otras universidades, Lo ideal sería que estas prohibiciones funcionaran como una especie de tabú académico-profesional y no como una imposición legal.
Planteo de nuevo en el blog estas reflexiones tras la lectura de varios artículos de opinión publicados en el diario El País a lo largo de estos meses: El primero de ellos, el sábado pasado, por el filósofo y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, José Luis Pardo. Se titula "El destino deportivo de la cultura", que remite a su vez a sendos escritos de Tomás Ortín Miguel, profesor de investigación de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas: "La calidad de la universidad española", del 13 de diciembre de 2010; de Ángel Cabrera, rector de la Thunderbid School of Global Management estadounidense: "España necesita un Madrid-Barça universitario", del 19 de abril de ese mismo año; y por último, de Rafael Argullol, profesor de Estética y director del Instituto Universitario de Cultura de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona: "Disparad contra la Ilustración", del 7 de septiembre de 2009.
Les recomiendo su lectura, no solo por su contenido y la agudeza de sus críticas, no exentas de humor, sino también y sobre todo,por el magnífico estilo literario de sus autores, tan críticos con la "aurea mediocritas" que decía Horacio, que no parecen escritos por profesores universitarios. Sean felices a pesar de todo. Nos lo merecemos. Tamaragua, amigos. HArendt .