"Mi tío bisabuelo, Matt Plunkett, -escribe en el Especial dominical de esta semana [Las leyes de la amistad. Letras Libres, 1/5/2020] la profesora de la Facultad de Leyes de la Universidad de New Hampshire, Leah Plunkett- era el sheriff de Deadwood, Dakota del Sur, en 1906, cuando Buffalo Bill Cody llegó a la ciudad. En una imagen aparece con su bigote al lado de Buffalo Bill, los dos junto a una estatua de Wild Bill Hickock, que había sido asesinado décadas atrás por una bronca relacionada con una partida de póker en una taberna local. Según la descripción, Buffalo Bill estaba en Deadwood para rendir homenaje a su colega pistolero; no sé muy bien por qué estaba ahí mi tío. Quizá para mantener la paz.
La amistad es una de nuestras relaciones cercanas más anárquicas. Por eso es la relación humana dominante en nuestro mundo digital actual, que es una especie de Salvaje Oeste del siglo XXI. Las redes sociales están construidas sobre la idea de compartir información privada, igual que las amistades en el mundo real. La tecnología nos anima a compartir nuestra información pero también la de la gente a nuestro alrededor. ¿Cuál es la categoría más grande de gente con la que interactuamos cada día? Nuestros amigos, desde los de plata a los de oro, y también los que son de otro tipo de metales.
El vínculo entre amigos se produce a través de emociones, costumbres y normas, no se define legalmente como en el matrimonio o la paternidad, que imponen obligaciones. Cualquiera puede ser amigo de cualquiera, y cuantos más amigos tengamos mejor. Pero con el surgimiento del dominio digital, la amistad se ha resentido. Tanto en el mundo online como en el mundo real, podemos compartir información sobre nuestros amigos sin su permiso y sin restricciones legales (aunque existen los delitos de calumnias o injurias).
La información compartida entre amigos puede acabar viéndola gente fuera de nuestro círculo de amistades, una audiencia que no era la que se buscaba. Un ejemplo es el escándalo de hace unos años en el grupo de Facebook de Harvard. La universidad consideró las bromas internas racistas y ofensivas que hicieron en el foro algunos alumnos un motivo suficiente para revocar su admisión.
A veces compartimos información de un amigo sin querer. Por ejemplo, las confidencias entre cercanos pueden ver la luz y llegar al público sin que nos demos cuenta; basta un correo electrónico poco cuidadoso o una configuración de privacidad equivocada en Facebook. Cada vez más –y les pasará tarde o temprano a nuestros hijos–, cuando solicitamos empleo, nuestros empleadores usan las redes sociales u otros rastros digitales disponibles para averiguar cosas sobre nosotros y juzgarnos. Por eso lo que nuestros amigos revelan de nosotros es bastante importante.
Nuestras amistades online también nos pueden meter en problemas legales. Las redes sociales ya se están usando para detener a gente que intenta cruzar la frontera de Estados Unidos. Ha habido agentes fronterizos que han analizado los mensajes digitales de amigos de quienes quieren cruzar y los han considerado sospechosos o peligrosos.
La vida digital y la tendencia a compartir demasiado nuestra vida privada han dado pie a un ejército de vigilantes y espías. Una especie de KGB de la amistad, formada por individuos contratados por empresas tecnológicas para perseguir las ilegalidades que nos permiten nuestros amigos, impone una vigilancia sistémica y un control completo sobre nuestras vidas online.
Todo el mundo sabe que Facebook usa nuestra información para controlar sus interacciones con nosotros, incluido lo que nuestros amigos comparten y vemos en nuestro tablón.
Pero pocos conocen las empresas que suele haber detrás de nuestras interacciones y que utilizan nuestra información en secreto y sin control en busca de sus propios objetivos, como cuando los datos de amigos de usuarios de Facebook llegaron a la empresa de consultoría política Cambridge Analytica (sin que esos usuarios dieran permiso o tuvieran conocimiento) y se usaron en anuncios políticos.
En medio de este caos, la amistad sigue siendo algo desregulado. No necesitas una licencia para hacerte amigo de alguien, pero sí la necesitas para casarte. No asumes obligaciones legales cuando te haces amigo de una persona, como cuando tienes un hijo. No entras en ningún tipo de contrato, ni escrito ni implícito, como cuando compras algo.
Cuando eres adolescente o adulto, puedes hacer amigos en áreas reguladas: compañeros de piso, compañeros de trabajo, los padres de los amigos de tus hijos, amantes. Pero desde una perspectiva legal, la amistad ha sido algo históricamente indefinido. Hay 210 opiniones publicadas por el Tribunal Supremo estadounidense que contienen la palabra “amistad”. Por comparar, hay más de 1.000 que contienen la palabra “matrimonio”. La mayoría de los casos sobre “amistad” ni siquiera discuten la experiencia personal y cotidiana de ser amigo de alguien. Son sobre tratados internacionales, o barcos cuyos nombres incluyen la palabra “amistad”, o situaciones en las que la amistad afecta inevitablemente la aplicación de los derechos legales de alguien, o situaciones muy alejadas de alguien con quien juegas en el recreo o escribes tras un mal día.
Pero últimamente está tomando forma una definición legal de la amistad. Como la amistad no tiene leyes y el espacio de las redes sociales está muy poco regulado, muchas jurisdicciones han considerado necesario aprobar leyes contra el cyberbullying o el acoso digital.
Claramente estas leyes no establecen lo que tienes que hacer para ser un amigo; establecen lo que no debes hacer y que te convertiría en un acosador. Sin embargo, si imaginamos lo opuesto al bullying, podemos ver qué considera la ley como amigo.
Tomemos un ejemplo de Nuevo Hampshire, donde trabajé como asistente legal de un abogado que representaba a clientes jóvenes y donde ahora soy profesora de derecho. La Ley de seguridad estudiantil y prevención de la violencia (2000) para estudiantes de primaria y secundaria dice que el bullying ocurre cuando un alumno hace una o varias de las siguientes cosas a un compañero: Daña físicamente a un alumno o la propiedad de un alumno; provoca malestar emocional a un alumno; interfiere con las oportunidades educativas de un alumno; crea un entorno educacional hostil; o trastorna sustancialmente el correcto funcionamiento de la escuela.
El cyberbullying ocurre cuando se producen estos comportamientos con dispositivos electrónicos. Démosle la vuelta. Para ser un amigo, un estudiante tiene que: apoyar físicamente o ayudar a mejorar a un compañero o proteger su propiedad; proporcionar bienestar emocional a un compañero; apoyar o incentivar las oportunidades educativas de un compañero; crear un entorno educacional positivo; proteger sustancialmente el correcto funcionamiento de la escuela.
Para ejercer la “ciberamistad”, este comportamiento tiene que producirse en un entorno digital.
La ley de Nuevo Hampshire no propone convertir a los estudiantes en amigos, pero está implícita en la prevención del bullying la promoción de la amistad. Y la promoción de la amistad ya se produce en las escuelas a través de tecnologías educativas que promueven el aprendizaje social y emocional y en un currículo que premia con puntos el comportamiento prosocial.
La promoción de la amistad es un objetivo positivo en teoría pero no debería ser dictatorial. Si te pudieran castigar por no ser un buen amigo en vez de por ser un acosador, esto dañaría la parte anárquica y sin leyes que convierte a la amistad en algo tan estimulante.
Damos por hecho que la amistad no tiene leyes. Imagina ir al ayuntamiento a por una licencia para ser amigo de alguien. Es absurdo. Imagina tener que pagar una pensión a un examigo. Es ridículo. Pero los ejemplos que he puesto sobre control de la amistad tienen grandes implicaciones en la amistad individual y también en la propia institución de la amistad. Aunque te parezca bien que haya un control de la amistad en una situación particular –por ejemplo, si crees que decir cosas racistas justifica que te impidan acceder a una universidad–, merece la pena reflexionar sobre la estructura y deseabilidad de un control de la amistad.
Aspiramos continuamente a proteger nuestras libertades, pero también tenemos que proteger la naturaleza de una amistad sin leyes. A medida que la amistad se va volviendo más legal, más controlada por hipervigilancia y por gente como mi tío Matt, desaparecen la lealtad, la afinidad y la confianza, y la amistad se convierte en algo estratégico, en algo intercambiable y surge una especie de dilema del prisionero (“No desvelaré lo que sé de ti si tú no desvelas lo que sabes de mi”). Tenemos que seguir homenajeando los vínculos de amistad que son anárquicos por naturaleza, que abren nuevas fronteras en nuestro interior".
El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.
La profesora Leah Plunkett
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Entrada núm. 6049
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)