Todos hemos visto Johnny Guitar: un western que se apropia con brillantez de los códigos del género mientras relata una melodramática historia de amor y despliega una alegoría sobre el macartismo. O sea: sobre el momento en que el Comité de Actividades Antiamericanas se dedicó a perseguir comunistas en el Hollywood de posguerra, comienza diciendo en un reciente artículo Manuel Arias Maldonado (1974), filósofo, sociólogo, politólogo, ensayista y profesor de Ciencia Política en la Universidad de Málaga.
En la película, Mercedes McCambridge interpreta a Emma, una de las notables del pequeño pueblo que espera la llegada inminente del ferrocarril. Sexualmente ambigua, está enamorada de un pistolero que a su vez corteja a Vienna, la dueña del saloon que encarna Joan Crawford. Incapaz de poner orden en sus propias pasiones, Emma se convierte en la principal instigadora del acoso a Vienna y sus próximos. Es ella la que convence a los demás de la necesidad de expulsarlos; ella la que lidera su persecución antorcha en mano. De un grupo de ciudadanos indecisos termina así por emerger una jauría enloquecida. Tal es la fuerza de los influjos humanos.
Se plantea aquí una cuestión política nada menor. Uno de los argumentos que sirven para legitimar al separatismo catalán dice que estamos ante un proceso bottom-up, es decir, una iniciativa popular que termina contagiando a los partidos y desborda el marco institucional. ¡Hay un pueblo en marcha! Otro, invocado también a menudo, sacraliza las preferencias individuales: si los ciudadanos quieren algo, hay que aceptarlo sin preguntarnos por qué han llegado a querer eso o si eso que quieren es moralmente aceptable. Serían preguntas impertinentes: no sirven al científico que trata de analizar objetivamente la realidad social ni al partido que piensa en las siguientes elecciones. Es como si el proceso de formación de las preferencias tuviera lugar en el interior de una caja negra hundida en el fondo del mar y nadie tuviera interés en mandar allí unos buzos.
La opinión pública se parece con frecuencia a un niño que reacciona de manera infantil a los acontecimientos. Recordemos la crisis del euro: el continente se llenó de ciudadanos iracundos que lamentaban haber sido europeístas y los populismos empezaron a ganar fuerza. Después, durante la pasada primavera, las encuestas de opinión parecían haber enloquecido: el apoyo a la Unión Europa pasó en Francia del 38% al 56% y en Alemania del 50% al 68%. ¿Cómo se explica un giro semejante? Seguramente con la victoria de Trump, la recuperación económica y un caótico Brexit. ¡Menudas convicciones! Nada de lo que extrañarse: el votante es un ser por lo general desinformado que siente antes que piensa. De donde se deduce que las preferencias no van de abajo a arriba, sino en dirección contraria.
Basta con atender al caso vasco. Los últimos Euskobarómetros dicen que el independentismo nunca tuvo menor apoyo popular. Sin duda, el fin del terrorismo contribuye a ello. Pero uno se pregunta si el moderantismo del PNV no resulta decisivo: las élites han cambiado el discurso y los votantes se acomodan a ello. ¿Y Cataluña? Se alegará que hay muchas élites en disputa y varios discursos en contienda. Es cierto. Pero no todos se dejan oír por igual en según qué circunstancias; y está por discutirse que todos los fines políticos sean igual de legítimos. Para colmo, el nacionalismo goza de ventaja psicobiológica: nada más estimulante que formar parte de un grupo que culpa a otro de todos sus males. Estamos, sí, donde estamos. Pero no por casualidad.
Escena de la película "Johnny Guitar"
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
Entrada núm. 3854
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)